Elizabeth

Elizabeth


EL PSIQUIATRA

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Miguel se encontraba a su vez inmovilizado en su jaula con la camisa de fuerza y la mordaza con la bola en su boca; colgado de los ganchos. Asistía como espectador del macabro espectáculo, sufriendo por el político, y alegrándose de no ser él en esta ocasión.

Dominique estaba atareado poniendo orden en la sala. Iba y venía trayendo nuevas máquinas de un almacén contiguo. Parecían sacadas de alguna película antigua sobre torturas medievales. Miguel no tenía ni idea de que existía tal variedad. Las observaba con respeto y terror, intuía para que podrían hacer servir alguna de las máquinas, otras no tenia ni idea de que se podía hacer con ellas. Desde luego para nada bueno.

Dominique había instalado varios sil ones de una plaza y un televisor en la cámara. A partir de ahora le iban a dar un mayor uso. Tenía instalado el trípode con la cámara que grababa sin parar a Gerard. Desde el ángulo en que la había posicionado, se podía observar a Gerard arrodillado de frente con su cuerpo inmovilizado. La jaula con Miguel al fondo embutido en la camisa de fuerza colgando del techo, apenas tocaba el suelo con las puntas de los dedos. La ama sentada en el sofá, golpeando de vez en cuando con el látigo la espalda de Gerard Brown. Aparentemente tranquila, atenta a la televisión disfrutando de su día de gloria.

La televisión emitía la gran noticia del día. Gerard había visto sus imágenes en el coche y todos los comentarios que estaba suscitando en los programas sensacionalistas. Gerard Brown era la comidilla del día. Elizabeth estaba disfrutando de su momento cumbre, las noticias eran un hervidero de suposiciones.

Todo tipo de conjeturas, en la mayoría de las cuales Gerard salía muy mal parado. El político mentiroso era la menos grave que se decía de él. Incluso algún gracioso había hecho un videoclip musical con una famosa canción de los sex pistols llamada Liar “Mentiroso” e imágenes de Gerard Brown hablando en el parlamento y paseándose en el coche con la música de fondo. Era la noticia política del mes, o mejor dicho la noticia del año.

Nadie en todo el país creía ahora que el político se encontraba secuestrado. Mucho menos se imaginaban todo lo que estaba sufriendo. Elizabeth tenía lo que quería, se había arriesgado pero su plan había salido a la perfección. Gerard era el mentiroso nacional. Era la mejor, una crack y quería más. ¿No querías una oportunidad Gerard? La has tenido y mira la que has montado.

Los periodistas lo acusaban de estar dentro de alguna trama económica que estaba a punto de estallar, era un corrupto a todas luces. Su partido se veía señalado. Lo relacionaban con tramas de blanqueo de dinero, e incluso alguien se había atrevido a filtrar que tenia cuentas en Grand Caimán y Panamá. ¡Jamás había pisado Gerard esos países!

Lo que más daño le había echo, era ver las imágenes en directo de su hija que se veía totalmente hundida, escapando de la prensa. Los periodistas estaban siendo muy crueles con él. Incluso el presentador del programa lo había retado a que llamase para explicar su versión de los hechos. ¡Que contase a todo el país que es lo que estaba haciendo!. Que diese una explicación, o aunque fuese que contase una mentira. Ante la carcajada de los contertulios y asistentes.

Su carrera política se había ido al garete ese día. Su credibilidad más de 30 años de trabajo, toda su vida profesional, se habían esfumado en unos segundos. Una periodista entrevistaba al presidente de su partido el cual estaba visiblemente enojado pero que tuvo que dar la cara ante la prensa. Estaban tomando en consideración expulsar a Gerard Brown del partido. Su puesto en el parlamento había sido ocupado por un sustituto. La policía seguía sin hacer ningún tipo de comentario a pesar de la repercusión de las imágenes.

Gerard notó como su ama le ponía abundante crema en el ano. Oyó su risa mientras le golpeaba el culo con la mano y le decía:

—Ves Gerard. Ves que grande que soy. Eres mío en cuerpo y alma. Sólo yo te comprendo. Disfruta Gerard,  disfruta. Mira en lo que te he convertido. No eres nada Gerard, tan solo eres mío. Nada más que eso. —En ese momento lo atravesó sin piedad con el enorme miembro viril de su arnés.

—Así Gerard. ¿Me notas? Poco a poco ahora cariño, poco a poco. Quiero que disfrutes de mí. —Dominique se dedicaba a la grabación con esmero. Tenía que quedar perfecto, no quería enfadar a su ama. Sabia como tenía que hacerlo. Ahora un primer plano de la cara de Gerard— Así muy bien Gerard, estas saliendo perfecto. Pon cara de dolor, llora un poco hombre. —Pero Gerard no lloraba, su casa era un poema, había caído más bajo de lo que nunca había podido imaginar. Se quería morir, aunque lo que mas le gustaría era cortarles el cuello a esos dos hijos de perra.

LA HUIDA

Miguel suponía que debían de ser alrededor de las tres, quizás las cuatro de la mañana. No era sencillo saberlo. Llevar la noción del tiempo en su celda era complicado. Las luces se apagaban automáticamente alrededor de las diez y todo permanecía a oscuras y en silencio hasta la mañana siguiente. Solo las luces de emergencia del pasillo aportaban un poco de luz.

Le había gritado con todas sus fuerzas a Gerard desde su celda que resistiese, que fuese fuerte. Pero no obtuvo ninguna respuesta, jamás la obtenía. Intuía que las celdas estaban insonorizadas, no lo sabía a ciencia cierta, pero lo intuía. No era normal que nunca contestase, ni tratase en ningún momento de comunicarse con él. No habían tenido oportunidad de hablar en los cinco días de cautiverio que habían compartido juntos.

Había llegado el momento. Una de sus manos permanecía esposada a la barra horizontal que iba de un lado a otro de la habitación, de esa manera podía utilizar el pequeño retrete instalado justo en la esquina. Su otra mano permanecía libre, al igual que sus pies. Por lo que tenía cierta movilidad. En la pequeña mesilla, el libro que Elizabeth quería que se leyese, “El manual del buen esclavo” que en teoría, tendría que aprenderse de memoria. Lo había ojeado.

Esa tía estaba realmente enferma.

Todo estaba en absoluto silencio desde hacía horas. Miguel recogió la horquilla que tenía escondida dentro del colchón. La había desprovisto del plástico protector, y la había afilado contra el somier metálico de la cama. La noche anterior, se la había pasado practicando como abrir las esposas. No le había sido tan difícil como pensaba. Sin embargo, salir de la celda, no sería tan sencillo como eso.

Tenía que comprobar si su plan había funcionado. Si no era así, tendría que pensar otra cosa, pero iba a salir de allí como fuese. Metió la horquilla dentro del diminuto agujero circular de la esposa que terminaba con una abertura rectilínea. Le había dado forma de L a la punta de la horquil a, lo introdujo en la abertura, con el lado de la L a su derecha doblándolo en ellotro sentido. Lo probó en varias ocasiones, hasta que se oyó un clic. Había funcionado nuevamente. Se había conseguido liberar de las esposas. No había querido practicar más por temor a romper el mecanismo. Ahora faltaba lo más importante, tenia que comprobarlo.

Le temblaban las piernas de la emoción. Se acercó a la puerta para comprobar el ventanuco.

La puerta no tenia ningún mecanismo de apertura en el interior. Se cerraba con un largo pasador desde el exterior. La única comunicación era el pequeño ventanuco. Miguel se acerco a la puerta temeroso. ¿Habría funcionado su idea?. Introdujo sus dedos entre los barrotes de acero para alcanzar el cristal, presiono con fuerza y trató de desplazar el cristal hacia su derecha.

¡

Sí, sí se estaba moviendo!. Su plan estaba funcionando hasta ahora. La diminuta piedra había cumplido su labor impidiendo el cierre total del ventanuco. No le había sido demasiado complicado colocarla. Aprovechó el momento entre el que vinieron a despertarlo y fueron a despertar a Gerard. El se había sacado las esposas con la horquilla con anterioridad y rápidamente había colocado la piedra, volviendo a la cama y poniéndose de nuevo las esposas. Miguel estaba muy nervioso, casi fuera de sí, se estaba jugando la vida. Trataba de ver a través del cristal, la oscuridad era casi total. Sabía que había cámaras en el pasillo. ¿Pero alguien las estaría viendo? ¿Sonaría alguna alarma en cuanto saliese de la habitación? Valía la pena correr el riesgo, mañana le tocaría a él sufrir las prácticas masoquistas de la sádica, no estaba dispuesto a ello.

Vale, tenía el ventanuco abierto, un éxito. De ahí a poder salir de su celda, había un gran trecho. Tendría que pescar literalmente el cerrojo y correrlo, pero lo tenía que hacer a ciegas. Era muy complicado. Desde ninguna posición posible podía ver el pestillo. Era imposible, aunque sabía donde se encontraba.

Tenia que ser a esta altura se decía a si mismo. Hizo una marca con el zapato en pared. Se sacó su camiseta del pijama realizando una especie de lazo en una de las mangas. La enrollo, dándole forma de cuerda, preparó varios nudos para que fuese más consistente. Por fin, sacó poco a poco la cuerda resultante por el ventanuco. Estuvo tratando de lanzarla hacia la zona del pestillo, no era nada sencillo, estaba muy lejos de conseguirlo. Apenas podía acercarlo siquiera a la zona, y lo hacía a ciegas con mucha dificultad de movimiento. Sudaba a pesar del frío.

Necesitaba algo que pesase para poner dentro de la cuerda. Así conseguiría moverla con algo más de facilidad. ¿Pero qué? No tenía nada. ¡

Las esposas! Sí, eso podría valer. Trataba de abrir con la horquil a la esposa que seguía atrapada a la barra de hierro. Llevaba un buen rato intentándolo y no había manera. Le temblaban las manos. Estuvo al menos 20 minutos tratando de abrirla,

¡Demonios! . Por fin, lo consiguió. Las metió dentro del pijama, una pegada a la otra, y rehízo la cuerda. Tenía miedo de que cayesen las esposas, por lo que añadió un nudo fuerte, atrapando a ambas esposas en su interior, a modo de plomo. En lo que sería la punta de la cuerda. Dejó una especie de lazo justo por encima de la improvisada plomada.

Esa era la zona donde debería enganchar el pestil o, preparó un nudo corredizo. ¡

Engancharlo y tirar, engancharlo y tirar! Se animaba a si mismo. Se dio cuenta, que no tenía ni idea de como estaba posicionado el pestillo. Dependiendo de como lo hubiesen dejado, podría ser prácticamente imposible de capturar. Ahora no iba a parar. “

Vamos casi lo tienes, lárgate de aquí antes de que sea demasiado tarde”. No podía perder las esperanzas, ahora que estaba tan cerca. Si no era hoy, mañana podría intentarlo de nuevo. Sabía de sobra lo que le esperaba al día siguiente.

Respiró hondo, un lanzamiento, nada. Al menos parecía que llegaba mas lejos, aún así estaba a ciegas, era

muy difícil. Otro, otro, otro, otro, otro, otro,otro, otro, otro, otro, otro, otro, otro, otro, otro.... Había perdido la cuenta de cuantas veces lo había intentado. No había manera. No era capaz de atraparlo. A veces la cuerda se enganchaba pero nunca atrapada el maldito pestillo. Enseguida se soltaba. Parecía imposible, pero no iba a dejar de intentarlo. Debía de llevar allí hora y media al menos, intentándolo sin parar. Estaba agotado, la postura era ademas de lo más incomoda ¿Que hora seria? Al menos las cuatro y media de la mañana, ¿Quizás las cinco?. No podría decirlo, estaba exhausto empapado en sudor, jadeante, descansando por un instante apoyando su espalda contra la puerta de acero que lo separaba del pasillo.

Se armó de fuerzas para probarlo de nuevo. No iba a parar, ¡no podía parar! De repente, tras innumerables nuevos intentos, noto algo. La cuerda se había quedado enganchada. Con sumo cuidado tiro de la parte que cerraba el nudo corredizo. Siguió tirando.... noto que estaba moviendo algo. Sin duda, había atrapado el pasador. Podía notar como estaba tirando de el. “

Vamos Miguel. Vamos un poco más”. En el silencio de la noche pudo oír el chirrido del pestillo al moverse, poco a poco. No disponía del angulo suficiente, y la puerta seguía cerrada. No podía abrirlo más. Solo lo había movido un poco. No lo suficiente para desesperación de Miguel que se le enrojecían los ojos de impotencia. Su plan había fallado, era imposible abrirla.

Le temblaban las manos del esfuerzo. Apenas podía sacar las puntas de los dedos entre los barrotes.

Tendría que romper uno si quería poder tirar del pestillo en condiciones. ¿Cómo demonios iba a romper un barrote? Necesitaba una palanca. No tenía nada, nada que pudiese utilizar. La barra de hierro de la pared estaría muy bien, lo malo que estaba firmemente atornillada a la pared. Tiró con todas sus fuerzas de ella,  pero sólo consiguió hacerse daño en la mano.

Se sentó desesperado contra la puerta metálica pasando sus manos por la cabeza. El sudor corría a borbotones por su cara. Estaba tan cerca de conseguirlo, unos pocos centímetros más y se abriría la maldita puerta. ¡Que impotencia!. Se levantó casi de un salto, se le había ocurrido una idea. Empezó a pasar la cuerda a través de los barrotes uno a uno trenzándola. A punto estuvo de caerse la cuerda al otro lado de la puerta nada más comenzar; la cogió al vuelo en un alarde increíble de reflejos. Estaba de los nervios. Eso hubiese sido el fin. Suspiro aliviado. La trenzó de nuevo, e iba tirando poco a poco de la cuerda desde el primer barrote y pasando el terreno ganado por los otros barrotes. La cuerda se tensaba cada vez más, iba ganando terreno. Así poco a poco, despacio, despacio. Oyó un clic y la puerta crujió.

Lo había conseguido. Se quedo paralizado de la emoción, la puerta estaba abierta. Tiro de ella hacia adentro, se temió que saltase la alarma. Pero no, todo estaba tranquilo. Asomó la cabeza al pasillo, podía ver la luz roja de la cámara al fondo del pasillo justo al lado de la celda de Gerard. En ellotro lado del pasillo, se intuía el reflejo de la luz del ascensor.

En cualquier momento podría saltar la alarma, no estaba seguro de si había o no sensores de movimiento.

En algún lugar, por lógica tenía que haber unas escaleras además del ascensor. Aquello era grande y había varias puertas que daban acceso a las diferentes estancias: la zona de la ducha, el sucio comedor donde habían desayunado en un par de ocasiones, las celdas, la cámara de torturas. Tenía que haber unas escaleras cerca del ascensor.

Tomo aire, tenía que armarse. Si lo sorprendían, les iba a hacer frente, iba a ir a muerte. Nada le gustaría más que vengarse de lo que le habían hecho. Soñaba con pelearse en igualdad de condiciones con Dominique, sería más grande que él, pero estaba seguro que le daría una paliza de muerte, estaba mucho más motivado y se jugaba la vida. Retiro la cuerda con las esposas. La anudo bien, por lo de ahora era lo único que tenía, se la puso a modo de guante. Poco podría hacer frente a una pistola, la sorpresa era su única ventaja. Pensó en Gerard, en ir a rescatarlo pero era demasiado arriesgado. Podría ser un lastre. El hombre estaría totalmente dormido, si tomaba el riesgo de rescatarlo era muy probable que ninguno de los dos consiguiese salir de ahí. ¡Vendré a por ti Gerard, no te dejare tirado!. Tomo aire y contó desde 10 hacia atrás: diez, nueve , ocho, siete, … tres, dos, uno.

¡Ahora!

Miguel corría por el pasillo en dirección al ascensor. Una luz se encendió de repente y las cámaras se activaron. ¡

Mierda!. La alarma iba a saltar en cualquier momento. Corrió aún mas rápido, ahí estaba el ascensor, había una puerta a la derecha .

La de las escaleras. Trató de abrirla pero estaba cerrada con llave.

¡Leches!. La alarma no había sonado o no la oía al menos. Apretó el botón de llamada del ascensor, tenía que cogerlo a la fuerza . No sabia si estaba bajando o no, ninguna luz lo indicaba. Vio un extintor en una de las esquinas, lo cogió veloz.

Eso si podía ser una buena arma. Blandió el extintor de un lado a otro como practicando como golpear con el. Oyó que el motor del ascensor se movía, su corazon latía como sí fuese un bombo gigante.

De repente, el ascensor llegó al sótano. Se iba a abrir la puerta. Miguel se puso a un lado con el extintor en lo alto dispuesto a golpear a quien pudiese salir de el. Sus ojos abiertos como platos, estaba fuera de si. No había nadie, ¡Venía vacío!. Entró como una exhalación dentro, pulsó el botón del primer piso. El ascensor inició el ascenso. Se abrió la puerta, todo estaba oscuro de nuevo estaba en la planta baja de la mansión.

Salió del ascensor con el corazón a mil por hora. Estaba tan cerca de conseguirlo. La casa estaba en absoluto silencio. Nada más salir del ascensor, empezó a sonar la alarma; el ruido era ensordecedor.

Corrió hacia la puerta de entrada, estaba cerrada. Rompió el cristal de la ventana con el extintor y saltó a través de el como un loco, sin preocuparse siquiera de acabar de romper la ventana, la atravesó literalmente. Se corto con los restos de cristal y cayó al mullido césped. ¡Lo había conseguido estaba fuera!

Se levantó y salió corriendo despavorido en dirección al muro. “

Joder que alto era” pensó. No lo recordaba tan alto. Eran más de cuatro metros, eso no sería impedimento lo escalaría como fuese. Oyó unos ladridos al otro lado de la casa, no tenía ni idea de que tuviese perros. “

¡Ostias!” . Corría hacia el muro mirando hacia atrás, pudo ver a los tres enormes dogos que corrían detrás de él. Los tenía casi encima, eran mucho más rápidos. Pudo ver las luces encendida en el piso de arriba de la mansión.

Uno de los perros le salto encima, haciéndole perder el equilibrio. Cayó de bruces al suelo. Los perros se le lanzaban encima furiosos, eran muy grandes y ágiles. Saltaban a su alrededor y le trataban de agarrar brazos y piernas con la boca, a la vez que le ladraban furiosos. Miguel se revolvía como podía, les daba patadas, no lo iban a parar. Abrió el extintor sorprendiéndolos y golpeó a uno en la boca, los hizo recular por un momento y emprendió de nuevo la huida. Una enredadera trepaba en un lado del muro, se dirigió hacia allí.

Consiguió agarrarse a la enredadera comenzando a trepar por ella desenvarazándose a patadas de los perros que estaban otra vez encima de él.

Había iniciado el ascenso cuando uno de los perros le agarro del pantalón del pijama tirando fuertemente de él y haciéndolo caer al suelo. Otro de los perros se abalanzó sobre él, inmovilizándole el brazo con su boca. Lo arrastraba y le enseñaba los dientes. Otro le aprisionaba la pierna con la boca, le mordían. Los tenia a los tres encima, no le dejaban moverse, lo tenían medio inmovilizado. El pataleaba con todas sus fuerzas a pesar de los mordiscos. Trataba de levantarse, pero le era imposible con ellos encima. Les gritaba desesperado. Luchaba con todas sus fuerzas, pero no podía con elos. A él que le encantaban los perros

¡Que paradoja!. Su plan se había ido al traste por su culpa. Hubiese saltado el muro si no fuese por ellos. Lo habría logrado.

Pasos que se acercaban. Los vio venir, primero estaba Dominique, detrás Elizabeth. Llevaba una pistola eléctrica en la mano. Le disparó nada más llegar a su altura en todo el pecho desnudo al cual impactó, sintió una descarga como no había sentido antes, su corazón se paralizó por un instante. Miguel perdió el sentido, su cuerpo desprendía un fuerte olor a quemado. Quedó tumbado en el césped boca arriba con la boca abierta ante sus captores, que lo miraban sorprendidos. Había estado a nada de conseguirlo.

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