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Nostradamus, un científico y profeta aún incomprendido

Decir con cierto aire de superioridad y desprecio que Nostradamus era un visionario alocado queda muy bien en los tiempos actuales. Es como si decir eso fuera una suerte de carta de presentación de cultura y sobriedad intelectual. Pero a quien esté dispuesto a seguir la corriente a toda esa banda de falsos escépticos quizá haya que contarle que Michel de Notredame no sólo fue un profeta, sino que se trató de uno de los hombres de ciencia más destacados de su tiempo.

Y si por algo fue conocido en su época este tipo vigoroso, taciturno y poco hablador era por haber recorrido en la primera mitad del siglo XVI las regiones de Francia más atacadas por la peste para aplicar sus remedios médicos basados en la profilaxis antiséptica. Sin su buen hacer como médico, la peste podría haber provocado un cataclismo en la Europa de entonces y, quién sabe, quizá el resto de la historia del Viejo Continente hubiera sido distinta.

Ningún profeta o adivino ha gozado históricamente de la fama de Nostradamus. Sus centurias son en ocasiones tan sencillas de entender y situar en un contexto histórico que provocan una sensación sobrecogedora en el lector.

En cambio, hoy es conocido especialmente por sus 1.174 profecías escritas en poemillas difícilmente descifrables. Pero también sería un error despreciar el carácter visionario de los textos que escribió en sus viajes en el tiempo. Hacerlo es una forma de volver a demostrar desconocimiento e ignorancia, algo que muy a menudo hacen quienes pregonan escepticismo cuando en realidad sólo hacen gala de una soberana falta de recursos neuronales. Deberían saber que ya en vida se significó por ser capaz de predecir hechos futuros. Predijo, por ejemplo, la muerte del rey Enrique II durante los festejos de la boda de la hija del monarca. Una desgracia que aconteció cuando al conde de Montgomery —y eso que todo era un juego de exhibición— se le partió la lanza que portaba en un combate a caballo y se incrustó en el cráneo del rey tras penetrar por sus ojos a través del visor de su casco.

«Maldito sea el adivino que predijo tanto mal tan bien», dijo el conde. Y es que Nostradamus había escrito con anterioridad respecto al futuro que le aguardaba a Enrique II: «El joven león al viejo ha de vencer en campo bélico y en duelo singular. En jaula de oro, sus ojos saltarán y morirá cruelmente».

Independientemente de interpretaciones politizadas y tendenciosas, lo cierto es que las cuartetas de Nostradamus parecen anticipar los grandes acontecimientos que se han vivido en los últimos siglos. En ellas encontramos referencias que difícilmente no pueden atribuirse a hechos históricos como las conquistas de Napoleón, las dos guerras mundiales o la Revolución francesa. Incluso en dichas cuartetas parece adivinarse algo que parece escrito para ser interpretado en nuestro tiempo. Porque dejó escrito que Mesopotamia sufriría varias guerras en las cuales se dirimiría el futuro de la humanidad. Más de uno de sus textos parecen estar en sintonía profética con los conflictos bélicos que han tenido lugar en Irak en los últimos años y que a nadie escapa que tienen una trascendencia fundamental de cara al futuro del mundo.

Lo que cada vez parece más claro y evidente es que Nostradamus estuvo vinculado a ciertas sociedades secretas de su época. Bien parece que formaba parte de un linaje «especial», el de la tribu de Isacar, en la cual algunos de sus hombres heredaban de sus ancestros capacidad para percibir el futuro.

Al margen de esto, sus textos están profundamente cargados de simbología esotérica que no ha sido bien asimilada por sus intérpretes, razón por la cual muchas de sus cuartetas han sido muy mal traducidas. A este propósito resultan extremadamente interesantes las aportaciones del investigador galo Jean Robin, quien en su libro Respuesta de Nostradamus a Fontbrune explica como las líneas maestras de las profecías de Nostradamus son básicamente las mismas de otros textos anunciadores previos. Todos ellos parecen influidos por las mismas corrientes herméticas; tanto es así que Robin llegó a plantearse que, amén de sus dotes psíquicas, las obras de Nostradamus hay que interpretarlas en el contexto de estar dirigidas a una suerte de iniciados que podían leer el mensaje oculto de sus textos e ¡incluso cumplir a modo de orden lo que en ellos quedó escrito!

Con su trabajo, Robín dejaba en evidencia las interpretaciones simplistas efectuadas por Jean-Charles de Fontbrune, autor de Nostradamus, historiador y profeta, obra que vio la luz en 1980 y que vendió más de un millón de ejemplares. En ese trabajo, Fontbrune ve en los textos de su tocayo alusiones a una Tercera Guerra Mundial. Pero al no haber tenido en cuenta el sentido oculto del lenguaje enrevesado empleado por Nostradamus, sus traducciones deben quedar en cuarentena. Por desgracia, aún está por llegar el investigador que encuentre la llave maestra para descifrar por completo el contenido de esos más de mil poemillas, que podrían esconder claves para entender el pasado, presente y futuro de la humanidad.

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