Ful

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Segunda parte. El plan » 46. Tenemos que hablar

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Tenemos que hablar

Que llamen a la puerta pasadas las doce de la noche no es muy normal. Así que me preparo para lo peor. Mi padre está medio sordo y no se ha enterado de nada. Si me llevan esposado mejor que no lo vea, pero Pepe siempre me ha contado que ellos no suelen llamar a la puerta. Más bien la echan abajo. Cuando paso por delante del espejo del pasillo observo mis pantalones de pijama a cuadros raídos y mi camiseta de Batman negra. Menuda pinta iba a tener si me llevan así a ver al juez.

A través de la mirilla constato que es la pasma. Pero al menos es de la mía. Es mi amigo Pepe. Tengo que abrir y estoy más aliviado, aunque su visita a esta hora no puede traer nada bueno.

—¿Tienes algo que contarme, Ful?

—Pasa —le digo en voz baja.

—Oye, mejor vístete, que no quiero despertar a tu padre.

—Vale, pues espera aquí o abajo. No tardo.

Me meto en mi habitación y Pepe se queda en la entrada con la puerta abierta. El hecho de que no voy a bajar las escaleras esposado me tranquiliza un poco, pero tengo que estar preparado para abordar lo que me espera. Por su cara se huele algo, aunque no soy capaz de saber qué. No puede tener nada muy sólido, si no el Equipo A hubiera tirado la puerta abajo. Eso siempre me lo ha repetido, en situaciones con armas de fuego van los ninjas esos de negro. Él los llama GEI.

Bajamos los cuatro pisos en silencio. A pesar del frío, en el parque hay algunos inmigrantes que no parecen tener prisa por ir a sus casas. A veces nos quejamos, pero la verdad es que yo de joven tampoco tenía muchas ganas de ir a casa. Allí me esperaba aquel pequeño infierno que solo amainaba la presencia de mi madre. No sé por qué ahora me persiguen estos pensamientos, cuando la cara de Pepe es un poema.

—Bueno, ¿qué es tan importante como para sacarme de la cama?

—Sabes que tenemos pinchada a media comunidad sudaca, ¿no?

—Sí, algo me dijiste, pero nunca das detalles cuando tienes un caso abierto —le digo con toda la calma que saco de donde puedo. ¿Qué coño habrá escuchado que está tan asustado?

—Te dije que los del cártel habían enviado a un asesino profesional que, como ya habrás visto por las noticias, no se anda con chiquitas.

—Sí, lo vi en las noticias, pero ¿qué tiene que ver esto conmigo?

—Tiene que ver con tu amigo, Ful. Déjate de mariconadas y empieza a hablar.

—¿De James? ¿Qué quieres que te diga?

—¡Qué coño, de James! —grita—. Alguien ha pasado la matrícula del coche del padre de tu amigo Jose.

—No entiendo —disimulo.

—Pues yo te lo explico. Por alguna razón que se me escapa esa placa de matrícula les ha llegado a los colombianos. ¿Sabes qué significa eso? Porque yo te lo puedo explicar.

—Eso no tiene lógica, Jose no…

—¡Deja de tratarme como a un gilipollas! —vuelve a gritar.

Pepe está muy cabreado. Mucho. No es por Jose, al que no soporta, es por mí. Sigue siendo mi amigo a pesar de que nuestros caminos nos separaron hace años. Para él seguimos siendo Spider-Man y Daredevil. Para mí, hace tiempo que no.

—No encajo bien las piezas, Ful, pero si Jose está metido, algo me dice que tú también. Tarde o temprano alguien rajará y la cárcel no es lo peor que te espera si estás metido. Te puedo enseñar las fotos de los moros de Terrassa para que te des cuenta de lo que pasa.

—Pepe, me alegra mucho que te preocupes por mí, pero eso tiene que ser un error, nosotros no tenemos nada que ver —miento.

¿Qué le voy a decir? ¿Que sí? ¿Que somos nosotros los que nos cargamos a la chica y al africano? ¿Que quizá sí nos merecemos esto?

Él lo sabe. Sabe que yo no me voy a dejar vencer fácilmente. No puedo hacerlo. Solo ha venido a preguntármelo y a mirarme a los ojos mientras le miento. Ahora quizá tiene la certeza, y también que jamás lo admitiré. Esto no es una estafa a unos viejecitos que a veces en el juicio no recuerdan lo que les pasó y la condena es pequeña. De esta nadie nos salva de veinte años de talego. Nos arriesgaremos a perderlo todo, incluso la vida, y él lo sabe. Es una partida de póquer con farol.

Me mira sin decir nada, quizá recuerda que hace muchos años los dos discutíamos por la chica. Siempre nos gustaba la misma. Éramos críos. Ya hace demasiado de eso. Está barajando sus opciones y, por lo que veo, al menos de momento, la pasma no tiene más que un rumor sobre una matrícula que, eso sí, refuerza lo que pensábamos. Los moros nos grabaron. Por lo que puedo entender, no tienen más que eso.

—Háblame de ese James.

Me coge por sorpresa.

—James es un amigo.

—¿De dónde ha salido, Ful? No me suena del barrio.

—No, no es de aquí, y no tiene importancia.

La he cagado cuando he dado por supuesto que me iba a preguntar por el cerebro del golpe. Me ha pillado en bragas y no puedo involucrarlo.

—Como me lo has soltado de repente, alguna importancia tendrá.

Es listo el muy cabrón. Por eso es un buen poli.

—Oye, Pepe, tío, te agradezco que te preocupes, pero tengo ganas de sobar. Mañana voy a Barcelona a buscar un curro y no quiero tener más ojeras de las que ya tengo.

Sigue mirando al suelo.

—¿Cómo está el pequeño? ¿Ya se encuentra mejor? —le pregunto, cambiando de tema.

—Sí, está mejor, gracias por preguntar.

Se levanta del banco.

—Vamos a dormir, Ful, pero no olvides que hay alguien que está de caza y en el punto de mira está tu amigo Jose. Vigila que no te pille el fuego cruzado.

No digo nada. Mejor no seguir. Me levanto también y me despido. Pepe es un buen amigo. Seguramente el mejor que tendré nunca, y eso que creo que no dudaría en ponerme las esposas si tuviera pruebas.

Lo veo alejarse hacia su casa y algo me dice que la cosa no va bien. ¿Cómo va a ir bien? Sus palabras retumban en mi mente.

Sí, lo quiera o no, allí fuera hay alguien que nos está cazando.

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