Fortuna

Fortuna


I

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—Me ha acompañado el frío de la muerte y la noche me ha parecido indudablemente eterna —agregó el escudero.

El capitán general le sonrió pero no estaba para escuchar aquellas peroratas de exaltado. Él tenía otros designios y otras urgencias. Si había accedido a mandarlo a aquella cima, fue en razón de su estrategia. Fue para avistar el futuro, para contemplar, desde ahí, lo que les esperaba adelante. Sonreía, pero con actitud severa. Quería saber. Lo tomó de los hombros y lo zarandeó, si bien con algo de deferencia, en reconocimiento a su hazaña.

—¿Y bien? —preguntó. En su mirada había algo más. Una interrogante.

Diego de Ordaz pareció entender. Su rostro se iluminó cuando dijo:

—Y he visto, entre la bruma, una urbe de ensueño...

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