Fidelity

Fidelity


CAPÍTULO SEIS

Página 9 de 27

CAPÍTULO SEIS

A quien amas, dale alas para volar, raíces para volver y

motivos para quedarse.

DALAI LAMA

Lu

Marcos y yo salimos del coche riéndonos por un comentario suyo que nos había hecho gracia y nos encaminamos hacia el local donde estaba la exposición.

—Mi abuelo bromeaba con que Carroll se había basado en mi abuela para crear el personaje de Alicia. También me decía que ella había dejado su sentido del humor en el país de las maravillas.

—Pues yo creo que tiene el genio de la Reina de Corazones: «¡Que le corten la cabeza!».

—Bueno, tampoco te pases… Ni que fuera la señorita Rottenmeier.

Me quedé callada porque tenía la sensación de que había metido la pata.

—¡Has caído! —Soltó una carcajada—. Menuda cara has puesto. —Sacó algo de la bandolera que llevaba colgada del hombro—. Toma, un caramelo sabor susto. —Le pegué un empujón mientras seguía hablando—. Mi abuela es un poquito especial. Solo has de saber manejarla. —Observó cómo le quitaba el papel al caramelo—. Tienes razón, cuando atravesó el espejo le sugirió a la Reina Roja que quería jugar también como reina en la partida de ajedrez. En ese momento ya apuntaba maneras.

Marcos me miró con curiosidad mientras se quitaba las gafas.

—¿Qué? —le pregunté. Me pasé una mano por la cara por si tenía alguna cosa.

—Le hubieras encantado a mi abuelo.

Levanté los hombros y noté cómo me sonrojaba.

—¿Lo echas de menos?

—Bastante. Me lo pasaba genial con él. Tenía el sentido del humor que a mi abuela le falta.

Suspiré.

—Es doloroso perder a alguien querido.

Encontramos la sala enseguida y yo me detuve en la entrada para leer el título que daba sentido a su trabajo: «30 Minutes». Me encantaba que Miguel hubiera utilizado una de las canciones que más nos gustaba de t.A.T.u. Nuestros gustos musicales eran muy parecidos. Él me descubrió voces que no conocía y juntos discutíamos sobre el significado de las letras. Podíamos pasarnos tardes y noches escuchando a un artista. En mi caso podía convertirse hasta en una obsesión; cuando un cantante me «revelaba» sus letras, ya no dejaba que saliera de mi vida.

Cerré los ojos y dejé volar mi imaginación gracias al aroma a incienso que venía del interior. Era como olerlo a él. Miguel usaba un perfume que mezclaba el sándalo y la rosa. Mi corazón empezó a bombear con intensidad. Quería correr hacia él y abrazarlo, como cuando era niña y a nadie le extrañaba que me gustara estar siempre a su lado.

Miré de reojo a Marcos. Por lo poco que lo conocía tenía la impresión de que eran muy diferentes el uno del otro. Tal vez iba siendo hora de olvidarme de una vez por todas de Miguel y empezar a pensar en otros chicos que no se parecieran a él.

—Creo que vamos a ser de los últimos en entrar —afirmó Marcos.

—Afortunadamente Miguel no es como la Reina de Corazones y no nos dirá aquello de: «¡Que les corten la cabeza!».

Marcos se detuvo en la puerta.

—Espera —me sujetó de un hombro—, ¿conoces al autor? No me lo habías contado.

Solté una carcajada.

—Tampoco te he dicho que no lo conociera. Creo que las palabras que he utilizado han sido que la exposición podía ser interesante.

—Vaya, yo pensaba que había sido original al invitarte a una exposición y al final veo que me has utilizado para que te trajera en coche. Me siento como un chico objeto.

—¿Tu orgullo de caballero andante se ha resentido?

—Sí… —Se llevó una mano al corazón—. Tendrás que recompensarme y dejar que te invite a cenar, aunque antes he quedado con unos compañeros de la ESAD para ver una performance que han organizado en el Carmen. Me encantaría que vinieras. Se lo había pedido a mi hermana, pero no creo que le importe que me acompañes tú. ¿Qué te parece?

Pensé unos instantes. Julia y Eva querían que fuésemos a tapear después de la exposición. Era algo informal, y así hacíamos tiempo para la fiesta que Miguel estaba preparando, pero sabiendo que iría Laura, no me apetecía especialmente asistir. Laura me hacía sentir incómoda cada vez que quedábamos.

—Está bien, acepto tu plan, pero yo elijo el restaurante. —Me sonrió—. Conozco el sitio perfecto. Tiene las mejores vistas de Valencia.

—Estoy deseando salir de la exposición para conocer ese lugar. —Me agarró de la mano y tiró de mí—. Me devora la impaciencia.

Me gustó que en el pasillo largo y oscuro, tan solo iluminado por unas figuras móviles y luminosas que colgaban del techo, se observaran como una especie de baldosas hechas con una moqueta amarilla, una clara referencia a El mago de Oz, nuestra película favorita.

Marcos y yo avanzamos por ese camino de baldosas que nos llevaba a un espacio amplio. No sé si habrían llegado todos los que habían sido invitados, pero la sala estaba bastante llena. Incluso la prensa se había hecho eco de la noticia.

En cuanto Miguel advirtió mi presencia corrió hacia nosotros dibujando una amplia sonrisa. Desde la última vez que lo vi había cambiado su aspecto un poco. Llevaba el pelo aparentemente revuelto, aunque sabía que se pasaba horas delante del espejo arreglándose. Vestía una casaca roja con unos bordados dorados en las mangas, unas botas que le llegaban a las rodillas y unos pantalones negros y estrechos. Parecía un pirata. Solo le faltaba un parche en el ojo y el loro al hombro de Long John Silver.

—¡Ludovique! —gritó—. Al fin has venido.

Cerré los ojos. Odiaba que me llamase así, pero Miguel insistía en que me quedaba como anillo al dedo y que era el nombre de una princesa de Baviera. ¿Qué padre en su sano juicio llamaría a su hija con un nombre tan horrible como el mío? Algo malo había tenido que hacer en otra vida para que André se hubiera empeñado en inscribirme así en el Registro Civil. Y lo peor de todo es que mi madre había consentido en que me pusieran ese nombre. ¿Tan enamorada estaba de él como para no darse cuenta de que no era el nombre más adecuado para mí?

—Ni se te ocurra reírte —le murmuré a Marcos pegándole un codazo.

—Para nada —soltó él reprimiendo una carcajada—. Ludovique… A pesar de lo que pienses, me gusta.

Miguel me dio un abrazo tan fuerte que me quedé sin aliento. También se debía al hecho de que cuando estaba con él me olvidaba de todo, incluso hasta de respirar.

—¿Me estás engañando con otro? —me susurró al oído.

No sé a qué vino aquel comentario, pero me molestó que lo hiciera. Nunca había sido importante para él con qué chicos había salido, ni tampoco me había comentado nada sobre ellos. No sé si ahora veía a Marcos como una amenaza o tan solo era una broma sin importancia.

Me separé de él para presentárselo.

—Marcos, este es Miguel Noir, un amigo de la infancia.

Ambos se dieron las manos observándose con detenimiento. Las mantuvieron cogidas durante unos segundos hasta que Miguel se soltó.

—Un placer conocer a un artista como tú —dijo Marcos.

Miguel posó el brazo sobre mi hombro y me atrajo hacia él.

—Ludovique ha sido una de mis musas. Te estábamos esperando para comenzar.

Marcos me lanzó una mirada de asombro.

—No pienso decirte cuáles son mis fotografías. —Tragué saliva al ser consciente de repente de la situación tan incómoda en la que me encontraba. No me había importado que Miguel fotografiara mi torso desnudo, pero no tenía tan claro que me gustara que Marcos me viera así.

—Es una modelo excepcional —repuso Miguel—. Su piel ofrece muchos contrastes a la cámara. —Seguidamente se volvió hacia mí—. Tengo una sorpresa para ti. Espero que te guste.

Desde la otra punta de la sala Eva me hacía señas para que nos acercásemos. Miguel me llevó hasta donde se encontraban ella, Julia, papá y Gemma, su novia. Me volví para ver si Marcos nos seguía, pero vi que se acercaba a una chica más o menos de mi edad que se le parecía mucho, aunque con el pelo más largo, y que llevaba una cámara colgada del cuello. Se quedó junto a ella y se pusieron a hablar.

Julia fue la primera en darme un abrazo.

—Miguel ya estaba nervioso.

Eva también se unió al abrazo.

—¿Has venido acompañada?

—Sí, pero no es mi novio, si es lo que estáis pensando —comenté—. Solo es un amigo.

Entonces me acordé del ramo de flores que llevaba en la mano. Se las entregué a Miguel, que me correspondió con un beso en la mejilla.

—Eres maravillosa.

—Te había comprado otro con tus flores favoritas, pero me lo he olvidado en casa. He tenido que improvisar.

—No hace falta que te disculpes. —Miguel me dio otro abrazo—. Me gustan las rosas. Lo importante es que estés aquí. Sabes que sin ti no tendría sentido esta exposición.

Busqué con la mirada a su novia.

—¿Dónde está Laura?

—No ha podido venir.

Tragó saliva y después desvió la mirada hacia Julia.

—¿Ha pasado algo entre vosotros?

—No.

Con esta contestación eludió seguir hablando del tema, aunque por el gesto que puso Eva supe que sí había pasado algo entre ellos. Miguel se acercó a una mesa en la que había unas copas de cava y me pasó una.

—Es hora de que empiece la exposición. —Brindó conmigo con la copa que acababa de coger—. Por comenzar este camino de baldosas amarillas junto a mí. Gracias.

—Ya sabes que me gusta viajar contigo hasta más allá del arcoíris.

Hizo un gesto con la mano al técnico de luces y sonido para que comenzara. Nos quedamos a oscuras y enseguida empezó a sonar la letra de la canción 30 Minutes que daba título a la exposición. Alguien se dedicó a quitar unas telas negras de las fotografías que se exponían.

Mientras iba sonando la canción, las luces fueron iluminando las fotos. Volví la cabeza y me encontré con la mirada de Marcos. En treinta minutos mi vida se había convertido en un carrusel de emociones.

Marcos

Treinta minutos y ya quería susurrar el nombre de Lu a su oído, treinta minutos y ya deseaba volver a estar a solas con ella otra vez. En tan poco tiempo ya había decidido que me gustaba y que no había tenido minutos suficientes para descubrir más. Durante un mes y medio había estado escuchándola por la radio, y ahora sentía que había algo más que una voz detrás de su aspecto.

—Esto sí que es una novedad. Esta chica no se parece en nada a ninguna tía con las que sueles salir —comentó mi hermana. Enseguida comenzó a hacerle fotos sin que Lu se diera cuenta—. Es muy mona y es muy fotogénica.

Me enseñó en la pantalla tres de las fotos. Era cierto, Lu tenía un encanto muy especial que enamoraba al objetivo. Había algo mágico en su forma de mirar y en su manera de escuchar. A través de la pantalla se apreciaba algo que resultaba etéreo e inapreciable en un primer vistazo.

—No estaría mal que nos la presentaras —intervino mi madre sacándome de mi ensimismamiento.

Elena estaba encantada de que hubiese llegado acompañado de una chica; incluso mi madre no salía de su asombro. Ni a ella ni a mi hermana les gustaba que cada tres meses cambiara de novia. Lo único que tranquilizaba a mi madre era que le había asegurado que siempre usaba protección.

—Solo es una amiga. —A pesar de la atracción que experimentaba por Lu no quería precipitarme.

—Quiero conocerla.

Mi hermana pasó de mí y se encaminó hacia Lu. Yo no pude hacer otra cosa que seguirla.

—Hola, soy Elena. Tú debes de ser Lu. Eres la chica de la radio, ¿verdad? Mi hermano es un poco imbécil porque no quería presentarnos. ¿Te lo puedes creer? ¡Si hemos hablado por teléfono! Por cierto, me encanta tu vestido.

—Gracias. Sí soy la chica de la radio —respondió Lu—. Y sí, esta falda me la he hecho yo.

—Mi hermano se pone muy pesado con tu programa. No se pierde ni uno. —Lu volvió la cabeza para buscar mi mirada—. A mí me gustaría coser, pero soy una negada con la aguja.

—No es difícil. Si quieres un día quedamos y te enseño mis vestidos.

—Sería estupendo.

Una de las mujeres que estaban detrás de Lu se me acercó y me tendió la mano.

—Yo soy Eva, la madrina de Lu.

—Yo soy Marcos.

Se quedó unos segundos callada. Parecía estar reflexionando sobre algo. Después me examinó la palma y me miró a los ojos.

—Te gusta esconderte de Cupido, aunque eso cambiará muy pronto.

Retiré la mano antes de que siguiera diciendo cosas que no le importaban ni a ella ni a nadie.

—Lo tendré en cuenta, gracias.

—¿Eva ya te ha leído el futuro? —preguntó la otra mujer que estaba junto a ella—. Debes perdonarla, pero no puede evitar leerle la mano a todo aquel que conoce. Yo soy Julia, la otra madrina de Lu.

—Nunca acierta —murmuró Lu lo suficientemente alto para que lo oyera—. A mí me lleva dando la tabarra desde junio con que haría un viaje a París.

—Aún no ha acabado el verano —aclaró Eva—. Nunca se sabe qué va a pasar mañana.

—Déjate de tonterías. Hoy hemos venido a apoyar al niño —dijo Julia.

En ese momento se acercó Miguel. Elena me dio un codazo para que se lo presentara. Mi hermana estaba decidida a ser una buena fotógrafa y a seguir sus pasos.

—Miguel, esta es mi hermana Elena. Le encantan tus fotografías y piensa que eres un artista muy innovador.

Miguel la observó con detenimiento, quizá más de lo aceptable. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que Elena iba con unos shorts y una camiseta de tirantes que dejaban muy poco a la imaginación. Y, todo hay que decirlo, mi hermana tiene un cuerpo de escándalo. Es casi tan alta como yo y es dueña de unas piernas muy largas, que acentuaba con los zapatos de tacón que llevaba para la ocasión. Además, su cabello liso y negro que le caía hasta media espalda le había valido como pasaporte para ganar en algún concurso de belleza. Su otra pasión era ser modelo, aunque a mi padre no le seducía nada la idea. Es posible que por todo ello me molestara que se la comiera con los ojos.

La tomó de una mano para besársela y después le dijo:

—Encantado. ¿Quieres que te haga de guía por la exposición? —preguntó mirando de reojo a Lu.

—¿De verdad que no te molesta? —Elena se sonrojó.

—En absoluto —ronroneó Miguel.

—Te admiro desde la primera exposición que hiciste aquí.

—Es una pena que no nos hayamos conocido antes. Podrías haber sido una de mis modelos. Tienes un perfil bonito. —La agarró de la mano para llevársela—. Si me disculpáis, Elena y yo vamos a dar un paseo por la exposición.

Elena soltó una carcajada y aceptó de buen grado que Miguel le enseñara las fotografías. Se dejó arrastrar por él ante la atenta mirada de todos. No entendí muy bien qué juego se traía, pero lo cierto es que a bote pronto, y si tuviera que definirlo, sería con una palabra: gilipollas. Es posible que fuera un artista con mucha proyección internacional, pero eso no le daba derecho a comportarse como un imbécil pagado de sí mismo. No obstante, Elena estaba como en una nube. No terminaba de creerse que estuviera hablando con Miguel Noir y que compartieran aficiones.

Lu frunció levemente el ceño al observar cómo Miguel se alejaba y coqueteaba con Elena. Nos quedamos mirándonos a los ojos sin saber qué decirnos.

—Como siempre, Miguel tan servicial —comentó Eva—. Ven, te voy a presentar a unas amigas.

La cogió del brazo y se la llevó hasta un grupo de mujeres que se reían bastante fuerte.

—Por cierto, Miguel y Laura ya no están juntos. La pilló con otro…

Lu giró la cabeza y parecía decirme con la mirada que la acompañara; sin embargo, me quedé solo.

—Pero si ella estaba muy colada por Miguel —pude oír mientras se alejaban.

Me sentía un poco fuera de lugar. Las únicas personas que conocía tenían otros planes en los que yo no entraba.

—Parece que nos hemos quedado solos —dijo mi madre acercándose por detrás.

—Sí, hoy no es mi día.

—¿Y eso? ¿Ha pasado algo?

—No, nada que sea importante.

¿Cómo explicarle a una madre, por muy liberal que fuera, que había roto con una chica que estaba muy buena con la que tenía buen sexo pero nada más? ¿O cómo decirle que había ido detrás de Lu siguiendo un impulso que ni yo mismo me explicaba? Por no decirle que estaba casi obsesionado con sus programas de radio.

—Perdona que yo también te deje, pero necesito hablar con una persona. Ahora nos vemos.

—Claro, no te preocupes por mí.

Miré la hora. En un rato Lu y yo nos marcharíamos de la exposición y perdería de vista a Miguel.

A mi alrededor había tantas fotografías que me pregunté cuál de ellas sería la de Lu. Me acerqué hasta un grupo de cinco instantáneas impulsado por mi instinto. Una melena oscura caía sobre unos hombros esbeltos, permitiendo que los pechos cobraran protagonismo. La piel era blanca como si fuera una muñeca de porcelana, tan blanca que el juego de luces resaltaba unos pezones oscuros y pequeños. El pecho, redondeado y no muy grande, me parecía perfecto. Supe entonces que aquella chica a la que no se le veía la cara era Lu, como también comprendí que deseaba alargar la mano y perderme en caricias por aquel mapa de montes increíbles.

La busqué con la mirada. Parecía divertirse con Eva y con Julia. Volvió la cabeza hacia mí, y aunque había mucha gente en la sala, nuestros ojos se encontraron. La muchacha de mirada furiosa se había convertido en una chica misteriosa a la que quería seguir conociendo.

Sé que sabes que he regresado y que te estás haciendo el duro; por eso no me llamas y te vas con esa gorda. A mí no me engañas. Estás fingiendo que no te importo, pero cuando vuelvas a mí vas a pagar todo lo que me estás haciendo. Sabes que no es cierto, yo nunca podría hacerte daño. Eso lo sabes, ¿verdad? No hace falta que te lo diga. Por favor, llámame. No me merezco esto. Nos merecemos olvidar todo lo que ha pasado y empezar de nuevo. He cambiado, de verdad que he cambiado. Ya verás cuando volvamos a encontrarnos. Tengo tantas cosas que contarte. Estoy impaciente por decirte todo lo que siento.

Polvo de estrellas en la casita de Lu

Si alguna vez me caigo me gustaría que estuvieras a mi lado para que me tendieras una mano. Eso significaría que te importo tanto como para no dejarme tirada en el suelo, que estás junto a mí. Ahora solo es cuestión de suerte que tú y yo nos encontremos. Estaré atenta.

Firmado: Lu

Ir a la siguiente página

Report Page