Frozen

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—Lo siento —se disculpó ella, en actitud sumisa—. No volverá a ocurrir.

Barneys chasqueó la lengua.

—Ve a por ello, Dora. Yo me ocuparé de poner orden aquí.

—¿Estás seguro de que podrás?

—¿Dudas de mí?

—No. No.

—Bien, entonces haz lo que te digo —insistió—. No tenemos demasiado tiempo esta noche.

Dora asintió, echó un último vistazo a la mesa y se marchó de allí. Barneys, quedándose solo, sonrió y tomó una de las pistolas en la mano, intuyendo que aquél ritual sería el mejor de todos los celebrados, porque la chica de ojos zafiro escondía un secreto muy grande en su interior. Y él pensaba aprovecharse de ello.

* * * *

Kado, aburrido, miró el monitor de la central. No había nada extraño, como ya sabía, pero después de su último error el presidente había decidido impedirle la salida a menos que alguien accediera a sustituirle un momento. Una verdadera mierda, teniendo en cuenta que él tenía necesidades.

Tomó la lata de cerveza que tenía allí encima y dio un trago, arrugando la nariz. Se había calentado con el paso del tiempo.

Estar allí encerrado, sin aire acondicionado y con la única compañía inexcusable de las cámaras, su vida no era más que una pérdida de tiempo. Hacía tanto tiempo que no encontraba una pareja sexual que lo único que le quedaba era el recuerdo de todas las que habían pasado por la cama, y ni siquiera eso le satisfacía ya.

—¿Molesto? —preguntó una voz femenina nada más abrir la puerta y encontrarle volcando la cerveza en la papelera.

Kado miró a la mujer, y sus ojos se expandieron tanto que ella no pudo evitar soltar una risita. «Ah, qué encantador».

—¿Qué haces tú aquí? ¿Lo saben los demás?

—No. He logrado colarme, ha sido bastante fácil —admitió, esbozando una tímida sonrisa—. Tenéis una barrera de seguridad muy pobre en esta ciudad.

—No nos hace falta un escuadrón de defensa, en realidad. Nuestras armas son otras —le recordó.

Ella asintió, dándole la razón. Ya había caído en eso.

—¿Todavía sigues relegado en la sala de cámaras?

—Es obvio que sí —replicó de mala gana.

—Deberías enfrentarte a Essei y decírselo —dijo, sentándose en la silla que Kado usaba en sus largos días y noches—. Eres un buen hombre, serías más necesario en otro lado.

—Painei, tu buena intención me abruma —dijo con un leve tono irónico, cruzándose de brazos—. ¿A qué has venido, en realidad?

—¿No puedo hacerte visitas de cortesía?

—No, tú no.

Painei suspiró, acomodando la espalda en la enorme silla de cuero. Su pelo dorado se esparció por el negro cuero, y sus ojos azul claro, como dos pedazos de hielo, se clavaron en el hombre.

Kado tragó saliva.

—Lástima. Antiguamente te gustaba jugar conmigo.

—Tú y yo nunca hemos jugado. Solo tú me jodiste. Porque, a fin de cuentas, eres hija de quien eres, y eso te convierte en una zorra sin escrúpulos.

Painei borró todo rastro de sonrisa de su rostro. Colocó sus manos sobre sus rodillas dobladas, evaluando la situación. Podía levantarse y castigar a ese hombre por su osadía, pero entonces todos sabrían de su presencia allí, y eso era lo último que quería.

—Eres un desagradecido, Kado. Te di todo lo bueno que tenía.

—¿Tu virginidad? No me hagas reír —bufó—. Ni siquiera sé si lo eras o solo fingiste serlo.

—Eso te jode aún ¿eh? Pensar que te mentí y fui de muchos otros antes que tuya.

Vio la verdad en los ojos castaños del hombre, y sonrió con amargura. «Maldito —pensó—, yo te di todo mientras tú solo buscabas ascender en tu trabajo».

—Eres muy evidente, Kado. Siempre lo has sido, por eso te rebajaron al chico de las cámaras. Cosa que agradezco en este mismo instante, porque todo esto te jode más que cualquier represalia que yo pueda tomar en tu contra.

—Chica lista —torció la boca en una mueca—. Veo que vas aprendiendo a pasos agigantados. Pronto serás igual que tu padre.

—Espero que no, Kado. Quiero ser mucho más grande que él —aseguró—, de esa forma podré aplastarte a ti y a cualquier otra persona sin muchas dificultades. No sabes cómo detesto venir aquí y ver que, después de tanto tiempo, sigues culpándome de tus errores. ¿No te enseñaron de pequeño a asumir las consecuencias de tus actos?

—Vamos, Painei —rió él—, ambos sabemos que tú tuviste parte de culpa del fallo del plan. Tu egoísmo es tan grande que echaste por tierra el trabajo duro de esta empresa. ¿Sabe tu querido novio que la culpa fue tuya? ¿Y que te follas a otros?

Painei se incorporó de golpe, y nada más acercarse a él le propinó una bofetada. Kado dejó de reír, asombrado. De todas las veces que había estado con esa mujer, esa era la primera bofetada de ella que le había dolido más en el corazón que en la mejilla. « Maldita seas».

La tomó de las caderas y la sentó sobre la mesa de madera donde tenía un montón de papeles y vasos vacíos. Ella gimió cuando él le abrió las piernas, acomodando sus caderas entre ellas. Buscó sus labios con desesperación, y cuando la besó, el mundo dejó de existir para ambos.

Kado le subió el mini vestido que llevaba sin delicadeza, exponiéndola a su cruda mirada. Painei sonrió, orgullosa, cuando él se mordió el labio inferior, derritiéndose ante su cuerpo. Aquella mujer era su debilidad, y lo sería siempre.

Tomó su rostro entre las manos y volvió a besarla. Ella, extasiada, le desabrochó los pantalones e introdujo la mano entre sus bóxers, buscando su juguete favorito. Kado gimió, echando la cabeza hacia atrás.

—Así es como sigue gustándote ¿eh? —ella rió suavemente, mordiéndole la barbilla—. No puedes resistirte a mí. Cuanto peor te trato, más me buscas. Eres un jodido imbécil.

—¿Y qué hay de ti, Painei? —él le lamió el labio inferior, notando cómo ella arqueaba la espalda y agarraba con más fuerza su verga—. ¿Tienes que acudir a mí a que te folle como te gusta porque tu jodido maridito es un negado en el sexo?

—No hace falta que hablemos de él, Kado. Tómame y ya está. Es lo que deseas. Lo que deseamos —añadió cuando él inclinó la cabeza y le mordió fuertemente el hombro. Soltó un grito, y se pegó más a su cuerpo en un acto reflejo.

Kado no pudo más que darle la razón. En todo. Painei era su locura, su debilidad, la única en el mundo capaz de destruirle. Y ambos lo sabían, por eso jugaban a tirar de una cuerda que podía romperse en cualquier momento, dejando una evidencia enorme de la relación que mantenían. Mucho más profunda que un puñado de golpes y polvos.

Él se sacó la camiseta y los pantalones, mientras que Painei, con la mente nublada por el deseo, solo pudo acertar en besarle de nuevo, mientras Kado, siempre servicial, le pasaba una mano por la espalda, atrayéndola.

—Suerte que aquí no hay cámaras, Painei, o toda tu reputación se iría a la mierda —susurró antes de tomarla allí mismo, escuchando sus jadeos.

De pronto dejó de existir el mundo para ellos. Solo se escuchaban sus gemidos entrecortados, los golpes secos y el crujido de la mesa. Ella se entregó por completo, y él le dio todo lo que tenía. Kado sonrió al verla tan entregada, incluso más que otras veces, como si hubiese estado esperando aquello con ansias. Clavó las uñas en su piel, mordió sus labios y tiró de sus mechones de pelo corto, extasiada. Llegaron juntos al orgasmo, quedando allí, estáticos, escuchando la respiración del otro.

Painei ronroneó, encantada por tenerle donde quería. Daba igual lo que dijera Kado acerca de ella, siempre volvía y le entregaba su cuerpo y su corazón, aunque lo último no lo admitiese en voz alta.

—Espero que te haya satisfecho por un tiempo, Pain —dijo él, alejándose de ella y poniéndose los pantalones de nuevo—. No quiero volver a caer por ti.

—Tranquilo, no vengo a destruirte, Kado —aseguró—. Créeme o no, pero solo busco lo que puedes ofrecerme sexualmente. Actualmente, el resto, me da igual.

Él asintió, no muy seguro de sus palabras.

—Y bueno, ¿vas a decirme qué buscas exactamente?

Ella acarició su pecho desnudo, enredando sus piernas alrededor de sus caderas otra vez.

—No puedo decírtelo, aunque vayas a ayudarme.

—¿Por qué das por supuesto que voy a prestarte mi ayuda?

—Si sabes lo que te conviene, lo harás. Podrás tenerme tanto como quieras.

—Suenas igual que una prostituta, cariño —él le acarició el pelo dorado, echándoselo hacia atrás.

Painei soltó una risita.

—Estoy dispuesta a venderme por sexo si con eso consigo hundir a cierta persona antes de que llegue aquí arriba. Es imperativo que caiga en el camino, ¿comprendes? Y con tantas cámaras, solo tú puedes borrar lo que ocurra.

—¿Vas a matar a alguien? —preguntó con frialdad.

—No, yo no. Solo doy la orden —murmuró, frotándose contra él—. Todos vais a hacer lo que yo quiera, o caeréis también.

—Comprendo —dijo, apartándose de ella y alejándose lo suficiente como para que no lo atrapase—. Somos tus títeres.

—Sí.

—Ay, Painei —suspiró, fingiendo pesar—, sigues siendo una zorra sin escrúpulos, pero con los años estás cayendo cada vez más en todo lo que siempre has odiado.

—¿Sabes, Kado? —saltó de la mesa ágilmente, bajándose el vestido y echándose la melena rubia hacia atrás—. El fin justifica los medios. Y después simplemente te olvidas de ello y cierras las bocas de los testigos. Aunque sea para siempre.

—He captado el mensaje, preciosa —aseguró él—. Yo nunca te traicionaría mientras sigas siendo mi puta. Lo demás dejó de tener valor alguno para mí hace mucho, mucho tiempo.

Sabiendo que aquellas palabras habían herido su orgullo de mujer, recogió su camiseta del suelo y se la puso. Aún tenía ganas de follársela otra vez, pero no lo haría. Quería tener un as bajo la manga, y haciéndose de rogar solo conseguía que ella se enfadara más y, en consecuencia, le dejara con vida solo para fastidiarle. A pesar de que a él le encantaba sus juegos.

—¿Empezamos? —preguntó, esbozando una sonrisa torva.

Painei se juró en ese instante vengarse de aquél hombre arrogante. Algún día.

7

Barneys no podía esperar más. Estaba harto. La luna ya se había alzado en el cielo, aunque él no pudiera verla, y necesitaba llevar a cabo su festín de medianoche antes que cualquier otra cosa.

Dora, a su lado, tomaba una copa de whisky con hielo doble, ajena a todo. Prefería esperar a que Barneys hubiese terminado y no inmiscuirse antes. Pasar un poco de hambre dejó de importar en el momento en que el que fueron enviados allí abajo, como si no tuvieran valor alguno.

—El juego es fácil —empezó a decir, cogiendo una de las pistolas y acariciando la culata—, cada uno de vosotros colocará el cañón en su cabeza y apretará el gatillo. Dentro hay una bala. Es imposible adivinar a cuál de vosotros matará. Sin embargo, eso es lo que lo hace divertido.

Allie contuvo el aliento. «Esto no puede estar ocurriendo, es una locura, una pesadilla, no es real». Miró a Kelly y Ravn, tan estáticos como ella, y tragó saliva. Las manos le temblaron cuando las colocó sobre su regazo.

—Vamos, lo que viene siendo una ruleta rusa de toda la vida. Menudo cabrón estás hecho —escupió Ravn.

Barneys chascó la lengua, dejando la pistola en su sitio de nuevo, frente a él. Ravn la miró. Tanto tiempo junto a esa pistola y sería quien le matara. El Destino era demasiado irónico.

—No tientes a tu suerte —murmuró el tabernero, medio sonriendo—, es mucho más que eso. ¿He comentado ya que las balas contienen un veneno letal? Eso hará que vuestros cuerpos se pudran antes, sin dejar rastro. Nadie sabrá qué pasó con vosotros.

—Lo tienes muy controlado. ¿Habéis hecho esto con anterioridad? —preguntó el hombre, acariciándose la barba de dos días.

—Podría ser. No es como si a alguien como tú le importase —cortó, haciéndole un gesto a Dora para que se acercara—. Ocúpate de todo.

—Sí —la chica asintió con la cabeza y miró la mesa—. ¿Listos?

—¿Para morir, dices? —el tono irónico de Ravn puso el vello de punta a Kelly. No le conocía de nada, pero en ese momento presentaba un aspecto amenazador que le encogía el corazón en el pecho—. ¿De verdad te piensas que vamos a colaborar en esto?

—No tenéis más salidas —rechazó ella.

—Por supuesto que sí —bufó él—. No sé qué clase de personas sois vosotros, pero desde luego, seguís respirando como nosotros, y tenéis un corazón que late. Cualquier herida puede mataros.

—¿Eso crees? —Dora esbozó una terrible sonrisa que le cerró la boca. Sacó una daga y se cortó la palma de la mano. No brotó sangre alguna de la herida—. ¿Ves esto? Somos mejores que vosotros. Lo que es mortal para vosotros, nos da vida a nosotros. No seas iluso. Nada de lo que intentes podrá detenernos.

Ravn entrecerró los ojos sobre la muchacha. «¿Qué demonios es eso? ». No entendía exactamente dónde estaba metido, pero lo que sí estaba claro es que no eran personas normales.

Algo apestaba mucho allí abajo, y como no se le ocurriese un plan efectivo de inmediato, no lograría averiguarlo nunca.

Echó un vistazo a las dos mujeres, y supo que solo él podría sacarlas de allí sanas y salvas. Ellas dos no tenían la culpa de nada, solo eran unas víctimas más del Destino y su cruel juego.

Él era quien tenía que estar investigando FROZE, con todas sus consecuencias, no el resto.

«¿Pero cómo lo hago? ». Se frotó la frente con la palma de la mano, estrujándose el cerebro en busca de una solución. Era obvio que las pistolas no servirían. Solo tenían una bala, y no estaba seguro de que fuese a salir la primera. «Maldición, esto es un circo de locos».

Dora, viendo que se habían calmado, devolvió la daga a su lugar y buscó con la mirada a su compañero, que había desaparecido del mapa. No estaba muy segura de dónde estaba. Normalmente no dejaba un ritual a la mitad, sino que se quedaba todo el tiempo, ansioso por hincarle el diente a sus presas. Sin embargo, algo había cambiado esa noche.

—Tenemos que salir de aquí de inmediato —susurró Kelly, inclinándose hacia delante—. Estos dos están muy colgados, y están dispuestos a todo.

—¿Crees que no nos hemos dado cuenta? —gruñó Ravn, molesto por cómo estaba sucediendo todo.

—Cálmate —le dijo Allie—. Sigamos el juego. Cuando piensen que vamos a dispararnos, volcamos la mesa y corremos hacia la salida. Se desorientarán.

—No funcionará —negó él—. Ya has visto cómo se las gastan.

—Pues es lo mejor que tenemos. O lo tomas o lo dejas, Ravn, pero no pienso dispararme sabiendo que me voy a volar la cabeza.

Él frunció los labios. La idea era una locura, pero Allie tenía razón: carecían de nada mejor.

—Está bien. Intentaré que me dejen ser el primero y volcaré la mesa. En ese momento tenéis que ser rápidas y salir corriendo. Yo me interpondré entre ellos y vosotras. Creo que tengo un par de puñales por aquí.

—¿Vas a detenerles con eso? —Kelly suspiró—. Toma —dijo, dándole su daga de plata—, es más grande y efectiva que un puñal. Además es de plata pura. Un regalo de Therus.

—Si es un obsequio de él no puedo usarlo —rechazó Ravn—, podría perderlo o partirlo.

—Descuida. Él me lo regaló para que me defendiera, y eso es lo que voy a hacer. Úsala bien.

Ravn, renuente, se la guardó en la chaqueta sin que Dora se percatase de nada. La chica seguía mirando las escaleras que llevaban a la parte de abajo, desesperada. ¿Dónde demonios se había metido Barneys?

Para su suerte, él apareció poco después, con una toalla y una botella de licor. Sonrió, orgullosa, y fue a ayudarle.

—¿Todo listo?

—Claro —él le entregó todo y fue directo hacia donde estaban sus presas—. Es hora de empezar —señaló a Ravn—. Empiezas tú.

«¡Qué bien! », pensó, agarrando la pistola sin que le temblara la mano. No pensaba darle el gusto. Miró fijamente el arma, notando un nudo en la garganta. ¿Así iba a acabar su vida? ¿Con una bala en la cabeza?

—Espera —intervino Dora, acercándose de pronto a la mesa—. Es mejor que comience la chica —dijo, mirando a Kelly—. Parece la más débil de los tres.

Barneys sonrió, asintiendo.

—Es buena idea. Dale la pistola —le ordenó a Ravn.

Él negó con la cabeza. No podía dársela a Kelly. La única forma que tenía de que el plan funcionase era dejando que las chicas salieran antes. Si Kelly empezaba, se arriesgaba a que la bala saliera a la primera. Y no estaba listo para ver morir a alguien de esa manera.

Barneys, sin embargo, no dejó que perdiera más el tiempo. Le arrebató la pistola y se la dio a la chica. Kelly reprimió un quejido cuando notó lo pesada que era el arma. Bajó la mirada hasta las manos temblorosas de Allie, notando un sollozo quebrándose en su garganta. «No quiero morir así, joder. Aún tengo que encontrar a Therus».

—Empieza —alzó la voz el tabernero, impaciente. Se moría de hambre. El pecho le temblaba y movía las manos de forma incontrolable, deseoso por ver cómo sucedía el ritual.

Kelly llevó la pistola hasta su cabeza, y colocó el cañón sobre su sien derecha. El frío vórtice de ésta envió un escalofrío por su espalda. Cerró los ojos, notando un sabor metálico en la boca, y rezó a cualquier dios para que la bala no fuera a parar a ella. No podía morir todavía. Therus la esperaba.

Apretó el gatillo, y chilló cuando escuchó el sonido sordo de un impacto que no llevaba consigo ninguna bala. Sus párpados se abrieron de la impresión, aunque no pudo ver nada, sus pupilas se veían empañadas por el manto de lágrimas. «Oh, dioses, gracias», pensó, dejando la pistola sobre la mesa. Escuchó el suspiro de alivio de Allie a su lado.

—Lástima —el tabernero chascó la lengua, acogiendo con buen gusto el vaso de licor que Dora le entregó. Era de color azul, su favorito, y le bajaba por la garganta con facilidad, mermando la ansiedad que sentía.

Dora, compartiendo su pesar, le acarició el hombro y señaló a la rubia. Allie, viendo su Destino marcado en aquella pistola, la cogió mucho más firme de lo que hiciera Kelly minutos antes. El corazón le latía de forma tan violenta que era una suerte que no hubiese saltado por su garganta, huyendo de allí. Nunca, en toda su vida, había pasado tanto miedo. Había acudido a FROZE para olvidarse de los sentimientos, y ahora se encontraba allí sentada, con una pistola en la mano, dispuesta a dispararse a sí misma. El Karma era muy justo, al parecer. Ella había intentado borrar todo rastro de sentimientos de sí misma, y él, como castigo, la sometía al terror psicológico más intenso. Porque no solo se trataba de dispararse, jugándoselo todo a un disparo, también era Ravn, su vida y todo lo que le rodeaba. No tenía padres, pero sí una hermana pequeña que esperaba su regreso, y un hermanastro que la quería más que a su vida y la necesitaba para seguir adelante. Los había abandonado, ignorándolos por completo, solo por su terrible egoísmo. Era tan injusto. Si nunca hubiese conocido a Ravn, su vida no habría llegado a ese punto. Pero incluso allí sentada, no podía odiar tanto como quería a ese hombre que la miraba fijamente, clavando sus dorados ojos en ella, temeroso y enfadado. ¿Por qué veía esos sentimientos en sus ojos de miel? ¿Por qué no miraba a otro lado? No quería sentirse peor de lo que ya se sentía. No quería que él influyese en esa decisión, en ese juego. No quería que le recordara por qué se había enamorado de él en el pasado. Ravn la había abandonado, eso era todo. «Entonces, ¿por qué no puedo apartar la mirada de él?»

Cerró los ojos e inspiró hondo. Tenía que hacerlo, sin importar lo que sucediera. Si la bala le tocaba, entonces abandonaría a dos personas y no podría vengarse de Ravn por haber roto su corazón. En cambio, si no salía, tendría una oportunidad de seguir peleando duro.

«Que pase lo que tenga que pasar».

Puso la pistola sobre su sien, miró fijamente a Ravn, por si era la última vez que veía sus ojos, y apretó el gatillo. Vio un rayo fugaz cruzar los irises dorados de él en el instante que se escuchó el sonido sordo del disparo y el arma caía de su mano hasta el suelo. Fue el último sentimiento que esperaba ver en ellos, y eso la asustó más que cualquier bala que pudiese acabar con su vida.

—Vaya, esto se pone interesante —Dora, recuperando el arma, se la pasó a Ravn—. Uno más. Que siga la suerte.

Barneys saboreó el licor que humedecía sus labios, regodeándose por dentro. «Todo va como intuía. Solo un poco más».

Ravn suspiró de alivio. No había nada que lamentar, por suerte, y el plan saldría bien, ya se encargaría él de que así fuera. Ninguno de aquellos tipos lograría hacerles daño. Ni soñarlo. 

Cuando sujetó la pistola lo hizo con firmeza. Puede que solo tuviera una bala, pero era la primera pistola que había tenido nada más entrar en el cuerpo de policía, y se la llevaría consigo.

Dejarla allí sería perder una parte importante de sus recuerdos y de sí mismo, traicionando así la promesa que se hizo el primer día que trabajó como policía.

—¿Estáis seguros de querer hacer esto? —preguntó, mirando a los dos tipos.

—Nada de preguntas —ordenó Dora, las puntas de su cabello rozaban sus hombros—. Dispara.

Ravn sacudió la cabeza. «Panda de tarados, vais a ver lo que es bueno». Paseó su mirada de Allie a Kelly, asintiendo levemente, y estiró sus piernas por debajo de la mesa. Las dos chicas se miraron mutuamente. «Es la hora de la verdad».

* * * *

—Así que vas a vengarte de alguien, Painei —Kado negó con la cabeza—. ¿Por qué me sorprenderá?

La mujer sacudió la cabeza, y su melena rubia ondeó sobre su espalda. Sacó un cigarrillo de su pequeño bolso y lo encendió. La nicotina inundó sus pulmones, calmándola y reconfortándola. Necesitaba un empujoncito en ese momento, estando junto a Kado.

—No te interesa eso, Kado. Al menos que yo sepa. Pero supongo que, puesto que vas a ayudarme, tendré que contártelo.

—Sería de gran ayuda, sí.

Painei suspiró, apartándose varios mechones del rostro. Aún tenía la frente un tanto húmeda de su intensa sesión de sexo. Era una pena que Kado no quisiera repetir por puro orgullo, ya que ella había viajado allí, en parte, para estar con él.

—Necesito frustrar los planes de mi padre. Otra vez.

—Oh, venga —él se tensó de pronto, incapaz de creer lo que ocurría—. No voy a permitirte eso de nuevo.

—Tú no vas a impedirme nada si sabes lo que te conviene —le recordó, balanceando el pitillo que sujetaba con la mano derecha en el aire—. Debo hacerlo si quiero impedir una catástrofe.

Kado entrecerró sus ojos sobre ella. No comprendía qué buscaba esa vez, jodiendo el trabajo de personas que llevaban años allí, que vivían en FROZE porque buscaban la manera de eliminar el mal mundial y evitar, de esa forma, que el mundo se viniera abajo.

—¿Qué tipo de catástrofe?

—Mundial, Kado. Esta vez tenemos que impedir cualquier cosa que beneficie a la corporación FROZE. No tenemos mucho tiempo antes de que lleven a cabo su plan original. No tienes idea de lo complicado que es todo.

—Si no me lo cuentas va a ser difícil comprenderlo.

—No hay mucho tiempo para chismorreos, querido. O lo hacemos, o pagaremos las consecuencias toda la vida.

Kado sentía verdadera curiosidad por lo que ella decía. Nunca había cuestionado la labor de la corporación en la que trabajaba. Llevaba allí cinco años y, aunque sabía más o menos a qué se dedicaban, nunca había imaginado que llegaría a ser letal de alguna manera. Sin embargo, allí estaba Painei, lista para emprender su propia cruzada en contra de su padre, de su marido y de cualquiera que se pusiera por delante.

«No hay manera de parar su huracán cuando lo crea».

—¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Por qué me necesitas?

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