Frozen

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Capítulo dieciocho

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CAPÍTULO DIECIOCHO
Elsa

A Elsa los pensamientos le venían en torbellinos a la mente, igual que la nieve que caía a su alrededor y dejaba un manto grueso. Había cruzado el fiordo corriendo, el agua congelándose bajo sus pies a cada paso como si fuera un cristal grueso. Se adentró en lo más profundo del bosque y no se detuvo hasta que la luna se hubo elevado en el cielo. A sus piernas les pedía que la llevaran más y más rápido, lejos del castillo, del pueblo y de la única vida que había conocido.

Anna estaba viva.

Nada era más importante que encontrarla.

Un viento frío azotó su capa morada levantándola hacia su cara y bloqueándole la vista. La retiró a un lado como intentando despejar también su mente. No sabía dónde estaba, pero no importaba. Tenía que seguir avanzando para que no pudieran seguirla. Una nueva ráfaga de viento la empujó hacia un lado. El aullido del viento sonaba como si fueran voces.

«¡Monstruo! ¡Monstruo!»

Las palabras del duque resonaban en su cabeza. Era el día de su coronación, pero en lugar de haberse coronado como reina, había desvelado sus poderes y huido de Arendelle. El reino estaba oculto bajo una helada intensa que, de alguna manera, ella había causado. Pero ¿cómo? Con su magia podía crear hielo. ¿Era también capaz de cambiar el tiempo? Aquella idea era alucinante y, a su vez, preocupante. Era mitad del verano. La gente no estaba preparada para la nieve. ¿Cómo se las arreglarían? ¿Estarían asustados?

Elsa pensó otra vez en aquella madre protegiendo a su bebé de ella con su propio cuerpo. «Monstruo.» ¿Era aquello lo que su pueblo pensaría de ella ahora que conocía la verdad? Recordó la expresión de lord Peterssen cuando el hielo creció alrededor de él como si fueran espadas. Hans también se quedó estupefacto cuando un resplandor azul apareció por encima de las manos de Elsa y la nieve entró como una ráfaga en la estancia. No podía ni imaginarse lo que el duque de Weselton estaría diciendo de ella a cualquiera que quisiera escuchar. Todos habían pensado que la conocían. La realidad era que ninguno lo había hecho.

¿La conocería Anna?

En ese momento se percató de algo: ¿Sabría Anna que era princesa de Arendelle? ¿O se lo habrían ocultado como lo habían hecho con Elsa? ¿Por qué la existencia de Anna era un secreto en primer lugar? Estaba claro que sus padres habían querido que Elsa descubriera la existencia de Anna. Si no, no habrían escondido aquel lienzo y aquella carta en su arca. ¿Por qué las habían mantenido separadas?

«¿Cómo me he podido marchar sin la carta?» Elsa se maldijo una vez más. «¡Y sin Olaf!» ¿Qué pasaría si alguien encontraba a Olaf en su habitación? El corazón empezó a latirle de una manera muy salvaje cuando cayó en la cuenta. Un resplandor azul apareció sobre sus dedos. Sacudió las manos e intentó concentrarse. «¡No!» No podía permitir que sus poderes la controlaran.

La única forma de salvar a Olaf y de recuperar la carta era volviendo al castillo. Elsa se dio la vuelta en dirección a casa; o eso fue lo que pensó. Arendelle estaba oculta tras la nieve cegadora. No podría encontrar el camino de vuelta ni aunque lo intentara.

Y aunque lo encontrara... «Monstruo.» Eso era lo que el duque la había llamado. ¿Qué pasaría si lord Peterssen y los demás consejeros estaban de acuerdo con él? La encerrarían en las mazmorras. Perdería su corona. No encontraría a Anna jamás.

«Solo respira», se recordó a sí misma, y el resplandor azul sobre sus manos desapareció.

Olaf era un experto en esconderse. En los últimos años, habían ideado unos cuantos lugares en su habitación en los que desaparecer si alguien entraba en busca de Elsa. Ahora, cuando oía voces al otro lado de la puerta, pasaba a la acción. Además, nadie había entrado en su habitación desde que sus padres fallecieron. Lo más probable era que nadie entrara ahora. Con suerte, Olaf habría oído la conmoción, habría cogido la carta y se habría escondido. Cuando las cosas se calmaran, Elsa encontraría la manera de volver a por él. Olaf sabía que no lo abandonaría. Ahora solo quedaba el problema de la carta perdida.

«Piensa, Elsa —se dijo a sí misma intentando recordar—. ¿Qué recuerdas haber leído?» Había estado tan nerviosa que solo había leído la carta por encima la primera vez buscando lo más importante: la prueba de que Anna existía. Pero se fijó en algunas otras frases. Había algo escrito sobre unos trols. Tenía sentido; en su visión, había visto un grupo grande de trols y a su líder, llamado Gran Pabbie. Su familia había viajado muy lejos a caballo para encontrarlo, cruzando un río y atravesando montañas hasta un valle. La cadena montañosa que tenía ante ella estaba lejana y tenía un aspecto aterrador. ¡Quizá fuera allí donde se encontraba Gran Pabbie! En la distancia, la cara rocosa de la Montaña del Norte se alzaba imponente, inmensa e impresionante. Incluso durante el verano, la cima siempre estaba cubierta de nieve. Muy pocos habían hecho el intento de escalarla, lo que significaba que nadie la seguiría hasta allí arriba. La montaña era un reino de aislamiento y soledad, y parecía que ella era su reina. Continuaría en aquella dirección hasta que encontrara a los trols o las piernas le fallaran. Ni siquiera estaba cansada. Y, de todas formas, el frío nunca la había molestado.

 

 

Durante dos días, Elsa caminó arduamente a través de la nieve hasta alcanzar el pie de la Montaña del Norte. Aquella era una hazaña que no había estado segura de poder lograr, pero, cuando finalmente llegó, se encontró con un problema aún mayor. Puede que no tuviera frío, pero de lo que no cabía duda era de que no disponía del equipamiento para escalar aquella pared rocosa. ¿O sí?

Nadie podía verla a aquella altitud. No tenía que ocultar sus poderes en medio de la naturaleza. Tras haber estado encerrada en su habitación, escondiendo su secreto de todo el mundo, ahora era libre de utilizar su magia como nunca lo había hecho. Todo lo que había practicado la había conducido hacia ese momento: ¿qué podía crear que la ayudara a mover montañas?

Elsa se miró las manos. Solo llevaba puesto un guante. Los guantes le habían servido de «protección» demasiado tiempo. Era el momento de soltarlo. Se quitó el guante y lo dejó volar al viento. Finalmente, era libre.

Alzando la mano hacia el cielo, se concentró para crear un copo de nieve gigante que se cristalizó en medio del aire y se alejó flotando. Después, levantó la otra mano e hizo otro copo de nieve que también voló hacia la lejanía. Con el pulso acelerado, Elsa siguió creando, dibujándosele una sonrisa en la cara cuando se dio cuenta de que las posibilidades eran infinitas. Allí arriba podía usar su don plenamente y descubrir todo lo que era capaz de crear.

Un resplandor azul le rodeó las manos, que movía en círculos a la vez que iba imaginando cristales que se congelaban inmediatamente y explotaban convirtiéndose en nieve. «Piensa a lo grande», decidió mientras lanzaba una corriente de hielo ladera arriba. «¿Qué más puedo hacer? —se preguntó—. Lo que quiera. ¡Cualquier cosa que pueda imaginar!» Nunca se había sentido tan viva.

Elsa continuó lanzando nieve al aire conforme se iba acercando con paso rápido al pie de la Montaña del Norte, y se detuvo de golpe al encontrarse frente a un barranco con una caída de treinta metros. Una vez más, la capa voló al viento y le dio en la cara. Aquella prenda no tenía ningún sentido en la cima de una montaña. Elsa desabrochó el broche que la mantenía cerrada y dejó que la capa volara alejándose de la montaña y desapareciendo en la oscuridad. El cañón ante ella era un problema diferente. De un lado al otro debía de haber al menos nueve metros. Era imposible saltar, pero con unos poderes como los suyos, ¿por qué tendría que preocuparse en saltar?

Había temido durante demasiado tiempo que alguien descubriera que tenía poderes, pero, en el recuerdo que había recuperado, su familia los veía como un don. Ahora sabía por qué: ¡mira lo que podía crear con sus manos! Si de pequeña creaba paisajes invernales en el castillo para Anna, ¿por qué no habría de construir un palacio de hielo en la cima de una montaña? «Libérate de tus miedos», se recordó a sí misma. En su mente, se imaginó unas escaleras de hielo que conectaran ambos lados del cañón. ¿Sería posible? ¿Y si creaba una escalera que la llevara hasta arriba de la montaña?

Cualquier cosa era posible si creía en sus poderes como lo había hecho Anna.

Elsa tomó aire profundamente y dio unos pasos hacia atrás antes de atravesar corriendo la cima nevada. «Escaleras», pensó a la vez que extendía las manos frente a ella formando unos escalones de hielo que se elevaron en el aire. Se detuvo una fracción de segundo antes de poner el pie en el primero. Los escalones eran tan robustos que comenzó a subirlos corriendo, extendiendo las manos una y otra vez creando los escalones que la llevarían hasta la cima de la Montaña del Norte. Su mente y sus dedos, de alguna manera, funcionaban en perfecta armonía y construían exactamente lo que necesitaba en el momento adecuado.

Cuando finalmente alcanzó la cumbre, no encontró trols, pero las vistas eran impresionantes. Pocos montañistas habían escalado hasta aquellas alturas, y allí estaba ella, en lo más alto de todo del reino. Arendelle quedaba muy lejos en la distancia, un punto en el infinito. Aunque no hubiese encontrado a los trols aún, sentía que la Montaña del Norte era un buen lugar en el que reponerse y pensar en cómo encontrar a Anna. Construiría un palacio tan impresionante como el paisaje que lo acogería. Uno que reflejara su nuevo yo. Su madre había llamado sus poderes un don, ¿no? Pues bien, lo eran. Y, estando en la cima de una montaña, ya no había razón para contenerlos y ocultarlos del mundo.

Elsa pisó con energía la nieve y creó un copo gigante que se desplegó debajo de ella. El copo de nieve se multiplicó una y otra vez, formando la base de su nuevo hogar. A continuación, se imaginó la fortaleza alzándose en el aire, y eso fue lo que ocurrió; un milagro helado creciendo y expandiéndose. Esta vez, el hielo no adoptó la forma de unas espadas afiladas y puntiagudas. Esta vez, Elsa creó columnas ornamentadas y unos arcos más delicados incluso que aquellos que había en el castillo de Arendelle. Elsa incluyó cada uno de los detalles que pudo imaginarse para su hogar hasta que creó los picos que conformarían su techo. Como toque final, concibió un copo de nieve inmenso que se convirtió en la lámpara de araña más compleja que pudo imaginar.

De pie, en el interior de su creación, Elsa sabía que aún le faltaba algo. Le había dado un nuevo aspecto a su vida, pero no había hecho nada por cambiar el suyo propio. Comenzó por el incómodo recogido del pelo, soltándose unos mechones que le enmarcaron la cara. Seguidamente, deshizo el moño apretado y el cabello trenzado le cayó sobre la espalda. Elsa no se detuvo aquí. Aquel vestido la había tenido atrapada durante demasiado tiempo. Era el momento de quitárselo también. Ondeando las manos, se imaginó un vestido nuevo que casara con su personalidad y estilo. Uno ligero y liberador. El hielo comenzó a cristalizarse en el bajo de su vestido verdiazulado, lo que hizo que en su lugar apareciera uno de color azul pálido que centelleaba. No quedó nada del cuello alto que picaba, ni de las molestas mangas largas que no le permitían moverse con libertad. El nuevo vestido no tenía tirantes, el escote era amplio y los brazos quedaban envueltos en unas mangas holgadas de seda. Llevaba una ligera capa transparente con un estampado de copos de nieve tan único como ella misma.

Cuando terminó de construir su fortaleza y de crear su nuevo estilo, el sol estaba comenzando a alzarse por encima de las montañas. Elsa salió a uno de los balcones y gozó de la majestuosidad de su nuevo reino.

«A Anna le encantaría este lugar», pensó Elsa satisfecha.

Solo tenía que encontrarla.

Con la mirada puesta en el hielo y la nieve, Elsa intentó imaginar dónde podrían estar Gran Pabbie y el resto de los trols. Si no se escondían en lo alto de la Montaña del Norte, ¿dónde se encontraban? Dando toquecitos con los dedos sobre la barandilla de hielo del balcón, volvió a pensar en su visión. La noche que sus padres las habían llevado muy adentro en las montañas para encontrar a los trols, su padre se había guiado por un mapa.

«Piensa, Elsa. ¿Qué estaba buscando? ¿Adónde fuimos? Era una especie de valle.»

¡El Valle de la Roca Viviente! Había visto ese nombre en la carta. Ahí era donde debía de estar escondido Gran Pabbie. Basándose en lo que había tardado en alcanzar la Montaña del Norte, Elsa supuso que el Valle de la Roca Viviente estaría al menos a un día caminando desde allí y, para encontrarlo, tendría que descender de nuevo la montaña. Bostezó sin querer. Habían pasado días desde la última vez que había descansado. Necesitaba dormir, pero cuando se levantara comenzaría un nuevo viaje; uno que la conduciría hasta su hermana.

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