Ema

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Capitulo Nueve

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Capitulo Nueve

 

Una bocanada”

 

 

 

 

Cristian regresa, como había prometido cerca de las cinco de la tarde, justo para la fiesta de su hermano. Voy a buscarlo al aeropuerto y me sonrojo al verlo. Últimamente creo que los únicos vasos sanguíneos que trabajan en mi cuerpo y en sobre turno son los de mi mejilla.

Agh… bueno no solo esos, ¡pero no pienso admitirlo!

Me dediqué parte de la tarde a cocinarle una torta y decorarla, cosa en la que me creía totalmente inútil pero por lo visto las clases daban sus frutos.

Mientras tomamos un café me interroga sobre el dinero pero me niego a mostrarle el vestido hasta que deba salir.

—Lo veras en su debido momento —sentencio ante su insistencia y eso parece calmarlo.

Sentada frente a él, lo observo con detenimiento y me asaltan las preguntas.

¿Qué haríamos ahora? ¿Estaba segura de querer saber que opinaba de lo que habíamos pasado juntos? No estaba segura de ese último punto. Después de todo, él siempre había salido con modelos de la revista Vogue, ¿Qué había visto en mi? Mujer de estatura mediana, con rollitos que salían por encima de los pantalones y casi, solo casi, cero sentidos de la moda. Eso era todo un misterio.

Él parece notar mi debate interno y me sonríe entrecerrando los ojos.

Agradezco internamente que no haya comenzado a preguntarme si he pensado sobre lo que ocurrió. Creo que no lo ha hecho tan solo para no ponerme nerviosa.

Mas, nerviosa.

Desde la mañana siento mariposas en el estómago, y al parecer son muy alborotadas ya que todo el tiempo noto como si se conectaran directamente con mi entrepierna y mi corazón. Las malditas bichas parecen tener línea directa con esas dos zonas ya que si no supiera que soy una persona sana, debería hacerme un estudio al corazón debido a la taquicardia que padezco durante todo el día, y algún estudio ginecológico en mis partes blandas.

Cristian me cuenta sobre el viaje a la capital. Vuelve completamente fascinado por las nuevas propuestas de la empresa. Dice que con esto podrían subirlo de cargo y brindamos con café por eso, aunque tan solo escucho una parte de lo que dice, ya que me paso la mayor parte del tiempo observándolo hablar. Hablar sobre “trabajo” me hace pensar sobre mi trabajo y decae un poco mi humor, pero me digo a mi misma que hoy no es el día para pensar en eso y estoy segura que encontraré el modo de arreglar eso.

Lo pongo al día sobre todo lo que pasó en su ausencia, salvo por el tema trabajo, le cuento todo y le informo de Mili y su pelea en el colegio por el juguete que le había regalado y decide llamarla.

Lo escucho hablar con la niña mientras comienzo a maquillarme aprovechando que esta distraído, me coloco un poco de base, polvo compacto, un poco de delineador, una sombra verde que he comprado especialmente para hoy y un par de cosas mas y estoy lista. Me meto en mi habitación aprovechando que aún está hablando por teléfono y saco el vestido como si fuera de porcelana y temiera romperlo.

En cuanto lo dejo sobre la cama los nervios parecen atacarme con más fuerza e intento recordar la última vez que me sentí así por un hombre, y llego a la conclusión que fue hace mucho tiempo. 

Esa maldita vocecita en mi cabeza que siempre padece de mal humor, me advierte que me estoy metiendo en algo muy complicado, pero me sacudo tanto mental como físicamente y tomo el vestido. Hoy lo pasaría de mil maravillas, disfrutaría de la noche.

Me tomo más de un minuto para observar la obra de arte sobre mi cama.

Es un hermoso vestido de finas tiras en colores verdes y violetas, tiene un escote en V que resalta mis pechos, la cintura es una hermosa mezcla de colores verdes y violetas que suben y bajan hasta una hermosa falda acampanada que me llega a las rodillas. Una vez que estoy envuelta en la hermosa gasa me paro frente al espejo, me coloco los zapatos y no puedo reconocerme.

Me acerco un poco mas y noto esa versión de mi tan distinta, una versión de mi que me gusta, una de la cual podría enamorarme.

Me coloco un broche en color verde que sujeta algunas hebras de mi cabello y tomo aliento.

Una bocanada.

Dos bocanadas.

Tres bocanadas pero mis manos todavía tiemblan.

Me acerco a la puerta ya que no creo poder detener el temblequeo.

Una bocanada más y abro.

Cristian esta de espalda parado junto a la mesa ordenando unos papeles. Lleva puesto un pantalón de vestir color Gris Marengo con una camisa de un gris perlado arremangado que resalta su tono de piel y se ajusta a su cuerpo como un guante marcando sus anchos hombros y los músculos.  El pantalón se ajusta a su cintura y se amolda a sus piernas a la perfección. Lleva el cabello húmedo peinado hacia atrás y aun desde aquí puedo percibir el aroma del perfume que se ha puesto. Luce exquisito y distinguido, le echo un vistazo a mi vestido y dudo si es el apropiado para lucir junto a el hombre que está delante mío.

Tomando coraje doy unos pasos fuera y espero que mi corazón se calme un poco pero creo que es imposible. Aprieto los dientes para evitar que me tiemble la mandíbula pero eso dispara el temblequeo a otras partes de mi cuerpo. Me tiemblan las rodillas como si fuera una jovencita.

—Cris —murmuro y me muerdo el labio.

—¡Ni pienses en flaquear! —Me suelta. —Quiero verlo.

—Entonces debes girarte. —Levanta la cabeza lentamente y se gira con calma y allí van de nuevo mis mejillas. ¡Dios! si sigo así mi cerebro se quedará sin sangre. Me mira durante un minuto mientras estoy parada allí intentando lucir segura. —¿Qué opinas? —Pregunto cuando no logro soportar un segundo más su escrutinio.

Y algo realmente gracioso pasa. Cristian mueve la boca pero no hay palabras, ¿esta sorprendido o confundido? ¿Horrorizado tal vez?

—¿Es mucho? ¿Poco? Di algo —suplico con la voz entrecortada por los nervios.

Me sonríe y sacude la cabeza mientras se lame los labios y me siento arder, ya está, estoy por morir calcinada. Da unos pasos lentos hacia mí y estando a solo unos centímetros me toma la mano sin dejar de mirarme a los ojos.

—Creo que esto comienza a verse como una baratija ahora que te veo —miro la pulsera que me coloca y es hermosa. Es ancha de oro amarillo con unos detalles en piedras verdes y rojas. Cuando elevo los ojos suspira.

—Gracias —susurro.

—Estas hermosa —sus labios encuentran los míos en un beso suave. —Gracias a Dios no me lo has mostrado antes… por que dudo que salieras de aquí con eso puesto. —Murmura cuando me besa nuevamente. —Debo alejarme de ti antes de que haga algo que nos haga llegar tarde.

Se aleja unos pasos y por fin puedo sentir en carne propia eso de lo que tantas autoras de novelas rosa hablan, ya saben lo del vacío y la falta del calor del cuerpo del otro, y recién ahora lo entiendo, porque cuando se aleja siento que algo me falta.

La fiesta fue bastante movida, hubo anécdotas indecorosas, risas y baile.

Ana llevaba un hermoso vestido azul y había captado la atención de un primo de Cris.

Todos me halagan por mi vestido y Cristian no dejó de insistir en toda la noche, que estoy con él y no permitirá que nadie me robe.

Al final termino bailando con todos pero sobre todo con Bea que no para de repetirme que me veo como una princesa.

Para las cinco de la mañana hemos perdido a Ana. Cristian luce realmente cansado, así que nos marchamos con un montón de besos y promesas de que deberíamos ir a almorzar mañana.

En cuanto el aire fresco me golpea siento que mis piernas flaquean. Y estoy casi segura que no debería haber tomado el último Daikiri o tal vez no debería haber tomado aire fresco. ¿Soy yo o últimamente tiendo a emborracharme?

Aunque salvo unos pocos conductores concientes, la barra libre se había cobrado muchas victimas que mañana sufrirían graves dolores de cabeza por resaca como yo.

Cuando subo al ascensor el movimiento me hace replantearme el termino “un poco borracha” y usar el “completamente borracha” aunque le achaco la culpa el remolino de emociones que he vivido el día de hoy.

—Te advertí sobre esa barra libre. Te dije que tuvieras cuidado.

—No se de que hablas, —respondo indignada —es el aire lo que me ha hecho mal.

—¿El aire? Nunca vi que el aire emborrachara a las personas.

—Esa barra estaba embrujada, juro que no he tomado tanto —le digo y me quito los zapatos antes de entrar. —Además puedo jurártelo Cris, ella me ha seducido, me miraba y sacudía de forma sexy esas botellas y no pude resistirme, ¿estas seguro que no le han echado nada a la bebida? —Pregunto intentando no sesear.

—Estoy seguro que no le han echado nada a las bebidas. —Responde con seriedad. Abre la puerta para mí y entramos riendo al departamento.

—¡Yo aun quería seguir bailando! —Me quejo mientras lo tomo de la mano y doy una vuelta mientras lo obligo a seguir mis pasos. —Sabes que es, lo que realmente necesitaba hoy, un beso... Quería un beso.

Me quedo en silencio en cuanto lo digo en voz alta, pero es tarde para arrepentirme, por que de pronto no puedo hablar, su boca está sobre la mía.

El calor de sus labios derrite todos mis argumentos y los miedos. Me deshago en un hermoso vestido verde y lila mientras sus manos me sostienen. Le devuelvo el beso con intensidad, lo tomo de la nuca para acercarlo más. Lo quiero, lo necesito, deseo mas, es casi como si estuviera famélica.

Me separo un momento para tomar aire mientras me debato en si debo seguir o no. Nos debíamos una charla.

—Espera, Cris... No se si deberíamos. —Alcanzo a decirle mientras mis manos traicioneras comienzan a buscar la forma de quitarle la camisa.

—Tienes razón. Lo lamento gatita. —Sus palabras detienen mi labor, levanto la vista para mirarlo a los ojos. Me acaricia suavemente los labios. —No debí hacerlo, tienes razón, aun no hemos hablado y no quiero aprovecharme de ti ¿sabes? —Me suelta e intenta alejarse pero mis manos inconcientes no lo sueltan.

—Cristian —siento las palabras salir solas, sin filtro, sin control de un adulto y se que voy a decir algo muy tonto, puedo percibirlo. —Aprovéchate... De mí.  —  ¡Mierda! Realmente le había soltado un “¿Aprovéchate de mi? De donde había salido eso. Dios santo. Me doy cachetazos mentales, soy una ridícula. ¡Ridícula, ridícula, ridícula! ¿Qué mierda? ¡Ahora hablaba como Thalia! ¡Dios bendito! —¡Oh Dios sueno como una película mala! —Grito horrorizada mientras la vergüenza me llena. Él suelta una carcajada y sonríe.

—Amo las películas malas —dice aun sonriendo.

Cuando mi vestido toca el suelo decido, completamente conciente, o al menos un poco, que disfrutaré de esta noche.

Y lo hago.

Hacemos el amor como nunca mientras disfrutamos del cuerpo del otro y por primera vez en mucho tiempo siento que estoy en el sitio correcto, con el hombre correcto y haciendo lo que es correcto.

A las siete de la mañana voy al baño envuelta en una sábana.

Me miro al espejo sorprendida de mi falta de remordimiento. Sonriendo me tomo un tiempo para cepillar mis dientes y peinarme un poco el cabello. Me estaba quitando el rimel corrido cuando oigo que toca la puerta.

—Dime ¿cuánto tiempo estarás mortificándote ahí adentro? —Pregunta seductoramente mientras sonrío tontamente a mi reflejo. No lo había oído levantarse. —Por que necesito el baño, y se que soy un semental —agrega riendo —pero dudo haber acabado con... —abro la puerta con la cara quemándome y aquella boba sonrisa. —¡Ahí estás! —Me acorrala contra el marco y me da un casto beso. —Necesito el baño y lavarme los dientes, después te comeré a besos.

—Claro —me hago a un lado y voy a la cocina, no sin antes echarle un vistazo a su trasero.

Lo escucho silbando, y me encuentro a mi misma tarareando una canción aunque mis neuronas no deberían estar tan despiertas a esta hora.

Tomo un vaso de agua y me dispongo a ir a mi cuarto cuando sale del baño totalmente desnudo sin importarle nada. Me detengo frente a la puerta mientras me deleito con la vista se pasa los dedos por el cabello y me sonríe.

Obligo a mis ojos a subir hasta los suyos y también sonrío.

—¿A dónde vas?

—Yo, bueno—estudio la sábana que me envuelve.

—Oh no, no. Yo no soy como los hombres con los que has estado. —Quiero protestar dando mis argumentos contra eso dado que había espantado al último que había estado conmigo pero su mano ya esta en mi cintura. —Yo soy del tipo “abrazado hasta el amanecer”.

—Son las siete de la mañana, técnicamente ya ha amanecido.

—No para mi. —Asegura, suelto una risa tonta mientras me abraza y me arrastra con él.

—Además tu nunca duermes con ninguna, eres mentiroso.

—Pero tu no eres ellas... ya he dormido contigo, y por cierto, aunque no he dicho nada se de tu escurridizo escape a media noche la otra vez y no volverá a ocurrir. Además planeo hacer uso del alcohol que aún tienes en sangre. Tengo todo fríamente calculado.

El sol se cuela por las cortinas cuando oigo que alguien golpea con énfasis la puerta. Malhumorada por la interferencia de mi agradable sueño, voy hasta mi habitación y me coloco la bombacha, los pantalones y la camiseta. Cris todavía duerme.

Maldiciendo camino hacia la puerta mientras me hago una coleta.

—Ya voy —grito y los golpes se detienen.

Abro sin pensar y en ese mismo momento me arrepiento.

Ana esta parada allí con una sonrisa enorme en sus labios, me echa una larga mirada y veo la sospecha en sus ojos.

—¿Quién es? ¿Dónde está? —Dice mientras pasa de mí y sigue derecho a mi habitación. El pánico me asalta y la sangre me abandona. Mi cama estaba echa un desastre y nadie podría haber dormido allí sin tirar la ropa al suelo —¿Dónde está? —Pregunta al no encontrar a nadie. Tengo un nudo en el estomago del tamaño del Coliseo Romano, ¿Qué se supone que le diría? Me había tomado con la guardia baja. ¡Maldición! —¿Esta en el baño? —Sus largos dedos señalan la puerta cerrada, en ese momento Cristian sale de su habitación y mis ojos viajan hacia él con culpabilidad. —Hola Cris. —Él la saluda no sin antes sonreírme diciéndome con solo una mirada, que me ha deschavado. ¡Maldito traidor!

—Hola Ana. ¿A qué hora te fuiste anoche? —Pregunta rascándose la cabeza de un modo que parece un modelo de revista. Incluso algo tan banal como eso lo hace lucir hermoso —Imagino que no te marchaste sola. Ahora debería decir que somos ¿primos?

—Algo así, no le des alas, aún estoy reparando los daños del anterior.

—Eso ya lleva un tiempo, es hora de empezar de nuevo —le dice como si nada y se mete al baño. Si, en el baño.

En cuanto entra noto los pensamientos corriendo por la cabeza de Ana, ella se gira hacia mi como si su cuello tuviera un resorte, y sé que lo sabe.

No podía ocultarlo.

No a ella. Mierda, mierda, mierda. Sabía que mi cara era color tomate. En cuanto Cris entró al baño los ojos de Ana viajaron automáticamente a la pila de ropa sobre mi cama, hacia mí y luego a la puerta del baño hasta que parece comprender.

—Ana…

—¡Tu!, ¡lo has hecho! —Dice mientras me arrastra a la cocina.

—Si, si —respondo avergonzada y comienza a aplaudir mientras da saltitos.

—Es ahora o nunca Gatita —Grita Cris desde el baño, sus palabras apagadas pero aun así me estremecen.

—Creo que eso ya ocurrió ayer cariño —le grita mi amiga y me hago un nudo el cerebro intentando averiguar cómo se lo contaré.

—¿Estas bien? —Me pregunta sonriente y se me descompone la cara y el dolor de estomago se incrementa —¡Oye espera! Conozco esa cara, ¿Qué pasó? Algo no está bien. —Me sacudo ante su cambio de humor. Cristian abre la puerta del baño y nos mira mientras Ana me evalúa. Podía oír los engranajes de su cerebro corriendo a una velocidad inusitada.

—Debo contarte algo —me apresuro a decir y apenas susurro las palabras se cruza de brazos y se pone seria. Muy seria. Como si fuera a regañarme.

—¿Desde hace cuánto está pasando esto?

—Siéntate, se que estas enojada pero tengo una buena excusa. —Le digo intentando sonar madura aunque tengo ganas de ponerme a llorar.

—No respondiste a mi pregunta.

—Hace un tiempo. —Afirmo cabizbaja.

—¿Cuánto? —Gruñe y se que se siente engañada. Levanto la vista para verla a los ojos.

—Hace unas semanas yo… no supe que decir.

—¿Y me mentiste? —Me pregunta con la mano sobre el corazón.

—¡No! Simplemente omití el hecho, eso no es mentir.

—¿Qué? —Grita. Me aprieto las manos y me derrumbo en la silla. —Es lo mismo, lo hiciste Ema, lo hiciste.

—¡No quería que preguntaras nada, es eso! ¡Tu vida no es lo mismo que la mía, no es tan fácil para mí hablar de esto!

Eso parece dejarla dura, estacada donde esta parada como si mis palabras la golpearan. Abre la boca y la cierra sin soltar ni un sonido, en otras circunstancias le diría cuanto parecido tiene con los peces cuando hace eso, pero este no es el momento para echarme a reír.

—Simplemente pasó Ana —agrega Cristian, casi había olvidado que estaba allí observándonos, pero agradezco su intervención cuando se coloca a mi lado.

—¡Tu cállate! Tu también me mentiste, pero tú… —dice señalándome y frunce los labios — ahora lo entiendo —dice aireada y le da un pisotón al suelo —por eso echaste a Lucas, ¿cierto?

—La verdad es que la primera vez ocurrió cuando espante a Lucas. —Añade Cristian.

—¿Y no pensaste en contarme? —Ana parece ignorarlo por completo y cada vez me siento peor.

—Te dije que se enfadaría. —Asegura Cris y lo fulmino con la mirada.

—Sabes Cris, este no es el momento. —Le doy un golpe en el brazo.

—Quiero que sepan, —agrega Ana apuntándonos de uno a uno —que aunque soy feliz por ustedes par de idiotas, me siento dolida por haberme dejado fuera.

—Lo lamento, Ana por favor —susurro.

—No, ahora estoy muy enojada con ambos y especialmente contigo. ¿Desde cuándo me ocultas cosas?

—Solo te oculte esto.

—Ahora lo entiendo. Entiendo muchas cosas, y sabes Cris —dice apuntándolo con el dedo —era hora que te pusieras los pantalones. Finalmente eres un hombre. ¡Felicitaciones cariño! Era hora que hicieras lo correcto y dejaras de husmear en la vida de Ema y te decidieras a formar parte de ella. Te felicito por fin lo has hecho, lo único que diré es ¡es mejor que no la cagues o te arrepentirás toda tu vida!

—¡Ana!

—Y tú… por eso huiste a lo de Mariel, ahora comienzo a entender por que no habías venido a mi casa, sabias que me enteraría de algún modo.

—¡No teníamos nada! —Me definido —¡No sabia que decir!

—Deberías haber dicho: sabes Ana, tenías razón con respecto a Cristian, es un idiota pero me gusta. Con eso estaría bien.

Se marchó tal como vino, como un torbellino. Dejándonos mudos aun en la cocina. Comimos en silencio mientras trataba de unir los pedazos de mi vida, e intentaba comprender cómo había cambiado en tan poco tiempo.

Habían pasado dos semanas y aun ella no respondía. La había llamado muchas veces, Cristian lo había intentado también, se había negado a atenderme en la oficina. Al parecer ninguno de los dos había suplicado lo suficiente.

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