Fidelity

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CAPÍTULO CINCO

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CAPÍTULO CINCO

El sentido común no es tan común.

VOLTAIRE

Marcos

Susana había hablado de una chica que le había advertido sobre mí, pero no sabía su nombre. Puede que hubiera sido Sandra, pero se había marchado de Valencia hacía un año y ahora apenas sabía nada de ella, salvo por la última carta que me enviaron de su parte. No quería recordar la jugada que me había hecho, ni los encuentros casuales que se produjeron tras nuestra ruptura. Ni tampoco creía casual haber perdido mi DNI y que alguien contratara un móvil de tarjeta con mi nombre. Cada vez tenía más claro que Sandra lo había orquestado todo. No obstante, mientras no me la encontrara a una distancia de cien metros no tendría ningún problema.

Si era sincero, y si echaba la vista atrás, era consciente de que tenía miedo a volver a pasar por el infierno que suponía terminar una relación y todo lo que vino después con Sandra. Ella me hizo la vida imposible y puso a todo el mundo en mi contra. Yo era el acosador, el que no la dejaba en paz. Mintió a la justicia para tratar de recuperarme. Ni siquiera aquel último intento hizo que volviera a salir con ella. Y no era temor por intentarlo de nuevo, era terror a sufrir por la misma razón. No quería tener que olvidar y meter en un baúl los recuerdos si todo salía mal.

Me alejé de casa de Susana con mal sabor de boca, pasé por la mía para coger un bañador y fui directo a la playa de El Saler. Necesitaba darme un baño, nadar hasta que los músculos me dolieran tanto que no me dejaran pensar. Encontré aparcamiento enseguida y caminé descalzo por la arena hasta llegar a la orilla. Me desvestí con prisa, como si la ropa que llevaba me quemara. Me recordaba demasiado a Susana y a lo que llevaba un año y medio año evitando. Extendí una toalla y luego me metí en el agua sin pensármelo.

No sé cuánto rato estuve nadando, pero cuando salí estaba mejor. El agua se había llevado parte de la angustia que sentía.

Me tumbé sobre la toalla para secarme, me coloqué las gafas de sol y me quedé mirando las nubes. Era un buen ejercicio para no pensar en nada. Me gustaba imaginarme la forma que iban adquiriendo a medida que pasaban. Con Sandra podía estar horas mirando al cielo. Al final se convirtió en uno de nuestros juegos favoritos. Después llegaron los problemas, cuando ella empezó a querer controlarlo todo y comenzó a atosigarme.

El zumbido de un whatsapp me sacó de mi ensimismamiento. Al abrir el mensaje me di cuenta de que era de Elena. Me comentaba que habían llamado a casa diciendo que ya podía recoger el nuevo móvil y que nos encontraríamos directamente en la exposición porque iría con unas amigas. En cualquier caso me alegraba de que fuera así, porque esa tarde no era muy buena compañía.

Miré el reloj. Aún tenía una hora y pico de libertad, así que pasé por el centro comercial. Si no fuera un compromiso de mi madre habría rechazado la invitación y lo habría dejado para otro día.

Como apenas había comido, subí al último piso para pillarme dos donuts por tres euros más un cappuccino en un vaso de plástico para llevar. Me senté a una mesita para trastear con el móvil nuevo al tiempo que contemplaba a la poca gente que paseaba por el centro comercial.

Entonces mi corazón dio un vuelco y me revolví incómodo en la silla. No podía imaginar que ella estuviera en el mismo centro comercial que yo. Era imposible no fijarse en la única gothic Lolita que había allí. La seguí con la mirada para saber qué hacía y adónde iba. Era simple curiosidad. Había salido de una perfumería con una bolsa en la mano y estaba parada frente a un escaparate. Estuve dudando hasta que al final me comí el donut que me quedaba, me levanté como impulsado por un resorte sin pensar en las consecuencias y bajé al piso donde estaba ella. Sabía que era una mala idea ir detrás de aquella chica, pero sentía curiosidad por conocer a alguien a quien le gustaba Cortázar. Llevaba un mes y medio escuchando su programa y era casi un milagro que la hubiera conocido en persona.

No sabía por qué tenía la necesidad de saber más de ella. Desde luego no se parecía en nada a las chicas con las que había salido. No era menuda, aunque estaba seguro de que no llegaba al metro setenta. Se mostraba frágil y su piel parecía como de porcelana. No creo que le gustara mucho tomar el sol. Había otro rasgo que me llamaba la atención en ella: se movía con la elegancia de una bailarina de ballet clásico. No se podía decir que estuviera gorda, aunque tampoco era una chica delgada, dados los cánones que imperan ahora.

Nuestros dos primeros encuentros habían sido desafortunados, aunque todavía no entendía las razones por las que ella se había mostrado tan desagradable conmigo. Quizá se trataba de esa llamada que había hecho en la radio y yo no fuera más que un marinero atraído por su canto de sirena. Necesitaba escucharla para saber que todo aquello no era más que una ilusión, porque en cuanto hablara con ella cada uno seguiría su camino para no volver a encontrarnos nunca.

Tomó la pasarela mecánica y se paró frente a un dispensador de flores automático. Parecía estar pensando qué ramo iba comprar.

No quise seguir pensándomelo y al final propicié un encuentro «casual». Me topé con ella y el vaso de café se me escurrió «accidentalmente» de las manos. Ambos nos manchamos. El bajo de mis pantalones vaqueros y mis Converse terminaron pringados y a ella le cayeron unas gotas de café en las botas de charol blanco.

Dejó caer el ramo de flores que llevaba en una mano.

—Vaya, volvemos a encontrarnos —le dije—. Se me han ensuciado hasta las zapatillas.

—Podrías mirar por dónde vas.

—¿Yo? Perdona, has sido tú la que se ha tirado encima de mí.

—Ya, claro. ¿Cómo me voy a tirar encima de ti si estaba aquí parada?

Me agaché para recogerle las flores. Como llevaba unas servilletas en la mano le pasé un par para que se limpiara las botas.

—¿Y ahora qué hago? —se lamentó—. No me va a dar tiempo a ir a casa a cambiarme.

—Lo siento —me disculpé, y esbocé mi mejor sonrisa—. De verdad que lo siento. Si pudiera hacer algo…

—No, ya has hecho suficiente. Déjalo.

Lu me quitó con rabia el ramo de flores y giró sobre sus talones. Sin embargo, algo me impulsó a cogerla del brazo para que no se marchara.

—A ver, ¿se puede saber qué te he hecho para que me trates así?

Ella se quedó mirando la mano que la sujetaba del brazo y después alzó los párpados para encontrarse con mis ojos.

—Quítame esa mano de encima.

—Perdona, no era mi intención molestarte. Si me dieras una oportunidad comprobarías que no soy tan mal tipo.

La solté como me exigió ella.

—Si tú lo dices.

—No tienes nada que perder.

Parecía que Lu no estaba dispuesta a darme esa oportunidad que le pedía. En ese mismo instante recibí una llamada. Era Elena, que me apremiaba para que no llegara tarde.

—Sí, Elena, ahora voy para allá.

Lu esbozó un gesto de indiferencia e hizo amago de marcharse de una vez por todas.

—Espera un momento, Elena. —Cubrí con la palma el teléfono para que mi hermana no pudiera oírme—. No sé qué idea tienes de mí, pero te aseguro que no soy esa persona que estás pensando. —Lu dudó unos instantes, y entonces yo le dije a Elena—: Por favor, hermanita, tengo aquí a una amiga que necesita buenas referencias de mí. Se llama Lu. —Le pasé el móvil sin darle tiempo a que lo rechazara.

—Hola —dijo Lu. Si las miradas matasen, yo ya habría caído fulminado por esos ojos que destilaban rabia.

No sé qué le dijo Elena de mí, pero algo en la cara de Lu fue cambiando poco a poco. Casi me atrevería a pensar que esbozaba una sonrisa. Hasta soltó una carcajada al final cuando colgó.

—¡Si sabes reír! —exclamé.

—Sí, y también sé sonreír. Solo tienes que darme un motivo para hacerlo.

—Entonces, ¿qué dices?

—Vale, tu hermana me ha dicho que eres un tío muy pesado, pero que también eres encantador.

—También soy muy simpático.

—Y tienes bastante morro.

—¿Qué te parece si empezamos de nuevo, como si no nos hubiéramos encontrado nunca antes? —Le tendí la mano abierta—. Hola, soy Marcos.

Permanecí varios segundos esperando, pero finalmente funcionó. Ella me la estrechó y asintió con la cabeza.

—Hola, yo soy Lu.

—¿Sabes?, te puedo llevar a donde quieras. Es lo mínimo que puedo hacer por ti. Aunque también podría invitarte a una exposición en Ruzafa de un joven que hace unas fotografías transgresoras mezcladas con trazos de pintura. No sé si te suena Miguel Noir. ¿Qué me dices? A no ser que ya tengas planes, claro está. —Señalé el ramo de flores.

Ella siguió con la mirada la dirección de mi dedo y después sonrió.

—¿Una exposición de fotografía? Suena interesante.

—Solo hay un problema. Tengo que pasar un momento por casa a cambiarme. Con un poco de suerte quizá encuentre algo para limpiar tus botas.

Lu miró la hora, pareció pensar unos segundos y después asintió.

—Está bien. Acepto tu invitación a esa exposición. No tengo nada mejor que hacer.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia el parking.

—Por cierto, si quieres que te lleve en coche será mejor que me sigas. —Se me ocurrió entonces utilizar una frase de Alicia a través del espejo. Ella había hablado de esta novela en un programa anterior—: «Vas en la dirección contraria… ¡Parece mentira! Una niña como tú debería saber en qué dirección viaja antes que su propio nombre…».

Nos quedamos mirándonos, ella con los ojos como platos.

—¿Te gusta Alicia a través del espejo? —me preguntó sorprendida.

—Sí, mucho.

—Perfecto. Ya tenemos algo en común. —Tenía la impresión de que además de Alicia y Cortázar iríamos encontrando más cosas.

Tuve que llamarla. Me obligaste a hacerlo. He hecho lo que creía conveniente para que te des cuenta de que lo vuestro no tenía futuro. Ahora volverás a mí y todo será como antes, ¿verdad? Dime que sí, dime que todo será como antes. Yo te perdono todo lo que me has hecho. Cuento los minutos que nos quedan para volver a estar juntos. Ya verás lo que he preparado. Te quiero.

Lu

Cuando el destino no te lo ponía fácil había que darle un empujoncito para que propiciara ciertos encuentros. Era una manera de hacer trampas, pero ¡qué diablos!, estaba cansada de esperar a que se produjera ese tropezón para conocer a alguien interesante. Podía ser divertido hablar con el imbécil que me había insultado dos años atrás, aunque eso implicara perder el poco sentido común que me quedaba. ¿Y si Marcos era uno de esos tres chicos a los que les gustaba la literatura?

Esbocé una sonrisa. No había sido del todo sincera con Marcos. Lo había visto venir gracias al reflejo que me mostró el cristal de la máquina expendedora de flores. Calculé cuándo pasaría y tropecé de espaldas con él. Lo mejor de todo fue ver la cara que puso cuando se encontró conmigo y cómo se esforzó para que me quedara a su lado. Si era cosa del azar que nos encontrásemos, quería jugar a este juego. Además, tenía que aprovechar que Marcos conocía la obra de Miguel y que me podía llevar a Ruzafa.

Al salir de casa me di cuenta de que me había dejado el ramo de flores en la cocina y que André no me lo traería porque, como siempre, tenía el móvil desconectado y tampoco contestaba al teléfono de casa. Recordé entonces dónde podría encontrar unas flores sin tener que pasar por la plaza del ayuntamiento. La primera parada que hacía el autobús era en el Palacio de Justicia, junto a un centro comercial donde había una máquina expendedora de flores.

Así que este encuentro fortuito me había venido de perlas. No llegaría tarde a la exposición ni tampoco tendría que correr para coger los dos autobuses que necesitaba para ir a Ruzafa.

Marcos caminaba a mi lado mirándome de reojo de vez en cuando. Aunque trataba de parecer simpático y alegre había algo en su mirada que me decía que estaba ocultando algo. Sus ojos parecían tristes.

—Entonces ¿qué tipo de fotografía hace Miguel Noir? —pregunté.

—Hace fotografías combinadas con pintura de desnudos, pero no de cuerpo entero, sino de ciertas partes. He visto algunos de sus trabajos y me parecen interesantes.

—Creo que me gustará.

—Mi madre dice que será un artista que tendrá muy buena proyección el año que viene.

Llegamos al coche y Marcos abrió en primer lugar mi puerta.

—Susana me ha dicho que estás estudiando en la ESAD —dije cuando entró en el coche.

—Sí, este ha sido mi segundo año.

—A mí me gustaría entrar en el Institut del Teatre en Barcelona, pero no tengo dinero para estudiar allí. Si este año entro en la ESAD, espero que me puedan dar una beca e irme el año que viene a Barcelona.

Marcos se quedó callado unos segundos. Hizo un gesto con la cara que no supe cómo interpretar. Parecía estar recordando algo que lo incomodaba.

—A mí me admitieron hace dos años, pero tomé una decisión que en aquel momento me pareció la más acertada, y sin embargo al final terminé equivocándome… —Se encogió de hombros—. En fin, tampoco se está tan mal en la ESAD.

No quise indagar mucho sobre qué había pasado para que se quedara en Valencia.

Condujo hasta la avenida de Menorca, giró hacia la izquierda y aparcó en una zona en la que apenas había edificios. Lo más sorprendente es que se encaminó hacia una nave industrial que tenía un letrero en una de sus puertas: VIDALLACH&ROSIQUE, ESTUDIO DE ARQUITECTURA Y DISEÑO DE INTERIORES. Sacó una llave bastante grande del bolsillo. Yo di un paso atrás para contemplar la nave, que a simple vista parecía bastante vieja.

—¿Vives aquí?

—Sí, mi padre la heredó antes de que naciéramos mi hermana y yo. Cuando mis padres se independizaron solo tenían dinero para montar el estudio, así que al cerrar la persiana sacaban un colchón y un camping gas para hacer la comida. Poco a poco fueron restaurando esta parte y se acomodaron aquí. Puede parecer un lugar extraño para vivir, pero yo encuentro que es original. En esa puerta de al lado está el estudio de mis padres.

Marcos dejó que entrara yo primero. Me llamó la atención un espejo de estilo rococó en la entrada junto a una cómoda de diseño de madera clara de líneas rectas. Pero lo que más me gustó fue el largo pasillo lleno de estanterías que llevaba a una sala central. Debía de haber más de seis o siete mil libros.

—Creo que podría quedarme a vivir en este pasillo.

—Parece que te gusta leer. La gran mayoría eran de mi abuelo paterno. —Esbozó una sonrisa radiante—. Espera un segundo.

Enseguida regresó con un trapo húmedo para que me limpiara las botas.

—Gracias.

—En cinco minutos estoy contigo. Si quieres echarle un vistazo a algo mientras yo me cambio, no hay ningún problema.

Asentí con la cabeza. Daba gusto perderse entre tantos libros. Vi una edición reciente de El principito con ilustraciones del autor en su interior. Era una edición de Círculo de Lectores bastante cuidada. Leí la dedicatoria:

25-11-1999

El primer libro de tu futura biblioteca. Ojalá te ayude a discernir lo que realmente es importante en la vida.

Tu abuelo,

Oriol

—Mi marido tenía una biblioteca muy extensa —dijo una señora mayor que estaba de pie al lado de una escalera.

Me sobresaltó su voz grave.

—Estoy maravillada.

—La pasión de Oriol era la literatura. Gran parte está en nuestra casa. Aquí hay una tercera parte de todos los que llegó a atesorar mi marido.

—Me gustan las casas donde hay libros. Dice mucho de sus habitantes.

Se fue acercando a mí sin quitarme los ojos de encima. Me estaba examinando más allá de la ropa que llevaba puesta. Me sentí incómoda.

—Soy Alicia, la abuela de Marcos. —Me tendió una mano—. ¿Y tú cómo te llamas?

—Yo soy Lu.

A pesar de que trataba de mostrar cordialidad en la sonrisa amable que esbozó, el tono de su voz era frío.

—Eres la primera chica que pisa esta casa después de un año y medio. Si Marcos te ha traído aquí es porque tienes que ser alguien importante para él.

—¿Perdone? Creo que se equivoca. Yo no soy su novia. Solo vamos juntos a una exposición.

—¡Novia o no, espero que no le hagas daño! Ya sufrió mucho con esa tal Sandra. —Remarcó ese nombre con desprecio.

No entendía por qué era tan directa conmigo y por qué se tomaba tantas libertades cuando no me conocía de nada. Quizá se debiera al hecho de que, como les pasaba a muchas personas mayores, pensaba que podía opinar de cualquier cosa y juzgar cuando le viniera en gana.

—Le aseguro que no tengo intención de hacerle daño a Marcos.

—Veo que lo has entendido perfectamente.

Habría querido que en esos instantes la tierra se me tragara. No comprendía a qué venía todo aquello.

—¿Quieres beber algo?

—No, gracias.

Miré la hora. Faltaban veinte minutos para que fueran las siete. Suspiré cuando Marcos bajó corriendo la escalera. Creo que no hubiera soportado un minuto más bajo la mirada escrutadora de aquella señora.

Marcos nos observó con detenimiento.

—Espero que mi abuela no te haya asustado. —Le dio un beso en la mejilla y ella le acarició el pelo con una ternura que no me hubiera imaginado—. Es famosa por ahuyentar a todos mis amigos.

—No, tranquilo. Ha sido muy amable —respondí chasqueando la lengua.

Volví a mirar la hora para que Marcos entendiera que se nos hacía tarde.

—Sí, tienes razón. Por favor, abuela, tienes que dejar de hacer eso con mis amigos.

—No sé de qué me estás hablando. Ya la has oído. —Trató de que su voz sonara ingenua—. He sido amable con ella.

—Marcos, no tiene importancia.

—Venga, marchaos, que se os hace tarde. Disfrutad de la exposición. ¿Llevas dinero?

—Sí, aún me queda algo —respondió rechazando el billete de cincuenta euros que ella le tendía.

—Cógelo, anda. Igual esta noche la quieres invitar a cenar por ahí.

Marcos dudó unos instantes hasta que al final aceptó el billete que le ofrecía la mujer.

—Gracias, abuela. Eres la mejor.

Después de volver a besarla, Marcos se acercó a mí para dirigirse a la puerta.

—¿Nos vamos?

—Sí.

Cuando salimos a la calle solté un suspiro de alivio. Sentía la espalda húmeda por la tensión que había vivido dentro de la casa.

—Menudo carácter —afirmé.

—No se lo tengas en cuenta. No puede evitarlo.

—También le puedes decir que no tengo intención de ser como esa tal Sandra de la que hablaba.

Marcos se quedó parado en mitad de la acera. Algo cambió en su mirada. Se colocó las gafas de sol. Buscó las llaves del coche en su bolsillo y abrió la puerta sin decir una palabra. Puso la radio, supongo que porque no quería hablar. Sonó una canción de Laura Pausini.

… Se fue, el perfume de sus cabellos,

se fue, el murmullo de su silencio,

se fue, su sonrisa de fábula,

se fue, la dulce miel que probé en sus labios.

Se fue, me quedó solo su veneno,

se fue, y mi amor se cubrió de hielo,

se fue, y la vida con él se me fue,

se fue, y desde entonces ya solo tengo lágrimas…

No podía dejar de cantar estos versos mentalmente. Él, Miguel, se había ido, y por lo que sabía, esa Sandra también se había ido de la vida Marcos. Hacía más de un año fueron muchas lágrimas las que derramé, porque como decía en la canción, yo había perdido la cabeza por mi mejor amigo. Como parecía que también le pasaba a Marcos, aunque creo que él seguía teniendo una espina en el corazón, por cómo me miró cuando nombré a Sandra.

—Ha sido una equivocación aceptar tu invitación —le dije.

—¿Por qué? —Me observó—. ¿Por lo que ha dicho mi abuela? No te pareces en nada a ella. Además, sigue en pie lo de que me des una oportunidad para que puedas conocerme.

El coche paró en un semáforo en rojo y él se quitó las gafas un instante.

—¿Me estás pidiendo una cita?

—¿Eso deseas?

Mantuve la vista en el círculo que no cambiaba de color. Me daba miedo mirarlo a los ojos. Quizá el color rojo me indicaba que tuviera cuidado con él.

—¿Y qué pasa con Susana?

—Susana y yo ya no estamos juntos.

El estómago se me encogió. En cuanto el semáforo cambió a verde asentí con la cabeza.

—Está bien. Acepto esa cita.

Marcos esbozó una sonrisa complacida.

Polvo de estrellas en la casita de Lu

En cualquier momento puedes encontrar una nueva oportunidad, aunque no tengas un billete para subir al tren con destino al cielo. Siempre puedes descubrir otras maneras de viajar. Solo has de hallar la tuya. Yo prefiero caminar admirando el paisaje, descubrir las sorpresas que van apareciendo por el camino. ¿Me acompañas en este paseo?

Firmado: Lu

No, esto no tenía que estar pasando. ¡Qué asco me das! Y ella también. ¿Qué haces con esa gorda? ¿Por qué no me llamas a mí? ¿Por qué ahora te vas con otra zorra y pasas de mí? Ahora estoy llorando. No quería llorar. ¿Ves lo me que haces? Tú me decías que me querías y ahora, ¿cómo voy a creerte? Siempre haces lo que te da la gana y no tienes en cuenta mis sentimientos. Eres de lo peor. No puedo dejar que me sigas haciendo esto. Te vas a arrepentir.

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