Elizabeth

Elizabeth


LA CALMA DESPUES DE LA TEMPESTAD

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La chica abre el bolso, y saca un cheque, escribe su nombre y la cantidad. Edward esta atento a ver que cifra pone: 500.000 libras, 500.000 libras sus ojos como platos. ¡Ole! ¡Ole! Menuda forrada.

¡Tengo un filón! pensó.

Necesitas algo más. —La chica le guiño un ojo al chico.

El pasaporte por supuesto. —Le sonrió. ¿De donde habrá salido esta tía? pensaba Edward ¿Le estarían gastando una broma o qué?

Sí, lo olvidaba. Se lo entrega y el joven saca una fotocopia. —Elizabeth lo examina de arriba abajo indiscretamente. El chico se incomoda un poco, le estaba mirando el culo— ¿Cuándo tomamos esa copa juntos?—. Le dijo. No la iba a dejar escapar ahora.

Si quiere guerra, la tendrá.

No sé, cuando quieras. ¿Ahora te va bien?

No puedo salir hasta las cinco.

Estoy segura que puedes ir a ver a una clienta que te va a entregar un cheque de 500.000 libras.

Sí, supongo que sí. No firmamos muy habitualmente esas cantidades, si te soy sincero.

Lo sé. Prepara los papeles, y llámame al móvil en veinte minutos. Estaré por aquí cerca – Perfecto te doy mi móvil personal, por si cualquier cosa. —El chico apunta su teléfono personal en el reverso de una de las tarjetas.

Gracias, ves, eso me gusta. —La chica se levanta, Edward le ofrece la mano. ella lo mira como molesta y la rechaza. Dejando al chico con la mano estirada enfrente de ella. Se acerca a él, y le da un beso en la mejilla— No seas tan tímido. Me recuerdas a alguien—. Edward se pone como un tomate, incapaz de devolverle el beso. Observa a través de la ventana del despacho que nadie los haya visto.

Buff, perdona. No alcanzó a decir nada más. Se quedo de pie sin saber que decir y la chica salió de su despacho.

Llámame, te espero. No tardes. —Le dijo antes de cerrar la puerta.

Miró a través de la ventana a ver si es que era cosa de sus compañeros. Pero no. Todo parecía normal. Esa tía iba en serio. Con las prisas, no se dio cuenta que se había dejado el cheque sin firmar. Vió como la chica abandonaba la oficina. Se pusó a preparar los papeles con premura.

En otro lado de la ciudad. El agente Norfolk conducía con su compañero Joe Smith. Habían acudido a hablar con un informador en un asunto de menudeo de drogas. Era una operación importante. Trataban de desmantelar una banda que estaba introduciendo grandes cantidades de una droga que estaba causando estragos en la juventud de Londres: La Metaanfetamina. Un chico de color, de unos 25 años, extremadamente delgado y vestido con ropa deportiva iba en el asiento de atrás. Se dirigían a las inmediaciones de la estación de Earl's Court. El chico salió primero del coche, apeándose a cuatro manzanas de la estación. Le jodía hacer lo que iba a hacer, pero solo pensaba en salvar su culo.

Había sido detenido con más de medio kilo de hachís y doscientas dosis de éxtasis, así como ochenta gramos de metaanfetamina. Tenía un buen marrón encima, la policía estaba muy interesada en saber quien le suministraba la meta. Una plaga que se estaba extendiendo por Londres en los últimos meses y parecía imparable. Se la iban a dejar pasar si le ponían en bandeja su contacto, convirtiéndose de esta forma en un colaborador. Un vil soplón. Era una oferta muy buena para él, no la podía rechazar. Le podían caer tres años fácilmente y ya tenía antecedentes. No tenía otra salida, si es que quería evitar la cárcel.

Sólo tenía que acudir a hablar con su contacto, reunir pruebas, llevar el micro.... delatarlo, vamos. Solo el pensar lo que iba a hacer, le provocaba nauseas. Por un instante, pensó en meterse en la estación y darse a la fuga. Desaparecer por una temporada. ¿A dónde demonios podría ir? La policía lo atraparía tarde o temprano, y no poseía más que 576 míseras libras. Su adicción a la coca, lo estaba llevando a la ruina. Solo ganaba para mantener su vicio.

Leroy, que es así como se llamaba el chico, se apoyó en la pared cerca de la estación de Earl's Courth. Se puso su visera, esa era la señal. Echó un vistazo a ver si veía a alguien conocido. No había nadie. ¿Dónde demonios se había metido todo el mundo? Por un momento, pensó lo habían visto con los dos maderos.

Los dos agentes vestidos de paisano estaban dentro de un 24 horas, tomándose un café. Se sentaron en una de las pequeñas mesas desde donde podían ver al chico. Este seguía apoyado en la pared de la estación mirando a todos lados, nervioso. Dominique entró en el 24 Horas, sentándose, como si tal cosa, junto a la mesa de los dos policías. Les dio la espalda, quería saber que es lo que estaba pasando allí. Quizás tuviese ocasión de adelantar trabajo.

En otro lado de la ciudad, Elizabeth abrió su ordenador portátil, fue directamente al programa del gps. Lo abrió, el punto se había movido estaban en Earl's Court muy cerca de la estación. Parecía que funcionaba muy bien su nuevo juguete. ¿Viviría allí el agente Norfolk o estaba aún trabajando?

16.25 de la tarde,trabajando pensó.

Leroy seguía fuera de si, apoyado en la pared. El tiro de coca que se había metido nada más levantarse, no había sido la mejor idea para permanecer allí parado durante tanto rato. No sabía ya como ponerse.

Escucho un silbido, miró a su alrededor. No vio a nadie, pero ese silbido le era familiar. Lo había oído antes. —

¡Aquí, tu caraculo!—.

Esa voz casposa de mujer es la de Pamela pero ¿Dónde esta? No la veo. Levantó la cabeza, allí estaba. Pamela la noche, una odiosa puta entrada en carnes y pasada de años, lo saludaba desde una ventana en el edificio de enfrente.

La conocía bien, siempre estaba en la zona de la estación, se dedicaba a hacer pequeños favores a los camellos a cambio de dosis de crack y a algún cliente incautó, que no tenía demasiados reparos. Clientela de su calaña. Podía ver su boca podrida desde alií

¡Vamos, sube negrito que lo vas a pasar bien!—. Leroy la miró con despreció.

Ni lo sueñes, guarra.

Su semblante cambió a los pocos minutos, volvió a oír un silbido. En esta ocasión era Joao, su camellos, el que le interesaba a la policía. El portugués detrás de la puta, le indicaba con un gesto que subiese. Estaba sin camiseta, parecía desnudo. ¿De verdad se tiraba a la Pamela?

Eso es caer bajo, muy bajo. Nunca le había caído bien Joao, solo acudía a él por que le suministraba la meta. No era fácil de conseguir, la suya era la mejor. Tirarse a Pamela tenía tela, era repugnante. Le dio asco.

Le jodía entregar a alguien de esa manera, pero ese tío era un puto cerdo. La idea no le pareció tan mala, a fin de cuenta,s salvaría su culo y entregaría a una escoria. Entró dentro del edificio ante la atenta mirada de Norflok y Smith. Dominique seguía sentado cerca de ellos, simulando que escuchaba música en el mp3.

Quería darle una sorpresa a Elizabeth.

En otro lugar, un pub, Elizabeth estaba saboreando un Gin Tonic mientras esperaba por Edward. El teléfono empezó a vibrar:

Soy Edward. Estoy listo. ¿Dónde estas?

En el pato mareado. ¿Tomamos algo aquí?

Mejor fuera del barrio, si no te importa. Solemos tomar algo juntos al salir de trabajar, preferiría no coincidir con mis compañeros. Le he dicho al jefe que iba a tu oficina para llevarte los papeles.

Cogeré el coche, ¿Te recojo?

Estupendo. Salgo.

En tres minutos estoy ahí. Hasta ahora.

Edward con el portafolio en mano con los papeles preparados para firmar, entró en el garaje. Al rato, un esplendido Toyota deportivo color rojo, que su padre le había regalado el año pasado, salió a la plaza en dirección al cercano pub. Elizabeth entró en el deportivo.

¿Qué tal?, ¿A dónde vamos?

¿Conoces el Belgravia? Me gusta ese lugar, dice la chica.

No. ¿Dónde queda?

Pimlico.

Bien, no esta lejos entonces. —El chico acelera y desaparecen ambos entre el tráfico.

Norfolk salió apresurado del bar, entrando en la estación de Earl's Courth, mientras su compañero permanecía dentro del 24 horas pagando las consumiciones. Delante de Norfolk, con paso rápido Leroy y Joao, que se dirigieron a la linea verde del tubo, en dirección Edware Road, realizaron un cambio en Paddintong.

Leroy había visto al agente Norfolk siguiéndolos. Entró en el mismo vagón que ellos.

Al menos podríais sermás discretos, bastardos. Se sintió sucio, más incluso que Joao. No le quedaba otro remedio, tenía que hacerlo. Le asaltaban las dudas al pensar si podía confiar en la palabra de esos dos policías. Sería para siempre un soplón, un confidente, un mierda.

Se pasaron a la línea roja en Nothing Hil Gate, apeándose en Sheperd's Bush. Norfolk le envío un mensaje al agente Miles que esperaba en el coche, instrucciones. Leroy y Joao se adentraban en el degradado barrio.

Pasaron por debajo del puente del tren, varios drogadictos que venían de recoger suministros saludaron a Joao. Norflok los seguía a bastante distancia, sabía de sobra a donde se dirigían.

Se detuvieron ante la puerta de un edificio que parecía abandonado. Un cartel que deseaba Happy Christmas, del cual colgaba un papanoel, a pesar de ser el mes de abril, les daba la bienvenida. Una cámara enfocaba al rel ano. No había interfono, Leroy, miró hacia la cámara e hizó un gesto como de ¿A qué  esperas? La puerta se abrió, ambos desaparecieron de la vista de Norfolk que continuo andando dejando atrás la puerta.

A los pocos minutos, su compañero aparcó el coche en el callejón contiguo. Norfolk volvió sobre sus pasos y entró en el coche. No era nada discreto, pero tenían que estar cerca si es que querían oír la conversación.

Leroy llevaba un micro cuya grabación usarían como prueba. Norfolk vió por el espejo a un hombre que pasaba andando con un casco de moto en su mano. El hombre miró de soslayo al coche sin detenerse.

Leroy y Joao siguieron el largo pasillo enmoquetado que parecía no tener fin. Al final del mismo, una escalera. No era la primera vez que Leroy iba a ese lugar, nunca le había gustado. Todo el barrio sabia era un sitio de trapicheo, y no se andaban con miramientos. La policía, parecía que les importaba un carajo.

Llevaban operando hacia al menos dos años con total impunidad, y les iba muy bien.

Subieron al primer piso. el olor a marihuana inundaba la estancia. Tres jóvenes con pinta de estudiantes sentados a la mesa con la única iluminación de una vela. Estaban montando un buen jaleo mientras fumaban marihuana y tomaban cerveza. Iban bastante colocados para la hora que era. Latas de cerveza vacías por todas partes. Leroy y Joao se los quedaron mirando. Los tres chicos se cal aron al verlos, pensando se podían meter en un problema. El aspecto de Joao y Leroy los asustó. La clientela del local podía ser peligrosa, más peligroso era fumar en la calle.

Los dos hombres siguieron subiendo las escaleras hasta el siguiente piso. Entrando en la puerta que se encontraba abierta. Un hombre de color, de unos 45 años con aspecto desaliñado y rastas situado al otro lado del mostrador los saludo, parecía jamaicano. Sus ojos inyectados en sangre, completamente rojos.

Detrás de él, 6 televisiones donde se apreciaban las imágenes de las cámaras. Una para la entrada, varias en las escaleras, en una se veía una terraza, y otra ofrecía una panorámica de la calle principal, en la restante, sonaban a bastante volumen vídeos musicales de música reggae. Un porro gigantesco en las manos del hombre.

Joao lo saludo – Malcon. Un colega, Leroy. ——Nos hemos visto alguna vez en Brixton. ¿Verdad hermano?—.

Le dice el rastafari. —Sí, en el Jamm creo. Hace tiempo de eso—. Dijo Leroy estrechándole la mano y dándole una larga calada al porro que le ofrecían.

—Dame de lo nuevo, del bueno. —Dijo Joao . El hombre saco una pequeña caja de cartón de debajo del mostrador y le dió una de las numerosas bolsitas a Joao. Este la recogió y pasaron a una habitación vecina.

El único mobiliario de la pieza era un deshilachado y sucio sofá de tela-sobre el que había un edredón y una almohada, una mesa metálica y una vieja y ruidosa nevera. Un póster de Peter Tosh, decoraba una de las paredes. Joao abrió la nevera, sacando un par de botellas de cerveza, y vació el contenido de la bolsa.

Esto es la bomba. Pura tío, te da un subidón que la vas a flipar —Empezó a machacar la metaanfetamina con maestría, haciendo dos enormes rayas.

Si es tan buena como dices, no me hará falta tanta. —Dijo Leroy, que ya se sentía muy cargado para lo que estaba haciendo. Se hizó un rulo con un bil ete de 20 libras. Aspiró con fuerza y se metió la tercera parte de la raya que le había preparado.

Joao se rió enseñándole los pocos dientes que le quedaban – ¡Como quieras! De toda maneras estas las pagas tú

—. Sin darle tiempo a que Leroy dijese nada, se metió su raya y lo que le había quedado a Leroy —Joder tío, es la bomba. ¡Ostia!.

¡Sí, esto es bueno tío!. Mola. —Contesta Leroy sorprendido por el cañonazo recibido en su cabeza, justo lo que su clientela necesitaba.

Te lo dije, te va a gustar.

¿Cuánto me va a salir?

Por 10.000 libras te doy 150 gramos.

Eso es muy caro tío.

66 el gramo.

Pero si lo vendo a sesenta ahora. ¿ Estas flipando o qué?

Lo vendemos a cien libras aquí colega. El que la quiera, que la pague. Te lo sacaran de las manos, el que la prueba ya no quiere otra cosa. Si no te mola así, pues la cortas tu mismo.

Joder, tengo paralizada toda la cara. —Bebió un trago de la cerveza, mientras se tocaba nervioso una y otra vez la cara, la tenía totalmente insensible.

Te lo dije. ¿Te lo encargo o no? La puedes tener para este fin de semana si quieres.

¿Cuánto me puedes traer?

¿Qué pasa no te valen 150 gramos?

Un amigo me ha encargado para llevar a Newcastle si encontraba algo bueno. Tiene pasta gansa.

¿Qué me das por 30.000 libras? ¡Oye que pasa!, ¿Esto de la cara no se va o qué?.

Joao se escojona de risa. —¿Ya quieres que se te vaya? Te va a durar un buen rato. Por 30.000 libras: Tres veces 150 gramos. ¿No se te dan las mates?

Se me dan y bien, quiero medio kilo y sin tocar. Esos 50 gramos serán mi comisión. La misma que esta aquí, no me líes. ¿Podrás?

Joao le da la mano – ¡Joder como se lo monta el negrito!. ¿Qué pasa? ¿Es qué te quieres hacer de oro a mi costa? Esta noche te llamaré. ¡Junta la pasta colega!

Dame una prueba, quiero llevarle un gramo.

Ok 100 libras amigo y la raya corre por mi cuenta.

Leroy coge la cartera y saca dos billetes de 50 libras. Entregándoselos a Joao que se los arrebata literalmente de la mano. Salen de la habitación y vuelven al mostrador.

En esos momentos, Dominique se situaba en la puerta con el Happy Christmas. Miró hacia la cámara. El rastafari lo ve desde el mostrador abriéndole la puerta. Dominique avanzaba por el pasillo en dirección a las escaleras, paso a la altura de los tres estudiantes . Uno de ellos le indicó con el dedo que era arriba, Dominique sin mediar una palabra con ellos, subió al siguiente piso.

Pudo oír la música y a los tres hombres hablando. Leroy y Joao lo vieron llegar con su semblante decrepito.

No le prestaron gran atención, otro yonqui. El rasta le dijo – Tu eres nuevo ¿Qué quieres?.

Una cerveza. —Los tres se troncharon de la risa—. Esto no es un puto bar tío. ¿Qué quieres?—. Le repitió el rastafari mirándolo desafiante hinchando el pecho.

Una cerveza. —Repitió, si cabe, de una manera todavía más lenta. Señalando con el dedo la botella de cerveza que llevaba en la mano Leroy.

Venga tío ábrete de aquí. ¿Quieres bronca o qué?. —Le dijo Joao. El rasta metió la mano debajo del mostrador. Dominique fue más rápido y sacó su pistola con silenciador, de un lateral de su chaqueta, y le metió un tiro en toda la frente. El Rasta cayó hacia delante quedando su cuerpo suspendido en el mostrador. Las cámaras se llenaron de sangre.

Una cerveza. —Repitió Dominique y le sacó de las manos la suya a Joao. Mientras le apuntaba a la frente. Sus ojos completamente abiertos, parecía que se le salían de las cuencas.

¡Joder! ¡Ostia cabrón!. Lo has matado. —Dijo Joao tartamudeando.

Sacaros la camisa, los dos. Venga de rodillas, mirando a la pared, a ver que tenemos aquí. —Dijo Dominique que de un empujón estrelló a Leroy contra la pared.

Los dos chicos se sacan la camisa ipso facto. El micro pegado al torso de Leroy era más que evidente.

¿Qué coño es eso?. —Le dice Joao mirando al micro sorprendido— Un puto soplón. Lo que me imaginaba—. Dijo Dominique.

¡Jo puta!. —Grita Joao. Leroy estaba temblando de miedo. Ese tío no era policía. ¿Quién coño era?.

Hoy toca limpieza. —Dijo Dominique mientras le arranca el micro de un tirón a Leroy y lo aplasta con el pie. Los dos policías escuchaban todo desde el coche. El ruido del micro aplastado chirría a un volumen ensordecedor dentro del coche, fue lo último que oyeron. Salieron del coche a toda prisa, no sin antes, llamar a la comisaria y solicitar refuerzos.

Un primer disparo atraviesa la frente de Leroy que cae al suelo sin vida-Yo no soy soplón tío. ¡Soy de los buenos!. —Dice Joao que se había meado por los pantalones al ver caer a Leroy muerto a su lado.

Yo de los malos. —Un nuevo disparó. El cuerpo de Joao en el piso, sin vida.

Dominique revisa las cámaras a la vez que se metía todo el dinero que podía de la caja y parte del contenido de las cajas. Lo que parecía ser cocaína, speed, la meta. Los dos policías estaban ya en la puerta tratando de abrirla a empujones. Les facilitó la entrada pulsando el botón.

El tiempo corría en su contra, en menos que canta un gal o, aquello estaría plagado de policías. Los dos policías, al ver que su delator corría peligro decidieron actuar sin esperar por los refuerzos. La situación pintaba muy mal para Leroy. Sin saber, que ya era demasiado tarde para el chico.

Subieron las escaleras a toda prisa, con las pistolas en la mano. Los tres estudiantes de pie asustados. Algo estaba pasando que e iba a peor. Arriba les indicaron, salieron despavoridos escaleras abajo una vez los dos policías subieron al piso superior.

Los policías llegaron a la puerta que daba acceso a la habitación del mostrador. Estaba cerrada en esa ocasión. Norfolk gira la manilla y abré la puerta de golpe. Su compañero con la pistola en la mano en posición de disparo cubriéndole. Vieron los tres cadáveres en el suelo desde el exterior. Lo que no vieron, fue a Dominique, que estaba justo detrás de ellos escondido tras una columna. Un nuevo disparo sordo por la espalda. Norfolk vió como su compañero se desfallecía a su lado. Ahora eran cuatro los cadáveres. Se iba a dar la vuelta, sabiéndose vendido, cuando una voz con marcado acento francés le dijo: —Tira la pistola o eres el siguiente. Ahora—. ¿Quién cojones era ese tío? Se preguntaba Norfolk, se acababa de cargar a cuatro personas en los últimos cinco minutos, como si nada.

Un sicario. Su experiencia como policía no le valía para nada, estaba aterrorizado.

Norfolk deposita su pistola en el suelo dándole, la espalda a Dominique. Sabiendo que sino era hombre muerto —¡Venga entra en la habitación!, ¡De rodillas contra la pared al lado del negro!. A la mínima te vació el cargador—. Le mete un empujón y el policía golpea su cara contra la descorchada pared. El francés recoge su pistola, y bebe de un trago la cerveza que había dejado en el mostrador. Dominique inspecciona de nuevo las pantallas. La salida trasera, el patio. Mira por la única ventana de la habitación. Ve unas escaleras que dan acceso al patio desde una de las habitaciones del piso de abajo.

El policía estaba temblando, esperando en cualquier momento un tiro de gracia.

¿Por qué has ido a Howard Road 17 en Oxford?. —El policía estaba tan nervioso que no sabia a lo que se refería el francés.

¿Oxford?

¡Howard Road 17 Oxford!. —Repite Dominique

Habla ahora o estas muerto como el resto.

Sí. Recuerdo estuve en Oxford, por el secuestro de Gerard Brown. No fue por drogas.

¿Qué es lo que os l evo allí? Suéltalo de una vez, no tengo todo el día – El policía se dio cuenta de que aquello no tenía nada que ver con drogas. ¿Qué tendría que ver ese hombre con Gerard Brown?

Una pista, fue una pista lo que nos l evo allí. Una madera que se encontró en el bosque donde dejaron el coche de Gerard Brown.

Explícate o te disparó ahora mismo.

Era mejor seguir hablando, sus compañeros estaban en camino —Ponía Gerard Brow 17 Ho. Una dirección inacabada. Registramos más de 50.000 viviendas que coincidían con las reseñas. Gerard Brown supuestamente lo escribió, la dirección donde lo retenían.

Sólo eso, ¿Algo más?.

No te lo juro. El Johnny esta muerto.

¡No esta muerto!. Ni lo va a estar. —Un disparo atravesó la cabeza de Norfolk que cayó desplomado en medio de un charco de sangre.

Dominique bajo al piso inferior, entrando en la habitación donde habían estado los estudiantes. En lugar de ellos, vio solo una gran nube de humo. La puerta que daba acceso a la terraza estaba cerrada con candado.

Uso su última bala para abrirla de un disparo. Saliendo al exterior, se puso el casco y saltó el muro que lo separaba del callejón. ¡El coche, tenía que recuperar el GPS como fuese!. Se acercó al coche y lo recogió apresurado, dándose la vuelta y saliendo por el otro lado del callejón. Pudo oír las sirenas de la policía que venían en esa dirección desde la calle principal, de hecho, tres compañeros acababan de acceder al interior del edificio.

A los cinco minutos, la zona estaba infestada de policías. Dominique andaba a paso ligero en dirección a su moto que había aparcado en las proximidades del edificio en una calle perpendicular a la principal. Cada vez se oían mas sirenas. Tenía que salir de allí enseguida, torció de nuevo y cruzó la calle principal a dos manzanas de distancia del lugar. Pudo ver varios coches de policías aparcados. Se oían mas sirenas a lo lejos, venían en esa dirección. Cruzó la calle y se montó en su moto, saliendo a bastante velocidad en línea recta, alejándose de la zona.

GERARD ESTALLA

Elizabeth y Dominique emprendían camino hacia Londres en el Rolls Royce. Se dirigían hacia Victoria Station donde el francés, cogería un bus que lo llevaría a Francia. Se iba a pasar unos días de reflexión, tal como le había ordenado Elizabeth.

El hecho de que hubiese actuado por su cuenta en el caso de Norfolk, había enfadado sobremanera a su ama. Las intenciones de Dominique habían sido todo lo contrario, darle una buena sorpresa y facilitarle la labor. Quería captar la atención de su ama, que lo felicitase por ello. No lo consiguió, ni por asomo. Más bien, metió la pata hasta el fondo. Elizabeth tenía un plan muy diferente para Norfolk, Dominique se lo había frustrado además de ponerlo todo en peligro. Eso merecía un castigo ejemplar. No comprendía como el francés se había atrevido a actuar por su cuenta, bastante tenía con los últimos acontecimientos. Por lo de ahora, no lo quería ver delante por mucho que le jurase que no había dejado ninguna pista que lo pudiese identificar.

Dominique conducía con semblante más que serio el Rolls Royce. Elizabeth se había sentado en el asiento de atrás. El equipaje del francés en el maletero, su ama le había dado dinero más que suficiente para pasar varias semanas. Esperaba que lo llamase para regresar mucho antes. La dependencia que tenía de ella era desmesurada. Desde que la conoció nunca se había separado de ella más que dos o tres días y en contadas ocasiones.

Dominique aparcó el coche en las inmediaciones de la estación de Victoría, sacó su maleta. Elizabeth que se había cambiado al asiento delantero, arrancó el coche sin más, sin siquiera despedirse. El desprecio que mostraba Elizabeth hacia el francés se había convertido en total ignorancia desde los asesinatos de Earl's Courth. El hombre quedó de pie parado viendo como el coche se alejaba y desaparecía de su vista. Los últimos días apenas había podido conciliar el sueño. La nueva relación amor odio de Brigitte, Elizabeth y Gerard, lo tenían preocupado. Sabia que Elizabeth estaba tramando algo, pero no lo compartía con él.

Dominique en lugar de entrar en la estación paró a un taxi y se alejó de la zona. Elizabeth se dirigía al cementerio de Abeny Park en Hackney al norte de Londres. Entró con paso decidido, le encantaba ese lugar y no iba a perder la oportunidad de visitarlo de nuevo. Ese camposanto le inspiraba y eso era justo lo que necesitaba. La vida y la muerte se mezclaban en el entorno con armonía. Las erosionadas lápidas se cubrían de verdín y hojaresca. La naturaleza crecía salvaje alrededor de las tumbas invadiéndolas. El lugar databa de principios del siglo XVIII, el tiempo parecía que se había detenido desde entonces.

La trasladaba a otra época. Se detuvo frente a la estatua de un mujer de aspecto fantasmagórico a la que le faltaba parte de un brazo, parecía brotar directamente del suelo. Se arrodilló frente a la estatua. Separó la hojaresca dejando al descubierto parte de la antigua lápida. Dejó una rosa negra sobre la lápida, cerró los ojos unos instantes y la cubrió de nuevo con la vegetación. Anduvó durante un buen rato a través de los tortuosos caminos cubiertos de vegetación y flores en dirección a la antigua capilla que a pesar de su abandono se erguía desafiante como un espectro entre la maleza. La contemplo extasiada por la decadente belleza del desolado templo.

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