Ema

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Capitulo Ocho

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Capitulo Ocho

 

“Tal vez sea hora de cambiar.”

 

 

 

 

Luego de pasar tres días atrincherada en la casa de mi hermano, Ana llama.

Lo ha hecho un millón de veces, pero no estaba dispuesta a atender nuevamente después de que me gritara por el teléfono preguntándome ¿Por qué no había ido a su casa, que por que había tratado mal a Cris? y un montón de cosas mas. Simplemente le dije: no defiendas a Cristian y eso hizo que lo defendiera aun peor, así que enojada con ella no volví a atender.

—¿Qué? —Pregunto a la defensiva, luego de un mal día de trabajo. Lo último que necesitaba era encontrar a Ana cabreada, parada en la puerta de la clínica.

—¿No vas a volver a hablarme? Por que te cuento que no va a ser fácil.

—Lo noto —digo mientras agarro con más fuerza las correas de mi cartera.

—Tu y yo iremos por un café y desde ya te advierto que Cristian estará ahí también.

—¿Qué?  ¡Estas borracha si piensas que iré!

—Irás… —me reta mientras avanzo unos pasos. —O se lo contaré a tu madre.

Me quedo helada allí donde estoy.

—Por que asumo que tu madre no lo sabe ¿cierto?

—Sabe que discutí con Cris y que estoy quedándome con mi hermano. Así que tus amenazas no sirven.

—¿Sabe lo del trabajo?

—Eres una traidora —le grito indignada. Si mi madre se enteraba insistiría que dejara el trabajo y volviera a casa y no acabaría hasta que lograra su cometido.

—¡Como imaginaba!, así que súbete al coche ahora o lo sabrá.

—¿Usaras eso en mi contra?

—¡Claro que si!, soy tu hermana, es nuestro deber casi al nacer torturar y embaucar a los hermanos menores.

—Pero nosotras no nacimos de la misma madre. —Declaro aun dolida por su traición.

—Meras coincidencias y desencuentros. Métete en el coche. O lo haré yo.

Avanza unos pasos para meterme en el coche y sedo.

Rendida me dejo caer en el asiento. Ana toma la ruta hacia el cielo, o algo parecido llamado Starbuck… que son lo mismo al menos para mí.

Cuando llegamos hay dos o tres personas delante de nosotros.

—Aún quiero saber por que no me lo dijiste. —Refunfuña por lo bajo.

—Te lo dije.

—Si, después que ya estabas en casa de tu hermano, ¿Por qué no viniste?

—¿Por qué crees? Porque siempre defiendes a Cristian y por que estoy en todo el derecho del mundo de ir a fastidiarle la vida a mí hermano por unos días y darte franco de mis problemas emocionales.

—Igual así. ¡Oh! Ahí esta Cris —ella levanta la mano y no me giro, por el contrario siento que mi entrecejo se frunce y me cruzo de brazos. —Hola.

Un remolino de emociones me colma. Había pasado todos estos días pensando en sus palabras, en Lucas. En nuestra noche juntos. Había sido una perra al decir todo lo que dije y no atender sus llamadas, pero él no tenia derecho.

—Hola Ana —le da un beso en la mejilla y la fulmino con la mirada que grita: T-R-A-I-D-O-R-A. —¿No vas a saludarme? —Me pregunta y lo ignoro sacudiendo la cabeza y poniendo los ojos en blanco.

—¡Oh vamos Ema!

—¡Eres una traidora! —Rujo apretando los dientes.

—Y tu una mula, una mula muy mal educada, al menos deberías saludarlo.

—¡Oh! ¿Alguien me ha hablado? Lo lamento tengo una atención selectiva y esta destinada a ignorar idiotas.

—Al menos deberías saludarlo ¿no crees?

—Dile al idiota hola de mi parte, —cuando ella se gira para mirarlo la tomo del brazo —no, mejor dile, dile por favor al idiota… que, que, que es un grandísimo idiota —tartamudeó enojada. La fila avanza y nosotros con ella como si fuera un baile sincronizado. Ya estábamos parados frente al amplio mostrador de starbuck. Aun maldiciendo toda la situación decido que me comeré un brownie del tamaño de mi puño y eso que tengo puños grandes.

—¡Eso es redundante! —Se queja y me giró a verla al mejor estilo de la película Carrie.

—Tal solo díselo, ¡por dios!, deja de ser editora por una vez.

—Cris, —dice aclarándose la voz —Ema dice que eres un idiota y por cierto —dice mirándome —¿Que se supone que estas haciendo?

—Ya te dije, ignorándolo y me sale muy bien. —El tipo que estaba delante de nosotros avanza y lo sigo buscando alejarme de Cristian lo más que pueda.

—Lo que no se es ¿por qué? —Dice claramente hablándome y lo ignoro igual. Ana sigue sin saber que hacer. Así que suspira y lo mira y levanta los hombros.

—Ufff, creo que no te responderá.

—Dile que se esta comportando como una malcriada. —Gruñe.

¡Ja! Una malcriada un cuerno.

—¿Debo repetirlo? —Pregunta mi amiga y ante mi silencio lo hace. Me repite las palabras de Cristian mientras el muchachito de la caja registradora me atiende con una sonrisa.

—¿Necesitas que llame a seguridad Ema? —Me pregunta y entrecierro los ojos sopesando la idea.

Si, ya se también, se preguntan como es que sabe mi nombre... Bien se llama incontinencia verbal y adicción al café.

Ya esta, lo dije, di el primer paso para la recuperación de un adicto ¿cierto?

—¿Esta...? ¿Estas hablando en serio? —Cris le grita a mi amigo cajero y a mí mientras Ana intenta calmarlo. Yo simplemente lo miro desaprobando su actitud, cuando una mujer pasa a mi lado. Llevaba bastones pero estaba dicho que ella me ganaba en cuanto a miradas desaprobatorias se refiere.

—Siempre digo que el alcohol en los jóvenes es malo, lo vuelve violentos, ¿no cree? —Murmuro y ella vuelve a amonestar a Cris con la mirada.

—No es bueno andar con hombres así, ¡no señor!

—Ema, recuerda que puede envenenar tu comida o peor poner una víbora en tu cama.

—¿Estas segura que no quieres que llame a un poli?

—Esta segura —dice mi amiga empujándome a un lado —solo dame tres cafés, mas una caja de rivotril, unos chalecos de fuerza y una crema para infecciones —cuando el muchacho va a responder Ana sigue —por si muerden a la hora de ponerles el chaleco —le aclara.

—Te estas comportando como una inmadura. —Vuelve a repetir Cristian mirándome.

Ahora era una inmadura, una malcriada pero él le había contado mi mentira piadosa al único hombre con quien había comenzado una relación madura y estable, con quien supuestamente había iniciado mi etapa de recuperación “hacia una relación buena y estable” y no estoy hablando solo del ejercicio físico, ya que nunca llegamos a eso, pero Lucas era “encantador” “era bueno” y “educado”. ¡Mierda! Era casi como describir a un perro… me amonesto a mi misma de solo pensarlo.

Debo admitirlo mi descripción encajaba en la descripción de un buen perro, salvo por la parte moral, ya que por lo visto era muy estricto en cuanto a eso.

Por eso me había preguntado tanto por Cristian. Nadie creía que no me acostaba con él por más que quisiera repetirlo miles de veces.

Bueno no lo hacia.

Solo una vez.

Una genial vez, pero él no sabía eso. ¡Mierda!

—No te oirá a menos que yo lo repita. —Dice Ana resignada a estar en medio de ambos e interceder para que no nos matemos —Es buena ignorando a la gente.

La más madura de los tres nos arrastra a una mesa alejada.

La anciana con la que había hablado me toma de la manga al pasar a su lado.

—Eres joven, no necesitas un hombre así en tu vida —asiento en silencio ante su mirada preocupada. Luego me deja ir.

Me siento junto a Ana que aleja cualquier objeto contundente de mi alcance.

—Vamos a ver cuanto tiempo puede ignorarme, —suelto un bufido mientras comienzo a ordenar los sobres de azúcar.

Es un síndrome que siempre he sufrido, también lo hago con los libros, discos y bueno… no importa, primero los coloco por color, luego los pongo todos con las letras hacia el mismo lado y…Cris me los arranca de las manos desordenándolos otra vez y los arroja sobre la mesa.

Ahogo un gemido de disgusto y contemplo la idea de agarrar y ordenarlos nuevamente pero él se mete en mi campo de visión y frunzo el ceño.

—Por si no lo recuerdas, vivimos juntos. ¿Cómo vas a hacer para ignorarme?

—Oh créeme tiene salidas muy buenas… no la presiones Cristian por favor, no quiero lidiar con la versión de la guerra de los Rose con ustedes.

El chico llama por nuestros nombres y Ana duda sobre levantarse a buscarlos o no, pero al final lo hace con cierta reticencia y un paso apurado.

Dejo caer mi mano sobre la palma de la mano y comienzo a husmear hacia fuera. El invierno esta llegando y veo a la gente en la calle envuelta en gruesas capas de ropa. Los árboles están un poco más amarillos y la ciudad se ve hermosa desde aquí. Al final recuerdo las palabras de la anciana y pienso en ello.

Tal vez sea hora de cambiar.

Adoro a Cristian, bueno en este preciso momento no, pero lo hago. Es la persona más maravillosa y generosa que conozco pero tal vez, solo tal vez sea tiempo, de dejar la rutina y vivir sola. Ya saben, aprender a lidiar con los temores y sobre todo volver a rearmarme internamente.

—Creo que ya es hora. Creo que voy a mudarme —susurro. Y corroboro que lo he dicho en voz alta cuando Ana se ahoga y Cristian da un golpe en la mesa.

—¿Y a donde piensas mudarte?

—No sé, —respondo automáticamente sin apartar la vista de la gente que circula por la calle. —Tengo ahorros como para alquilar por unos meses.

—Ema, por favor piénsalo bien, tu amas ese departamento.

—Si lo hago…

—¡No vas a hacerlo! —Sentencia Cris y por primera vez en tres días lo miro. —No puedes hacerlo. —Añade.

—Si puedo, creo que…

—No tienes el dinero para alquilar y vivir bien, —se mofa con una sonrisa en los labios —¿con que se supone que comerás?

—¡Cristian! Eso fue grosero —lo amonesta Ana mientras sus palabras me duelen.

—No lo sé, creo que nos vendría bien. —Sugiero honestamente.

—Pues yo no lo creo.

—Piénsalo, —murmuro cansada. —Tal vez nos vendría bien un poco de espacio.

—Y ¿Dónde alquilaras? No hay lugar por aquí que puedas alquilar Ema, ¡deja de soñar y pon los pies en la tierra!

—No sé Cris, tal vez en otro sitio, en las afuera de la ciudad. —Lo miro intentando trasmitirle mis sentimientos. Mi necesidad sin que piense que es una tontería.

—Díganme ¿en que momento pase de ser editora a terapeuta?

—Es peligroso. —Responde ignorando a mi hermana.

—No lo sabré si no lo intento. —Le tomo la mano y sus ojos me taladran. —Podríamos intentarlo ¿no crees?

—¡No, no lo creo! Y solo para que sepas, estaré de viaje mañana, volveré el miércoles y hablaremos. Espero que te tomes estos días sola para replantearte la ridiculez de lo que estas diciendo —Cristian se levanta dejando su café intacto y se marcha.

Cuando vuelvo a casa todo se ve igual. Cristian esta acostado.

Repaso cada mueble, los voy tocando y recordando el momento justo en que lo compré. Había elegido las sillas y la mesa, pero no tenia dinero para comprármela, así que cuando Cristian comenzó a buscar departamento le hable de ellas y le dije que él debería tenerlas. El primer día que nos mudamos juntos, mientras intentaba ordenar el desastre de mi ropa, como siempre, alguien había golpeado la puerta, Cristian me había pedido que atendiera y allí estaban mis sillas con mi mesa. Estaba tan feliz que salté y corrí por la casa.

Había un hermoso mueble antiguo que él había traído de la casa de sus padres, le había pertenecido a su tátara tara abuela o algo así, le había colocado unos sifones viejos encima haciendo juego, había un par de retratos en el mueble de al lado. Eran de navidad en la finca, yo sostenía a Bea, Cristian estaba a mi lado, Nico, Margart, todos sentados, Juan y Pilar detrás nuestro parados. Una hermosa foto familiar. Observé los ojos de Juan y pensé en él, en Pilar.

Recorrí una a una, las cosas e inconcientemente terminé parada frente a su puerta. Mis pies se detuvieron a solo unos centímetros mientras mi mano colgaba en el aire sobre el picaporte. Cerré los ojos y la abrí.

No había entrado aquí desde la noche que estuvimos juntos. Olisqueo su perfume y escucho su ronquido suave. Estaba dormido.

Caminé lentamente hasta su lado y me acosté pegada a él. Me dediqué observarlo dormir. Lucia tan calmo y tan hermoso. Tan imposible. Se removió cuando mi mano toco la suya. Abrió los ojos pesadamente hasta que me notó.

—Podemos hablar.

—¿Aun piensas en mudarte?

—Escucha.

—No, no voy a escucharte Ema. —Toma mi mano y la besa y el calor sube desde mis dedos al resto de mi cuerpo. —No voy a dejarte ir Ema.

Sus palabras me hacen sonreír y el corazón me da un vuelco. Acerco mi cabeza a la suya hasta que nuestras narices se tocan, pasa un brazo bajo mi cabeza mientras el otro me abraza.

—No quiero verte llorar. No quiero oírte diciendo que eres una fracasada. No quiero ni siquiera oírte hablar de las malditas dietas. Eres hermosa como eres. No necesitas que nadie te diga que es lo que puedes hacer o no. No importa… no me importa lo que piensen los demás, eres hermosa.

Me acurruco aun más a su lado. En algún momento me cubrió con su edredón y nos dormimos. No me besó, pero nuestra charla había sido muy intima, como si me hubiera tocado con cada palabra.

A la mañana, me despierto reconfortada, como si el mundo volviera ser un buen sitio donde estar. Me estiro en la cama con pereza y noto que estoy vestida. Agudizo el oído pero no oigo nada. Cuando estoy por bajarme para buscar al hombre que me había acurrucado en la noche, noto una bandeja junto a la cama. Tiene una taza de café, un termo que imagino que tiene el elixir, pan, dulce, una nota y una flor... y mi corazón salta fuera de mi cuerpo.

Ya fuera, mi corazón me mira sonriente y ansioso incitándome a leer la nota. Me estiro para tomarla y jalarla a la cama. La nota es de Cris.

 

Ema:

       Cariño, mi vuelo sale a las cinco y te veías tan bien durmiendo en mi cama que me negué a despertarte.

Espero que pienses en lo que dije, y créeme, piénsalo bien, cuando vuelva hablaremos. Dejé dinero en la mesa, ni pienses en no tomarlo, es un regalo, quiero que salgas y te compres un hermoso vestido, infartante, para la fiesta de mi hermano. Recuérdale a Ana que esta invitada. Creo que ambas se divertirán, compra lo que quieras, gástalo todo. Como me entere que no lo hiciste, comprare un traje de conejita e iras vestida así, con pompón de cola y todo, como esa ridícula película con la que sueles torturarme.

No vayas a ningún lado en mi ausencia cariño. Te llamaré mas tarde, disfruta del desayuno.

 

Sonriendo abro el termo y huelo el aroma a café recién preparado.

—Y no es una película ridícula, es El diario de Bridget Jones. Todas las mujeres del mundo la han visto. Bueno al menos las masoquistas.

Aún me siento en un huracán de emociones, pero las ignoro. Me sirvo el café sonriendo tontamente, disfrutando la sensación de paz.

Después desayunar llevo todo a la cocina para lavarlo y noto el sobre. Dejando la bandeja lo tomo y veo un fajo de dinero adentro.

—¿Esta loco? —Murmuro mientras marco el número de teléfono de Ana. Ella atiende al segundo timbre. —¿Puedes creerlo?

—¿Depende, has visto un elefante rosa? —Arrugo la nariz, ¿de donde había sacado eso?

—No, —murmuro indignada, ella nunca me dejaría olvidar ese evento —y además eso pasó solo una vez, y aun estaba en la facultad… esto es sobre Cris…

—¡Oh!, si vas a decirme que es un papito, te diré, eso lo sé, hace mucho.

—Me dejó más de diez mil pesos.

—¿Qué?

—Que me dejó dinero.

—¿Intenta comprarte para que le hables?

—No, no, —respondo molesta —hablé con él.

—¿Y?

—Y hablamos.

—¿Y por qué el dinero?

—Vestido, zapatos. —mi hermana suelta un grito y la imito emocionada.

—¿Te dejó todo ese dinero para que compres vestido y zapatos?

—Si, recuerdas la fiesta de su hermano, ¿te acuerdas que estas invitada cierto?

—¿Cómo olvidarlo?

—Bueno, es para esa fiesta.

—¿Por qué no tengo un Cristian en mi vida? Debes acostarte con él para pagarle el favor.

—¡Ana! —Grito alarmada.

Agradezco que mi hermana no pueda verme ahora. Mis mejillas arden ante el recordatorio. Pierdo unos minutos mas pensando y repasando en las palabras de la carta.

Algo en aquellas letras habían calado profundo en mí. Había dicho “eres hermosa como eres”. Tal cual como lo dice Marc Darcy en la película a bridget.

Aunque todavía me niego a pensar en la noche en que hicimos… otra vez aquellas palabras tropiezan en mi lengua y me encuentro pensando en que hicimos el amor. Anoche, teniéndolo tan cerca, con sus manos rozando mi piel tan solo había logrado revivir mi deseo por él, un deseo que no sabia que podía existir.

Había tenido que forzarme para no besarlo o tocarlo mientras yacía a su lado.

Tal vez él estuviera en lo cierto en cuanto a Lucas, aunque no pensaba aceptar el hecho que hubiera sido el quien se lo había dicho. Ahora me sentía bastante bien en cuanto a ese asunto.

Lucas ni siquiera se había molestado en saber si había llegado bien a casa, ni siquiera me había escuchado, así que…Que se joda.

Voy al baño sonriendo y la imagen que me devuelve el reflejo es de una mujer cambiada.

No importa… no me importa lo que piensen los demás, eres hermosa.

Mis mejillas vuelven a enrojecer de solo pensarlo.

Me visto con calma y me voy directo al trabajo.

El día pasa rápido, mi buen humor se mantiene durante la mayor parte del tiempo. El doctor Uribe vuelve a llamarme a su oficina, pero me niego a dejarlo opacar mi humor.

La charla es rápida, el insiste sobre si he pensado en su propuesta y respondo que si, lo hice y me niego a hacer una cosa así.

Ya por la tarde encuentro a Ana en el café de la esquina. Pido un cortado doble y lo acompaño con una buena porción de torta, la cual mentalmente se la dedico a Cristian.

—¿No estabas haciendo dieta?

Me llevo un bocado enorme a la boca y niego.

—Ya no. —Respondo aun con la boca llena.

—Me parece bueno. Ya era hora que entraras en razón ¿Cuánto pesas?

—Mucho mas de lo que cabe en una talla S.

—¿Y quien entra en esa mierda? —Dice mientras me quita el tenedor y toma un trozo.

—Estoy segura que tú.  Yo con mis 60 kilos no lo hacemos, pero que se joda la talla S.

—Chica, ¿has visto mis caderas? No entro ni de broma en una talla S, pero no me importa. Soy madre y mujer, no se puede tener todo en su lugar o pretender no engordar.

—Entonces pediremos otro tenedor y brindaremos por eso.

Riendo nos marchamos del café con nuestra cantidad de azúcar necesaria en sangre. Ana atribuye mi buen humor al dinero aunque me mata a preguntas si no ha sucedido algo más. Lo descarto diciéndole que estoy contenta simplemente aunque sé que no podré mantenerlo oculto, todavía no sé que pensar de Cris y de mi. Estaba claro que sus acciones me estaban afectando, pero después, en la soledad pensaría en eso. Ahora me compraría un bello atuendo para él.

 

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