Frozen

Frozen


Capítulo diecinueve

Página 22 de 40

CAPÍTULO DIECINUEVE
Anna

—Es muy bonito —exclamó Anna mientras se subía al asiento al lado de Kristoff y admiraba su trineo.

Aquel era de una calidad mucho mejor que el de su padre. La mitad superior del trineo de Kristoff estaba fabricada en madera oscura reluciente, mientras que la parte inferior estaba pintada a mano en negro y rojo con triángulos en beis que delineaban el borde. El diseño le recordaba a unos dientes. Estaba claro que no se podía jugar con aquel trineo. Anna tiró su zurrón a la parte trasera, y aterrizó al lado del laúd rojizo de Kristoff, su zurrón y algunos materiales de montañismo.

—¡Cuidado! —ladró Kristoff—. Casi rompes mi laúd.

—¡Lo siento! —dijo Anna algo avergonzada—. No sabía que te fueras a traer el laúd a este viaje. No estoy segura de que vayas a tener tiempo de tocarlo en los próximos días.

Kristoff le lanzó una mirada reprobadora.

—Está en mi trineo porque es donde tengo todos los objetos personales de Sven y míos. Acabamos de terminar de pagar el trineo, así que, por favor, no rompas nada.

—Entendido, lo siento. —Anna cruzó las manos sobre su regazo dando gracias por haber encontrado sus manoplas antes de salir corriendo de casa. Solo estaba intentando conversar. ¿Cómo iba a saber que Kristoff no vivía en una casa como ella? Y allí estaba ella, escapándose de su casa sin permiso para intentar salvar Arendelle. Sus padres lo comprenderían; o eso esperaba.

Aunque, posiblemente, no saltarían de alegría cuando se enteraran de que se había marchado de Harmon con el repartidor de hielo, que era prácticamente un completo desconocido.

¿Qué estaría pensando?

¿Cómo una chica que jamás había salido de su pueblo iba a salvar un reino entero de una tormenta de nieve de verano tan inusual?

Confiando en su corazón, decidió. No sabía si era intuición o una corazonada, pero lo que sí sabía era que ahí fuera había alguien buscándola. Era eso o que la nieve ya estaba empezando a dejarla un poco pirada.

El trineo golpeó un obstáculo y ella se dio contra Kristoff. Se miraron fijamente unos segundos y sus mejillas empezaron a sonrojarse antes de que ambos desviaran la mirada. Anna se deslizó hacia el otro extremo para que no volviera a ocurrir.

—Agárrate —dijo él sin apartar la mirada del frente mientras azotaba las riendas—. Nos encanta correr.

Correr era exactamente lo que Anna necesitaba. Tenía que llegar a Arendelle, averiguar de dónde provenía ese tiempo y volver a Harmon antes de que sus padres empezaran a preocuparse. ¿A quién estaba intentando engañar? Seguramente, ya estarían preocupados.

«Relájate, Anna —se dijo a sí misma—. Concéntrate en tu plan e intenta disfrutar del paseo.» ¡Al fin estaba saliendo del pueblo! Anna subió los pies a la pared delantera del trineo de Kristoff.

—Me gusta correr.

—¡Oye, oye, oye! —Kristoff les dio un codazo a sus botas—. Baja los pies, que esto está recién pintado. ¿Es que te criaste en un establo? —Escupió en la madera y frotó el área donde habían estado apoyados los pies. La saliva voló hasta el ojo de Anna.

Anna se limpió la cara con el dorso de la manopla.

—No, me crie en una pastelería. ¿Y tú?

—Yo crecí no muy lejos de aquí. —Kristoff mantenía los ojos puestos en el camino—. Estate alerta. Tenemos que estar pendientes por si hay lobos.

Anna suspiró. No estaba dispuesto a desvelar nada sobre él, ¿verdad?

La realidad era que estaba viajando a Arendelle con un completo desconocido.

Bueno, no podría seguir siendo un desconocido por mucho tiempo. No, cuando tenían un viaje de dos días por delante para descender la montaña hasta Arendelle.

Cuando se hubieron cansado, acamparon en el granero de alguien. Kristoff ni siquiera preguntó si podían utilizarlo —«¿Quién va a salir con este tiempo a comprobarlo?»—. Se levantaron antes del amanecer para continuar su viaje. Anna observaba cómo Arendelle estaba cada vez más cerca. Cuando aquella tarde el castillo estuvo a la vista, estaba demasiado emocionada como para continuar hablando. Arendelle era exactamente como había imaginado en su mente. Incluso cubierto de nieve y hielo, el castillo se veía majestuoso arropado por las montañas. Y el pueblo que lo rodeaba era diez veces el tamaño de Harmon.

—¡Hala! Mira el fiordo —dijo Kristoff señalando al puerto.

Docenas de barcos estaban escorados en el agua congelada. Cubiertos de nieve y hielo, parecía un cementerio de navíos. El pueblo daba también escalofríos. A pesar de ser mitad de la tarde, no había nadie en la calle con ese tiempo. Por todos lados, los faroles y las banderas de color verde y dorado con la silueta de la princesa Elsa estaban totalmente congeladas.

—Deberíamos buscar el patio del castillo —sugirió Kristoff—. A lo mejor hay alguien allí que sepa lo que está pasando.

—Gira a la derecha en la carnicería que está al lado de los establos —dijo Anna sin pensar.

Kristoff la miró sorprendido.

—Pensaba que no habías estado nunca aquí.

La carnicería estaba justo en dirección recta. Los establos estaban al lado, pero ella estaba segura de que el patio se encontraba girando la esquina. Anna sintió que le subía un hormigueo por la espalda.

—Así es.

¿Cómo podía saber hacia dónde dirigirse?

Kristoff siguió las indicaciones de Anna hasta el patio del castillo. Había mucha gente reunida alrededor de una gran hoguera que ardía cerca de las puertas del castillo. Kristoff desmontó y le dio a Sven unas zanahorias.

—Veamos qué está pasando —sugirió Anna y le dio unas palmaditas a Sven en el lomo—. Buen trabajo, compañero. ¿Por qué no descansas un rato? —Sven parecía contento de obedecer.

Conforme se fueron acercando, Anna pudo ver a hombres en uniforme verde que ofrecían mantas y capas a los aldeanos que esperaban haciendo cola. Había también alguien indicándoles dónde podían recibir una taza de vino caliente especiado. Anna miró hacia arriba y se quedó sin aliento. El agua de la fuente se había congelado en medio del aire, formando una curva que era preciosa a la vez que asustaba. No había visto nunca congelarse el agua de aquella manera. En el centro de la fuente se erigía una estatua de bronce del rey, la reina y la princesa de niña. Anna se inclinó sobre la barandilla de la fuente para intentar verla más de cerca. En ese momento, alguien gritó.

—¡La futura reina ha echado una maldición sobre esta tierra!

Un señor bajito y escueto con gafas, bigote canoso y uniforme de militar estaba de pie en los escalones del castillo hablando para aquellos que quisieran escuchar.

«¿Futura reina? ¿Maldición?» Ahí estaba esa palabra otra vez. Anna se acercó a un grupo de personas que estaba de pie frente a él.

—¿Por qué habría de querer hacer daño a Arendelle? —preguntó alguien recibiendo un murmullo a su favor.

—No quería —interrumpió otro señor. Tenía el pelo castaño, era ancho por la zona de la barriga y su expresión era amable, no como la del señor bajito—. Querido pueblo, vuestra futura reina no os haría daño jamás. Estamos haciendo todo lo posible por encontrar a la princesa y detener este invierno. Como he dicho estos últimos días, el castillo está abierto a cualquiera que lo necesite. Tenemos suficiente comida y mantas para todos.

—No seas inocente —le ladró el señor bajito—. La comida se acabará pronto. No podemos sobrevivir en estas condiciones tan extrañas para siempre.

—No escuchéis al duque de Weselton —contraargumentó lord Peterssen—. Tenemos que mantener la calma.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó una mujer con un bebé acurrucado dentro de su capa—. ¡Con este tiempo he perdido todas las verduras de mi huerto!

—No estábamos preparados para un invierno en medio del verano —exclamó un hombre—. Ni siquiera hemos empezado a cazar para la temporada de frío. No habrá alimentos suficientes este invierno si el tiempo no cambia pronto.

El duque sonrió.

—¡No temáis! El príncipe Hans de las Islas del Sur nos salvará a todos.

La multitud aplaudió con poco entusiasmo, pero lord Peterssen murmuró algo y se marchó. Anna se alegró al enterarse de que supuestamente el tal príncipe Hans iba a salvarlos, pero ¿cómo? ¿Y de qué? ¿Podría cambiar el tiempo?

—Disculpadme, pero ¿quién es el príncipe Hans? —preguntó en voz alta.

—¿Qué estás haciendo? —masculló Kristoff en voz baja, pero con ímpetu.

—Obteniendo respuestas. —Anna le agarró la mano y lo arrastró con ella serpenteando entre la gente hasta que estuvieron justo delante de los escalones del castillo.

—¿No has escuchado nada? —preguntó el duque groseramente—. El príncipe lleva quedándose en Arendelle ya un tiempo y es un experto en los asuntos del reino. Ha tenido la gentileza de ofrecerse a arreglar esta situación. Tenemos que detenerla antes de que sea demasiado tarde.

—¿Detener a quién? —preguntó Anna.

El duque tiró hacia atrás los hombros.

—¿No viste con tus propios ojos lo que hizo? ¿Delante de una masa de gente tan grande concentrada para su coronación? ¡Casi me mata!

—No, lo siento, yo no vi nada —dijo Anna—. Acabamos de llegar de la montaña. Mi pueblo está allí arriba, muy lejos. —Señaló hacia un punto minúsculo que estaba casi completamente oculto—. Estábamos preparándolo todo para celebrar la coronación cuando irrumpió este inusual tiempo. También nosotros estamos preocupados por lo que está pasando. Es por eso por lo que estamos aquí, para encontrar respuestas. De forma que lo siento, pero ¿de quién estáis hablando?

—¡La princesa! —El duque saltaba de arriba abajo como un bebé—. ¡Es un monstruo!

—¿La princesa? —repitió Anna. El corazón le golpeaba de forma salvaje el pecho a la vez que un zumbido le apareció en los oídos. «Tengo que encontrarla», pensó de repente, pero no estaba segura de por qué pensaba que podría hacerlo—. ¿Por qué habría de haceros daño la princesa Elsa?

—No lo hizo —interrumpió lord Peterssen—. La princesa nunca haría daño a nadie. Estaba aterrorizada y huyó, pero regresará. Ella nunca abandonaría a su gente. —Miró al duque furioso—. Y preferiría que no llamarais monstruo a la futura reina.

—¡Congeló el fiordo! —exclamó un hombre—. No podemos entrar ni salir del puerto con nuestros barcos.

—¡Estamos atrapados a causa de ella! —gritó otra persona.

—¿Cómo voy a alimentar a mi familia si no puedo ir a buscar comida? —dijo una mujer sollozando mientras un bebé lloraba en la distancia—. Su magia ha congelado todo el reino. Si la situación no es mejor allá de donde vienen estas personas, estamos perdidos.

—Esperen —interrumpió Kristoff—. ¿Están diciendo que ha sido la futura reina la que ha causado esta tormenta de nieve? ¿Cómo?

—¡Brujería! ¡Magia negra! —acusó el duque—. Después de que sus poderes quedaran expuestos, huyó a través del fiordo, conjurando este invierno eterno. ¡Tenemos que detenerla! El príncipe Hans fue detrás de la princesa con la esperanza de hacerla entrar en razón.

—¿La princesa tiene poderes? —Anna estaba perpleja—. ¿Ha sido ella la que ha creado toda esta nieve y hielo? Pero si eso... ¡eso es increíble!

El duque la miró acortando la vista.

—¿Quién eres tú, niña?

Kristoff se enderezó inclinando su cuerpo ligeramente hacia el frente delante de ella, pero Anna lo apartó a un lado.

—Alguien que quiere detener este invierno tanto como vos —dijo Anna con firmeza—. Y no sé cómo amenazar a la princesa va a ayudar a nadie.

El duque estaba serio.

—Te sugiero que encuentres un lugar donde mantenerte caliente hasta que el príncipe Hans regrese. En estas condiciones, no lograrás volver a subir a la montaña. El frío es cada vez mayor. Este invierno no terminará hasta que no hayamos encontrado a la princesa y hagamos que acabe con esta locura. —Se dio la vuelta hacia el castillo y la muchedumbre comenzó a dispersarse.

—¡Esperad! —gritó Anna. El duque la ignoró. Había algo en ese hombre que no le gustaba—. ¿Esperáis que el tal príncipe Hans la encuentre solo? —Anna corrió detrás de ellos. Nadie la estaba escuchando—. ¡Esperad! —Se volvió hacia Kristoff. Él y lord Peterssen eran los únicos que estaban aún allí de pie—. Si la princesa ha provocado este invierno, ha tenido que ser por equivocación. ¡Tiene que sentirse muy indefensa!

Lord Peterssen se frotó las manos cerca de la hoguera para mantenerse caliente.

—Y asustada. Me imagino que habrá estado ocultándonos estos poderes por miedo a cómo reaccionaríamos; y la gente está tan atemorizada como se temía. Quizá, si regresara y se explicara... —Miró hacia el cielo, los copos de nieve cayéndole sobre el rostro—. Solo espero que la encontremos antes de que sea demasiado tarde.

Anna se quedó mirando fijamente de nuevo la estatua de bronce de la familia real que estaba cubierta de hielo.

—Su magia y lo que es capaz de hacer es tan bonito...

—Si se está preparado para este tipo de tiempo... —dijo Kristoff, que estaba de pie junto al fuego—. Nadie quiere ver la nieve en medio del verano.

—No, así es. —Lord Peterssen se frotó las manos para mantenerlas calientes—. Solo espero que el príncipe Hans la encuentre y la convenza de que regrese a nosotros para que podamos solucionar este problema.

—¿Tenéis alguna idea de adónde ha ido? —preguntó Anna.

—Yo no la vi huir —admitió lord Peterssen—, pero muchos la vieron atravesar corriendo el fiordo e ir en dirección a la Montaña del Norte. No es mucha información, lo sé. —Se frotó los brazos—. Si me disculpan, vuelvo al interior. Por favor, tomen algo de vino caliente especiado antes de su viaje de vuelta a casa. Esperemos que el tiempo cambie antes de que regresen.

—¿Regresar? Pero... —No podía volver aún. Ahora que sabía que la tormenta la había causado la magia, no podía olvidarse de todo y marcharse. Tenía que ayudar a devolver el verano y encontrar a la princesa.

Anna entendía por qué la princesa se habría asustado, pero ¿por qué dirigirse hacia la Montaña del Norte? ¿Había algo allí arriba? Sintió un hormigueo recorriéndole la piel. «Algo me dice que tengo que ayudarla.» Conforme más se iba acercando al castillo, más fuerte era esa sensación. Ahora, su instinto le decía que entrara en el castillo, pero eso no tenía ningún sentido. Si la gente estaba en lo cierto, Elsa ya estaría a medio camino de la Montaña del Norte. Aun así, al mirar hacia las ventanas iluminadas y los arcos del castillo, Anna sintió una fuerza magnética que la atraía. Sabía que había algo esperándola en el interior.

—¿Quieres un poco de vino caliente? —le ofreció Kristoff sacándola de sus pensamientos—. Nunca me ha gustado mucho, pero si vamos a comenzar el viaje de vuelta a Harmon para contarle a todo el mundo lo que está sucediendo, quizá deberíamos comer y beber algo antes. Y conseguir más zanahorias para Sven. —Vio a Anna pasar por delante de él—. ¡Oye! ¿Adónde vas?

Anna subió los escalones del castillo hasta la entrada. No había guardias a la vista y la multitud se había dispersado. Si tenía que llegar el momento perfecto para entrar, era aquel.

—¡Oye, oye, oye! —Kristoff se apresuró a cortarle el paso—. No puedes entrar así en el castillo real sin que te inviten.

—¡Me han invitado! Más o menos. ¿No ha dicho lord Peterssen que el castillo estaba abierto para todo aquel que lo necesitara? —Anna esquivó a Kristoff, pasó por debajo de su brazo y continuó subiendo la escalera. Seguía sin haber nadie vigilando. Podría entrar sin ser vista y, después... Bueno, ¿quién sabía? Lo que sí sabía era que tenía que entrar.

—Lord Peterssen se refería a si necesitábamos ayuda. —Kristoff se resbaló con un bloque de hielo que había en los escalones—. El vino caliente está fuera, a la entrada. No se refería a que pudiéramos entrar.

Pero ella tenía que entrar. Era como si aquel lugar estuviera llamándola. Podía sentirlo en lo más profundo de su ser, pero no sabía cómo explicárselo a Kristoff.

—Ni siquiera hay nadie custodiando la entrada. Es como si alguien quisiera que entráramos. Solo será un minuto. Simplemente quiero comprobar una cosa.

—¡Anna! —Kristoff intentó seguirle el paso.

Anna alcanzó el último escalón y abrió la puerta. En el instante en el que entró, sintió que la llenaba una sensación extraña de calma. Anna observó con detenimiento el techo alto abovedado en el vestíbulo que presentaba dos pisos de altura. La estancia tenía una escalera central con dos alas que desembocaban ambas en un rellano en el segundo nivel. Había retratos decorando las pareces en los dos pisos. «¿Por qué me resulta tan familiar esta sala? —se preguntó—. Yo no he estado aquí nunca.» Miró hacia arriba de nuevo al final de la escalera central y, de repente, le vino la visión de una niña de pelo cobrizo, en camisón y descalza, bajando la escalera corriendo y riéndose.

Anna se sobresaltó.

—Soy yo —dijo con voz suave y corriendo hacia la escalera.

—¡No subas! ¿Estás loca? —Kristoff la agarró del brazo, pero se calló en seco cuando vio su expresión—. ¿Qué ocurre?

La imagen se desvaneció. «Esto no tiene ningún sentido.» Las rodillas se le doblaron.

—¡Oye! —Kristoff la sujetó—. ¿Qué pasa?

—Pensaba... Yo... —Anna no estaba segura de cómo explicar lo que acababa de ver sin parecer que estuviera loca. Empezó a dar vueltas intentando ubicarse y divisó el retrato de la familia real. Anna se acercó más, mirando la pintura con curiosidad. «¿Freya?» Anna se quedó momentáneamente sin aliento de la sorpresa. La reina y Freya eran exactamente iguales. «¿Cómo es posible?», pensó alzando la mano para tocar la pintura. En ese momento, le vino una imagen. Se vio de pequeña sentada en un banco balanceando las piernas mientras alguien pintaba un retrato. «Anna, ¡estate quieta!», decía esa persona. Las piernas le flaquearon de nuevo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Kristoff.

—Es extraño, pero tengo la sensación de haber estado antes aquí. —Anna se agarró a su brazo para no caerse.

—¿Y es así? —le preguntó Kristoff con tono amable.

Anna lo miró. Con un hilo de voz le respondió.

—No.

—Deberíamos marcharnos —dijo él. Su tono era de preocupación.

Anna negó con la cabeza.

—No podemos marcharnos. Hay algo aquí que tengo la sensación de que estoy destinada a encontrar. —Se liberó de él y subió la escalera hasta el siguiente piso. Esta vez, Kristoff no se lo impidió. Sigilosamente, la siguió a lo largo del extenso pasillo pasando por delante de varias habitaciones. Anna podía escuchar el viento aullando al otro lado de las ventanas mientras subía otro tramo. De repente, se detuvo al toparse con una barrera de carámbanos dentados que bloqueaban el paso.

Kristoff tocó la punta afilada de uno de los carámbanos.

—¿Qué ha pasado aquí?

—Habrá tenido que ser la princesa cuando intentaba escapar —se imaginó Anna. Pero ¿qué podría haberla atemorizado? El hielo que había creado era casi como una escultura en forma de espiral convertida en algo que Anna no conseguía identificar. Nunca había visto nada parecido a aquello—. No sabía que el invierno pudiera ser tan mágico.

—La verdad es que es precioso, ¿a que sí? —dijo alguien detrás de ellos—. Pero con muy pocos colores. ¿Sabéis? ¿Qué tal un poco de color? ¿Es necesario destruir la alegría de los colores tiñéndolo todo de blanco?

Anna y Kristoff se dieron la vuelta y, automáticamente, pegaron un salto atrás. La persona que hablaba era un muñeco de nieve andante y parlante, con unas piernas cortas y rechonchas, un trasero regordete, cabeza ovalada, dientes y una nariz de zanahoria. Una nube con su propia nevada lo acompañaba a todos lados.

—Se me ocurre a lo mejor un carmesí, un verde lima... —El muñeco de nieve seguía parloteando mientras se acercaba a ellos—. ¿Qué tal un amarillo? No, amarillo no. ¿Amarillo y nieve? Mmm... no pegan. ¿No os parece? —Miró a Anna y parpadeó.

Anna soltó un grito y, en un acto reflejo, le dio una patada a su cabeza, que se despegó del cuerpo y aterrizó en los brazos de Kristoff.

—¡Hola! —dijo la cabeza.

—¡Qué mal rollo! —Kristoff le lanzó la cabeza del muñeco de nieve a Anna.

—¡Yo no la quiero! —Anna se la tiró de nuevo a él.

—¡Es tuya! —Kristoff se la mandó a ella otra vez.

—Por favor, no me tiréis —dijo la cabeza mientras el cuerpo corría hacia ella agitando unos brazos hechos de ramitas.

Anna se sintió mal.

—Lo siento. No lo haré. —Estaba hablándole a un muñeco de nieve. ¿Cómo era eso posible?

—Está bien —dijo la cabeza—. Hemos empezado con mal pie. ¿Puedes volver a unirme? —El cuerpo esperaba pacientemente a su lado.

¿Iba en serio el muñeco de nieve? Con cuidado, Anna se inclinó hacia su cuerpo con la cabeza.

—¡Puaj! —exclamó Anna mientras le colocaba de nuevo la cabeza en su sitio. Con el apuro, se la puso al revés.

El muñeco de nieve parecía confundido.

—Esperad, pero ¿qué es lo que veo? ¿Por qué estáis colgando bocabajo como si fuerais murciélagos?

Anna se arrodilló.

—A ver, espera un momento. —Le dio la vuelta a la cabeza hasta colocarla bien.

—¡Oh! ¡Gracias! —dijo el muñeco de nieve—. ¡Ahora ya estoy perfecto!

Anna no estaba segura de que todo fuera perfecto.

Estaba nevando en pleno verano, la princesa tenía el poder de crear hielo, estaban hablando con un muñeco de nieve y ella estaba teniendo la sensación de déjà vu más extraña del mundo en medio del castillo de Arendelle. Se quedó mirando intensamente al muñeco de nieve. Él también le resultaba familiar, desde la forma de la cabeza hasta los brazos y el pelo hecho con ramitas. «¡Es el muñeco de nieve de mis sueños!», en ese momento cayó en la cuenta. «Mis galletas están inspiradas en él. ¿Cómo es eso posible si acabo de verlo por primera vez?» Anna comenzó a hiperventilar. Kristoff la miró extrañado.

—¡No era mi intención asustarte! Vale, vamos a empezar otra vez —le dijo el muñeco de nieve—. Hola a todos. Soy Olaf y me gustan los abrazos calentitos.

Anna intentó calmarse de nuevo.

—Olaf —repitió Anna. «Este nombre lo conozco, pero ¿de qué?»

—¿Y tú eres...? —Olaf la miró pacientemente.

—Oh... eh, soy Anna.

—¿Anna? Ajá. —Olaf se rascó la barbilla—. Creo que se supone que tenía que recordar algo sobre una tal Anna, pero no estoy seguro de lo que era.

El corazón de Anna empezó a latir más rápido otra vez. Se acercó más a él.

—¿De verdad?

—¿Y tú eres...? —le preguntó Olaf a Kristoff mientras este le quitaba uno de sus brazos en forma de ramita.

—Fascinante —murmuró Kristoff mientras el brazo que tenía en la mano seguía moviéndose a pesar de no estar pegado al cuerpo de Olaf.

—Él es Kristoff —respondió Anna—. Hemos venido juntos. —Observó al muñeco de nieve que seguía moviéndose de arriba abajo. Si Elsa podía hacer hielo, era posible que también fuera capaz de crear un muñeco de nieve parlante y andante—. Olaf... ¿fue Elsa quien te hizo?

—Sí. ¿Por qué? —respondió Olaf.

«¡Vamos progresando!»

—¿Sabes dónde está? —Anna aguantó la respiración.

—Sí. ¿Por qué? —preguntó de nuevo Olaf.

Las manos le empezaron a sudar. Las cosas parecían ir cuadrando. Parecía que tenían algo con lo que empezar. Olaf sabía dónde encontrar a la princesa.

—¿Podrías mostrarnos el camino?

Kristoff dobló la ramita. En lugar de romperse, volvió a su forma original.

—¿Cómo funciona? —interrumpió. La ramita le dio un tortazo en la cara.

—¡Eh! —Olaf le quitó de un gesto rápido el brazo y se lo insertó de nuevo en su cuerpo—. Estoy intentando centrarme. —Miró a Anna otra vez—. Sí. ¿Por qué?

—Yo te diré por qué. Necesitamos que Elsa nos devuelva el verano —dijo Kristoff.

—¡El verano! —suspiró Olaf—. Ay, no me preguntes por qué, pero siempre me ha encantado la idea del verano, y del sol, y de las cosas calentitas.

—¿En serio? —dijo Kristoff a punto de reírse—. Me da que no sabes mucho sobre el calor.

—¡Claro que sí! —respondió Olaf—. He vivido la primavera, el verano, el otoño y el invierno, pero siempre desde la ventana de Elsa. —Suspiró—. A veces me gusta cerrar los ojos e imaginarme cómo sería sentir el tiempo fuera del castillo. O incluso fuera de los aposentos de Elsa, que supongo que es lo que estoy haciendo ahora. No podía esperar más. Elsa no volvió después de que Hans y el duque vinieran a por ella, así que quería ir a buscarla. —Miró a Anna—. Ella te estaba buscando.

—¿A mí? —Anna retrocedió y se chocó con Kristoff—. Si ni siquiera me conoce. —El corazón le palpitaba tan rápido que parecía que se le fuera a salir del pecho. En su cabeza, volvieron a aparecer aquellas imágenes. Oyó a la niña pequeña que había visto en la escalera riéndose y vio, de nuevo, la imagen de ella misma en un banco mientras alguien la pintaba. Nada de eso había pasado. Anna no había estado nunca en Arendelle ni dentro del castillo, sin embargo, eso también le resultaba familiar. Y ahora había encontrado a Olaf. Parecía que todo aquello estaba destinado a ocurrir. No estaba segura de por qué Olaf pensaba que la conocía, pero su corazón le decía que podía ser verdad.

—¿Estás segura? —inquirió Olaf.

—¿Olaf? ¿Nos ayudarás a encontrar a Elsa? —Anna le tendió la mano. Olaf la cogió y fue tambaleándose por el pasillo hasta la escalera—. ¡Vamos! Elsa está en esta dirección. ¡Vamos a recuperar el verano!

Kristoff iba sacudiendo la cabeza siguiéndolos.

—¿En serio vamos a hacerle caso a un muñeco de nieve parlante?

Anna volvió la cabeza para mirarlo.

—¡Sí! Aún no podemos regresar a Harmon. No, si podemos ayudar a encontrar a la princesa y detener este invierno.

Kristoff suspiró.

—Bien, pero a Sven no le va a gustar nada esto.

Anna echó un último y largo vistazo al castillo. Tenía la sensación de que volvería. Aún no estaba segura de cuál era su propósito en todo aquello, pero algo le decía que encontrar a Elsa le daría todas las respuestas que necesitaba.

Estaba tan ensimismada que no se percató de que el duque estaba oculto, observando a aquel trío tan extraño abandonar el castillo.

Ir a la siguiente página

Report Page