Europa

Europa


Quinta parte: Edad de Apogeo » 28. Guerras napoleónicas y caída del imperio español

Página 47 de 62

En cuanto a la esclavitud, el comercio negrero desde África era de tal brutalidad que se estima que uno de cada tres esclavos perecía en el viaje. Algunos ilustrados, como Voltaire, Montesquieu o Hume defendieron aquel tráfico; otros, como Diderot o Adam Smith lo condenaron. Los españoles apenas participaron en ese comercio, pero lo aprovecharon, pese a que los papas lo condenaron reiteradamente. Se ha estimado que las colonias españolas del Caribe recibieron 1,6 millones de esclavos a lo largo de tres siglos, y en la misma zona 3,8 millones las colonias inglesas, francesas, holandesas y danesas, más pequeñas. Usa tenía 4 millones cuando la Guerra de Secesión. No obstante, un esclavo vivía mejor en las zonas españolas, donde podía manumitirse con cierta facilidad (en 1817 había en Cuba 114.000 negros libres). Las colonias inglesas no permitían la manumisión o le imponían un precio prohibitivo. En las partes españolas los esclavos podían contraer matrimonio entre sí, recibir los demás sacramentos y descansar domingos y festivos. En las de otros países se prohibía bautizarlos, las parejas y sus hijos podían ser separados y vendidos, y los códigos autorizaban al amo a ejercer «fuerza ilimitada» sobre ellos, sin excluir la mutilación o el asesinato. El código francés era más benigno. No obstante, en el siglo XVIII surgió en Inglaterra y Usa una corriente religiosa de oposición al esclavismo, considerado un grave pecado, que logró su abolición en el siglo siguiente. La Francia revolucionaria también lo abolió, aunque Napoleón volvió a autorizarlo. Y España fue uno de los últimos países en prohibirla.

* * *

El odio de los independentistas a España tenía mucho de impostado, y reproducía el de los protestantes y franceses, que había originado la leyenda negra. El odio de estos tenía más lógica, porque España había sido el obstáculo principal a su expansión, de ahí que la presentasen como baluarte del oscurantismo y la opresión más sanguinaria, opuesta a las luces ilustradas, etc. Pero en realidad, durante el siglo XVIII España se había sumado a la Ilustración en la estela de Francia (el «afrancesamiento»), si bien distó de alcanzar los niveles especulativos y científicos de los tres o cuatro países punteros. El filósofo Julián Marías ha observado que, al menos, la Ilustración española evitó las exageraciones y extremismos que abocarían a la Revolución Francesa. En sus mejores tiempos, España había creado un espíritu original y fructífero, decaído luego, y daba la sensación de no sentirse muy cómoda en el traje francés. ¿Se debía la mediocridad cultural en que cae el país a un insuficiente

afrancesamiento o, por el contrario, al abandono de la tradición anterior y servilismo hacia las nuevas corrientes transpirenaicas? ¿Estaba agotado el espíritu que había creado el Siglo de Oro hispano, o podría retoñar de algún modo? Este dilema se ha concretado en tendencias tradicionalistas y casticistas por un lado, y «afrancesadas», «europeístas» o «modernizadoras» por otro. En el siglo XIX la influencia inglesa sustituiría a la francesa, con secuelas aún menos brillantes.

Ir a la siguiente página

Report Page