Emma

Emma


PORTADA

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A medio año Daniel tomó vacaciones por salud, estaba demasiado estresado, cercano a un derrame. Emma comenzó a inyectarlo para minimizar los efectos de su estrés. Le sugirió buscar otro trabajo aprovechando las vacaciones y así lo hizo, pero sus vacaciones terminaron y aún no había encontrado nada que pareciera bueno. El mismo día que volvió al trabajo renunció, no soportó más la presión. Mientras conseguía otro trabajo, Emma lo apoyó económicamente en todo lo que pudo. Un par de meses después encontró un trabajo temporal en un Gimnasio, trabajando en la recepción. Un ambiente totalmente diferente del que venía y eso lo alivió un poco. Le contaba a Emma de la cantidad de mujeres de imponentes senos reales o ficticios que se le acercaban y coqueteaban con él. Sus historias no le provocaban celos.

Para Emma el engaño no consistía en una noche de calentura con otra mujer, sino en la premeditación de compartir sentimientos, historias y sucesos diarios con cualquier otra mujer, porque para eso existía ella. Le decía que si él permitía que una amistad así surgiera, terminaría en los brazos de esa persona sin darse cuenta.

En noviembre celebraron el cumpleaños de Emma. Se pasaron una semana haciendo lo que mejor sabían hacer.    Dejaron todo a un lado y se dedicaron a consentirse. Se olvidaron de trabajo, de estudio y de familia. Solo existían Daniel y Emma en esa pequeña habitación que los mantenía alejados y a salvo de todo y todos, incluso de ellos mismos. Era el único lugar donde no peleaban y donde se pertenecían. Fuera de esas paredes no se daban tregua. Semanas como esa hubieran necesitado con más frecuencia para estabilizar sus sentimientos.

“Las pasiones son como los vientos,

que son necesarios para

dar movimiento a todo, aunque

a menudo sean causa de huracanes”

Bernard Le Bouvier

 

Daniel y sus compañeros de la universidad viajaban con frecuencia y él escondía de Emma cualquier fotografía que provocara que Emma enloqueciera de celos. De todas formas ella siempre se las arreglaba para encontrar todo y estallaban en una interminable contienda. Pero Daniel había hecho que Emma quemara todas las fotografías del innombrable en un momento de ira en el que casualmente él topó con ellas. La sombra del pasado de Emma a Daniel le dolía más de lo que ella misma imaginaba.

Ya habían pasado dos años del regreso de Emma. Ella comenzó su último año en la Universidad con mucho entusiasmo. Daniel ya tenía un nuevo trabajo en la Universidad, pues se había salido del trabajo del gimnasio. Emma continuaba en la empresa de investigación de mercados. Las cosas entre Daniel y Emma iban mejor hasta que las clases comenzaron y él de nuevo tomó distancia. Se cambió al turno de la mañana pues su horario de trabajo era por la tarde. Emma ya no conocía a los amigos y amigas de Daniel y él se negó a presentárselos, especialmente a las mujeres.

La idea de que Daniel presentara a Emma formalmente con su madre había aparecido a menudo el año anterior, pero conforme el tiempo pasaba, se volvía una remota ilusión. Emma sabía todo sobre la familia de Daniel. Conocía a todos por nombre y rostro, pero pocos sabían de su existencia. Esos pocos eran algunos de sus primos con quienes fomentó una amistad fuerte. La relación de Daniel con su hermano mayor en años anteriores había sido siempre desastrosa.

Lo culpaba de la muerte de su padre quien había muerto accidentalmente al dispararse en el mentón con una escopeta. Según le contó Daniel, habían ido a cazar conejos y de regreso, su padre le había pedido que guardara la escopeta en un saco. Cuando el padre de Daniel la sacó para guardarla, se le deslizó de las manos y al caer parada al suelo, se disparó. Ese suceso había separado a la familia y dejaron caer el peso sobre los hombros de un pequeño de 11 años.

Pero al parecer, las cosas habían cambiado, Daniel había dejado de soportar sus majaderías y se había vuelto totalmente indiferente a sus malos tratos. Su madre no escondía la preferencia que sentía por sus otros hijos, Daniel era la oveja negra y no lo toleraban. A pesar de todo, él seguía luchando por entenderse con su madre y ganarse el amor de sus hermanos menores. Desde que su hermano se había casado, el trato hacia Daniel dio un giro de 180 grados. Daniel comenzó a buscarlo más y a irse con más frecuencia a su pueblo mientras Emma solo aceptaba las cosas como sucedían.

Cuando llegó medio año, el dueño de la casa donde rentaban Emma y su hermana, decidió que la vendería, así que de nuevo buscarían otro lugar para vivir. Esa sería la novena ocasión en que se cambiaban de casa en catorce años de vivir en Guatemala, era una forma de vida para ellas, eran nómadas y ya se habían acostumbrado a ello. Eso por un lado había creado una gran inestabilidad en sus hijos y ellas mismas, pero por otro lado, los cambios a veces eran buenos y al menos a Emma la mantenían de buen humor. Emma había cambiado los muebles muchas veces porque la rutina de ver las mismas cosas la enfermaba. Sofía buscó una casita pequeña y barata siempre en zona dieciocho, cerca de la escuela primaria.

Emma decidió irse a vivir a los apartamentos de la zona uno donde en ese momento se habían ido a vivir Daniel.

Pablo no quiso acompañarla pues no quería por un lado estar cerca de su relación con Daniel y por otro, no quería dejar a sus amigos de la colonia. Estaba trabajando en una venta de mascotas y conseguiría su propio alimento para que Sofía no lo molestara. Se trasladaron al nuevo apartamento con la ayuda de un antiguo novio de Sofía. Como Emma no tenía estufa, cocinaba en el apartamento de Daniel. Al principio, las cosas mejoraron mucho viviendo juntos, pero después todo colapsó.

–En pocos días vamos a celebrar cuatro años de estar juntos. –Le dijo Emma a Daniel una noche mientras cenaban.

–¿Por qué siempre estás pendiente de esas cosas? ¿Por qué te preocupas tanto por las fechas especiales? Estamos juntos y eso es todo.

Emma guardó silencio y lo escuchó. Algunas buenas respuestas discurrieron en su pensamiento, pero el nudo que tenía en la garganta no le permitió decir ninguna. Un par de lágrimas asomaron a sus ojos y Daniel comprendió que la había lastimado. Era difícil comprenderlo, definitivamente su amor hacia ella parecía estar quedando atrás.

En noviembre Emma cerró su carrera universitaria y el último día fue grandioso. Sus sueños se estaban concretando. Celebraron con Daniel con una cena sencilla, pero no faltó el vino tinto. Cris les tomó una fotografía muy a pesar de Daniel. Esa fue la última fotografía que se tomaron juntos. Al menos tuvieron su noche romántica y como siempre arreglaron en la cama todos sus desacuerdos. El fin de año fue como siempre, Daniel les cocinó una rica cena el día veintitrés y luego se fue a casa de su familia.

El siguiente año llegó con algunos cambios importantes. Emma estaba preparada para escalar de puesto en su trabajo. La ascendieron como Coordinadora de los proyectos de Campo, con las mismas asignaciones, solo que esta vez su puesto tenía un nombre formal y un mejor sueldo.

En febrero la enviaron a México a levantar un campo para una organización Internacional, suceso que en lugar de traerle gratificaciones le trajo las peores consecuencias. El campo requería al menos dos meses y ella no podía quedarse tanto tiempo.

Daniel comenzó a reprocharle su ausencia y a insinuarle que seguramente iría en busca del innombrable. Cada noche peleaban por el mismo tema absurdo. En casa, las peleas entre Dulce y Daniel comenzaron a hacerse cada vez más frecuentes y Emma trataba de arreglar las cosas desde lejos, pero era imposible. Dulce estaba en la etapa en la que era insoportable y Daniel no tenía por qué aguantar sus majaderías. Él hacía su parte, les hacía la comida y los cuidaba, pero llegó al colmo. Le ofrecieron de nuevo irse a vivir a su antigua casa de Mariscal y así lo haría.

–Emma, voy a volver a mi antigua casa en Mariscal, solamente esperaré a que vuelvas para no dejar solos a tus hijos, pero el día que pongas un pie en el apartamento es el mismo día que me marcho.

–Daniel, no te comprendo. Vivimos bien y tranquilos, no deberías apresurar tu decisión. Yo estoy lejos, no puedo defenderme y mis argumentos no te satisfacen. Por favor no te vayas.

–Lo siento Emma, ya tomé la decisión.

Emma tuvo que decirle a su jefa que debía volver, pero Ana Valeria no toleraría que ella dejara abandonado el proyecto y cuando Emma estuvo de regreso la esperaba su carta de despido. Esta vez se había quedado sin novio y sin trabajo y de nuevo le tocaba comenzar y continuar luchando por lo que quería. La vida, escribió Emma en su diario, siempre se me presenta con baches, siempre una empinada colina que subir, siempre un desafío que pasar. ¿Hasta cuándo?

Daniel se había quedado pensando, miraba hacia el cielo. Había una preciosa luna llena.

–Recuerdo que cuando había luna llena, yo llamaba a Cris para decirle que saliera a ver el cielo. Cris me decía que esa noche se convertiría en lobo y ambos reíamos. Yo mismo no comprendo qué me sucedía. Amaba a Emma, o al menos es lo que pensaba, pero el nuevo mundo universitario me estaba envolviendo, no podía evitar sentirme atraído por otras mujeres y evitaba a toda costa exponer a Emma. Lo único que lograba era lastimarla. Creo que yo deseaba vivir nuevas experiencias y tener una relación tan seria me hacía sentir preso, quería libertad.

–¿Estás excusándote conmigo Daniel? –Le preguntó Rebecca.

–Sí, creo que necesito justificar mi comportamiento. Era complicado.

–No lo hagas. Mañana nos regresaremos a casa –Dijo Rebecca. Espero que hayas pasado un bonito fin de semana.

–Sí mi niña, la he pasado muy bien. Gracias.

–Mañana haremos planes para visitar la tumba de Emma, iré a comprar algunas flores, ¿me acompañarás a hacer las compras Daniel?

–Te acompañaré, sí. Iremos juntos.

A la mañana siguiente partieron de nuevo en el yate de regreso a casa. Era una mañana soleada, pero el clima era fresco.

En el trayecto, Daniel le pidió a Rebecca que continuara leyendo el libro. Deseaba recordar cada detalle de la historia que había dormido y que él se había negado a volver a leer.

Pasado un mes Daniel y Emma se reconciliaron, pero ella debía caminar de puntías para no hacerlo enojar.  Mientras Daniel le mostraba a Emma unas fotografías de un reciente viaje que había hecho con sus amigos universitarios, ella de nuevo lo abordó con algunas preguntas.

–¿Quién es ella? Pensé que no te gustaba tomarte fotos, especialmente cualquiera que te pueda comprometer.

–No sé quién es, no sé cómo se llama, la conocí en el bus, la verdad es que alguien dijo “foto” y nos abrazamos.

–¡Por favor Daniel! –le dijo Emma.

Le creyó a medias y buscaría hasta encontrar la verdad. Terminando abril Emma encontró más fotografías que denunciaban la mentira de Daniel.

–Daniel, vi en tu computadora el resto de fotos de tu viaje a Cobán y estás con Ana Luisa de la mano, ¿así es como se llama, verdad? Alguien les tomó la foto desde lejos. También hay otra foto en la que ella se está quitando la blusa. Por último hay otra en la cual ella está recostada sobre tu pecho y tú estás dormido en el mismo asiento trasero del bus. ¿Ahora continuarás diciendo que no sabes ni quién es ni cómo se llama?

–Mira Emma, ¡sí, así se llama, de acuerdo! ¿Por qué hurgas mis cosas? si continúas escarbando hasta el fondo tal vez no te guste. Me siento sofocado contigo, ya no es posible que continuemos así, buscar en mis cosas se está volviendo tu peor hábito.

A la mente de Emma comenzaron a llegar los recuerdos de las reacciones del innombrable. Las mismas palabras rebotando en la boca de Daniel. No cabía duda, pensaba Emma, los hombres están cortados todos con la misma tijera chueca. Emma tenía una mejor frase para Daniel que describía mejor la situación, pero se calló.

Se dirigió al comedor, terminó de limpiar la estufa y de lavar los platos y luego volvió a la habitación donde Daniel continuaba frente al computador. Si se iba de la vida de Daniel no querría repetir la historia de Javier.

–Creo que mejor lo dejamos hasta aquí Daniel.

Emma tomó sus cosas y salió de la casa muy afectada. Daniel no dijo nada; sin embargo, continúo buscándola. La relación se complicó más porque después de haber vivido tantas cosas, se veían como amigos, como amantes, sin ninguna atadura emocional. Para Emma vivir así a Daniel representaba un insulto.

Pero su terquedad no tenía ningún límite. El episodio de la vida con Javier no parecía haberle enseñado nada. Tan empecinada estaba por ganarle el juego al destino que el razonamiento dejó de tener lugar en el círculo de desamor o amor en el que Daniel la había metido. Daniel era suyo y no permitiría que nada se lo arrebatara. De nuevo nadaría contra corriente, la montaña tan empinada que subía la estaba construyendo ella misma y continuaba caminando a ciegas. Daniel era posesivo y celoso, el control que ejercía sobre ella lo alimentaba, llenaba y vaciaba su copa a placer sin que Emma se percatara conscientemente de sus actos.

Semanas después, el día que Daniel cumplía años, Emma decidió llevarle un obsequio pensando que podrían retomar todo de nuevo. No estaba, pero las chicas que vivían en el dormitorio de arriba, que también eran de su pueblo, le abrieron la puerta y la hicieron pasar. Emma entró a la habitación de Daniel que era un desastre y pensó que era el resultado de su ausencia por una parte, pues era ella quien mantenía todo limpio y ordenado. Y por otro lado, consecuencia de su depresión. Comenzó a levantar todo y a arreglar la cama. Levantó el basurero para llevarlo afuera y descubrió con terrible sorpresa que Daniel acababa de tener sexo con otra mujer. Se sentó a la orilla de la cama tratando de digerir lo que estaba viendo. Recordó la sonrisa irónica de Amanda, la chica que le abrió la puerta, cuando le dijo “Daniel se acaba de ir”. No lo podía creer. La única persona que se le venía a la mente era la misma de la foto, Ana Luisa.

Si hubiera llegado minutos antes y los hubiera encontrado Emma habría perdido completamente la cordura y no quería pensar en las terribles consecuencias que hubiera ocasionado. Dejó de pensar un momento y continuó allí, inerte.

Poco a poco logró recuperar la conciencia y comenzó a pensar en los errores que pudo haber cometido.  Y así transcurrían sus pensamientos, entre dolor y odio, decepción, angustia e impotencia.

Comenzó a sentirse disminuida, como en otro tiempo con Javier. Intentó entender las razones que condujeron a Daniel a acostarse con otra, y lo único que se le ocurría era culparse a sí misma, como si el comportamiento de Daniel era algo que pudiera controlar, las palabras que Sofía le decía en otro tiempo “él te dejará por alguien más joven, no te conviene” comenzaron a retumbar en su cabeza.

Emma comenzó a llorar sintiéndose morir por dentro. En ese instante su alegría por la vida se marchitaba, su corazón se encogía como una esponja estrujada, sentía millones de pequeños aguijonazos que se clavaban en él, algo en su pecho la quemaba. Después de un rato de estar en ese trance se levantó y comenzó a sacar todas las cosas que le había regalado y las que habían comprado juntos. Eso incluía casi todo. La mesita de noche y los libros que un día le regaló; desconectó la televisión que le había enviado de Estados Unidos, tomó además las sábanas, la cama, el comedor y todo lo que habían puesto en la casa con la ilusión de que un día vivirían juntos.

Sacó todo al patio con la intención de quemarlo. Rompió todo lo que podía romperse, las lociones, las ollas de barro, los platos, copas, vasos, tasas. En ese momento apareció Daniel y le gritó.

–¿Emma, estás enferma, te volviste loca?

Emma entró a la habitación, tomó el basurero, sacó los condones usados y se los tiró en la cara.

–Sí Daniel, mira lo loca que me volví.

Emma estaba completamente fuera de sí, se le fue encima, le rompió la camisa y comenzó a pegarle sin compasión. Daniel abrió los brazos y permitió que ella continuara agrediéndolo hasta que sus fuerzas se agotaron. Entonces la abrazó y ambos lloraron intensamente.

–¡Perdón, perdóname Emma, te lo ruego! ¡Perdón! No debí hacerlo. Déjame explicarte. Perdóname porque he dejado de amarte. Estoy celoso de mis amigos, de sus vidas normales y sus novias con quienes van y vienen a todos lados, mi hermano se casó y tiene una linda familia.

Yo también quiero encontrar a alguien a quien pueda llevar a casa y que mi madre la quiera, que mi familia la acepte. Quiero unos suegros que me quieran, cuñados, quiero ser una persona normal. Quiero tener una relación normal. Lo nuestro no es normal, nadie nunca va a aceptarlo, mucho menos mi madre. Ya no podemos invertir en este amor.

Por supuesto que los años juntos les habían dado la capacidad de decirse las cosas tan claramente, pero Emma habría esperado esa confesión antes de encontrarse cara a cara con la verdad de esa manera. Se sentó a escucharlo negándose a aceptar lo que decía. Se levantó bruscamente y luego se volteó.

–Quítate la ropa –le dijo.

Y Daniel le obedeció como manso cordero.

Tomó su bata de baño y se la puso encima. Lo tomó de la mano y lo llevó a la ducha. Abrió la regadera, tomó la esponja y el jabón y se dispuso a bañarlo. En su locura, deseaba lavar la suciedad de lo que había hecho. Deseaba dejarlo limpio para ella. Restregó cada centímetro de su cuerpo mientras Daniel simplemente la veía, aceptando todo. En el proceso, Emma derramó muchas lágrimas. Cuando terminó, cerró la regadera y buscó una toalla. Lo secó, le puso de nuevo su bata y lo llevó a la habitación. Juntos comenzaron a entrar todas las cosas que Emma había sacado al patio. Una vez que terminaron, Daniel se sentó en la cama. Emma tomó los pies de Daniel y los untó con crema como solía hacerlo. Luego le buscó un pijama y se lo puso. Daniel no dijo absolutamente nada.

–Tomémonos una copa de vino ¿te gustaría? –Le dijo Daniel a Emma, mientras la veía tiernamente.

–Sí, tomemos vino. ¿Vas a cocinarme algo? –Le preguntó Emma.

No había mucha comida en el refrigerador, así que hizo unas quesadillas mexicanas con frijol, jamón y salsa verde.

–Después quiero mostrarte las fotos de un mural que vi en un viaje que hice. Estoy impresionado con la historia y quiero contártela –Le dijo Daniel.

Era de esperar que Daniel cambiara el tema en un segundo, tenía esa habilidad. Así haría que Emma olvidara el enojo. Pero esta vez Emma no sabía si ese enojo debía ser olvidado. De todas formas le permitió continuar con su plática y su cambio de humor repentino.

Daniel sirvió las tortillas de harina. Emma puso dos copas sobre la mesa, abrió la botella de vino y lo sirvió. Cuando se disponían a cenar levantaron ambos las copas, pero ¿por qué cosas brindarían esta vez? ¿Por el desamor? ¿Por la infidelidad? ¿Por su rompimiento? ¿Por una nueva y mejor vida para él? ¿Por el abandono? Daniel le quitó a Emma la copa que tenía en su mano y se la cambió por la de él, por un momento tuvo la impresión de que ella lo envenenaría. La creía capaz de eso, definitivamente la conocía bien, pero para su fortuna, Emma lo amaba demasiado para pensar en asesinarlo, antes lo haría con cada mujer que se le acercara, pero no con él.

–¿Por qué cambias las copas? –Le preguntó Emma.

–Creo que en estas circunstancias, tal vez se te haya pasado por la mente envenenarme –Le contestó.

Estaba muy convencido de que lo haría.

–Que ridiculez –Le dijo Emma.

Daniel le mostró a Emma las fotos del mural y le contó la historia, después se acostaron, él la abrazó y se quedaron profundamente dormidos. No hicieron el amor. A la mañana siguiente, Emma volvió temprano a su casa, completamente vacía. Tiempo atrás, Emma le había dicho a Daniel que el último paso que daría con él sería la ocasión en que él la engañara, pero, ¿realmente lo cumpliría? Y por otro lado, ¿era un engaño? Porque al decir verdad, habían terminado su relación semanas antes del incidente. <Debí dejarlo ir> escribió Emma en su diario.

El amor se había enfriado y ella no era capaz de aceptarlo. Pero continuaría nadando contra corriente hasta renunciar o morir.

“El arte más poderoso de la vida,

es hacer del dolor un talismán que cura.

¡Una mariposa renace florecida

en fiesta de colores!”

Frida Kahlo

 

Finalmente Emma consiguió un trabajo en otra empresa de investigación política y social, campo que ella amaba. Como supervisaría los proyectos debía viajar continuamente y así comenzó a alejarse de su casa por períodos largos. Levantó campos en Honduras y El Salvador y viajaba continuamente al interior del país. Llegado Julio, Sofía decidió que se iría a vivir a Melchor de Mencos, en Petén, pues deseaba que sus hijos estudiaran en la escuela de Belice donde les daría mejores oportunidades futuras. Aunque ella no tenía trabajo allá, decidió ir a probar suerte. Se fue después del bautismo de Cris en la iglesia mormona y Emma dejó el apartamento en zona uno para irse a vivir a la pequeña casita de zona dieciocho donde se había quedado a vivir su hijo Pablo.

Daniel y Emma dejaron de verse un par de meses. Cuando se separaban Daniel se acercaba a Emma a través de Cris, era la forma de convencerla para verse de nuevo ya que Daniel, a pesar de los terribles desacuerdos que tenía con Emma, no le permitía que lo separara de él, así que iba a la casa por Cris y se quedaba con él los fines de semana o lo llevaba al cine o de paseo, como haría un verdadero padre que está separado de su esposa. Llamaba a Emma sabiendo que estaba de viaje porque necesitaba estar informado de todo lo que hacía. Ella jamás se negaba a contestarle. Sobre todo si tenía que dormir lejos, hablaban todas las noches y eso lo mantenía tranquilo porque a pesar de que su relación ya estaba prácticamente muerta, ambos se sentían dueños del otro. De regreso de los viajes Emma comenzó a quedarse de nuevo en casa de Daniel. Las cosas parecían mejorar y el tema de aquel día no lo volvieron a tocar nunca.

Ese mismo año Emma presentó su examen privado en la Universidad, le quedaría la tesis pendiente como último paso para graduarse y finalmente cumplir su meta.

Cuando fue octubre tres, Emma no le mencionó a Daniel nada sobre el tema de su aniversario, pero Daniel lo tenía muy presente. Se lo dijo durante la cena romántica que había preparado para ella.

–¿Celebramos algo Daniel?

–Otro año de estar juntos, ¿lo habías olvidado? –le contestó Daniel.

El pensamiento de Emma se llenó de malos recuerdos y los reproches se quedaron en la puerta de su boca. No desperdiciaría esa noche con una pelea que podría devastarlos.

Daniel estuvo mirándola todo el tiempo. Mientras ella hablaba y reía, él tomaba su mano y la besaba. Era ese Daniel que ella tanto amaba. Y ya que no podía despojarse de la otra cara de Daniel, cuando su lado apasionado aparecía, era imperativo aprovecharlo. Después de la cena Emma recogió los platos y se dispuso a lavarlos. Daniel puso de fondo a Juan Luis Guerra, “cuando te beso, todo un océano me recorre por las venas…” tomó a Emma y comenzaron a bailar. “…nacen flores en mi cuerpo cual jardín y me abonas y me podas soy feliz…” sus pasos los llevaron hasta la habitación de Daniel. “Cuando te beso, te abres y cierras como alas de mariposa, y bautiza tu saliva mi ilusión y me muerdes hasta el fondo la razón…”

–¡Emma! Ábrete para mí. –Le susurró al oído.

“y un gemido se desnuda y sale de tu voz, le sigo los pasos y me dobla el corazón”

Y se fueron fundiendo entre las sábanas de la revuelta cama, entregándose sin pudor. “Cuando te beso tiembla la luna sobre el río y se reboza”.

El año terminó así, Daniel y Emma intentándolo de nuevo.

Por fin llegó un mejor año para Emma en el aspecto económico. En junio la contrató una compañía de investigación de mercados panameña, con quien firmó un contrato de exclusividad; con ellos hizo varios proyectos en El Salvador, Guatemala y Honduras.

Ubicarse con ellos le trajo a Emma como consecuencia la enemistad con el Gerente de la otra empresa donde había trabajado anteriormente, pues el hombre asumía que era dueño de su personal, dentro del cual estaba ella. Francisco era un hombre despiadado, otra Ana Valeria, solo que versión masculina. Tenía una mente perversa, en todo sentido, sobre todo en lo que tenía que ver con las mujeres y el sexo. Al principio guardaba su distancia con Emma y era simpático, pero después de un tiempo se sintió con la confianza de buscarla de otra forma. Como ella necesitaba el trabajo, le seguía el juego hasta donde fuera tolerable. Para que dejara de insistir Emma tuvo que decirle que en el tema sexual ella prefería a las mujeres y que por lo tanto perdía el tiempo tratando de conquistarla.

Después de semejante confesión, Emma pensó que la dejaría en paz, pero su persecución tomó un rumbo diferente. Un día mientras estaban en su oficina revisando expedientes de algunos encuestadores, entró la nueva chica que Francisco había contratado para la recepción.

–Emma, quiero presentarte a Claudia. –Le dijo.

Claudia la miró y la saludó con un “hola”.

–A Claudia también le gustan las mujeres. –dijo sonriendo, como tratando de probar a Emma.

–¡Ah! –Le contestó Emma, dirigiendo su mirada a Claudia–. Bien por ti.

–¿Por qué no se dan un beso? –continuó Francisco, esperando la reacción de ambas.

–¿Crees que las cosas son así y nada más? Tú no sabes nada de mujeres. –Le contestó Emma fingiendo estar molesta.

La relación de dos mujeres es como la de un hombre con una mujer, tú no les dices “a ver ustedes dos, quiero que se den un beso” Te estás pasando Francisco.

Claudia asintió con la cabeza dándole la razón a Emma.

–Tan delicada que eres –le dijo Francisco–. Un solo beso, quiero ver.

Emma se levantó furiosa de la mesa, fue a la otra oficina por sus cosas y se retiró.

Francisco intentó infructuosamente de convencer a Emma para que terminara el proyecto. Ella accedió a hacer otras dos entrevistas más, mientras llegaba el momento de irse a El Salvador a comenzar un proyecto con la otra empresa.

–Entonces ¿ya te llamaron de la otra empresa? –le preguntó Francisco.

–Sí, ya no puedo continuar tu proyecto de entrevistas. –Le contestó Emma.

–Bueno, entonces escucha bien lo que voy a decirte. En mi empresa las puertas están cerradas para ti. No quiero que vuelvas a poner un pie en ella porque estás abandonando el proyecto que te confié.

–No estoy dejando tirado ningún proyecto Francisco. Te avisé con tiempo que me iría a trabajar a El Salvador. Estás demente. Igual, ya no quiero trabajar contigo.

Así de mal habían terminado las cosas, pero a Emma no le preocupaba eso porque ya tenía un buen trabajo en el cual concentrar toda su atención.

Durante el tiempo que Emma trabajó para Francisco, Daniel había llegado a sentir muchos celos, aunque Emma nunca pudo digerir semejante pensamiento absurdo.

 

Pues Emma comenzó a trabajar para la empresa panameña y todo iba muy bien. Daniel se alegró de que ella ya no trabajara con Francisco. Daniel y Emma continuaron girando en el mismo círculo, adueñándose de sus cuerpos cuando tenían la oportunidad.

En el mismo tiempo que Emma comenzó a trabajar para la empresa panameña, conoció a un hombre interesado en hacer mediciones a unos ex colegas del Congreso; le propuso el negocio y a Emma le pareció interesante. La invitó a visitar el partido para el cual estaba trabajando y ella aceptó porque siempre había deseado estar involucrada en la política, pero nunca había tenido la oportunidad. Su amistad con él creció con la misma rapidez que crecían los celos de Daniel. Para su mala suerte, cada vez que Daniel la llamaba por teléfono, ella estaba con Leonel.

–¿Dónde estás? Era la pregunta reglamentaria.

–Vamos camino a una reunión o estoy en la oficina de Leonel, lo que fuera.

Daniel inmediatamente le colgaba.

En un almuerzo Daniel tocó el tema que más le corroía el corazón. Leonel.

–Si pasas tanto tiempo con él van a terminar en la cama– le dijo un día, recordándole que ella misma le había dicho la misma cosa hacía mucho tiempo.

–Que tonterías dices. Para comenzar Leonel está casado, pero lo más importante es que mi corazón te sigue perteneciendo, es imposible que mi mente o mi cuerpo acepten otro hombre que no seas tú–. Fue la respuesta de Emma.

Pero Daniel no le creía y continúo con sus celos durante todo el tiempo que duró la amistad de Emma con ese hombre.

Terminando julio Emma y Leonel realizaron un proyecto de medición de diputados y alcaldes para un congresista. Para el procesamiento de las encuestas Emma le pidió a Juan Luis, el primo de Daniel que los apoyara y Daniel la apoyó con la codificación y digitación de los datos.

En una semana tenían los resultados. Los tres estuvieron trabajando en casa de Daniel. Esa semana Emma se enteró que Daniel estaba saliendo con alguien pues cuando en las noches el teléfono sonaba él se encerraba en el baño a contestar. Una noche se despidió diciendo “mi amor” en el momento justo en que Emma estaba entrando al baño.

–Perdón no sabía que venías. –Le dijo, asombrado.

–No me importa con quién sales o qué haces –Le contestó Emma–. Ahora ya tienes lo que deseabas, ya recuperaste tu vida, ya tienes la libertad que anhelabas.

Pero Emma se marchitaba por dentro porque se había convertido en poco menos que nada en su vida. Hacían el amor por placer, pero la parte romántica se la dedicaba a otra mujer. Cuando dormían juntos ya no la abrazaba como antes. De todas formas ella continuaba ayudándolo en sus tareas de la universidad cuando se lo pedía, continuaba lavando su ropa, aunque con menos frecuencia y continuaba dándole los acostumbrados masajes nocturnos cuando regresaba de su trabajo. Cenaban solamente en su casa, dejaron de salir, y Daniel se negó a volver a compartir con ella una botella de vino. La dejó al margen de todo, pero no la abandonaba por completo. Su habitación seguía siendo todo lo que tenían, fuera de ella era como si no se conocieran.

Sí, Daniel tenía la libertad que anhelaba, pero estaba saliendo de nuevo con alguien. Entonces, ¿era libre? Bueno, Emma le dijo que había recuperado su vida, ¿eso significaba que cuando estuvo con ella la había perdido? ¿A qué le llamaba él libertad? Ya que permanentemente tocaba el tema. ¿Cuál es el verdadero significado de la palabra libertad? Daniel no lograba romper el fuerte lazo de seducción que los mantenía unidos, ellos continuaban siendo esclavos de uno y otro. Decía sentirse libre, y su libertad consistía en tener una novia a quien engañar y en ser esclavo de sus sentimientos por Emma. Así las cosas, Daniel no era un hombre libre.

Por ese tiempo y gracias a Leonel, Emma se había reencontrado con un antiguo catedrático suyo, a quien, había admirado y amado mientras fue su profesor, con esa clase de amor que es difícil conceptualizar.

Ella no se perdía ni una de sus clases, adoraba escucharlo hablar con tanta elocuencia, con tanta seguridad, a Emma le parecía un hombre con muchísimo poder, conocimiento, hablaba al menos cuatro idiomas. Su porte, su clase, todo él con todo cuanto poseía y la vida le había otorgado o él había tomado de la vida, se traducían en amor inalcanzable en el corazón de Emma. Fueron juntos a tomarse un café muchas veces, almorzaron otras tantas, y las pláticas que tenían eran para ella un alimento que le daba fuerzas para seguir. Se convirtió en su consejero, en el ejemplo que ella quería seguir. Pero todos esos años que nos separan, pensaba Emma, ya que el Doctor Aguilar era un hombre muchísimo mayor que ella. “Si hubiéramos sido de la misma generación, cuánto me habría gustado compartir mi vida con un hombre así, pensaba Emma”. Dentro de todo el desorden emocional que ella tenía, hablar de vez en cuando con él aliviaba un poco su angustia y su carga. Ese hombre fue en la vida de Emma el amor secreto del que nunca se atrevía a hablar y en la vida académica se convirtió en su mentor.

“A menudo encontramos

nuestro destino

por los caminos que tomamos

para evitarlo”

Jean de la Fontaine

 

 

Pasado algún tiempo, después de haber terminado con el proyecto de la encuesta de los diputados. Daniel le confesó a Emma que ya había roto su relación con la otra chica con la que estaba. Una semana más tarde, Emma volvió

de un viaje de El Salvador; como siempre, se había comunicado con Daniel cada noche, pues eso lo hacía sentirse tranquilo, especialmente saber que ella se quedaba en casa de su antigua tía inquisidora. Los celos de Daniel cuando Emma estaba lejos se volvían extremos. Emma había comprado varias cosas para Daniel y en cuanto tuvo tiempo se fue a su casa para dárselas.

–Hola cielo, estoy llegando a tu casa, te compré unas cosas –Le dijo por teléfono mientras aún estaba en el taxi.

–No vengas, estoy ocupado, estoy con unos amigos y estamos por salir a hacer una tarea.

–Pero estoy muy cerca, si quieres me quedo en la casa y te espero cuando vuelvas de hacer la tarea.

–¡No! ¿Qué es lo que quieres? –Le gritó Daniel alterado.

Todo el entusiasmo y la energía que Emma llevaba se apagaron en un segundo con esa pregunta. Apenas salieron las palabras de su boca para defenderse.

–Nada, yo no quiero nada. –Le contestó–. Y colgó la llamada.

Le pidió al taxista que la dejara en el centro comercial que estaba a la vuelta de la casa de Daniel. Se bajó y se fue a tomar un café para que se le pasara la decepción. De nuevo le había permitido a Daniel que la disminuyera, por milésima vez el corazón de Emma se rompía en millones de pedazos.

Cuánta razón tenía Daniel cuando describía su actitud hacia Emma, “perdón por ser limón con sal” era su frase de ruego favorita. Lo cierto era que Daniel le estaba escondiendo a Emma una verdad diferente. No estaba con sus amigos, estaba con otra mujer.

Además de los regalos que Emma había comprado, tenía una noticia para Daniel. Estaba de nuevo embarazada, eso la había vuelto vulnerable y sensible y la respuesta de Daniel simplemente la había despedazado.

Emma se tomó su tiempo para beberse la taza de café y luego de permanecer sentada un rato, la tarde la sorprendió con una fuerte llovizna. Sacó el paraguas y comenzó a caminar buscando el autobús que la llevaría de regreso a su casa. Mientras lo hacía le llamó la atención una pareja que estaba dentro de un auto frente al cual pasó y se acercó para ver. Era Daniel sentado en el asiento del copiloto, a su lado una chica que estaba distraída. Daniel veía a Emma fijamente, esperando su reacción. Ella se detuvo y por un instante quiso acercarse más, pero su mente maquiavélica decidió que debía esperar, ese no era un buen momento para confrontaciones, porque enfrentarse con ella no sería nada, todos se enterarían de la doble vida que Daniel llevaba, familia y amigos, nadie quedaría sin saberlo.

Emma se quedó mirando a Daniel fijamente y le dedicó su sonrisa más perversa. Daniel la conocía muy bien y comenzó a temer por el siguiente paso que ella daría. Daniel no contaba con que Emma sabía todo de su relación. Conocía la casa de la otra chica con la que Daniel salía y a su familia. Si los padres de ella se enteraban de la existencia de Emma, Daniel no podría volver a poner un pie en esa casa. Así que eso precisamente fue lo que hizo Emma.

Se encargó de que todos sus conocidos supieran de su existencia, reveló la otra cara de Daniel. Amigos y parientes desaprobaron la conducta de Daniel abiertamente. Pero a Emma jamás le importó lo que pensaran ellos, su único objetivo era mostrar que Daniel no era el santo que todos creían y asegurarse de que esa relación que él tenía en su pueblo terminaría para siempre. Y lo logró. La familia de la chica no aceptó a Daniel con su carga de excusas y su propia familia no lo dejó en paz por mucho tiempo por lo que había hecho y constantemente se lo reprochaban. Unos días después, Daniel llamó a Emma.

–Sabes Emma no puedo odiarte y no logro entender por qué. Ahora comprendo a Javier, me destruiste como a él, me despojaste de todo. Pusiste a mi familia y amigos en mi contra. Me sentaste en el banquillo de los acusados y ahora todos me señalan con el dedo acusador. Dices que me amas y eso que has hecho no lo demuestra.

–No debí hacerlo –Se limitó a contestar Emma.

–Lo siento Emma, no pensé que te ibas a molestar tanto cuando no te dejé llegar aquella ocasión cuando viniste de El Salvador. Creo que exageraste. Me has hecho mucho daño. No creo recuperarme de esto y quizá lo mejor sea que no volvamos a hablarnos jamás.

–Fui a decirte que estoy esperando de nuevo un bebé tuyo. Espero que esta vez me vaya bien. Pero no te preocupes, no te pediré nada, ni que te quedes conmigo ni que lo aceptes. El bebé será para mí. Realmente me arrepiento de haberte lastimado, pero me conoces y por eso no entiendo por qué me provocas –le contestó Emma manteniendo la cordura.

Daniel se quedó sin palabras, y Emma colgó la llamada. En los días siguientes intentó hablarle, pero ella no le contestaba las llamadas. Su última opción fue escribirle desesperado intentando razonar con ella respecto al bebé.

–Hablemos Emma, por favor contéstame las llamadas. Ahora tenemos un buen motivo para hablar, quiero saber del bebé.

–Estoy por irme a El Salvador a hacer otro proyecto, luego iré a Honduras. Te llamaré cuando vuelva. Lo mejor es que olvides el asunto.

Pero Daniel era muy persistente y no aceptaría que Emma lo dejara al margen, así que insistió en llamarla hasta que ella finalmente contestó.

–Cuando vuelvas iremos juntos a visitar al Doctor –le dijo.

–Sí, lo que digas –le contestó Emma solo para darle la razón.

Pero ella no tenía ninguna intención de ir a ningún lado con él. El bebé le pertenecía a ella, no a él. Durante su viaje él le escribió varias veces, pero Emma no contestó ninguno de sus correos. Cuando ella volvió a Guatemala el bus la dejó frente al templo mormón de la zona 15. Se sentó en una banca de cemento que estaba afuera y llamó a Daniel.

–Daniel, tengo una buena noticia para ti –le dijo.

–¿Qué buena noticia es esa? –le contestó todavía extrañado, ya que ella no había querido hablar con él durante su viaje.

–No estoy embarazada, fue una falsa alarma, hoy vi mi periodo.

Daniel suspiró aliviado.

–Es una buena noticia para ambos. Yo no habría sabido qué hacer porque no podemos darle a un niño lo que necesita, estaríamos separados cuando un hijo merece una familia unida, no disfuncional. No te molestes si me alegra la noticia, pero creo que fue mejor así.

–Sí, no te preocupes, yo también estoy feliz, como dices, qué haríamos con un niño a quien no podemos darle una familia normal.

–No desaparezcas de mi vida Emma, solo sigamos en contacto. Perdóname por todo el daño que te he causado. Quedémonos con todo lo bueno que nos hemos dado. La única forma de no odiarte es cuando pienso en las maravillosas cosas que me has dado. Gracias por la lección que me diste, te juro que no la olvidaré jamás. La verdad es que destruiste lo que tenía pero sobre ese punto es mejor no hablar, prefiero olvidarlo y ya.

–Sí, lo siento –le contestó Emma.

Emma se quedó sentada en la banca pensando. Le había mentido, pensaba tener

el bebé ella sola.

Se sentía satisfecha por haberlo liberado de una carga que él no quería llevar, pero ella se quedaría con la mejor parte, su hijo.

El pensamiento de Emma daba vueltas preguntándose qué había destruido. ¿Su falsedad? La verdad era que ella no creía haber destruido nada. Todo cae por su propio peso y tarde o temprano las cosas saldrían a la luz, su engaño no podía durar para siempre. ¿Fue Emma la autora de la destrucción del innombrable o de la de Daniel? Ciertamente no. Ellos con su engaño cavaron su propia tumba, ella solo los había empujado para caer en el precipicio hacia el cual ya se dirigían desde el principio.

Comenzó a comprarse la ropa que usaría durante su embarazo y a ahorrar para cuando naciera su hijo. Temiendo una pérdida trataba de descansar tanto como le fuera posible y tomaba vitaminas y hierro para fortalecerse sin sospechar siquiera que el destino de nuevo le arrebataría su tesoro.

–Es un embarazo ectópico –le indicó el ginecólogo que ella consultó.

–¡Imposible! Exclamó Emma angustiada. ¡Yo quiero tener este bebé!

–No creo que eso sea posible –replicó el doctor con un tono de decepción–. ¿Por qué no espera un tiempo y prepara su cuerpo para tener un bebé sano? Si toma todo con calma y hace planes para tener un nuevo hijo, seguramente las cosas saldrán mejor.

–¿Tiempo? ¡Ya no tengo tiempo! Esto es todo lo que tengo. ¡Si no tengo un hijo ahora no lo tendré nunca!

¿Por qué no? Escribió Emma en su diario. ¿Por qué no? Repetía varias veces. ¿Qué quieres de mí? ¿Acaso no tengo yo albedrío? ¿Por qué no me dejas hacer lo que yo quiero? ¿Cuál es el plan? Quiero saberlo, o mejor dicho ¿cuál es tu plan? ¿Debo seguir la ruta que tú quieres? ¡No vas a ganarme maldito destino!

Emma había dejado crecer en ella el pensamiento equivocado de que los seres superiores habían decretado un destino fatal para su vida. Lucharía por Daniel y el destino intentaría arrebatárselo. En la contienda llevaría todo hasta las últimas consecuencias. Su alma comenzó a oscurecerse y comenzó a olvidarse de su fe. ¡Cuánto dolor albergaba ahora dentro de su lastimado corazón¡ ¡Cuánta pena!

 

–Nunca me lo dijo. Ella se guardaba muchas cosas.

–¿Por qué no se separaron Daniel? Ambos se lastimaban constantemente, no comprendo esa relación que tuvieron –le dijo Rebecca.

–Yo tampoco. Te juro que intenté dejarla muchas veces y no lo logré. Creo que jamás fui capaz de abandonar a Cris, no quería que él sufriera de nuevo otro abandono. Bastaba con el de Javier.

Rebecca cerró el libro. Estaban de vuelta en casa. Bajaron del yate y caminaron hasta el parqueo donde habían dejado el auto. Luego se dirigieron a la casa de Daniel.

–Este es un buen lugar para vivir. Tengo en mi casa lo que Emma siempre quiso. Podría vivir años con el alimento que me da la tierra y el mar. –Dijo convencido.

La casa de Daniel estaba en la isla de Livingston, cerca de “Siete Altares” Bastante lejos de su propio pueblo natal y de la perturbadora ciudad. Era un lugar tranquilo, con un mar apacible que podía contemplar desde la puerta de su casa. Atrás había un pequeño bosque que era un área protegida. En las noches se podían contar las estrellas. Cincuenta años atrás Emma había tomado un bote que la llevaría por las costas beliceñas, pero jamás volvió de ese viaje.

Todos sabían por qué Daniel había escogido ese lugar para vivir. Aún estaba esperando su regreso.

Rebecca preparó la tina para Daniel, le dio un beso y se despidió. Daniel entró a la tina y mientras sus ojos permanecían cerrados escuchó que alguien había entrado a la casa.

–Rebecca, ¿eres tú? –Preguntó.

Nadie contestó. Se levantó de la tina, se puso su bata y caminó lentamente hacia el comedor. Había una mujer sentada allí, estaba escribiendo algo en una libreta. Daniel no podía creerlo. Era Emma.

–¿Emma? –Preguntó con asombro y con la esperanza de que así fuera.

La mujer se levantó y caminó hacia él. Los años no parecían haber pasado sobre ella, ninguna arruga enturbiaba la belleza de su rostro.

–Daniel –dijo con ternura.

Cuando se disponía a tocarla despertó. Había sido solo un sueño.

Temprano en la mañana Rebecca entró a buscar a Daniel. Desayunaron y fueron a comprar las flores. La tumba de Emma era la única que parecía tener vida, Daniel se encargaba de llevar siempre flores frescas que cultivaba en su propio jardín.

–No sé por qué vengo –le dijo a Rebecca–. Si yo sé que ella no está aquí.

–Bueno, está en tu jardín –le contestó Rebecca.

–¡No! Es decir, no sabemos si realmente murió. Quizá solo se fue a vivir lejos. Su cuerpo jamás fue encontrado.

–¿Crees que está viva en algún lugar Daniel? ¿Eso es lo que crees?

–Sí, a veces pienso que vendrá. Siento que está tan cerca.

–No sé Daniel. Ella te amaba y amaba a sus hijos. ¿Por qué abandonarlos? Me gusta pensar que vive en ese bosque encantado donde la ha puesto tu corazón.

Sin más comentarios dejaron las flores y regresaron a casa.

–¿Sobre qué es el libro que estás escribiendo? –Preguntó Daniel mientras se acomodaba en la sala.

Porque Rebecca era una famosa escritora.

–Es sobre el juicio de un hombre. Hay un juez, un inquisidor, un defensor y un jurado.

–Emma se sentiría orgullosa de ti. Dijo Daniel.

–Pues yo esperaría que sí –contestó Rebecca.

Entraron a la casa.

–¿Nunca te he preguntado quién diseñó tu casa Daniel? –Preguntó Rebecca.

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