Emma

Emma


PORTADA

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Daniel le había enviado una tarjeta interactiva a Emma en la que le pedía que fuera su novia. Aunque lejos, por fin habían subido de nivel, ya eran novios oficiales. La mala noticia era que había abandonado la universidad. En una ocasión mientras conversaban del tema, le confesó a Emma que el día que fue a dejarla al aeropuerto lo marcó con un gran dolor, permaneció allí sentado aún después de haber visto despegar el avión, después se fue directamente a la universidad donde lo esperaba un examen del que ni se acordaba, así que no lo tomó y se dirigió a su casa destrozado. El problema con él era que no le gustaba hablar de sus sentimientos, todo se lo tragaba. También le confesó que lloraba de vez en cuando y que a medida que los días pasaban se sentía hundido en una tremenda depresión.

–Te extrañaba demasiado –le dijo–. Estabas en cada rincón de la casa.

Esa confesión dejó impresionada a Emma, pues sus actitudes hacia ella no reflejaban lo que su corazón sentía verdaderamente, la amaba a su manera, pero no se lo decía. En la distancia tuvo la oportunidad de demostrarle su amor, se hizo responsable del corazón de Cris, no le faltaría amor aunque ella no estuviera y sus atenciones con él decían más que mil palabras.

En cuanto al embarazo, Emma no había dicho nada a su familia, habían pensado con Daniel que al volver ella llegaría con el nuevo bebé en brazos y sería una sorpresa para todos.

El estómago de Emma crecía con rapidez y aún no había logrado buscar un doctor que le diera seguimiento a su embarazo. Encontró una clínica donde le hicieron de nuevo la prueba y le dejaron una cita para verificar que todo iba bien; como era una clínica de gratuidad le dejaron la cita para dos meses después ya que debía esperar su turno en la lista de pacientes. El trabajo de Emma era físicamente agotador y cada día que pasaba su cansancio crecía. Comenzó a enviar dinero a Guatemala a través de Western Union. Sus cheques los cambiaba en una agencia independiente donde no les importaba que la gente tuviera papeles chuecos, solo había que pagarles diez dólares por el favor. En el Banco era imposible cambiarlos, la primera vez que Emma lo intentó, le sacaron copia a su ID y hasta le tomaron una foto como si fuera el aeropuerto, después le pidieron que pusiera sus huellas en el cheque. Eso fue demasiado, Emma se negó y en su escaso inglés le gritó a la chica del Banco que le parecía un exceso de requerimientos por cambiar un cheque de apenas ciento treinta y siete dólares.

Con los Johnson todo marchaba sobre ruedas. Las mañanas Emma las dedicaba a Nadine, la llevaba al kindergarten o a la piscina. Para Sharon Emma representaba su oportunidad de tener tiempo libre para trabajar en sus propios inventos, porque ella era una inventora. Tenía en el sótano muchas cosas que había inventado, así como había escrito otras, tenía una mente genial, pero le hacía falta valor para mostrar sus inventos al mundo. También estaba trabajando en un juego de palabras que quería patentar y vender, Emma en teoría, le ayudaría a hacerlo.

Sharon era una mujer muy especial, entregada a su familia y a su religión, además de ser muy graciosa y amorosa con todo el mundo.

Cuando iba al supermercado con Emma, parecía conocer a todos los empleados, saludaba a las dos mujeres de la entrada como si las conociera de hace años, hablaba con toda la gente que le daba oportunidad, conversaba con las cajeras como si fueran conocidas, del clima o de lo cara que estaba la comida y siempre agradecía a todos por el buen servicio que daban. 

En los pasillos ella siembre iba diciendo ¡Hello! a todos, algunos ni siquiera volteaban a verla y otros le decían un ¡Hello! muy quedito, los más antipáticos solo se le quedan mirando como diciendo ¿te conozco? o ¿me conoces? o ¿es conmigo? en fin, a Emma le parecía divertido salir con ella. Una tarde entraron al baño de un supermercado y había papel higiénico tirado por el piso, Sharon comenzó a recogerlo quejándose en voz alta de la gente sucia y cuando por fin terminó, había dejado el piso totalmente limpio de basura, si hubiera habido una escoba seguro que se pone a barrer. En la biblioteca conocía a todas las bibliotecarias y conversaba siempre con ellas de lo que fuera, siempre se le ocurría algo de qué hablar.

Sharon para salir era un caso, una vez sentada dentro del carro, recordaba que había olvidado algo y volvía a la casa al menos tres veces; cuando al fin estaban por irse se daba cuenta que en alguna de sus varias entradas a casa había olvidado la llave del carro y volvía a salirse de nuevo.

Los domingos cuando iban a las reuniones de la iglesia era la última en salir de casa mientras Kane esperaba pacientemente a que al fin llevara todo lo que necesitaba, que en realidad no necesitaba pero que ella decía que lo llevaría por si acaso, así que llevaba siempre una revista que no leía, una fruta que nunca comía, agua que nunca bebía, una frazada que nunca usaba y en su llavero del carro llevaba una brújula que no servía, una alarma para encontrar la llave que ya no funcionaba, una lamparita sin baterías y varios llaveros con direcciones de lugares que nunca visitaba. Pero para ella, “todo era necesario.”

En una de sus aventuras le contó a Emma que había estado tratando de abrir un auto que no era de ella, pero era bastante parecido, el dueño se acercó al escuchar la alarma y pensó que Sharon trataba de robarlo, mientras ella lo saludaba cordialmente con la mano como diciendo buenos días y él estupefacto viendo cómo ella no lograba apagar la alarma.

–No sé qué pasa –le había gritado Sharon desde el otro lado de la calle–. Creo que la llave tiene algún problema y no logro que se apague la alarma.

–Bueno –le había contestado el hombre muy educadamente–. Quizá sea porque ese auto es mío, me parece que está usted abriendo el carro equivocado.

Emma no paraba de reír con esa historia, pensando en cómo habría sido la escena y la cara del pobre hombre. Otro episodio gracioso entre Sharon y Kane había sido “la pedida de mano”. La familia de Kane invitó a Sharon a esquiar en la montaña. Mientras los hermanos y padres de él estaban abajo, Sharon estaba arriba de la montaña quitándose los calcetines porque los tenía empapados de agua, seguramente había metido el pie donde no debía; mientras lo hacía, Kane llegó y le dio el anillo de compromiso y cuando le preguntó que si quería casarse con él ella se dio cuenta que una  ardilla como la de la era hielo se estaba llevando su calcetín y dijo a Kane –¡oh! espera un momento voy por mi calcetín, en vez de decirle “sí, acepto”, lo cual dijo una vez que había logrado rescatar su prenda. Después bajó la cuesta nevada en una tabla e iba gritando ¡¡yahoo!! Tengo un anillo de compromiso. Les contó a todos (quienes ya sabían) y celebraron felices el compromiso. Así era Sharon.

Daniel y Emma habían hecho planes para ver si podían reunirse en VA, intentaron que fuera a solicitar VISA pero se la negaron, así que pensaron en otra alternativa. Daniel le contó a Emma sobre el tío de una amiga que podría pasarlo “mojado” y aunque a ambos les parecía una idea descabellada no la habían descartado del todo.

Incluso, ya Daniel había planeado con el esposo de Sara ir a comprar una credencial mexicana a Coatepeque donde la vendían por mil quinientos quetzales; con esa no le harían lío cuando pasara la frontera. Un amigo de Daniel se había ido mojado para los Estados Unidos y al parecer era el mismo coyote que Sara le había contactado; solo habría faltado mandarle el dinero para que cruzara la frontera y se encontraran, pero nunca se dio la oportunidad.

Emma y Daniel se comunicaban todos los días, por cualquier medio. En el diario de Emma había varias cartas que Daniel le había escrito mientras ella estuvo lejos. “Mayo 16: Estoy celoso de que estés tan lejos y sola sin mí. Te extraño como no tienes idea estoy loco por tenerte conmigo, por acariciar tu pancita y por hacerte el amor…y te soy sincero, ahora más que nunca me siento celoso de todo y todos, así que mientras estés allá sola no quiero que pienses en nuestra intimidad, eso hasta que esté yo para que me lo hagas con muchas ganas. Acá en casa a la novia de Mauricio le ha dado por quedarse con más frecuencia. Te extraño mucho, ahora más que nunca pienso en mi bebé, en nuestro hijo, quiero verlo crecer y jugar. Te amo, los amo, te extraño mucho y pronto estaremos destapando una botella de vino y planeando otro negocio que podríamos tener y cómo se va a llamar nuestro restaurante... te amo.” Y es que como toda pareja, Emma y Daniel también tenían planes y soñaban en grande. 

Planeaban llevar a Guatemala el programa de estudios de los Estados Unidos, en el cual uno puede enseñar en casa a sus hijos. Una hermana mormona tenía un programa de esos y había establecido su colegio en zona 14. Emma había encontrado en VA quien les podía apoyar en ese negocio, pero eso sería cuando ella volviera. La verdad era que siempre había deseado tener un jardín de niños a quienes cuidar y enseñarles. Pensaba en un kindergarten trilingüe para niños de escasos recursos, quienes tienen pocas oportunidades de estudiar idiomas extranjeros.

También soñaban con un restaurante pues a Daniel la cocina se le daba naturalmente, así que otro de los planes era que se convirtiera en chef.

Sofía representaba ciertamente un gran desafío para Daniel, pues ella se había empeñado por alguna extraña razón en que no prosperara su relación con Emma. Durante el tiempo que Emma estuvo lejos Sofía tuvo varias confrontaciones con Daniel que hicieron tambalear el amor que él sentía por Emma. Era muy hiriente, hablaba del pasado de Emma con Daniel como si le perteneciera y él se molestaba porque no quería conocerlo. Sofía le había prohibido a Cris que le dijera papá a Daniel.  “Él es tu amigo” le decía, no tu padre. Daniel se indignaba y era difícil mantener la cordura con ella. De todas las ocasiones en que tuvieron problemas Emma se enteró hasta que estuvo de regreso, pues él se las guardaba para no angustiarla.

Daniel estaba desesperado, la lejanía lo estaba volviendo loco y estaba preocupado por la salud de Emma. “…Emma, estoy harto de esta espera. Te amo y mucho, estar acá lejos de ti y de nuestro bebé me aterra, pienso demasiadas cosas malas que te puedan suceder. Me inscribí en La Escuela de Idiomas para tener ocupadas las tardes estudiando inglés y no pensar tonterías, ya no me pude inscribir en italiano pues es mucho dinero, pero lo haré después. Estar encerrado en la casa sin que estés tú ya no me da vida. Te quiero de regreso pronto, que esta lejanía se acabe, ver a nuestro bebé y saber que estará bien. Mi prima perdió a su bebé y ahora que tú me dices que te sientes muy mal me hace sentir impotente por no poder estar contigo para protegerte y cuidarte. En mi mesita de noche tengo una foto tuya con Cris, donde están sentados en el piso, bajo el árbol navideño. La beso y le hablo antes de dormir y antes de irme a trabajar. Espero que todo salga bien con la bendición de Dios. Te amo.”

La salud de Emma efectivamente estaba bastante deteriorada, el trabajo pesado no favorecía su embarazo, y comenzó a sentirse muy mal. Tenía dos meses de estar trabajando y casi cuatro meses de embarazo. En la tarde de un viernes, Carolina, una de sus compañeras, como no había mucho trabajo se tomó el tiempo de hacer un dibujo de cada una de ellas. A Emma la dibujó con un bebé en brazos y arriba del dibujo escribió “Rachel”. Emma tenía pegado en su diario ese pequeño dibujo. El día siguiente Emma fue con Sharon al supermercado y mientras caminaban Emma volvió a ver a su antigua amiga “La muerte” que se escondía en un pasillo. Emma comenzó a temer por la vida de su bebé y comenzó a seguirla esperando confrontarla y pedirle que se fuera. Mientras caminaba, por sus piernas comenzó a correr sangre, mientras balbuceaba “no, no, no!!!” Sharon escandalizada, se la llevó inmediatamente al hospital donde la atendieron con rapidez.

Le hicieron varios exámenes y chequeos, la llevaron a una sala para hacerle un ultrasonido y las miradas y gestos de los doctores no escondían la verdad de lo que le acababa de suceder. “It’s collapsed” se empeñaba en repetir uno de ellos. Las corazonadas de Daniel se habían hecho realidad, habían perdido el bebé. El corazón de Emma estaba estrujado y su mente no lograba digerirlo. Le pidió a Sharon que llamara a Daniel y le contara la situación por la que estaba pasando. Le hicieron un legrado a Emma y se quedó en el hospital un día más.

Durante todo ese tiempo no habló por teléfono con Daniel, hasta que volvió a casa.

–Baby –le dijo Emma sollozando.

Pues así era como ella le decía.

–Emma –le contestó Daniel con otro sollozo.

Y ambos rompieron a llorar. No lograban acallar la pena y el llanto seguía fluyendo sin parar. Ninguno de los dos quería aceptar las cosas como habían sucedido.

–El doctor dijo que fue mejor así –le dijo Emma, recordando la imagen fiel de su vieja amiga y odiándola–. El bebé tenía problemas en su corazón, murió y mi cuerpo comenzó a desecharlo de forma natural. Esa fue la explicación que me dieron.

–“Pérdidas como ésta suceden con más frecuencia de la que se imagina…”,  había sido el principio del discurso del doctor, quien continuó hablando sin que Emma pusiera ninguna atención a sus palabras porque de sus ilusiones frustradas y de su dolor qué podría saber él. Cuánto sufrió Daniel, era difícil decirlo, pero Emma nunca logró recuperarse de esa pérdida. Los años siguientes continuó soñando, se quedó estancada en ese hermoso pensamiento, seguía viéndose a sí misma bajando del avión con el bebé en brazos, un hijo del hombre que más había amado en su vida.

 

Rebecca colocó una pluma dentro del libro y lo cerró mientras las lágrimas de nuevo abordaron sus ojos.

–¡Lo siento tanto Daniel! Dijo abrazándolo.

–Fue hace muchos años. Pero rompió nuestras ilusiones. He pensado con frecuencia en lo diferente que habría sido nuestra vida de haber tenido un hijo. Pero la vida te sorprende. Te da y te quita sin que puedas hacer nada.

La misma escena que había mantenido intacta la pena de Emma, venía a la mente de Daniel. Emma bajando del avión con su blusa roja, su cara sonriente y sus hermosas pecas. En sus brazos un precioso bebé, hijo del amor. En vez de eso, Emma había bajado sola buscando entre la multitud el rostro de su amado Daniel.

–En dos días deberíamos estar celebrando nuestras bodas de oro, en su lugar adornaremos con flores su tumba –Dijo Daniel mientras se levantaba y se dirigía con dificultad hacia la habitación en la cabaña.

Rebecca dejó el libro sobre la silla y se apresuró a ayudar a Daniel llevándolo hasta la cama. Ella salió de nuevo al pasillo y se sentó. Tomó de nuevo el libro y lo abrazó. <Cuantos recuerdos escondidos, cuantas historias dormidas> pensó.

A la mañana siguiente, Rebecca se levantó con la luz del sol en su ventana. En el pequeño comedor estaba Daniel sirviendo el desayuno.

–He pedido café, jugo, algunas tostadas y un poco de fruta –Dijo a Rebecca.

–Estoy sorprendida. Creo que me quedé dormida y no sentí cuando te levantaste Daniel.

–Sí, fui a tu habitación y no quise despertarte. Dormías como un ángel.

Desayunaron y planearon lo que harían ese domingo. Daniel quería caminar en la playa y almorzar pescado fresco. Así que se apresuraron a desayunar y se fueron a caminar de la mano.

Almorzaron en un antiguo restaurante llamado “Marian” donde preparaban un delicioso pescado asado, no cocinado al carbón como se solía hacer hacía cincuenta años, pero el toque era bastante parecido.

Regresaron a la cabaña poco después del mediodía y Daniel hizo su siesta habitual. Antes de la puesta del sol, Daniel y Rebecca de nuevo se dispusieron a leer libro.

 

Cuando Emma volvió de nuevo al trabajo, sus compañeras la llenaron de afecto, el tema de su pérdida apenas lo tocaron porque era demasiado doloroso y ninguna de ellas se atrevió a indagar en detalle cómo había sido. En ese momento estaba de moda “la bachata” así que era lo que escuchaban para hacer los días menos fastidiosos. De vez en cuando alguna se ponía nostálgica y las hacía escuchar el himno de los migrantes, “mojado” de Arjona, las chicas siempre lloraban con esa canción y los chicos de la imprenta que estaban frente a las máquinas la cantaban con sentimiento.

Entre las vietnamitas había una señora de la tercera edad a quien llamaban “la mama”. Después que Emma regresó del hospital le llevaba sopitas de hierbas y le decía que las tomara. Así lo hizo durante dos semanas, decía que le harían bien, aunque no podían conversar porque Emma no comprendía su inglés, la mama la abrazaba, besaba su frente y la hacía sentir cuidada.

En septiembre se vencerían los seis meses de permiso que Emma tenía para permanecer en Estados Unidos, pero desde mayo Sharon le había ayudado a enviar una solicitud a migración para que le dieran otros seis meses de estadía, la respuesta no llegaba aún y no sabían si efectivamente lo aceptarían, así que si la respuesta era negativa planeaba volver a Guatemala en septiembre. “julio 5: Amor, espero te sientas mejor hoy. Se me ocurre que les cocines a los Johnson comida típica guatemalteca, podrías freírles unos plátanos como solías hacerlo en casa que te quedaban riquísimos, acompañados de frijolitos molidos y arroz. También estaba recordando los deliciosos sandwiches que me hacías en las mañanas para ir a trabajar, freías el jamón y les ponías lechuga mezclada con mayonesa, luego freías los panes de ambos lados, los cortabas por las esquinas, los envolvías en una servilleta y los ponías en mi lonchera de comida. Adoraba esos panes, los extraño. Te acuerdas que siempre llevaba uno extra partido en cuatro para regalar porque todos me pedían. Sabes en qué pienso, en unos camaroncitos al ajillo y un vinito blanco, que como antes podamos disfrutarlos viendo una película romántica, extraño hacer eso. Si logras estar aquí en dos meses ya estoy buscando las películas que veremos. “Salto de Fe”, “Ciudad de Ángeles”, “El Código Da Vinci” y otras. Pienso mucho y me imagino el momento en que volvamos a vernos. Te amo Emma.”  Emma adoraba sus cartas, realmente las adoraba.

Los Johnson se irían de vacaciones a Australia y Emma se quedaría sola durante un mes. Antes del viaje hicieron un ensayo de ida y regreso al aeropuerto para que Emma pudiera recordar el camino. Cuando Emma los llevó, los Johnson le hicieron miles de recomendaciones para que volviera sin problemas. Sin embargo, Emma perdió de vista la calle donde debía doblar y continúo sobre la autopista que la llevaba por inercia. Después de dar vueltas por dos horas, encontró lugares y calles conocidas que la llevaron a su destino. Ese mes Emma lo dedicó a limpiar el sótano que era un completo desastre.

“Julio 10: hay tantas cosas que contar Emma, pero lo más importante es que te extraño. Estuve recordando cuando nos conocimos, yo le pedía a Iris que te invitara a comer con nosotros porque me divertía escuchar tus historias, eras mal hablada y eso me causaba tanta risa porque yo te veía seria y siempre muy elegante y no pensé jamás que fueras así de graciosa, me agradaste tanto cuando comencé a conocerte realmente, nada que ver con lo que yo pensaba, eras tan natural, tan sincera, tan despreocupada. Luego cuando nos fuimos conociendo más te admiré por el carácter con el que encarabas las cosas que llegaban a tu vida. Me fascinaste, eres única, sin igual, creo que cuando Dios te creó rompió el molde amor. Me fuiste conquistando poco a poco. “…y así me fuiste despertando, de cada sueño donde estaba…tú…y así te fui queriendo a diario, sin una ley, sin un horario…y nadie lo buscaba, y nadie lo planeó así, en el destino estaba que fueras para mí…”. Mi amor, esa canción me hace recordarte tanto. Por si acaso regresas en septiembre, yo ya cambié mis vacaciones para esas fechas, quiero verte pronto mi linda. Voy a enviarte una nueva canción de Marc Anthony que te la dedico, “tu amor me hace bien”. Durante todo el mes de julio en que Emma estuvo sola comenzaron una nueva práctica con Daniel, se hacían el amor por teléfono.

Emma moría por volver a casa después del trabajo para llamarlo y hacerlo. Eso no solamente los unió más, sino que los hizo extrañarse más y desear que el tiempo transcurriera pronto.

Por fin los Johnson regresaron a casa, pero Emma estaba dormida así que se dio cuenta hasta que en la mañana bien temprano entró Sharon a su habitación llevándole el desayuno a la cama. La abrazó diciéndole

cuánto la habían extrañado. Le contó que cuando entraron a la casa, por el porche, ella bajó al sótano a dejar algunas cosas, se había parado en medio un tanto perdida.

–Kane, creo que nos hemos equivocado de casa, esta no es nuestra casa –le dijo con voz quedita. Según ella para no despertar a los verdaderos dueños.

No era una broma, Sharon realmente creyó que estaban en el sótano de alguien más pues Emma había pasado el mes arreglando todo el desastre que había para darles una sorpresa y fue más que eso, ellos estaban tremendamente agradecidos con ella y por eso Sharon le había preparado el desayuno para llevárselo a la habitación. Para Emma no había sido nada, le había dedicado muchas horas era verdad, pero ella misma se sentía satisfecha de ver todo en orden porque era difícil caminar en medio del tiradero que había. Emma también estaba feliz de volver a tenerlos en casa, ya que no le había gustado estar sola. Además, Daniel estaría más tranquilo pues no paraba con el tema de lo celoso que se sentía por ella.

En un correo que Emma le escribió a Daniel defendiéndose de sus celos le había recordado un mal entendido que los había mantenido distanciados por una semana. Resulta que Emma estaba lavando la ropa de Daniel y cuando tomó uno de sus pantalones para lavarlo, como siempre buscó en las bolsas para sacar cualquier cosa que siempre él dejaba, chicles, papel, pañuelos, monedas o quetzales. Pero en esa ocasión se había encontrado nada menos que con una bolsita que contenía un condón.

Daniel no los usaba con Emma, así que el suceso la prendió y la volvió irrazonable. Dejó toda su ropa tirada, subió a su habitación y pegó el condón en la puerta con una nota que decía: “me da gusto que al menos te estés cuidando” y se fue. Durante toda una semana Daniel trató de hacerla entrar en razón, pero ella no quería perdonarlo. Al final la convenció con la historia de que los habían regalado en el trabajo y que seguramente Spencer lo había puesto en la bolsa de su pantalón sin que se diera cuenta para fastidiarlo. Emma tuvo que recurrir a esa historia para tener un buen argumento de que cuando ella lo celaba era con fundamento y que a pesar de todo siempre lo perdonaba.

Finalmente entró en razón y prometió no molestarla más con el tema: “Julio 29: …por favor ya no te enojes, tienes razón, es cierto, si hubiera sido yo el que encontrara algo seguramente ya no seríamos nada. Por favor ya no nos enojemos, no es justo para ninguno de los dos, hace cuánto que no te veo y no te hago el amor, ya no discutamos, ya no te hablaré nada de mis celos, vas a terminar haciendo algo porque yo te estoy orillando a hacerlo. No ganamos nada discutiendo, solo perdemos el tiempo, tiempo que deberíamos usar para decirnos cuánto nos queremos y extrañamos. Ayer no recibí tus mensajitos y me hacen falta, esperé encontrar un correo tuyo y tampoco. No te alejes de mí por estas peleas, por favor. Sueña con lo mucho que te quiero y te extraño. Bye.” Emma pensaba en todas las parejas que se terminan separando porque mantener el amor en la distancia no era cosa fácil.

Los mensajitos diarios, las constantes llamadas y correos no bastaban para mantener el equilibrio de la relación, era necesario que estuvieran seguros del amor que se tenían y la confianza entre ellos debía ser sólida o en breve su relación se desmoronaría.

Dos semanas después, Daniel le escribió otra nota. “agosto 10: Acéptame como soy, ¿puedes? Amor, te escribo para decirte lo que ya sabes, que te amo y mucho. Solo te pido que perdones mis torpezas y temores que me hacen errar constantemente, como cualquier otro hombre, es natural sentirme celoso. Como te dije, hay cosas que tú has hecho y que para mí son grandes cosas. Quiero hacer una pausa y que recordemos algo que tú hiciste una vez por mí y por lo que te amé. Ayer cuando me fui al trabajo no tenía que ponerme, pues toda la ropa estaba sucia. Encontré una camisa azul y mientras la estaba planchando recordé que una vez estuvo rota. Fue un día cuando regresaba del trabajo, me sorprendiste cuando me la mostraste y me dijiste "mira, te la cosí" me viste y sonreíste esperando mi aprobación. Te juro que no se me olvida y lo tengo grabado en la mente pues me quedé viéndote, guardando ese momento para siempre. Me sonreí y te dije gracias Emma.  –Me la llevé para lavarla y me di cuenta que estaba rota –continuaste, y por cierto te traje el pantalón de lona que ya no te ponías, le corté el ruedo para que ya no lo arrastres porque estaba todo desgastado de abajo –dijiste.  Lo habías cortado justo a la medida, ese gesto tuyo fue algo que nadie había hecho por mí. Hay una canción que me fascina que dice "quisiera darte mi niña un viaje a la luna, que todo aquello que anhelas pudiera ser, y ser tu rayo de sol en la noche oscura que tengas lo que yo nunca pude tener… " ¿recuerdas que la escuchábamos? Hay cosas que no se olvidan, como cocinar, caminar e ir a ver “la casa grande” y estar con Cris. Emma, no sé qué me está pasando, si no vienes pronto me voy a volver loco.”  Esa casa grande era la sede de una iglesia de los Testigos de Jehová que estaba en la colonia donde Daniel vivía, a Cris le encantaba pasar por allí y quedarse afuera viendo su enorme jardín y los pajaritos que se posaban en las fuentes. Cris la bautizó como “la casa grande” y preguntaba si podían vivir allí.

El tiempo parecía caminar despacio, volviéndose su enemigo. Las peleas y los recuerdos con los que Daniel y Emma se pedían perdón abundaron.

Su necesidad de estar juntos amándose en la cama los estaba llevando al borde. Emma dejó de dormir en la habitación del segundo nivel y se instaló en la habitación del sótano, allí tenía más privacidad.

En septiembre Emma recibió una nota de migración aceptando su petición de estadía y le concedieron seis meses más. Fue una buena noticia porque eso significaba que no perdería su VISA por un lado, y por otro, tendría más tiempo para ahorrar y llevar dinero a Guatemala. En la maquila comenzó la época alta, en la cual el supervisor asignaba horas extras. Así que la rutina de Emma cambió de ocho a doce horas. Emma amaba viajar de madrugada, pues jamás había tráfico y se encontraba con grupos de venados que asomaban sus enormes y asustados ojos entre los árboles, era un espectáculo encantador.

El otoño había comenzado y los árboles se tiñeron con una gran diversidad de colores, las hojas caían con el viento y alfombraban las calles. En el día era una vista preciosa. Fue la época del año en la que más a gusto se sintió Emma.

Daniel y Emma estaban estresados por sus agotadores trabajos y por ello perdían la paciencia y discutían por tonterías, era imperativo arreglarlo.

En una ocasión, una amiga de Sharon le pidió a Emma que se quedara en su casa por tres semanas a cuidar sus perritos, pues ella y su familia se irían de viaje. Le dieron una camioneta preciosa con la que se iba a trabajar. Al volver a media noche, los perritos la esperaban y se metían a dormir en la cama con ella. La casa estaba bien alejada de su trabajo, tenía que pasar por un bosque y luego un puente para llegar, era un condominio de lujo cerrado. Emma disfrutaba mucho el camino porque igual que en su camino a casa de los Johnson, aparecían venados, grandes y pequeños, que la veían a través de los árboles con sus enormes y brillantes ojos.

Emma dormía en una habitación preciosa y en una cama calientita. En esas tres semanas arreglaron las cosas con Daniel. Al volver del trabajo lo llamaba y él la esperaba despierto, despojados ambos de todo prejuicio, totalmente desinhibidos, se decían las cosas que querían y entraban en su propio espacio que ardía por los deseos rezagados de no estar juntos, engañando a la distancia se envolvían cada noche en su propia pasión, dejando volar su imaginación y tocándose con el pensamiento.

Un día de esos, Daniel le envió un correo, que Emma había pegado en su diario. “septiembre 24… que más quisiera que ya no ver desnudo tu dedo anular, sino cubierto por un anillo que lleve tu nombre y el mío. Te extraño, te amo tanto.”  Para Emma fue una propuesta de matrimonio escrita de la que Daniel nunca volvió a hablarle y que quedó sumergida en el olvido.

 

Rebecca se detuvo.

–Sabes, recuerdo muy bien esa carta –Dijo Daniel–. Emma ansiaba un anillo de compromiso. Bueno, en realidad ansiaba uno de boda. Yo no me sentía preparado para pedirle matrimonio así que solamente lo pospuse. Pero teniéndola tan lejos ese septiembre, quise tener un anillo, que ella estuviera cerca y dárselo para acallar su sentimiento.

–¿Y nunca le diste uno?

–Sí, pero fue un poco tarde.

–¿Ella no lo aceptó?

–Sí, pienso que sí lo aceptó, pero es complicado de explicar.

Daniel cerró sus ojos recordando cómo había obtenido el anillo. Estaba sentado afuera de su casa en el pueblo y se acercó un chico. Llevaba una caja con cadenas y anillos de oro. –Vendo oro –le dijo a Daniel. Daniel se paró y le pidió que abriera la caja. Buscó solamente por curiosidad pero nada le llamó la atención. –Tengo un anillo de compromiso –le comentó el chico sonriendo. Daniel se sorprendió y le pidió que se lo mostrara.

–Te lo voy a dejar en pagos –le dijo.

Daniel se quedó un momento pensando pues no tenía intenciones de casarse aún, pero la insistencia del jovencito lo hizo aceptarlo.

Se lo entregó dentro de una cajita azul. Era un anillo de oro, para un dedo delgado y tenía una pequeña piedra incrustada. Daniel decidió guardarlo hasta que llegara el día que quizá no llegaría.

 

 

Rebecca continuó leyendo.

Por fin Emma se tomó unas fotos con los Johnson y se las envió a Daniel. “…mi amor recibí tu correo, vi tus fotografías y me dieron ganas de sacarte de ellas y abrazarte, quería besarte y terminé llorando por no tenerte, volver a ver tu rostro me hizo extrañarte aún más, tu cabello corto se ve bien y la diadema te hace ver preciosa, eres linda mi amor, la más linda. Quiero que sepas que como hombre me siento seguro de que vivas con los Johnson, ellos tienen reglas muy estrictas y eso es bueno. Si estuvieras en alguna otra casa, creo que no habría aguantado la espera y viviría mucho más celoso de ti. Vi la foto de ellos y la verdad no los había imaginado así, ni a la diablilla.”  Emma llamaba diablilla a Nadine pues era una niña demasiado tremenda. Se imponía sobre Sharon y la trataba con desprecio. Cada vez que Sharon se acercaba para acariciar su cabello o darle un beso, la pequeña diablilla la apartaba con un gesto de desprecio en su rostro. En cambio, a Emma la buscaba para abrazarla y permanentemente quería estar y jugar solamente con ella. A Kane lo respetaba más, pero siempre buscaba la atención de todos.

Ella era el centro de su vida, cuando debía ser al revés, Nadine debía girar en torno a ellos. Tenían libros de cómo educar a los hijos, los cuales no habían servido de mucho.

La castigaban como en las películas norteamericanas, enviándola a su habitación o dejándola sin alguno de sus programas favoritos. Lo cierto es que cada niño debería traer su propio manual de educación, pues todos son diferentes y los padres hacen lo mejor que pueden, con suerte, logra uno tener buenos hijos, si no, sin importar que se eduquen con buenos principios, ellos harán finalmente lo que quieran con sus vidas. A Emma le daba mucho pesar ver cómo se esforzaba Sharon por obtener el amor y el respeto de Nadine, mientras que la diablilla era absoluta.

Noviembre comenzó y con ello, la primera nevada. Emma y los Johnson estaban en la iglesia. Emma salió de inmediato a tocar la nieve, pues jamás la había visto personalmente. Fue un gran acontecimiento, todos los niños salieron al patio a jugar y saltar felices bajo la pequeña nevada que hizo. En minutos todo estaba cubierto de blanco, incluso los pinabetes que abundaban en ese lugar. Era como vivir dentro de una pintura de las que Emma había visto tantísimas ocasiones.

En esos días, una vecina de Sharon que trabajaba como policía se acercó a la casa a preguntarle si conocía a alguna persona de confianza que pudiera llevar a sus hijos a la escuela todas las mañanas. Sharon le habló de Emma. Ese sábado fueron con Sharon a su casa. El trabajo consistía en llevar al hijo más pequeño a la guardería y luego dejar al mayor en la esquina donde pasaba el bus escolar.

Ella y su esposo eran israelitas, el esposo trabajaba como guardia de seguridad en una empresa y ambos se iban a trabajar a las 5:00 am. Emma aceptó el trabajo. Se llegaron a entender muy bien, incluso con el escaso inglés que hablaba Emma. El padre de los niños les hablaba solo en hebreo a sus hijos y Esther, la madre, les hablaba solo en inglés. Los niños eran preciosos, cabello rojizo y con pequitas. Se apegaron a Emma muy rápido.

A Joseph, el hijo mayor, le apenaba que sus amigos vieran que Emma lo llevara a esperar el bus, pues sus otros compañeros llegaban solos, así que le pidió a Emma que lo viera de lejos y solo se asegurara que subiera al bus y luego podía irse.

El trabajo extra más la nueva responsabilidad estaban terminando con las fuerzas de Emma. Salía de casa a las tres de la tarde y regresaba de trabajar antes del amanecer. Se comía alguna fruta y luego se iba a casa de los Levy. Mientras daban las 6:00 am dormía un poco en el sillón de la sala, luego levantaba a los niños, les hacía su desayuno y terminaba con ellos hasta las 9:00 que era la hora en la que pasaba el bus de la escuela.

De regreso en casa se dormía hasta el mediodía y luego se levantaba a hacer limpieza y el almuerzo. Ya no cuidaba a Nadine más que los sábados. Pero los dólares comenzaron a abundar. Enviaba más a Guatemala y ella se quedaba con poco dinero, suficiente para sus cenas y su cafecito de regreso a casa. Así, para cuando llegara enero sus deudas estarían ya pagadas.

El día de su cumpleaños fue viernes y no fue a trabajar, pasó el día comprando ropa y zapatos para sus hijos y sobrinos, que enviaría en diciembre. Llegó a casa con muchas cosas pues había ofertas en las tiendas que aprovechó con el dinero extra que había ganado en el trabajo y con los Levy. Los Johnson la llevaron por su cumpleaños a Washington D.C. conoció el museo de Smithsonian, un complejo de varios edificios que contenían diferentes temas, fue fabuloso. El museo de historia natural era impresionante, las expresiones de los animales parecían tener vida, había un elefante enorme de tamaño natural y los enormes esqueletos de animales prehistóricos se imponían sobre todo lo demás.

En julio ya la habían llevado a visitar el Monumento a Lincoln que estaba dentro de un edificio de columnas como los de Grecia antigua, el muro que contenía los nombres de los hombres caídos en la guerra de Vietnam, el capitolio y también habían subido el Obelisco.

Todos esos monumentos Emma los había visto en películas y jamás imaginó conocerlos personalmente. Era una ciudad impresionante. Alrededor del río Potomac se podía conseguir todo tipo de mariscos, y había una gran cantidad de pequeños establecimientos que los vendían.

Para el “Thanksgiven” la familia de Kane visitó la casa. Su hermano también hablaba español, había hecho su misión en España. Su esposa no podía tener hijos, así que tenían dos adolescentes que habían adoptado cuando eran bebés, una pareja de gemelos de Japón y una última niña de apenas dos añitos, a ella la habían adoptado en China, había sido abandonada y encontrada en las gradas de un edificio, era tan única, se prendía de toda la gente como si fuera una arañita, subía y bajaba las gradas a gatas con una gran rapidez y como era tan pequeñita siempre buscaba hoyos o huecos donde esconderse para comer, replicando lo que había vivido cuando apenas era bebé en los huecos y alcantarillas de las calles que la albergaban.

Todos ellos eran adorables. Tanto el amor como la comida abundaban en esa casa, y ese día especialmente hicieron tanta comida que a Emma le parecía un exceso, intentó comer todo lo que le ofrecían, pero fue imposible un mismo día, durante las siguientes dos semanas todavía seguían comiendo las sobras de ese bendecido día.

Llegado diciembre Daniel y Emma ya habían hecho las paces y dejaron de pelear. El y su amigo Spencer estaban tratando de encontrar un mejor empleo donde no los explotaran tanto. En cuanto a Emma, continuaba con su cansada rutina de trabajo, los domingos habría deseado dormir hasta tarde, pero debía ir a la iglesia o no podía vivir con los Johnson, eran las normas de Kane y ella tenía que adherirse.

El corazón de Emma se llenaba de tristeza por sus hijos, pues era la época de estar en familia, Daniel y Emma aprendieron a ser pacientes y a esperar un buen resultado de la separación, pronto estarían juntos y contaban los días para estarlo.

Emma trabajó todo el veintitrés de diciembre y cuando iba de regreso a casa se detuvo en un semáforo. Las lágrimas comenzaron a correr sobre sus mejías y no podía contener el llanto, necesitaba el calor de sus hijos, el calor de su hombre.

Para entonces ya habían recibido los regalos que Emma había enviado, todos estrenarían para navidad y Emma estaba al menos feliz por eso. El 31 de diciembre Daniel la llamó y por alguna extraña razón su tarjeta jamás se terminó, concluyeron que la red de telefonía se había caído pues hablaron horas sin interrupción, hicieron planes para el regreso de Emma. Lo primero sería hacer el amor con loca pasión, morían por volverse a tocar y explotar, él era tan perfecto, ella amaba cada espacio de su cuerpo.

Enero continuó como siempre en el trabajo de Emma y sus preparativos para volver a Guatemala la hacían sentir casi en casa. La época de invierno ya le había calado hasta los huesos, se había vuelto insoportable para ella. Los dolores en las piernas, cadera y espalda la consumían. Se había caído muchas veces en la nieve y se había hecho varios moretones.

Una semana antes de volver, renunció a su trabajo y sus compañeras le hicieron una despedida. Angelina le regaló un babydoll para que lo luciera con su hombre la primera noche. Volvería en la segunda mitad de febrero. Emma también se despidió de los Levy, Esther, la mujer policía, le regaló varios brazaletes y collares y Sharon encontró un lugar en internet donde compraron el boleto de regreso a un excelente precio. Los Johnson fueron a dejar a Emma al aeropuerto y derramaron muchas lágrimas, se despidieron con la promesa de continuar en comunicación y quizá volver a verse.

Emma eligió para viajar una blusa roja de una tela suave y caliente que había usado para el frío de diciembre, y un pantalón negro. Su corazón latía apresurado lleno de felicidad. En unas horas estaría en casa. Daniel estaría esperando en el aeropuerto. Emma les dijo a sus hijos que llegaría tres días después, así Daniel y ella aprovecharían para encerrarse en su habitación y desquitar todo el tiempo lejos.

“El amor, a quien pintan ciego,

es vidente y perspicaz

porque el amante ve cosas que

el indiferente no ve y por eso ama”

José Ortega y Gasset

 

 

 

 

CAPÍTULO XIV

DE REGRESO CON DANIEL

 

 

 

Emma bajó del avión y caminó a la salida del nuevo aeropuerto, que estaba recién remodelado. Buscó y a lo lejos vio a sus grandes amores, Cris corrió hacia sus brazos diciendo ¡mami, mami¡ mientras Daniel los observaba. Fue una sorpresa, pues él le había dicho a Emma que llegaría solo. A Cris le dijo que lo llevaría a ver los aviones, pero finalmente comprendió que su madre llegaría en uno de ellos. Se abrazaron y besaron intensamente con Daniel, era todo tan extraño, estaba en casa, no volvería a los Estados Unidos nunca más, a no ser para visitar algún lugar. Jamás se separaría de su familia. La espera había terminado, visualizaban una larga vida por delante y metas que culminar. Un taxi los esperaba y se fueron directamente a casa de Daniel. Cris no se despegaba de Emma y Daniel y ella se miraban con extrañeza. Daniel cocinó una cena especial, camarones acompañados de vino blanco. Cris se durmió temprano pues estaba cansadísimo y Daniel y Emma se quedaron solos para hacer lo suyo.

La habitación quedó alumbrada por unas cuantas velas rojas aromáticas que habían encendido, él la miraba y Emma lo miraba. Sentados en la cama se besaron delicadamente. Daniel acariciaba el rostro de Emma mientras le decía lo hermosa que estaba, que se veía más blanca y que sus pecas lucían mejor. Él seguía tan perfecto como lo había dejado Emma. ¡Cuánto se habían extrañado! Se fueron despojando lentamente de la ropa que tenían puesta, estaban nerviosos, como si fuera su primera vez. La loca pasión la dejarían para después, pero esa primera noche se hicieron el amor con intenso amor, despacio, sintiéndose, reconociéndose, descubriéndose nuevamente, entendiendo que eran el uno para el otro, aliviándose de una larga separación.

 

Rebecca hizo una pausa y se levantó a buscar dos tazas de té. Mientras Daniel había fijado su mirada en la nada. En su pensamiento discurrían las imágenes de esa primera noche, veía a Emma bajando del avión y todavía era capaz de sentir la misma emoción que lo había envuelto cuando ella volvió después de una larga espera. Las velas encendidas siempre acompañaban a Daniel porque representaban las noches de amor en las que tomaba a Emma para él. Cerró los ojos y volvió a tocarla con su pensamiento.

–Esa noche debí pedirle que se casara conmigo. Pero me acobardé. Los días siguientes Emma parecía estar en otro sitio, como si extrañara algo. Aunque ella lo negaba, algo en ella era diferente, no podía comprenderlo.

–Pero ella te seguía amando Daniel. –Dijo Rebecca mientras le daba a Daniel su tasa de té–. Como yo lo veo, habían ganado su primera batalla. La distancia no fue capaz de separarlos.

–Sí, eso es cierto –contestó Daniel.

Al día siguiente de su retorno a Guatemala, llevaron a Cris a un centro recreativo y se divirtieron muchísimo, aunque a Daniel le parecía que Emma estaba distraída.

Pero que equivocado estaba, quizá pensativa, no dejaba de pensar en el bebé que había perdido; pero no había dejado nada que extrañar, todo lo que amaba lo tenía en Guatemala, a Daniel y a sus hijos. Las siguientes dos noches se entregaron con pasión, desquitando todo lo que sus cuerpos habían extrañado, recorriendo de nuevo todos los espacios, terminaban y volvían por más hasta agotar todas las reservas. Volvieron a ser de nuevo uno. Recostada sobre su pecho, Emma escuchaba de nuevo latir el corazón de Daniel y se quedaba dormida escuchando ese compás. Lo amaba, amaba a su hombre. Por fin llegaron a casa de Emma donde la esperaban sus otros dos hijos. Pablo había crecido, como le había contado Daniel, era más alto que ambos, Dulce estaba preciosa y sus sobrinos enormes. Emma les juró que jamás se volvería a separar de ellos. La siguiente semana debía buscar de nuevo un trabajo y comenzaría también las clases en la Universidad. Su mundo estaba volviendo a su lugar.

Emma comenzó la universidad con muchas ganas, cuando se inscribió había planificado que cerraría su carrera en el año de cambio de gobierno, pero su viaje al extranjero la había retrasado un año, lo que no impediría que continuara con su meta de graduarse. Lo que más la hacía feliz era que Daniel también había comenzado. Se inscribieron en el horario de la noche porque ambos debían trabajar. Emma comenzó a conocer a los nuevos amigos de Daniel, al que más quiso fue a Abel, hijo de un pastor evangélico y quien en varias oportunidades les sirvió de paño de lágrimas a ambos por separado. Emma no se arrepentía de su carrera, las clases le encantaban pero había momentos en que se volvían una carga pesada de llevar. Estudiar, trabajar, dedicar tiempo para sus hijos, dedicar tiempo para Daniel que era muy demandante, fue difícil.

Apoyó a Daniel en todo lo que pudo y lo animaba a continuar cuando lo veía resbalar. El primer problema amoroso que tuvieron fue que Emma encontró entre las cosas de Daniel una nota de una chica que decía lo bien que la pasaba con él. 

–¿Quién es Natalia Daniel? –le preguntó una noche antes de dormir.

–¿Quién te habló de ella? –le contestó sorprendido.

–¿Acaso importa? – le dijo Emma bastante molesta.

–Emma, te confieso que salí con ella dos veces tratando de buscar una relación porque estaba seguro que tú no volverías y en esos días habías estado muy alejada, ya no me escribías con la misma frecuencia, todos me decían que seguramente tú estabas con alguien y yo de tonto siéndote fiel. Pero solo necesité dos ocasiones para darme cuenta de mi error, jamás sucedió nada con ella. Fue muy sincero, y como siempre Emma le creyó sin problemas y el asunto quedó enterrado.

En marzo Emma encontró un trabajo en una Investigadora de Mercados que estaba establecida en Centro América y que tenía el apellido de una corporación internacional. La Gerente estaba despidiendo ese mismo día a su secretaria y le pidió a Emma que se quedara en una plaza fija. Emma no estaba segura de aceptar pues con anterioridad se había dado cuenta que esa mujer trataba a su personal como si fueran sus esclavos. Gritaba e insultaba y todos se limitaban a escuchar y a correr con sus demandas. Todos temblaban ante su presencia. Emma aceptó el trabajo con la condición de que jamás le gritaría a ella y

Ana Valeria aceptó.

Todo ese año Emma pasó más tiempo en casa de Daniel que en su propia casa. Sin embargo, el amor que Daniel sentía por ella parecía ir languidecer, las peleas por celos comenzaron de nuevo a aparecer en escena. Emma encontraba notas que insinuaban algún tipo de relación con alguien más, y Daniel ya no le daba muchas explicaciones de dónde estaría o qué haría.

–Y ¿por qué no mejor hablamos de la actitud de Liliana?, si no hay nada entre ustedes, ¿por qué se regresó al verme? Pudo haberme saludado.

–Mira Emma, es muy fácil, ella te teme, como te temen todas mis amigas de la universidad, tu presencia a mi lado las ahuyenta. Entre Liliana y yo no pasa nada. Ella me busca, no voy a negártelo, pero eso es todo. No te he sido infiel nunca.

Emma no contestó nada y la discusión terminó.

–La siguiente vez que jueguen “los rojos” pienso llevar a Cris. Hoy le compré una playera –le dijo Daniel a Emma como si nada.

Así era él. Cuando ya no quería discutir un tema, cambiaba la temperatura de la conversación de caliente a frío en un segundo y ella se apegaba, era la mejor manera de detener una pelea que pudiera continuar lastimando la relación. 

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