Frozen

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Kado sentía verdadera curiosidad por lo que ella decía. Nunca había cuestionado la labor de la corporación en la que trabajaba. Llevaba allí cinco años y, aunque sabía más o menos a qué se dedicaban, nunca había imaginado que llegaría a ser letal de alguna manera. Sin embargo, allí estaba Painei, lista para emprender su propia cruzada en contra de su padre, de su marido y de cualquiera que se pusiera por delante.

«No hay manera de parar su huracán cuando lo crea».

—¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Por qué me necesitas?

—Porque yo sola no puedo con esta corporación. Mi marido no me cuenta nada, mi padre pasa de mí y mi tío piensa que estoy un poco loca. Para rebuscar información y echar por tierrasus planes necesito a otra persona que trabaje aquí dentro y esté dispuesto a recabar información para mí.

—Déjame adivinar, esa persona soy yo —dijo Kado, curvando los labios en una media sonrisa.

Ella le miró con una ceja alzada, indicándole, sin necesidad de usar palabras, que había dado en el blanco. El hombre, sintiéndose derrotado, le quitó el pitillo de entre los dedos, dejando caer la ceniza al suelo, y le dio una calada. Notó el sabor de Painei en él, y lo degustó mucho más contento.

—Eres muy listo, cariño —halagó ella, con un deje de ironía en la voz—. Estoy segura de que haremos una gran pareja. Echaremos abajo esta corporación y nadie sabrá quiénes fueron los responsables.

—Pones mucha fe en mí, preciosa.

—Confío en ti, aunque pienses que no —corrigió Painei, quisquillosa—. Ya ayudaste a hacer dos paripés, puedes usar tu habilidad una tercera vez.

Kado no dejó entrever la sorpresa que le suponía saber que esa mujer, una vez más, estaba enterada de todo lo que ocurría allí, en FROZE.

—Eres terrible, Painei.

—Eso dicen —ella ladeó la cabeza, sonriendo, y pasó la punta de la lengua por la hilera de dientes rectos y blancos mientras se lo comía con la mirada. Kado notó que la sangre le ardía—. De todas formas, mi tío, mi marido y mi padre van a saber lo que es jugar con fuego. Pienso hacer que se quemen.

—¿Cómo?

—Usando a la única persona que no esperan tener aquí —su sonrisa pasó de sensual a torva—: Alyson Von Aleksandro. ¿No es impresionante?

La boca de Kado se abrió hasta formar una O perfecta. Parpadeó dos veces, intentando ver la broma, pero la máscara que Painei esbozaba era irrefutable. No mentía.

—Es una de tus bromas, ¿verdad? —preguntó él con voz temblorosa.

—Por supuesto que no —ella bufó, sacudiendo la cabeza—. ¿Por quién me tomas? Solo tienes que ver una fotografía de ella.

—Discúlpame si no tengo una foto de una persona a la que le perdí la pista hace veinte años, cuando todavía jugábamos en el parque infantil.

—No te abrumes, Kado —pidió ella con voz baja y dulce—. Alyson es una gran mujer, idéntica a su madre. Lo único que las diferencia es ese carácter tan indomable que ella posee. Cosa que me encanta, por cierto. Siempre quise tener un familiar así.

—Deja de hablar de tu hermana y de tu madre como si solo os uniese un título ridículo, Painei, por favor —rezongó él, terminándose el cigarrillo—. No sé de dónde has sacado tanta sangre fría.

Ella mantuvo la sonrisa para no obviar de dónde había sacado su carácter. A fin de cuentas, Kado sabía igual de bien que ella lo que había ocurrido en su familia y en su vida. Si ella se volvía débil, la última oportunidad que tenía de salvar a su padre y a su hermana se vería frustrada. Tenía que ser una mujer de hierro, inquebrantable a los ojos de los demás, y luchar duro para conseguir sus objetivos. No le quedaba otra.

—Eso es lo de menos —rechazó ella con un gesto de la mano—. Aquí estamos tratando de poner fin a esta locura, así que empecemos con el plan A.

Kado le siguió el juego. Meter las narices más de lo debido en su intimidad podía costarle caro. Así era Painei, una mujer explosiva. Nunca se sabía por dónde saldría.

—Te escucho.

Painei le narró todo lo que tenía planeado en un principio.

A medida que escuchaba, sus labios se fueron crispando más y más, hasta llegar a un momento en que tuvo que detenerla, incapaz de seguir oyendo sus malévolos planes. No podía creer que la mujer se hubiese superado después de cinco años. Sonaba demasiado fantasioso todo, empezando por su visita furtiva y terminando por el polvo que habían echado sobre la mesa.

—En serio, dime que esto es una broma —pidió, pellizcándose el puente de la nariz.

—Por supuesto que no —negó ella, encendiéndose otro cigarro—. A grandes males, grandes remedios, Kado. Deberías saberlo ya.

—Querida, eso no es un remedio, es un suicidio —dijo él entre dientes.

Painei soltó una fría carcajada.

—No me tomes el pelo, Kado. Hemos hecho cosas peores. Además, tú solo tienes que dar un apagón general. Si consigues eso, el resto corre de mi cuenta.

—Sabrán que he sido yo —le echó en cara—. Tu padre me matará si se entera.

—Yo hablaré por ti. Inventaré cualquier excusa. No debes temer por eso, sino por el plan que tus jefes están llevando a cabo. ¿Es que no te das cuenta? Podríamos morir todos en menos de una semana.

—Lo haremos de todas formas si llevamos a cabo tus planes.

—¿Estás asustado, pequeño mío? —preguntó de forma burlona ella, acomodándose en el sillón y mirándole fijamente.

—Claro que sí —admitió sin vergüenza alguna—. Joder, no quiero acabar más hundido, Painei. Estoy harto de ser tu perro guardián.

Ella se levantó de golpe, encarándole. De pronto, una sombra cubrió sus bonitos ojos claros. Kado supo lo que venía entonces. Había pasado por ello muchas veces.

—Tú no puedes darme de lado, Kado, y lo sabes —siseó—. Me debes lealtad, y no hay más que discutir al respecto. Si te he contado el plan es para que sepas cómo desenvolverte esta vez, no porque haya decidido absolverte de tu condena. Ya me ha cansado tu perorata asustadiza. Vas a hacer lo que yo quiera y punto. Si realmente quieres luchar contra mí, hazlo, y veremos quién de los dos sale perdiendo.

Él le sostuvo la mirada, firme, aparentando que no le tenía miedo cuando, en el fondo, su debilidad era patente. «Estúpido —se maldijo a sí mismo interiormente—. No debes enfrentarte a ella mientras estés aquí, no es el escenario adecuado».

Kado exhaló un largo suspiro y asintió. ¿Qué otra tenía?

Painei tenía razón, desde luego: él le debía lealtad, y mientras eso fuese así, lo demás dejaba de importar. Si ella quería jugar a destruir la corporación, él la ayudaría. Y que ocurriese cualquier cosa. De todos modos, escogiese un camino u otro, moriría igualmente.

—Detendré el generador dos horas, como has pedido, y esperaré a tu señal —dijo con voz neutral, repitiendo lo que ella esperaba de él—. ¿Sirve eso?

—Por ahora sí. Luego ya veremos —se inclinó hacia él y le dio un breve beso en los labios con sabor a nicotina—. Nos vemos mañana por la tarde, Kado. Ya sabes el protocolo.

Él la vio marcharse sin decir nada más. El pelo rubio brilló unos instantes antes de desaparecer tras la puerta. Suspiró, sintiéndose más derrotado que nunca, y se llevó una mano al cuello, donde lucía su colgante del primer símbolo de hielo de la corporación FROZE. Se lo había regalado Painei el día que le confesó lo que sentía por él. Tenía forma de sol, pero nada más lejos de la realidad; sus rayos tenían forma de hoja zigzagueante, y entre ellos, lucía una espiral pequeña, en dirección contraria al movimiento de las manillas del reloj. Era pequeño, color plata, y solo las espirales lucían azul. Azul zafiro.

* * * *

Por la cabeza de Ravn pasaron millones de cosas, recuerdos que creía olvidados, sentimientos que había enterrado y mil puñales que hacía tiempo que había sacado de su espalda. La tensión se palpaba en cada uno de sus músculos tensos, en su mirada perdida, en el sudor que resbalaba por sus sienes.

Nunca, desde que tenía consciencia, había sentido tanto miedo de perder a alguien y perderse en la oscuridad. Y habían sido muchos los años vividos en ella.

Miró a Allie fijamente, sus irises zafiro brillaban con tanta intensidad que se le clavaban muy profundamente, hiriéndole.

Era la misma mirada que había encontrado en ella nada más verla en FROZE. Dolor, desolación y rabia bailaban en ellos. Aunque en ese momento no sabía cómo interpretar el asunto, ¿de qué tenía miedo?

Deseó poder decirle «yo te salvaré», pero sabía de sobra que su tiempo de superhéroe había terminado en el momento en que la abandonó sin explicación alguna. Incluso a él le había dolido decir que no la quería, porque era la mentira más grande que sus labios dijeran.

«No sirvo ni para mentir, demonios».

Barneys y Dora le miraban con expectación. Los maldijo a ambos. No podía ser que una pareja de psicópatas pudieran con ellos. «Pero ahora no estamos drogados, y la venganza se sirve en frío». Dispuesto a volcar la mesa, se colocó la pistola en la sien, en la izquierda, a pesar de ser diestro, para usarla en contra de ellos dos cuando cundiese el pánico. Según sus cálculos, tenían dos minutos y medios para salir de allí antes de que ellos cogiesen cualquier arma o diesen la voz de alarma.

Iba a efectuar su paripé cuando alguien entró de golpe, sobresaltando a todos los presentes. Bajó ligeramente la pistola y miró al chico de pelo azul con la sensación de que le había visto en algún otro lado. «Tonterías».

—¡Parad! —gritó nada más posar los ojos en la chica rubia.

—¿Qué demonios te ocurre? —Barneys se acercó a él, tocándole el hombro—. Hie, di.

El aludido se frotó el pecho como si hubiese corrido durante horas y no le llegase suficiente aire a los pulmones.

—¿Qué estáis haciendo? ¡Os matarán! —chilló con voz muy aguda.

Dora fue hasta ellos, sin perder de vista al trío de la mesa. Si se les escapaba, Barneys la mataría sin que le temblase la mano en ningún momento.

—Nadie se enterará de esto. Ni siquiera saldrá de nuestras bocas, ¿has oído, Hie? —amenazó en un siseo Barneys, zarandeándolo.

—Exacto —corroboró la chica—. Ya lo hemos hecho otras veces. Es bueno para nosotros, Hie.

Él negó con la cabeza, incapaz de apartar sus ojos de Allie, que a su vez le miraba sin comprender nada. ¿Por qué la taladraba con la mirada si era la primera vez que se veían?

—¡No lo entendéis! ¡Ella es Painei! —gritó, apartándose de ellos y acercándose a la rubia. Para sorpresa de todos, se colocó de rodillas frente a ella—. Oh, menos mal que he venido antes de tiempo.

Barneys dejó caer el vaso que sostenía al suelo, pálido. El suelo se llenó de licor y cristales. Los sorteó con facilidad y se acercó a la mesa. Miró fijamente a Allie, y cuando vio la mota color miel que nadaba en el mar de azul zafiro de sus ojos, casi se le detuvo el corazón. ¡Cómo no se había dado cuenta antes!

—Ah —reculó hasta que su espalda chocó con una de las columnas de la taberna, abriendo y cerrando la boca igual que un pez fuera del agua.

—¡Barneys! —Dora le tocó el rostro, un poco asustada. Jamás había tenido que preocuparse por nada ni nadie, y justo en ese momento, sentía un leve sobrecogimiento en el pecho que no comprendía muy bien—. ¡Barn!

—Déjale —Hei, sin moverse un ápice, hizo una leve reverencia y dijo—: Sentimos lo ocurrido, señorita Painei. No sabíamos que se trataba de usted. Por favor, no le diga a su padre y a su tío lo ocurrido o nos eliminarán.

Allie contuvo el aliento. Notó que Ravn le golpeaba con el pie por debajo de la mesa, incitándole a que le siguiera la corriente.

—Eh… No lo puedo creer —dijo, sin saber muy bien qué decir. ¿Quién era esa tal Painei? ¿Y cómo se comportaba?—. Es indignante.

Hei se encogió levemente.

—Lo sentimos —aseguró—. No era nuestra intención hacerte daño.

—¿Seguro? —preguntó, intentando sonar firme y enfadada. «Ojalá funcione», pensó—. No veo el motivo por el cual habéis llegado a esto.

—Fue un error —se apresuró a decir Dora, inclinándose también a modo de reverencia—. Se lo aseguro.

Allie miró a Kelly y Ravn, y estos asintieron con la cabeza para que siguiera. Ella tragó saliva. «Demonios».

—No estoy muy segura de ello —se levantó de golpe, estremeciéndose cuando los tres desconocidos se arrodillaron en el suelo, sumisos—. Primero me drogáis, luego me encerráis y por último me obligáis a inmolarme. ¿Tenéis ideas de cómo se paga eso aquí?

—No te reconocimos.

—¡Tú fuiste la primera en verme! —rugió en dirección a Dora—. Te hablé y te pregunté y me enviaste aquí para matarme.

Dora sacudió la cabeza, temblando. Allie se mordió el interior de la mejilla, intentando no flaquear a pesar de la lástima que sentía hacia la chica. «Es por nuestro bien —se recordó a sí misma—. Es la única forma que tenemos de salir de aquí ilesos, sin montar un escándalo».

Tragó saliva, colocando las manos en sus caderas, y siguió con su papel lo mejor que sabía.

—Entiendo. Queríais eliminarme para así subir a la torre central, ¿no es eso?

—¡Por supuesto que no! —gritó Hie, negándolo—. Nosotros acatamos las órdenes todo el tiempo.

—Lo dudo mucho —bufó, señalando a sus dos compañeros—. Esto no estaba en nuestro poder.

—Esto es un error —intervino Barneys, titubeante, acercándose a ellos de nuevo—. No volveremos a hacerlo —prometió.

—¿Cómo puedo confiar en vosotros después de lo sucedido?

Detrás de ella, Ravn se aguantaba la risa. Disfrutaba como un niño pequeño viendo cómo se arrastraban a ella, suplicando clemencia. «Hipócritas», pensó, levantándose. Indicó a Kelly que hiciese lo mismo y se acercaron a la rubia. Ésta los miró a ambos por encima del hombro, sintiéndose algo más arropada.

«Menos mal que tengo a estos a mi lado, o me volvería loca».

—Te damos nuestra palabra —insistió Hei—. Señorita Painei, de verdad, yo solo quiero seguir respirando. No se lo diga a la corporación.

Allie suspiró. ¿Qué diría Painei ante algo así? Si le profesaban tanto terror, significaba que era importante, y que en el pasado había demostrado qué clase de castigo empleaba contra los que se saltaban las leyes. No había otra explicación posible. «Tengo que ser cruel con ellos, dejarlos ir sin que parezca que los perdono».

—De acuerdo. Id. Me pensaré lo de contarle a mi padre y a mi tío lo ocurrido o no. Todo dependerá de cuánto me cruce con vosotros y cuántas historias similares a esta oiga. Si sabéis lo que os conviene, no os entrometeréis en mi camino nunca más. Ahora quitaos del medio —ordenó—, me marcho de aquí. Y, por vuestra vida, no nos sigáis.

—Sí, sí —Hei, Dora y Barneys hicieron una reverencia a la par, escondiendo la cabeza entre sus manos—. Prometemos que no volverá a ocurrir.

«Seguro», pensó Ravn, asqueado. Le entraron ganas de golpear sus cráneos con el pie y quedarse a gusto tras lo que le habían hecho. El pánico que había sentido esos instantes no se borraría jamás de su mente.

—Vamos —dijo en voz más suave a sus compañeros—. Larguémonos.

Kelly asintió, corriendo hacia la puerta. No pudo evitar gemir al sentir la libertad nada más poner un pie fuera de la taberna.

Era increíble cómo la mente humana distinguía el encierro de la libertad, exactamente igual que un pájaro.

Bajaron calle abajo, alejándose de la taberna, y se detuvieron únicamente a respirar hondo y expulsar todo el miedo acumulado. Ravn golpeó la pared con el puño.

—Demonios —masculló—, no puedo creer nada de esto.

—¿Crees que nosotras sí? —inquirió Allie—. ¡Acaban de confundirme con alguien que no conozco!

—Eso ha sido raro —Kelly rió con nerviosismo—. ¿Exactamente quién es Painei?

—¿Tu hermana gemela? —bromeó Ravn.

Allie sacudió la cabeza.

—No lo sé, pero lo averiguaré pronto —aseguró, mirando la enorme torre central—. Sea quien sea, nos veremos. Estoy segura de eso.

Ravn observó su silueta recortada. Resultaba extraño verla tan perdida y, al mismo tiempo, tan enfadada. No acostumbraba a verla de esa forma. Habían pasado mucho tiempo juntos en el pasado, pero Allie era del tipo de personas que se enfadaba pocas veces, aunque eso no implicara que dejase de ser explosiva. Tenía un carácter arrollador, una vez te acercabas del todo a ella.

Quizás por eso, en ese instante, sintió un nudo en el estómago que le hizo sentir incómodo. No quería que Allie emprendiese una vendetta contra los dirigentes de FROZE. De eso se encargaba él, y no permitiría que ella sufriese por culpa de su trabajo. Si alguien tenía que pagar las consecuencias, sería él y nadie más.

—¿Allie? —la llamó, un tanto asustado.

—¿Hum? —ella lo miró—. ¿Qué ocurre?

Él sacudió la cabeza al ver que la extraña sombra que la había envuelto desde que la habían confundido con Painei se había esfumado.

—Nada. Solo quería deciros que es mejor que nos movamos, no sabemos si esos tipos atacarán de nuevo.

Allie asintió, se colocó bien la camisa y el corsé y caminó calle abajo, incapaz de apartar la mirada de los ventanales plateados del edificio central. De pronto, aquella torre le atraía como un imán, como si dentro de ella estuviera la explicación a toda su vida.

 

 8

Freyka sintió que se le revolvía el estómago nada más entrar en el club. La fiesta era la misma que tantas veces había vivido.

Música a tope, gente bailando o bebiendo en la barra, camareras guapísimas con modelos minimalistas que sonreían falsamente, dos chulos apostados en la entrada, vigilando constantemente, y en la parte de arriba, en privado, el jefe de todo aquello, seguramente acompañado con varias de sus empleadas.

En algún momento del pasado, no demasiado lejano, ella había pasado allí noches enteras, fingiendo que era alguien distinto, trabajando con su cuerpo y cobrando una gran suma de dinero.

Ser prostituta no era su pasado más orgulloso, pero era su pasado, parte de ella, y no tenía más remedio que recuperarlo si quería sobrevivir en Irlanda.

No recordaba exactamente cómo fue su despedida. El día que Ravn le pidió que se fuese con él a Noruega fue el más bonito de su vida. Fue una promesa de que por fin podía romper con aquello para siempre y no volver nunca más. Sin embargo, ahí estaba varios meses después, regresando a casa con el rabo entre las piernas.

«Es culpa tuya, por marcharte. Con Ravn tu vida era mejor».

Cerró los ojos, inspirando hondo, rezando por no echarse a llorar. No quería que Frank la viese tan derrumbada, eso le daría pie a hundirla mucho más, y era lo último que necesitaba. El hombre sabía cómo construir su imperio en una base sólida, sin que nadie, absolutamente nadie, lo echara abajo.

En las escaleras que conducían arriba estaba uno de los chulos ingleses que trabajaba para Frank y que pesaba al menos ciento veinte kilos. Alto, ancho y hecho del más duro músculo, no permitía ninguna reyerta en el club, ningún tipo de droga ni armas, ni nada que pudiese hacer peligrar su trabajo. Freyka, al parecer por su lado, se quedó allí un momento para saludarle. Él se había portado fenomenal con ella en el pasado.

—¡Freyka! —gritó, incapaz de creer que estuviese allí de nuevo—. Qué sorpresa —dijo, estrechándola entre sus brazos—. ¿Dónde has estado? ¿Qué es de tu vida?

—Nada interesante, Joe —aseguró con voz quebrada—. Mi vida sigue igual que siempre.

—Pero has estado desaparecida cuatro meses —insistió él, recorriéndola con la mirada—. Estás guapísima, como siempre.

—No me tomes el pelo, Joe —ella le golpeó el hombro, sonriendo a través de su tristeza—. Sigo igual que siempre.

—No te tomo el pelo, cielo —la atrajo y depositó un beso en su frente, igual que haría un padre—. Frank está arriba, si quieres hablar con él. Ahora es el momento, está solo.

Ella sonrió, asintiendo. «Cómo me conoces, Joe», pensó.

Le dio un último abrazo y subió las escaleras. El despacho de Frank era pequeño, pero la sala de enfrente, que solo era usada por él, tenía un tamaño enorme. Equipado con dos camas, con baño privado —jacuzzi incluido—, televisor de plasma, equipo de música y reproductor de DVD y demás cosas que fuesen necesarias para su entretenimiento, constituía la habitación favorita de Frank. Jamás salía de ella si podía evitarlo, sobre todo cuando tenía compañía femenina.

Freyka había estado allí más de una vez y de dos. Y se había divertido. Frank era muy atractivo a pesar de sus treinta y cinco años. Tenía el pelo castaño oscuro, corto, y unos ojos almendrados y muy expresivos, en color marrón claro. Alto, bien formado, con pectorales marcados y piernas atléticas, en el pasado había sido modelo, y en la actualidad era dueño del mejor puticlub de toda Irlanda. Todos le conocían, todos iban a su club, todos le adoraban y le hacían la pelota. Nadie se metía en líos con él, pues sabían que perderían, y si podían, evitaban pedirle ningún favor, ya que se los cobraba caros. Por lo demás, era un tipo legal. Trataba bien a sus chicas, las cuidaba y las protegía. Quería lo mejor para ellas y lo demostraba con creces. Solo pedía que, a cambio, éstas le entregasen un poco de su tiempo cuando él lo deseaba y el cuarenta por ciento de los beneficios de una noche. Algo bastante justo.

Tocó a la puerta suavemente, y entró cuando él le contestó con su voz ronca.

—¿Frey? —parpadeó, sorprendido, y dejó los papeles que revisaba sobre el escritorio para ir a saludarla—. ¿Qué haces tú por aquí?

Ella le miró con aquellos oliváceos ojos que, en algún momento, le habían robado lo que le quedaba del corazón, dándole un enorme mazazo.

—Hola, Frank —ella no destapó emoción alguna en la sonrisa que le dedicó—. Cuantísimo tiempo. Pensé que al fin te habrías casado con esa morena española que conociste.

—¿María? —soltó una pequeña carcajada—. No sé qué es de ella. Desapareció un día así, como si nada —chascó los dedos para darle más énfasis a sus palabras—. Y tampoco me interesa. Era bastante mala amante.

—Así que me voy dejándote a punto de casarte y cuando regreso, sigues soltero —negó con la cabeza—. Eres de lo que no hay.

—Bueno, ¿y tú? Te fugas con un hombre que dejó plantada a su prometida en el altar y te descubro con los ojos llorosos y el corazón partido. Ven, siéntate —le dijo, ofreciéndole una silla frente a su escritorio—, quiero saber qué ha ocurrido.

—Nada importante —mintió ella, esperando a que él no insistiera en el tema—. No era el príncipe azul que necesitaba en mi vida.

—Ay, pequeña —suspiró, sentándose en su enorme sillón de cuero negro—. Los príncipes azules son para las princesas; las putas debéis conformaros con sus visitas fugaces a cambio de unas monedas.

—Supongo que tienes razón —dijo, cabeceando. Sus rizos castaños chocaron con sus mejillas de forma adorable—. Alguien como yo no puede aspirar a mucho.

—Tampoco digo eso —Frank le acarició la mano—. De todas formas, no estás aquí por esto. Dime qué deseas.

—Volver.

Frank suspiró, sacudiendo la cabeza. Ya lo había intuido, pero esperaba equivocarse. No quería que ella estuviera allí otra vez. No era justo.

—¿Por qué? —preguntó.

—¿No es obvio? Llevo muchos años aquí metida, no sé hacer otra cosa.

—Tienes veinticinco años, Freyka, puedes hacer cualquier cosa que te apetezca. Si vuelves, ya no saldrás. Una vez caes dos veces con el pecado más grande y sucio del ser humano, pierdes la opción de regresar al punto de partida. Y sería injusto que alguien como tú se perdiera de esa manera.

—No me hagas reír, Frank —sonrió con amargura, apartando su mano—. Ambos sabemos que esto es lo único para lo que he nacido. No hay nada más en mí. Solo… sexo.

¿Cómo podía hacerle cambiar de opinión? Ella no tenía solo el don del sexo, poseía mucho más, como una belleza increíble, un carácter atrayente y una sonrisa que iluminaba los días más sombríos. A él le alegraba el corazón tenerla allí delante, a pesar de que nunca se lo diría, y si lo conseguía con él, que se ganó el infierno solo por nacer, lo conseguiría con cualquiera. Solo tenía que creer en sí misma.

—Freyka, por favor. No quiero ver cómo te destruyes.

—A nadie le importará, Frank —aseguró—. Mi hermana tiene problemas, y ya sabes que tiene un par de niños. Si la abandono ahora, si no hago algo por sostenerla, no me lo perdonaré nunca.

—Estás usando de excusa a tu hermana para no admitir ante ti misma que tienes miedo de salir, de lo que esperan de ti —dijo él, más duro de lo que pretendía—. Y los demás pueden esperar muchas cosas, pero lo importante es lo que quieres tú.

Ella, enfadada, golpeó la mesa con el puño cerrado. Lágrimas resbalaron por sus mejillas, quemándole la piel.

—¡Por qué no puedes simplemente decirme que sí y ya está, demonios! —gritó—. No necesito tus charlas y tus ánimos, sino tu dinero y tu club. Dame eso y estaremos bien durante un tiempo. Luego que pase lo que tenga que pasar. Eso no me importa.

—Entonces, ¿por qué lloras? —preguntó en un murmullo.

Dándose cuenta de ese hecho, se apresuró a secarse las húmedas mejillas con el dorso de las manos, notando que las mejillas le ardían. «¡Qué estúpida soy!, pidiendo imposibles, luchando siempre por el motivo equivocado. No hay nada que salvar de mí, lo perdí en el aeropuerto de Noruega, y jamás lo recuperaré».

Frank chascó la lengua. Se levantó, cogió el paquete de pañuelos de papel que guardaba en la estantería, y se lo dio. Freyka lo aceptó de mala gana. Él, sonriendo, le acarició la cabeza, asombrado por lo suave que tenía el pelo y por cómo lo había olvidado en esos meses. La atrajo hacia su cuerpo y le pasó un brazo por los hombros. Freyka se resistió un poco, pero finalmente cedió.

—Freyka, solo te lo preguntaré una vez, luego haré lo que sea conveniente según la respuesta que me des —dijo—. ¿Quieres regresar?

—Sí —respondió sin pensar, antes de arrepentirse y salir corriendo—. Sí, Frank, quiero volver.

Él exhaló un largo suspiro.

—Bienvenida al séptimo pecado, entonces.

* * * *

—Aquí no hay nada —se quejó Allie, deteniéndose en una de las rotondas pequeñas que había en la ciudad—. Ni siquiera hemos encontrado a esa tal Mor.

—No pierdas la fe —Kelly, a su lado, le acarició el hombro desnudo, dándole ánimos—. Pronto atardecerá.

—¿Cómo lo sabes?

—La hora —señaló su teléfono móvil, que sujetaba con fuerza—. Las horas vuelan aquí dentro.

—Sí, es cierto —miró la enorme cúpula de cristal y suspiró—. ¿Cuándo demonios vamos a salir de aquí? Necesito respirar aire limpio, ver el sol, sentir la lluvia.

—Y ducharte —añadió Ravn, regresando de su reconocimiento del terreno—. No te olvides de eso.

Allie entrecerró los ojos sobre él.

—¿Insinúas que huelo mal? —siseó.

—No, princesita, tú siempre hueles fenomenal —halagó él, recibiendo una mueca de desprecio a cambio—. No hay nadie alrededor, pero he encontrado una casa que podríamos saquear.

Kelly rió suavemente, colocando las manos en sus caderas.

—Adoro a este tío, no duda en robar y en matar. ¿Eres policía?

—Sí. ¿Cómo lo sabes? —preguntó él.

Ella encogió los hombros de forma inocente.

—Mi padre también lo es, y actúa como tú. Algunas veces —añadió al ver su ceño fruncido.

—Se ve que aquí no hay nadie mínimamente decente —rió él.

—Habla por ti, vaquero —Allie le fulminó con la mirada—, yo todavía no he caído en nada ilegal.

—¿Seguro? Creo recordar que una vez me hiciste saltar la valla de una casa para acostarte conmigo en una piscina.

Vio cómo sus mejillas se teñían suavemente, adquiriendo una tonalidad rosada. «Te tengo», pensó. Al menos todavía conseguía hacerle sentir algo, por mínimo que fuese, y eso le alivió un poco.

A su lado, Kelly, que todavía no comprendía qué pasaba con esos dos, sonrió.

—Veo que habéis pasado buenos momentos ¿uh? En fin, dejando a un lado vuestra bonita relación sexual, ¿podemos ir a algún sitio a descansar? Los pies me duelen mucho.

Allie giró un poco para no tener que responderle que entre Ravn y ella no había nada. No quería contarle su penosa vida a una desconocida, por mucho tiempo que tuvieran que pasar juntas.

Ravn, que también estaba un poco cansado y hambriento, asintió.

—Saquearé esa casa y nos meteremos en algún sitio.

—Con camas —pidió Kelly, casi suplicó.

Él asintió, comprendiendo, y echó a andar calle abajo. Ambas chicas le siguieron, quejándose de vez en cuando. Allie por los tacones, y Kelly por las botas que llevaba. La rubia se fijó mejor en la otra mujer, y sintió algo de envidia al ver que era mucho más guapa de lo que a un simple vistazo había captado. Tenía el pelo negro, ondulado, muy largo, hasta las caderas. Brillaba y se veía muy sedoso, aunque con el ajetreo que se habían dado en las últimas horas lucía un tanto encrespado. Pero aún con todo, noensombrecía nada en ella. Su piel era pálida, quizás demasiado, y sus labios se veían algo más rosados de lo habitual. El flequillo recto le tapaba las cejas, dejando que sus ojos, grises como los días de tormenta, se llevasen todo el protagonismo.

Vestía unos pantalones cortos, medias que estaban bastante rotas, y botas hasta el muslo de color negro, con seis centímetros de tacón que soportaba bien. La camiseta no era más que un top rojo atado al cuello, y la chaqueta de cuero, a juego con las botas, la protegían del clima gélido de aquél lugar. No obstante, dejaba ver que tenía curvas muy bien marcadas, y que tenía una talla de sujetador bastante generosa, a excepción de la suya, que solo era una noventa. «Incluso Ravn se burlaba a veces de ellas», gimió, mirando hacia otro lado para no deprimirse más.

No veía a Kelly como una amenaza, teniendo en cuenta que entre Ravn y ella no existía nada, excepto rencor. O eso creía, porque después de dos días viéndole continuamente, su corazón estaba confuso.

Seguía doliendo la herida que él le había dejado tras su marcha, por supuesto, pero también dolían otras cosas, como las mariposas que revoloteaban en su estómago cuando él la rozaba o le hablaba.

Mariposas que solo había sentido el día que lo vio, demasiado bebido, en la barra de un pub alejado de la mano de Dios, tan guapo y carismático como él solía ser. Porque incluso después de tantos meses juntos, y de conocerle bien a fondo en todos los sentidos, Ravn seguía escondiendo secretos que desconocía. Y por cómo la trataba, la excusa de que le había abandonado porque no la quería dejaba de tener valor. Sucedía otra cosa, y saber eso le daba esperanza, muy dentro de sí misma, y le hacía el doble de daño.

«Pero si él tenía otro motivo, ¿por qué me ha mentido? ¿Por qué lo guarda con tanto celo? »

Miró la espalda del hombre, como si pudiese ver a través de su ropa y su carne los secretos que guardaba. Él pareció notar esa inquisitiva mirada, por lo que se paró un momento y se giró para enfrentarla. Allie, avergonzada, carraspeó y frunció el ceño, manteniendo el papel que, poco a poco, iba cayendo sin que ella pudiese evitarlo.

—¿A dónde nos llevas? —exigió con voz hosca, cruzando los brazos.

—A comer y a dormir, ya os lo he dicho —contestó él, no sin esbozar una sonrisa ladina. La más irresistible que tenía

Allie tragó saliva. ¿Por qué sus defensas se caían? ¡Las necesitaba fuertes para seguir odiando a ese bastardo!

—De acuerdo.

Le siguió hasta un pequeño edificio oscuro, donde las farolas parpadeaban como si no les llegase suficiente electricidad, y se sentó en uno de los escalones, quitándose los tacones y gimiendo de felicidad al ver sus pies liberados. Kelly también se dejó caer en las escaleras, quitándose las botas.

—Oh, mierda —se quejó al ver el estado de sus medias—, me costaron muy caras.

—Ya te comprarás otras cuando salgas de aquí —le dijo Allie.

La chica suspiró, dejando las botas a un lado y posando los pies sobre la fría piedra.

—¿Crees realmente que saldremos de aquí?

—Sí —dijo con firmeza—. Tenemos al mejor policía de Noruega con nosotras, y además, somos fuertes. Nada de pensar como damas en apuros.

—No se trata de eso, es que… —se estiró igual que un gato, bostezando—. Supongo que da igual. No podemos venirnos abajo ahora mismo.

—No, no podemos darnos ese lujo. Se supone que nos están poniendo a prueba.

—¿Quiénes?

—El Karma y Dios, creo —ironizó—. Ya no sé exactamente en qué creer, viendo cómo juegan.

—Hablas como si te hubieran hecho una putada grande —comentó, mirándola.

Allie rehusó de enfrentarla cara a cara. Le ponía de los nervios hablar del tema que la tenía así y no quería pagarlo con la chica.

Ella no tenía la culpa de nada.

—Solo son suposiciones —mintió, intentando sonreír—. ¿Echas de menos a Therus?

Los ojos verdes de Kelly se tornaron vidriosos cuando asintió. Intentaba no pensar en él la mayor parte del tiempo, pero era imposible. Le necesitaba tanto a su lado que le hacía daño su ausencia.

—Sí, bastante. Nunca pensé que desaparecería de esta forma. Si le han hecho algo, yo… —se tapó el rostro con las manos—. Maldita la hora en que decidió entrar en esta ciudad de desquiciados.

Allie sintió una punzada de vergüenza en el estómago. Ella había acudido a FROZE por el mismo motivo que Therus, y estaba en apuros, aunque no en los mismos que él, esperaba. Si Therus moría, Kelly iría detrás de él, y la chica no se merecía semejante final.

—Tranquila, le encontraremos. Mañana mismo nos internaremos en esa torre —la miró—. Pase lo que pase, sabremos lo que pasa aquí dentro, y luego la destruiremos.

—¿No te asusta eso?

—No. Después de estos dos días lo único que me asusta es que esta panda de hijos de puta no pague lo que hacen.

—Lo que no comprendo es qué demonios son estos tipos. Son todos iguales, actúan y hablan igual. No lo entiendo.

—Parecen clones unos de otro —comentó Allie, frunciendo el ceño—. Solo que me da miedo admitir que podría ser una posibilidad.

—Los clones humanos son un mito en la actualidad —Kelly no quería mostrar lo mucho que la asustaba pensar en ello, pero su voz sonó un tanto débil—. Han clonado plantas y animales, pero no humanos. Es imposible.

—Es verdad, es una locura llegar a esa conclusión —sacudió la cabeza—. Debe ser el cansancio.

—O las drogas que te dieron esos hijos de perra —apretó los dientes—. Fue culpa mía que te cogieran, si hubiese sido más lista, te hubiese escondido.

—Vamos, no podías saberlo —la tranquilizó Allie—. Lo tenían todo planeado, desde el principio, y daba igual lo que hicieras, terminarían por dar con nosotros.

Kelly suspiró, no muy segura. Había metido la pata dos veces en las últimas horas; primero con su novio, y ahora con esa mujer. No escarmentaba.

—¿Dónde se ha metido Ravn? Lleva un rato desaparecido.

—Estará por ahí, déjale —Allie apretó ligeramente los dientes—. Mejor lejos que cerca.

Kelly rió.

—Tenéis una relación muy rara. Dime la verdad, sientes algo por él.

—Odio y asco —asintió.

—¡En serio! —exclamó, sin poder parar de reírse—. Existe algo más, se os nota.

—Deliras, pequeña —Allie se apartó varios mechones del rostro para tener las manos ocupadas en algo—. Entre ese energúmeno y yo no hay nada.

—Pues él te mira con devoción cuando tú no te das cuenta —Kelly alzó una ceja, sus labios curvándose en una sonrisa cómplice—. Y a ti se te sonrojan las mejillas cuando estás cerca de él.

«Maldita mujer intuitiva», se quejó Allie, quedándose sin palabras. ¿Tanto se notaba que existía una conexión entre ellos? «Cómo no va a ser evidente, si estás cayendo en la trampa de nuevo».

Gruñendo, se puso en pie de nuevo, y bajó los escalones de dos en dos. Kelly no dijo nada sobre su actitud, estaba bastante claro que le pasaba, ella había pasado por lo mismo con Therus hacía algún tiempo. Por suerte para ambas, Ravn regresó en ese preciso momento, llevando consigo varias cosas.

—Listo —sonrió igual que un niño que acaba de pintar todas las paredes de casa con sus colores—. Bebida, comida y las llaves de un apartamento. Y encima gratis. Empiezo a encontrarle la gracia a esta pocilga.

—¿Has robado las llaves de una casa? —Allie sonó escandalizada.

—¿Prefieres romper los cristales y que nos oigan?

—¡Se darán cuenta igualmente! —rugió.

—Vamos, preciosa —dijo, suavizando la voz—. Traigo comida, ¿no estás hambrienta después de un poco de droga y de dispararte en la cabeza?

Se llevó una mano a la barriga, notando que le rugía. Era cierto, estaba famélica. Apretó ligeramente los puños y asintió. ¿Qué otra cosa podía decirle cuando la verdad era evidente?

Ravn hizo un gesto con la cabeza para que le siguieran. Kelly se quejó un momento, pero caminó a través de las calles de piedra descalza, destrozándose aún más las medias. Aunque no le importó lo más mínimo. Ravn las llevó hasta un apartamento enorme, como no verían jamás en Noruega o en cualquier otra parte del mundo. Entraron sin que sonase ninguna alarma.

Allie pensó que allí abajo, donde había poca gente y encima psicópatas, no hacía falta ese tipo de cosas. Había que mirar la ciudad con distintos ojos, no con la lógica y con lo aprendido a lo largo de los años.

Como ya habían supuesto, apenas sí tenía muebles. Solo había un dormitorio, atestado de objetos dispares, acomodados de cualquier manera. La cocina conectaba directamente con el salón, y aunque no había televisor, sí había un equipo de música y mantas, cosa que agradeció Kelly, siendo tan friolera por naturaleza.

—Esto es el paraíso —murmuró tirándose en el sofá—. Nunca veré de la misma forma la cama.

—Eso decía yo cuando tenía veinte años —rió Ravn, dejando las cosas sobre la mesa—. Y ahora, mírame —se señaló a sí mismo—, la cama dejó de tener sentido.

—Eso es porque te van más las piscinas —rió ella, guiñándole un ojo cuando Allie gruñó, alejándose de ellos.

—Cierto —le siguió el juego, mirando a la rubia con especial atención—. Hacerlo en el agua es impresionante.

—Tendré que probarlo —comentó Kelly, pensando en Therus con cariño y temor.

—Bueno, ¿podéis dejar las bromas? A mí no me hacen gracia —gruñó Allie. Cogió una de las botellas de licor, mirándola con atención—. ¿Por qué has cogido tres? ¿Piensas cogerte una buena cogorza?

—No —Ravn se acercó a la mesa y cogió uno de los paquetes de comida variada que había encontrado, lanzándoselo a la morena, que lo cogió al vuelo con una enorme sonrisa de felicidad vistiendo sus labios—. Es una para cada uno de nosotros —dijo—. Lo vamos a necesitar.

—¿Adentrarse en la central con una resaca te parece un buen plan? —interrogó Allie, intentando comprender la mente de ese hombre que se alzaba en casi su metro noventa y dos, frente a ella—. Dios mío, estás loco.

Ravn no dijo nada. Cogió una de las botellas que contenían un líquido azul bastante llamativo y bebió un trago. El sabor es-talló en su boca. Tomó otro sorbo, deleitándose con el alcohol, y le ofreció un trago a Allie, que para su sorpresa, aceptó de buen grado. Él al miró beber con la ceja alzada. Solo le había visto beber así una vez, y fue la noche que la conoció.

—¿Allie? —la llamó.

—¿Hum?

—No bebas así, te emborracharás muy pronto.

—Es lo que quiero —encogió los hombros, devolviéndole la botella—. Está rico. Quizás deberíamos llevarnos unas pocas.

Él rió. Sonaba como la Alyson que conocía, y no la despiadada mujer que FROZE había modificado. Sonrió, sin poder evitarlo, y la recorrió con la mirada, extasiado. Esa mujer era la cosa más hermosa que había tenido la fortuna de encontrar en ese mundo de mierda. Un impulso le agarrotó las tripas; deseaba besarla más que cualquier otra cosa de la Tierra. Probar sus labios de nuevo, embriagarse con su sabor.

—Oye, pasadme una botella a mí también —pidió Kelly, interrumpiéndoles.

—Claro —cogió una botella y se la lanzó—. Disfrútala en honor a Therus.

—Eso haré —asintió ella, abriéndola y bebiendo directamente de ella—. Vaya, qué sabor más curioso.

—Sí ¿verdad? —Allie se sentó junto a ella y ambas bebieron de la misma botella, riéndose por nada—. Necesitaba descansar —gimió, desperezándose—. Correr como ratas huyendo de una inundación agota la mente y el cuerpo de cualquiera.

—¿Nunca habías pasado tanto tiempo despierta, Allie? —se interesó Kelly.

—Sí, pero no siendo drogada y obligada a pegarme un tiro —ironizó—. Y lo peor es que seguimos sin saber qué demonios ocurre.

—La investigación es mía, no tuya —intervino Ravn, sentándose en el brazo del sofá, junto a Kelly—. Todavía no sé por dónde empezar o de qué hilo tirar.

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