Enigma

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Zoe

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Me incorporé para notar más el sexo de Ricardo en el momento del orgasmo y para inmovilizarlo dentro de mí. De pronto la vi, lívida, blandiendo un cuchillo. La iluminación de la calle le confería una irrealidad transparente. Lancé un grito y empujé a Ricardo, que cayó de la cama y se incorporó de inmediato. Inmovilizó la muñeca de Naoki. El cuchillo cayó al suelo.

—¡Te había avisado! ¡Te mataré! A ti y a ella, a los dos.

—No es tan fácil matar a alguien.

—¡Es facilísimo!

—No existe el crimen perfecto.

Ricardo mostraba un impresionante aplomo. ¿Quién hubiera podido pensar que ese gesto estaba dictado por la pasión? A mi vez, sentía que me inundaba una inmensa ira, procedente de no sabía dónde.

—¡Fuera!

—Cálmate —dijo Ricardo.

—No me calmo. ¡Desapareced!

Naoki se dio media vuelta. La puerta se había quedado abierta. Vi su bolso en el rellano. Cuando Ricardo se me acercó, le arrojé la lámpara de cabecera a la cabeza. Comenzó a salirle sangre. Se vistió rápidamente. Naoki recogió el bolso y se marchó. La llave seguía en la cerradura. La cinta de terciopelo negro.

—¿De verdad quieres que me marche? —preguntó Ricardo.

—¡Lárgate!

Salió y cerró la puerta. Me encontré sola en medio de un absurdo silencio. Me senté en la cama, recobré el aliento, tenía la mente en blanco. Permanecí en ese estado durante un largo cuarto de hora, luego me vestí, abrí la ventana para disipar la espesa nube de violencia, y salí yo también.

Maquinalmente, caminé hasta la playa, dejé caer la ropa, me metí en el agua y me puse a nadar al encuentro del sol.

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