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Cuarta parte Edad de Expansión » 23. El pensamiento científico

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La pequeña propiedad ofrecía pocas dificultades éticas, pero no así la grande: ¿de dónde venía la gran propiedad? Muy a la vista estaba el modo como los reyes y jefes protestante se habían asegurado la solidaridad del grueso de la oligarquía repartiendo entre ella los bienes eclesiásticos y de católicos. Y era conocida la ocupación de las tierras comunales inglesas, bajo Isabel I y antes: los señores se las habían apropiado para convertirlas en pastos para las ovejas, expulsando violentamente y convirtiendo en vagabundos y mendigos a decenas de miles de lugareños. Los cuales, acusados de vagos y maleantes, sufrieron una represión despiadada. Muchos fueron encerrados en prisiones-talleres, unos pocos autorizados a mendigar, y quienes carecían de tal permiso eran azotados y marcados con hierro al rojo vivo en una oreja; si reincidían podían ser ahorcados: en algunas zonas colgaban por racimos de los árboles. Ese trato brutal a las clase bajas por motivos económicos sería recurrente en Inglaterra hasta bien entrado el siglo XIX. Por tales hechos concluirían algunos que la propiedad privada consistía en un simple y puro robo de la propiedad común, y así habría ocurrido desde siglos antes.

Otro modo de adquirir riqueza y propiedad fue el tráfico negrero para las plantaciones de caña de azúcar, café y algodón en el Caribe y Brasil, productos prácticamente de lujo, menos el tercero. Y, pese a las condenas de la Iglesia, el comercio de esclavos no cesaba, dando pingües ganancias a sus empresarios, y diversos estados competían por hacerse con su control: el interés económico prevalecía sobre cualquier otro estímulo. Cabría pensar que la economía contradecía sangrantemente a la moral cristiana. Aquella desconexión entre las apelaciones éticas y la conducta práctica creaba un problema intelectual, no muy explícito pero bastante claro: ¿serían los imperativos morales un autoengaño frente a una realidad tan penosa? ¿Serían las motivaciones económicas las que verdaderamente explicaban la conducta humana, siendo la ética una especie de disfraz? Así se llegaría a razonar más adelante.

Por supuesto, tales acciones no cubrían todo el panorama civilizado, y podían verse como taras superables. Así venía a plantearlo el alemán Gottfried Leibniz, uno de los más destacados pensadores y científicos del siglo. Provenía del protestantismo y de la escuela de Occam, pero afirmó que, si bien Dios podía haber hecho el mundo de cualquier otro modo, en realidad ello no sería posible porque Dios era justo, y el mundo que había creado era precisamente el justo, el mejor de los mundos posibles. Asimismo, la libertad humana consistía en la voluntad para obrar justamente, según la razón. Desde luego, la voluntad humana podía extraviarse y causar graves males, pero en el conjunto del universo prevalecerá forzosamente el plan divino, la Providencia.

Suele considerarse la economía una ciencia, y a la Escuela de Salamanca como una de sus aportaciones originarias más relevantes. Sea o no ciencia, sus implicaciones morales eran mucho más directas que las de la física o las matemáticas, y, desde luego, sus conclusiones mucho más opinables.

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