Emma

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PORTADA

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Emma no se sentaría a llorar el adiós de Javier, ya había pensado en lo que haría a partir de ese punto. Buscar trabajo por un lado, y por otro, estudiar. Llamó a la Universidad y se inscribió en la carrera que más llamó su atención: Relaciones Internacionales.

En cuanto a la parte económica todo iba en un deslizadero para Emma. No lograba conseguir trabajo y tomó finalmente lo que pintaba mejor, un trabajo en una empresa de Bienes Raíces. Vendería terrenos en una lotificación de un departamento llamado Chimaltenango y otros en el municipio de San Lucas. Emma tuvo dos compañeros muy especiales, Arturo y Boris. La historia de Arturo no llegó a conocerla bien, porque guardaba celosamente su pasado y apenas comentaba algunas cosas de él.

Llevó a sus hijos a los terrenos de Chimaltenango varias veces cuando era fin de semana y Arturo cocinaba carne a la parrilla, la pasaban muy bien, pero ella no lo miraba con los ojos que la veía él y finalmente ella decidió distanciarse.

Boris, quien tenía su propia triste historia. Había tenido una exitosa época en la que llegó a tener incluso un bar en zona diez, una línea de taxis y una discoteca rodante, se había asociado con un amigo quien se convirtió en el amante de su esposa. Lo estafaron y un día la mujer le confesó que la última hija que tenían no era de él, sino del amigo. Ella se largó con el tipo y Boris quedó en pedazos. Se encerró y dejó de interesarse por todo, eso incluyó la vida misma. Un par de años más tarde, cuando por fin salió de su cueva, fue para enterarse que de lo único que era dueño era de sí mismo, de sus pensamientos y de sus decisiones futuras. Afortunadamente logró levantarse, pero iba paso a paso. Allí se encontraban los tres amigos, compartían varias cosas en común, corazones rotos, sueños frustrados y enormes daños emocionales, los tres, víctimas de la traición y del desamor, aún con todo no se consideraban personas fracasadas, seguían batallando contra la vida y lucharían contra todo lo que se interpusiera en su futura felicidad.

Como no les pagaban más que un sueldito de nada como base, las necesidades  económicas de Emma comenzaron a desbaratarla emocionalmente. Cada mes estaba más endeudada. Decidió que sería buena idea irse a los Estados Unidos a ver si lograba trabajar de lo que fuera, y así lo hizo. Dejó a sus tres hijos con su madre y hermana y se fue con mucho pesar para Utah a casa de una amiga que recién había tenido un bebé. Su amiga Verónica había nacido en un pueblo llamado Nahualá y varios años antes habían compartido una casa con ella y sus hermanas; eso había sido en la misma época en que Javier había comenzado a cortejarla; ellas mismas eran sus cómplices, pues Javier la llamaba al teléfono fijo que tenían ellas para que nadie se enterara en casa de Emma.

 

Tanto temor sentía que su madre comenzara de nuevo con sus señalamientos y su dedo del escarnio sobre ella; así que mantuvo esa relación en secreto hasta que el mismo Javier decidió visitarla y presentarse como su novio.

Pues su amiga Verónica se había casado con un ex misionero gringo mormón y vivían en Utah. A Emma no le fue posible encontrar trabajo en ese corto mes y lo cierto fue que se desesperó por estar con sus hijos. Verónica y su esposo la llevaron a conocer El Gran Cañón y en otra oportunidad el Centro de visitantes de la manzana del Templo mormón en Salt Lake City, donde está una estatua de Cristo con un mundo atrás, símbolo característico de la religión mormona. Pero esos viajes lejos de alegrarla la ponían triste por sus hijos. No lo soportó y retornó lo más rápido que pudo a Guatemala y continuó buscando trabajo.

Su hermana en ese momento era gerente del departamento de compras en una empresa norteamericana; logró conseguirle un trabajo allí. Comenzó digitando datos en uno de los proyectos que tenían y pronto le dieron algunas pequeñas responsabilidades para revisar el trabajo de otros compañeros. Encajó y se adaptó a su nuevo trabajo sin ningún problema, instinto de sobrevivencia creo que se llama. “Te adaptas o mueres” o como alguien le había dicho a Emma, o te adaptas o el grupo te rechaza.

Hasta ese momento había tenido otros desafíos importantes con sus hijos. El cambio de vida los había afectado mucho, sobre todo a Dulce quien no solo no aceptaba volver de nuevo a donde habían pertenecido, sino que se lo reprochaba continuamente. Inscribió a Dulce y a Pablo en un colegio de la zona dieciocho, pero Dulce se negó a asistir. En una ocasión mientras Emma se había ido a trabajar, pues se iba de su casa desde la madrugada, la energúmena de su hermana junto con la poco sensata de su madre sacaron a la fuerza a Dulce de la habitación, al grado de romper la puerta y lastimar su brazo para obligarla a ir al colegio.

Cuando Emma volvió esa noche, la casa se convirtió en un campo de guerra. Con estruendosos gritos puso los puntos sobre las íes, sus hijos eran suyos y a ella le pertenecía el deber de crianza, ninguna de las dos abusaría de ellos, ni física ni psicológicamente. Ya bastante daño le había causado su madre, y su hermana continuaba con el círculo de violencia con sus propios angelitos y ahora que estaban juntas, también pretendía hacer lo mismo con los hijos de Emma.

Sofía sentía un terrible rencor contra Emma porque según decía la había abandonado en los peores momentos de su vida. Ella no entendía que Emma no era responsable de sus responsabilidades, que eran darle techo, comida y vestido a sus propios hijos. Pero como Emma se había ido a vivir con “un hombre rico” Sofía pensaba que tenía la obligación de ayudarla. Apoyarla sí, y Emma lo hizo, en ambos embarazos la apoyó hasta que no pudo más porque dejó de trabajar y de recibir dinero, aun así, incluso de lo poco que recibía de Javier le daba lo que podía.

La sincera confesión que Emma le hizo a su hermana de “ya no te puedo ayudar” una vez que dejó su trabajo, la hizo volver su corazón en su contra, pues tuvo que cambiarse de casa dos veces y pedir en la iglesia alimento para sobrevivir, eso no se lo podía perdonar. Y ahora tenía la oportunidad perfecta para vengarse, lo haría contra los hijos de Emma. Emma por supuesto, no se lo permitiría y en adelante, se volvió una casa de constante contienda; Emma la criticaba por la violencia que Sofía ejercía contra sus propios hijos y Sofía criticaba a Emma por su alcahuetería con los de ella. Era una batalla de no acabar.

Entre Sofía y Beatrice, la madre de ambas, sobraban día a día los insultos. Su odio no conocía fronteras, Sofía arremetía contra todos y todos estaban hartos de ella. Era cierto que cuando Emma regresó de su paseo por el mundo de los privilegiados, Sofía la había apoyado mientras encontraba un trabajo, y hasta le había dado la mano para trabajar en el mismo lugar que ella.

Pero eso no le daba derecho a tratar a sus hijos como ella quisiera, o a intentar siquiera darles una crianza diferente a la que Emma había definido. Sus reglas eran definitivamente diferentes. Sofía criticaba constantemente a los hijos de Emma y ella estaba verdaderamente cansada de esa situación. Dulce y Pablo se tomaron el cargo de proteger a Cris de los abusos de cualquiera de las dos locas y mantenían informada a Emma de todo lo que pasaba, bueno o malo.

 

Pablo, se adaptó sin problemas a la pobreza en la que de nuevo tuvieron que vivir. No tomaban agua por salud sino, porque era lo más barato, no podían darse el lujo ni siquiera de un refresco. Fueron días duros, pero como decía la película de “El cuervo”, “no podía llover para siempre”. Dulce se inscribió en una escuela por correspondencia y Emma estuvo de acuerdo.  Así no perdería el año de estudio. Fue muy dedicada y terminó bien ese año. Pablo aceptó el colegio e hizo su mejor esfuerzo por estudiar a pesar de las peleas en casa y a pesar de la ausencia de Emma, quien volvía de la Universidad alrededor de las nueve y a veces encontraba despiertos a sus hijos, cuando no, solo le tocaba contemplarlos mientras dormían.

“Amo como ama el amor.

No conozco otra razón para amar que amarte.

¿Qué quieres que te diga además de que te amo?,

si lo que quiero decirte es que te amo”

Fernando Pessoa 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO XII

DANIEL

 

 

Todo marchaba bien en el nuevo trabajo que tenía Emma. Comenzó haciéndose amiga de Iris quien la invitaba a la mesa con sus mejores amigos en las horas de break. Cuando el año comenzó Emma ya tenía un par de pretendientes en el proyecto, a quienes ahuyentaba con sus groserías y pedantería, cosa que a sus nuevos compañeros les resultaba en gracia.

En una ocasión, cuando se preparaban para subir a la cafetería, la sonrisa de alguien llamó la atención de Emma, se volteó y estaba allí, su nuevo amigo Daniel, recostado en la orilla de una mesa, platicando placenteramente con Iris. Hasta ese momento no se había sentido atraída por ningún hombre; lo dibujó con su mirada y le escaneó hasta el alma. Su nariz era perfecta, sus brazos velludos, sus manos eran blancas y terminaban en unos finos y delicados dedos, era delgado, de estatura media, llevaba puesta una camisa a cuadros arremangada y jeans azules; de su cabellera corta colgaba un pequeño mechoncito enfrente.

Sus ojos eran claros como la miel, o al menos así le parecieron a Emma, y sus cejas eran espesas y bien construidas. Su barba se asomaba como una sombra, volviéndolo totalmente irresistible. Él ni siquiera se percató de que Emma lo observaba. Le parecía extraño fijarse con tanto detalle en un hombre, porque ya había pasado más de un año desde su separación con “el innombrable” (así bautizaron a Javier en casa pues estaba prohibido hablar de él) y la última cosa que pasaba por la cabeza de Emma era una nueva relación. La posibilidad en realidad era remota.

La costumbre de verse con Daniel y de compartir ocho horas diarias de trabajo sentados uno junto al otro, los condujo a encontrarse fuera de la oficina solos o con otros amigos; comenzaron a compartir más de sus vidas y a formar lazos más estrechos. Se entendían muy bien. Descubrieron además que tenían muchas cosas y gustos en común. Emma le contó a Daniel la historia de su vida sin mayores detalles, apenas pinceladas, pues no le gustaba revelar sus secretos y verdades. Solo sería una simple historia, la contaría una sola vez y luego la olvidaría con el tiempo. Daniel se sentía tan a gusto con Emma, que no le fue difícil susurrar en sus oídos los episodios más ardientes de su última relación. Cada detalle que él le revelaba despertaba en Emma el deseo de poseerlo en todos los sentidos. Después de diez meses de sórdidas historias, la hoguera de pasión entre ambos comenzó a arder. Por fin Daniel condujo a Emma hacia el lugar que se convertiría en su nido de amor.

En una tarde de principios de octubre, Daniel esperaba a Emma. Cuando ella bajó del autobús, él tomó su mano y caminaron a su casa. Se detuvieron frente a un portón negro y luego entraron; caminaron por un estrecho pasillo de piso de cemento. La casita donde vivía Daniel estaba al fondo. Era una casa de dos niveles, al subir las gradas había un pasillo de madera, la primera habitación era la de Daniel, luego seguían las habitaciones de sus dos primos, Mauricio y Juan Luis.

 

Julio, el hijo del dueño de la casa, dormía en la habitación del primer nivel, al lado de la cual había una pequeña sala y el comedor–cocina. La primera cosa que hizo Daniel fue mostrarle el lugar a Emma. La habitación de Daniel era pequeña y simple, la pared estaba pintada de color lila, probablemente antes había pertenecido a alguna chica. Había una cama matrimonial de color azul con flores doradas que tenía varios años de uso y estaba cubierta por una sábana de color melón también desgastada por el tiempo. Un gran oso que le había regalado una antigua novia le servía de almohada. En la pared, la fotografía de su madre y de él en su graduación de bachiller y un calendario. Junto a la cama había una mesita de noche de madera y sobre la misma, una pequeña lámpara. Toda esa sencillez le parecía a Emma suficientemente acogedora. Se sentaron para escuchar algunas canciones, luego bajaron con la intención de estudiar matemáticas para preparar el examen de ingreso de Daniela la universidad, pero antes, comenzaría todo con un almuerzo.

Daniel tenía en su refrigerador vino blanco y cocinaron un delicioso pollo en salsa de hongos. La plática transcurría sin que Emma le pusiera mucha atención, se concentraba en lo que sucedería después de un rico almuerzo y una botella de vino; lo más seguro era que no serían capaces de sentarse a estudiar. Hacía casi dos años que Emma no tomaba vino, así que le pareció exquisito. Después de terminar la botella Daniel la llevó a su habitación, la acostó en la cama y se sentó junto a ella. Emma llevaba puesto un pequeño vestido azul de diminutos puntos amarillos, era la segunda vez que lo usaba, un antiguo regalo del innombrable. Pensó que esa tarde de octubre sería especial, así que se lo puso con la intención de ser despojada de él por las manos de Daniel. Después de una hora dormida, Emma abrió sus ojos y se sentó, allí seguía Daniel, junto a ella, escuchando música y observándola. Ninguno de los dos daba el primer paso.

Emma se acercó a la boca de Daniel y recibió el beso más dulce que jamás había recibido en su vida. Con su mano derecha, Daniel levantó poco a poco el vestido de Emma acariciando su pierna izquierda. Si ella pensaba que sabía todo sobre el amor que equivocada estaba. Todo en Daniel era perfecto.

Esa habitación se convirtió en un verdadero paraíso terrenal, incontables amaneceres los encontraron desnudos entre las sábanas de esa cama, la enorme frecuencia de sus apasionados encuentros los condujo a insospechados caminos, cruzaron todas las fronteras. Se dice que hacer el amor es un arte, pero es un arte que no puede enseñarse, es uno que cada pareja construye para sí, es un nuevo idioma a través del cual dos cuerpos llegan a entenderse, un velo de profunda extasía que envuelve a dos almas. Dejaron de contar los meses que se convirtieron en años; nunca dejaron de explorar nuevas ideas, no dejaron espacio alguno sin ser explorado, se volvieron uno; era una relación que contenía todo, pasión, entrega, lealtad y amor profundo. Nada sería capaz de arrebatarles algo tan hermoso pensaba Emma, pero no contó con que afuera de esa habitación los asecharían la envidia, el qué dirán y la presión social. Les tocaría luchar contra sus propias familias y sus propios amigos. Tomarían decisiones trascendentales que los obligarían a renunciar o a seguir, los volverían fuertes o los convertirían en cobardes. Así, al mismo tiempo que florecía el amor, la hierba mala crecía despiadada con el mismo ritmo.

–Es una hermosa historia de amor. ¡Realmente tú y Emma se amaron Daniel! –Exclamó Rebecca entusiasmada–. Mi padre me había dicho que ella te amó mucho, pero sin detalles. Que cuando murió tú te quedaste a cuidar de él hasta que se graduó. Estuviste en su boda y en todos los acontecimientos importantes de su vida. Cuando yo nací estuviste allí.

–Cuando tú naciste tuve un motivo más para continuar. Eres igual a Emma. ¿Te lo he dicho antes?

–La verdad Daniel, siempre que me ves me lo dices.

Ambos rieron.

–Sí, quedarme con Cris fue lo que me dio la fuerza para continuar, y luego tú.

Rebecca se levantó para traer algunos camarones que a Daniel le encantaban. Mientras el pensamiento de Daniel volvió de nuevo a esa casa. Recordó esa primera vez y a Emma con su pequeño vestido azul, la forma en que se miraban antes de ese primer beso que tomó por sorpresa su joven corazón. <Sí, cuanto la amé> pensó.

–Bien –dijo Rebecca–. Continuemos.

 

El primer año que Daniel y Emma estuvieron juntos fue de acoplamiento, los malos entendidos y las peleas por celos abundaron, sus compañeros de trabajo reprobaban su relación y comenzaron a ejercer una gran presión sobre ellos. Emma no tenía problemas con que supieran de su relación, así que si le preguntaban directamente decía que sí. En cambio Daniel lo negaba rotundamente porque la mayor presión la ejercían sobre él. Dejaron de comer juntos en las horas de receso porque sus amigos se tornaron demasiado ofensivos contra Emma. Perdieron la amistad de Iris en cuanto se supo de su relación, a pesar de que Daniel se lo negó para que no se molestara, ella era su amiga, tenía novio pero estaba enamorada de Daniel.

Habladurías iban y venían, el único refugio que ambos tenían era la habitación de Daniel, fuera de ella, el ambiente que los rodeaba era un infierno. Margarita, una prima de Daniel que trabajaba con ellos, se encargó de que la familia de Daniel se enterara de que él salía con “una mujer que tenía tres hijos”. La madre de Daniel había sido criada de una manera conservadora, misma crianza que había dado a sus hijos, el único rebelde que se había salido de su hogar para vivir solo y lejos del pueblo había sido Daniel.

Brenda, la madre de Daniel, no conocía a Emma pero gracias a las historias de Margarita, sentía mucho odio hacia ella. En ocasiones, cuando Brenda llamaba por teléfono a Daniel le preguntaba si Emma estaba allí en la casa acompañándolo, “¿estás con esa?” era la pregunta confrontativa que le hacía, y él siempre lo negaba para evitar discusiones innecesarias.

Transcurridos cuatro meses de relación, se enteraron en casa de Emma y comenzaron a contender también

contra ella. Si Emma no iba a dormir a su casa su madre la trataba de “irresponsable y caliente”, pues prefería irse a dormir con un hombre antes que estar con sus hijos. A Sofía le molestaba la diferencia de edad que había entre Emma y Daniel y con frecuencia le decía a Emma que él la abandonaría tarde o temprano por una chica de su edad.

–No deberías dedicarle tanto tiempo, vas a ver que te va a dejar, solo haces el papel de tonta, mientras tenga de ti lo que él quiere (sexo), todo va a ir bien, no te conviene, deberías dejarlo, buscarte a alguien más viejo o de tu edad.

Sus constantes reproches terminaban siempre en discusiones. Dulce y Pablo no se metían; de hecho, la respaldaban, le daban ánimos para que continuara porque solo querían verla feliz. La única cosa que les molestaba era la pobreza de Daniel, pues ellos habrían deseado que Emma se buscara un hombre con mucho dinero para volver a tener lo que habían perdido. Emma les explicó tantísimas otras veces a sus hijos que ella no buscaría a un hombre con dinero nunca en lo que restaba de su vida porque “el dinero y el poder corrompe a los hombres y el mejor ejemplo era el innombrable” les decía. En cuando a Cris, era apenas un pequeño de tres añitos que encontró en Daniel el padre que no tenía y Daniel en él el hijo que le habría gustado tener. Cuando Emma los presentó en un diciembre fue amor a primera vista, ambos se quisieron desde ese momento y cultivaron una relación real de padre–hijo, que aunque tendió a cambiar con el tiempo, el amor que sentían entre uno y otro se mantuvo incorruptible.

Después que se conocieron, los fines de semana dejaron de ser para dos.

 

En su primera navidad Daniel le escribió a Emma una nota que describía en breves palabras cómo era y sería su primer año de relación, un continuo ir y venir de “perdón” y “gracias”. La nota decía: “…Emma, gracias por dedicarme tiempo, comprensión y paciencia. Perdón por mis asperezas y malos tratos…Tengo tanto que agradecerte pero sé en dónde decírtelo y cómo. Mi Emma, gracias por llenar “ese breve espacio”. La verdad era que Emma quería muchísimo a Daniel, pero había un deje de crueldad dentro de él que ejercía con gran maestría contra ella.

Para mayo habían

despedido a muchos compañeros del proyecto en el cual estaba Daniel y la excepción no había sido él. Una semana antes de su cumpleaños lo llamaron de Recursos Humanos para darle las gracias. Fue un golpe bajo cuyo autor tenía nombre y apellido, su supervisora, Alba. Ser despedido por razones injustas o por razones ilógicas no es algo que uno se trague y ya, tiene sus implicaciones emocionales fuertes. Esa tarde Emma no fue a estudiar, se quedó en casa con Daniel dándole  ánimos para buscar algo mejor.

Después de esa tarde, Daniel le escribió una carta a Emma para agradecerle por su apoyo. Emma la leyó sin decidir cómo sentirse, si halagada o decepcionada “Emma, tú eres mi amiga. Presumir es una palabra fuerte y una acto arrogante en cierto modo…quizá esté mal que lo diga pero yo nunca he sido una persona presumida… te preguntarás porqué te digo estas cosas. Quiero que sepas que por personas como tú estoy feliz en estos momentos duros y te juro el dolor no se siente mucho, gracias porque yo puedo presumir que me tendiste la mano y además tu corazón que estaba muy golpeado y quiero que sepas que el corazón más bello no es aquel que está intacto, completo, sin cicatrices, no, el que está tan incompleto, tan lleno de cicatrices y tan remendado como el tuyo es el mejor. Lo que quiero presumir es eso, tenerte a mi lado como amiga confidente, como la persona que escucha y aconseja. Gracias por todo lo que haces por mí, que la verdad, no sé si lo merezco, pero tú y yo sí podemos darnos el lujo de presumir de tener una amistad enorme que no conoce fronteras ni límites. Gracias, gracias, por compartir tu valioso tiempo conmigo, te quiero y mucho, lo mejor de la empresa fue habernos conocido.”

La mente perpleja de Emma hizo a un lado todas las bondades de las que Daniel hablaba, y se concentró en una sola cosa, ella sólo era su amiga. Comenzó a pensar en todas las cosas que incluía su relación a la que él acababa de tildar de “amistad enorme”, que fuera de la pasión que los consumía, a Daniel no le faltaban sus deliciosos almuerzos bien preparados o ropa bien limpia. Emma jamás le dijo lo hiriente que le había parecido su carta, se la agradeció y guardó el dolor en el fondo de su corazón para que no afectara su noviazgo, su relación o su amistad, como él prefería llamar a esa pasión y a esa entrega en la que estaban sumergidos.

En diciembre Emma y Daniel recibieron juntos el pre–universitario, encontraron una chica que estaba inscrita y no lo tomaría, así que Emma se hacía pasar por ella para recibir las clases de matemática con Daniel y poder apoyarlo para que estudiara, aunque ella ya había terminado su tercer año en la Escuela de Ciencia Política. Tuvieron éxito en su meta porque finalmente Daniel pasó los exámenes y estaba listo para inscribirse el siguiente año.   

Se decidió por la misma escuela en la que estaba Emma, pero estudiaría sociología. Así que ese diciembre pasaron más tiempo juntos que en los meses anteriores. Era su segundo fin de año juntos y como en el anterior, pasó la víspera de navidad con Cris y Emma, pero no navidad ni año nuevo, a pesar de que ella le rogó que al menos el fin de año se lo dedicara.

El siguiente año llegó con problemas importantes en casa de Emma. En enero le dieron las gracias a Sofía en su trabajo, sin mucha explicación. Lo único que justificada su despido era la desastrosa relación que tenía con el Gerente General, Horacio quien la acosaba enviándole contenido pornográfico o contándole chistes obscenos que ella rechazaba y le reclamaba airada, él se burlaba de ella por pretender ser tan religiosa. Con el dinero de la indemnización Sofía compró dos lavadoras y una secadora e inició un negocio de lavandería que le daba poco, pues no encontraba trabajo en ningún lugar. Llegado marzo Emma ya no podía con la carga económica propia y de su hermana. Sofía la convenció para que de nuevo se fuera a Estados Unidos en busca de una oportunidad de trabajo que “alcanzara para mantener a todo el mundo”.

En el noviembre pasado había aparecido de nuevo en la vida de Emma “el innombrable” Había recibido un correo en el cual él le contaba a detalle todos los vejámenes que le había tocado padecer después que se alejó de su vida. Le escribió muchas veces y Emma trataba de ser condescendiente con él. Estaba viviendo en España. Había intentado un negocio propio en Costa Rica que sus socios habían llevado a la quiebra.

–Emma, he tratado de acercarme a mis hijos, pero Mónica y Paulina se niegan a permitirlo. Me quedas tú y mi hijo Cris. Déjame estar cerca de él, al menos escribirle, te enviaré algunos cuentos para que se los leas, dile que su padre está lejos pero que lo ama y lo lleva en el corazón.

Emma comenzó de nuevo a entrar en crisis emocional porque por un lado, estaba Daniel presente en la vida de Cris y él lo veía como su padre; era difícil para Emma explicarle al niño que su verdadero padre estaba lejos y que le enviaba su amor y cuentos cada noche. La verdad era que Emma sí le leía a Cris los cuentos, pero no le decía que se los enviaba su padre, sentía que estaba traicionando el amor de Daniel.  De hacerlo, se habría apartado de ella.

Emma le escribió a Javier su intención de viajar a los Estados Unidos pues estaban pasando por una situación difícil económicamente. Le pidió que le enviara dinero para Cris y otras carencias que tenía en ese momento.

–Javier, si pudieras enviarme algo de dinero para Cris y otras cosas que me están haciendo falta, sería de gran ayuda.

–Sí, el tema del dinero tenías que mencionarlo y arruinarlo todo –le contestó–. Para que lo sepas yo soy un hombre nuevo. He encontrado a Cristo, pero he pasado por muchas dificultades, tantas que no me alcanzaría el tiempo para contártelas, pero que te baste saber que en los peores momentos de mi vida he tenido que vivir de la caridad. Por fortuna, encontré un amor del cual no tengo ninguna queja y que me ha abrigado en mi pobreza y en mi miseria. Un amor del cual estoy seguro que tú nada sabes.

–Me da gusto Javier que hayas encontrado un motivo para seguir adelante. Yo siempre he tenido uno, se llama Cris y para que lo sepas también me ha tocado pedir cuando no he tenido comida para tu hijo. Me da mucha pena que hayas pasado por tantas dificultades, pero si te pido es porque tu hijo lo necesita. No creas que Cris va a comer de poemas, canciones y cuentos.

–No tengo dinero que enviarle. Lo mejor hubiera sido no volver a escribirte jamás. El dinero es lo único que te interesa. Esta será la última nota que te escribo.

–Entonces que así sea –le contestó Emma–.

Y en efecto, jamás volvió a escribir y Emma jamás se lo contó a Daniel.

La noche que por fin Emma decidió que irse sería lo mejor, estaba en casa de Daniel. Habían estado discutiendo el asunto acaloradamente, pues durante la discusión surgieron otros temas difíciles que los habían mantenido alejados.

Daniel puso una canción de Gianluca Grignani que siempre le cantaba a Emma, pero que esa vez le rompió el corazón.  “…sabes que llegar no cuesta tanto, lo difícil es permanecer… Para cada decisión suprema, una calle larga estrecha, caminaré, tan empinada, tan extrema, me la encuentro de frente siempre y tú ¿qué haces tú, para mantenerte en pie sin decaer?... Las lágrimas de Emma brotaban como surgidas de una inagotable fuente de dolor; Daniel la abrazó, se besaron y se quisieron como tantas otras noches. Había sido un encuentro con ellos mismos que les había hecho falta. Todo malentendido, desdén, aspereza o malos tratos quedaron enterrados esa noche, no los recordarían más. Daniel habían encontrado el lugar justo donde pedir perdón y donde ella lo perdonaba. Estaban a punto de decirse adiós por razones diferentes a su relación y no sabían si estaban preparados para enfrentar esa separación.

Pablo y Dulce no estaban felices con la decisión y a Cris no le decían nada del tema, era apenas un pequeño de cinco añitos. Emma se preguntaba cómo sería para sus hijos quedarse de nuevo solos, pues su madre y hermana no habían mostrado cambios importantes que la hicieran sentirse tranquila. Era una decisión extrema que se llevaría de encuentro la separación con sus hijos, con Daniel y con sus estudios. Lo que menos la asustaba era lo que sucedería estando en ese país del primer mundo donde los latinos indocumentados eran cazados por las autoridades. ¿Sería una larga separación de sus hijos? ¿Sería su adiós a Daniel? ¿Sería el final de su meta de tener un título universitario? No quería ninguna de esas tres cosas, así que pensaron con Daniel que lo mejor sería quedarse por un año hasta que las finanzas mejoraran y pudiera ahorrar un poco de dinero. Haría solamente una pausa, pero volvería pronto.

Una amiga de Sofía vivía en Virginia recibiría a Emma y la apoyaría para encontrar un trabajo. Emma compró su boleto y todo seguiría por inercia hacia un destino incierto. No lloró frente a sus hijos porque no les rompería el corazón, pero platicaron mucho de cómo debía ser su comportamiento mientras ella estuviera lejos y les prometió que volvería en un año.

La última noche en Guatemala Emma y Daniel se fundieron en una completa entrega, hicieron el amor intensamente y platicaron del futuro que le depararía a Emma en ese país lejano; no sabían si sería la última vez juntos, ni dejaron en claro nada. Para él, Emma seguía siendo su amiga y para Emma, él era el hombre de su vida. A la mañana siguiente Daniel preparó a Cris, desayunaron juntos y lo llevaron al colegio. Emma le dijo un adiós como siempre, pero no se atrevió a decirle que cuando volviera a casa ella ya no estaría.

–Cuando pregunte por mí –les dijo Emma a sus otros hijos– digan que me fui en un viaje de trabajo, que fue una emergencia, pero que volveré pronto.

Cris besó la mejía de Emma en la entrada del colegio y con su manita extendida se despidió. Emma se dio la vuelta y comenzó a llorar. Daniel la llevó abrazada de regreso a casa y le pidió que fuera fuerte, le prometió que cuidaría de Cris y no dejaría que nada malo le sucediera. Sus palabras fueron suficientes para consolarla. Emma tomó sus maletas y se despidió de Dulce, de Pablo y de sus sobrinos. Se fue con una sonrisa para que nadie sufriera. Una vez en el taxi, de nuevo volvió a llorar.

Llegaron al aeropuerto y se sentaron a esperar. Emma recibió la llamada de una amiga que era una evangélica extrema, Sara, había llegado al aeropuerto a despedirse de ella junto con otro de sus mejores amigos del trabajo, Armando, a quien Emma le decía “yerno” y quien le decía “suegrita”, pues Emma había tenido la ilusión de que se hiciera novio de Dulce, lo cual nunca sucedió porque ni siquiera logró presentarlos. Pero allí estaban ellos, Emma se sintió feliz de verlos y agradecida por su hermoso gesto. Armando y Daniel se quedaron platicando mientras Sara y Emma se fueron a un lugar menos concurrido.  

Sara le dijo a Emma cuanto la quería e hizo una oración por ella. Fue una oración que Emma mantendría en su cabeza durante mucho tiempo, porque de alguna extraña manera fue casi profética. “En el camino habrá dificultades, pero Dios abrirá puertas en tu vida y te enviará dos ángeles para cuidarte mientras estés lejos” Armando le regaló a Emma un rosario de madera precioso, y aunque ella no era católica, atesoró el regalo y estuvo colgado de su cama durante todo el tiempo que vivió en ese país. Llegado el momento de partir Emma y Daniel se abrazaron y se quedaron en esa posición durante un momento que les pereció eterno, Emma derramó unas cuantas lágrimas, pero Daniel solo estuvo pensativo.

–No te preocupes por Cris –le dijo–. Yo lo cuidaré bien.

Esas fueron sus últimas palabras.

Emma se fue a la salita de espera y luego llegó el momento de abordar. Sacó de su bolsa una nota que Daniel le había dado y que le pidió que leyera en el avión: “Gracias por todo Emma, quién lo diría llegar hasta donde estamos, pero este no es el fin, sino el comienzo para una nueva vida, más digna y justa para ti y tus hijos. Por mi parte he de agradecer todo lo que has hecho por mí y todo el tiempo que me has dedicado. Ahora te toca sacrificarte por tres grandes razones, tus hijos. Ahora estás solamente poniéndole pausa a tus planes, con la bendición de Dios, tu fuerza y voluntad saldrás adelante como siempre. Cuando llegue el momento de volver le darás de nuevo “play” con mayores ventajas.

No olvides poner a Dios sobre todas las cosas, te quiero mucho y te voy a extrañar más de lo que te imaginas, pero a la distancia la vamos a engañar y a hacerle creer que no existe. Cuídate, yo aquí estaré pendiente de los niños, gracias de nuevo por todo lo que me has dado”. En unas horas Emma estaría durmiendo en un país extraño con gente extraña, lejos de todo lo que amaba y con enormes signos de interrogación en su cabeza sobre el futuro.

 

 

–Esa separación me devastó. Nunca dejé que Emma supiera cuanto la amaba. Siempre pensé que decirlo era más doloroso que guardármelo porque lo nuestro no podía ser.

–¿Por qué Daniel?

–Mi familia jamás la habría aceptado y yo temía que la lastimaran y por eso la mantuve siempre alejada.

Daniel retrocedió de nuevo en el tiempo y pensó en una escena borrascosa con Emma quien le rogaba que le presentara a su madre. –¿Cómo sabes que no va a quererme?, al menos deberías intentarlo. –No Emma, conozco a mi madre, ella no te aceptará. –Entonces casémonos, muéstrale cuanto me quieres y me aceptará. Pero Daniel era sumamente terco. Dejó de discutir y no dijo una palabra más, mientras ella intentaba infructuosamente de convencerlo.

Daniel se reprochaba a sí mismo su terquedad, y su corazón se estrujaba recordando su vida con Emma y lo diferente que pudo ser.

Llegaron hasta Punta Gorda en Belice y se hospedaron en una cabaña cercana al mar no muy lejos del embarcadero. Rebecca ordenó el plato favorito de Daniel “camarones al ajillo” y se sentaron a cenar acompañados por el olor refrescante de la brisa marina.

–No son como los que yo preparo, pero me agradan –Dijo Daniel.

–¡Por supuesto que no! –Contestó Rebecca. Los tuyos son únicos, especiales, jamás he probado mejores, aún sigo esperando por tu receta secreta.

Daniel era dueño de un prestigioso restaurante, además de su carrera de sociólogo, también había estudiado para ser chef.  La cocina le venía muy bien y había logrado su meta de tener un restaurante.  

Mientras cenaba, su mente de nuevo regresó a una noche mientras estaba acostado con Emma en su enorme cama conversando sobre sus planes futuros.

–He pensado en un restaurante, primero pequeño y luego poco a poco vamos creciendo.

–Sí, pequeño y sofisticado, con velas en las mesas –dijo Emma.

–Romántico, a media luz, música celta –Dijo Daniel.

–Y también música africana –continuó diciendo Emma. Ambos sonrieron.

–¿Crees que logremos nuestros sueños? Preguntó Daniel.

–Mi amor, todo lo que soñemos podremos lograrlo. Te amo y con la bendición de Dios haremos grandes cosas.

 

Después de la deliciosa cena y la agradable plática, Rebecca y Daniel se sentaron en la silla mecedora del pasillo de la cabaña, la cual colgaba de unas gruesas cadenas que la sostenían desde el techo. Rebecca continuó con la lectura del libro.             

“…pero a la distancia la vamos a engañar

y a hacerle creer que no existe”

Daniel

 

 

 

 

CAPÍTULO XIII

UN VIAJE POR EL PRIMER MUNDO

 

 

 

Emma llegó al aeropuerto, la seguridad era extrema. Después de los acontecimientos del once de septiembre, así era como debía ser. Cualquiera proveniente de algún país árabe o tercermundista era considerado sospechoso de lo que fuera, espía, terrorista, ladrón, traficante de alguna cosa o mentiroso. De haberla encontrado culpable de alguna de ellas,  la habrían devuelto a su país de inmediato. Recordó la primera ocasión que pisó tierra estadounidense, había sido por circunstancias totalmente diferentes, fueron sus primeras vacaciones con el innombrable, en Miami, y no le habían tomado fotografía, apenas la huella del pulgar, un par de preguntas y la frase “bienvenida a los Estados Unidos”. Menos mal que la última frase de cortesía aún seguía siendo parte de sus políticas. “Bienvenida” fue la última cosa que le dijeron,  después de un largo interrogatorio.

Angelina y su esposo estaban esperándola, la recibieron con un ramo de rosas, y con mucho entusiasmo. Llegaron a la casa donde vivían.

A la mañana siguiente conoció a Alfredo, el hermano de Angelina y a su cuñada Marcela. Además, a los dos hijos de ellos. El único que tenía papeles legales era Alfredo y la pequeña niña que había nacido en esa tierra lejana. Marcela y Emma se hicieron muy amigas. Emma trató de llevar bien las cosas con Alfredo pues era un hombre ordinario y de poca educación, que trabajaba duro para mantener el estatus que en ese momento tenían. En una ocasión durante la cena, Alfredo le contó a Emma que su primer trabajo cuando llegó a los Estados Unidos había sido de lavar platos y en adelante había hecho otros peores para salir a flote. Pero en ese momento, él ya era dueño de su casa; aun así, abrigaban alguna esperanza y deseos de volver a Guatemala. Sin embargo, pensaba Emma, para sus dos pequeños hijos sería mejor continuar disfrutando de las bondades de un país del primer mundo. Volver a Guatemala no habría sido una buena opción para ellos.

Manassas era el lugar donde vivían. Muchas familias latinas habitaban el lugar, los norteamericanos que alguna vez vivieron allí se habían alejado a las montañas o a otros lugares exclusivos donde hubiera menos contaminación de latinos. En las pocas casas de verdaderos nativos del lugar vivía gente de la tercera edad, sus hijos y nietos estaban lejos pero los visitaban con alguna frecuencia. Tener automóvil en ese lugar era básico, si no se tenía, era necesario caminar grandes distancias y atenerse a los horarios de los buses del servicio público.

La primera cosa que Emma hizo cuando llegó en la noche a Manassas fue llamar a Guatemala para decir que estaba bien, y la segunda cosa, el siguiente día en la mañana, fue a buscar sus papeles falsos para que pudiera trabajar. Llegó un hombre a la casa de Alfredo quien se encargaría de sacarle “los chuecos” (así eran llamados los documentos falsos). Emma decidió su nombre en un minuto, Rachel, el cual sacó de una de las novelas de John Grisham, El Testamento. En dos días le dieron su ID.

Se había convertido en una persona inexistente, un “alien”, pues así era como decía el documento. Sin embargo, en ese momento qué importancia tendría eso pues esos “chuecos” eran su pasaporte para trabajar.

 

El primer domingo que estuvo allí, Emma buscó la dirección de alguna iglesia mormona para sentirse al menos en compañía de gente afín, pues a pesar de que ella había abandonado la iglesia hacía muchos años, al menos sabía que si necesitaba algún tipo de ayuda, ellos se la darían. Al terminar las reuniones, los Johnson le ofrecieron a Emma llevarla de regreso a casa, les había parecido una gran hazaña el hecho de que ella llegara caminando a la iglesia, aunque para ella, era natural porque caminar grandes distancias en un país tercermundista era algo completamente normal. Los Johnson vivían en los suburbios. Tenían una pequeña niña adoptada, de origen mexicano, de apenas tres años. Eran una familia adorable. Ambos habían servido su misión en Sur América, por lo que hablaban muy bien el español, así que se entendieron perfectamente. Platicaron un poco de las razones por las que Emma estaba en VA y de alguna manera no dejaron de sorprenderse por todos los sacrificios que a veces pasan los latinos por salir adelante. Ya que para Emma el innombrable estaba enterrado, les dijo que había muerto y mantuvo la mentira por todo el tiempo pues no se sentaría con ellos a hablar de su tormentoso pasado, sobre todo porque sus códigos morales eran demasiado elevados respecto a los de Emma y no quería sentirse de nuevo acusada por el dedo de escarnio de nadie.

Los primeros quince días buscaron con Angelina un trabajo para Emma, sin tener mucha suerte. Angelina trabajaba en una maquila de correos y fue el primer lugar donde Emma llenó solicitud. Desafortunadamente no había ni una plaza vacante en ese momento.

Ya había pasado un mes. Angelina y su cuñada Marcela tenían muchos problemas y peleas, Alfredo y Ramón también habían cruzado varios gritos y malas palabras. Las cosas no pintaban muy bien así que Angelina comenzó a buscar un lugar donde irse. Samanta, una amiga de ella que trabajaba también en la maquila le ofreció rentarle una habitación mientras las cosas pasaban y fue justo a tiempo porque Ramón y Alfredo pasaron de las palabras a los golpes y los sacaron de la casa a los tres. Se fueron esa misma noche a casa de Samanta y Emma ocupó una habitación que había sido de la hija de ella, pero que ya no utilizaba. Sin embargo, después de dos semanas la anfitriona comenzó a transformarse, exigía cosas, gritaba y se molestaba por todo y era casi imposible continuar cohabitando con ella. Se peleaba con su esposo y era difícil no escuchar cada grito y cada palabra ofensiva. Emma no lograba conseguir un trabajo y Angelina comenzó a presionarla.

Emma volvió de nuevo a enfermarse. Cada mañana vomitaba y durante el día se sentía muy débil. Comenzó a extrañar su período así que aunque ella pensaba que no podía ser, Angelina le compró un test de embarazo. Hizo la prueba y dio positivo. Mientras el corazón de Emma latía de alegría por un nuevo bebé del hombre de su vida, también la pregunta de ¿ahora qué va a pasar? le daba vueltas en la cabeza. De inmediato llamó a Daniel y le contó, enloqueció tanto como ella, entre “no puede ser y ahora qué haremos” se pasaron hablando una hora, pero lo que sí era cierto es que a ambos los sorprendió y los llenó de alegría.

 

–¿Tuvieron un hijo tú y mi abuela? Preguntó Rebecca sorprendida.

–Desafortunadamente no Rebecca. La historia no terminó muy bien.

 

Como enviada del cielo, Sharon Johnson llamó esa misma noche a Emma.

–Emma, hemos estado orando por ti mi esposo y yo y hemos tenido una respuesta en nuestros corazones de que debes venir a vivirte a nuestra casa, puedes ayudarnos con nuestra hija Nadine mientras encuentras un buen empleo.   

Emma se quedó estupefacta, las palabras de Sara rebotaban en su cabeza una y otra vez “dos ángeles cuidarán de ti”. Le dijo a Sharon que había llamado en el mejor momento y le contó las cosas por las que estaba pasando, a excepción del embarazo, lo cual le contaría después.

A la mañana siguiente Sharon fue por Emma. Se encontraba en una tercera casa que la abrigaría por mucho tiempo y al lado de dos ángeles que cuidarían de ella, ¿qué más podría pedir? Kane, Sharon y Nadine le habían abierto las puertas de su hogar y ella estaría allí para apoyarlos y ayudarlos en todo. Kane tenía reglas muy precisas en su hogar y Emma debía seguirlas o marcharse, la más importante era asistir cada domingo a la iglesia con ellos. En cuanto a Nadine, se acopló con Emma instantáneamente. Tenían una preciosa gata de un color gris acero que llamaban Adelaida, una Chartreux. Emma quedó encantada pues adoraba a los gatos.

Para suerte de Emma la llamaron esa misma semana para trabajar en la misma maquila donde laboraba Angelina. No tuvo que pasar una entrevista formal, solamente terminar de llenar los papeles para pagar los impuestos y un apretón de manos de bienvenida por parte del jefe de personal, un norteamericano altísimo, calvo, atlético y de ojos azules. La maquila estaba ubicada bien lejos de donde vivían los Johnson y Kane le ofreció a Emma uno de los dos carros que tenían para que ella pudiera ir a trabajar pues él utilizaba un bus que pasaba frente a la casa y lo dejaba en la estación del tren que lo llevaba todos los días a Washington D.C. donde estaba la oficina en la que trabajaba, nada menos que El Pentágono. Él decía que era más económico, más rápido y menos riesgoso que utilizar su propio auto.

El horario de trabajo de Emma sería de las cuatro de la tarde a las doce de la noche. Hizo un trato con los Johnson, ella ayudaría con Nadine por las mañanas, para jugar, ir a la piscina o para llevarla a su kindergarten, también ayudaría con la limpieza de la casa. A cambio, tendría su propia habitación, podría utilizar la computadora, tendría comida y un auto para trabajar. Parecía totalmente justo.

Emma comenzó a trabajar en la maquila. Eran al menos una veintena de mujeres hispanas y otra cantidad similar de mujeres vietnamitas quienes tenían papeles buenos. Ellas claro, se los merecían, después de todo lo que había sufrido el pueblo de Vietnam a manos de los norteamericanos, de alguna manera debían resarcirse. Las guatemaltecas y salvadoreñas tenían papeles chuecos, ya que a ellas Norteamérica no parecía deberles nada. Solamente había dos venezolanas que estaban nacionalizadas. El supervisor era un vietnamita de tamaño “tiny” cuya esposa era una de las venezolanas. El trabajo requería mucha energía y fuerza pues había que cargar cajas pesadas. Pero era un trabajo bueno, pagaban a $7.50 la hora normal y casi el doble la hora extra. En una semana se ganaba $300.00 el sueldo mensual de una secretaria en Guatemala. 

Ella fue la última persona con papeles chuecos que recibieron en esa compañía, pues el gobierno había arreciado las multas contra las empresas que contrataban gente indocumentada. Lo cierto era que parecía ilógico, ya que ninguna persona nativa de ese país estaba dispuesta a realizar el trabajo que ellas hacían. En una ocasión llegaron a trabajar dos mujeres estadounidenses y no resistieron ni una semana, se gritaron con el supervisor de quien no estaban dispuestas a recibir órdenes y se fueron.

Emma se comunicaba a Guatemala tanto como le era posible para saber cómo iban las cosas. Pablo estaba pasando por una etapa difícil con su primera novia quien le había partido el corazón y no le iba muy bien en el colegio a pesar de que él lo negaba.

Además, contrario a toda norma de la iglesia, se había puesto un “pircing” en la lengua, secreto que únicamente Daniel le había revelado a Emma pidiéndole que le diera tiempo a Pablo para que cambiara de actitud. A Emma le pareció un consejo sensato y así lo hizo. Dulce estaba estudiando y era muy responsable, le tocó cuidar varias veces a sus sobrinos y a Cris de donde se dio cuenta que en definitiva no estaba preparada para ser madre pues no tenía paciencia. Así que sus metas seguían inamovibles, tener una carrera, estabilizarse económicamente y por último casarse llegando a los treinta años, dos años después tendría una sola hija. Cris extrañaba demasiado a Emma, así que ella prefería no hablar mucho con él pues lloraba cuando se despedían.

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