Girl 6

Girl 6


Capítulo 30

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Girl 6 cruzó el vestíbulo del New Amsterdam Royal y salió del hotel.

Eran las siete de la mañana y, aunque ya había salido el sol, las calles estaban desiertas.

Girl 6 llevaba zapatos de tacón alto, dos pesadas maletas, un neceser y una sombrerera. Mientras hacía equilibrios para que no se le cayese nada, vio al ladrón sentado en un peldaño de la escalera de acceso al hotel. Tenía muy mala cara, como si la hubiese estado esperando toda la noche allí. Llevaba el traje y la corbata como si se hubiese duchado vestido.

El ladrón tenía al lado un ramo de flores silvestres para Girl 6. Alzó la vista al verla y le sonrió. Ella no le devolvió el saludo y pasó de largo, hacia la calle.

Girl 6 miraba al frente con determinación, casi con rabia. Pesaba tanto el equipaje, y llevaba unos tacones tan altos, que le costaba mantener el equilibrio. Pero lo mantenía.

—Tu Angela ya está bien —le gritó el ladrón—. He pensado que podíamos celebrarlo.

Ella no le contestó y siguió adelante. El ladrón era parte de su pasado, de un pasado que dejaba atrás.

El ladrón siguió sentado en el peldaño, preguntándose si iba a dejar que ella saliese de su vida. Quizá fuese lo mejor para los dos. Acaso había llegado el momento de cambiar. Pero el ladrón no lo veía claro. En absoluto. Aunque hubiese hecho las maletas y se marchase, por lo menos tenían que despedirse. De modo que se levantó y corrió hasta alcanzarla.

Girl 6 no se detuvo. Quiso ignorar al ladrón y seguir adelante con su vida. Pero él era insistente. Girl 6 pensó que le iba a ser muy difícil caminar por las aceras, atestadas de gente, con todo el equipaje que llevaba.

Sin embargo, por más que el ladrón insistía en ayudarla a llevar el equipaje, ella siguió sin hacerle el menor caso. Sólo cuando él le prometió que no le robaría nada logró arrancarle una sonrisa.

Girl 6 lo miró. ¿No iría a creer que temía que le robase? Aunque conocía al ladrón desde hacía mucho tiempo, nunca sabía si hablaba en serio o en broma.

A cinco manzanas de allí, el ladrón llevaba ya sus dos maletas, tan contento, pese a que ella no aminoraba el paso y a duras penas podía seguirla.

Girl 6 tenía algunas preguntas que hacerle acerca de los últimos meses.

—¿No me has llamado nunca?

—Lo habría hecho. Pero no figuras en el listín telefónico —dijo él.

Girl 6 lo miró. Quería tratar de comprenderlo, de entender lo que pretendía. Hacía mucho que no se molestaba en hacerlo. El ladrón entendió el significado de su mirada e intentó explicarle por qué la habría llamado, si hubiera podido hacerlo.

—Sólo quería que tuviésemos una conversación normal, como dos amigos. Saber qué tal te iba, y cosas así.

Girl 6 creyó que el ladrón decía la verdad. También sabía que él habría sido incapaz de tener sólo una conversación «como dos amigos». Por más que él se hubiese esforzado por no complicar las cosas, las habría complicado. Con todo, agradeció su buena intención.

Girl 6 pensó que le debía al ladrón alguna explicación acerca de adonde iba.

—Voy a Los Ángeles. Es más seguro.

El ladrón se sorprendió. No la entendía.

—¿Desde cuándo es Los Ángeles seguro? Terremotos, inundaciones, incendios, disturbios; de todo.

Semejantes calamidades le parecían a Girl 6 fácilmente superables. Había visto cosas peores, más íntimas catástrofes.

—Es más seguro que esto. Además quiero volver a mi carrera de actriz.

El ladrón seguía sin comprenderlo. ¿Por qué iba a ir a Los Ángeles, donde no conocía a nadie? ¿Por qué empezar de nuevo? Por lo menos, en Nueva York sabía cómo iban las cosas. Muchos la conocían y sabían que era una buena actriz. ¿Por qué dejar Nueva York? ¿Por qué dar un paso atrás? No lo comprendía.

—¿No puedes actuar en Nueva York?

Girl 6 sabía que allí nunca podría volver a su antigua vida.

—No, ya no. Han ocurrido demasiadas cosas.

El ladrón se detuvo y dejó las maletas en la acera. Girl 6 continuó adelante unos metros y se dio la vuelta. No sabía qué se proponía el ladrón, ni pensaba hacer nada por averiguarlo. Sólo quería marcharse de la ciudad; alejarse de todos. Sin embargo, el ladrón no decía ninguna tontería. Miró a Girl 6 y le habló sin acritud, de todo corazón.

—Te voy a echar de menos, Judy.

Ella se sintió invadida por una agridulce sensación. Trató de comprender por qué se sentía así.

Judy se esforzó por ahuyentar lo que sentía. No tardó en comprender que hacía demasiado tiempo que dejó de ser Judy. Si el ladrón le había robado muchas cosas —el corazón, la dignidad, el dinero, la paz de espíritu— ahora le hacía un regalo, le devolvía lo más valioso que tuvo nunca.

El ladrón le devolvía a Judy su identidad, su personalidad. Y se lo agradeció.

—Judy… Siempre me ha gustado cómo pronuncias mi nombre.

Judy y el ladrón se fundieron en un fuerte abrazo y se besaron. No era ni un reencuentro ni un adiós. Era el reconocimiento de su mutuo cariño. El reconocimiento de que a los dos les importaba lo que fuese del otro; y que les importaba a los demás. De que se aceptaban los dos como eran, con sus defectos y sus virtudes, entrelazados en la indescifrable urdimbre de la complejidad de la persona.

En la mente de Judy llovían teléfonos.

Judy se soltó del ladrón.

—Tengo que coger el avión, Sam.

Con Judy ausente, quizá Sam se librase de la etiqueta de ladrón que ella le había colocado y encauzase su vida de otra manera.

Judy paró un taxi y Sam la ayudó a meter el equipaje en el maletero. Subió y él le cerró la puerta amablemente.

El taxi arrancó y Judy respiró aliviada.

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