Elizabeth

Elizabeth


CAPÍTULO 19

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CAPÍTULO 19

Lizzy se tocó la cicatriz de su cabeza, y la sintió rugosa, pero bien cerrada. Afortunadamente se encontraba bajo la nuca: un lugar invisible para los ojos. Deshizo el nudo del turbante, y lo desenrolló lentamente. Dejó la larga tela hecha con parte del tartán de Blake sobre el aparador que ella utilizaba como tocador. Todo en Gorstan era austero y frío. Si ella no tuviera un esposo que la calentará por las noches, moriría de frío en ese lugar tan alejado.

Con dedos diestros comenzó a deshacerse la larga trenza rubia, y comenzó a cepillarse el cabello en largas pasadas. Lo tenía tan largo, que le costaba mantenerlo en su sitio con prendedores, por ese motivo se lo trenzaba. Después, comenzó a desnudarse para darse un baño. Era uno de los mejores momentos, y lo podía disfrutar a diario porque Blake se encargaba de traer las cubetas con agua caliente para llenar la bañera de latón. Ella ignoraba dónde se encontraba en ese momento porque ambos utilizaban el agua de baño, primero ella, y en segundo lugar él. Lizzy había elaborado un jabón al que había añadido esencia de lavanda. Ecgred se lo había obsequiado, y a ella le encantaba porque ahora tenía su propio aroma. Ya no olía como la mayoría de escoceses de Gorstan, sino como una fina dama de la corte. Ese pensamiento le hizo parpadear. Se esforzó por retener la idea que la llevaba a un recuerdo. Lizzy se veía así misma vestida de seda, y con finas joyas que la adornaban. Se tocó el cabello suelto, sintió un impulso, se lo recogió en lo alto de la cabeza, y entonces sufrió una revelación. Ella había llevado su pelo en un recogido muy elaborado y adornado con prendedores de perlas. Se vio bailando con un apuesto joven que le sonreía de forma cariñosa. Podía visualizar sus ojos violeta, su cabello negro…

—¿Todavía no te has bañado? —la voz de Blake la sobresaltó, y la trajo de nuevo al presente.

Se giró hacia él, y entornó los ojos.

—Creo que he tenido un recuerdo.

Blake se paró de golpe, y la observó cauto, ella a su vez lo miró arrobada. Toda esa masa de músculo y fibra la hacía arder por las noches. El placer que le daba era inmenso, y Lizzy se sentía feliz de que fuera su esposo.

—¿Qué tipo de recuerdo?

A ella le costaba ordenar las imágenes, sobre todo porque sólo se vía así misma, y el rostro del joven que le sonreía, pero nada más.

—Vestía ropas elegantes, y joyas finas…

Blake había llegado hasta ella, la levantó con delicadeza, y comenzó a quitarle la camisola que era lo único que cubría su cuerpo. Ella se había quitado el resto de prendas antes de quedarse pensativa.

—El agua está casi fría, y yo también deseo bañarme.

Lizzy seguía ensimismada.

—¿Mi familia es pudiente? —le preguntó de pronto.

Blake no sabía qué responder porque lo desconocía, aunque según le había contado Ecgred, los ropajes que vestía ella cuando sufrió el accidente parecían más de doncella que de dama.

—¿Cómo nos conocimos? —le preguntó Lizzy de nuevo.

Ahí sí podía ser sincero.

—En el mercado de Rockcliffe.

Ella siguió pensativa mientras se introducía en el interior de la bañera. No recordaba dónde se encontraba ese lugar.

—Sí, ya me lo has mencionado en otra ocasión, pero deseo saber lo que sentimos cuando nos miramos por primera vez.

—Cuando te vi la primera vez parecías un cachorrillo abandonado.

Blake comenzó a lavarle el largo cabello mientras la devoraba con los ojos. La inglesa ya no mostraba pudor en su presencia, detalle que lo complacía mucho porque nada le hacía disfrutar más que atender ese joven y hermoso cuerpo al que se estaba aficionando. Que le permitiera bañarla era un goce para sus sentidos. Lo ponía duro como una piedra, y, lo mejor de todo, es que ella se dejaba acariciar y querer como a él se le antojara. No había muchacha más complaciente en todas las Tierras Altas, y él había tenido la suerte de encontrarla.

«Por San Andrés, que sea huérfana», rezó mentalmente.

—A veces creo que me voy a volver loca de tanto querer recordar.

Blake no quería hablar sobre su desmemoria, así que se dedicó a acariciarla con lascivia para que dejara de pensar.

—¡Por Dios! ¿Qué me haces?

Blake no le dio una respuesta, sino que la besó apasionado, y la siguió acariciando íntimamente hasta que la sintió retorcerse en el agua. La escuchó soltar un gritito que le encendió la sangre mucho más. Impaciente por penetrarla, la sacó de la bañera en brazos, y la llevó al lecho chorreando agua.

—¡No! —exclamó ella cuando fue consciente de las intenciones que tenía—. Mojaremos la cama.

Blake volvió a apresar sus labios y los mordió con avaricia.

—No puedo esperar…

—No me he secado el cabello —protestó ella.

Pero Blake la dejó sobre el lecho, y se tumbó sobre de ella. Que estuviera completamente desnuda era una gran ventaja, así que sólo tuvo que apartar su kilt, sujetar su miembro, y llevarlo hacia el interior de ella donde se moría por entrar. De una sola embestida, la penetró hasta la misma raíz, y comenzó a embestirla de forma rápida.

Lizzy había estado distraída y por eso le costó seguirle el ritmo. Cuando se centró en todo lo que le provocaba y le hacía sentir, cerró los ojos, y comenzó a respirar con fuerza.

—¡Mírame! —le ordenó firme.

Ella obedeció.

—No hay nada tan hermoso como verte alcanzar el clímax, por favor, no me lo niegues.

Lizzy sonrió en respuesta, y afianzó las piernas en torno a la cintura de él en esa postura que tanto le gustaba. El movimiento le provocó a Blake una sacudida que casi lo hace llegar al orgasmo al instante, pero se controló. Empujaba fuerte, ella lo recibía, y se miraban el uno al otro como si no existiese nada más en el mundo. A Lizzy le temblaban los labios, y él deseó mordérselos porque sabía los tiernos y suaves que eran: néctar que saciaba su sed. Inclinó la cabeza, y capturó la boca. El besó era tan intenso y provocador como las embestidas que le daba. Lizzy ya no pudo resistirlo más. Comenzó a tensarse, arqueó la espalda, y se dejó llevar por las oleadas que la recorrieron por entero, un segundo después, Blake se permitió alcanzar la liberación. Lanzó un bramido áspero, se puso rígido unos segundos, y después se quedó inmóvil sobre el cuerpo de ella.

Los dos corazones latían al unísono, ahora más calmados tras el éxtasis compartido, pero ninguno de los dos quería moverse del lugar donde se encontraban.

—Te amo…

Le dijo confiada, y él sufrió, por primera vez en su vida, remordimientos. Quizás fue ese sentimiento encontrado, o el momento íntimo que habían compartido, pero sintió un impulso y lo siguió. Ella estaba relajada entre sus brazos después del alcanzar el clímax, y por eso no fue consciente del lazo que envolvió en su mano y que sujetó a la suya.

—Me perteneces —le susurró al oído.

Lizzy abrió los ojos, y lo miró sorprendida cuando vio su mano atada a la de él en un nudo suave.

—¿Qué significa esto? —preguntó con humor.

—Es un rito escocés —le explicó él—. Nuestra forma de entregarnos por completo a otra persona —Lizzy alzó las cejas con un interrogante en sus bonitos ojos grises—. Ahora repite conmigo: te pertenezco —la instó.

Lizzy sonrió porque le gustaba ese juego.

—Te pertenezco —lo complació.

Tras escucharla, Blake la besó en los labios, y comenzó de nuevo un ataque a sus sentidos que la volvió loca de deseo.

***

Blake abrió los ojos cuando sintió una presión sobre su hombro. Giró el rostro, y vio que Bruce estaba inclinado sobre él. Por instinto, cubrió el cuerpo de Lizzy con la colcha, la muchacha estaba profundamente dormida, afortunadamente, dormía boca abajo.

—Ian Douglas McGregor, espera en el salón.

Esas palabras lo despertaron por completo, sobre todo, el rostro golpeado de Bruce.

—¿Qué hace en Gorstan? —preguntó en un susurro para no despertarla—. Es inaudito que el nieto de Morgana visite la fortaleza.

—Vamos, rápido —lo instó el otro.

Bruce se giró hacia la puerta del dormitorio, y comenzó a caminar cojeando. Estaba claro que no se había repuesto del todo de sus heridas. Blake se puso el kilt, y se cubrió los hombros con el tartán que descansaba a los pies del lecho. Caminó descalzo porque tenía prisa. El nieto de Morgana nunca había visitado la fortaleza, y se preguntó el motivo para hacerlo en ese momento.

Cuando entró al salón y contempló el rostro del que sería el futuro laird de los McGiver, supo que había problemas graves, aunque ignoraba la causa.

Ian miró a Blake, y una ira ciega comenzó a gestarse en su interior. Se había llevado la sorpresa de su vida cuando llegó a Knockfarrel y descubrió que Lizzy se encontraba en Gorstan. El tal Bruce lo había escuchado en el gran salón cuando habló con su abuela, y cuando Morgana le informó que un McGiver deseaba un encuentro con él, pero que había sufrido un percance antes de alcanzar Edimburgo, Ian no supo a qué atenerse. Quizás fuera su gesto apremiante, o su rostro cansado, pero Bruce no quiso soltar prenda de los motivos por los que deseaba un encuentro con él hasta que hablaran a solas. Morgana se opuso con todas sus fuerzas, e hizo apoyo común con el resto de los hombres que comandaba, pero viendo que el nieto se plegaba a los deseos de la mujer, Bruce optó por no decir nada. Ian se embarcó en una fuerte discusión con su abuela, con varios hombres del clan, pero no logró su propósito de hablar a solas con Bruce que se replegó sobre sí mismo y se guardó toda información.

Horas más tarde, con el futuro laird hecho una furia con todos los McGiver, Bruce lo animó a que fuera hasta Gorstan por sí mismo sin informar a su abuela. Fue tanta la desesperación de Ian, que lo zarandeó para sacarle la verdad, y una cosa llevó a la otra. Bruce se defendió empujando al nieto, y en Knockfarrel se desató el caos. Ian logró arrastrar a Bruce a la biblioteca y arrancarle la verdad: había una muchacha en Gorstan que respondía al físico de la sassenach, pero Ian no se conformaba y le demandó explicaciones, así supo que a la muchacha la había herido de muerte Gavin McGiver, y que el sanador Ecgred le había salvado la vida.

—Quiero ver a la forastera que mantienes prisionera en Gorstan —fue lo primero que dijo Ian cuando tuvo enfrente a Blake.

Ian ya conocía al escocés. Era uno de los más acérrimos detractores de que él fuera el laird de los McGiver. Había mostrado su desacuerdo de todas las formas posibles, y, en cada ocasión que coincidían en Knockfarrel, le mostraba un profundo desdén y una total ausencia de confianza hacia su persona. Pero como si todos esos detalles sobre su carácter no fueran suficientes, también conocía lo independiente y libertino que era pues había intentado seducir a su hermana Serena estando casada y en estado de buena esperanza. Ese escocés no tenía honor ni mostraba respeto. Morgana no había podido doblegarlo, pero desde luego que él sí iba a tomar medidas al respecto.

Tras el nieto de Morgana había dos hombres McGregor con mirada amenazante. Tenían escrito en la cara que deseaban una buena pelea.

—En Gorstan no mantenemos prisioneros, y menos mujeres —se defendió Blake—. Y los McGregor no son bienvenidos aquí.

La enemistad entre ambos clanes databa desde hacía más de un siglo.

—No voy a repetirlo —la voz de Ian era dura como el granito.

Alrededor de Ian y Blake se habían congregado varios hombres de la fortaleza. Seguían muy atentos las palabras entre ambos, y estaban dispuestos a intermediar si fuera necesario. Todos pensaban que el nieto de Morgana no era un auténtico McGiver. Nunca sería el líder que ellos necesitaban, pero la suerte no estaba ese día de su parte.

—Me ha despertado Ecgred para decirme que tenemos visita.

La voz de una mujer disipó la tensión de la sala y de los hombres enfrentados. Ian se giró hacia ella, y sufrió un sobresalto.

—¡Lizzy! —exclamó al verla.

Blake cuadró los hombros. No le había gustado nada que Ian la reconociera. Al principio la inglesa había sido un estorbo, pero se había acostumbrado a ella y le gustaba tenerla consigo.

La muchacha contempló el rostro del invitado y vio reconocimiento en sus ojos verdes. Ella no recordaba quién era, pero estaba claro que el visitante sí. Su corazón comenzó a latir de forma apresurada.

—¿Me conoce? —en la voz de la muchacha se percibía la esperanza.

—Soy Ian, tu primo.

Lizzy parpadeó emocionada. Se llevó la mano a la boca para contener un gemido de alivio. Por fin alguien podía informarle de quién era ella, y de qué lugar procedía.

—¿Tengo familia? —preguntó la mujer a medida que avanzaba entre los hombres.

Ian sentía una congoja en su interior. Lizzy no lo reconocía, aunque no desconfiaba. Caminó directa hacia ella, y la encerró entre sus brazos siguiendo un impulso. La muchacha pudo sentir que no era la primera vez que lo hacía, y por eso se lo permitió.

—Tu padre se ha vuelto loco buscándote —le dijo en un susurro tan quedo que nadie pudo escucharlo salvo ella—. Todos hemos recorrido las Tierras Altas tratando de encontrarte, y estabas aquí.

Lizzy sentía ganas de llorar de puro consuelo.

—¿Por qué mi esposo no me ha dicho nada sobre mi familia? ¿Es porque estamos enemistados? —preguntó a punto de ceder al llanto—. ¿Es porque soy una descarriada?

Ian la separó un poco, y la miró atentamente.

—Eres lady Mary Elizabeth Penword —comenzó a explicarle sin dejar de mirarla a los ojos—. Tu padre vive, tu madre vive. Tienes una numerosa familia en Inglaterra —Lizzy cerró los ojos, unos segundos después se giró hacia Blake que se mantenía en silencio.

Blake, al ver la mirada de ella, sintió deseos de maldecir.

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