Frozen

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Capítulo seis

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CAPÍTULO SEIS
Elsa

«Me muero de aburrimiento.»

Elsa nunca se atrevería a decir esas palabras en alto, estaba claro. Pero sentada en el salón de los retratos en un sillón grande de terciopelo y mirando al techo, no pudo evitar pensarlas. Sus padres solo llevaban fuera una semana, sin embargo, ella ya podía sentir el peso de su ausencia. Había estudiado todo lo que tenía que estudiar en los siguientes tres días, había recibido las visitas que su padre le había programado, se había paseado por el patio cada día y visitado a Olina en la cocina. Para ser sinceros, la cocinera del castillo era lo más cercano que tenía a un amigo de verdad. A la señorita Olina, quien insistía en que la llamara Olina ahora que ya era prácticamente una adulta, no le importaba que fuera la futura reina de Arendelle; con Elsa no se andaba con rodeos.

—Necesitáis amigos. O mejor aún, un pretendiente —le había espetado a Elsa aquella misma mañana. Elsa estaba sentada en la cocina con ella desayunando huevos.

Elsa soltó un gruñido.

—Ahora suenas como el duque de Weselton. —Sabía hacia dónde se encaminaba aquella conversación: le iba a soltar un sermón.

—¿Tan malo sería que conocierais a alguien de vuestra misma clase? —le preguntó Olina.

Elsa suspiró.

—Escuchad, mi querida niña. —Olina agitó una cuchara de madera mientras el color rosado de sus mejillas, causado por el calor de la cocina, se iba tornando más oscuro conforme se iba alterando—. Pasáis demasiado tiempo sola.

—Pero... —comenzó a replicar Elsa, pero Olina la interrumpió con un gesto.

—Sé que estáis aprendiendo a seguir los pasos de vuestro padre, y está bien, pero ¿cuándo fue la última vez que salisteis fuera de los muros de este castillo? ¿Con alguien que no perteneciera al servicio? Una buena reina tiene la obligación de conocerse por dentro y por fuera, y vos estáis demasiado centrada en los conocimientos teóricos. La única forma de entender a las personas a las que servís es conociéndolas. Disfrutar de su compañía. Escuchar sus historias. En ese proceso, puede que descubráis qué es lo que a vos os gusta también, porque no estaréis concentrada en vuestros estudios y en vuestro futuro.

Olina estaba en lo cierto. ¿Qué era exactamente lo que le gustaba hacer a Elsa además de pasar tiempo con sus padres y aprender a ser una gobernanta con sabiduría? Olina tenía razón. Necesitaba amigos. Necesitaba una afición. Necesitaba hacer algo. Pero ¿qué?

—¡Ay, Dios mío! —exclamó Olina al ver a Kai atravesar la puerta con una caja enorme de la que se estaban cayendo algunos pergaminos y sombreros. Olina corrió a ayudarlo a depositar la caja en el suelo—. Déjame que te ayude con eso.

—Gracias —respondió Kai—. Pesaba más de lo que me había imaginado. —En ese momento se dio cuenta de que Elsa estaba allí—. Hola, princesa.

—Hola —le saludó Elsa con la cabeza.

—¿Quién te dijo que la bajaras del desván tú solo? —le reprendió Olina volviendo a los fogones y removiendo el contenido de una cacerola grande. Fuera lo que fuese lo que estuviese cocinando, olía delicioso—. ¿Cómo va todo por el ático?

—Bien. Hemos sacado varias cajas. Ahora ya se puede volver a ver el suelo.

—No habrás tirado nada que el rey o la reina quisieran conservar, ¿no? —preguntó Olina colocando los brazos en jarra.

—No, no. Solo estos extraños sombreros antiguos y algunos objetos rotos. —Kai cogió un sombrero vikingo con un cuerno y un jarrón azul desconchado—. Pensé que esto te gustaría. —Sacó una olla grande.

Los ojos de Olina se iluminaron.

—¡Fíjate! Creo que le podré dar buen uso.

—Mañana volveré a subir al desván cuando no haga tanto calor y veré qué más hay por ahí. Si veo algo especial, te lo traeré. Buenas tardes, princesa. —Kai volvió a coger la caja y salió de la estancia.

—Buenas tardes —respondió Elsa.

Elsa no sabía que hubiera objetos almacenados en el desván. De hecho, no había subido allí arriba nunca. Tenía toda la tarde por delante. Puede que no fuera una mala idea echar un vistazo a lo que estaba almacenado encima de su dormitorio. No es que eso fuera a convertirse en su nueva afición, pero era un comienzo.

Tras despedirse de Olina, Elsa decidió pasar por su habitación para coger una linterna. Con sus padres fuera y sin ningún compromiso que celebrar en el castillo hasta su vuelta, parecía que todo el mundo estaba intentando ponerse al día con tareas atrasadas. Pasó por delante de algunos empleados que se encontraban limpiando los adornos de latón del pasillo y de uno que estaba quitando delicadamente el polvo del retrato de familia que había sido pintado cuando Elsa tenía ocho años. Finalmente, Elsa subió la escalera hacia el desván. Conforme iba ascendiendo, la temperatura también lo hacía.

La linterna iluminó el espacio oscuro y estrecho. La estancia olía a humedad, como si nadie hubiese entrado en ella en siglos, a pesar de que Kai acabara de hacerlo. Elsa pudo ver en el suelo las marcas de las cajas que Kai había bajado. Aquel lugar, desde luego, necesitaba una buena limpieza. Había muebles apilados en una esquina, un trineo colgado en otra, y las demás se encontraban abarrotadas de baúles enormes con la pintura desconchada y los dibujos de adornos florales deteriorados. Elsa se abrió paso hacia el baúl más cercano para echar un ojo. El candado estaba cerrado. El siguiente no contenía otra cosa que colchas. El tercero estaba lleno de sombreros y unas cuantas capas. El cuarto también estaba cerrado, pero el mecanismo estaba suelto, así que tiró fuerte de él y consiguió abrirlo. Ese baúl estaba lleno de picos, guantes con puños de pelo y botas de nieve que tenían el aspecto de haberse utilizado para escalar la Montaña del Norte. Ahora entendía por qué Kai estaba vaciando la estancia. Aquella excursión había sido una pérdida de tiempo para ella. No había nada que ver allí arriba. ¿O sí?

Su padre había vivido en el castillo desde que era un niño y a ella no le habría gustado que tiraran sus recuerdos de la infancia sin querer. Después de todo, ese era su pasado. Tenía que protegerlo. Elsa rodeó uno de los baúles y acercó la linterna a los recovecos oscuros. La luz iluminó un marco roto con un mapa amarilleado del reino. A su padre le gustaría verlo. Se acercó un poco más, repasando lentamente con la mirada las anotaciones escritas a mano, y levantó el marco a la luz tenue. Entonces, vio que había un baúl detrás del marco. Este era diferente a todos los demás. Estaba pintado de blanco, con flores de colores intensos en la parte delantera. Enseguida, Elsa se dio cuenta de por qué le resultaba familiar: era exactamente igual a su baúl del ajuar.

¿Podía ser el de su madre antes de casarse?

Elsa recorrió con la mano la parte superior del baúl quitando la gruesa capa de polvo. Los adornos pintados en este eran idénticos a los de su propio baúl, pero en lugar de tener pintada una «E» en la parte superior, el trazado enterrado bajo la capa de polvo correspondía a otra letra diferente. Frotó fuerte la zona retirando el polvo hasta que se pudo leer la letra. Era una «A».

«¿A?» El nombre de su madre era Iduna. Su padre se llamaba Agnarr, pero claramente no era de él. ¿Quién era «A»?

Elsa se devanó los sesos intentando pensar en a quién podía pertenecer aquel baúl. Había un nombre rondándole la cabeza, pero parecía que no le terminaba de salir. «A... A... A...» Quería que su mente lo descubriera, pero estaba atascada.

En lugar de eso, se le vino a la memoria la discusión que habían tenido sus padres y que ella había oído. En esta, mencionaron a una «ella». Su madre parecía insistir en ver a aquella persona, mientras que su padre recalcaba lo arriesgado que era visitarla. Nunca los había visto tan enfadados el uno con el otro. Ahora, Elsa se preguntaba: «¿“ella” y “A” serán la misma persona?».

—¡Princesa Elsa!

Elsa puso rápidamente el marco donde lo había encontrado ocultando así el baúl de la vista y se dirigió escaleras abajo. Parecía haber un revuelo. Podía oír a alguien llorando y a otros nombrándola.

—Estoy aquí —dijo sintiéndose culpable por preocupar a la gente por no saber dónde estaba. Dobló la esquina y encontró a algunos trabajadores del castillo reunidos. Gerda estaba inconsolable. Olina estaba llorando, la cara oculta tras su pañuelo. Varias personas se abrazaban y lloraban desconsoladamente.

—¡Princesa Elsa! —Kai se llevó las manos al pecho—. Os encontráis bien. —Su cara estaba enrojecida, como si él también hubiera estado llorando—. Pensábamos que...

—¿Pensabais qué? —Elsa sintió cómo el corazón se le aceleraba. Se le hizo un nudo en la garganta al ver a Olina enjugarse los ojos. Todos la miraban. Algo iba terriblemente mal—. ¿Qué ocurre?

Lord Peterssen salió del medio del grupo que se había formado. Su mirada era sombría y tenía los ojos enrojecidos.

—Elsa —susurró quebrándosele la voz al decir su nombre—, ¿podemos hablar en privado, por favor?

En el momento en el que sus miradas se cruzaron, Elsa ya supo lo que pasaba.

—No. —Comenzó a retroceder. No quería escuchar lo que tenía que decirle lord Peterssen. Parecía como si las paredes se estuvieran cerrando sobre ella. Los llantos y sollozos cada vez eran más fuertes. Notaba cómo el corazón le latía acelerado. Tenía la boca seca y escuchaba un pitido en los oídos. Sabía que lo que le iba a decir le cambiaría la vida para siempre y, por un instante, quiso impedírselo—. No quiero hablar en privado. Quiero estar aquí con todos.

Gerda rodeó a Elsa con su brazo intentando calmarla.

Lord Peterssen miró a su alrededor; tenía los ojos húmedos.

—De acuerdo. Elsa, no hay forma fácil de decir esto.

Ella inspiró bruscamente. «Entonces, no lo hagáis», quiso espetarle.

—El barco de vuestros padres no ha llegado al puerto. —Su voz titubeó.

—Quizá se haya desviado de su curso. —Elsa sintió un hormigueo en los dedos. Era una sensación extraña. Se deshizo de Gerda y sacudió las manos—. Enviad un barco en su busca.

Lord Peterssen negó con la cabeza.

—Ya lo hemos hecho. Enviamos mensaje a todos los reinos y puertos cercanos. Ya hemos recibido las respuestas de todos ellos: el barco nunca llegó. Además, los Mares del Sur pueden ser traicioneros y últimamente ha habido muchas tormentas. —Hizo una pausa—. Solo queda una conclusión posible.

—No. —La voz de Elsa se tornó más grave. Inmediatamente, Gerda rompió a llorar de nuevo—. ¡Es imposible!

Lord Peterssen tragó saliva con dificultad y Elsa vio cómo se le movía la nuez de arriba abajo. Los labios de lord Peterssen temblaban y Olina dejó escapar un sollozo audible. Algunos de los presentes agacharon la cabeza. Elsa oyó a Kai rezar.

—Elsa, el rey Agnarr y la reina Iduna ya no están.

—Que sus almas descansen en paz —dijo Olina cerrando los ojos e inclinando la cabeza al cielo. Otros la imitaron.

—No —repitió Elsa. Todo su cuerpo comenzó a temblar. Volvió a sentir ese hormigueo en los dedos. De repente, tuvo la sensación de que iba a estallar en millones de pedazos, a explotar en fragmentos de luz. Lord Peterssen intentó acercarse, pero ella se alejó queriendo desaparecer. Kai levantó un trozo fino de seda negra. Él y Gerda lo colgaron para ocultar el retrato de sus padres en el pasillo.

Sus padres no podían estar... muertos. Eran su única familia. Sin ellos, estaba totalmente sola. Su respiración se volvió irregular y sus latidos tan rápidos que pensó que se le iba a salir el corazón del pecho. Cada sonido que escuchaba era mil veces más fuerte.

—¡No! —Los dedos le ardían—. ¡No! —Se dio la vuelta y comenzó a correr sin parar hasta llegar a su habitación.

Elsa atravesó las puertas con tanta fuerza que se cerraron de un portazo detrás de ella. Aterrizó en la alfombra redonda y no tuvo fuerzas para moverse. En lugar de hacerlo, se acurrucó formando una pelota y se quedó mirando al papel pintado rosa donde un retrato de ella de cuando era pequeña le devolvía la mirada. La niña estaba feliz y sonriendo. Tenía familia.

Ahora, ya no la tenía.

La sensación abrasadora que había notado en los dedos seguía aumentando, y su corazón bombeaba tan fuerte que creía poder oírlo. Las lágrimas empezaron a resbalarle por las mejillas, le mojaron la parte de arriba del cuello y le llegaron al pecho, que estaba caliente. Temblorosa, Elsa se forzó a levantarse y a buscar a alguien, quien fuera, con quien poder hablar. Pero no había nadie. Una vez más, se había vuelto a encerrar en ella misma. Se acercó a su baúl. Cuando rozó el arca de madera verde que había guardado debajo de la colcha le tembló la mano. Empezó a rebuscar entre las cosas hasta que encontró lo que buscaba: el pingüino tuerto al que le había contado sus cosas de niña: el señor JorgenBjorgen. Agarró el pingüino con manos temblorosas, pero no era capaz de verbalizar sus pensamientos. Sus padres se habían marchado.

«Me muero de aburrimiento.» ¿No era eso lo que había pensado esa misma mañana? ¿Cómo había podido ser tan egoísta? Se aferró al señor JorgenBjorgen tan fuerte que sintió como si fuera a desintegrarse en sus manos, que estaban hirviendo. Comenzaron a temblarle tan fuerte que no pudo continuar agarrándolo. Lanzó el muñeco al otro lado de la habitación y cayó en su cama.

«Sola. Sola. Sola.»

«Muertos. Muertos. Muertos.»

«No están. No están. No están.»

Cerró los ojos. Notó cómo un grito en su interior se hacía cada vez más grande. Era tan primario que sabía que, si salía, retumbaría en todo el castillo, pero le daba igual. Borboteaba en su garganta amenazando con tomar el control sobre ella, hasta que, finalmente, lo hizo, y Elsa gritó tan fuerte que pensó que nunca pararía. Sus manos pasaron de estar ardiendo a estar frías como el hielo mientras se movían delante de ella. Dentro de ella se abrió algo, como un abismo, que supo que nunca más se podría volver a cerrar. Cuando abrió los ojos, vio algo increíble tomar forma en el aire delante de sus dedos.

Hielo.

Salió disparado atravesando la habitación hasta golpear la pared opuesta y trepar hacia el techo. Aterrorizada y aún sollozando, Elsa pegó un salto hacia atrás asustada al comprobar que el hielo seguía creciendo. Crujía debajo de sus pies mientras se esparcía por el suelo y subía también por las otras paredes.

¿Qué estaba pasando?

El hielo salía de su interior. No tenía sentido, pero sabía que era real. Era ella la que estaba provocándolo. Pero ¿qué estaba pasando?

«Magia.»

Había oído usar esa palabra durante la discusión de sus padres. ¿Estaban hablando de ella?

Elsa se apoyó en la pared más cercana y se dejó caer derrotada por el dolor.

«Sola. Sola. Sola.»

«No están. No están. No están.»

Mientras intentaba contener los sollozos, seguía saliendo cada vez más hielo. ¿Era su dolor lo que estaba causando aquello? ¿Habían sabido sus padres que era capaz de hacer ese tipo de magia extraña? ¿O era algo con lo que había nacido y no sabían que lo tenía? No había estado más asustada en toda su vida. Sin sus padres, no había nadie más en quien confiara lo suficiente para ni siquiera preguntar. Ahora más que nunca los necesitaba.

Apoyó con fuerza la cabeza en la pared y cerró los ojos. Su voz era menos que un susurro.

—Papá, mamá, por favor, no me dejéis aquí sola.

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