Frozen

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Ella sonrió, asintiendo. Solo esperaba que el novio de la chica se diera cuenta de dónde estaban. Si es que no le hacían daño a él también.

* * * *

Ravn entró en la casa donde supuestamente había desaparecido el novio de la chica y echó un rápido vistazo. Sí que había sangre, y al tocarla, descubrió que seguía cálida. «¿Qué le han hecho al pobre diablo? ¿Y a Sander?»

Estaba claro que allí no existían las casualidades, y que si la gente desaparecía era un por un motivo de peso. «Y yo dejando solas a dos mujeres, menudo imbécil».

Corrió a salir de la casa, pues no había pistas en ella, y tuvo que detenerse en el vano de la puerta al sentir un mareo. Todo le daba vueltas, por más que enfocaba un punto, seguía viendo borroso. La lengua se le pegó al paladar, y el corazón le latía de forma desbocada. Algo iba muy mal.

Se llevó una mano al pecho, y cuando cerró los ojos, todo su mundo se vino abajo, y con él, su cuerpo. Chocó contra el suelo, incapaz de moverse, y cuando quiso darse cuenta, nada respondía a sus órdenes. Hasta que la oscuridad se lo tragó por completo.

Dora, que iba bajando por allí con tranquilidad, se dio cuenta de todo, y no pudo más que agradecer su suerte. Esa vez el veneno de Barneys había actuado más deprisa, aunque el muy incompetente le hubiese dejado alejarse tanto de la taberna. Sería complicado para ella llevar un hombre de setenta kilos inconsciente, pero valía la pena el esfuerzo. Esa noche se daría un banquete con él. Ya le rugían las tripas de hambre.

 6

El primero en despertar fue Ravn. Se llevó una mano a la cabeza, aturdido y desorientado, y se incorporó lentamente al descubrir que el cuerpo le pesaba demasiado. Enfocó con la mirada su alrededor, buscando respuestas, hallando únicamente a una Allie profundamente dormida y una desconocida que les daba la espalda.

—¿Quién eres? —preguntó con voz pastosa, notando un sabor amargo en la boca.

La chica, contenta de que al fin uno de los dos hubiese recuperado el conocimiento, se giró para mirarle. Y quedó boquiabierta al toparse con los ojos dorados de Ravn. Eran impresionantes.

—Ho-Hola —saludó—. Gracias a Dios que estás vivo. Pensé que era la única superviviente.

—¿La única qué?

—Bueno, se ve que alguien os drogó. El tipo ese y su novia. No sé qué buscan, pero hablaban de un ritual y de una cena…

Ravn no entendía nada. Pasó una mano por su rostro, esperando que su mente fuera despertándose poco a poco. Miró a Allie y, sin pensarlo demasiado, le apartó el pelo del rostro.

Tenía la mejilla derecha sucia. Sonrió, sintiendo una cálida sensación en el pecho, que le sacudió por entero, y le quitó todo rastro de tierra. Nada ni nadie debía ensuciar aquella hermosa mujer. Ni siquiera él.

—Tienes una novia muy guapa —comentó la desconocida.

—¿Tú crees? —sonrió a medias—. No es mi novia, pero sí que es guapa. Demasiado, en realidad.

—Oh, lo siento. Pensé que vosotros… —los señaló a ambos con el dedo—. En fin, parecéis muy compenetrados.

Quiso soltar una sonrisa amarga. ¿Compenetrados ellos dos?

En absoluto. Allie lo odiaba con toda su alma, y él solo podía agachar la cabeza y recibir cada grito de ella sin rechistar. Porque se lo merecía.

—Intenta no decirlo en voz alta cuando despierte, tiende a enfadarse por ello.

—Captado —sonrió a medias, con timidez.

Él se sentó en el suelo, que es donde estaban, y observó la pequeña habitación. Estaba sucia, no había ventanas, y la única luz procedía de un candelabro colocado estratégicamente junto a la puerta. Lo demás no era más que una habitación impersonal donde la gente solo podía pasar frío, hambre y sed.

—¿Dónde estamos?

—No estoy segura. Pensé que el chico quería ayudarnos, pero se ve que cometí un error al confiar en él. Cuando quise darme cuenta nos habían encerrado en este lugar.

—¿De qué chico hablas? —preguntó.

—Uno rubio, muy guapo —entrecerró los ojos mientras recordaba su aspecto— y con las uñas pintadas de negro.

Ravn sintió que el corazón le daba un vuelco. Conocía a ese tipo bastante bien, porque era quien le había ofrecido comida hacía unas horas. ¿Por qué, entonces, los había encerrado allí? Carecía de sentido.

—¿Cuánto tiempo llevamos aquí?

—No sé, unas cuatro horas —dijo ella.

—Joder —masculló, frotándose la frente con la mano—. Estamos perdiendo demasiado tiempo. Está claro que estos tipos no quieren que salgamos ahí fuera. Pueden ser los culpables de la desaparición de Sander.

—¿Sander? ¿Es tu amigo?

—Sí. Desapareció al poco de llegar a FROZE. También encontramos sangre en el lugar donde se lo llevaron, lo cual implica que hay una conexión con la desaparición de tu novio.

—Therus… —murmuró ella, asustada. Llevaba horas pensando en cómo le encontraría y saldrían de allí. Había demasiadas trabas—. ¿Dónde crees que estarán?

—No lo sé —admitió, enfadado consigo mismo—. Vine aquí a investigar y me encuentro encerrado en una maldita celda. Apesta.

Ella sintió lástima del hombre, lo estaba pasando tan mal como ella. Se mordió el labi inferior, sin saber muy bien qué más decir, hasta que cayó en la cuenta de lo que habían descubierto ella y la mujer inconsciente antes de que apareciera el tipo rubio.

—Hay un edificio central en mitad de la ciudad, atraviesa el techo y tiene la misma estructura que la central de FROZE. Ella —señaló a Allie— pensó que si nos colábamos dentro podríamos subir a FROZE y escapar.

Ravn no pudo evitar sonreír con orgullo. Allie aprendía bien de métodos de infiltración, desde luego. La miró de nuevo, con el rostro relajado, y ardió en deseos de besarla otra vez. Necesitaba recordar por qué se enamoró de ella en el pasado. Por qué había sido el centro de su universo.

—Es una gran idea. Aunque empecemos por el principio: escapar de aquí.

—Me parece bien —dijo, asintiendo. Luego estiró el brazo y añadió—: Me llamo Kelly, por cierto. Encantada.

—Ravn —contestó, estrechando su mano—. Y ella es Allie.

Escucharon varios ruidos al otro lado de la puerta, así que se acercaron a inspeccionar. Ravn todavía se sentía mareado y débil, pero si quería conseguir algo, tendría que ignorar el estado actual de su cuerpo y hacer lo que haría un policía en peligro.

Pegó la oreja a la puerta y escuchó con atención. Desde el otro lado llegaban varias voces amortiguadas. Solo pudo captar algo sobre preparativos de algún tipo. Chascó la lengua, apartándose, y miró a Kelly.

—¿Has oído algo más?

—No. La chica te trajo a cuestas y luego nos encerraron aquí. No ha vuelto a venir nadie.

—Parece que quieren algo de nosotros —comentó, pasándose una mano por la barbilla, donde empezaba a nacer la barba—. La cuestión es: ¿qué?

Kelly exhaló un largo suspiro. Le costaba pensar con claridad estando tan cansada y hambrienta. Por no hablar de la preocupación que le llenaba el pecho de punzadas. ¿Dónde estaría Therus en ese momento?

—Pensemos en un plan para cuando vengan —dijo ella de pronto, alejándose de la puerta—. No he visto mucha gente en la taberna, para nosotros tres debe ser fácil reducirlos.

Ravn pensó que sería buena idea. Al menos podían intentarlo.

—Vale. Pero primero despertemos a la Bella Durmiente. Ella también forma parte de la estrategia de defensa —dijo, suspirando.

* * * *

Freyka llegó a casa de su hermana con el corazón pesado. Le había contado toda la historia por teléfono, y aunque el «ya te lo dije» de su hermana no le había sentado bien, necesitaba ver a alguien conocido para no seguir metida en la cama, llorando.

—¡Freyka! —saludó Hemrei, su hermana, abrazándola con fuerza—. ¡Qué ganas tenía de verte!

—Y yo también a ti —admitió, aspirando su aroma a vainilla—. Necesitaba esto con urgencia.

Hemrei sonrió, echándose a un lado, y la dejó pasar. Freyka se acomodó en el sofá pequeño, recorriendo con la mirada el diminuto apartamento de su hermana. Hacía más de medio año que no estaba allí, y nada había cambiado. Ni siquiera las cortinas azul oscuro que colgaban pesadamente e impedían las miradas curiosas de los vecinos.

—Y dime —gritó desde la cocina, mientras servía un poco de café—, ¿has hablado ya con Ravn?

—No, lo cierto es que no —dijo, reprimiendo las ganas de llorar que sentía—. Parece tener el móvil apagado.

—Así que te has rebajado a llamarle —chasqueó la lengua, ocupando un sitio en el sillón de enfrente. Dejó los cafés en la mesita y la taladró con la mirada—. Eres muy tonta. En principio ni siquiera tenías que haberte marchado.

—¿Crees que no lo sé?

—Le quieres, y por una discusión estúpida has terminado con él. No sé de dónde sacas esas cosas —suspiró.

Freyka tomó su taza de café y bebió un sorbo. La verdad es que ella tampoco comprendía por qué había tomado esa decisión.

—Sabes que él no regresará a por ti —siguió diciendo Hemrei—. Dejó plantada a su ex prometida, y no le importó. Una relación tan superficial como la vuestra le causará aún más indiferencia.

—Lo nuestro no es superficial —espetó, defendiendo lo que habían tenido—. Es solo que… Dios mío, ¿por qué le importa tanto su trabajo? ¿Por qué no es capaz de prestar atención a su alrededor?

—Porque alguien como Ravn solo piensa en sí mismo —concluyó Hemrei.

Freyka se negaba a aceptar eso. Él la había querido, estaba segura, aunque no tanto como a su ex prometida. No conocía la identidad de la mujer, pero sabía que la había querido con locura. Con devoción. Y eso había hecho mella en su relación, aunque fuese de forma superficial.

Molesta, apretó con fuerza la taza, sintiendo una leve molestia debido a lo caliente que estaba el café.

—Bueno, ¿y los niños? —preguntó—. No los veo por ningún lado.

—Eso es porque Iss ha venido a por ellos. Algo bastante extraño, teniendo en cuenta que ni se acuerda de que tienen que comer —sonrió con amargura—. Estoy pensando seriamente en marcharme de Irlanda.

—¿Y a dónde irías?

—España, Francia, ¿qué más da? Cualquier sitio lejos de aquí es buena idea.

Freyka se sintió algo mal sabiendo que estaba tan centrada en su relación fallida que ni siquiera se había interesado por su hermana, la cual lo pasaba peor. Su ex marido le había destrozado la vida, abandonándola con dos niños pequeños y sin trabajo.

No estaba muy segura de cómo conseguía seguir adelante, pero viendo que ella tuvo que caer en la prostitución no quería preguntarle. Le asustaba la respuesta.

—No te vayas, ahora estoy aquí —murmuró.

Hemrei la miró fijamente, sus ojos castaños brillando de una forma que Freyka no supo interpretar.

—Sí, ahora estás aquí, y espero que para mucho tiempo.

Freyka deseó no pensar en ello. No quería ponerse peor. Si volvía a Irlanda solo significaba una cosa: tendría que visitar la casa de Frank y pedirle que la readmitiera de nuevo. Porque alguien como ella, que solo había conocido una cosa en su vida, no podía pretender encontrar trabajo en otro lado. Ni siquiera de repartidora del periódico. ¿Quién querría a una ex prostituta para algo así?

* * * *

—Bueno, al fin despiertas —Ravn sonrió con burla, ayudandándola a levantarse—. ¿Cómo te encuentras?

—Confusa —murmuró, llevándose una mano a la cabeza al notar que todo le daba vueltas—. ¿Por qué huele a moho?

—Porque estamos en una habitación llena de moho —dijo él, pasándole su chupa de cuero por los hombros—. Abrígate. Lo último que nos falta es que te enfríes.

Ella agradeció enormemente tener algo caliente que impidiese al frío calarle los huesos, pero no pensaba decírselo. El Ravn caballeroso solo era una máscara que se ponía en el rostro cuando le convenía.

—Y bien, ¿alguien me explica lo que ocurre?

Ravn se lo resumió todo y, al final, añadió:

—Kelly y yo hemos decidido enfrentarles para sacárnoslos del medio.

Allie miró a la mujer, y se sintió mejor al saber que estaba bien.

—¿Algún plan al respecto?

—Sí —Kelly sacó una daga plateada que tenía guardada en su costado—. Pelear.

Allie parpadeó, sorprendida. «Vaya, sí que viene preparada».

—¿Y tú? —interrogó, mirando a Ravn.

—Mis puños son de acero, Bella Durmiente —sonrió con chulería—. Tú usa tu pistola y no habrá problemas.

—No quiero disparar a sangre fría, Ravn —suspiró, pasando los brazos por las mangas de la chaqueta. De repente, el olor de él la golpeó con fuerza, y sintió que las piernas se le doblaban.

«Demonios, sí que me lo pones difícil, Destino».

—Ellos no durarán en hacerte daño, no lo hagas tú tampoco. Sólo estás defendiéndote. Aunque si podemos escapar sin matar a nadie, sería mucho más conveniente. No quiero enfrentarme a los dirigentes de FROZE tan pronto.

Kelly asintió, de acuerdo con él.

—Es la mejor opción que tenemos —aseguró—. No me agrada todo esto, pero necesito salvar a Therus.

—Lo entiendo —aseguró Allie. Pasó una mano por su corsé, notando que le apretaba demasiado las costillas—. Nosotros también tenemos que ajustar cuentas con los de arriba.

Kelly se abstuvo de preguntar acerca de sus motivos, prefería que saliera de ellos el hablar sobre el asunto o no. Por ahora, lo único que sabía de ellos dos era que podía fiarse, y que si quisieran hacerle daño, ya se lo habrían hecho, a esas alturas.

Pasaron cerca de dos horas allí parados, sin escuchar y sin hablar nada, esperando pacientemente a que sus captores decidieran venir. Habían perdido la esperanza cuando la puerta se abrió con un crujido y por ella apareció el tabernero rubio, seguido de Dora, la chica de la pensión.

—Vaya, veo que ya estáis despiertos. Eso facilitará las cosas —comentó Barneys con una sonrisa carente de emoción—. Por favor, seguidnos.

—No lo creo —Ravn se adelantó, protegiendo a los dos mujeres con su cuerpo—. Primero de todo queremos saber por qué haces esto.

—Todo a su tiempo —respondió con sencillez—. Por favor —insistió, señalando la puerta—, tenemos cosas de las que ocuparnos.

Ravn echó un vistazo al tabernero y a la mujer, y decidió elaborar un plan rápido. Si ellos pensaban que colaboraban, podrían tomarles por sorpresa una vez arriba, donde sería más fácil huir.

—Está bien —accedió—. Vamos, chicas.

Kelly y Allie intercambiaron una rápida mirada, frunciendo el ceño, intentando comprender qué había cambiado de pronto.

Siguieron los pasos de Ravn escaleras arriba, tensas por notar la presencia de Barneys tras ellas, vigilándolas.

Llegaron a la taberna, donde había una mesa redonda justo en medio, con dos pistolas a cada lado, y se detuvieron. Dora miraba a Barneys con verdadera devoción. No era amor lo que brillaba en sus ojos, pero existía algo mucho más grande, cálido e intenso que le imposibilitaba la opción de romper el vínculo que le unía a él. Allie tragó saliva nada más darse cuenta, porque ella misma, hacía algún tiempo, había mirado a Ravn con la misma intensidad. Aunque él jamás lo hubiese percibido.

—Sentaos —ordenó Barneys, señalando la mesa presidencial.

Hicieron lo propio, colocándose en las tres sillas que había, mirándose los unos a los otros mientras se preguntaban, sin emitir sonido alguno, qué ocurría. Pero ninguno lo sabía. Solo podían mirar las pistolas que estaban allí y que reconocieron como las suyas. «No sé cómo no he caído antes», pensó Ravn, cabreado consigo mismo.

—Bien —empezó a decir Barneys, uniendo las yemas de los dedos, como acostumbraba a hacer cuando estaba pletórico—, esto va a ser muy divertido. Hacía mucho tiempo que no teníamos el placer de llevar a cabo nuestro ritual favorito.

—No voy a preguntar cuál es —dijo con ironía Ravn, mirando fijamente al tipo.

Barneys sonrió, frívolo.

—Aquí no actuamos por nada personal, pero nos encanta jugar con los forasteros que caen aquí abajo por casualidad. No son demasiados, así que debemos esperar largo tiempo para poder jugar con ellos.

—No comprendemos cómo os habéis separado del grupo actual —siguió diciendo Dora—, se supone que tienen mucha vigilancia allí arriba. Pero si no han dado ninguna voz de alarmaes porque les dais igual, no sois importantes para la corporación, y, por tanto, podemos usaros tranquilamente.

Allie notó que se le ponía el vello de la nuca en punta. ¿Dónde se habían metido? Sonaba demasiado a película de serie B.

—A nosotros nos encanta la carne fresca. Es mucho mejor que los que ya no pueden soportarlo más y abandonan este mundo de forma voluntaria. Cuando uno de vosotros está al límite, resulta muy apetecible. Aunque haya que sacrificar a otro.

—¿Y cómo lo hacéis, exactamente? —preguntó Kelly.

—Oh, muy fácil. Ya lo veréis. El espectáculo va a ser inolvidable para vosotros.

La chica sacudió la cabeza. «No quiero momentos inolvidables, sino vivir y encontrar a mi novio». Miró a Allie y vio que ella temblaba ligeramente. No estaba acostumbrada a meterse en ese tipo de cosas. Ravn, en cambio, jugaba bien sus cartas escondiendo lo que sentía muy dentro de sí mismo.

—¿Exactamente qué sois? —Ravn alzó una ceja cuando habló.

—Lo mismo que vosotros, pero mucho mejores. Nada que debáis conocer. Si nos escondemos es precisamente porque no estáis preparados para una verdad tan descomunal —explicó Dora.

Seguía sin entender nada, y estaba seguro de que no lograría sonsacarle información allí delante, con tantas personas en medio. Si quería ganársela tendría que jugar de otra forma. Solo tenía que averiguar cómo.

—Dora, evita decir ese tipo de cosas delante de ellos —le reprochó Barneys, adelantándose—. No tienen por qué saber nada. Eso les alterará más.

—Lo siento —se disculpó ella, en actitud sumisa—. No volverá a ocurrir.

Barneys chasqueó la lengua.

—Ve a por ello, Dora. Yo me ocuparé de poner orden aquí.

—¿Estás seguro de que podrás?

—¿Dudas de mí?

—No. No.

—Bien, entonces haz lo que te digo —insistió—. No tenemos demasiado tiempo esta noche.

Dora asintió, echó un último vistazo a la mesa y se marchó de allí. Barneys, quedándose solo, sonrió y tomó una de las pistolas en la mano, intuyendo que aquél ritual sería el mejor de todos los celebrados, porque la chica de ojos zafiro escondía un secreto muy grande en su interior. Y él pensaba aprovecharse de ello.

* * * *

Kado, aburrido, miró el monitor de la central. No había nada extraño, como ya sabía, pero después de su último error el presidente había decidido impedirle la salida a menos que alguien accediera a sustituirle un momento. Una verdadera mierda, teniendo en cuenta que él tenía necesidades.

Tomó la lata de cerveza que tenía allí encima y dio un trago, arrugando la nariz. Se había calentado con el paso del tiempo.

Estar allí encerrado, sin aire acondicionado y con la única compañía inexcusable de las cámaras, su vida no era más que una pérdida de tiempo. Hacía tanto tiempo que no encontraba una pareja sexual que lo único que le quedaba era el recuerdo de todas las que habían pasado por la cama, y ni siquiera eso le satisfacía ya.

—¿Molesto? —preguntó una voz femenina nada más abrir la puerta y encontrarle volcando la cerveza en la papelera.

Kado miró a la mujer, y sus ojos se expandieron tanto que ella no pudo evitar soltar una risita. «Ah, qué encantador».

—¿Qué haces tú aquí? ¿Lo saben los demás?

—No. He logrado colarme, ha sido bastante fácil —admitió, esbozando una tímida sonrisa—. Tenéis una barrera de seguridad muy pobre en esta ciudad.

—No nos hace falta un escuadrón de defensa, en realidad. Nuestras armas son otras —le recordó.

Ella asintió, dándole la razón. Ya había caído en eso.

—¿Todavía sigues relegado en la sala de cámaras?

—Es obvio que sí —replicó de mala gana.

—Deberías enfrentarte a Essei y decírselo —dijo, sentándose en la silla que Kado usaba en sus largos días y noches—. Eres un buen hombre, serías más necesario en otro lado.

—Painei, tu buena intención me abruma —dijo con un leve tono irónico, cruzándose de brazos—. ¿A qué has venido, en realidad?

—¿No puedo hacerte visitas de cortesía?

—No, tú no.

Painei suspiró, acomodando la espalda en la enorme silla de cuero. Su pelo dorado se esparció por el negro cuero, y sus ojos azul claro, como dos pedazos de hielo, se clavaron en el hombre.

Kado tragó saliva.

—Lástima. Antiguamente te gustaba jugar conmigo.

—Tú y yo nunca hemos jugado. Solo tú me jodiste. Porque, a fin de cuentas, eres hija de quien eres, y eso te convierte en una zorra sin escrúpulos.

Painei borró todo rastro de sonrisa de su rostro. Colocó sus manos sobre sus rodillas dobladas, evaluando la situación. Podía levantarse y castigar a ese hombre por su osadía, pero entonces todos sabrían de su presencia allí, y eso era lo último que quería.

—Eres un desagradecido, Kado. Te di todo lo bueno que tenía.

—¿Tu virginidad? No me hagas reír —bufó—. Ni siquiera sé si lo eras o solo fingiste serlo.

—Eso te jode aún ¿eh? Pensar que te mentí y fui de muchos otros antes que tuya.

Vio la verdad en los ojos castaños del hombre, y sonrió con amargura. «Maldito —pensó—, yo te di todo mientras tú solo buscabas ascender en tu trabajo».

—Eres muy evidente, Kado. Siempre lo has sido, por eso te rebajaron al chico de las cámaras. Cosa que agradezco en este mismo instante, porque todo esto te jode más que cualquier represalia que yo pueda tomar en tu contra.

—Chica lista —torció la boca en una mueca—. Veo que vas aprendiendo a pasos agigantados. Pronto serás igual que tu padre.

—Espero que no, Kado. Quiero ser mucho más grande que él —aseguró—, de esa forma podré aplastarte a ti y a cualquier otra persona sin muchas dificultades. No sabes cómo detesto venir aquí y ver que, después de tanto tiempo, sigues culpándome de tus errores. ¿No te enseñaron de pequeño a asumir las consecuencias de tus actos?

—Vamos, Painei —rió él—, ambos sabemos que tú tuviste parte de culpa del fallo del plan. Tu egoísmo es tan grande que echaste por tierra el trabajo duro de esta empresa. ¿Sabe tu querido novio que la culpa fue tuya? ¿Y que te follas a otros?

Painei se incorporó de golpe, y nada más acercarse a él le propinó una bofetada. Kado dejó de reír, asombrado. De todas las veces que había estado con esa mujer, esa era la primera bofetada de ella que le había dolido más en el corazón que en la mejilla. « Maldita seas».

La tomó de las caderas y la sentó sobre la mesa de madera donde tenía un montón de papeles y vasos vacíos. Ella gimió cuando él le abrió las piernas, acomodando sus caderas entre ellas. Buscó sus labios con desesperación, y cuando la besó, el mundo dejó de existir para ambos.

Kado le subió el mini vestido que llevaba sin delicadeza, exponiéndola a su cruda mirada. Painei sonrió, orgullosa, cuando él se mordió el labio inferior, derritiéndose ante su cuerpo. Aquella mujer era su debilidad, y lo sería siempre.

Tomó su rostro entre las manos y volvió a besarla. Ella, extasiada, le desabrochó los pantalones e introdujo la mano entre sus bóxers, buscando su juguete favorito. Kado gimió, echando la cabeza hacia atrás.

—Así es como sigue gustándote ¿eh? —ella rió suavemente, mordiéndole la barbilla—. No puedes resistirte a mí. Cuanto peor te trato, más me buscas. Eres un jodido imbécil.

—¿Y qué hay de ti, Painei? —él le lamió el labio inferior, notando cómo ella arqueaba la espalda y agarraba con más fuerza su verga—. ¿Tienes que acudir a mí a que te folle como te gusta porque tu jodido maridito es un negado en el sexo?

—No hace falta que hablemos de él, Kado. Tómame y ya está. Es lo que deseas. Lo que deseamos —añadió cuando él inclinó la cabeza y le mordió fuertemente el hombro. Soltó un grito, y se pegó más a su cuerpo en un acto reflejo.

Kado no pudo más que darle la razón. En todo. Painei era su locura, su debilidad, la única en el mundo capaz de destruirle. Y ambos lo sabían, por eso jugaban a tirar de una cuerda que podía romperse en cualquier momento, dejando una evidencia enorme de la relación que mantenían. Mucho más profunda que un puñado de golpes y polvos.

Él se sacó la camiseta y los pantalones, mientras que Painei, con la mente nublada por el deseo, solo pudo acertar en besarle de nuevo, mientras Kado, siempre servicial, le pasaba una mano por la espalda, atrayéndola.

—Suerte que aquí no hay cámaras, Painei, o toda tu reputación se iría a la mierda —susurró antes de tomarla allí mismo, escuchando sus jadeos.

De pronto dejó de existir el mundo para ellos. Solo se escuchaban sus gemidos entrecortados, los golpes secos y el crujido de la mesa. Ella se entregó por completo, y él le dio todo lo que tenía. Kado sonrió al verla tan entregada, incluso más que otras veces, como si hubiese estado esperando aquello con ansias. Clavó las uñas en su piel, mordió sus labios y tiró de sus mechones de pelo corto, extasiada. Llegaron juntos al orgasmo, quedando allí, estáticos, escuchando la respiración del otro.

Painei ronroneó, encantada por tenerle donde quería. Daba igual lo que dijera Kado acerca de ella, siempre volvía y le entregaba su cuerpo y su corazón, aunque lo último no lo admitiese en voz alta.

—Espero que te haya satisfecho por un tiempo, Pain —dijo él, alejándose de ella y poniéndose los pantalones de nuevo—. No quiero volver a caer por ti.

—Tranquilo, no vengo a destruirte, Kado —aseguró—. Créeme o no, pero solo busco lo que puedes ofrecerme sexualmente. Actualmente, el resto, me da igual.

Él asintió, no muy seguro de sus palabras.

—Y bueno, ¿vas a decirme qué buscas exactamente?

Ella acarició su pecho desnudo, enredando sus piernas alrededor de sus caderas otra vez.

—No puedo decírtelo, aunque vayas a ayudarme.

—¿Por qué das por supuesto que voy a prestarte mi ayuda?

—Si sabes lo que te conviene, lo harás. Podrás tenerme tanto como quieras.

—Suenas igual que una prostituta, cariño —él le acarició el pelo dorado, echándoselo hacia atrás.

Painei soltó una risita.

—Estoy dispuesta a venderme por sexo si con eso consigo hundir a cierta persona antes de que llegue aquí arriba. Es imperativo que caiga en el camino, ¿comprendes? Y con tantas cámaras, solo tú puedes borrar lo que ocurra.

—¿Vas a matar a alguien? —preguntó con frialdad.

—No, yo no. Solo doy la orden —murmuró, frotándose contra él—. Todos vais a hacer lo que yo quiera, o caeréis también.

—Comprendo —dijo, apartándose de ella y alejándose lo suficiente como para que no lo atrapase—. Somos tus títeres.

—Sí.

—Ay, Painei —suspiró, fingiendo pesar—, sigues siendo una zorra sin escrúpulos, pero con los años estás cayendo cada vez más en todo lo que siempre has odiado.

—¿Sabes, Kado? —saltó de la mesa ágilmente, bajándose el vestido y echándose la melena rubia hacia atrás—. El fin justifica los medios. Y después simplemente te olvidas de ello y cierras las bocas de los testigos. Aunque sea para siempre.

—He captado el mensaje, preciosa —aseguró él—. Yo nunca te traicionaría mientras sigas siendo mi puta. Lo demás dejó de tener valor alguno para mí hace mucho, mucho tiempo.

Sabiendo que aquellas palabras habían herido su orgullo de mujer, recogió su camiseta del suelo y se la puso. Aún tenía ganas de follársela otra vez, pero no lo haría. Quería tener un as bajo la manga, y haciéndose de rogar solo conseguía que ella se enfadara más y, en consecuencia, le dejara con vida solo para fastidiarle. A pesar de que a él le encantaba sus juegos.

—¿Empezamos? —preguntó, esbozando una sonrisa torva.

Painei se juró en ese instante vengarse de aquél hombre arrogante. Algún día.

7

Barneys no podía esperar más. Estaba harto. La luna ya se había alzado en el cielo, aunque él no pudiera verla, y necesitaba llevar a cabo su festín de medianoche antes que cualquier otra cosa.

Dora, a su lado, tomaba una copa de whisky con hielo doble, ajena a todo. Prefería esperar a que Barneys hubiese terminado y no inmiscuirse antes. Pasar un poco de hambre dejó de importar en el momento en que el que fueron enviados allí abajo, como si no tuvieran valor alguno.

—El juego es fácil —empezó a decir, cogiendo una de las pistolas y acariciando la culata—, cada uno de vosotros colocará el cañón en su cabeza y apretará el gatillo. Dentro hay una bala. Es imposible adivinar a cuál de vosotros matará. Sin embargo, eso es lo que lo hace divertido.

Allie contuvo el aliento. «Esto no puede estar ocurriendo, es una locura, una pesadilla, no es real». Miró a Kelly y Ravn, tan estáticos como ella, y tragó saliva. Las manos le temblaron cuando las colocó sobre su regazo.

—Vamos, lo que viene siendo una ruleta rusa de toda la vida. Menudo cabrón estás hecho —escupió Ravn.

Barneys chascó la lengua, dejando la pistola en su sitio de nuevo, frente a él. Ravn la miró. Tanto tiempo junto a esa pistola y sería quien le matara. El Destino era demasiado irónico.

—No tientes a tu suerte —murmuró el tabernero, medio sonriendo—, es mucho más que eso. ¿He comentado ya que las balas contienen un veneno letal? Eso hará que vuestros cuerpos se pudran antes, sin dejar rastro. Nadie sabrá qué pasó con vosotros.

—Lo tienes muy controlado. ¿Habéis hecho esto con anterioridad? —preguntó el hombre, acariciándose la barba de dos días.

—Podría ser. No es como si a alguien como tú le importase —cortó, haciéndole un gesto a Dora para que se acercara—. Ocúpate de todo.

—Sí —la chica asintió con la cabeza y miró la mesa—. ¿Listos?

—¿Para morir, dices? —el tono irónico de Ravn puso el vello de punta a Kelly. No le conocía de nada, pero en ese momento presentaba un aspecto amenazador que le encogía el corazón en el pecho—. ¿De verdad te piensas que vamos a colaborar en esto?

—No tenéis más salidas —rechazó ella.

—Por supuesto que sí —bufó él—. No sé qué clase de personas sois vosotros, pero desde luego, seguís respirando como nosotros, y tenéis un corazón que late. Cualquier herida puede mataros.

—¿Eso crees? —Dora esbozó una terrible sonrisa que le cerró la boca. Sacó una daga y se cortó la palma de la mano. No brotó sangre alguna de la herida—. ¿Ves esto? Somos mejores que vosotros. Lo que es mortal para vosotros, nos da vida a nosotros. No seas iluso. Nada de lo que intentes podrá detenernos.

Ravn entrecerró los ojos sobre la muchacha. «¿Qué demonios es eso? ». No entendía exactamente dónde estaba metido, pero lo que sí estaba claro es que no eran personas normales.

Algo apestaba mucho allí abajo, y como no se le ocurriese un plan efectivo de inmediato, no lograría averiguarlo nunca.

Echó un vistazo a las dos mujeres, y supo que solo él podría sacarlas de allí sanas y salvas. Ellas dos no tenían la culpa de nada, solo eran unas víctimas más del Destino y su cruel juego.

Él era quien tenía que estar investigando FROZE, con todas sus consecuencias, no el resto.

«¿Pero cómo lo hago? ». Se frotó la frente con la palma de la mano, estrujándose el cerebro en busca de una solución. Era obvio que las pistolas no servirían. Solo tenían una bala, y no estaba seguro de que fuese a salir la primera. «Maldición, esto es un circo de locos».

Dora, viendo que se habían calmado, devolvió la daga a su lugar y buscó con la mirada a su compañero, que había desaparecido del mapa. No estaba muy segura de dónde estaba. Normalmente no dejaba un ritual a la mitad, sino que se quedaba todo el tiempo, ansioso por hincarle el diente a sus presas. Sin embargo, algo había cambiado esa noche.

—Tenemos que salir de aquí de inmediato —susurró Kelly, inclinándose hacia delante—. Estos dos están muy colgados, y están dispuestos a todo.

—¿Crees que no nos hemos dado cuenta? —gruñó Ravn, molesto por cómo estaba sucediendo todo.

—Cálmate —le dijo Allie—. Sigamos el juego. Cuando piensen que vamos a dispararnos, volcamos la mesa y corremos hacia la salida. Se desorientarán.

—No funcionará —negó él—. Ya has visto cómo se las gastan.

—Pues es lo mejor que tenemos. O lo tomas o lo dejas, Ravn, pero no pienso dispararme sabiendo que me voy a volar la cabeza.

Él frunció los labios. La idea era una locura, pero Allie tenía razón: carecían de nada mejor.

—Está bien. Intentaré que me dejen ser el primero y volcaré la mesa. En ese momento tenéis que ser rápidas y salir corriendo. Yo me interpondré entre ellos y vosotras. Creo que tengo un par de puñales por aquí.

—¿Vas a detenerles con eso? —Kelly suspiró—. Toma —dijo, dándole su daga de plata—, es más grande y efectiva que un puñal. Además es de plata pura. Un regalo de Therus.

—Si es un obsequio de él no puedo usarlo —rechazó Ravn—, podría perderlo o partirlo.

—Descuida. Él me lo regaló para que me defendiera, y eso es lo que voy a hacer. Úsala bien.

Ravn, renuente, se la guardó en la chaqueta sin que Dora se percatase de nada. La chica seguía mirando las escaleras que llevaban a la parte de abajo, desesperada. ¿Dónde demonios se había metido Barneys?

Para su suerte, él apareció poco después, con una toalla y una botella de licor. Sonrió, orgullosa, y fue a ayudarle.

—¿Todo listo?

—Claro —él le entregó todo y fue directo hacia donde estaban sus presas—. Es hora de empezar —señaló a Ravn—. Empiezas tú.

«¡Qué bien! », pensó, agarrando la pistola sin que le temblara la mano. No pensaba darle el gusto. Miró fijamente el arma, notando un nudo en la garganta. ¿Así iba a acabar su vida? ¿Con una bala en la cabeza?

—Espera —intervino Dora, acercándose de pronto a la mesa—. Es mejor que comience la chica —dijo, mirando a Kelly—. Parece la más débil de los tres.

Barneys sonrió, asintiendo.

—Es buena idea. Dale la pistola —le ordenó a Ravn.

Él negó con la cabeza. No podía dársela a Kelly. La única forma que tenía de que el plan funcionase era dejando que las chicas salieran antes. Si Kelly empezaba, se arriesgaba a que la bala saliera a la primera. Y no estaba listo para ver morir a alguien de esa manera.

Barneys, sin embargo, no dejó que perdiera más el tiempo. Le arrebató la pistola y se la dio a la chica. Kelly reprimió un quejido cuando notó lo pesada que era el arma. Bajó la mirada hasta las manos temblorosas de Allie, notando un sollozo quebrándose en su garganta. «No quiero morir así, joder. Aún tengo que encontrar a Therus».

—Empieza —alzó la voz el tabernero, impaciente. Se moría de hambre. El pecho le temblaba y movía las manos de forma incontrolable, deseoso por ver cómo sucedía el ritual.

Kelly llevó la pistola hasta su cabeza, y colocó el cañón sobre su sien derecha. El frío vórtice de ésta envió un escalofrío por su espalda. Cerró los ojos, notando un sabor metálico en la boca, y rezó a cualquier dios para que la bala no fuera a parar a ella. No podía morir todavía. Therus la esperaba.

Apretó el gatillo, y chilló cuando escuchó el sonido sordo de un impacto que no llevaba consigo ninguna bala. Sus párpados se abrieron de la impresión, aunque no pudo ver nada, sus pupilas se veían empañadas por el manto de lágrimas. «Oh, dioses, gracias», pensó, dejando la pistola sobre la mesa. Escuchó el suspiro de alivio de Allie a su lado.

—Lástima —el tabernero chascó la lengua, acogiendo con buen gusto el vaso de licor que Dora le entregó. Era de color azul, su favorito, y le bajaba por la garganta con facilidad, mermando la ansiedad que sentía.

Dora, compartiendo su pesar, le acarició el hombro y señaló a la rubia. Allie, viendo su Destino marcado en aquella pistola, la cogió mucho más firme de lo que hiciera Kelly minutos antes. El corazón le latía de forma tan violenta que era una suerte que no hubiese saltado por su garganta, huyendo de allí. Nunca, en toda su vida, había pasado tanto miedo. Había acudido a FROZE para olvidarse de los sentimientos, y ahora se encontraba allí sentada, con una pistola en la mano, dispuesta a dispararse a sí misma. El Karma era muy justo, al parecer. Ella había intentado borrar todo rastro de sentimientos de sí misma, y él, como castigo, la sometía al terror psicológico más intenso. Porque no solo se trataba de dispararse, jugándoselo todo a un disparo, también era Ravn, su vida y todo lo que le rodeaba. No tenía padres, pero sí una hermana pequeña que esperaba su regreso, y un hermanastro que la quería más que a su vida y la necesitaba para seguir adelante. Los había abandonado, ignorándolos por completo, solo por su terrible egoísmo. Era tan injusto. Si nunca hubiese conocido a Ravn, su vida no habría llegado a ese punto. Pero incluso allí sentada, no podía odiar tanto como quería a ese hombre que la miraba fijamente, clavando sus dorados ojos en ella, temeroso y enfadado. ¿Por qué veía esos sentimientos en sus ojos de miel? ¿Por qué no miraba a otro lado? No quería sentirse peor de lo que ya se sentía. No quería que él influyese en esa decisión, en ese juego. No quería que le recordara por qué se había enamorado de él en el pasado. Ravn la había abandonado, eso era todo. «Entonces, ¿por qué no puedo apartar la mirada de él?»

Cerró los ojos e inspiró hondo. Tenía que hacerlo, sin importar lo que sucediera. Si la bala le tocaba, entonces abandonaría a dos personas y no podría vengarse de Ravn por haber roto su corazón. En cambio, si no salía, tendría una oportunidad de seguir peleando duro.

«Que pase lo que tenga que pasar».

Puso la pistola sobre su sien, miró fijamente a Ravn, por si era la última vez que veía sus ojos, y apretó el gatillo. Vio un rayo fugaz cruzar los irises dorados de él en el instante que se escuchó el sonido sordo del disparo y el arma caía de su mano hasta el suelo. Fue el último sentimiento que esperaba ver en ellos, y eso la asustó más que cualquier bala que pudiese acabar con su vida.

—Vaya, esto se pone interesante —Dora, recuperando el arma, se la pasó a Ravn—. Uno más. Que siga la suerte.

Barneys saboreó el licor que humedecía sus labios, regodeándose por dentro. «Todo va como intuía. Solo un poco más».

Ravn suspiró de alivio. No había nada que lamentar, por suerte, y el plan saldría bien, ya se encargaría él de que así fuera. Ninguno de aquellos tipos lograría hacerles daño. Ni soñarlo. 

Cuando sujetó la pistola lo hizo con firmeza. Puede que solo tuviera una bala, pero era la primera pistola que había tenido nada más entrar en el cuerpo de policía, y se la llevaría consigo.

Dejarla allí sería perder una parte importante de sus recuerdos y de sí mismo, traicionando así la promesa que se hizo el primer día que trabajó como policía.

—¿Estáis seguros de querer hacer esto? —preguntó, mirando a los dos tipos.

—Nada de preguntas —ordenó Dora, las puntas de su cabello rozaban sus hombros—. Dispara.

Ravn sacudió la cabeza. «Panda de tarados, vais a ver lo que es bueno». Paseó su mirada de Allie a Kelly, asintiendo levemente, y estiró sus piernas por debajo de la mesa. Las dos chicas se miraron mutuamente. «Es la hora de la verdad».

* * * *

—Así que vas a vengarte de alguien, Painei —Kado negó con la cabeza—. ¿Por qué me sorprenderá?

La mujer sacudió la cabeza, y su melena rubia ondeó sobre su espalda. Sacó un cigarrillo de su pequeño bolso y lo encendió. La nicotina inundó sus pulmones, calmándola y reconfortándola. Necesitaba un empujoncito en ese momento, estando junto a Kado.

—No te interesa eso, Kado. Al menos que yo sepa. Pero supongo que, puesto que vas a ayudarme, tendré que contártelo.

—Sería de gran ayuda, sí.

Painei suspiró, apartándose varios mechones del rostro. Aún tenía la frente un tanto húmeda de su intensa sesión de sexo. Era una pena que Kado no quisiera repetir por puro orgullo, ya que ella había viajado allí, en parte, para estar con él.

—Necesito frustrar los planes de mi padre. Otra vez.

—Oh, venga —él se tensó de pronto, incapaz de creer lo que ocurría—. No voy a permitirte eso de nuevo.

—Tú no vas a impedirme nada si sabes lo que te conviene —le recordó, balanceando el pitillo que sujetaba con la mano derecha en el aire—. Debo hacerlo si quiero impedir una catástrofe.

Kado entrecerró sus ojos sobre ella. No comprendía qué buscaba esa vez, jodiendo el trabajo de personas que llevaban años allí, que vivían en FROZE porque buscaban la manera de eliminar el mal mundial y evitar, de esa forma, que el mundo se viniera abajo.

—¿Qué tipo de catástrofe?

—Mundial, Kado. Esta vez tenemos que impedir cualquier cosa que beneficie a la corporación FROZE. No tenemos mucho tiempo antes de que lleven a cabo su plan original. No tienes idea de lo complicado que es todo.

—Si no me lo cuentas va a ser difícil comprenderlo.

—No hay mucho tiempo para chismorreos, querido. O lo hacemos, o pagaremos las consecuencias toda la vida.

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