Enigma

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Joaquim

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El agente inmobiliario me esperaba delante de la lavandería: un joven de unos treinta años, que llegó con una motocicleta y cuarenta y cinco minutos de retraso, o sea a la hora española.

—¿El señor Sanz? Disculpe, la agencia queda lejos de aquí y me ha costado encontrar las llaves. Pero no hay problema, podemos visitar la casa.

Abrió la puerta acristalada, y penetré en el interior del establecimiento, desde donde había una excelente vista a la plaza. Me hizo visitar el sótano, que tendría unos cuarenta metros cuadrados. A continuación subimos una escalera que conducía directamente al piso.

—Hay posibilidades de comprar sólo el establecimiento o sólo el piso, que tiene una entrada independiente. Son dos contratos separados, un contrato comercial para la planta baja, con ciertas restricciones.

—¿Cuáles?

—Todo tipo de comercios, menos restaurante, catering o cualquier negocio relacionado con la alimentación, lo cual limita un poco las posibilidades de reventa, pues la plaza se llenará muy pronto de cafés con terrazas. La gente joven vendrá a instalarse aquí. Es un excelente negocio, porque en diez años doblará o triplicará su inversión. Está un poco destartalado, tendrá que hacer obras, pero el precio es interesante. Los propietarios tienen prisa por vender, quieren jubilarse. Creo que podría usted negociar y conseguir que le rebajen tal vez un diez por ciento.

—¿Hay muchos locales en venta por el barrio?

—Esto es sólo el principio. Los bares y restaurantes de moda siguen frente al mar, pero los que vayan llegando se instalarán en el interior. ¿Qué tiene pensado montar? Si no es indiscreción.

—Una librería.

Al pronunciar esta palabra, me asaltó una especie de éxtasis que se extendió por todo mi cuerpo, y en unos segundos me imaginé los libros bien ordenados en los estantes, la mesa central, los dos espaciosos escaparates, la felicidad total, la posibilidad de infligir, en mis dominios, toda clase de ultrajes a los libros proscritos sin el menor riesgo para mi trayectoria profesional. De repente, me embriagó la idea de dejar la enseñanza.

—Ya veo que le gusta el sitio.

Asentí. Subimos a la planta de arriba. El piso estaba agradablemente distribuido. Un gran salón que daba a la plaza, inmediatamente me imaginé mi mesa de trabajo... En mi puesto, como un capitán de barco. Una grata vista a los árboles. Dos dormitorios en la parte de atrás, silenciosos. Un cuarto de baño con una bañera donde un rastro de óxido seguía el recorrido del agua, un lavabo rajado. Todo por rehacer. La cocina en cambio era más espaciosa, lo bastante grande como para instalar una mesa y comer dos personas. Siempre me había gustado comer en la cocina, como en mi infancia, lejos de la televisión, que atonta a la gente.

Regresé al salón. Era la estancia más agradable de la casa, con sus tres anchas ventanas, abiertas a la plaza. ¡Iba a producirse el cambio de vida que llevaba esperando! Sin pensármelo dos veces, me presenté en la oficina de la agencia y conseguí que me rebajaran el precio un quince por ciento. Esa misma mañana, obtuve en mi banco un préstamo a corto plazo y puse en venta mi piso, situado en un barrio mucho más elegante. Esa misma noche era dueño potencial de una librería y de un piso en la Barceloneta.

No había experimentado semejante euforia desde hacía por lo menos diez años... Todo se me antojaba nuevo y lozano. Aunque no tuviera la menor experiencia en el oficio de librero, sí conocía la literatura. Me asaltó la idea descabellada de ir a consultar a la librera que me había perdonado. La invité a cenar y, con humor y cordialidad, me dio las directrices para enfocar esa nueva actividad. Cómo crear un fondo de operaciones, qué acuerdos pactar con los distribuidores, qué cantidad invertir, etcétera. Disponiendo de toda esa información, ya sólo me faltaba contactar con un arquitecto especializado, cuyas señas me facilitó ella. Él le había hecho el proyecto de la librería y había quedado muy contenta. Me divirtió pensar que había arquitectos especializados en farmacias, en restaurantes, en pescaderías.

—¡Y sobre todo, no olvide las cámaras de seguridad, que a veces aparecen clientes extraños!

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