Electro

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Capítulo 16

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14 de diciembre de 2025

Anoche, mientras dormía, tuve un sueño que aún no sé si calificar de pesadilla o de premonición. He soñando que yo mismo era uno de esos nanobots que atacaban el sistema de las personas para acabar con ellas.

Me he sentido poderoso siendo uno de ellos, a pesar de mi infinitésimo tamaño. Era como un enviando de los dioses, un ángel exterminador. Los humanos habían abusado de lo que se les había entregado y debían pagar las consecuencias. Era hora de que devolvieran lo que no les pertenecía y regresaran al polvo de la tierra de la que no deberían haber salido jamás.

Entonces, en el sueño, clavaba mis patas mecánicas en el tejido del corazón de un humano e, inmediatamente, adquiría sus recuerdos y emociones que me confirmaban que estaba haciendo lo correcto.

Terminado mi trabajo, embriagado por los recuerdos de aquel a quien acababa de robarle la vida, volvía al exterior, y era entonces cuando descubría que la persona a la que había provocado la muerte... era yo.

Esto me ha hecho cuestionarme hasta qué punto son autómatas estas criaturas mecánicas. ¿Tienen un cerebro que los dota de inteligencia artificial? ¿Son capaces de alimentarse de nuestros recuerdos y emociones, igual que de la energía que nos mantiene con vida? ¿Afectaría eso al deterioro del cuerpo infectado?

Parece mentira que haya soñado esto justo hoy: el día en el que he experimentado con mi propia sangre. Como los resultados con el organismo animal artificial que creamos no fueron los esperados, llegué a la conclusión de que había que exponer células humanas a los nanobots. Sin embargo, para que me den suministros de sangre humana, tengo que pedir una multitud de permisos tanto al departamento médico como al propio consejo, dando cuenta de los fines de su utilización. Así que tomé la decisión de utilizar mi propia sangre.

El problema es que en mi laboratorio no puedo sacarme la muestra. He tenido que ir a los de medicina para que me lo hagan. Necesitaba a una persona de confianza, que fuera discreta y que me sacara la muestra sin que diera parte de ello. Por suerte, Sarah lleva meses allí y ha accedido a hacerlo.

La verdad es que nuestra relación se ha ido estrechando un poco más en este último mes. Quedar con ella para tomarme un café todas las semanas se ha convertido en un ritual. Sorprendentemente, hablamos más de trabajo que de otra cosa, pero eso hace que se me erice aún más la piel... Sus conocimientos no tienen parangón. Incluso me ha confesado que estuvo desarrollando un estudio sobre la permutación genética en mamíferos antes de entrar en el laboratorio y que espera algún día presentárselo a la junta para ponerlo en práctica. Yo, por mi parte, no le he contado nada de mis experimente secretos con los nanobots. Igual me equivoco, pero prefiero mantenerla al margen de esto todo lo posible. Cuantos menos lo sepan, mejor.

El caso es que esta mañana he acudido directamente a ella para que me sacara la muestra, guando le he pedido que no diera parte de ello, me ha lanzado esa mirada que tan bien conocía en el pasado. Lo único que le he dicho es que quiero analizar mi sangre tras haber probado un nuevo alimento cárnico que hemos creado. Sarah es bastante proactiva a cumplir normas y papeleo burocrático, así que me ha pedido que no haga tonterías y que informe a mi padre de todo.

Lo reconozco: me encanta que se preocupe por mí y, de haber tenido tiempo, le hubiese pedido vernos esta misma tarde. Pero mis responsabilidades me impiden hacer esa clase de locuras.

Una vez en mi laboratorio, he depositado una gata de sangre en un vidrio, lo he introducido en la urna de contención y lo he expuesto con una de las muestras de aire exterior. Mi madre, cuando estalló la bomba, estuvo sin la máscara menos de cinco minutos, así que ese es el tiempo que he dejado allí la muestra.

He tenido que analizar todo desde la urna de contención, ya que cualquier descuido podría poner la muestra de nanobots en contado con el aire de aquí dentro y eso desataría una epidemia que nos condenaría a todos.

Los resultados han sido preocupantemente fascinantes. No me equivocaba: el nanobot reacciona de manera distinta ante un cuerpo humano. Lo ha reconocido nada más entrar en contacto con la muestra de sangre humana y se ha activado al instante, aunque no ha podido hacer mucho al no encontrar el corazón. Lo más fascinante es que se alimentan de los glóbulos y son capaces de duplicarse. ¡Duplicarse! Quien creara estas máquinas se ha ganado todo mi odio, pero también mi absoluta admiración.

PD: Resulta irónico que recemos para que Dios nos salve de un exterminio que hemos provocado nosotros.

2 de enero de 2026

Año nuevo, vida nueva. O eso dicen. Cualquiera en su sano juicio escribiría en estas fechas sus propósitos para los próximos doce meses. Yo, sin embargo, sigo atrapado en la vida de aquí abajo, aunque intentamos asemejarla en lo posible a la que teníamos antes.

Hace dos días fue la noche de fin de año. Hicimos la cuenta atrás, como entonces. Hubo celebraciones: es la única noche en la que las autoridades reparten alcohol (aunque sea un champán creado a partir de destilaciones que prefiero no mencionar en estas páginas) y dejan que lo bebamos en cualquier parte del complejo sin límite de hora. Además, se ha implantado la tradición de hacer regalos en ese último día del año.

Tengo que confesar que esta es la primera Nochevieja que decidí hacer vida social y salir de mi cuarto. Nunca le he dado la importancia que le dan los demás, pero porque tampoco tenía nadie especial con quien compartirla.

Sarah ha sido la culpable de que la noche del 31 de diciembre fuera a tomarme un par de copas de ese champán tan espumoso que luego te da dolor de cabeza. Toda la celebración fue en la planta de la cúpula, decorada con guirnaldas y colgantes que rozan lo hortera. Tampoco podía faltar la pantalla gigante en la que aparecería la cuenta atrás, como si estuviéramos en el Times Square de Nueva York. El barullo de gente que había era sorprendente. Una parte de mí se alegra por el hecho de que sean capaces de desconectar y olvidarse de los problemas durante una noche (¡bendito alcohol!). La otra se ríe de ellos por lo patéticos que resultan al intentar implantar detalles tan ridículos de la vida que llevábamos en el exterior.

Sarah estaba radiante. Destacaba por encima de todos y eso me hacía sentir a veces incómodo por la cantidad de miradas que se posaban en nosotros. Siempre me ha dado igual lo que la gente pensara de mí, pero por primera vez me preocupa que mis compañeros crean que hay algo entre nosotros. Aunque claramente lo hay, eso es cosa nuestra y de nadie más.

Minutos antes de que comenzase la cuenta atrás, se ha hecho el intercambio de regalos. Y, para mi sorpresa, Sarah me ha entregado una copia digital del libro llamado "Al ponerse el sol", escrito por una habitante del complejo.

Porque... sí, a pesar de lo mucho que me cueste creerlo, incluso aquí dentro, encerrados como estamos, hay quienes encuentran inspiración para seguir pintando, escribiendo o componiendo.

Parece ser que "Al ponerse el sol" se ha convertido en un éxito en los últimos meses. Su autora, una tal Charline Walles, se ha vuelto toda una celebridad. Por lo que Sarah me ha contado, la novela relata la vida completa de uno de los primeros niños nacidos dentro del complejo.

Yo, como soy un desastre, no le regalé nada. Así que le agradecí el detalle con un cálido abrazo antes de que comenzara la cuenta atrás.

Una cuenta atrás que ha marcado un antes y un después en el complejo.

Pocos segundos antes de llegar al cero, se ha producido un apagón: el primero en la historia del Ocaso. Durante un momento, nos hemos quedado todos en silencio, sin saber cómo reaccionar, pero al poco tiempo la luz ha vuelto y en la pantalla ha aparecido un símbolo con una frase: el ocho tumbado que representa el infinito con un ojo en cada círculo y debajo el lema "la verdad os hará libres". La imagen iba acompañada de una extraña melodía, parecida a la de una caja infantil de música.

Las autoridades han tardado menos de un minuto en restablecer el sistema y devolvernos una cuenta atrás que, al llegar a cero, no ha obtenido los gritos y aplausos esperados. Todos nos hemos quedado perplejos ante ese ataque hacker (porque es lo que es): yo no paro de preguntarme cómo han podido burlar los sistemas de seguridad del complejo... Pero aquí somos todos un rebaño de ovejas y, si el pastor dice que sigamos caminando, lo hacemos sin rechistar. Así que a los pocos minados la velada ha vuelto a la normalidad, como si nada.

Cuando hemos terminado, he invitado a Sarah a pasear por la zona ajardinada del núcleo, con bancos en los que sentarse y perder la mirada en el firmamento acristalado. Solo que ninguno hemos mirado hacia arriba: ambos hemos clavado la mirada en el suelo.

Antes de que pudiera preguntarle si se encontraba bien, ella me ha confesado que me quería. Que lo había hecho desde antes de que me marchara a los laboratorios y que ahora, años más tarde, aquel sentimiento que había intentado extinguir de todas las maneras posibles había renacido con más intensidad. Cuando se ha incorporado para mirarme a los ojos, la he atraído hacia mí y le he dado un beso en los labios, mucho más intenso, real y ávido que el primero que compartimos a la misma distancia del cielo. Al separarme, le he asegurado que yo también siento lo mismo y que, por mucho que haya intentado ocultármelo a mí mismo, no ha servido de nada.

Si no he escrito estas líneas en este cuaderno antes ha sido porque llevamos encerrados en mi cuarto estos dos últimos días.

Escucharla respirar a mi lado me hace inmensamente feliz.

PD: Mereció la pena ir a la fiesta.

15 de enero de 2026

Fueron los griegos los que, para atraer el poder y la protección de la diosa Artemisa, comentaron el ritual de soplar cirios encendidos sobre pasteles redondos durante la celebración de un cumpleaños. Hoy he hecho veintisiete y ha sido, cuando menos, un cumpleaños lleno de sorpresas (y no de las agradables).

Mi padre es el único que puede recordar esta fecha. Supongo que si no lo he proclamado a los cuatro vientos es porque me gusta pasar desapercibido. Ni siquiera Sarah se ha acordado.

Hoy, más que cualquier otro día, pienso en mamá. Sabía que sería complicado y por eso he fingido estar hasta arriba de trabajo para no tener que ver a Sarah. Valoré la posibilidad de avisar en el laboratorio de que me encontraba indispuesto y quedarme todo el día metido en la cama... pero sé que el remedio sería peor que la enfermedad y que lo último que debo hacer es quedarme aquí encerrado.

Pero cuando intentas huir de los problemas, estos acaban encontrándote.

Justo antes de salir al laboratorio, han llamado a la puerta. Me he llevado una sorpresa al ver que se trataba de mi padre. Una parte de mí pensaba que me iba a felicitar, pero cuando me ha empezado a contar lo que ocurría, me he quedado de piedra.

"Soy el nuevo director de la Junta". Eso es lo que me ha soltado de repente. La noticia aún no se ha hecho pública y ha venido a decírmelo para que me entere por él antes que por otra vía. Parece ser que el directivo actual está tan mayor me es incapaz de tomar ni una sola decisión y el consejo ha consensuado que papá asuma su puesto.

Si mi padre ha sido elegido nuevo director de la junta entre todos los mandamases del laboratorio es porque desde el principio ha sabido más que ninguno y confían en él. Y eso me duele y repugna por dentro.

Y la cosa no acaba ahí.

La segunda noticia todavía la estoy asimilando. No quiero pensar que ha tomado la decisión porque soy su hijo, sino porque mis esfuerzos en los laboratorios por fin han dado sus frutos, pero quiere que trabaje con él. Mano a mano. Quiere que ocupe un lugar en la junta del consejo. Me ha asegurado que necesita a alguien de confianza a su lado y que el único en el que se atreve a relegar funciones soy yo.

¿Que soy el único en el que confía? ¿En serlo? Obviamente, he estallado. Le he soltado todo lo que tenía guardado: desde sus secretos con el trabajo hasta la muerte de mamá. Me ha confesado lo mal que se ha sentido todos estos años teniéndome tan cerca y sabiendo lo lejos que nos encontrábamos en realidad el uno del otro.

Supongo que esta es su manera de pedirme perdón y un intento por recuperar todo este tiempo perdido. Pero me he vuelto una persona que desconfía hasta de su propia sombra y una parte de mí piensa que si mi padre me quiere ahí es para tener aún más control sobre la juntadel complejo.

Antes de marcharse me ha sorprendido con algo más: un libro, esta vez uno real, de papel y tinta, con cubiertas. No se trata de ninguna primera edición de siglos jasados, pero eso ya no hace falta para convertir cualquier libro en una auténtica joya.

Se trata de "EL retrato de Dorian Gray", de Oscar Wilde, uno de los muchos clásicos que en el pasado me había jurado leer.

PD: En el interior del libro, hay una dedicatoria escrita a puño y letra: "felices 27, hijo".

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