Electro

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Capítulo 15

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L

o único que rompía el silencio que había entre Ray y Eden era el crujido de las botas sobre la gravilla. Las sombras inundaban los recovecos y los túneles, y Ray no comprendía cómo su guía era capaz de orientarse. Todo a su alrededor era roca. Cualquier forma de vida, ya fuera vegetal o animal, había desaparecido.

Desde que se separaron del resto del grupo, ninguno de los dos se había vuelto a dirigir la palabra. Ray se había limitado a seguir a Eden, y ella a mantener un buen ritmo y a chasquear la lengua de tanto en cuanto mientras el cielo se oscurecía. El chico se sentía utilizado, ninguneado y manipulado por ella y, aun así, una parte de él, minúscula pero inamovible, le impedía odiarla... y aquello era lo que más rabia le daba.

Cuando Eden se paró de pronto, Ray volvió a la realidad y, por primera vez, se percató del paisaje que los rodeaba.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

Eden lo ignoró y comenzó a estudiar el camino que tenían delante con gesto preocupado.

—No sé dónde estamos —sentenció antes de emprender de nuevo la marcha.

—Genial... —murmuró el—. ¿Y por qué sigues caminando si te has perdido?

Eden se giró enfadada.

—Mira, mejor cállate, porque si estamos así, es por tu culpa.

—¡Por supuesto que es por mi culpa! ¿Cómo no? —dijo Ray llevándose las manos a la cabeza y exagerando la situación—. Perdernos es culpa mía, discutir es culpa mía... ¡Todo es culpa mía!

—Oh, por Dios..., cierra el pico, Duracell —sentenció la joven mientras le daba la espalda.

—¿Que me calle? ¡Si llevo callado todo el camino!

—Pues sigue así.

Las ganas de discutir por parte de Ray aumentaban con cada orden y desplante de ella.

—Lo tuyo es increíble... Eres manipuladora, arrogante, egoísta y encima careces de sentido de la orientación.

—¿Algo más?

—¡Sí! ¡Eres orgullosa e interesada! ¡Sabías que de una forma u otra iba a acompañarte, fueras a donde fueses! —y dando un paso hacia ella, añadió—: Y también eres una traidora.

La última palabra fue más de lo que la chica pudo aguantar. Se giró con la rapidez de un vendaval y le atizó a Ray un puñetazo en el estómago. El joven intentó tomar una bocanada de aire y se acuclilló, retorciéndose de dolor, mientras ella se acercaba a él para decirle:

—Seré muchas cosas, pero no una traidora. Así que nunca me vuelvas a llamar eso.

A continuación, le dio la espalda y siguió caminando. Ray, todavía en el suelo, tuvo que contenerse para no echarse a llorar. No por el dolor en el estómago, sino por todo lo que estaba viviendo. Quería despertar de aquella pesadilla, quería volver a Origen con sus padres, quería que los exámenes o la beca fueran sus mayores preocupaciones.

Sin embargo, no podía permitírselo. No dejaría que ni Eden ni ese mundo pudieran con él. Respiró hondo, se levantó y aceleró el paso hasta alcanzar a la chica y adelantarla en varias zancadas.

—Ray, ¿qué haces? —preguntó ella, sorprendida de que el chico volviera a rebelarse—. Ya estamos lo suficientemente perdidos como para que encima te pongas ahora en modo explorador. ¡Ray!

El chico continuó avanzando hacia el interior del cañón. Las paredes de roca se volvían cada vez más altas y los caminos, además de bifurcarse constantemente, se iban estrechando según se adentraba en ellos. Como antes, ignoró la voz de la chica y no se habría detenido de no ser por lo que se encontró repentinamente en mitad del camino y que le hizo frenar en seco.

Alguien había encadenado a un hombre a la pared del cañón con unos grilletes que aprisionaban sus muñecas. Su ropa no era más que retales de lo que una vez había sido un elegante traje: la americana carecía de mangas, la camisa, sucia y deshilachada, solo tenía abrochados los últimos botones, y los pantalones estaban tan destrozados como si se hubiera revolcado con ellos sobre una montaña de agujas afiladas. Sin embargo, fueron las zapatillas de deporte desgastadas que llevaba lo que más desconcertó a Ray.

El rostro del extraño iba a juego con la vestimenta: llevaba el cabello moreno revuelto y tan sucio como la barba que cubría su cara, y su mirada enloquecida por el hambre atravesó a los chicos en cuanto entraron en su campo de visión. Era como mirar cara a cara a un animal salvaje, ansioso y colérico, y su sonrisa no hacía más que remarcar las ganas que parecía tener de degollarlos con los dientes.

Lobos... —dijo Ray en voz baja, incapaz de contener la palabra en la boca.

No le dio tiempo a reaccionar cuando Eden, de pronto, le hizo una llave para agarrarlo del cuello y del brazo hasta inmovilizarlo, a pesar de la diferencia de altura.

—Eden, ¿qué...? ¡Ah! —la chica le retorció el codo un poco más y de un empujón le obligó a avanzar hacia el hombre.

Ray opuso toda la resistencia que encontró, pero la chica no parecía tener intención de detenerse. Con cada paso que daban, más sonreía el lobo. Sus ojos brillaban al tiempo que se relamía los labios agrietados y comenzaba a salivar. La bestia chasqueó sus dientes, una, dos veces, preparándose para dar el primer bocado.

Cuando apenas quedaban un par de pasos, el lobo se abalanzó sobre ellos y las cadenas tintinearon al tensarse. El rostro de la criatura quedó a tan solo unos centímetros de la cara de Ray. El nauseabundo aliento de la criatura inundó sus fosas nasales mientras los gruñidos ahogaban los demás sonidos del cañón.

—¿Esto es lo que quieres? —le preguntó Eden, sin soltarlo.

—¡¿Pero qué te pasa?! —gritó Ray, asustado.

La bestia lanzó un rugido de impotencia e intentó pelear contra las cadenas que retenían sus piernas. Ray desvió la mirada hacia otro lado, asustado. Si tenía que morir así, prefería no verlo.

—¡¡Mírale!! —gritó Eden—. ¡¡Mírale a los ojos!!

El chico dudó unos instantes, presa del pánico, hasta que finalmente cedió a las órdenes. Tenía el iris de los ojos de color dorado oscuro; resultaban tan amenazantes como su dentadura mellada. Con un último mordisco al aire, la criatura se retiró unos pasos y comenzó a carcajearse febrilmente con una risa aguda y espeluznante.

Eden soltó por fin a Ray de un tirón y este tropezó y cayó al suelo para después retroceder hasta estar a una distancia segura.

—¡Esto es lo que hay en el mundo, Ray! ¡Monstruos! —le dijo Eden con las risotadas del lobo de fondo—. Así que la próxima vez que te entren las ansias de liderar, relájate y trágatelas.

—Eso, trágatelo todo.

La risa se había interrumpido y en su lugar había quedado aquella voz grave y melosa que hizo que Eden se girara.

—¿Qué es? —preguntó la criatura dirigiéndose a Eden y olfateando el aire sin apartar los ojos de Ray—. Huele... distinto.

—No es de tu incumbencia —contestó ella tajante.

La criatura volvió a reírse.

—¡Vaya, vaya! Un electro con secretos, ¿eh?

—No me llames eso.

—¿El qué? ¿Electro? —respondió la criatura, vacilante—. Tú a mí me llamas... lobo, ¿no tengo derecho yo a llamarte lo que quiera?

Que fuera capaz de hablar, de razonar y de burlarse lo volvía mucho más siniestro, más peligroso, pensó Ray.

—¿Quién te ha hecho esto? —preguntó Eden.

—¿Qué es tu amigo?

—¡Responde!

—¿Y qué recibo yo a cambio, electro?

Eden reflexionó durante unos momentos antes de decir:

—De acuerdo, una respuesta por otra.

—Bien —dijo el lobo sin dejar de sonreír.

—¿Quién te ha apresado?

—Vosotros los llamáis cristales.

—¿Cristales? ¿Esto es terreno de cristales?

—Respuesta por respuesta, electro —le recordó la criatura mientras se relamía—. Me toca. ¿Qué es él?

Eden se giró hacia Ray y le lanzó una mirada de advertencia.

—Es un humano.

El lobo volvió a fijar sus ojos en el chico y le estudió de nuevo con renovada curiosidad mientras olfateaba el aire.

—Hueles bien, humano —sentenció, tras humedecerse los labios—. Tu turno de nuevo, electro.

—¿Por qué te han apresado los cristales?

El lobo soltó una nueva carcajada.

—Cruzamos los límites y rompimos el pacto. Ellos no se meten en nuestro territorio y nosotros no nos metemos en el suyo. Pero el hambre te hace ser un... traidor —dijo sin parar de sonreír.

—¿Tenéis un pacto entre vosotros? ¿Lobos y cristales?

—¡Algo que claramente los electros tampoco sabéis cumplir! —gritó—. ¡Mi turno! ¿Cómo vais a escapar de ellos?

Aquella pregunta pilló a Eden desprevenida.

—¿Ellos? —la paciencia de la joven tocaba a su fin—. Mira, si esto es un estúpido juego para retenernos aquí, que sepas que no va a funcionar. Eres tú el que está encadenado.

El lobo volvió a reírse.

—Puede que sea yo el que está atrapado, electro —dijo el lobo—, pero al menos ya saben que estoy aquí. ¿Saben ellos que vosotros estáis aquí?

Cuando terminó de pronunciar aquella frase, Ray comenzó a escuchar un leve zumbido que retumbaba entre las paredes del cañón.

—No tenemos por qué seguir hablando con un monstruo como tú —concluyó la chica—. Ray, vámonos.

—¡Ray! —grito la criatura mientras sonreía—. Así que el humano se llama Ray... Dime, Ray, ¿sabes salir de aquí? Porque el electro parece un poco perdido...

—¡Cállate! —le ordenó Eden.

Pero la atención de Ray no estaba puesta en aquella conversación, sino en el pasadizo del cañón del que parecía provenir el zumbido que iba creciendo poco a poco y que le recordaba al ruido de un televisor desintonizado.

—Yo conozco senderos seguros a través del laberinto rocoso. Sé dónde está la salida. ¿Quieres saber dónde está la salida, Ray?

—¡He dicho que te calles!

—Eden... —susurró asustado el chico.

—¡El electro no sabe dónde está la salida! —exclamó el lobo riéndose.

—¡Cállate o te juro que te abro la garganta, bestia!

—¡Silencio! —gritó Ray.

Eden desvió la mirada al joven, pero antes de que pudiera replicarle, él se le adelantó:

—Escucha.

Para cuando Eden prestó atención, el zumbido no solo lo percibían en sus oídos, sino también en la gravilla del suelo y en las paredes. La joven se adelantó un par de pasos y comprobó el inicio de aquel pasadizo, extrañada.

—¿Qué es eso? —preguntó para sus adentros.

—Ellos... —dijo la criatura, calmada y con una sonrisa—. Ya vienen...

El sonido se hizo mucho más claro y Ray consiguió descubrir a qué le recordaba realmente: se trataba de un aleteo. Como el de un moscardón o un escarabajo gigante, solo que multiplicado. ¿Qué clase de criaturas podían provocar semejante ruido?

—¿¡Cómo salimos de aquí!? —gritó Eden al lobo.

La única respuesta que obtuvo de él fue una enorme carcajada que la chica interrumpió atizándole en el rostro con la vara que llevaba en el cinturón. La expresión del lobo volvió a transformarse en una de odio.

—¡¿Por dónde?! —insistió.

—¡Libérame!

—¡No!

—Entonces os atraparán.

El ruido se había vuelto ensordecedor. Y ya no se trataba solo del zumbido, sino también del golpeteo de las rocas chocando contra el suelo.

—Eden... —dijo Ray asustado, pero la joven seguía centrada en el lobo.

No había tiempo para pensar, ni para trazar un plan. Tenían que salir de allí cuanto antes.

—Si te suelto —dijo Eden—, nos llevarás a la salida, ¿entendido?

—¿Es un pacto, electro?

—Vivos —añadió ella.

—Es un pacto —sonrió él.

—¡Eden! —chilló Ray.

La joven agarró el pedrusco más cercano y, con un par de golpes secos, consiguió desprender las cadenas de los grilletes, dejando libre al lobo. La criatura se irguió, se crujió el cuello y se acarició las arandelas de metal de las muñecas.

—Si el electro cumple, yo también —sonrió el lobo—. No os quedéis atrás.

Dicho aquello, la bestia comenzó a correr hacia una de las bifurcaciones del camino y los chicos lo imitaron sin dudarlo, perseguidos por aquel estruendo. Fue en ese instante cuando Ray cometió el error de alzar la mirada para descubrir a las aterradoras criaturas aladas que corrían por encima de sus cabezas de un montículo a otro, ya no solo acompañadas por el sonido de sus alas batientes, sino también de las respiraciones agitadas persiguiendo a sus presas...

 

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