Elizabeth

Elizabeth


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A un gesto de la chica, el mayordomo le desató las piernas para que pudiese reincorporarse. La pequeña cama estaba echa un desastre, olía a vómitos y orines. Le ayudó a sentarse sobre el colchón. El político los observaba completamente mareado, perdido, parecía que el mundo estuviese girando a su alrededor.

Estuvo un rato sentado en el camastro, Dominique tenía que sostenerlo pues perdía el equilibrio.

Habrá que ducharlo. Encárgate.

Dominique ayudó a levantar al hombre que seguía con las manos atadas a su espalda. Tenía marcas causadas por las cuerdas en los tobillos. Se había hecho heridas tratando de librarse de las ataduras. Le escocían terriblemente, pero eso no era lo que más le importaba en esos momentos. Gerard trataba de hacerse una idea de lo que estaba pasando y de donde estaba.

El hombre por fin se puso en pie. Se apoyaba en la pared para mantenerse erguido. Dominique y Brigitte le esperaban impacientes en la puerta. El primero le hizo un gesto, indicándole que saliese de la habitación.

Gerard trató de avanzar torpemente cayéndose al suelo y golpeándose el costado contra la estructura de la cama.

Demasiada dosis. No le pongas más hoy. A ver si se recupera. Cuando lo haga, hablare con él. Le haré entrar en razón —Dijo la chica.

Dominique recoge al parlamentario y lo levanta por la espalda. Gerard coopera, a pesar de ellos, no consigue mantenerse en pie. Le fallaban las fuerzas. Lo dejan tumbado en la cama. Al rato, llega Brigitte con una sil a de ruedas donde ambos le ayudan a sentarse. Lo dirigen hacia una amplía estancia colindante. Al fondo de la cual, hay instalado una especie de baño industrial que disponía de una ducha en uno de los laterales, sin ninguna mampara ni nada semejante, unicamente un sumidero en el suelo. El lugar emanaba un insoportable olor a humedad. La suciedad era notoria. No parecía se hubiese utilizado en mucho tiempo. A Gerard todo le parecía irreal, como un mal sueño.

Brigitte abrió la ducha. El agua comenzó a correr abundantemente; reguló la temperatura, mientras el francés le desato el pijama y se lo quitó. Quedando el hombre completamente desnudo sentado en la sil a de ruedas. Lo dirigieron hacia la ducha. Pudo sentir como el agua recorría todo su cuerpo y se perdía por el desagüe. Gerard comenzó a reírse delirantemente, en un espasmo nervioso, como si de repente hubiese perdido la cordura. Estaba fuera de sí, su cara desencajada. Brigitte movía la cabeza un lado a otro como diciendo no.

La chica cogió una pastilla de jabón de uno de los estantes y una esponja. Cortó el chorro de agua y comenzó a limpiar al político por la espalda poco a poco, en actitud cariñosa.

—Portesé bien Sr. Gerard. No me gustaría hacerle daño, mire todos los moratones que se ha hecho.

Sea bueno, las cosas irán mucho mejor para usted. No me gusta verlo así. Esta hecho un desastre.

El hombre se sintió ligeramente mejor con el agua. Notaba un dolor agudo en la frente y pudo verse las heridas producidas por las cuerdas en los tobillos y las muñecas, los múltiples moratones. Se examinaba a si mismo, como valorando los daños. Dominique lo ayudó a ponerse en pie y la chica le limpió todo su cuerpo con la esponja. Lo dejaron un buen rato debajo del agua sentado en la silla. El político los miraba con preocupación, empezaba a tener claro que es lo que estaba pasando. Por momentos le faltaba el aire.

—¿Porqué me hacéis esto? ¿ Qué queréis de mi?

—. Dijo mirando con reproche a Brigitte.

—No se preocupe por ello ahora. Céntrese en recuperarse. Tendremos mucho tiempo para hablar.

La chica abandona la habitación. Dejándolo a solas con el hosco mayordomo que lo seca y le pone un nuevo pijama de color verde. Lo lleva a otra habitación donde había una mesa en el centro. Brigitte estaba sentada en uno de los extremos de la mesa. Gerard quedo sentado en su sil a de ruedas, cara a cara con ella. Se oyó el ronroneo de un motor. En un extremo de la habitación Dominique abrió la puerta de una especie de elevador que comunicaba con la cocina y recogió un plato de sopa caliente que le sirvió, además de un vaso de agua.

Gerard miraba la sopa con enorme desconfianza, pensando si habría más drogas en ella.

Coma Gerard. No ha comido nada desde la noche del sábado.

¿Qué día es hoy?. —Preguntó el hombre que había perdido completamente la noción del tiempo.

Es lunes. Coma no se preocupe. No hay nada en la sopa. No la mire de esa manera. Yo se la he preparado. Le sentara bien, no quiero hacerle daño. Sonreía irónicamente.

Gerard comenzó a comer la sopa de verduras, poco a poco. Tenía un nudo en el estomago pero estaba hambriento. Necesitaba recuperar fuerzas, poder pensar con claridad. Comió en silencio la sopa que el mayordomo le ponía en su boca con la cuchara, como si fuese un niño. Reconfortó su maltrecho estomago.

Cuando por fin acabo, le sirvieron un café instantáneo que aceptó de buen grado. Se había quedado muy

sorprendido de que fuese lunes. La comida con sus hijos...... No recordaba absolutamente nada de lo que

había pasado el domingo. Intuía no había sido nada agradable por el dolor que sentía en todo su cuerpo.

—¿Qué paso ayer domingo? No recuerdo nada. ¿Qué me habéis hecho?.

—Estuvo usted muy indómito. Tuvimos que reducirlo en varias ocasiones. Tiene que cooperar

Gerard, las cosas no pueden seguir así. —La chica había encendido un pitillo y le echaba el humo mientras le hablaba. De nuevo sus provocaciones, aunque ahora estaba atado en una sil a de ruedas, las cosas habían cambiado mucho desde la última vez.

Gerard se quedo en silencio. Esa loca se había apropiado de su vida

¿Qué es lo que quería realmente de el? .

Sin duda lo estarían buscando, pensó en sus hijos preocupados, en sus amigos, sus compañeros de trabajo.

—¿Qué quieres de mi?. —Necesitaba respuestas.

—No recuerdas nada veo. Te quiero a ti Gerard, eres mio. No lo olvides nunca. Eres mio.

Gerard la miro desafiante. El no era de nadie, mucho menos de esa psicópata y su secuaz. No sabía de lo que eran capaces. Pero él no era un cualquiera.

A un gesto de la chica. Lo llevaron a una celda diferente a donde había estado anteriormente. Le aflojaron las cuerdas de las manos y lo metieron dentro. Oyendo el sordo ruido de la puerta metálica cerrándose a sus espaldas. Quedando el hombre solo en su interior.

La habitación estaba acolchada, iluminada por el fluorescente del techo que relampagueaba sin cesar.

Disponía de una cama más confortable, con sábanas nuevas y una colcha azul. Estaba limpio y olía a lejía.

Una botella de agua y galletas, junto con un libro en la pequeña mesilla, eso era todo de lo que disponía. La puerta era de seguridad de hierro, parecía infranqueable. No había una sola ventana. Le recordó a la habitación de un manicomio. Pudo ver unas esposas colgadas en la pared.

Una ventanuco se abrió en la puerta, pudo oír la voz de Brigitte, le decía:

—A partir de ahora descansaras en esta habitación, vendré a visitarte cada noche. Te poseeré, eres mío para siempre. Poco a poco te acostumbrarás. Colabora y no tendremos que drogarte. No te sientan bien las drogas Gerard. Déjate hacer, te acabara gustando. Descansa. Esta noche te dejare tranquilo, pero mañana, mañana vendré a verte.

Gerard se quedo petrificado. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Sabia a que se refería, ahora podía recordarlo con más claridad. La humillación, el dolor. La odió como jamás había odiado antes. Se dió cuenta de su condicion. No podía haber un buen final: o su muerte, o la detención de los dos psicópatas. Gerard se sentó en la cama mirando fijamente al suelo, desesperado hundido. En su cabeza le retumbaba la frase de Brigitte.

Vendré a visitarte cada noche.

No pudo evitar llorar, sintiéndose completamente desamparado. Esa mujer lo estaba humillando de una manera inconcebible para él. La situación lo sobrepaso, su cuerpo se derrumbó sobre la cama perdiendo el conocimiento.

UNA SEMANA DESPUES

La sintonía del noticiario de la BBC sonaba a un volumen ensordecedor en el televisor. La noticia del día, volvía a ser la desaparición del parlamentario Gerard Brown. Una foto del político a pantalla completa solicitaba a los espectadores cualquier tipo de información que pudiese ayudar a facilitar su paradero. Un número de teléfono de contacto se habilitaba en la parte inferior de la pantalla. Se ofrecía una recompensa de 20.000 Libras por información relevante. Por lo que decían, no había ninguna pista y se desconocía el motivo de su desaparición. Nadie había reclamado su secuestro. Ni tampoco, había indicios de una evanescencia voluntaria.

La cámara enfocaba al inspector Peter Moles encargado del caso. Una periodista le preguntaba por las novedades en la investigación. El inspector pasa veloz, eludiendo hacer cualquier tipo de declaración.

¿Dónde esta el parlamentario Gerard Brown? Dice un gran titular. La periodista toma la palabra .

Aquí la BBC desde la comisaría de South Kensignton. El parlamentario Gerard Brown lleva desaparecido desde hace casi dos semanas. Se sospecha ha sido secuestrado, aunque no se ha recibido ninguna solicitud de rescate. Su paradero es un auténtico misterio. No hay sospechosos. La policía es hermética y se niega a hacer cualquier tipo de declaración. No tienen ninguna pista.

Seguiremos informando de cualquier novedad que ocurra en torno a la extraña desaparición del Sr.Brown.

Gerard veía el informativo atento. Su caso era de dominio público. Habían salido imágenes de sus dos hijos saliendo de la comisaría prácticamente corriendo evitando las cámaras. Menudo infierno deben de estar pasando pensaba el hombre. Aunque no era comparable al suyo.

En el otro lado de la mesa, Brigitte o Elizabeth que es así como se hacía llamar, veía ensimismada las noticias. Su cara reflejaba satisfacción, la repercusión que estaba tomando el caso le llenaba su ego. Era la primera vez que salía en la televisión. Bueno, ella no salía, pero si lo que había hecho. Su víctima, su último juguete, Gerard Brown. No era la primera ocasión que hacía algo semejante. Hubo otros, aunque nunca antes la repercusión alcanzó tal magnitud. Se sentía orgullosa y le hacía gracia el hecho de que no tuviesen ninguna pista. Tenía la situación controlada, como era de prever. No había manera alguna de que la atrapasen. Eso la divertía. Le daba alas a su imaginación.

El hombre, veía renacer las esperanzas al ver las noticias. Atado a la sil a de ruedas, pensaba en como la policía podría dar con su paradero. Detener o mucho mejor, matar a la psicópata que lo retenía, así como a su secuaz que era un autentico desalmado sin ningún tipo de escrúpulos. Confiaba en el cuerpo policial, no iban a parar hasta encontrarlo, de eso estaba seguro. Cavilaba si dispondrían de alguna pista que los llevase a la mansión. Tendría que haber dejado la tarjeta de la chica en casa. Eso hubiese sido definitivo. Fue un inconsciente al no informar a nadie a donde se dirigía. Recordaba como Brigitte le pidió si podía devolverle la tarjeta. Obviamente, lo había hecho para comprobar que no la hubiese dejado en casa.

—¿Qué te parece Gerard? Te están buscando, que suerte tienes. —Se ríe y le lanza una mirada desafiante, estoica— ¿Te gustaría que te rescatasen y me detuviesen? —Seguro que sí.

—Algún día lo harán. —Murmura el político en voz baja.

—No, no tienen ninguna pista. ¿No has oído? ¿Quieres que les de una?.

—Estoy seguro no lo harás.¡No te atreverás!. —Le dice Gerard aguantándole la mirada.

—Tienes mucha gracia Gerard. ¡No me desafíes!. —Se levanta y le da un tortazo con la mano abierta.

La mano de Elizabeth marcada en la cara de Gerard. El hombre traga saliva humillado.

El político sentado y atado en su silla, nada pudo hacer por evitar el sonoro impacto. La chica lo agarra del pelo y le levanta la cabeza. Se estaba mostrando más rebelde de lo que a ella le hubiese gustado, eso la irritaba sobremanera.

—Les puedo dar una pista que te gustara mucho. Les enviare un vídeo de los nuestros, les va a encantar. ¿Quieres que lo haga Gerard? Dime ¿Lo hago? ¿Se lo envío? Haré un montaje de nuestros mejores momentos. Dime te gustaría ¿Sí o no?. ¡Responde ya!

—Sí, hazlo. —Contesta raudo

Hazlo

—. Dice lo contrario de lo que desea, imaginarse a alguien viendo como lo violaban era algo que no le entraba en la cabeza. ¿Qué pensarían sus hijos, sus amigos, sus

compañeros?.

—Lo haré Gerard. Lo haré y lo disfrutare. Algún día sabrán que es lo que te ha pasado. En que te he convertido, no eres nada, nada más que mi juguete y será mejor que me diviertas. Será cuando yo quiera que lo sepan. Vas a tener que esperar una eternidad. Se te va a hacer largo. Tengo la impresión de que pasarás mucho tiempo aquí conmigo ¿No te parece?.

La chica se pone a espaldas del parlamentario comenzando a estirarle las orejas. Nada puede hacer, como tantas otras veces. Sus sádicos juegos le minaban la moral. Disfrutaba viéndolo sufrir, suplicándole que parase. Ella siempre quería más y más. Nunca se daba por satisfecha. Era su muñeco y no podía hacer nada por remediarlo.

Le da la comida que le tenían preparada. Hoy tocaba roast beef. Se la va poniendo en la boca ella misma con el tenedor. El parlamentario indolente mastica la comida con desgana. Tiene las manos atadas a la espaldas de la silla. La cuerda le aprieta las muñecas, provocándole heridas, pero su captora no esta dispuesta a correr riesgos. Se las sigue poniendo muy apretadas, demasiado.

Hasta el momento, no ha tenido nunca la oportunidad de enfrentarse a ellos. Entre las drogas que le suministraban y que lo mantenían prácticamente inmóvil, no había podido. No sabia como reaccionarían, tenía miedo que lo matasen.

Ella es conocedora que aún le queda mucho para someterlo pero espera, algún día, en el futuro tenerlo totalmente bajo su control. No le será fácil, pero lo conseguirá. Le llevara su tiempo aunque será suyo; o eso, o su muerte. Solo dos opciones.

En la televisión comienzan a dar las noticias deportivas. El Chelsea ha fichado a un nuevo futbolista español por el que ha pagado un montón de millones de libras. Se prevé, su debut para el próximo partido. Se encuentra entrenando con sus compañeros desde hace mas de una semana. Una nueva estrella para el equipo. La televisión muestra unos vídeos con algunos de sus goles y jugadas más destacadas. Una periodista entrevista al jugador —He venido a ganar títulos y aportar goles—. Dice el osado chico.

—Míralo. Es atractivo. Me gusta. ¿Qué te parece Gerard? ¿Te gustaría tener un compañero? ¡Me voy a hacer famosa!. —Brigitte observaba las imágenes del jugador. Si, él era justo lo que necesitaba.

Un compañero, era la primera vez que lo decía. El hombre había pensado en esa posibilidad. Estaba casi seguro de que él no había sido el primero. Las instalaciones del sótano así lo indicaban, sin embargo, intuía de que allí no había nadie más que él. No obstante, había al menos dos celdas más. Lo que más le inquietaba era que si él no era el primero, ¿Donde estaban los anteriores? ¿ Los habría matado?

¿Dominique había sido uno de ellos y había acabado finalmente sometido? ¿Como pudo haber conseguido eso? ¿Sería Dominique un esclavo vocacional o fue sometido?.

Por lo visto, ella quería someterlo. Seguir su juego podría ser una opción para escapar. Tendría que hacerlo bien, esperar su oportunidad ¿Cuánto tiempo le llevaría ganarse su confianza? Resistirse no era una opción.

Cada vez que lo hacía acababa completamente drogado perdiendo el control de su mente y cuerpo. La resistencia no le había servido para nada, al contrario la cosa empeoraba. Tenía que preparar un plan, colaborar, observar, esperar su momento. Se jugaba la vida, eso lo tenía claro.

Elizabeth se encontraba sentada abstraída con la televisión. Parecía perder por momentos interés en Gerard que la miraba angustiado. ¿Qué estaría pasando por su cabeza? Se preguntaba.

Elizabeth se hacia cada vez más y más fuerte en la cabeza de Brigitte. Sus juegos malévolos la hacían tomar el control. Cada vez era más y más el a, anulando a la frágil Brigitte. Ahora ella era quien mandaba, era más fuerte y no mostraba ninguna compasión con nadie. Brigitte era débil, inocente, quería eliminarla de su cabeza de una vez por todas. Eliminar esa molesta dicotomía para siempre. Ser una sola por fin.

Estaba dispuesta a todo. No podía parar, reclamaba, necesitaba nuevos retos. Iba a ser famosa, sí famosa y nadie iba a saber lo que estaba pasando. Esto era solo el principio, lo iba a hacer a lo grande. No sería sencillo, pero se le acababa de ocurrir una gran idea. Ese chico estaba pero que muy bien, era realmente tentador, nada de mediocridades, el insulso Gerard la aburría cada vez más. Lo quería para ella. Gerard iba a ver de lo que era capaz. Iba a ganarse su respeto, de una vez por todas.

EL FUTBOLISTA

Miguel Parera salia del entrenamiento en su impecable Aston Martin Vanquish, su última adquisición, regalo del magnate dueño de su club. Se sentía afortunado, las cosas habían cambiado mucho en los últimos 4 años. De ser una promesa como tantos otros, a ser un jugador consagrado, con un salario que jamas pensó llegaría a cobrar nunca. Lo veía desorbitado. No sabia que hacer con tanto dinero, que empezaba a gastar a raudales como poseído por un impulso derrochador que parecía no tener fin.

Se dirigió a su vivienda en las afueras de Londres. Habitaba una hermosa casa en una zona exclusiva. Tenía por vecinos: estrellas de cine, magnates árabes, cantantes, actores etc... Se había situado por méritos propios entre la clase alta de la sociedad. No obstante, en realidad no conocía a ninguno de ellos, y tenía la impresión eso no cambiaría con el paso del tiempo. Apenas se había cruzado con alguno de sus ilustres vecinos, a no ser durante los trayectos en coche, para verlos desaparecer posteriormente tras los portalones de sus mansiones.

El trayecto, una vez escapado del bullicio de la ciudad era bastante agradable. La sinuosa carretera, permitía aprovechar a fondo las prestaciones del Aston en varios de los tramos. El futbolista pilotaba veloz por el húmedo asfalto bajo la incesante lluvia. El coche se agarraba a la carretera como si fuese una oruga que se deslizase a toda velocidad.

¿Qué era eso? Algo había l amado su atención. Una chica estaba a un lado de la carretera, completamente empapada, desafiando la lluvia. Su coche en el arcén, aparentemente averiado. Desacelero, aproximándose lentamente al lugar. La chica se giró al percatarse de la presencia del coche que se acercaba. Pudiendo el futbolista admirar su inusitada belleza bajo el aguacero. ¡Desde luego merecía la pena pararse!. Con un poco de suerte sería una vecina, le dio alas a su imaginación.

¿Necesita ayuda señorita?—. Dijo en un inglés con marcado acento español, que la chica casi no pudo ni comprender.

La verdad es que sí. Este coche siempre me la esta jugando. Tendré que deshacerme de el. La grúa esta en camino, pero tengo mucha prisa. ¿Le importaría llevarme a casa?. —El futbolista pensó que sería de los alrededores.

Sí, por supuesto la llevare ¿Dónde vive?.

Estoy cerca de Oxford ¿Me haría el favor?. —La chica esbozó la mejor de sus sonrisas.

Miguel no tenía ni idea de en que dirección estaba Oxford, ni siquiera sabia, si estaba cerca o lejos. Lo único que advertía, es que la chica estaba como un tren, y que pretendía que la llevase a casa. O al menos, eso creía haber entendido. Iba super elegante, con un vestido morado de fiesta, y un excesivo sombrero a juego.

En su garganta, un collar de enormes y relucientes perlas. Por lo visto, no tenia frío. Le llamaba la atención, esa peculiar característica inglesa de vestir ropa que el solo se pondría en verano, en pleno invierno.

¿Dedónde vendría así vestida con este tiempo? .

No tenía nada que hacer en el resto del día, y su novia de siempre aún se encontraba en España preparando su traslado. Hasta la semana próxima, no se instalaría en su casa. Parecía una buena oportunidad de probar su suerte.

¿Por qué no? Pensó. Era una magnífica oportunidad de relacionarse un poco. Desde que llego a la ciudad, sacando los compañeros de equipo y gente del mundo del fútbol, no había conocido a nadie más.

Eso le desesperaba, y aburría sobremanera. Vivía del fútbol, pero echaba de menos a sus amigos de siempre, y abstrarse de ello por un rato le sentaría de maravil a.

Suba. Tengo una toalla en el maletero.

Miguel se bajo y abrió el maletero, entregándole la toalla a la hermosa joven. Se secó de inmediato. El agua marcaba el contorno de sus senos, en el vestido, resaltándolos. No pudo evitar echar una mirada solapada.

La chica, cerró con l ave su coche. Un flamante rolls royce, y se sentó en el asiento del copiloto del Aston

Martin, al lado del chico que la esperaba ansioso.

—Gracias por llevarme, espero no haberle estropeado el día.

—Ni mucho menos, así aprovecho y doy un paseo con esta maravilla. No he estado nunca en Oxford, tengo entendido merece la pena. Veo tiene un Rolls Royce. Mucho más clásico claro, mucha clase. Le falta el chófer, un coche así lo necesita.

—Lo tengo de día libre hoy, Oxford te encantara, lastima de la lluvia. —Dice la chica.

Miguel arranca el coche y emprenden camino. Al tomar la primera curva, dejan atrás a un Audi A6 que estaba aparcado a un lado de la carretera. El hombre que estaba al volante, era Dominique. Dejó que el Aston Martin se perdiese de vista, y emprendió la marcha. Los seguía a una distancia razonable. No era necesario llamar la atención, sabia de sobra a donde se dirigían. El plan parecía iba a funcionar.

Lo único que tenía que hacer era meterse por los atajos y llegar antes que ellos. Sencillo. Al menos les sacaría veinte minutos de ventaja. Los deseos de su ama, eran ordenes para él. Nunca los cuestionaba, aunque en los últimos días su ama parecía haber perdido la cabeza. el obedecía sin rechistar, tenía claro su papel, estaba entregado a ella. Estaba dispuesto a jugarse su vida si hiciese falta, ella lo era todo para él. De hecho, se la había entregado desde hacía seis años, desde que la conoció supo que sería suyo.

Llego tal como estaba previsto a la mansión de Oxford bastante antes que ellos. Se limitó a esperarlos en el garaje y recoger el bote de cloroformo de la despensa. A los pocos minutos, el portalón de la mansión se abrió y el flamante Aston Martín entró en el terreno de la casa.

El futbolista, en su interior, estaba impresionado por la mansión de su acompañante, fantaseaba sobre las posibilidades que le ofrecía su nueva amiga. El tenía una casa estupenda, pero no era comparable a lo que estaba viendo. Se preguntaba, si podría pagarse una mansión similar a la de la chica con su salario. Su casa le había salido por algo más que un ojo de la cara, y no era ni semejante a lo que estaba viendo.

La chica, se había mostrado encantadora en el trayecto, era muy divertida e interesante. Por supuesto que aceptaría su ofrecimiento para quedarse a cenar. ¡Era tan atractiva!. Jamás había conocido una mujer como ella: culta, elegante, guapa y sensual. A su lado, su novia perdía todo el interés. Era su mujer ideal.

Fantaseaba con ello, distraído al volante del coche.

Brigitte le indicó al chico, que se dirigiese hacia el garaje. Mientras le apoyaba una mano en el muslo, jugueteando con uno de los dedos golpeándolo parsimoniosamente. Miguel sonrío, le hecho una mirada cómplice, malinterpretando a Brigitte. Se la tiraría antes de cenar, no iba a esperar a después. La puerta se estaba abriendo en esos momentos, un hombre vestido con uniforme de mayordomo los esperaba en su interior. Aparco el coche al lado de un elegante Jaguar verde. El hombre le abrió la puerta a la señorita. Sin percibir él, como le pasaba una bolsa de tela impregnada en su interior de cloroformo.

Esta se acercó al chico por la espalda, y le colocó la bolsa en la cabeza tirando de los cordeles que la cerraban. El chico se asustó, ¿Por qué había hecho eso? Poco pudo hacer, quedó completamente a oscuras, preguntándose por un momento que pasaba. Seguidamente, cayó desplomado al quedar intoxicado por los vapores del cloroformo. Había pedido el conocimiento.

Dominique subió el cuerpo inerte del futbolista a una carretilla, y se dirigió al interior de la casa. Elizabeth a su lado sonriente, satisfecha. Había cumplido su objetivo. No había sido tan complicado, más bien sencillo y no había dejado huella alguna. Era buena, se decía a si misma.

Se imaginaba las noticias de los próximos días. Iba a ser de nuevo portada en todos los periódicos. No sé lo iba a poner fácil a la policía. Iba a jugar con ellos al despiste. No quería, que relacionasen ambas desapariciones. Eso la divertía, era ella quien llevaba la iniciativa e iba a disfrutarlo a su antojo. Tenía muchas cosas en la cabeza que tendría que llevar a cabo, aquello acababa de empezar.

Tendría tiempo para ello, ahora lo que le apetecía, era probar su nuevo juguete. No iba a esperar, estaba impaciente. Por supuesto, primero se lo iba a enseñar a Gerard. Así sabría, de lo que era capaz. Ese hombre, no la tomaba en serio. La tenía por una aficionada, una loca, principiante. Lo iba a impresionar con su nueva adquisición. Aún tenía suficientes cartuchos para someterlo. Tenía que darle un golpe de efecto. Su intención no era tenerlo encerrado, sino que se sometiera voluntariamente al igual que Dominique.

Obviamente, eran casos muy diferentes. El francés era sumiso por naturaleza, se le entregó como parte de un juego, aunque ella fue mucho más allá; ahora su vida le pertenecía. Al político, no le estaba siendo fácil domesticarlo. A pesar de someterlo, siempre lo hacía a la fuerza; se resistía, tendría que instruirlo, sino lo conseguía, se desharía de él. Aplicaría todos sus conocimientos de psicología para llevarlo a donde ella quería; para ello necesitaba a Miguel. Así sabría de lo que ella era capaz. La mente humana es muy adaptable, la llevaría al límite y es allí donde conseguiría su propósito.

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