France

France


Capítulo 3

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Capítulo 3

 

 

Yrre no podía apartar los ojos de ella, era rematadamente bonita, tenía unos preciosos ojos en un color entre azul y verde poco definido, pero que conjuntaban a la perfección en su rostro. Sus labios rojos y carnosos parecían llamarlo a gritos. Y su nariz respingona la hacía parecer un duende y dotarla de aristocracia al mismo tiempo.

¿Y ella era la máxima autoridad de su clan? Nunca había conocido a una mujer que llevara sobre sus hombros esa responsabilidad. Normalmente lo dejaban a los hombres, no porque no supieran llevar las riendas de un clan, sino porque ellas eran las encargadas de educar a los pequeños en los rasgos fundamentales de su raza, derechos y obligaciones de los que debían ser responsables. Los humanos dirían que eso era demasiado antiguo, pero en su linaje era algo que todos aceptaban.

—¿Y quién eres? —preguntó ella poniendo los brazos en jarras.

—El jefe de un clan traicionado.

Miró las botas que ella calzaba, llegaban por encima de sus rodillas y con un tacón extremadamente alto, debía tener un buen equilibrio sobre ellas. Por no mencionar el mono negro y apretado que dejaba ver todas sus curvas. Unas curvas que no dudaría en acariciar, mientras la tuviera debajo.

—Cuéntamelo —pidió France con cierta autoridad.

—Buscaba a Neoh, para eso.

—¿Lo conoces?

—Solo me han hablado de él. También me dijeron que era de confianza.

Ella se envaró.

—Yo no confío en ti.

—Lo comprendo, ¿puedo saber por qué lo estás protegiendo?

—¿A quién?

Esta mujer tenía un déficit de atención, estaba claro.

—A Neoh.

—Ese macho no necesita de mi protección, en cualquier caso, él necesita protegerse de mí —declaró France sin titubear.

Eso lo dejó sorprendido.

—¿Eres de un clan rival?

Ella se apartó el pelo del hombro, echándolo hacia su espalda, de un manotazo.

—Antes lo éramos. Pero ya no.

—¿Es tu compañero?

Y eso necesitaba saberlo con urgencia, por una simple razón: estaba sintiéndose demasiado atraído por ella.

—¿Eso importa?

Apartó la espada a un lado y la levantó apoyándola sobre su hombro.

—A mí me importa —dijo acercándose peligrosamente a ella.

Por el simple hecho de ser el jefe de su clan, ocupando el puesto de su padre, él tenía todos sus poderes bien arraigados aún sin tener compañera. Pero eso no era un problema, tenía sexo con mujeres tanto de su clan como humanas, estas últimas un poco delicadas para su gusto, pero que habían sabido llamar su atención, sobre todo Wica.

Notó que France se iba a dividir y a largarse, y lo impidió.

—¡¿Estás trabajando para anular mis poderes?! —preguntó sorprendida, algo que a él le hizo gracia.

En realidad, le gustaría trabajar de otra manera sobre ella, pero se guardó el comentario.

—Y tú, ¿intentas dejarme con la palabra en la boca?

 

***

 

Y qué boca… esos labios… necesitaban ser mordidos, succionados y besados con urgencia. Los miró embelesada, y vio como él dibujaba una sonrisa lenta.

—Tendría una cita de lo más excitante contigo, pero tengo prioridades.

«Idiota», pensó. No tenía muy claro si ese pensamiento iba dirigido a él o a ella misma.

—¿Una cita?

—No hueles a macho.

Ella dio un paso atrás.

—Gracias, me cabrearía bastante la posibilidad.

Él volvió a sonreír. No parecía ser un hombre de muchas sonrisas y en su apuesto rostro quedaba muy bien. Tanto que tuvo que apretar los muslos. Solo había habido un macho hasta la fecha que había conseguido eso en ella. Storm.

—No tienes compañero —afirmó.

Se acercó a él y puso una mano en su pecho.

—¿Sabes? Te noto un poco obsesionado —dijo alzándose sobre las puntas de sus botas.

Sus labios quedaron a la misma altura y el fijó sus ojos de espesas pestañas en los suyos. France sacó la lengua y se lamió el labio inferior con deliberada lentitud. Se separó lo suficiente para que la cima de sus pechos quedara a la vista y volvió a acercarse.

—Espérame aquí en media hora —soltó a solo unos milímetros de su rostro y después desapareció.

Ahora ya sabía que, si lo distraía lo suficiente, no estaba pendiente de sus poderes ni la podía bloquear. Se echó a reír mientras aparecía en la sala de reuniones.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Storm.

Estaba sentado en uno de los cuatro tronos que presidían el escenario, con un tobillo apoyado en la rodilla de la otra pierna, totalmente relajado y malditamente atractivo. Susan era una humana con suerte. Y demasiado buena para asesinarla, tal como tenía pensado hacer cuando empezó la cosa esa del vínculo con su hombre. Pero si había alguien a quién respetaba por encima de todo, ese era el macho que tenía ante ella.

—Alguien que acabo de conocer. ¿Dónde están los otros? —preguntó restando importancia.

—France, Susan está con nuestro nieto y yo estaba a punto de ir a verlos cuando he recibido tu paranoico grito mental. He podido aparecer inmediatamente, pero te recuerdo que tenemos una vida y que no consiste en correr hacia ti.

Ella se plantó ante él desafiante.

—Pues no entiendo el porqué, soy lo más interesante que conocerás jamás en tus muchos años, vejestorio.

Storm levantó una ceja.

—¿No deberías estar con tu hijo y dejar a mi compañera en paz de vez en cuando?

—¿Echas de menos a tu humana?

—Más de lo que sospechas. Y ya no es humana, ¿recuerdas?

Pues seguía apestando a esa especie de tarados.

Se sentó a su lado.

—Ah sí, ese detalle siempre se me olvida. —Optó por contestar—. Es una lástima que ella prefiera estar con Junior y no contigo. ¿No será que ya no rindes? Los humanos han inventado cosas para eso, no debes avergonzarte…

Se calló cuando el rostro de Storm apareció a solo un centímetro del suyo y sus manos estaban apoyadas en los reposabrazos creando una jaula con ella dentro. Sus poderosos brazos se tensaron mientras soportaba la postura. Tuvo que recordarse no babear en su presencia. Joder, no había perdido ni un ápice de su atractivo.

—Tienes muy mala memoria, France. Tú y yo nos hemos pasado horas follando y aún puedo recordar tus gritos, sobre todo con mi nombre entre ellos, pero ¿sabes? Estoy seguro de que mi hijo es un digno sucesor de su padre y por lo que sé, las mujeres se lo están rifando. Así que no pierdas el tiempo, los años también pasan para ti, preciosa. Empiezas a perder brillo.

Sintió como su cara se encendía. Maldita sea, ¿cómo se atrevía?

—No quieres verme cabreada, Storm —amenazó.

—No, cariño. Pero la próxima vez que esa boquita tuya vaya a soltar pestes sobre mi polla, piénsatelo un poco. Voy a terminar siendo tu suegro, no lo olvides. Me debes un respeto.

—Ni lo sueñes ¡Vete a la mierda!

La carcajada de Storm resonó por toda la estancia mientras se apartaba.

—Vaya, tenemos un punto caliente aquí —dijo Tahiél apareciendo de repente junto a su hijo Alistair, el relativamente nuevo líder.

—No te incumbe —contestó ella.

—No me interesa, solo era mi manera de saludar —soltó el recién llegado con desinterés.

—Me largo —anunció France.

—¡Tú nos has llamado! ¿Y ahora, te largas? —exclamó Alistair.

—Voy a buscar al padre de mi hijo. Va a tardar en venir si no lo traigo.

Viggo no tenía compañera, y a pesar de lo que todos pensaban, ella no lo era. Pero tenía que oír lo que tenía que decir en el consejo. No podía desvanecerse en partículas, así que ella lo traería.

Cinco segundos más tarde estaba cruzando el bar donde muchos estaban bailando de manera frenética, borrachos y sin coordinación en los cuerpos. Otros se apoyaban en la barra con sus cervezas frías ante ellos. Los malditos adornos de navidad lanzaban destellos ante las luces en movimiento.

La gente le abría paso ante su avance, aunque no era algo voluntario; ella los apartaba con la mente. Si alguno de esos humanos osaba tocarla iba a terminar despellejado y su piel adornaría la entrada del bar.

Muchos hombres se giraron para admirarla, podía haber aparecido simplemente al lado de Viggo y nadie la habría visto, pero le apetecía hacer este ritual de vez en cuando. Ver a hombres babear a su paso era sencillamente divertido. Sus ropas distaban mucho de las vestimentas que llevaban las mujeres. Ella siempre usaba esos monos de látex que se aferraban a su cuerpo, y hoy no era diferente. Sus botas de tacón de quince centímetros la hacían más alta que casi todos los machos allí reunidos. Eso parecía amedrentarlos y ella disfrutaba de sus rostros, que mostraban deseo y al mismo tiempo precaución.

Llegó hasta los reservados, se trataba de unos cubículos más íntimos en los que incluso había unas cortinas que servían para ocultar a sus moradores de miradas indiscretas. Repasó el lugar, algunas cortinas estaban echadas, otras no. Ya tenía localizado a Viggo.

Se metió por un lateral de la tela ante la mirada curiosa de los que se cruzaron con ella, algunos fruncían el ceño preguntándose por qué estaba invadiendo el espacio privado de los que estaban dentro, eso era algo que los humanos parecían respetar.

Dos cuerpos se movían en la penumbra. La chica, una morena delgada con largas piernas estaba tumbada sobre el banco de madera y Viggo bombeaba en su interior, encima de ella. La chica gemía con los párpados apretados y ella observó el cuerpo bien definido de Viggo. Las embestidas eran poderosas y toda la musculatura de su tronco tatuado se expandía y contraía con el movimiento. France tuvo que admitir que efectivamente era hijo de su padre, la humana estaba disfrutando de sus atenciones, y aunque ella también sabía cómo se comportaba Viggo en la intimidad, cuando se habían acostado no había prestado demasiada atención. Él mordió un erecto pezón haciendo que la chica se retorciera de placer.

—Estoy ocupado —dijo el macho de repente, al parecer la había captado y eso le hizo ganar puntos. A pesar de estar follando era consciente de lo que pasaba a su alrededor.

—Oh, sí —exclamó la humana pensando que hablaba con ella.

—¿El misionero? Creí que eras más original, Viggo. Aunque esto no da para mucho más —admitió golpeándose el labio inferior con el índice.

La chica abrió los ojos con sorpresa y la miró.

—¡¿Pero qué…

—Ignórala —ordenó el hombre cogiendo su rostro entre sus manos y obligándola a mirarle.

—Saca tu polla de ahí —ordenó France a su vez.

—Te he dicho que estoy ocupado, France. Lárgate, joder.

La humana la observaba sin parpadear, había despegado los ojos del macho para mirarla de nuevo, perpleja ante la situación.

—Lo siento cariño, lo necesito completo. Sé que esa parte de su anatomía te gusta, pero son un pack —le explicó al ver que no reaccionaba, aunque tampoco es que importase mucho.

—Mierda. —Viggo al fin se encaró con ella.

Cuando sus ojos se encontraron, en ellos vio furia y sabía el por qué. Viggo la quería a ella y no era correspondido.

—Eres un desgraciado, no puedes hacerme esto, soy la madre de tu hijo —dijo con voz triste llevándose la mano al pecho compungida.

—¡Oh! ¡Dios mío! —La humana intentó apartar a Viggo—. No lo sabía, lo siento. Él no me dijo nada…

Viggo puso los ojos en blanco.

—Deja de comportarte como una femme fatale, no va contigo, France.

—Vámonos, tenemos consejo —explicó volviendo a su tono de voz normal.

La humana los miraba con el ceño fruncido.

—Entonces, ¿ha mentido? ¿No es la madre de tu hijo? —inquirió incorporándose y buscando su ropa.

—Sí, sí lo es.

La chica se levantó y mientras él buscaba sus pantalones le soltó una bofetada.

—¡Joder! ¿Qué coño te pasa? —exclamó Viggo poniendo la mano sobre su rostro golpeado.

—¡Que eres un cabronazo! —gritó airada mientras se vestía a toda prisa.

—Bah, no es para tanto —dijo France agitando la mano.

La chica la miró abriendo muchos los ojos.

—¡Estáis locos!

—¿Qué insinúas? —preguntó France fingiendo perplejidad y mirándola de arriba abajo.

—Bórrale la memoria y vámonos —declaró Viggo.

—¿Qué me borre…

Pero antes de que terminara la frase su expresión cambió.

—Oh, disculpad, no sabía que esto estaba ocupado —dijo antes de salir disparada del reservado.

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