Evelina

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Parte Primera » Carta VIII

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CARTA VIII

De Evelina al reverendo señor Villars

Howard Grove, 26 de marzo

Esta parece la casa de la alegría: cada rostro ofrece una sonrisa y una carcajada a disposición de todos. Es más bien divertido recorrerla y ver tanto alboroto: se está rehabilitando como estudio para el capitán Mirvan una de las habitaciones con vistas al jardín. Lady Howard no permanece sentada en un mismo sitio ni siquiera un minuto; la señorita Mirvan está confeccionando sombreros; ¡están todos tan atareados! ¡Hay un constante ir y venir de una habitación a otra! Prisas y desconcierto por doquier.

Me ruegan, sin embargo, mi buen señor, que le haga una petición. Espero que no me considere inoportuna; ¡lady Howard insiste en que le escriba! Y apenas sé cómo proseguir. Una petición implica una necesidad…, y usted, buen señor, ¿acaso me ha negado alguna? Ciertamente, no.

Casi me avergüenzo de haber comenzado esta carta. Pero estas amables señoras han insistido tanto…, no puedo, palabra de honor, resistirme a desear los placeres que me ofrecen…, siempre que usted no los desapruebe.

Permanecerán en la ciudad por un breve espacio de tiempo. El capitán se reunirá con ella en uno o dos días. La señora Mirvan y su dulce hijita irán juntas. ¡Qué placentera compañía! Y sin embargo, no estoy muy ansiosa por acompañarlas: o cuando menos estaré feliz de quedarme aquí, si usted así lo desea.

Convencida, queridísimo señor, de su bondad, generosidad e indulgente amabilidad, ¿debería quizá formular un deseo que no mereciera su aprobación? Así pues, decida usted por mí, sin la más mínima preocupación de que yo pueda inquietarme o disgustarme. Mientras espero su determinación, quizá pueda ilusionarme, pero una vez que usted decida, no me entristeceré.

Me dicen que ahora Londres está en su pleno apogeo. Hay dos teatros abiertos, el de la Ópera, en Ranelagh[8] y el Pantheon[9]: como puede observar he aprendido todos los nombres. Le ruego, sin embargo, no suponga que es para mí un deber, porque no emitiré siquiera un suspiro al verlas partir sin mí, aunque probablemente no disfrutaré de nuevo de una ocasión similar. En verdad, su felicidad familiar será tan grande que es natural que desee participar de ella.

¡Creo que estoy hechizada! Cuando comencé tenía la firme determinación de no resultar apremiante, pero mi pluma…, o más bien mis pensamientos no me lo permiten porque, debo reconocerlo, no puedo remediar confiar en su permiso.

Casi me arrepiento ya de haber hecho esta confesión. Le ruego olvide que la ha leído si este viaje le desagrada. Pero debo dejar de escribir porque cuanto más pienso en esta aventura, menos indiferente me resulta.

¡Adieu, honradísimo, reverentísimo, queridísimo padre! ¿Con qué otro nombre puedo llamarle? No tengo felicidad ni dolor, esperanzas o temores, que su bondad no haya amparado o que su desagrado pueda causar. Estoy segura de que no enviará una negativa sin una motivación irrefutable, motivo por el cual la acataré con alegría. Y sin embargo espero…, ¡espero que me permita ir!

Suya, con grandísimo afecto, gratitud y respeto,

Evelina

Con usted no puedo firmar como Anville, y ¿qué otro nombre puedo reclamar?

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