Emma

Emma


PORTADA

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–Era Fabián –le dijo cuando volvió a la habitación–.  No quise hablar aquí para no perturbarte el sueño.

Sí claro, pensó Emma. Pero esas llamadas entre las diez y media noche comenzaron a volverse más frecuentes.

Cuando Emma lo confrontó Javier inventó una serie de mentiras en las que se resbalaba una y otra vez, por lo que Emma simplemente no le creía.

Una noche mientras aún estaba en su oficina, Javier llamó a Emma y le pidió que se vistiera, irían a cenar, pero Javier jamás apareció. Resignada, Emma se preparó para dormir y se metió a la cama. Javier llegó bastante tomado diciéndole que ella había dejado de amarlo, que ni siquiera se había molestado en llamarlo para saber por qué no llegaba. Emma no quiso hablar con él en ese estado, así que lo dejó hablando solo y se fue a dormir al sofá. Al día siguiente se fue bien temprano con sus tres hijos a casa de su madre, pues necesitaba alejarse de él. Él la llamó y le pidió que volviera esa noche porque tenía un regalo para darle.

–Voy a comprarte un apartamento –le dijo–. He estado viendo varios, no quería decirte porque quería estar seguro, pero ya encontré uno ideal. Pienso que el próximo mes podré comprarlo con un bono que me darán en la oficina.

Emma no podía creerlo porque su comportamiento con ella dejaba mucho para pensar.

–¿Estás hablando en serio? –le dijo–. Todavía incrédula.

–Sí, totalmente –le contestó sonriendo–. Te voy a compensar esta noche porque ayer me porté como un verdadero cretino contigo, le susurró al oído.

Fueron a cenar a Jakes y pasaron una hermosa velada.

–He pensado que hagamos un viaje a Argentina, iremos a Bariloche, será el viaje más romántico que hayamos hecho –le dijo a Emma muy entusiasmado–. ¿Qué dices, te gustaría conocer ese frío lugar?

Qué podría ella decir.

–Me encantaría  –le contestó–. Iría contigo donde fuera.

Emma trataba de entender su comportamiento extraño porque se había alejado mucho de ella y de repente viajarían a Bariloche y le compraría un apartamento.  Era extraordinario.

 

Por su nueva posición en la Compañía, Javier viajaba con más frecuencia a Puerto Rico, así que se veía poco con Emma. Siempre estaba allí o en México y ella comenzó a extrañarlo tremendamente. Pospuso el viaje a Bariloche varias veces así como la compra del apartamento. Algo no estaba funcionando. Llamaba a Emma tan seguido como podía y en horas de la madrugada, como lo hacía cuando habían sido novios, ella pensaba que era para asegurarse que estaba en casa y no afuera con algún otro hombre.

En una ocasión le dijo que debía viajar a Puerto Rico y que se iría por la mañana para tomar el vuelo directo.

–El vuelo de la tarde hace escala en Panamá –le dijo–. Y no quiero tomarlo.

Por alguna razón Emma no le creyó y decidió llamar al hotel en Panamá donde siempre se hospedaba. Le indicaron que había reservación pero que el huésped llegaría por la noche. Javier le había mentido. Así que lo llamó para confrontarlo.

–¿Qué haces en Panamá? –Le preguntó en cuanto contestó–. ¿Fuiste a acostarte con Dana?

–¿Me estás siguiendo?  Estoy aquí porque perdí el vuelo directo –le contestó.

–Reservaste el hotel desde ayer ¿de verdad has supuesto que soy tan idiota para no darme cuenta de lo que está sucediendo? –le gritó enfurecida.

–Aquí no está sucediendo nada. Te estás volviendo paranoica, deja de perseguirme, no me gusta que estés detrás de mí. No estoy haciendo nada de lo que te estás imaginando.

–No Javier, no me vas a ver la cara de estúpida, y en cuanto a esa maldita es mejor que no se cruce por mi camino, porque no responderé por mis acciones.

–Estás loca, deja de hablar idioteces –le dijo–. Metete a la cama y piensa lo que estás haciendo –terminó diciendo Javier, y colgó.

Emma estaba llena de ira porque con tanta distancia, no había nada que pudiera hacer.

Decidió recolectar información para encontrar un indicio de su engaño y recurrió a varias fuentes, la oficina, una amiga en el aeropuerto, una amiga en Panamá. Entonces se enteró que Javier compraba vuelos directos de México a Puerto Rico y luego en el aeropuerto los cambiaba para hacer escala en Panamá. En las facturas del teléfono se repetía continuamente un mismo número a Panamá al que Emma tomó la decisión de llamar. Como esperaba, le contestó Dana.

–Oye Dana –le dijo–. ¿Me puedes explicar la razón por la que en la cuenta de teléfonos de Javier hay tantas llamadas a tu número a altas horas de la noche?

–Estamos trabajando en un proyecto –le contestó.

–Sí claro, eres una maldita –le dijo, ya bastante alterada–. El único proyecto en el que están trabajando es en el proyecto de meterse en la cama y verme la cara de imbécil.

No puedo creer lo desvergonzada e hipócrita que eres porque me has demostrado una amistad fingida mientras te metes a la cama con Javier, pero si crees que primero dejarás en ruinas mi relación para después construir sobre las mismas algo que valga la pena con un hombre que no es tuyo, no te va a salir bien, ese mismo veneno que has puesto en mi vida, te va a tocar alguna vez. La vida siempre pasa la factura Dana. Eso quisiera que lo mantuvieras siempre en mente.

–No sé de qué me hablas –le contestó Dana, fingiéndose víctima de su agresión. Javier es mi jefe y es la única relación que nos une.

–Antes que te des cuenta te voy a destruir primero yo a ti, maldita hija de puta –le contestó Emma y colgó la llamada.

Cinco minutos después, Javier la llamó molesto porque había insultado a la ejecutiva de cuenta, con la cual, según él no tenía ningún romance.

–¿Te estas volviendo loca?, deja de perseguirme y compórtate como una mujer decente. Por favor no la vuelvas a llamar, y menos para insultarla.

Emma lo escuchó con atención y dejó que terminara su rabieta.

–Lo que digas, no la volveré a llamar, pero si descubro que su relación es real los voy a destruir a ambos –le contestó.

Emma sentía que el corazón se le salía del pecho, tal era la ira que se había apoderado de ella. Lloró intensamente porque no creía que le estaba sucediendo eso. Hacía poco tiempo habían hablado de un viaje romántico y de repente se daba cuenta que salía con la chica panameña de veinticinco años. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué había cambiado? Ella era todo para él y ahora sin más ni más, la había cambiado.

En su siguiente retorno a Guatemala Emma fue a recibirlo para darle una sorpresa, tratando de arreglar las cosas. Compró una botella de vino y fue por él al aeropuerto. Lo vio de lejos de la mano de  alguien, era Dana. Lo llamó al celular y le dijo que había llegado por él. Javier de inmediato soltó la mano de Dana y caminó desorientado, tratando de encontrar a Emma.

–No te pedí que vinieras –le dijo, muy alterado.

–Pensé que sería buena idea –le contestó Emma, aún con un nudo en la garganta.

–Por favor vete al apartamento, Fabián vendrá por mí, tenemos una junta en la oficina en este momento.

–Está bien, como digas –le contestó Emma.

Pasó frente a él en la camioneta y Javier se quedó impávido mirándola. Dana ya no estaba cerca. Javier llamó a Emma y le pidió que regresara por él, que le diría a Fabián que no llegara. Así que ella dio la vuelta y regresó de nuevo por él. Se contuvo las lágrimas e intentó disimular que su comportamiento la había herido, no le dijo que lo había visto de la mano con Dana. La saludó con un acostumbrado beso. Estaba más delgado.

–¿Estás enfermo? –le preguntó Emma.

–No me gusta que me den sorpresas –le dijo ignorando la pregunta de ella–. No vuelvas a hacer eso, yo ya tenía planes con Fabián, con lo que haces me siento vigilado, perseguido, por favor, prométeme que no lo harás de nuevo –terminó diciendo con un tono de molestia, pero sin exaltarse.

Emma tomó el camino de regreso como si se tratase de una competencia de automóviles, rebasando carros y pasándose semáforos en rojo.

–¿Qué te pasa? –le gritó Javier–. ¿Te volviste loca? Nos vas a matar.

Ella estaba furiosa, no le contestó y continuó manejando como loca, sin tomar ninguna precaución. No lo llevó a la oficina, sino al apartamento.

–Emma –le dijo, bastante molesto–. No tengo tiempo para ir a casa, la junta va a comenzar ahora y necesito estar en la oficina.

Ella continuó ignorándolo.

Se estacionó en el parqueo del edificio de apartamentos donde vivían y ambos se bajaron, sacó la botella de vino que había comprado, y se la tiró en los pies a Javier, luego tomó las dos copas y se las tiró encima junto con las llaves de la camioneta.

–Vete a la mierda a tu puta junta –le gritó, totalmente fuera de sí–. Y se fue rápidamente a buscar el elevador.

De nuevo rompió en llanto. ¿Cuántas veces más tendría que llorar por lo que hacía? ¿Qué le estaba pasando? Dana por supuesto la superaba en todos los aspectos, pensaba Emma. Más joven, de un cuerpo envidiable, profesional, con mucho dinero y muy dueña de sí. Emma estaba perdiendo la cordura, sus celos estaban llevándola al punto de la ridiculez. Llamó a Leslie, la esposa de Fabián, para desahogarse.

–Emma –le dijo Leslie–. No te angusties por las cosas que hace Javier, son pasajeras, cuando se aburra la dejará y lo volverás a tener de nuevo como antes. No le digas nada, no lo persigas, no lo acoses, déjalo en paz, solo quiere divertirse. Si continúas con ese comportamiento te va a abandonar y ella va a ganar.

Volvió muy tarde de la junta y Emma fingió estar dormida para no confrontarlo. Javier permaneció de pie junto a ella observándola dormir, luego se acostó, la abrazó y se quedó dormido junto a ella. A la mañana siguiente le dijo que debía salir de nuevo hacia Puerto Rico.

–Emma, arreglemos las cosas, por favor no seas tan celosa, necesito que mantengas la cordura. No es bueno que siempre estemos peleando por las mismas cosas. Voy a volver el otro fin de semana y podremos ir a donde quieras; nos tomaremos un tiempo juntos. Estoy muy presionado con el trabajo y lo último que quiero es tener problemas contigo –le dijo, mientras besaba su rostro con cariño–. Fabián vendrá por mí y me llevará al aeropuerto.

–Sí claro –le contestó Emma con el corazón estrujado de dolor.

Cuando Javier se fue, Emma de nuevo se encerró a llorar para que los niños no se dieran cuenta. Esa semana pasó frente al espejo más tiempo de lo que en toda su vida había estado, tratando de encontrar algo aún bello en ella, porque había comenzado a sentirse avejentada y fea para él. Tomó firmemente la decisión de no molestarlo más con el tema y seguir los consejos de Leslie. Pero el fin de semana siguiente no llegó nunca, y se vieron un mes después. Había comenzado a darle menos dinero, y cada vez que ella le pedía porque no alcanzaba para pagar los servicios, comida y colegio de los niños, entraban en un campo de batalla.

–¿Por qué no buscas trabajo y te conviertes en una mujer productiva? –Le había dicho una noche, mientras cenaban.

–Y a Cris ¿quién lo va a cuidar? –le contestó ella.

–Que lo cuide tu madre.

–Nunca has estado de acuerdo en que lo cuide ella y ahora resulta que siempre sí. No te comprendo.

–Si tuvieras que pagar el gasto de tres hogares estoy seguro que me comprenderías –le contestó furioso.

–Eso nunca te ha molestado. Además, ahora tienes un mejor sueldo y resulta que me envías a trabajar.

–Estoy cansado de mantenerte a ti y a tus hijos, no solo eso, del dinero que te doy le das a tu hermana.

–¡No! –le contestó–. Mi hermana ya trabaja y ya no tengo que darle nada.

–No entiendo por qué no te alcanza el dinero que te doy, no naciste con lujos, no te lo gastes en lujos. Tengo planes, y no me alcanza el dinero si sigo manteniendo a todo el mundo, por esa razón aborrezco a Miranda, Paulina al menos trabaja.

–No estás molesto por eso, te conozco bien. Lo que noto en tu tono es frustración. Estás haciendo planes para largarte con Dana y estás buscando justificaciones para dejarme. No las busques, yo te puedo dar una buena justificación para hacerlo.

–Fin de la conversación –dijo, mientras se levantaba a servirse una copa de vino.

Una noche, Amelia, la amiga de Emma que vivía en Panamá, la llamó para contarle que ya se comentaba el amorío de Javier y Dana y que se habían ido una semana a Bariloche. Emma la escuchaba con atención y no podía contener el dolor y la frustración. Le pidió a Amelia que buscara la forma de deshacerse de Dana y Amelia sin titubear contrató a unos chicos para hacer el trabajo. Emma tenía un dinero guardado para emergencias que pensó utilizar para pagar por ese servicio.  

Javier por fin volvió después del incidente del aeropuerto, había pasado ya un mes. Llamó a Emma y le pidió que lo recogiera. Era otro hombre, no el Javier de quien ella se había enamorado. Había bajado al menos cincuenta libras, se veía desmejorado, y además, se había quitado el bigote, con lo que había logrado rebajarse algunos años de encima.

–¿Qué te ha pasado? –le preguntó Emma con disgusto.

–Estoy rejuveneciendo –dijo Javier orgulloso.

Emma le pidió que manejara él porque ella estaba aún en shock por el drástico cambio.

–¿No te gusta verdad? –le preguntó.

–La verdad es que te prefiero como antes, con cincuenta libras más y con bigote.

–¿Para qué? ¿Para que ninguna otra mujer se fije en mí? –dijo sonriendo sarcásticamente.

–¡Que absurdo! por supuesto que no, que ridiculez. Es que te ves tan diferente, pienso que no eres el mismo y no sé, estoy trastornada por el cambio.

Llegaron al apartamento y Javier debía cambiarse de inmediato para irse a la junta que tenía en la oficina. Sacó su ropa nueva de la maleta y la comparó con la que tenía colgada en el closet. Había una diferencia abismal.

–La puedes tirar –le dijo a Emma–. Ya no la volveré a usar. Ahora soy un hombre diferente, me siento mejor de salud.

–¿Cambiaste de perfume no es así? Le preguntó ella.

–Sí,  ¿No te gusta? –le contestó acercándose para que lo oliera.

–No sé si me gusta, ahora siento que te conozco menos.

Esa noche Emma no aceptó estar con él porque no era Javier, era otro hombre.  A la mañana siguiente, cuando él no estaba, por primera vez en los años que llevaban juntos, ella abrió su maleta sin su consentimiento. Encontró sartenes de acero inoxidable y algunos otros utensilios de cocina. En un pequeño maletín había una cámara, contenía nada menos que la evidencia de su relación con Dana. A Javier le fascinaba tomarse fotos, de sus viajes tenían muchísimas y por lo visto no había sido la excepción con Dana y seguramente con cuanta mujer pasó por su vida. Emma guardó todo y cuando él volvió no le dijo nada, pues mantenía en su mente el consejo de Leslie. Como siempre estuvo apenas tres días y de nuevo se fue, dijo que a Puerto Rico, pero Emma sabía que iría primero a Panamá. Llamó de nuevo a Amelia y le pidió que investigara más. Si Javier estaba llevando sartenes a Panamá no era para regalar, tenía su propio apartamento allá. Emma no se había equivocado. Javier le había comprado un apartamento a Dana. Eso fue demasiado para ella.

–Sabes, va a haber un cambio regional en la compañía –le dijo una noche, mientras ella acomodaba las películas en la librera–. Cambiarán la sede de la región centroamericana a Panamá y tendré que irme a vivir allá.

Emma no podía creer su desfachatez. Era el colmo.

–¿Ah sí? –Le contestó con tono sarcástico–. Que conveniente. ¿Por qué diablos no la ponen en Costa Rica? El que toma la decisión eres tú –le dijo indignada.

–Mira Emma, no comiences de nuevo con tu paranoia, no quiero pelear contigo.

–¿Paranoia? Acabas de comprarle un apartamento a Dana en Panamá, el otro día encontré sartenes en tu maleta, encontré una cámara cuyas fotografías no requieren explicación por escrito. Eres un maldito hijo de puta. Piensas que te creo la mentira de que la Compañía te manda a vivir a Panamá. ¿De verdad me crees tan estúpida?

–¿Por qué hurgaste en mi maleta? La privacidad de las personas tiene un límite y tú ya lo sobrepasaste conmigo. Las sartenes eran para regalar a una pareja de amigos, yo no he comprado ningún apartamento allá y las fotos que viste tienen una explicación razonable.

–Entonces, quiero escuchar la explicación razonable.

Emma se cruzó de brazos esperando.

–No mereces que te de ninguna explicación de mi vida. Ya estoy harto de tus celos, de tu paranoia y de tu falta de juicio. Has destruido nuestra relación. He tratado de darte oportunidades, pero cada vez te vuelves peor que antes.

–Ahora resulta que soy yo la que ha destruido la relación y que además, soy yo la que tiene falta de juicio. ¿Qué debo hacer? ¿Cruzarme de brazos y ver cómo te vas a vivir con esa maldita? Eso no será así. Me engañaste, dijiste que iríamos a Bariloche y en vez de eso la llevaste a ella, el apartamento que era para mí, ahora es de ella. No te conozco. Apareces con un nuevo look que no me gusta, un nuevo perfume, hace falta ser bien ciega para no darse cuenta de cómo son las cosas.

–¿Ah sí? Y cómo son las cosas.

–Estás con ella, vas a vivirte con ella y me dejas. Así son las cosas.

Javier comenzó a reírse de Emma.

–Emma, ya no sé quién eres, yo te quería pero tú nunca me has querido como yo deseaba, ya no te entusiasma estar conmigo. Y no sé de dónde sacas que me fui a Bariloche con ella, ¿quién es tu informante? Quiero paz contigo, no guerra. Pero si me das guerra, de verdad me voy a ir y te voy a abandonar.

–Ya te fuiste Javier, ya te fuiste –le dijo.

Emma tomó algunas frazadas y se fue a dormir a la sala. No era posible que a pesar de todo lo siguiera negando. Podría encontrarlo con ella y seguramente seguiría diciendo que no. Tanto enfrentamiento había desgastado su relación. Le había producido tantas heridas a Emma que era imposible que lo pudiera volver a amar. El mundo de Emma estaba colapsando de nuevo.

El primer año de Cris coincidió con el comienzo de una serie de reuniones que tendrían los ejecutivos de cuenta de toda Centroamérica en la Antigua Guatemala, duraría una semana. Durante la celebración, Javier no hacía más que ver su reloj cada minuto.

–¿Por qué ves tanto tu reloj? –Le dijo Emma–. ¿No quieres hacer esperar a la perra?

Javier la miró desafiante y ella continuó.

–Más te vale venir a dormir al apartamento cada noche o te juro que voy al hotel en la Antigua y les armo un escándalo.

–¿Te volviste loca? –Le dijo, casi susurrando, tratando de aparentar que solo hablaban, pues había demasiados invitados con los ojos puestos en ellos. –Hablaremos de eso luego, cuando termine la fiesta.

La fiesta terminó y cuando Emma se dio cuenta, Javier ya había desaparecido con Fabián. Emma se encerró en su habitación a llorar una vez que los niños se habían dormido.

Javier la llamó a media noche y le dijo que estaría disponible para ella a cualquier hora, que era una reunión importante y que había gente de México. Le rogó que no hiciera ninguna locura pues él no estaba saliendo con Dana y mucho menos intentaría dormir con ella pues estaban los jefes de él allí. Ella solamente lo escuchó sin contestarle nada y colgó.

La noche siguiente, cegada de nuevo por la ira y el dolor que sentía, Emma decidió llamar a su antiguo chofer y le pidió que se fuera a la Antigua Guatemala a vigilarlos y le dijo además que le pagaría una buena suma de dinero si asesinaba a Dana. Antonio accedió sin problemas.

La oscuridad se había apoderado del corazón de Emma. ¿Sería capaz de llevar las cosas a esos límites? Antonio la llamó para decirle que lo harían en cuanto salieran del restaurante en el que estaban, pero Emma se arrepintió en el último momento y le pidió que regresara a la ciudad. Emma había ayudado con mucho dinero a Antonio cuando la esposa de él estaba delicada de salud y por ello él estaba agradecido con Emma y haría lo que fuera por ella.

Emma pensó que lo mejor era alejarse de Javier esa semana, así que desconectó los teléfonos del apartamento y apagó su celular. Si la llamaba no quería contestarle. ¿Quería estar con Dana? Pues que así fuera. El domingo siguiente Javier regresó al apartamento. Conectó de nuevo los teléfonos y se sentó a hablar con Emma; le juró por su madre e hijos que entre Dana y él no había nada y que quería que solucionaran sus problemas. Pero Emma sabía que le mentía y no estaba dispuesta a arreglar lo desarreglado.

–Haz lo que quieras –le dijo, con un tono de cansancio–. La verdad es que ya no me importa.

Intentó seducirla, pero ella lo rechazó, era imposible que permitiera que volviera a tocarla otra vez, se sentía sumamente lastimada.

Ya que Javier nunca aceptó su relación con Dana, y ya que Emma dejó de fastidiarlo con el tema, Javier siguió quedándose en el apartamento por más días cada vez que llegaba a Guatemala e intentó arreglar las cosas. Emma también accedió a intentarlo, por la estabilidad de ambos y de sus hijos. Pero todavía faltaban cosas por saber que le había ocultado. Emma revisó de nuevo la lista de teléfonos a los que llamaba con mayor frecuencia y había también uno en México. Marcó sin saber quién le contestaría, esperaba que fuera Alex, pero no fue así. Era Paulina. Emma se presentó con ella diciéndole que ella era la mujer con la que Javier vivía en Guatemala.

–Siento llamarte –le dijo–. Pero quisiera pedirte disculpas si Javier alguna vez te trató mal por mi culpa. Cuando yo lo conocí me dijo que ya no tenía ninguna relación emocional contigo y que estaban distanciados, aunque vivían en la misma casa. Ahora tenemos un hijo. En este momento estamos pasando por problemas difíciles porque pienso que él está saliendo con alguien en Panamá. Solo dime por favor que no fui yo quien provocó que te abandonara porque si yo hubiera sabido que ustedes tenían una buena relación, jamás me habría cruzado en su camino.

¿Qué le estaba pasando? ¿En qué estaba pensando? ¿A cuenta de qué la llamaba y le hablaba de sus problemas con el hombre que una vez le perteneció? No había duda que había perdido por completo la cordura. Paulina la escuchó con atención y cuando terminó de hablar le dijo:

–Tenemos dos hijos, María José nació en julio del año pasado, recién cumplió un año igual que tu hijo, solo es un mes mayor que María José. Yo he sabido de ti desde hace mucho tiempo. Javier y yo no tenemos ya ninguna relación sentimental, pero él jamás ha faltado a sus deberes de padre, lo que haga o las mujeres que tenga no me importan. De todas formas, yo también ya he comenzado a tomar el control de mi vida sentimental con otro hombre.

Emma no daba crédito a las palabras de Paulina, se sentía tan tonta. Era imposible que fuera verdad, tenía otra hija.

–Siento mucho haberte llamado –le dijo.

–No te preocupes, no se lo diré a Javier. La verdad, Emma, te comprendo. Yo también tuve que lidiar con su desamor.

El cerebro de Emma no lograba procesar lo que acababa de escuchar. Paulina ciertamente había madurado y había superado ya a Javier. Tenían una hija de la misma edad que Cris. ¿Dónde comenzaba la verdad y terminaba la mentira con ese hombre? ¿Quién era Javier? ¿Estaba soñando? ¿Cómo era que Paulina tomaba las cosas tan frescamente? Emma recordó algo que le había dicho Fabián varios años antes, una noche que se había embriagado y se había tornado ofensivo contra ella.

–Bájate de tu nube, Javier no es de una sola mujer, si crees que se quedará por siempre contigo estás equivocada. Un hombre de su nivel con una simple mujer como tú, por favor Emma, ubícate.

No era posible pensó, era una mentira, una novela habría sido menos enredada. Sí, sí, tonta de mí. Emma había entrado en un estado de idiotez no conocido.

–¿Por qué permitiste que te hiciera tanto daño? ¿Por qué no lo dejaste cuando viste que la relación iba en picada? Fueron las preguntas de un gran amigo de Emma en un almuerzo que tuvieron muchos años después de ese pasaje de su vida.

La respuesta seguía siendo la misma de siempre. No lo sabía.

–Yo –le dijo Emma– no lo sé. Tal vez, es que uno no desea tirar lo que ha construido. Es como cuando un arquitecto comienza a construir su casa y luego a la mitad de la construcción se da cuenta que algo no encaja, prefiere romper la parte mala y reconstruir hasta terminarla, antes que tirar toda la casa o cambiarse de terreno e ir a construir algo nuevo. Habrá quien diga que la respuesta es que uno como mujer no se valora, en mi caso, la única lluvia de consejos que recibí de mis amigas era que aguantara y que la tormenta pasaría.

¿No es así como muchos hogares viven? ¿No es soportando como la mujer de la mano de su religión, su pastor, su obispo o su sacerdote logran dominar a la bestia que yace dentro del hombre? ¿No es este el consejo de las religiones? ¿No es a través de ese gran sacrificio que la mujer logra llegar a las bodas de plata, oro y diamante? ¿No resulta ser que después de tantos vejámenes, los hombres finalmente ponen los pies sobre la tierra y regresan al regazo de su mujer y ella los perdona para vivir un feliz final? Soportar hasta el final con una leve esperanza de éxito, no me parece que es desvalorarse, sino demuestra la fuerza interior que tenemos las mujeres y la capacidad de sobrellevar las cargas emocionales.

Pero en ese punto, la misma Emma ya no sabía ni comprendía absolutamente nada y ciertamente, no sabía siquiera qué esperar. Cuán equivocada estaba. Llamó a Amelia y le pidió que se olvidara del plan para asesinar a Dana. Emma estaba cansada y no quería arrastrar durante su vida el peso de una decisión tan drástica. –El tiempo se encargará de castigarla. –Le dijo, con absoluta seguridad.

Era ya noviembre, Cris tenía quince meses y estaba precioso. Dulce y Pablo habían salido de clases y se fueron a pasar unos días con la madre de Emma. Javier volvió de un viaje cargado de nuevo con grandes promesas. No compraría el apartamento, ¡se irían a vivir juntos a Panamá!, pues efectivamente en ese país tendría que estar la sede principal de la empresa. De nuevo otro cambio. Para el cumpleaños de Emma, Javier le preparó una deliciosa cena, bailaron en la sala de la casa y volvieron a ser los de antes. Emma alejó todo pensamiento negativo y estaba dispuesta a perdonar cualquier ofensa y cualquier locura que hubiera cometido Javier, a pesar de que no se la confesara. Tenía razón Leslie, pensaba ella, Javier ya había olvidado su amor loco por Dana y volvió.

El fin de año lo pasaría con su hijo Sebastián. Para Emma ese no era un problema, ya que él había demostrado un gran cambio hacia la relación.

Pero comenzando enero Amelia llamó a Emma con nuevas noticias.

–Emma he visto casualmente a Javier y a Dana almorzando amenamente en un restaurante, cerca de la oficina. No quise contarte antes, pero Javier pasó el fin de año aquí en Panamá con Dana pues ella lo contó a sus amigas en un almuerzo.

No era posible. Simplemente no era posible. Las cosas habían mejorado entre ellos pero él seguía en la misma historia de mentiras.

Regresando de un viaje a Costa Rica Emma de nuevo lo encaró con un solo tema, su hija. Javier regresaba de una cena con los ejecutivos de la empresa y había bebido de más. Emma le ofreció vino y se sentaron en el comedor.

–¡Salud! –le dijo Emma. 

–¡Salud! ¿Y qué celebramos?  –preguntó Javier.

–Tus mentiras, para comenzar –le contestó ella–. Celebramos además tu desfachatez, tu hipocresía, tu falta de juicio, tu locura. Celebramos tus hazañas amorosas de Tenorio, los engaños, las falsas promesas.

¿Olvidé algo?

–Estoy un poco aturdido por el alcohol –le contestó Javier–. No pienso bien y no sé qué contestar. Así que contestaré que definitivamente estás loca.

–¿Cuántos hijos tienes Javier? –le preguntó Emma.

–¿Cuántos hijos tengo? que pregunta tan tonta. Tengo tres hijos adorables.

–No Javier, no me estás comprendiendo. Es simple, sólo dime cuántos hijos tienes

–Pues hombre –dijo con acento español–. Tengo tres.

–Suficiente de mentir –le dijo Emma, ya bastante alterada–. ¿Te suena el nombre de María José?

–¡Ah! –le contestó Javier, agitando el dedo índice de su mano izquierda–. Si sabes la respuesta ¿por qué me preguntas?

–No sé si sé la respuesta, quiero escucharla de tu boca.

La miró y comenzó a sonreír.

–Sabes Emma, has sido una chica muy mala, pensé que habías dejado de hurgar en mi vida, pero veo que no. Para que lo sepas, María José no es mi hija, Paulina dice que lo es, pero yo digo que no.

–Sí claro –le dijo ella–. Aceptaré cualquier cosa de ti, pero por favor no niegues a tu hija. Como sea, es tu hija. Mira, estoy cansada de tanto reproche y no te preguntaré por qué lo hiciste, no te preguntaré por qué estuvimos las dos embarazadas durante el mismo tiempo. Eso ya no me importa. Pero ten en cuenta algo, negar a los hijos es una actitud de macho y tú con toda la educación que tienes debiste superar ya esa etapa. Yo que tú estaría feliz, es la única niña que tienes, reina entre tus tres hijos varones.

Estaba demasiado pasado de copas como para seguir hablando con él; y la verdad Emma no sabía si al día siguiente se acordaría de lo que habían platicado. Tomó su mano y lo llevó abrazado a la cama. Javier se quedó dormido de inmediato y con la ropa puesta. Emma le quitó los zapatos y lo cobijó. Tomó una frazada que tenía en el closet y se dirigió a su lugar favorito lejos de él, el sofá. ¿En qué se estaba convirtiendo? ¿En su madre? Había matado el amor que sentía por él como mujer, pero en el fondo, Emma sentía mucho pesar por ese hombre del que alguna vez había estado enamorada. 

Al día siguiente, Emma tomó a Cris y se fueron bien temprano. Lo llevó a desayunar. Apagó el celular para que Javier no la localizara. Necesitaba tiempo y espacio para pensar las cosas. Tomó una decisión. Dejarlo por las buenas. Fue a casa de su madre y le dijo que necesitarían buscar una nueva casa, pues volvería a vivir con ella, su hermana y sus sobrinos. ¿Pero era posible dejar el asunto por la paz? Por supuesto que lo era. Emma se iría sin mayores explicaciones porque las razones para alejarse abundaban. Que hiciera él lo que quisiera con su vida, ella no pelearía más.

Emma volvió bien entrada la noche, Cris ya iba dormido, sus otros dos hijos seguían quedándose en casa de su madre. El apartamento estaba repleto de arreglos florales y las tarjetas en cada uno con miles de disculpas. A Emma le era difícil comprender las reacciones de Javier, sus altos y bajos, no estaba segura que sería bueno continuar así, pero así era él, pensaba ella. Se portaba mal, pedía perdón y ella lo perdonaba, se portaba bien un tiempo, y luego volvía a portarse mal. Una y otra vez se repetían las mismas cosas. No sabía si la quería o si no. Lo único obvio era que estaba confundido y la confundía más a ella. Emma acostó a Cris en su cuna y cuando estaba cerrando la puerta de su habitación escuchó las llaves que sonaban. Era Javier.

–Entonces –le dijo–. ¿Me perdonas?

Qué fácil era para él resumir en una simple pregunta todo el daño emocional que le causaba. ¿Qué quería que le perdonara? Que le daba apenas dinero para sobrevivir, que tenía una hija sin que ella lo supiera, que aún se veía con Dana, que se fue a Bariloche con Dana y no con ella, que le compró un apartamento en vez de comprárselo a Emma, que pasó el fin de año con Dana y no con Sebastián como había dicho. Ella no tenía respuesta a su pregunta, ni ánimos para discutir por cuál de todos sus errores quería ser perdonado. No le contestó, se sentía sin fuerzas. Bajó la mirada y las lágrimas comenzaron a rodar. Javier la abrazó y la llenó de besos pidiéndole perdón.

–Está bien –le dijo ella–. Te perdono.

Esa noche después de mucho tiempo de nuevo hicieron el amor, y fue bueno hacerlo porque Emma descubrió que no lo había perdonado, que sentía un terrible desprecio por él y que era imposible volver a amarlo. Tomó la decisión de dejarlo y comenzó con su madre a hacer los arreglos para buscar una nueva casa.

–Cuando Javier regrese de viaje le diré que me voy, en este momento no quiero decírselo porque él está haciendo su mejor esfuerzo para que las cosas funcionen, y no quiero arruinar eso. La verdad, sin embargo, es que yo ya no lo amo. –Le dijo a su madre.

Una semana después Javier se fue a Panamá y ella se sorprendió cuando él se lo dijo, pues era un tema demasiado delicado. La primera noche que estuvo allá la llamó por teléfono, según ella para asegurarse que estaban bien, o al menos, fue lo que pensó.

–¿Cómo están? –fue la primera pregunta.

–Estamos bien ¿y tú? –fue la respuesta de Emma.

–Confundido –le dijo.

–¿Ah sí? –Le contestó Emma, mientras sentía que su corazón comenzaba a latir con rapidez. 

La temperatura de su cuerpo comenzó a elevarse de enojo y su mente adivinaba hacia dónde llevaría él la conversación. 

–¿Y qué es lo que te tiene confundido? –continuó Emma.

–Hace algún tiempo conocí a una mujer (refiriéndose a Dana) es una linda chica, acabo de estar con ella y he concluido que es la mujer de mi vida –le dijo con el mayor descaro.

Emma estaba perpleja, no estaba escuchando eso.

–Javier, estás llamando a Guatemala, soy Emma. ¿Estás seguro que es conmigo con quien quieres hablar del asunto de esa mujer joven que conociste?

–Es muy bella –continuó, ignorando lo que ella acababa de decirle–. Me hace el amor con pasión, todo lo que hace es pasión. Tiene unas hermosas piernas, son tan suaves –continuó–. Duermo sobre sus enormes pechos, en ellos me siento protegido. Me ha confesado que he sido el segundo hombre con el que duerme y debe ser cierto porque todavía está apretada.

Eso había sido suficiente.

Emma no se quedaría al teléfono a escuchar nada más. ¿Estaba loco? Estaba hablando con ella, no con su madre, ni con su hermana o su mejor amiga. ¿Por qué le dijo esas horribles cosas? ¿Coexistía en él el deleite de abusarla emocionalmente? La copa de Emma estaba al borde y las palabras de Javier fueron la gota que la derramó. Acababa de firmar su destrucción. Emma se  aseguraría de no dejar piedra sobre piedra. Dejó de ser racional, sentía sed de venganza, fue casi físico, no estaría en paz hasta no verlo en ruinas, a ambos y a todos aquellos que habían contribuido o habían sido cómplices de sus mentiras. Porque destruirlo a él no sería nada, acabaría con todos y con todo. Cortó la llamada y desconectó los dos teléfonos del apartamento. No le permitiría saber de ella hasta que fuera demasiado tarde para rescatarse a sí mismo y a los amigos que amaba.

Llamó a Amelia y le contó lo sucedido, fingiendo dolor lloró al teléfono con su amiga con la seguridad de que Amelia tomaría cartas en el asunto y que lo que ella misma no se atrevió a hacer, Amelia lo haría. Juntó toda la evidencia que tenía en contra de Javier debido a ciertos arreglos financieros en los que además estaban involucrados Fabián y el Gerente Financiero y se los hizo llegar a Saúl, el jefe de Javier con quien había permanecido por años como duros contendientes dentro de la Compañía. Tiempo atrás, Javier le había ganado la dirección de Centroamérica y Caribe, pero Saúl le había ganado la dirección General de México, la posición más codiciada por todos los altos ejecutivos.

Ella no retrocedería en su locura. Javier la había llamado loca varias veces, así que para hacer honor a sus palabras, procedió como tal. Esa misma noche Saúl la llamó.

–Emma, la información que me has proporcionado ha puesto en una posición delicada a Javier y a todo el grupo directivo que dirigen la empresa en Centroamérica.

Saúl pudo haber guardado todo y quedarse callado, tenía el poder para hacerlo. Pero Emma le había dado la oportunidad esperada de destruir a su principal rival dentro de la Empresa.

–Voy a presentar la información a la Junta Directiva –le dijo–. Que ellos tomen la decisión final.

Por supuesto, pensó Emma. Se lavaría las manos como Pilato.

–De todas formas –continuó Saúl–. Javier saldrá de la empresa con tanto dinero como no ha visto en su vida, pues no creo que la directiva lo hunda por completo. Sería muy malo para ti que Javier se enterara que fuiste tú quien lo puso en evidencia, porque no verás un centavo de su dinero.

–Su dinero no me importa –le contestó Emma. Me conformo con destruir su prestigio y el de sus amigos.

–Yo no le diré que fuiste tú –le aseguró.

Si claro, pensó Emma, si su veneno era maligno el de Saúl era mortal. Ella sabía que se lo diría y así fue.

Al día siguiente Emma comenzó a empacar y dos días después dejó el apartamento.

De Guatemala, Saúl viajó a Costa Rica donde se juntaría con Javier y luego se irían a México. Emma mantuvo apagado el celular y lo encendió hasta el siguiente lunes cuando ellos ya estarían de regreso en México.

–Te he estado llamando –le dijo Javier con tono alterado–. ¿Qué pasa contigo? Los teléfonos del apartamento suenan muertos –continuó.

–¿Qué pasa conmigo? Nada pasa conmigo –le contestó Emma–. Oh perdón sí, algo pasa conmigo, pasa que estoy loca. ¿Y contigo? ¿Pasa algo contigo? ¿O ya se te olvidó nuestra última conversación telefónica?

–Estaba tomado, no sabía lo que decía –le contestó.

–Ya no me llames, no quiero hablar contigo, no quiero saber de ti –le dijo Emma enfurecida.

–Emma, después hablamos del asunto. Saúl me pidió que fuera a una reunión con la Junta Directiva, pero no es una convocatoria normal. Algo se trae entre manos, puedo olerlo –le dijo con tono bastante preocupado–. Ahora mismo voy para la reunión y te llamo cuando salga.

Emma le colgó la llamada sin decir más nada. Estaba en casa de Laura y comía ansias por saber lo que sucedería. Javier no decía malas palabras frente a ella, por muy furioso que estuviera encontraba la frase ideal ofensiva o no para mostrarle su enojo y esa vez no fue la excepción.

–Maldita desgraciada –fueron sus primeras palabras cuando Emma contestó el teléfono. 

–Me apuñalaste por la espalda –continuó–. Maldigo el día en que te conocí. Yo construí mi imagen durante veinte años y la pisoteaste, gozaba de un alto prestigio que me gané con gran esfuerzo, has conseguido que pierda el respeto de la gente que me quería. Salí con el rabo entre las piernas, humillado por tu estupidez. Despidieron a mi secretaria, a Dana, a Fabián, a todos los que pusiste en evidencia con tu maquiavélico plan. ¿Así peleas tus batallas? ¿Qué no piensas? Solo piensas en ti y en tu bienestar. Te maldigo y maldigo tu existencia. Dana era una diversión. Me destruiste por una calentura. No tienes conciencia. Tu corazón es malévolo. Debí dejarte hace mucho tiempo.

Y continuó con un largo discurso que consistía en maldecir y repetir que estaba mal de la cabeza, la palabra traición la dijo tantas veces que parecía como si un disco se hubiera rayado.

–Quiero que dejes el apartamento de inmediato, no mereces nada de mí y no verás un centavo mío jamás mientras tenga vida. Te odio con toda la fuerza que hay en mi corazón. No quiero saber de tu existencia nunca.

–¿Terminaste tu discurso señor decencia? –Le preguntó Emma, sin la menor expresión de cobardía. Esta vez ella tenía el control–. Yo también tengo un largo discurso para ti, pero estoy ocupada en este momento, así que seré breve.

Tu apartamento lo dejé hace varios días; en cuanto al uso extensivo que has hecho de la palabra traición, te ruego que hagas una sincera retrospección de tu comportamiento conmigo y demás mujeres. Por último, lo que pase con tu secretaria con la que también te acostabas, porque no creas que no me enteré, me es ciertamente indiferente, si la han despedido ella se lo buscó, porque como dicen “la mentira brilla hasta que la verdad aparece”. En cuanto a los demás, bueno, entenderás que toda acción trae su consecuencia y si siembras vientos cosechas tempestades. Lo que pase contigo o con Dana es el asunto que sinceramente menos me importa y te digo que no siento el más mínimo remordimiento por lo que hice. Me pisaste la cola varias veces y al final tenía que lanzarte el veneno, es mi naturaleza, la he controlado bastante, pero todo tiene su límite.  Yo también te digo un adiós para siempre y también deseo no conocer de tu existencia en lo que resta de la mía.

Eso había sido todo. Cada uno seguiría su camino, cada uno seguiría luchando por vivir como mejor le pareciera, cada uno buscaría disipar su pena. Sí, el yo maligno de Emma dominaba. Selló de nuevo su corazón con la misma firmeza que selló el libro que contenía su historia con ese hombre. Su recuerdo no la perseguiría, ni perturbaría su vida. Abrió la puerta de la habitación de su pasado y depositó allí el libro. Estaría donde debía estar, en el olvido, pudriéndose, enmoheciéndose, volviéndose polvo. Se sentía satisfecha. Si casualmente apareciera algún sentimiento de culpa, dolor o pena sería aplastado de inmediato. Se sentía con poder, con el poder de destruir a quien se cruzara de nuevo por su camino. La piedad y la misericordia la podían pedir al cielo, porque en adelante ella no la tendría con nadie. Lo cierto era, pensaba Emma, que más bien Javier debió darle las gracias porque le regaló un boleto hacia la libertad, lo sacó de su esclavitud. Siempre había querido ser independiente, formar su propia empresa; bien, pues esa era su oportunidad, ella sólo le había dado un empujoncito.

 

Rebeca cerró el libro. Se había quedado sin palabras. La noche había caído sobre la casa. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y Daniel la veía fijamente.

–No juzgues a tu abuelo. Solamente era un hombre confundido y jamás apreció a Emma. Buscó su propio camino. –Dijo Daniel.

–¡Abandonó a mi padre! Eso no tiene ninguna justificación Daniel. Tú y mi abuela quizá tuvieron algunos desacuerdos, no lo sé. Pero has estado en nuestras vidas siempre.

–Rebecca, mi niña, mi pequeña, ven acá.

Rebecca se sentó a los pies de Daniel y continuó llorando.

–No es justo Daniel, nada de lo que sucedió es justo.

Daniel acariciaba su suave cabello recordando las innumerables ocasiones en las que Emma había hecho lo mismo con él. Recordó que regresaba una noche de su trabajo y Emma lo estaba esperando con una cena. Él estaba demasiado cansado y con un tremendo dolor de cabeza. Emma lo llevó a la habitación, Daniel se recostó y ella acarició su cabeza hasta que se quedó dormido. Le quitó los zapatos, el pantalón y le puso el pijama. Besó su frente y volvió al comedor a guardar todo lo que había hecho. Daniel estaba en realidad aún despierto, y la escuchaba en la cocina dejando todo limpio. Luego, se metió en la cama con él y lo abrazó. Hasta entonces Daniel se quedó dormido profundamente.

Era ya sábado y Rebecca decidió que harían algo diferente. Se fueron de paseo en un pequeño yate que le había regalado su esposo Lorenzo, un italiano adinerado que había muerto diez años después de su boda. Habían tenido un par de hermosas niñas, gemelas, quienes vivían en Italia con sus abuelos. Rebecca prefería vivir en Guatemala, cerca de Daniel, quien se negaba a abandonar su hogar, pero ella viajaba a Italia para ver a su padre e hijas dos veces al año. Habían salido temprano y planeaban pasear todo el fin de semana.

–¿Continuamos? –Dijo Daniel, acomodándose en un acolchonado sofá.

–Sí, continuamos –Contestó Rebecca.

–No olvides el disco.

–No Daniel, nunca lo olvido.

“No te rindas, aún estás a tiempo

de alcanzar y comenzar de nuevo,

aceptar tus sombras,

enterrar tus miedos, liberar el lastre,

retomar el vuelo”

Mario Benedetti

 

 

 

 

 

CAPÍTULO XI

NUEVOS RETOS

 

 

 

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