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Libro Segundo: Bailando con muertos » Diez

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—Senador, en las últimas semanas el gobernador Tate, a quien muchos ven como su principal oponente en el seno del partido, ha hablado de endurecer los protocolos de las revisiones médicas de los niños y los ancianos, y de aumentar los fondos destinados a los centros de educación privados con el argumento de que la saturación de alumnos en las escuelas públicas sólo multiplica los riesgos de una incubación y de un brote del virus a gran escala. ¿Cuál es su posición en este asunto?

—Bueno, señorita Mason, como bien sabe, mis tres hijas se han educado en unas excelentes escuelas públicas de nuestra ciudad de origen. La mayor…

—¿Se refiere a Rebecca Ryman, de dieciocho años?

—Exacto. La mayor acabará el instituto este mes de junio y espera ir a la Universidad Brown el próximo otoño para estudiar ciencias políticas, como su padre. El apoyo al sistema público de enseñanza es una de las obligaciones del gobierno. Lo que significa que habrá que aumentar los análisis sanguíneos de los alumnos menores de catorce años y el presupuesto de la seguridad de los centros. Sin embargo, creo que quitar dinero a la enseñanza pública porque podría ser una amenaza en un futuro indeterminado es como quemar el granero para evitar que el heno se eche a perder.

—¿Qué diría a los que critican que en su programa se confía demasiado en el laicismo como solución a los desafíos que debe afrontar la nación y se deja de lado la espiritualidad?

Los labios del senador esbozaron una sonrisa.

—Les diría que cuando Dios baje aquí y me ayude a limpiar mi casa, yo estaré encantado de ayudarle a limpiar la suya. Hasta entonces, sólo me preocuparé de la supervivencia de mi pueblo y de darle de comer, y dejaré que él se encargue de los aspectos en los que yo no puedo hacer nada.

La puerta se abrió y apareció Channing tratando de que no se le volcara una bandeja llena de vasos de Starbucks. Los becarios intercambiables se lanzaron sobre él como moscas. De algún modo, una lata abierta de Coca-Cola acabó frente a mí durante el caos que se originó. Le agradecí el detalle con un gesto de cabeza, cogí la lata y le di un sorbo.

—Si su campaña acaba hoy, senador, si ésta fuera la culminación de todo el trabajo que ha realizado hasta ahora… ¿sentiría que ha valido la pena?

—No —respondió. Se hizo el silencio en el salón y casi pude oír cómo todas las cabezas se volvían hacia él—. Como sin duda sabrán sus lectores, señorita Mason, un acto de sabotaje perpetrado en mi convoy a principios de este mes se cobró la vida de cuatro buenas personas que cooperaban con dedicación en esta campaña. Se sumaron a nosotros para tener un sueldo a final de mes, pero tal vez, de paso, ayudar también a que un ideal encontrara su realización en el mundo moderno. Y sin embargo, pasaron al otro mundo para recoger cualquiera que sea la recompensa que nos esté reservada a nosotros, en especial a los héroes. Si esos hombres y mujeres siguieran vivos, entonces sí podría irme convencido de que había hecho lo correcto, que lo había dado todo de mí y que la próxima vez llegaría hasta el final; eso sí, algo triste y un poco más sabio. Pero ¿en este momento?

»No puedo hacer nada para traerlos de vuelta, y si hubiera alguna manera de evitar lo que sucedió en Eakly, lo habría hecho diez veces. En mi posición actual sólo hay una cosa que puedo hacer: ganar. Por los ideales por los que dieron su vida y por honrar su memoria. De modo que si pierdo, si tengo que volver a casa con las manos vacías, si la próxima vez que hable con sus familias es para decirles: “Lo siento, pero al final no lo he conseguido”… Entonces no, no habrá valido la pena aunque haya hecho todo lo que sabía hacer.

El salón guardó un prolongado silencio atónito, que se rompió con una salva de aplausos, la mayoría procedentes de los becarios intercambiables, aunque también los miembros del equipo técnico aplaudían, y hasta Channing, con las manos ya libres de los vasos de café. Contemplé la escena con un interés sincero, y luego me volví al senador y le hice un gesto de asentimiento con la cabeza.

—Gracias por su tiempo, senador Ryman, y le deseo toda la suerte del mundo hoy en las primarias.

—No es suerte lo que necesito, sino esperar a que todo termine —repuso el senador con una sonrisa mil veces practicada.

—Y yo necesito utilizar uno de sus puertos de datos para editar esto y enviarlo para que lo suban a la red —dije, sacando mi grabadora de mp3 y alzándola en el aire para mostrarla a los presentes—. Tardaré un cuarto de hora en editarlo un poco por encima.

—¿Será posible revisarlo antes de que lo publique? —preguntó Channing.

—Tranquilo, muchacho —dijo el senador—. No veo por qué tendríamos que hacerlo. Georgia ha sido franca con nosotros hasta el momento y no veo por qué iba a cambiar ahora, ¿no, Georgia?

—Puede revisarlo si lo desea, pero eso sólo haría que tardara más en publicarse. Déjeme hacer mi trabajo y lo tendré en mi página principal antes de la hora del cierre de las votaciones.

—Ponte con ello —dijo el senador, señalando un hueco en la pared—. Tienes a tu disposición todos los puertos de datos que necesites.

—Gracias —respondí. Cogí mi lata de Coca-Cola y me dirigí hacia la pared para ponerme a trabajar.

Editar un artículo me resulta al mismo tiempo más fácil y más difícil que a Shaun y a Buffy. Mi material rara vez depende de cuestiones gráficas. No tengo que preocuparme del ángulo de las cámaras, de la iluminación, ni devanarme los sesos a la hora de decidir qué imágenes voy a utilizar. Sin embargo, suele decirse que una imagen vale más que mil palabras, y en el mundo actual en el que prima la satisfacción instantánea y la inmediatez de las respuestas, a la gente, a veces, no le apetece perder el tiempo leyendo una parrafada con palabras difíciles cuando se supone que un puñado de imágenes consiguen el mismo objetivo. Es más difícil convencer a alguien para que lea un artículo donde la noticia se presenta sin fotografías ni clips de vídeo. Yo tengo que encontrar la esencia del tema rápidamente, intentar definirla en la página y luego ir desarrollándola para presentarla a los lectores.

Tal vez «Supermartes: Punto de partida hacia la presidencia» no me haría ganar ningún premio, pero cuando editara la entrevista con el senador Ryman e intercalara el texto con unas cuantas fotos del candidato, tenía la certeza de que iba a atraer audiencia y a ganarme su fidelidad, e iba a ser un claro reflejo de la verdad tal como yo la veía. Querer saber que ocurriría más allá de eso, era algo que no me correspondía preguntarme.

Con mi artículo ya publicado y disponible en la red, me senté a hacer lo que mejor he aprendido a hacer en toda una vida como informadora de la verdad: esperar. Observé el ir y venir de los becarios intercambiables, el deambular de Channing, y al senador dirigiéndolos de forma tranquila e implacable, consciente de que su destino ya estaba escrito. Aunque simplemente desconocía cuál era ese destino.

La votación finalizó a medianoche. Todas las pantallas del salón tenían sintonizadas las principales cadenas de televisión, y en ellas aparecían una docena de analistas, que se contradecían entre sí mientras trataban de alargar el suspense y subir unas décimas la audiencia. No podía culparles por ello, aunque eso no significaba que tuviera que gustarme.

Mi anilla de la oreja pitó.

—Adelante.

—Georgia, soy Buffy.

—¿Resultados?

—El senador Ryman ha ganado las primarias con una clara mayoría del setenta por ciento de los votos. Después de que publicaras tu artículo subió once puntos.

Cerré los ojos y sonreí. Uno de los analistas acababa de dar la misma información, o al menos similar; los gritos y las ovaciones estallaron en el salón.

—Di las palabras mágicas, Buffy.

—Iremos a la convención nacional del Partido Republicano. A veces, la verdad sí te hace libre.

La importancia del caso Raskin-Watts y el fracaso de los intentos posteriores de invalidar el fallo, se han pasado por alto ante incidentes más recientes y más sensacionalistas. Después de todo, ¿qué relevancia pueden tener dos chiflados ultrarreligiosos de Indiana muertos hace años en la política moderna del país?

Pues mucha. Por un lado, la tendencia actual de tildar a Geoff Raskin y Reed Watts de «chiflados ultrarreligiosos» es tan simplista que borda lo criminal. Geoff Raskin era licenciado en psicología por la Universidad de Santa Cruz y se había especializado en el control de masas. Reed Watts era un sacerdote que trabajaba con adolescentes conflictivos y había sido una pieza clave en «devolver al seno de Dios» a algunas comunidades. Ambos eran, en resumen, hombres inteligentes que veían el potencial de volver en su propio beneficio y en el beneficio de su fe los cambios sociales que peligraban debido a los efectos indirectos del Kellis-Amberlee. ¿Trabajaban Geoff Raskin y Reed Watts para el bien común? Leed los artículos sobre lo que hicieron en Warsaw, Indiana, a ver si sacáis esa conclusión. Setecientas noventa y tres personas murieron sólo en la primera fase de la infección, y la limpieza de los estragos que causó la segunda fase duró seis años, un tiempo que Raskin y Watts pasaron confinados en una celda de máxima seguridad a la espera de juicio. De acuerdo con sus propios testimonios, pretendían utilizar a los muertos vivientes como arma para convencer, primero a los habitantes de Warsaw, y luego de toda la nación, de su teoría: que el Kellis-Amberlee era el castigo del Señor al hombre y que todos los comportamientos impíos muy pronto serían borrados de la faz de la tierra.

El tribunal decidió que el uso del Kellis-Amberlee en su estado activo, mediante zombies capturados, se consideraba un acto de terrorismo, y que todos los individuos responsables de tales actos serían juzgados de acuerdo a la Ley de Terrorismo Internacional de 2012. Geoff Raskin y Reed Watts fueron condenados a morir por inyección letal y sus cuerpos entregados a las autoridades competentes para que fueran utilizados en los estudios del virus que habían ayudado a propagar.

La moraleja de esta historia, más allá de la obviedad de «no juguéis con los muertos», es que algunas fronteras no deben cruzarse por muy buena que pueda parecer la causa que nos empuja a ello.

—Extraído de Las imágenes pueden herir tu sensibilidad,

blog de Georgia Mason, 11 de marzo de 2040

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