Gloria

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Gloria

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Por la puerta 1 entra SILVIA seguida de GABRIELLE. Lleva en la mano un jarrón con cuatro flores mustias y rotas: es todo lo que queda del ramo.

SILVIA:

Ya está.

GLORIA y RICKY se miran con preocupación.

GLORIA:

Hola, Silvia… Llevas un vestido muy bonito.

SILVIA:

¿Dónde?

GLORIA:

Puesto. ¿Te encuentras bien?

SILVIA:

Bastante bien: tranquila y muy animada; en la cocina me he tomado un whisky

(A sus espaldas, GABRIELLE

indica con los dedos que han sido dos.) y antes de venir, un Valium. ¿De qué hablabais?

RICKY:

De nada…

GLORIA:

De la editorial…

RICKY:

En términos generales. Gloria ha estado haciendo números…

SILVIA:

¿De qué tipo?

GLORIA:

Guarismos, guapa.

SILVIA:

Me refería a si estábamos en números rojos.

GLORIA:

Más rojos que un pimiento.

RICKY:

¡Vaya una manera de plantear la situación!

SILVIA:

Está bien, Ricky, así es mejor. Prefiero saber la verdad. Soy una mujer madura; puedo afrontar la situación serenamente. Gloria, te agradezco la sinceridad. Ricky, por favor, sosténme el jarrón.

RICKY coge el jarrón y SILVIA se desploma.

GABRIELLE:

O, la signorina svenuta!

RICKY

(a GLORIA

):

¡Mira lo que has hecho! No debías haberla alarmado de este modo. ¡Vaya una amiga! ¡Todas las feministas sois iguales!

GLORIA:

Deja de vociferar y haz algo.

RICKY

(se agacha junto al cuerpo de SILVIA

):

No parece grave: respira con regularidad. Hace un rato me decía que antes de salir se había tomado una pastilla para los nervios y desde que ha llegado por lo menos se ha bebido tres whiskies.

GABRIELLE indica por señas que cuatro.

GLORIA

(observándola desde lejos):

Está muy pálida. Tendríamos que llevarla en seguida al hospital. Llamaré para que manden una ambulancia.

RICKY:

¡No, no, espera! ¡No podemos llevarla al hospital! La internarían para tenerla en observación. Quizás darían parte a la policía. Su nombre podría salir en los periódicos. Coponius la tiene sometida a vigilancia constante. Si se entera de que ha sufrido un colapso por haber ingerido sustancias tóxicas y de que ha ingresado en un hospital bajo los efectos del alcohol, ya te puedes imaginar lo que hará. Y también lo que hará el juez.

GLORIA:

Pues, ¿qué hacemos?

RICKY:

Esperar. Lo más probable es que se recupere en un santiamén.

GLORIA:

¿Y si no se recupera? ¿Y si se nos muere por falta de atención?

GABRIELLE:

Io non sono responsabile. Yo sólo soy el cameriere.

RICKY

(dando una palmada al aire):

¡No nos pongamos nerviosos! Voy a llamar a Oriol.

(A GABRIELLE

) Es un amigo médico y está al corriente de la situación. Él nos dirá lo que hay que hacer. Pero antes tendríamos que llevarla a la cama. Aquí no se puede quedar. Gabrielle, ayúdeme. Gloria, regístrale el bolso. A ver si encuentras las pastillas.

RICKY y GABRIELLE levantan a SILVIA y salen por 4.

GABRIELLE

(saliendo):

Li fa olorare un po d’aceto balsamico.

GLORIA, sola, abre el bolso de SILVIA. Saca un tubo de pastillas. Lo deja sobre la mesa. Saca otro, y otro, hasta cinco o seis. Sigue registrando el bolso y saca una pistola pequeña. Alarmada, se levanta y la esconde en el cajón de un mueble. Vuelve a sentarse y a registrar el bolso. Saca una agenda o un cuaderno. La abre y empieza a leer, pero es interrumpida por RICKY, que entra por 4 poniéndose el abrigo, seguido por GABRIELLE. GLORIA esconde la agenda bajo el cojín del sofá.

RICKY:

Todo solucionado. Oriol cree que no es grave: dice que ha sido un coma de diazepán provocado por el alcohol. Dice que con una inyección de un miligramo de flumacenil se le pasará en un abrir y cerrar de ojos. Voy en un salto a la farmacia de guardia.

GLORIA:

Ya voy yo.

RICKY:

¿Con este vestido? A estas horas y con el frío que hace… ¿No has oído la radio? Cogeré un taxi para no tener que aparcar y estaré de vuelta en diez minutos. Ocúpate de Silvia y si nuestro cliente llega antes que yo, entreténlo. Dile que he tenido que salir, dale cualquier excusa. Y lleva la conversación hacia la editorial. Enséñale el balance y la cuenta de resultados del año pasado, y la memoria, y el informe de gestión social correspondiente a aquel ejercicio. No le hables de este año. Vuelvo en seguida.

RICKY sale por la puerta de entrada.

GLORIA

(a GABRIELLE

):

Tráigame un whisky, por favor. No me vendrá mal.

GABRIELLE:

¿Con dos cubitos?

GLORIA:

Sin hielo; y con un poco de agua. Y traiga también algo de picar. En el microondas hay una bandeja de croquetas.

GABRIELLE:

Vado subito, signora.

GABRIELLE sale por 1. GLORIA, sola, vuelve a sacar la agenda del bolso de SILVIA y va leyendo al azar. Suena el timbre, GLORIA se asusta. Guarda la agenda en el mismo cajón en que ha guardado antes la pistola. Entra GABRIELLE por 2 con el whisky y una bandeja de croquetas.

GLORIA

(cogiendo el whisky):

Llaman. Vaya a abrir.

GLORIA bebe un sorbo de whisky, deja el vaso en la mesa y se queda mirando la puerta. Entra el CABALLERO seguido de GABRIELLE. El CABALLERO se queda mirando a GLORIA. Silencio.

GLORIA:

Bienvenido, señor. ¿No desea quitarse el abrigo? Aquí dentro hace calor. GABRIELLE, coja el abrigo del señor. ¿Ha encontrado la casa sin dificultad? ¿Ha podido aparcar el coche o le ha traído el chófer?

CABALLERO:

He venido en taxi. El barrio es complicado y un poco solitario por la noche.

GLORIA

(riendo estrepitosamente):

¡Ay, sí!

(Deja de reír en seco. Pausa.) Mi marido ha tenido que salir precipitadamente, y la otra socia, la señorita Silvia, a quien tal vez ya conoce, está… ausente por el momento. ¿No se sienta?

CABALLERO:

Una casa preciosa, si me permite que se lo diga.

GLORIA:

Gracias. La compramos hace un año. Era una ruina. Hicimos una restauración de arriba a abajo. Y todavía queda mucho por hacer. ¿Qué quiere beber? Hay whisky, champán, jerez… quizá un yogur…

CABALLERO:

Un whisky está muy bien.

GABRIELLE:

Gelo del fredo?

CABALLERO:

Tres cubitos.

GABRIELLE sale por 1. GLORIA se acaba el whisky. Silencio. GLORIA coge la bandeja de croquetas y se acerca al CABALLERO.

GLORIA:

¿Quiere una croqueta?

(Se cae redonda. De inmediato se recupera y empieza a recoger las croquetas y a ponerlas en la bandeja. Se levanta y vuelve a ofrecerle la bandeja al CABALLERO,

que ha observado impertérrito el incidente.) Son de Semon.

CABALLERO:

No, gracias.

GLORIA deja la bandeja sobre la mesa. Se queda mirando fijamente al CABALLERO.

GLORIA:

¿Cómo me encuentras?

CABALLERO:

Envejecida: tienes arrugas y es evidente que te tiñes el cabello.

GLORIA:

¿Nada más?

CABALLERO:

La casa es fea y la restauración, de mal gusto. Es la maldición de este país: todo es feo: las casas y las mujeres.

GLORIA:

Me harás llorar.

CABALLERO:

Pues me voy. No soporto a las mujeres que lloran.

GLORIA:

Ni a las que se ríen. Pero no la tomes conmigo: yo no he sabido que el futuro capitalista de la empresa ibas a ser tú, hasta hace un momento, cuando he visto tu nombre en la tarjeta.

(Señalando el jarrón.) Gracias por las flores: horrorosas, y mezquinas, como siempre.

CABALLERO:

Gloria, si hubiera sabido que te encontraría aquí, no habría venido. Pero no podía saber que trabajabas en una editorial. Nunca me lo dijiste.

GLORIA:

Nunca me lo preguntaste. Nunca te interesaste por lo que yo hacía cuando salía de tus… de tu… de allá.

(Pausa.) Mi marido y yo, con otra pareja, montamos una editorial. Hasta ahora nos ha ido bastante bien. Últimamente, y por razones ajenas al mundo de la cultura, tenemos problemas de liquidez. Por eso estás tú aquí. Yo no tengo nada que ver. De todos modos, aunque hubiera sabido antes que eras tú quien vendría, no habría podido avisarte. No sé dónde vives, ni qué haces, no sé cómo encontrarte. Desapareciste de repente, sin decir nada. De la noche a la mañana cerraste el piso de la calle Provenza, sin advertirme, sin un mensaje, sin una sola palabra. Ni siquiera le dejaste una dirección a la portera. O, al menos, eso me decía ella cuando yo le suplicaba arrastrándome por el suelo, golpeando las paredes con la cabeza, ofreciéndole todo lo que tenía con tal de que me diera una pista. Pero sólo recibía el silencio por respuesta. Entonces volvía a casa, gimiendo, con las manos ensangrentadas de haber arañado la fachada de aquel edificio de la calle Provenza, que podría contar cosas tremendas.

(Pausa.) Quizá exagero.

CABALLERO:

Y tu marido, ¿no se dio cuenta de nada?

GLORIA:

Naturalmente, vio mi desasosiego, pero se creyó la excusa que le di. Había que seguir viviendo: teníamos dos hijos. Ya te hablé de ellos.

CABALLERO:

Es posible. No te presté atención. ¿Están en casa?

GLORIA:

No. Como mañana es fiesta, se han ido a casa de unos amigos. Ya son mayores y hacen vida independiente. Estamos solos…

(Entra GABRIELLE

por 2 con dos whiskies. Le da uno al CABALLERO

y otro a GLORIA.

Vuelve a salir sin decir nada.) No tengas miedo: el tiempo no pasa en vano. Cuando al fin me di cuenta de que todo lo que me habías dicho era mentira, de que para ti todo había sido un juego cruel, decidí olvidarte, olvidar nuestra historia, sucia y estúpida y bestial. Quiero a mis hijos, y a mi marido también, aunque no tanto, a ti no te puedo mentir, nunca te he mentido. El trabajo en la editorial me gusta y me aburre al mismo tiempo. De vez en cuando me vuelven los recuerdos de los días felices, de nuestras citas clandestinas en el piso de la calle Provenza. Entonces no me quejo ni gimo ni me hiero las manos: me tomo un whisky y pienso que algún día veré cómo te caes del pedestal y te haces añicos.

CABALLERO:

Eso nunca lo verás, Gloria: los lobos hemos nacido para comernos a los corderos, y no al revés. Yo no he hecho el mundo como es, y a quien lo hizo no se le ocurrió consultarme; no se lo reprocho: yo lo habría hecho peor aún. Soy como soy, y me gusta. Y a ti también te gusta como soy, o no estarías humillándote como te humillas.

GLORIA:

¿Humillación? No, amigo mío. La humillación sería esconder las cicatrices del tiempo. Como haces tú.

Antes de que GLORIA pueda responder entra GABRIELLE por 2.

GABRIELLE:

Signora, il telefono suona.

GLORIA

(al CABALLERO

):

Discúlpeme un momento. GABRIELLE, atienda al señor como es debido.

GLORIA sale por 4.

CABALLERO:

¿La has reconocido?

GABRIELLE:

Sí, señor, en cuanto la he visto.

CABALLERO:

¿Y ella a ti?

GABRIELLE:

No, señor. He cambiado mucho. Ya no llevo el pelo tan largo ni las gafas oscuras, por no hablar de este bigote postizo.

(Se lo quita.)

CABALLERO:

Veo que también te has vuelto italiano.

GABRIELLE:

Sí, señor. Me pareció de buen tono. Quería cambiar de imagen; una nueva personalidad. Con mis antecedentes… el señor ya sabe a qué me refiero.

CABALLERO:

No lo digas con sorna. Yo no tengo la culpa de lo que pasó.

GABRIELLE:

Sí, señor, ésta es la cuestión: que el señor no tuvo ninguna culpa y a mí me metieron en la cárcel.

CABALLERO:

Te pagué el mejor abogado.

GABRIELLE:

Sí, señor, y al cabo de dos meses el mejor abogado estaba en la celda de al lado. Pero dejémoslo estar, señor, ahora soy otro: me llamo Gabrielle, el señor no me conoce, ni yo al señor.

CABALLERO:

Lo tendré en cuenta y sólo te llamaré si te necesito. Ya viene, ponte el bigote y estate al quite.

Entra GLORIA por 3 con cara seria, pero al ver a GABRIELLE vuelve a componer la expresión sonriente del principio. GABRIELLE se da la vuelta y se vuelve a poner el bigote.

GLORIA

(riendo estúpidamente):

Era mi marido. Ha tenido que ir más lejos de lo previsto. Aún tardará unos veinte minutos. Ruega que le disculpe y me pide que le atienda como usted se merece.

GABRIELLE:

Io vado in cucina.

GABRIELLE sale por 1. Silencio.

GLORIA:

¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me corrompiste? Yo era una niña…

CABALLERO:

De niña, nada. Estabas casada, tenías un trabajo y dos hijos, como acabas de decir. Seguramente estabas harta de pañales y biberones. La vida no era como la habías soñado. Con el primero que te salió al paso tuviste una aventura. El asunto se acabó. Todos los asuntos se acaban, y nunca se acaban a gusto de todos. Pero la gente se rehace, vuelve a tener asuntos, que también se acaban. Y así hasta que un buen día, uno descubre que está harto de tanto asunto, que lo que le apetece es quedarse en casa, leyendo, viendo la tele. Lo hace y se da cuenta en seguida de que ha sido una buena decisión. Pasan los años, uno vive tranquilo, y con los recuerdos se calienta el alma en las noches frías del invierno. A esto se le llama sabiduría, Gloria.

GLORIA:

No. A esto se le llama hacer trampa. Cuando se ha jugado en serio, y se ha perdido, los recuerdos son de hiel y ceniza y todo lo que antes había sido maravilloso, las caricias, el placer, la ternura, se vuelve asqueroso, insufrible, como si fuera una parodia obscena de la realidad.

(Pausa.) No necesito consuelo. Caí y desde entonces no he hecho más que caer, y cuando llegue al fondo, haré un agujero para seguir cayendo.

(Levanta el vaso de whisky.) A tu salud.

CABALLERO:

A la tuya.

Beben. Silencio.

GLORIA:

No has cambiado. Estás moreno pero no gordo. Se te ve tranquilo y satisfecho.

CABALLERO:

Sí, ¿por qué no? No tengo deudas ni remordimientos, me gusta la vida y el placer y no soporto la tristeza ni la melancolía. ¿Preferirías verme afligido, abrumado de angustia y de aflicción?

(Pausa.) He conocido muchas mujeres como tú. No me das miedo.

GLORIA:

¿Miedo? ¿Por qué habrías de temerme?

CABALLERO:

El odio da miedo.

GLORIA:

No seas presuntuoso: yo no te odio. Hace unos años, quizás sí. Ahora ya no. No me dejaste ni una migaja de sentimiento. Tengo el corazón seco. Y el cuerpo también. Lo que te he dicho antes no lo he dicho en sentido metafórico. Después de ti no me ha tocado nadie.

CABALLERO:

¿Y tu marido?

GLORIA:

Dormimos en cuartos separados. Él cree que estoy enferma.

CABALLERO:

¿Y no lo estás?

GLORIA:

Enferma, no. Ya te lo he dicho: corrompida. Tú me corrompiste.

CABALLERO:

No sé qué quieres decir. Nunca te obligué a hacer nada que tú no quisieras.

GLORIA:

Todo lo hacía engañada: ésta es la cuestión.

CABALLERO:

Yo no te engañé. Nunca te dije que…

GLORIA:

Lo que se dice no tiene la menor importancia. Lo único que cuenta es lo que se es, y tú eres un corruptor, amor mío.

CABALLERO

(divertido):

¿Así que me iré al infierno de cabeza?

GLORIA:

En la otra vida, no lo sé. Allí no tengo jurisdicción. Pero en ésta, no te quepa duda.

CABALLERO:

No me parece justo.

GLORIA:

No es justo, sino moral. Moral y justicia son cosas diferentes. Mucha gente las confunden, y así va el mundo.

CABALLERO:

Yo no entiendo de estos asuntos. Sólo puedo decirte lo que he visto, y es que las personas que hablan de moral no son felices.

GLORIA:

¿Feliz? ¿Yo feliz? Sí, ¿por qué no? Al fin y al cabo, la felicidad es un valor añadido, que no tiene nada que ver con nosotros. Y ahora estamos hablando de nosotros.

(Pausa.) Te diré cómo vivo. Nunca tengo hambre, no puedo comer ni un grano de arroz; de repente me siento desfallecer y me como una paella entera. Yo sola. Luego estoy enferma una semana. Paso las noches en vela y cuando al fin me duermo, duermo tres días y tres noches sin parar. Pero esto es sólo una parte de mí misma. También soy una mujer que trabaja, una madre de familia y una ciudadana cabal. Podríamos decir que soy una típica mujer catalana, como la mayoría. Y como ellas, también soy feliz.

(Riendo.) La única diferencia es que yo estoy corrompida.

CABALLERO:

Perdona, pero no te entiendo.

GLORIA:

Lo entenderás en seguida. Escucha.

(Se le acerca. Señala la puerta 3.) Al fondo de aquel pasillo hay otro pasillo y al fondo de aquel otro pasillo, mi habitación. Vamos.

CABALLERO:

¿Tú y yo? ¿Ahora?

GLORIA:

Sí. ¿Te da miedo? Hace un momento me has dicho que no me temías.

CABALLERO:

¡Estás bebida!

GLORIA:

¿Ves como tienes miedo? La fiera sólo era un perrito disfrazado.

CABALLERO:

¿Y tu marido?

GLORIA:

Todavía tardará un cuarto de hora.

CABALLERO:

Siempre quieres hacerlo todo de prisa. Gloria: éste no es momento ni lugar. Yo he venido a hacer negocios. No olvides que vuestra empresa depende de mí; y de tu conducta depende la estabilidad familiar.

GLORIA:

¿Y a mí qué más me da todo esto? ¡Que se hunda la familia, que se hunda la empresa, que se hundan los bancos y las cajas de ahorros, que se hunda la economía catalana y que se hunda toda Europa y sus asquerosos monumentos iluminados! ¡Has vuelto, amor mío! El azar te ha traído de nuevo a mi lado. Ven, muérdeme, aráñame, pínchame, pégame, quémame, tortúrame, hazme todo lo que me hacías y más. Aún llevo en el cuerpo las señales; al verte, las heridas han vuelto a sangrar y lo que sólo te pertenece a ti está intacto. Ven y lo verás.

CABALLERO:

Gloria, ya sabes que no puede ser.

GLORIA:

¡No me hagas esto, te lo suplico!

CABALLERO:

¿No tienes dignidad?

GLORIA:

Idiota, la dignidad de una mujer es su vanidad. ¡Vete! ¡Sal ahora mismo de esta casa y no vuelvas más! Y no te preocupes por la editorial ni por mi marido; cuando regrese le diré que has cambiado de opinión.

CABALLERO:

Para ya de fantasear, Gloria. Lo que hubo entre nosotros, nosotros lo sabemos. Un buen día se acabó. La vida sigue. El que la tuya te resulte aburrida no es de mi incumbencia. Te di un poco de diversión, unos instantes de sórdida pasión con los que aliviar tu honesta, soporífera y mezquina existencia. ¿Qué más quieres?

GLORIA:

Quiero que acabes lo que empezaste. Tú transformaste mi sueño de belleza y de felicidad en una relación enfermiza, sucia y falsa y después me dejaste. Esto es el mal: no lo que lleva al dolor y al fracaso, sino lo que lleva a la desesperanza. Me prometiste lo absoluto. ¡Ahora no me vengas con rebajas! ¡Y si no me puedes dar lo que me debes, mátame! ¿Quieres un arma?

GLORIA se dirige al cajón donde ha escondido la pistola. Entra RICKY por la puerta de entrada al piso con abrigo y un paquete de la farmacia en la mano.

RICKY:

Buena noches, ya estoy aquí; disculpe esta pequeña contrariedad. Un asunto imprevisto, un verdadero imponderable… Espero que Gloria le habrá hecho los honores…

CABALLERO:

Su esposa tiene un encanto irresistible. Con ella se me ha pasado el tiempo volando, de la manera más agradable e instructiva. Pero celebro que haya vuelto. Se hace tarde y desearía entrar en materia.

RICKY

(mirando el paquete de la farmacia):

¿En materia?

CABALLERO:

Analizar un poco nuestra futura relación comercial.

RICKY:

Oh, sí, sí, claro, claro. Pero ahora… Tendrá que disculparme una vez más. En seguida estaré por usted.

(Sigue con los ojos el vuelo de un mosquito. Reacciona.) El camarero le servirá una bebida y algo de picar. ¡Gabrielle!

(Entra GABRIELLE

inmediatamente por 2, como si hubiera estado escuchando todo el rato.) Gabrielle, sírvale una bebida al señor y algo de picar… ¿unas croquetas? Son de…

(Ve la bandeja llena de croquetas chafadas. Pausa.) Y llévese mi abrigo.

(Se lo quita y se lo da a GABRIELLE.

) Tenga.

(Al CABALLERO.

) Gloria le explicará…

(a GLORIA

) El balance, la cuenta de resultados… Vuelvo en un periquete.

RICKY sale por 4 y entra GABRIELLE por 2.

CABALLERO:

Me gusta tu marido: tiene buena planta, es educado, simpático y un poco tonto, pero esto, que en un perro sería un defecto, en un marido es más bien una virtud.

GLORIA:

Ricky es un buen hombre.

CABALLERO:

¿Ricky?

GLORIA:

Para los íntimos. Para ti, Enrique Montaner.

CABALLERO:

Cuando hablas de él te salen llamaradas de los ojos. Se nota que la pasión te embarga.

GLORIA:

Y a ti los celos.

CABALLERO:

¿Yo, celoso yo? ¿De él? ¿Por qué? Puedo tenerte cuando quiera, en cualquier momento, ahora mismo, si me apetece.

Da un paso hacia GLORIA, que retrocede, despavorida.

GLORIA:

¡No te acerques! Por favor, no…

El CABALLERO continúa avanzando. GABRIELLE abre la puerta 2, saca la cabeza y vuelve a cerrar GLORIA tropieza con el sofá y se cae. El CABALLERO se le echa encima.

GLORIA:

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

RICKY entra muy alborotado por la puerta 4. En la mano lleva la jeringa preparada.

RICKY:

¡Ha desaparecido!

CABALLERO:

¿Quién?

RICKY:

¡Silvia! ¡Ha desaparecido!

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