France

France


Capítulo 2

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Capítulo 2

 

 

France aterrizó en el salón de Storm y se sentó tranquilamente con la cerveza que acababa de robar de su frigorífico.

—¡Joder! —Storm salía desnudo del baño y se disponía a cruzar el salón.

—Estás perdiendo facultades —dijo repasando su cuerpo sin ningún pudor.

—No te esperaba. Voy a vestirme.

—¿Tienes miedo de asustarme? No veo nada que no haya visto antes.

—No, France. Por mí me sentaría a charlar contigo sin problemas, pero sería una explicación difícil si aparece cualquiera de mis hijos o Susan. Estoy evitando una escena innecesaria.

—Viggo está en la ciudad, Susan está con esa pandilla de idiotas en mi casa cuidando de Junior y no sé si debería decirte que Ylva está en plena furia sexual con su compañero.

Storm se la quedó mirando.

—No, no deberías decírmelo —resopló—. Y no hables así de las mujeres, juraría que eran tus amigas.

—Y lo son.

—No tienes remedio.

—Remedio, ¿para qué?

—Déjalo.

Fue a la habitación y volvió vestido con unos pantalones de cuero y una camiseta negra.

—¿A qué debo tu inesperada visita?

—Quería verte el culo.

—France… ¿desde cuándo sabes bromear?

Ella levantó una ceja.

—¿Bromear? Nunca lo he hecho.

Storm se recogió el pelo aún húmedo en una cola baja, ahora lo llevaba largo siempre.

—Perfecto.

—¿El qué?

Soltó el aire. Joder, que mujer más complicada.

—France, céntrate.

—Pues haberte quedado desnudo, estaba centrada hasta entonces.

Maldita sea.

—Si no tienes nada más que decir, lárgate, tengo cosas que hacer.

France se golpeó los labios con él índice rematado por una larga uña roja.

—Tengo una vibración.

¿Debería preguntar?

—¿Y eso es bueno o malo?

—No lo sé aún.

—Pues tú dirás —dijo ya con voz cansada mientras se servía una cerveza.

—Algo o alguien viene hacia nosotros, son de nuestra especie.

Eso eran problemas.

—¿Amigo o enemigo?

Ella se apoyó en el respaldo y dio un trago a su bebida.

—¿Cómo quieres que lo sepa?

Acabáramos.

—Siempre te jactas de saberlo todo, France.

—Estoy investigando…

—¿El pálpito?

—¿Qué pálpito?

¡Joder!

—La vibración —gruñó.

—Ah, eso. Sí. Voy a ir hasta nuestra frontera.

Bien, por fin estaba llegando a algo.

—Dile a Viggo que vaya contigo.

France lo miró y estrechó los ojos.

—No lo quiero cerca.

—France, ¿recuerdas en algún momento que es el padre de tu hijo? —preguntó pragmático.

—Oh, claro. Pero que su pene haya estado en mi vagina no le da ningún derecho sobre mí.

Storm se sentó en un taburete.

—Qué gráfica.

—Lo podría ser más.

—Ni se te ocurra. Joder, France, estamos hablando de Viggo, ahórrame los detalles.

—Qué sensible.

—Ve sola, haz lo que te dé la gana —soltó cambiando de tema.

—Siempre lo hago.

—En cuanto sepas algo, informa.

France dejó la cerveza sobre la mesa y desapareció. Podía haber ido a ver a los hermanos del otro clan, pero siempre se había relacionado más con Storm.

Reunió las moléculas de su cuerpo en una montaña alta y nevada, y observó.

 

***

 

Yrre vio aparecer a la hembra y la miró detenidamente, levantó su puño para que sus hombres y mujeres no movieran ni un dedo, cualquier cambio en el aire y la rubia los descubriría. Era de su misma raza, de eso no había duda. Pero lo que acababa de ver con sus propios ojos, pocas mujeres lo conseguían, ninguna hembra se desmaterializaba sola, necesitaba a un compañero para eso, el solo había visto a una hacer eso y era su madre. Esta, había aparecido delante de sus narices, y él había sido rápido ocultando a su clan con la mente.

Atractiva y alta, tal como a él le gustaban, la hembra olisqueaba el aire y recorría el lugar con sus ojos claros. Estaba a menos de diez metros de ella y la veía de perfil. A su lado había una loba, el animal acababa de llegar y respiraba con dificultad, había corrido para alcanzar a su compañera vinculada. Un momento, ¿una hembra vinculada a una loba? Eso sí que era nuevo, además de imposible.

Una mano de largas uñas acarició la cabeza de la loba, pero no la miró.

—Está bien, Hela. Volvamos.

Y después de hablar se desmaterializó ante sus ojos, mientras el animal volvía a correr montaña abajo.

—Ya se ha ido, debe tener compañero para poder aparecer así —dijo su hermano Aart.

—Sí. —No podía dejar de observar el lugar por el que se había marchado—. Voy a seguir su aura, necesitamos saber a qué distancia están.

—Deberías presentarte y explicar que eres el jefe de un…

—Aún no. Quiero saber a qué nos enfrentamos. Cuida de los nuestros, no tardaré.

Desapareció sin esperar la respuesta. La hembra lo tenía intrigado, la pose que había adquirido en lo alto de la roca en la que estaba plantada era de altivez y soberbia. Ellos sabían que había un clan en Alaska, pero era difícil dar con ellos, se sabían ocultar. En los tres días que llevaban en el bosque nevado solo habían visto a humanos que se dirigían a trabajar, suponía que a los pozos petrolíferos que estaban repartidos por doquier.

 

***

 

Había alguien, estaba segura, pero no lograba dar con lo que era. Ni si era uno o más de uno. Fuera quien fuera, tenía una gran habilidad para ocultarse bien.

De repente, alguien le tapó la boca y envolvió una mano en su cintura.

—No te voy a hacer daño —dijo una voz grave en su oído.

Y ese tío tenía que ser muy alto, notaba la clavícula a través de la ropa a la altura de la coronilla, y ella no era precisamente baja.

Intentó convertirse en moléculas, pero no lo consiguió. También intentó entrar en su mente o empujarlo solo con el pensamiento; no hubo suerte. Ni siquiera lo había visto llegar ni había oído nada. Por suerte no había aparecido en casa, podía haber puesto en peligro a Junior… y a las humanas.

Una corriente eléctrica la recorrió por completo ¿Estaba oliendo su cuello?

—Solo quiero hablar —continuó el macho—. Si intentas algo cuando te deje ir, desapareceré y no serás capaz de seguirme.

Ella asintió. En cuanto la soltara le iba a dar una patada en los huevos, era la primera vez en su dilatada existencia que alguien la tocaba sin su permiso.

Y lo hizo, la dejó ir, pero cuando se dio la vuelta no estaba. Al momento lo sintió detrás de nuevo.

—¿Qué haces? —preguntó confundida por su rapidez. No lograba verlo bien, solo era un maldito borrón.

—¿Vas a mantener tu palabra?

—Sí —concedió, le podía la curiosidad.

Se plantó ante ella y la dejó boquiabierta. Era alto, en eso había acertado. Pero lo que no esperaba es que fuese tan atractivo. Sus anchos hombros, cubiertos por una gruesa cazadora negra, estaban relajados, y su porte era elegante, a pesar de la indumentaria. Vestía unos pantalones de cuero negros, botas de motorista en sus pies algo separados en posición de descanso, y sus manos se apoyaban una sobre la otra en una gran espada que hundía la punta en la nieve ante él.

Observó su cabello largo y oscuro, su rostro anguloso bajo una barba de un par de días, sus labios carnosos y sus profundos ojos negros.

Se mantuvo a la defensiva, no se fiaba de él por muy bueno que estuviera.

—¿He superado tus expectativas? —pregunto él con un gruñido.

Joder, sí.

—¿Quién eres? ¿Y qué haces en mis tierras? —preguntó sin responder a su pregunta—. Y lo más importante, ¿me has olido?

—Sí lo he hecho —admitió sin problemas—. He venido a estas tierras porque te estaba buscando, supongo.

—¿Supones?

De repente un gran lobo gris apareció de entre los troncos para rondar a su loba. Imaginó que era el lobo vinculado al pedazo de hombre.

—Dile a tu lobo que deje de olisquear el trasero de Hela.

—¡Track! —ordenó sin mirar al animal.

El lobo se sentó a su lado y la miró con interés.

—Que obediente.

—Como tiene que ser. ¿Puedo saber tu nombre?

—Soy France, ¿y tú eres?

—Yrre, del clan de Canadá.

¿De Canadá? Había oído hablar de ellos a sus mayores, pero nunca los había visto, hasta ahora.

Lo miró de arriba abajo.

—¿Por qué has venido?

—Necesito hablar con la máxima autoridad de tu clan.

Ella se envaró.

—Yo soy la máxima autoridad en mi clan.

Yrre levantó una ceja y después observó su rostro con un deje de fascinación.

—Perfecto, entonces me gustaría reunirme contigo.

—¿Has venido solo?

—No.

¿No? ¿Y ya está?

—Me temo que necesito más información.

—Eso es algo que tendrás que ganarte.

¿Qué?

—No sabes con quién estás hablando, Yrre. Te puedo sacar de mis tierras y de Alaska con solo chasquear los dedos.

—Te gusto demasiado, no lo harás.

Oh, sí.

No se había movido ni un poco, mientras que ella no hacía más que cambiar el peso de su cuerpo de un pie a otro.

—¿Eres siempre tan engreído, o solo conmigo?

La miró en silenció, expectante.

—Tú tampoco sabes con quién estás hablando, así que estamos en paz —dijo al fin.

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