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Nicolás Flamel

El más grande de los alquimistas, hombre culto y notable, muy famoso en vida y de quien se dice que alcanzó a descubrir la piedra filosofal, nació, posiblemente, en Pontoise, aunque hay muchas dudas al respecto, en torno al año 1330. Era de familia humilde, con lo que eso significaba en la Europa del siglo XIV, pero de alguna manera se las arregló no sólo para aprender a leer y escribir, sino para hacer de ello su profesión, pues el primer trabajo que se le conoce fue el de escritor público, una actividad necesaria en una época de analfabetismo masivo. En estos años, duros para Francia, sumida en el caos de sus terribles derrotas ante los ingleses en las primeras décadas de la guerra de los Cien Años y arruinado el campo por la devastadora peste negra, sabemos que Nicolás Flamel se instaló en París, en la calle de Saint Jacques, y llegó a ejercer como librero jurado, desarrollando su trabajo con habilidad y maestría.

Cuentan que una noche, mientras dormía, se le apareció un ángel en sueños que sostenía un libro con unos extraños caracteres en la portada que no supo descifrar. A los pocos días, en una mañana del año 1357, entró en su tienda un hombre extraño con un libro, un grimorio, del que quería deshacerse por necesitar con urgencia dinero. La obra se titulaba El libro de Abraham el judío, y Flamel reparó en que el rostro del hombre era el del ángel que se le había aparecido en sueños. Sin dudar adquirió el libro. Sospechaba que en él encontraría respuesta a los más ocultos secretos de la naturaleza, del destino y del mundo. A partir de ese momento, con algo menos de treinta años, su vida iba a cambiar para siempre.

Sin embargo, Flamel no tenía los conocimientos precisos para poder entender el libro; de hecho, ni siquiera podía leerlo. Sin dudar y haciendo acopio del escaso dinero del que disponía, decidió aprender todo lo necesario para poder resolver el enigma de la extraña obra del judío y a este fin consagró su vida. Tras viajar a España, donde intentó aprender hebreo, marchó luego a Italia y se estableció un tiempo en Bolonia, en donde aprendió los rudimentos del arte de la mano del maestro Canches, convirtiéndose en un notable alquimista, hasta conseguir, el 17 de enero de 1382, transformar media libra de mercurio en plata, y hay quien afirma que fue capaz unos meses más tarde, el 25 de abril, de transformar otra media libra de mercurio en oro.

Lo que sí es cierto es que tras tener unos difíciles comienzos como escribiente en una notaría, pasó más tarde a ser librero jurado, pero también poeta, pintor, matemático y alquimista, cambio esencial en su vida, pues a partir de ese momento su fortuna comenzó a subir, hasta disponer de una gran riqueza, impropia de un simple comerciante. Tanto él como su mujer Perenelle aparecen en varios documentos que demuestran que gastaron considerables sumas en hacer el bien, pues edificaron hospitales y ayudaron a los pobres y a la Iglesia, si bien su ego debió de crecer tanto como su riqueza, pues también es cierto que repartió por doquier retratos suyos y unas curiosas estatuas acompañadas de un escudo o de una mano, con un escritorio en forma de armario. En una de sus obras, El libro de las Figuras Jeroglíficas, se esconde oculto el enigmático proceso que permite lograr la Gran Obra, pues se afirma que llegó a lograr descubrir la piedra filosofal.

No hay duda de que el rey Carlos VI de Francia le contrató para suministrar oro a la reserva monetaria del reino, algo que no sólo no puso nervioso al gran Flamel, sino que aceptó encantado. Para entonces era ya un personaje muy popular y respetado en París y disponía —con independencia de que lograse la transmutación de la materia— de una notable fortuna.

Murió el 22 de marzo de 1418 y fue enterrado en la iglesia de Saint-Jacques-La Boucherie, aunque su entierro, meticulosamente preparado, está envuelto en el misterio. J. Sadoul, un escritor que se ocupó de la vida de Flamel, dice que en el siglo XVII, un viajero francés llamado Paul Lucas, escribió en la crónica de sus aventuras por Asia lo siguiente:

En Barnus-Bachi sostuve una conversación con el devis de los uzbecos sobre filosofía hermética. Este levantino me dijo que los verdaderos filósofos conocían el secreto de guardar mil años su existencia y preservarse de todas las enfermedades. Por último yo le hablé del ilustre Flamel y le hice observar que el hombre había muerto a despecho de la piedra filosofal. Apenas cité este nombre, se echó a reír de mi simplicidad. Comoquiera que yo le había dado crédito a cuanto había dicho, me asombró extraordinariamente su actitud dubitativa ante mis palabras. Al advertir mi sorpresa, me preguntó con el mismo tono si era tan ingenuo como para creer que Flamel había muerto. Y agregó:

—No, no. Usted se equivoca. Flamel vive todavía; ni él ni su mujer saben aún lo que es la muerte. Hace tres años escasos los dejé a ambos en la India; es uno de mis mejores amigos.

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