Elizabeth

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CAPÍTULO 20

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CAPÍTULO 20

Lizzy sentía un terrible dolor de cabeza que no alivió los polvos que le facilitaba Ecgred. El malestar lo había propiciado la larga y dolorosa explicación de Blake, también la pelea que se desató en el salón después de escucharla. El hombre que decía que era su primo había sido implacable en su defensa, también los hombres que lo acompañaban, pero estaban en clara desventaja porque eran minoría. Por suerte llegó a Gorstan una anciana de cabellos blancos que logró detener la pelea entre escoceses, e impuso un alto a las intenciones de todos. Nieto y abuela se encerraron solos en una de las estancias más pequeñas y apartadas del gran salón. Nadie supo qué se dijeron, pero estuvieron hablando durante mucho tiempo. Lizzy había optado por regresar a la alcoba que consideraba su hogar, porque no podía mirar el rostro del que había creído su esposo.

Blake había hablado, pero no con ella sino con Ian McGregor y la anciana. No la había mirado ni una sola vez a los ojos, ella también le rehuía la mirada porque el ultraje que soportaba minaba todas las fuerzas.

Seguía sin recordar, pero estaba claro que ella no pertenecía a ese lugar, y en su ánimo desesperanzado no mejoró la explicación de Bruce sobre Blake y sus acciones. No le valía que argumentase que desconocía todo sobre ella, y que había proclamado a todos que le pertenecía con el único propósito de protegerla. El hombre que debía informarle de todo, de revelarle la verdad, le había mentido, utilizado, y Lizzy se sentía morir de la vergüenza porque la había hecho vivir en pecado.

Tenía la garganta cerrada en un nudo de culpa, en el estómago una sensación de angustia que no remitía, y en el corazón un dolor intenso como nunca antes había sentido. Ahora entendía muchas cosas: la falta de vestuario propio, enseres que llevaría una esposa a su hogar, en definitiva, todo lo que debía poseer una mujer enamorada y casada con el hombre escogido.

«¡Madre mía, qué humillación tan grande!», se dijo sin consuelo.

El sentimiento de afrenta era abrumador, y lo intensificaba el lacerante dolor de cabeza que parecía partirle el cráneo en dos. Lizzy no era capaz de procesar la información sobre ella, también, que el padre de Blake fuera el causante de la herida que le había provocado el olvido sobre sí misma. Ahora conocía que había visitado el mercado de Rockcliffe con otro primo más joven, que había sufrido un robo, y que persiguiendo al ladronzuelo se había topado con Blake herido e inconsciente en el suelo. El resto de la historia lo consideraba una indecencia. La habían acusado, golpeado, y si no fuera por Bruce, la habrían dejado tirada para que muriera como un animal.

Unos golpes en la puerta le hicieron cerrar los ojos con fuerza.

—Abre, Lizzy —le ordenó el primo desconocido—. He enviado un mensajero a Deveron House. Todo estará listo para nuestra llegada.

Ella se resistía a levantarse. Se había dejado caer en el lecho tratando de recomponerse, pero había resultado inútil. Todas sus fuerzas se habían esfumado.

—No deseo hablar —respondió en un tono tan triste, que Ian sintió una profunda compasión por ella.

—No tienes la culpa de nada —le dijo tras la puerta.

Ella rompió por fin a llorar. Sacó de su interior toda la congoja que la ahogaba, y le dio igual que el desconocido abriese la puerta y cruzase la estancia sin haberle dado permiso.

—Me parte el alma verte así, pero tenemos que hablar.

—¡No! —exclamó ella.

Ian se sentó en la orilla del lecho, y le puso la mano sobre el hombro que se convulsionaba.

—Eres inocente, no has hecho nada malo —reiteró él.

Lizzy apoyó el rostro en la almohada tratando de evitar la mirada del primo.

—Me siento terriblemente avergonzada —logró decir de forma entrecortada.

—Soy consciente —aceptó el otro—. Pero nada de todo esto es culpa tuya.

Ian conocía muy bien el sentimiento de desamparo que debía sentir su prima al conocer por fin la verdad.

—Le he perdonado la vida, porque salvó la tuya —le reveló muy serio.

Lizzy se medio reincorporó en el lecho, y miró a Ian con ojos empapados en lágrimas.

—Quiero irme de este lugar —Ian también lo deseaba—. Quiero olvidar todo lo sucedido.

Pero algo así no estaba en la mano de Ian porque Lizzy había vivido en intimidad con un hombre de las Tierras Altas, y él tenía que tomar decisiones al respecto.

—Si deseas mantenerlo como esposo, me encargaré de que no pueda negarse.

Fue escucharlo, y mirarlo perpleja, un segundo después soltó una risotada histérica que ya no pudo parar.

—¿Y morar el resto de mi vida en un lugar como este? —preguntó alarmada.

Durante semanas habían vivido como marido y mujer. Ella le había entregado confiada todo de sí misma. El sentimiento de escarnio prevalecía en su pecho que no podía considerar nada más que la huida. Necesitaba poner distancia entre Gorstan y ella, entra Blake y ella.

—Jamás permitiría que vivieras en un lugar así —respondió el primo.

Ian no podía ni imaginarse lo que había padecido ella desde su desaparición. Todo el trabajo que había tenido que realizar en un lugar lleno de hombres que odiaban a los ingleses. Incluso había antepuesto las necesidades físicas de él en detrimento de las suyas porque lo creyó correcto entre esposos. Fue pensarlo, y arder por la vergüenza.

—¿Mis padres me aman? —preguntó con un hilo de voz—. ¿Me querrán de vuelta?

A Ian le brillaron los ojos porque la entendía. Lizzy no recordaba nada, pero sabía que Gorstan no era su lugar, y sentía miedo y desconcierto por el futuro que se abría ante ella.

—No hay progenitores más amorosos que los tuyos —le confesó muy emocionado—. Tu padre es el conde de Redmond, y está peinando las Tierras Altas buscándote. —Lizzy volvió a estallar en llanto—. Tienes una hermana menor, Alexandra, a la que llamáis cariñosamente Alex. Y tu madre Isabel espera un nuevo hijo. Ignoro si lo habrá alumbrado o no.

Ian le hablaba con mucha suavidad sosteniéndole la mano. Ella rehusaba mirarlo, pero escuchaba atenta.

—¿Estaba prometida?

Pensar que otro hombre pudiera estar esperándola, la llenaba de aprensión, porque no podría compartir la misma intimidad que había vivido con Blake.

Ian sonrió por primera vez.

—No estás prometida, Lizzy, aunque tienes la edad apropiada para estarlo —respondió sincero—. Tus padres…

Ella lo cortó.

—¡Vámonos! —lo urgió—. Salgamos de este odioso lugar.

Todo el peso de lo sucedido cayó sobre los hombros de Ian.

—Tenemos que hablar de él —sugirió el primo.

Lizzy parpadeó varias veces, quizás para borrar el resto de lágrimas, quizás porque no entendía la pregunta de Ian.

—¡No! —exclamó violentada.

—Lizzy…

Ella giró el rostro hacia la ventana. En esa estancia no había nada de ella salvo los dos vestidos que le obsequió el falso esposo, y eran vestidos de sirvienta.

—Quiero marcharme y olvidar todo.

Ian no quería presionarla. La llevaría a Deveron House y le daría un tiempo para que aclarara sus ideas. Habían sucedido demasiados hechos desde la desaparición de ella. El padre debía conocer y opinar sobre el asunto. Blake debía responder por sus acciones, porque de no hacerlo, él tendría que tomar medidas severas.

Mientras Lizzy se preparaba para la marcha. Ian le pidió a Morgana que reuniera al consejo de ancianos. Cuando dejara a Lizzy bajo la protección de Deveron House, regresaría a Knockfarrel para anunciar sus decisiones.

Morgana tenía muchos años en su cuerpo, y sabía mejor que nadie cómo tratar a los hombres como Blake o su nieto. Cuando Bruce contó todo lo que había sucedido desde Rockcliffe, ella había meditado, valorado y descartado varias decisiones importantes. Blake le había dado su protección a la sassenach delante de los hombres de Gorstan, esa aceptación la convertía en su propiedad según las leyes en Escocia, y su nieto tenía que aceptarlo. Cuando le sugirió que la inglesa podría formar parte del clan McGiver, Ian reaccionó de una forma muy diferente a como esperaba. Entre abuela y nieto se suscitó una fuerte discusión que no lo movió a él ni un milímetro en sus opiniones. Pero gracias a las acciones involuntarias de Blake, ella había logrado una victoria sobre Ian de las que no había vuelta atrás. Ian Douglas McGregor ni se había dado cuenta del abismal paso que había dado por culpa de la forastera.

Morgana habló en privado con Blake mientras su nieto hacía lo propio con la muchacha, y supo de primera mano lo que el escocés pensaba sobre lo sucedido. No existía sentimientos comprometidos por su parte salvo afecto y compasión. No sentía responsabilidad alguna por sus acciones, e insistió en que lo desconocía todo sobre ella. Estaba claro que no albergaba remordimientos, y que consideraba el asunto concluido. Le había salvado la vida a la sassenach, cualquier deuda contraída, había sido saldada.

Morgana insistió en la conveniencia de que tomara a la inglesa por esposa según las leyes de Inglaterra, y Blake respondió con una sonora carcajada. La muchacha era hermosa, complaciente, pero era una lady inglesa que no le interesaba salvo para calentarle el lecho. Fue decir las palabras, y Blake sintió remordimientos por segunda vez en su vida. Sí que le importaba, pero no podía admitirlo delante de Morgana.

La anciana le hizo ver que el padre podría pedir responsabilidades, y ella se encontraría en la tesitura de tener que atenderlas. Blake alzó las cejas con un interrogante, ¿Morgana McGiver se plegaría ante un inglés? Lo dudaba seriamente. Y fue precisamente el hecho de que la muchacha fuera inglesa y su familia también lo que dotó a su declaración de argumentos sólidos porque él pertenecía al clan, a los McGiver.

Morgana hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

Entendía la postura de Blake. Si la muchacha era inglesa e hija de una familia poderosa, no la querrían en Escocia. Y si aceptaran la unión entre los dos, sí o sí pretenderían que el matrimonio recién avenido estableciera su residencia en Inglaterra cercano al hogar familiar, algo que un verdadero escocés jamás contemplaría. Sobre todo un escocés como Blake. Todo quedó dicho entre ambos, y juntos esperaron la llegada al salón de Ian McGregor para comunicarle sus conclusiones.

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