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III Enigmas del cristianismo » ¿Cuándo nació y murió Jesús?

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¿Cuándo nació y murió Jesús?

Lo que se sabe seguro es que no nació un 25 de diciembre, ni en el año que se le adjudica.

El despiste proviene de unos cálculos elaborados por un astrónomo y teólogo escita llamado Dionisio el Exiguo, que vivió en Romaanos quinientos años después de la época de Jesús. El apodo de El exiguo le venía dado por su baja estatura, pero tras el follón que organizó, se podría decir que exiguos eran también sus conocimientos.

Según sus cálculos, Cristo había nacido en el 753 AUC (los romanos fechaban los acontecimientos desde el año en que, según la revenda, se fundó la ciudad de Roma y ese año era el I AUC, iniciales de ab urbe condita, es decir, desde la fundación de la ciudad). Poco después desapareció este método romano de fijar las fechas por lo farragoso que era. En su lugar, dado que el cristianismo ya era una realidad en todo el Imperio Romano, se implantó la costumbre de contar los años a partir del nacimiento de Jesús. Este año fue el I Anno Domini («Año del Señor») y los años anteriores al nacimiento de Cristo se etiquetaron como a. C. De ese modo, si Jesús nació en el 753 AUC, significaba que Roma se habría fundado en el 753 a. C. Desde entonces los métodos de fijación de fechas siguen la cronología de la era cristiana, en la que I d. C. equivale al 753 AUC.

Fue todo un enigma para los historiadores determinar la fecha exacta del nacimiento muerte de uno de los hombres más prodigiosos.

Y aquí es donde la lía nuestro Dionisio el Exiguo. Hoy se sabe que Herodes el Grande subió al trono en el 716 AUC, es decir, en el 37 a. C. y que reinó durante treinta y tres años, hasta que murió en el 4 a. C. Así que resulta imposible que Jesús naciera en el año I (y menos en el año 0, que no existe) y al mismo tiempo «en los días del rey Herodes», como dicen Lucas y Mateo. Por lo tanto, el año de nacimiento de Jesús se debe retrasar al menos cuatro años. Vistas así las cosas, no deja de ser paradójico que Jesucristo naciera en el año 4 antes de sí mismo. Aunque lo normal es que fuera en el año 6 o 7 a. C.

Durante dos mil años el error del monje fue de pequeña importancia, pero en nuestra época se convierte en algo fundamental. Por ejemplo, los que situaron el fin del mundo en el año 2000 tienen aún unos cuantos años de esperanza de que sus catastróficas profecías se cumplan.

Por lo que respecta al 25 de diciembre como natalicio de Jesús, tenemos otro tanto de lo mismo. No hay constancia de que naciera en esa fecha ni siquiera en sus proximidades, pues si nos atenemos a lo que dice el evangelista San Lucas, los pastores estaban al relente de la noche con sus ovejas cuando ocurre el milagro de la estrella de Belén y, por lo tanto, en el momento justo en que el niño Jesús nace en una cueva o un pesebre camino de Belén. Los pastores no podrían pernoctar al aire libre en diciembre en Palestina, con una temperatura media de tres grados bajo cero, lo que refuerza el testimonio del Talmud según el cual los rebaños salían a los campos desde marzo hasta principios de noviembre.

Durante el siglo III se fijaron varias fechas del natalicio de Jesús. Las iglesias cristianas orientales, como la de Armenia, fijó el 6 de enero, otros propusieron el 25 de marzo, el 15 de abril o el 25 de mayo, esta última establecida por Clemente de Alejandría. Había que poner fin a tanto desmán. El papa Fabián, en el siglo III, calificó de sacrílegos a quienes intentaran determinar la fecha del nacimiento de Jesús. Hubo de pasar un siglo más para que el 25 de diciembre fuera inmutable. La establece el papa Liberio en el año 354 y quiso buscar una fecha significativa para solapar cultos paganos. El 25 de diciembre, próximo al solsticio de invierno, los romanos realizaban las fiestas tanto al Sol Invictus como a Mitra, dos dioses solares, redentores y salvadores, con muchos elementos comunes con Jesús (nacimiento en una cueva, de una mujer virgen, con señales luminosas, que mueren crucificados, etc.). Y funcionó. Aunque, realmente, Jesús naciera en primavera o verano, como proponen muchos teólogos.

Lo curioso es que quien nació un 25 de diciembre fue el emperador Nerón, que poco o nada tenía de dios bonachón, luminoso y salvador.

Y nos queda la cuestión de la muerte de Cristo. Se sabe que va a Jerusalén con ocasión de la Pascua, al parecer a finales de marzo del año 30. Es crucificado un día antes del Sabbat, durante los preparativos de la Pascua, porque en ese año la fiesta coincidió con el Sabbat. Ésta se celebra el 15 del mes judío de Nisán. En aquel periodo el 15 cayó solamente dos veces en sábado: en los años 30 y 33. Si Jesús predica durante un año, sólo puede ser el correcto el que correspondería al viernes 7 de abril del 30. Si, en cambio, predicó durante tres años, como dicen los evangelistas, debió de ser el 3 de abril del año 33. En todo caso, se está de acuerdo en que el óbito debió de producirse a las tres de la tarde, hora de Jerusalén y resucitó en la madrugada del domingo, sobre las cuatro de la mañana, es decir, que no estuvo tres días muerto como asegura el catecismo.

Entre los dos años posibles, el 30 y el 33, hay fuertes razones históricas a favor del segundo. De lo contrario, habría que comprimir las predicaciones de Juan el Bautista (quien murió antes) y del mismo Jesús a unos cuantos meses de duración.

La fecha del 7 de abril del año 30 la mantiene el jesuita japonés Yoshimasa Tsuchiya, según los cálculos de un calendario perpetuo de propia invención y considerando el hecho de que la muerte de Cristo ocurriera dos días antes de la luna llena, después del equinoccio de primavera. Esa misma fecha es la que da Juan José Benítez en su Caballo de Troya, donde muere de parada cardiaca a las 14.57 horas y 30 segundos.

La otra posible fecha de su muerte que se baraja es la del 3 de abril del año 33 y esta tesis la defienden dos científicos de la Universidad de Oxford, Colin J. Humphreys y WG. Walddington. Parten de varios hechos: cuando muere ocurre un fenómeno natural casi al anochecer cual fue una Luna de un color rojo intenso que salió por encima de Jerusalén bañando el Gólgota con una luz crepuscular. Los dos científicos lo interpretan como un eclipse parcial de Luna. En el informe que envía Poncio Pilato al emperador Tiberio le dice: «El Sol se oscureció, salieron estrellas en el cielo y por todas partes la gente encendió las lámparas». Hace referencia también a que sobre el mediodía el Sol desapareció tras las nubes de polvo gris en una furiosa tormenta de arena que se levantó de pronto. Conclusión: que entre el año 26 y el 36, años de gobierno del procurador de Judea, Poncio Pilato, sólo hubo un eclipse parcial de Luna al comienzo de la noche y que fuera visible desde Jerusalén: el 3 de abril del año 33, a las 18.20 horas. La misma opinión tienen los astrónomos Livin Mircea y Tiberiu Oproiu, del instituto Astronómico del Observatorio de Cluj (Rumania), basándose en el eclipse solar en Jerusalén de ese año.

Pero, bien mirado, para el que tiene fe estas cuestiones le traen al fresco. Naciera cuando naciera y muriera cuando muriera, la realidad histórica y espiritual de Jesús trasciende todo lo que aquí podamos decir.

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