Fake

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CAPÍTULO 3

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CAPÍTULO 3

 

Sábado por la mañana. Me despertó un crujido en el estómago. Busqué el móvil entre las cobijas y lo hallé debajo de la almohada. Maldición, eran las 11:30 a.m. De haber sido día laboral habría estado apurada y habría emprendido una carrera maratónica para llegar a tiempo a clases. A veces me preguntaba por qué no había elegido estudiar en línea, apuesto a que todo sería más fácil.

Sin pensarlo demasiado conseguí levantarme de la cama, estaba hambrienta y si no hubiera sido por eso, estaba segura de que me habría quedado recostada por al menos una hora más.

—Buenos días. —Le dije a mis padres tras verlos en la sala. Ellos al igual que yo descansaban los fines de semana.

—¿A qué hora dormiste anoche? —preguntó mi madre.

—A las doce —mentí. Ella pensaba que lo hacía por tarea y en cualquier otro momento habría podido ser cierto, pero esta vez, no. No en un viernes por la noche.

¿Por qué hacerlo ese día teniendo los demás por delante?

Fui por el desayuno y salí al patio trasero dejándolo reposar sobre una pequeña mesilla frente a mí. Tomé asiento y no pude evitar sonreír al recordar lo mucho que me había divertido con la conversación.

Era un nuevo día, y eso significaba que mi fake iba de regreso a Texas.

Luego de terminar el desayuno regresé a mi habitación, tomé el celular y vi que tenía un mensaje de Carly en WhatsApp.

“Paso por ti en una hora, iremos de compras, supongo ya has despertado, ¿cierto?”

“Por supuesto que he despertado, ¿crees que duermo horas y horas hasta casi medio día y que no despierto hasta que tengo hambre?” Escribí y enseguida las dos palomitas se pintaron de azul.

“No lo sé, dímelo tú ¿no lo hiciste?”

“De acuerdo, tú ganas. En una hora.” Carly me dejó en visto. Me apresuré a tomar una ducha y alistarme para salir.

Una vez estando lista escribí en el perfil de Aldrich lo que Lucke había dicho. Elegí la foto que tenía pensada y le puse una descripción. «Publicar». Cerré sesión y bajé a la sala.

—Saldré con Carly.

—No llegues tarde —dijo mi padre.

Esperé a Carly sentada frente a la puerta de mi casa. La puntualidad era lo suyo, ya muy pocas personas se encontraban así. ¿Cuándo perdimos el hábito?

—¡Hey! —gritó al cabo de unos minutos, elevé la vista hacia ella apartándola del móvil y me apresuré a guardarlo en el bolsillo.

—Tan puntual como siempre. —Le dije carismática.

—Sube —dijo mirándome detrás de la ventanilla.

Enseguida se escuchó el motor del auto y emprendimos sobre una calle poco transitada, tranquila y vacía. Nos daba para una fotografía o para correr sin miedo a provocar un accidente.

Nuestra charla se resumió a banalidades, cosas carentes de sentido, ¿qué más podíamos decir? Ninguna de mis amigas estaban en el grupo de Facebook en el que Lucke y yo estábamos, así que no podía hablar con ella sobre lo que ocurría ahí, porque «lo que pasa en el grupo se queda en el grupo», es regla básica y todos los miembros lo sabemos. Aunque, a decir verdad, no todos se lo toman muy en serio. Han sacado cada cosa que, sí que han llegado a meter en serios problemas a los miembros del grupo. Bardo, bardo por todos lados.

—Astrid me dijo que el profesor te regañó por estar mirando a Edwin —soltó la bomba sin quitar la mirada de enfrente.

—¿Qué? —dije indignada, eso no era cierto. Las cosas no habían sucedido así—. Estás de broma ¿cierto?

—No lo sé, ella estaba tan segura cuando me lo contó.

—Mierda Carly —dije aún más molesta—. Sabes que nadie reprime por estar viendo a alguien.

—¡Así que es cierto, lo viste! —afirmó sacando sus propias conclusiones. Seguía con la mirada puesta al frente, sobre la carretera. Dudando de mi palabra y confiando en lo que Astrid le había dicho.

—¡¿Qué?! ¡No! —Juro que grité.

—Lo acabas de decir, nadie reprime por estar viendo a alguien —repitió lo que había dicho apenas segundos antes.

—No, digo sí… es decir no, yo lo estaba viendo, pero no lo estaba viendo. —Joder, ¿cómo se lo explicaba?

Carly me dirigió una mirada de advertencia y completa confusión. Claro, no la juzgo. Estaba en todo su derecho, después de todo mi explicación no había sido del todo clara. Me había enredado en mis propias palabras.

—Vamos a ver, sí, enfoqué la mirada en él, pero no lo estaba viendo… Estaba pensando en otra cosa, es justo como cuando te quedas mirando algo sin razón alguna, pero ambas sabemos que piensas en la ropa que te comprarás al salir de clases —expliqué intentando ser lo más clara posible.

—De acuerdo, te entiendo, no tenías que especificar tanto —dijo enfocando la mirada nuevamente hacia la pista—. Y, ¿en qué pensabas?

Ahí iba de nuevo, comenzaba a creer que esto de ir de compras había sido tan solo una excusa para hacerme hablar. Me sentía como en un interrogatorio, solo me faltaban las esposas.

—En nada.

—Acabas de decir que pensabas en algo. —Me dirigió una mirada rápida y pesada.

—Pensaba en… —vacilé—, en la tarea que tenía que hacer al salir de la escuela.

—Era viernes.

—Lo sé, pero tenía que adelantar… ya sabes, el álgebra no es lo mío.

—De acuerdo —expresó al tiempo en el que aparcaba frente al centro comercial.

Entramos a su tienda favorita y escogimos un par de prendas, aunque no estaba segura de que nos llevásemos todo lo que teníamos sobre las manos. Sin más, pasamos a los probadores, Carly fue la primera. Todo le quedaba muy bien… Y luego de horas sin decidirse por ninguno, terminó llevándoselo todo.

—Tu turno —dijo encantada, sentándose sobre el sillón individual frente a los probadores. No me quedó de otra, tuve que entrar.

En cuanto salí, luego de la primera tanda, me miró de pies a cabeza, parecía examinarlo todo, como si tuviera una especie de aparato insertado dentro de la cabeza, algo que le hacía ser buena con todo lo relacionado a la moda.

Asintió luego de un par de segundos, no sin antes pedirme que modelara dando vueltas de un lado a otro. Volví a ingresar al probador y mientras me deshacía de lo que llevaba puesto para colocarme otro atuendo, la escuché gritar al otro lado de la puerta.

—¿Que hacías conectada tan tarde? —Por fin preguntó.

—¿Qué? —grité desde dentro fingiendo no haber escuchado nada, tan solo para ganar tiempo y pensar en algo ingenioso por responder. Bueno, tal vez no tan ingenioso, pero sí algo con lo cual pudiera quedarse tranquila. La conocía y no se rendía hasta quedar satisfecha.

—Ayer estabas conectada. —Salí con otro atuendo—. No estabas haciendo tarea, tú no haces tarea en viernes.

No sabía si reír o llorar, ¿cuándo había sido que mis amigas se habían puesto de acuerdo para interrogarme?, ¿acaso ya no era libre en el mundo como para poder hacer lo que yo quisiera?

—¿Sabes qué? —Le dije con algo de dolor en mis palabras—. No entiendo a que vienen tantas preguntas, siempre he estado conectada hasta tarde y no veo por qué hasta ahora te das cuenta.

—De acuerdo, lo siento, tienes razón. Es Astrid y sus tontas ideas... —Ahí estaba, había dado en el clavo.

—¿Qué ideas? —Inquirí.

—Nada en especial.

—Ahora soy yo la que hace las preguntas. Te he contestado todo, dime, ¿de qué ideas hablas? —Me situé frente a ella haciéndola sentir un tanto incómoda.

—Ese atuendo te queda perfecto… —articuló ante mi cercanía intentando evadir el tema.

—¡Carly! —La obligué.

—¡Ok, tú ganas! —Suspiró—. Ella cree que tienes novio y que no nos has dicho nada.

Me quedé sin palabras, ¿cómo podían inventar eso? Mis propias amigas creando chismes sobre mí.

—Carly, por Dios, eso no es cierto, lo sabes muy bien.

—¡Es que esa boba sonrisa que tienes no es normal en ti!

—¿De qué sonrisa hablas? Yo no tengo ninguna sonrisa boba—. Regresé al vestidor bastante exaltada.

Me iba a casa.

—Sí la tienes —expresó en cuanto salí con la ropa que había elegido en manos—. Hay algo que no me estás diciendo.

—No hay nada, tan solo ha sido una buena semana, es todo. Hasta tú has tenido buenas semanas.

—Ok, dejémoslo morir en paz —decidió finalizar.

Discutir no era lo nuestro, pero ella me ponía entre la espada y la pared.

—¿Vamos por un helado? —preguntó amable.

—De acuerdo, solo si prometes no hacer ninguna pregunta más. —No estaba dispuesta a retomar el tema.

—Lo prometo.

Caminamos hasta la parte del centro comercial en la que se encontraban los helados. Carly y yo solíamos acudir a ese lugar cuando la tensión sobre nosotras nos consumía, cuando la semana de exámenes estaba en su cúspide y cuando por alguna extraña razón, las cosas nos salían mal. Una especie de escudo protector que nos impulsaba a continuar. Siempre hacía falta uno de ellos.

De vez en cuando, Hailey y Astrid nos acompañaban o las encontrábamos por casualidad, al parecer también compartían la idea.

—Uno de vainilla, por favor —exclamé.

—Y otro de fresa —comentó Carly.

Esperábamos nuestra orden mientras buscábamos alguna mesa disponible en el local. El sitio estaba lleno, el murmullo retumbaba en nuestros oídos como una especie de celebración. Todos absortos en sus conversaciones. Chicos y chicas abundaban en el sitio. Pero fue ahí, precisamente en ese momento, cuando mis ojos se encontraron con los de aquel chico de las redes sociales.

Lucke.

Estaba con sus amigos, riendo y disfrutando de un helado.

Lo saboreaba lentamente a la lejanía. Sus labios se movían en sincronía y… un beso francés… Mierda, ¿en qué estaba pensando?

—Gi, ¿estás bien? —preguntó haciéndome volver a la realidad.

—Dijiste que no harías más preguntas —respondí evadiendo una interrogante de la que difícilmente saldría vencedora—. Hay una mesa por allá —señalé con prontitud al otro extremo del local, justo en sentido contrario hacia donde él se encontraba.

—Sí, lo olvidé. Es solo que te habías quedado como…

—Sus helados señoritas. —Agradecí tan oportuna interrupción. Pagamos y nos dirigimos al lugar que había sugerido.

Podía sentir mis palpitaciones, una especie de nerviosismos se apoderaba de mí y algo en mi estómago me hacía querer vomitar. Jamás imaginé que causaría tal efecto en mi sistema.

Apresuradamente, tomé el asiento de la izquierda. El sitio perfecto para quedar de espaldas a la mesa en la que se encontraba Lucke. Desde ahí evitaba un posible contacto visual. Su cercanía me inquietaba. Más de lo que imaginaba.

Carly se situó al otro extremo, frente a mí. Pero enseguida comprendí lo que aquello implicaba. Gozaba de la vista perfecta para verlos y en mi mente no podía evitar recrear lo qué pasaría. Podía estar loca, pero deseaba con todas mis fuerzas que no lo viera.

—¡Oh por Dios! —chilló. La había perdido y ahora comenzaría a hablar sobre él—. Lucke está en la mesa de allá —mencionó emocionada. Al menos había disimulado al señalarlo.

Sin reparos, giré la vista como si anteriormente no me hubiera percatado de su presencia. ¿Pero qué diablos? ¿A que iba todo esto? ¿Qué me estaba pasando?

—Sí, él está ahí… con sus amigos. Por favor no hables de él —mencioné no deseando hablar sobre ellos.

—¿Qué? ¿Por qué no? —preguntó extrañada.

—Porque tú y las chicas lo hacen siempre que lo ven —mentí. ¿Mentí?

—Si a ti te gustara, bien podría asegurar que harías lo mismo —dijo carismática, posando de tanto en tanto la mirada hacia los chicos de la otra mesa. ¿Qué estaría pensando? ¿Lo intuía?

Bastantes ideas y suposiciones revoloteaban sobre mi cabeza.

El tiempo pasaba lento entre charlas carentes de sentido y murmullos aún latentes. Aunque lo dejó pasar, Carly detuvo la conversación durante el tiempo en el que terminábamos nuestro helado.

No es que sintiera antipatía hacia él, más bien me incomodaba ver sus reacciones al tenerle presente. No era para tanto, ¿por qué alabar a los chicos del equipo de futbol? Porque, ¿daban triunfos? Porque, ¿ponían en alto el nombre de la institución? Porque, ¿eran atractivos? ¿En realidad lo eran?

«Alto, Gi,» deja de pensar, me dije una y otra vez.

Tomamos nuestras cosas dispuestas a salir de ahí. Las personas ingresaban y salían del sitio, era un sábado por la tarde, el bullicio seguía por los alrededores. La gente caminaba a lo largo de la plaza y el tiempo carecía de sentido.

Emprendíamos el paso hacia la salida cuando, quizás por coincidencia, los chicos decidieron partir. Pasaron frente a nosotras sin detenerse. Nos dirigieron la mirada en un rápido contacto visual, efímero, pudiera pensarse. Pero la mirada de Lucke se enfocó en mí, él, el chico rompecorazones, el chico enigmático, el más cotizado, me dirigió una mirada penetrante; dijo todo y nada a la vez.

Parecía tratarse de un evento en cámara lenta, un momento de aquellos que solemos vislumbrar en las películas, sí, el tiempo se detuvo frente a mis ojos. Lo cierto fue que se trató de una mirada tan fugaz que casi podía jurar me quemaba por dentro.

Inmediatamente apartó la vista, se volvió hacia sus amigos, emprendió el paso y como si nada hubiera ocurrido, se perdió entre la multitud continuando con una conversación que no pude comprender.

La imagen de sus ojos marrones seguía sobre mi cabeza, el pequeño instante en el que nuestras miradas se habían cruzado me fue imposible olvidar. No había reparado en ello, pero quizás no ignoraba el hecho de que fuera yo, la chica con la que dialogaba por la red.

—¿Te percataste? Repararon en nosotras —chilló ella.

Y de tan concentrada que estaba en el resto de los chicos, no se dio cuenta de lo que acababa de suceder entre nosotros.

—Lo… sé —dije evitando soltar un gran suspiro.

—No seas tonta, ellos no se relacionan con otras chicas… —intentaba dejar en claro que aquello había sido una gran hazaña por contar.

—… que no sean de su grupo —terminé la frase por ella.

—¡Exacto! Creo que tenemos un avance —dijo meneando la cabeza.

—Estás loca. —Ambas reímos y nos dispusimos a ir hacia donde se encontraba el auto.

Por mi parte intentando olvidar lo ocurrido entre cada paso que daba. Intentaba convencerme de que no era algo por lo cual debía sentir emoción. Para nada…

Minutos después estábamos frente a mi casa. Los eventos acontecidos me habían permitido olvidar lo que había ocurrido con Lucke, las charlas con Carly me habían hecho volver a la realidad, me habían bajado de una nube de la que creí jamás volvería.

Mi cabeza quería explotar o mi corazón quería estallar. No lo tenía muy claro.

—Linda tarde —expresé apeando del auto.

—No te olvides de hacer los deberes.

—Nos vemos —mencioné con dificultad.

Me sentía en otro mundo.

Con bastantes ánimos ingresé a la casa y fui directo a mi habitación.

Frente al espejo se encontraba un reflejo expectante. Enérgico y acogedor. Revitalizado, alegre. Sí, ahí estaba. La sonrisa boba de la que todas hablaban. Ahora la notaba y comenzaba a sospechar sobre su procedencia.

* * *

“Lindo,” decía un comentario en la foto que había posteado sobre mi fake. Le acompañaban decenas de ‘me gusta’.

“Gracias,” escribí sintiéndome triunfal. El plan había funcionado y todos se creían que había vuelto a Texas.

Lucke se encontraba entre las personas a las que le había gustado la foto.

Sus amigos dentro de las redes sociales nunca preguntaron si él y yo nos conocíamos. Fue un punto a mi favor, no tenía que preocuparme por inventar algo más.

Aún con la sonrisa en mi rostro y con la ilusión de tener algo bueno, le di play a la música, subí el volumen y me recosté sobre la cama, estaba entusiasmada.

No tenía mensajes, cero notificaciones, cero chats, nada. Y tan solo me encontraba bien, maravillosamente bien.

 

 

 

 

Aquella mirada suya era tan penetrante, tan dominante.

 

 

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