Enigma

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—Bien, la hemos encontrado —dijo—. Aquellos tontos no supieron hacer bien su tarea, pero nosotros vamos a concluirla.

—¿Lo ves, Destry? —murmuró ella.

—¿Aquí? —preguntó el joven.

Dunep hizo una señal. Rok'il rodeó a la pareja, se acercó a la ventana y la abrió.

—Esto es una pistola desintegrante —dijo Dunep—, Sus cuerpos se convertirán en humo, que luego se disipará en la atmósfera.

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—Pero no en Mitzur. Ni en la embajada.

—Vosotros no podéis hacer eso —exclamó la joven con gran vehemencia—. Soy vuestra princesa, me debéis obediencia...

—Tú ya no eres nada —atajó Dunep desdeñosamente—. Dentro de un segundo, sólo serás unas volutas de humo...

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—Están protegidas por un circuito especial, que no afecta a las alarmas, por sofisticadas que sean.

—Caramba, sí que inventan cosas en Mitzur. En cambio, no han sabido inventar nada contra los descuidos en el uso de esas armas.

—¿Qué descuido? —gruñó Dunep.

—El seguro. Lo tiene puesto.

Dunep bajó la vista un instante. Fue suficiente para el joven.

El pie derecho de Roberts se disparó con indescriptible violencia. Se oyó un horrible ruido de huesos rotos, mientras la pistola volaba por los aires. Dunep, con la muñeca deshecha, se arrodilló, el rostro deformado por una expresión de indescriptible sufrimiento, olvidado de todo cuanto pudiera suceder a su alrededor.

Rok’il metió la mano en el interior de su chaqueta. Roberts se abalanzó contra él.

En el momento del choque, bajó la cabeza. Su frente golpeó contra el pecho del esbirro. Rok’il retrocedió, a causa del impacto de una mole de ochenta y cinco kilos de peso. Su espalda chocó contra la pared y creyó que la frente del joven le hundía la caja torácica.

El aire salió expelido de sus pulmones con gran violencia. Sus ojos se habían vidriado ya. Roberts se irguió, agarró al sujeto por los hombros y bajó la frente otra vez, de golpe, secamente.

El impacto fue ahora dirigido a la nariz, que se aplastó como una fruta madura. Roberts aún le asestó un tercer cabezazo, ahora en el mentón, lo que fue suficiente para que el sujeto se desplomase sin sentido en el suelo.

Dunep, un tanto repuesto, gateaba, con la mano izquierda tendida para llegar a su pistola. Roberts dio un salto y disparó de nuevo el pie, contra el mentón del sujeto, cuyo cuello se dobló bruscamente a un lado. Roberts no oyó ruido de vértebras rotas, pero calculó que Dunep llevaría un collar rígido durante unas cuantas semanas.

Ella se sentía estupefacta. Roberts la agarró de la mano.

—Ven, Betty... ¿O debo llamarte Sherix? —consultó.

— Ese es mi verdadero nombre y ahora no tengo por qué ocultarlo respondió ella orgullosamente.

Magnifico —sonrió Roberts. Situado junto a la ventana la abrió de par en par y luego pasó el brazo izquierdo por la cintura de la muchacha—, ¡Agárrate bien, Sherix! —gritó, a la vez que sus pies se despegaban del suelo.

Cruzaron la ventana y se elevaron hacia la oscuridad. Roberts procuró situarse en la vertical de la mansión, en la zona donde ya no llegaban las luces. A los pocos minutos y a unos trescientos metros del suelo, derivó hacia la derecha.

No comprendo cómo podemos movernos en el aire —dijo Sherix, pasmada de asombro.

Llevo un cinturón antigravitatorio, pero es de poca potencia: lo justo para salir de aquí —respondió él.

Inmediatamente, comenzaron el descenso. Las luces de la residencia de Krömatnem se divisaban a poco más de mil metros de distancia

Roberts había usado un aeromóvil para llegar a las inmediaciones de la casa, pero tenía otro apostado en el bosque cercano. Una vez en el suelo, corrieron hacia el vehículo, que despegó a los pocos momentos.

Ahora ya estamos a salvo —exclamó él, satisfecho.

Todavía no podemos cantar victoria, como se dice en este planeta Tshan sabe que estoy viva y hará todos los posible por rectificar el error de sus secuaces —declaró la joven.

 

* * *

 

Y quietes que yo te ayude?

Si. Destry

Roberts meneó la cabeza. Llenó la cafetera y la puso al fuego.

Me gusta más el café que hago yo que el de la dispensadora de alimentos refunfuñó—, ¿De veras crees que soy el hombre que necesitas Sherix?

—Estoy segura de ello, Destry. No quiero hacerte promesas de ninguna clase, pero si lo consigo, gracias a tu ayuda, no tendrás que quejarte de mi generosidad.

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—Era lo único que podía hacer. Pero no me gustaría volver a verme otra vez en una situación análoga.

Sherix suspiró.

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—Sherix. aclárame una duda que me ronda por la sesera desde que me explicaste tus propósitos. Supongamos que te ayudo, supongamos que conseguimos llegar a tu residencia imperial. Dime ahora, ¿cómo descubrirás a la impostora? Porque estoy completamente seguro de que es un plan ideado desde hace mucho tiempo y por tanto, lo han tenido de sobra para preparar a tu doble no sólo en lo físico, sino también mentalmente.

La joven sonrió.

—Tienes toda la razón. Destry Pero mi doble no tiene lo que yo tengo y que permite una identificación absoluta, sin resquicio alguno para la duda. Cuando lo declare en público, la impostora se descubrirá. Es todo lo que necesito.

¡Hum! Roberts no se sentía tan optimista Suponiendo que lleguemos a Mitzur. porque a estas horas Tshan ya le habrá informado a tu delegado planetario o como quiera que se llame al primer ministro, y harán todo lo posible para mantener el actual «status quo».

—Llegaremos..

El timbre de la puerta sonó violentamente en aquel instante. Roberts, alarmado, fue a abrir pero apenas había entreabierto la puerta, resultó atropellado por cuatro personas que irrumpieron violentamente, en medio de una tempestad de reproches y maldiciones de todas clases.

 

* * *

 

—Meses, meses enteros pasamos planeando el mejor golpe de toda nuestra vida —se quejó «La Gorda».

—Tuve que trabajar —gimió Fisher—. Yo, trabajar... con lo mal que me sienta...

—Y yo me pasé días y días, con agua, nieve, frío, lluvia, sol abrasador, y todas las inclemencias del tiempo, vigilando la casa del armador —vociferó Higgins.

—Para conseguir informes, tuve que acostarme con el ayudante del secretario de Krömatnem —chilló Bea—. ¡Cada vez que le besaba, parecía que estaba besando la boca de una alcantarilla! ¡Le olía el aliento espantosamente!

Roberts intentó parar el alud de reproches que caía sobre ellos, levantando las dos manos a la vez.

—Calma, calma —rogó—. Todo tiene una explicación, pero si no me dejáis hablar, no sabréis qué sucedió ayer realmente.

—Los diarios hablan de un asalto frustrado a la residencia del armador —dijo Lulú—, Dos secretarios de la embajada de Mitzur se toparon casualmente con los ladrones, que se supone iban a por la «Gran Estrella» y trataron valerosamente de impedirlo. Los dos funcionarios diplomáticos están ahora hospitalizados, con diversas lesiones y fracturas...

—Quisieron matarnos. Me defendí —dijo Roberts.

—Pero, ¿cómo diablos os descubrieron? —exclamó Fisher.

—Ella vio a un conocido e, instantáneamente, recobró la memoria de su personalidad.

—¿Ya sabe quién es? —inquirió Bea.

—Sí.

—¡Por todos los diablos, dilo de una vez! —clamó Lulú, frenética.

—No creo que quisieran mataros —gruñó Higgins—. Los diarios no hablan nada de eso...

—Claro, tampoco mencionan las dos pistolas atómicas que llevaban los «secretarios» del embajador Tshan —contestó el joven sarcásticamente—. Tshan reconoció a la chica y ésta le reconoció a él.

—Y entonces, Betty supo que es... —jadeó «La Gorda».

Roberts se apartó a un lado y tendió la mano hacia la muchacha.

—Amigos, tengo el placer y el privilegio de presentaros a su Muy Magnificente y Esplendorosa Alteza Imperial, Sherix Ur-Kor’ph, quien, en fecha próxima, debe ser coronada como emperatriz de Mitzur y su Federación de Sistemas, con el nombre de Sherix II.

Cuatro bocas se abrieron al mismo tiempo. La muchacha sonrió.

—Sherix I fue mi bisabuela —dijo encantadoramente.

 

* * *

 

Fisher se sentó en un sillón, cruzó las piernas, se ladeó y se dio una tremenda palmada en la frente.

—El golpe del siglo —gimió—. Bea no podía ir y tuvo que hacerlo en su lugar esa chica que dice ser princesa...

—Lo soy —protestó Sherix.

—Eso no importa ahora —gruñó «La Gorda»—. Suponiendo que tú te marches y desenmascares a la impostora, nosotros nos quedamos aquí... con cuatrocientos mil «pavos» de déficit.

—Tuvimos que rebañar el fondo del caldero, para reunir esa suma —lloró Bea.

—Bien, creo que por ese lado no hay problemas. Afortunadamente, tengo dinero de sobra —declaró la muchacha.

—¿Dinero? —Lulú se irguió en su asiento—. ¿Hablas en serio?

—Apenas llegué a la Tierra, abrí una cuenta corriente, mediante una transferencia de mis fondos personales.

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Sherix se volvió hacia el joven.

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