Elizabeth

Elizabeth


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Primero, tenía que hacer algo importante. Deshacerse del coche del futbolista. También del coche del político, pero el del futbolista primero. No podía permanecer allí por más tiempo. Luego sería mucho más complicado. De eso se encargaría Dominique, tenía un plan para que pareciese un accidente, no había tiempo que perder.

Horas después, en otro lugar.....

Dominique conducía por la sinuosa carretera. Había circulado durante horas a través la oscuridad de la noche, con el llamativo Aston Martín, evitando autopistas y carreteras principales. Era fundamental no llamar la atención. Por fin, se acercaba a su destino, la encrespada costa en las inmediaciones del Faro de South Stack en el Noroeste de Gales.

No se veía luz alguna, prácticamente eran las once de la noche. El tiempo estaba muy desapacible. El cielo cubierto, frío, ventoso, la luna no hacia acto de presencia oculta bajo el lecho de nubes. Se preguntaba cuanto tardaría Elizabeth en ir a recogerlo. Tendría que detenerse en algún momento para llamarla. La idea de esperarla durante horas bajo el viento y la lluvia no le agradaba en absoluto.

A lo lejos, divisaba un lugar que podría ser perfecto. Tenia que asegurarse bien, no podían correr riesgos.

Esto estaba yendo demasiado lejos, y el se había convertido en cómplice y ejecutor. No le importaba, su ama lo era todo para él. Tenía que protegerla y protegerse a la vez. Lo iba a hacer bien.

Tiene que ser perfecto, se decía a si mismo.

Avanzaba por un angosto camino de tierra que lo llevaba a las inmediaciones del acantilado, cercano un promontorio rocoso. La oscuridad era prácticamente total, ningún alma en los alrededores. La centelleante luz del faro lejano resplandecía de vez en cuando. Una atalaya que extrañaba al centinela que antaño si la habitó. Relevado de su cargo por un eficaz mecanismo de control remoto. Mejor para él, así no habría ningún testigo. Estacionó el coche y se acercó al borde del acantilado con cuidado. El suelo estaba mojado, resbaladizo, un inesperado golpe de viento podría precipitarlo al vacío, aun así quería confirmar que el lugar fuese el indicado. El riesgo merecía la pena.

Se aproximó con sigilo, temeroso al borde. el olor salino del mar, golpeando las rocas con fuerza, inundaba el ambiente. Miró al vacío, había una caída vertical de al menos unos 70 metros. La baja mar, cubría buena parte de las rocas que se asomaban a la superficie entre la blanca espuma; era el lugar idóneo. Se alejó del acantilado en dirección al coche. Cogió su teléfono, del bolsillo interior de la gabardina negra, y marcó el número de Elizabeth.

—Buenas noches Elizabeth. He llegado al destino, todo correcto. He encontrado un lugar que es perfecto en el sitio acordado. ¿Dónde estas?.

—Estoy cerca. En 50 minutos estaré allí. Espérame según lo planeado, y paso a recogerte. Llámame de nuevo cuando esté listo.

—Perfecto, te llamare en un momento. No tardaré.

Dominique subió nuevamente al coche. Todo salia según lo indicado. Depósito la cartera del futbolista en la guantera, tal como le habían especificado, hizo lo mismo con el molesto móvil del español, que no paraba de sonar. Por fin, se desharía de el. Las huellas de Brigitte habían sido borradas minuciosamente. El había utilizado guantes, por lo que no dejaría ninguna pista. Lo más peligroso había sido llegar hasta allí.

Retrocedió hasta el camino con el coche, con sumo cuidado de no dejar marcas que delatasen la maniobra.

Entró de nuevo en la carretera, puso la marcha atrás, reculó unos 100 metros para luego pisar a fondo el acelerador. Quería realizar un buen trompo justo donde comenzaba el camino. El coche enseguida cogió velocidad, realizando un brusco giro al tirar con firmeza del freno de mano. El vehículo se deslizó lateralmente, impactando con varias piedras para finalmente detenerse. Aceleró de nuevo a tope, internándose a trompicones en el camino de tierra, redujo la velocidad. Estaba a menos de 30 metros del borde del acantilado.

Se bajó del coche para comprobar las huellas que acababa de dejar, eran más que suficientes. Acercó el coche al borde un poco más y abrió la botella de Mc Ganallan, el whisky preferido de Miguel según le había comentado a Brigitte. Vaciando parte de su contenido en los asientos impecables de cuero, lanzando la botella dentro del coche posteriormente. Dejó la puerta abierta y sacó el freno de mano empezando a empujarlo. La pendiente le ayudaba, enseguida el coche comenzó a avanzar cogiendo velocidad por si solo, Dominique se detuvo y vio como el Aston Martin se abalanzaba camino del acantilado con la puerta abierta desapareciendo de su vista. Pudo escuchar el sordo impacto del flamante coche contra las rocas.

Se aproximó de nuevo al borde del acantilado, tenía que comprobar como había quedado, viendo que el coche se había estrellado de espaldas en una zona en la que no había demasiadas rocas. El mar lo embestía una y otra vez con violencia contra ellas. Perfecto pensó.

Llamó nuevamente a Brigitte, esperando estuviese lo suficientemente cerca y no se hubiese perdido por el camino.

—Recógeme por favor, todo listo.

—Estoy en camino. Contesta la satisfecha voz de su ama, la primera parte de su plan había salido perfecta. La vuelta iba a ser un camino de rosas.

LA FELICITACIÓN

El despertador sonó temprano en la mañana, eran las cinco y media. Al inspector Moles le gustaba despertarse a esa hora para relajarse en la piscina del complejo donde vivía. A las seis en punto, entraba a diario en las instalaciones deportivas. Empezaba con unos estiramientos para luego nadar durante 45 minutos en la formidable piscina. Se zambul ía de cabeza haciendo un primer largo buceando, y alternaba largos a crol con alguno de espaldas. Era su momento preferido del día y lo disfrutaba.

Cuando partía rumbo a la comisaría, su cuerpo y mente estaban despejados, y con la energía necesaria para afrontar el nuevo día. Era en esos momentos, cuando preparaba con acierto buena parte de los casos de los que se ocupaba. No obstante, esta práctica estaba siendo insuficiente para poder avanzar en la extraña desaparición de Gerard Brown. Su capacidad analítica, que tanto le había ayudado en otros casos, estaba bloqueada. No tenía nada a lo que atarse, ni una pista a la que poder aferrarse. Nadie había solicitado un rescate, ni había reclamado la autoria. Se encontraba atascado como nunca.

Había descartado la desaparición voluntaria del parlamentario. Empezaba a tener la impresión de que sería un caso sin resolver. No en vano, habían pasado más de dos semanas. Estaba perdiendo las esperanzas, se mostraba impotente. Los hijos del político confiaban en él y les estaba fal ando. Eso era lo que más le dolía.

¿Cómo puede alguien desaparecer de esa manera? ¿Se lo había tragado la tierra?. ¡Que demonios! Algo tenía que haber que se les estaba escapando, u habían pasado por alto. Nadie desaparece de esa manera.

Ese día, no era un día cualquiera, cumplía 44 años. Le hubiese gustado compartirlo con su ex mujer Cindy.

No era posible, ella había decidido abandonarlo hace dos años, sin demasiadas explicaciones, y ninguna discusión de por medio. Atrás habían quedado 14 años de relación, los mejores de su vida. Un niño y una niña, que veía con frecuencia, a pesar de que viviesen con su madre. No había puesto pegas, los horarios de los niños no eran compatibles con su trabajo. El no podía prestarles la atención que requerían, si bien, casi todos los viernes y sábados dormían en su casa.

La relación con su ex mujer era bastante cordial, aún mantenía la esperanza de recuperarla. Ella a su pesar, no le daba oportunidad alguna. Extrañaba el llegar a casa y tener a su familia esperándolo. En su lugar, se encontraba su piso anodino, vacío de vida, solo.

Antes de entrar en el garaje, fue a recoger el correo. Las típicas facturas telefónicas y movimientos de las cuentas bancarias, una carta de la comunidad. ¡Sorpresa! Un sobre con un Happy Birthday que captó inmediatamente su atención. Dejó el resto de las cartas sobre el asiento del copiloto y se dispuso a abrir el sobre con la felicitación.

Seguro que era una idea de Sofie su hija pensó. Rompió el sobre. En sus manos una felicitación con la cara de un payaso de dientes afilados.

Esto no es de Sofie, abrió la felicitación. Unas desmesuradas carcajadas surgieron de la nada. Era una de estas felicitaciones musicales, cuya melodía, se había sustituido por unas sonoras y diabólicas risas.

Se le heló la sangre, tuvo un mal presentimiento. Contuvo la respiración y leyó el inesperado contenido:

Felicidades Moles. Le deseo pase un gran día de cumpleaños.

Ustedes son mi única esperanza. Dígales a mis hijos que los quiero.

Firmado Gerard Brown

Moles se quedó petrificado. Salió del coche mirando a todos lados. ¿ Qué significaba eso? ¿Gerard Brown había escrito esa carta?. ¡Ojala fuese así! ¿Sería una broma pesada? Mil cosas le pasaban por la cabeza.

Sabía lo que debía hacer. Metió tanto el sobre como la felicitación en un plástico, tratando de preservar cualquier rastro o pista que les pudiese dar más información. El caso había dado un vuelco inesperado. Un sudor frío recorrió su cuerpo.

Se sintió invadido en su intimidad. Alguien había estado en su casa, eso lo inquietó.

¿Quién osaba acercarsea él de esa manera? Le vinieron varios nombres a su cabeza, gente que disfrutaría haciéndole daño. No eran muchos, pero era algo a tener en cuenta; criminales peligrosos todos ellos.

No te precipites Moles se decía.

Se metió nuevamente en el coche. Cogió la felicitación y la observó con detalle. En su cabeza mil y una conjeturas. Ninguna de su agrado. Eso no era bueno, más bien todo lo contrario. Arrancó el coche y se dirigió a la comisaria con una bomba que los dejaría a todos boquiabiertos.

A esas horas, en el sótano de la mansión de Brigitte. El silencio era mayúsculo, Gerard Brown no había podido conciliar el sueño. La noche había sido desgarradora, nunca pensó que algún día podría ver algo tan miserable, fuera de la comprensión humana. Estaba aterrado, fatigado física y mentalmente. Las imágenes no se le iban de la cabeza. Aún podía oír las suplicas del pobre chico y la violencia de Elizabeth. Nunca la había visto de esa manera. Su furia se disparó, fuera de control. La expresión de su cara. La locura se había apoderado de ella, era otra, era Elizabeth en su plenitud. El francés su vasallo no hizo nada por aplacarla, cumplió sus ordenes con frialdad. Un robot a su servicio, sin sentimientos, solo obedecía.

Habían llevado a su más alto grado las practicas de sumisión con el chico. Temía por su vida, sin duda no había quedado bien parado.

¿Lo harían con el también? El peligro era evidente, cualquier día sería el quien lo sufriría. Eran capaces de todo. Solo con pensarlo se le hundía el alma a los pies. Era cuestión de tiempo, que le llegase su turno. ¿Resistiría el algo así?. Había sido testigo de algo que no parecía real. El sufrimiento del chico le hizo llorar de angustia. Todo esto iba a acabar muy mal. Sus esperanzas se desvanecían.

El ruido del ascensor le sobresaltó desde su celda. Esos malditos estaban bajando de nuevo. Gerard se quedó petrificado en su cama, como un condenado esperando su ejecución. Los pasos se acercaban, se detuvieron en su celda. Oyó como se abría el ventanuco de la puerta. Cerró los ojos haciéndose el dormido.

¡Que no entren por Dios!. Se cerró de nuevo. Se imaginó por un momento los ojos de Brigitte observándolo.

Contuvo inconscientemente la respiración.

¿Qué iba a pasar ahora?¿Qué sería lo siguiente?. Recordaba los gritos que le dirigió Brigitte, mejor dicho Elizabeth. La persona que le gritaba, no tenía nada que ver con la Brigitte que el había conocido. Ahora estaba seguro de ello. En ese cuerpo convivían dos personas. Una de las cuales era un demonio, una fuerza del mal que ansiaba poseer a todo aquel que se cruzaba en su camino; que no conocía límites, con unas aspiraciones satánicas, ajenas a lo que él había nunca conocido. Ese demonio, se estaba apropiando de ese cuerpo. Brigitte se había convertido en una sombra o había desaparecido por completo.

Los pasos se alejaron, no venían a por él. El pobre chico,

¿Cómo estará? ¿Habrá muerto? Desde luego, era una posibilidad muy real. Desconocía como había finalizado el juego macabro. Solo hubo silencio, un silencio sepulcral, oscuridad y miedo. La risa de Elizabeth al subir al ascensor, su cara de satisfacción, la mirada que le dirigió. El terror en los ojos del chico, en los de Gerard, la satisfacción en la cara de Elizabeth, la indiferencia de Dominique, la macabra calma posterior. El ruido de la puerta de la celda al cerrarse.

Oyó como abrían la celda de su compañero, no se sintió una palabra. El ruido del agua saliendo de la manguera a toda presión. Un grito sordo, amortiguado, irreal.

¡El chico seguía vivo! Dios gracias, pensó Gerard, ¡

Gracias!.

Me desperté sobresaltado. Un chorro de agua fría heló mi maltrecho cuerpo. Me revolví como un animalherido que era. La cabeza me daba vueltas ¿O era yo el que caía por un torrente de agua?. No lo sabría decir. No podía ver nada. ¿Había perdido la visión?. El dolor, la sangre adherida a mi cuerpo, el olor. Mis miembros, no respondían a mis instrucciones; se desataban en un movimiento sin control, tratando de escapar del agua helada. No había escape posible, se precipitaba a toda velocidad contra mi dolorido cuerpo que reaccionaba con espasmos nerviosos. Sentía el frío, calado hasta los huesos. Todo mi cuerpo temblaba. No podía gritar. No podía hablar, algo en mi boca me lo impedía. Me ahogaba, por momentos apenas respiraba.

Escalofríos. De repente, recordé las descargas eléctricas en mi cuerpo. el olor a quemado. Visiones paranoicas del mal. ¿Por qué? Me apiade de mi destino, la fiebre me consumía. ¿Por qué me venían esas paranoias a mi mente? No me había sentido tan mal en mi vida. ¿Era fiebre, o había perdido la cordura?.

No lo sabía. No era yo, era otra cosa, algo indefenso: Un animal herido. ¡Sobrevivir, sobrevivir! Imágenes dela noche, no podía ser real, crueldad extrema. Pesadillas. No, no fue un sueño, y no había acabado. Estaba pasando de nuevo, estaba pasando ahora. ¿Qué sería lo siguiente?

Un golpe seco, en su mejilla. Un tortazo, por un momento, le pareció agradable. Al menos, lo había sentido, lo había identificado. Era consciente de ello, había sido un tortazo.

Noté como alguien me cogía un brazo y luego el otro. Lo mismo con la piernas. Ahora podía moverlas más, pero no respondían, no se coordinaban; no las controlaba. Tiraron de mi, me desplazaban, o eso creía.

Ahora estaba sentado, la sangre bajaba de mi cabeza. Un empujón y caí al suelo. Permanecí un buen rato tirado allí, sin moverme, pensando en lo que pasaba, en mis posibilidades. Con las manos atrapadas a mi espalda, sin ver nada.

Me quería tocar la cara, no podía. Poder identificar mis daños, hacer un recuento. Ni siquiera eso, podía.

¿Qué les pasaba a mis ojos? Mis sentidos estaban perdidos, parecía como si fuese de plástico. Sí, digo bien,de plástico, es lo más parecido que se me ocurre. ¿Cómo era posible? ¿Me había vuelto loco?

Alguien tiro de mí con fuerza, ahora estaba de rodillas. El frío del agua me había congelado, temblaba. Porotro lado, me estaba ayudando a despejarme. No recuerdo haber pasado nunca tanto frío.

¿Más tranquilo ahora? Espero hayas aprendido la lección. No voy a tener piedad alguna contigo. Te lo advierto. La próxima vez que te resistas lo vas a pagar caro. Mucho más de lo que te imaginas. —Sentenció. Su respiración acelerada, quería más, venía a por más, como si necesitase el sufrimiento ajeno. Esperaba una respuesta. No hubo ninguna, solo un corazón que latía alocadamente, al borde del colapso. El chico notaba su bum bum frenético, el inmóvil, incapaz de moverse

¿Cómo es que su corazón podía retumbar a ese volumen?. Parecía iba a estallar de un momento a otro.

Esa voz de nuevo. Agache la cabeza. Ahora lo veía más claro. Solo sabía una cosa, no quería sufrir más, quería recuperarme, quería vivir. Haría lo que me dijesen.¿Podría hacerlo? ¿Podría? Vivir, quería vivir, sobrevivir unas horas más, un día más. ¿A qué precio?.

Alguien ato un collar a mi cuello, y recibí una patada en mi espalda. Caí de nuevo, eso no me importaba. Erami mente lo que mas me dolía, estaba fuera de control. Era una locura, una locura lo que tenía en la cabeza.

La vida se había vuelto horrible. El dolor físico no me importaba, tenia que recuperar mi mente. ¿Necesitaría atención médica?. Eso me preocupaba, no sabia bien mi estado físico. Mis sentidos estaban perturbados.

Ahora lo veo claro ,me habían drogado.¿Qué drogas me habían suministrado? ¡Químicas!. Esa era larespuesta. Sus efectos eran horribles ¿Podía alguien realmente disfrutar de estas drogas? ¿Estaría sufriendouna sobredosis? Eso lo explicaría en parte, solo en parte. Alguien me arrastraba por los pies.

Había pasado un largo rato, Gerard se preguntaba que estaba pasando. No se atrevía a decir nada. La noche pasada las cosas habían dado un vuelco definitivo. Pasos que se dirigían a su celda, era Dominique que le hablaba desde el ventanuco abierto.

—Prepárate para salir. —Su voz seca, con el acento francés, inexpresiva.

Gerard sabia lo que debía hacer. No quería crear problemas, era lo mejor. Sumisamente, se levantó de la cama y se colocó las esposas con las manos a su espalda. Se sentó en la sil a de ruedas, introduciendo la piernas en las argollas que le impedían moverse. La rutina habitual.

Nuevamente, estaba indefenso. El francés entró en la habitación una vez observó que Gerard estaba en su posición. Llevaba la máquina de descargas eléctricas en la mano, eso no era habitual. La miró con respeto y temor. Recordaba el juego macabro de Elizabeth con el chico. Lo había utilizado de diana humana, una y otra vez, recordaba el olor, los gritos del chico, el terror de sus ojos. Empezó a sudar. Hasta ahora nunca se la habían aplicado a él.

¿Cambiaría eso? Un escalofrío frío recorrió su cuerpo. Pensó en sus hijos, en la gente que lo quería, en él.

El Francés aseguro las argollas de las piernas, las apretó al máximo. Le hacían daño, pero no dijo nada. No se atrevió. De nuevo a su merced. El mayordomo empujaba su chirriante sil a hasta el fondo del sótano, donde había una amplia puerta marcada con una X roja, pintada con un spray de pintura. El tenebroso final del pasillo. Nunca había atravesado esa puerta, se dirigían hacia allí. Gerard suspiró, no quería entrar ahí.

Rezó por el chico, rezó por él. Tuvo un mal presentimiento.

Dominique giró la silla una vez alcanzó la sombría puerta, el político quedó de espaldas a la tétrica x roja. La puerta se abrió con un chirrido inquietante, se le hizo interminable. Su silla avanzó de espaldas para de repente girarse de una forma brusca.

Lo pudo ver. El chico, se encontraba en una jaula que colgaba del techo, los barrotes de hierro oxidado que lo retenían. Una imagen que parecía irreal, demoníaca. Llevaba una camisa blanca de fuerza, con numerosas manchas de sangre reseca, que le oprimía el cuerpo. La nariz le sangraba abundantemente. Llevaba puesto un pantalón que en algún momento había sido blanco, como de chándal. Era un animal enjaulado. Se mantenía erguido por unos ganchos que le sujetaban la camisa de fuerza al techo de la jaula.

Sus ojos vendados, una bola similar a las de billar pero más pequeña dentro de su boca. Una goma textil le rodeaba la cara, pasando justo por delante de la boca, impidiéndole expulsar la molesta bola. Respiraba con mucha dificultad. Su piernas colgaban flácidas, sin fuerzas, no alcanzaban a tocar el suelo. Se movían como por espasmos nerviosos.

Elizabeth estaba allí sentada, contemplando la cara del aterrorizado Gerard, omnipresente. Llevaba un elegante traje azul marino, sus manos manchadas de sangre. Su mirada parecía de otro mundo; las pupilas dilatadas ocupando todo el globo ocular. Oía la respiración jadeante de Dominique a sus espaldas, sujetando la silla.

—Mírame Gerard. —El político obedeció y miró a la chica con la cabeza baja asustado. Tienes dos opciones. Solo dos. Opción A: Ser como Miguel. Opción B: Ser como Dominique—. Una pregunta simple, directa. Todo formaba parte de su juego macabro. Dos opciones de sumisión: en cuerpo, o bien, en cuerpo y alma.

—Dime ¿Que opción escoges? Responde ahora. Dominique o Miguel.

Solo había una respuesta posible para el pobre hombre —Dominique

—. Dijo con firmeza.

—¿Estas seguro? ¿Vas a ser como Dominique?. —La chica permanecía fría, la respuesta no le había parecido creíble.

—Lo serviré señora. Soy suyo, suyo. Me someto a usted mi ama. —Gerard la miraba como si fuese un animal doméstico, esperando su castigo. Estaba dispuesto a servirla, hacer lo que hiciese falta cualquier cosa para no sufrir físicamente. ¿Sería capaz?.

—Eso esta mejor. Tendrás que demostrarlo. Quizás algún día, solo quizás, llegues a ser como Dominique. Te voy a preparar para ello, lo tengo todo previsto. Las cosas pueden mejorar entre tu y yo. Solo hay un camino, como bien sabes.

Dicho esto, la chica avanzó hasta la sil a del político. Se quitó las bragas y levantó la falda acercando su sexo a la cara del hombre. Este sin rechistar agachó su cabeza para empezar a lamerlo. Introduciendo su reseca lengua en el, suavemente, tratando de hacer disfrutar a su ama, mientras ella le acariciaba el pelo con su mano ensangrentada. Notaba ellolor de la sangre fresca, como se le iba humedeciendo el sexo a chica a la vez que le decía:

—Así me gusta Gerard, así me gusta. No pares, no pares. Sí, sí.

ESPERANZAS

El inspector Moles llegó apresuradamente a la comisaria, se metió en el despacho cerrando la puerta a su paso. Marcó el numero del comisario Thompson, que estaría en esos momentos a punto de salir de su casa en dirección a la comisaria. Salio el contestador.

—¿Thompson? Soy Moles. Novedades en cuanto al caso del parlamentario. Acuda al despacho cuanto antes. Llámeme en cuanto pueda, es importante.

Colgó el teléfono, alguien llamaba a la puerta. Eran varios de sus compañeros que acudían a felicitarle. Su cumpleaños.

—Felicidades Moles. ¿Dónde esta nuestro desayuno?. —Le preguntaban cuatro de sus compañeros con los que tenía más amistad. Con las prisas, se había olvidado de comprar los tradicionales pasteles con los que solían desayunar cuando alguno de ellos estaba de aniversario.

¡Maldita sea! Con la excitación de la felicitación, lo había olvidado por completo.

—¡Gracias chicos! Calma, en veinte minutos estarán aquí. Os aviso en cuanto lleguen.

Los compañeros se retiraron. Descolgó con premura el teléfono, y llamo a la pastelería donde solía tomarse un café a media mañana.

—Por favor. Soy Moles de la comisaría de al lado. Necesito me preparéis un surtido de pasteles para 30 personas. Ponerme también algo salado, por favor. Luego pasare a pagar. Os agradecería, los hicieseis llegar a la recepción de la comisaría. —Una voz le contestaba al otro lado del teléfono—

Muchas gracias Enma.

Sacó una fotocopia de la felicitación. Llamo por teléfono al despacho de uno de los expertos en análisis de pruebas, enseguida lo tenía en su despacho. El agente Browly se quedó boquiabierto al ver la felicitación.

— Inusual ¿Verdad?. —Comentó Moles.

—¿Cómo la has recibido?. —Le preguntó extrañado Browly, no salía de su asombro.

—En mi buzón. Sin remitente. Alguien la metió allí, directamente. Estoy seguro no fue Mr. Gerard Brown. ¿Escribiría el la felicitación? ¿Por qué? ¿Qué quieren de mí?

—Esto es muy extraño Moles. Lo veremos con calma en el laboratorio. —Se limitó a decir el agente especial.

Si Gerard Brown había escrito la felicitación lo sabría muy pronto, era cuestión de tiempo. Las otras preguntas, no tenían una respuesta tan sencilla. El perito calígrafo estaba en camino, y disponían de lo necesario para cotejarlo. Contaba con la agenda escrita a puño y letra por Gerard Brown. Revolvió la caja donde tenía lo que había recogido del despacho del parlamentario, así como otra documentación que encontró en su casa. Por fin, tenía la agenda delante de él. La abrió y la observó, comparándola con la fotocopia de la felicitación.

A simple vista, parecía evidente que era la letra de Brown. No obstante, necesitaba la opinión de un experto para asegurarse. No iba a dar ningún paso en falso. Alguien podía estar gastándole una broma de mal gusto.

Justo en ese instante, el comisario Thompson entró en el despacho cargando con dos enormes bandejas con abundantes pasteles y canapés que le habían entregado en recepción.

—Felicidades Moles. —El comisario llegaba eufórico, parecía se había levantado con muy buen pie. Al parecer, no había escuchado el mensaje de Moles. No le extrañó, apenas sabía encender el teléfono. Las nuevas tecnologías no eran lo suyo.

—Gracias comisario. —Contestó con una fingida alegría Moles. No estaba para eso—. Por favor, mire esta nota, deme su opinión. Esta mañana la encontré en mi buzón.

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