El protector

El protector


Capítulo 13

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—¿QUERÍAS verme, milord?

Nick, que se estaba colocando la espada al cinto, alzó la vista y se encontró con Simone en el umbral, tan guapa y fresca como la recordaba. Sonrió y le hizo un gesto para que entrara.

—Así es. —Nick la vio sentarse con elegancia en una silla de respaldo recto frente a su escritorio, con las manos cruzadas sobre el regazo y los labios ligeramente curvados en una sonrisa.

Pero, ¿qué era aquella sombra de inquietud en sus ojos?

No quería dejarla tan pronto. A pesar de sus muchas excentricidades, Simone era como un fresco arroyo del bosque, relajante y tranquilizador, que proporcionaba una callada vitalidad al gigantesco y gris lienzo que era Hartmoore. Debió quedársela mirando un largo rato, porque Simone se sonrojó.

—¿Milord?

—¿Mm? Discúlpame. —Nick volvió en sí y rodeó la mesa para colocarse delante de ella. Apoyó la espalda contra la esquina de la mesa—. Y dime, ¿qué tal te ha ido esta mañana?

—Muy bien. Excepto… —Simone sacudió la cabeza y se mordió el labio inferior. Sus ojos volvieron a brillar con incertidumbre—. Mi… mi madre guardaba un secreto.

Nick trató de no fruncir el ceño, y mantuvo un tono neutro.

—¿Un secreto? ¿De qué se trata?

Simone volvió a sacudir la cabeza.

—Sólo aludió a ello en la última parte. Estaba leyéndole en voz alta a Didier para… para mantenerle ocupado. Me vi obligada a dejar los diarios entonces, y no pude averiguar nada más.

—¿No querías que tu hermano escuchara lo que tu madre había escrito?

—No. No. Las cosas que escribió, las palabras tan horribles que utilizó. —Su boca carnosa se curvó en un mohín—. No puedo imaginar a mi madre pensando siquiera en cosas tan desagradables, ni mucho menos escribiéndolas en papel.

Nick se reclinó hacia atrás y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Esto te asusta.

—Sí. Si hubieras conocido a mi madre, lo entenderías. Incluso en su momento de más rabia, ella nunca… —Simone se interrumpió, deteniéndose para recuperar la compostura—. Escribió que rezaba para que mi padre se muriera.

Nick alzó las cejas.

—Eso es realmente grave.

Simone asintió, y Nick vio la súplica de ayuda en sus ojos antes de que volviera a hablar.

—¿Querrías leer tú mismo esa parte, milord? Yo no puedo… —Volvió a detenerse—. Me temo que cualquier conclusión a la que yo pueda llegar estaría teñida por mis sentimientos.

—Por supuesto que lo leeré. —Para sus adentros, Nick añadió otra pista al misterio de la rota familia de su esposa. Tal vez no fuera simplemente el rencor conyugal lo que encendía las violentas batallas entre Armand y Portia, sino algún terrible secreto que guardaba la madre de Simone. Algo que Armand había descubierto. ¿Podría ser ese conocimiento tan peligroso como para llevarle a asesinar a su propia esposa?

Pero, ¿qué papel jugaba el niño en aquella terrible tragedia? Sin duda, Didier debía suponer alguna amenaza para que su joven vida se viera cercenada de aquel modo. Pero, ¿por qué se libró Simone? De los dos hijos, ella sería la más peligrosa, aunque sólo fuera porque era mayor y tenía más capacidad de comprensión.

Nick recordó la representación que le hizo Didier con el agua fría, la sensación de caer, de ahogarse…

Volvió a centrarse en el rostro preocupado de su esposa.

—Sin embargo, me temo que, por desgracia, el diario debe esperar a mi regreso.

—¿Regreso? —La expresión de Simone pasó del disgusto a la sorpresa—. ¿Dónde vas?

—A la villa de Obny, es un viaje de medio día.

—Por supuesto… el ataque. —Simone bajó la vista hacia el regazo—. ¿Estarás fuera mucho tiempo?

—No… sólo pasaré allí una noche. —Nick podía ver con claridad la desilusión en el rostro de Simone y sintió una punzada de mala conciencia. Lo cierto era que nada le gustaría más que quedarse con ella en Hartmoore, leer el misterioso diario de Portia y vigilar que Didier no hiciera más travesuras. Pero ya había retrasado mucho aquel viaje. La pequeña escaramuza contra Obny por parte de los renegados galeses era una advertencia grave y definitiva para que Nick dejara a un lado la traición de Evelyn y se pusiera al servicio de su baronía y de su amigo, al que tenía descuidado desde hacía tiempo.

—Regresaré por la mañana, y para entonces Minerva ya debería haber llegado. —Simone asintió ante su explicación, pero tenía los labios apretados en gesto serio. Nick sabía que no le atraía la idea de quedarse sola en un castillo lleno de desconocidos. Hincó una rodilla ante ella y le sujetó la barbilla con la mano.

—Simone, no deseo partir tan poco tiempo después de nuestra llegada, pero no puedo evitarlo. Es mi deber como señor de Obny, y no lo eludiré. Mi madre y lady Haith estarán aquí para hacerte compañía y para ayudarte en todo… no estarás sola.

Ella frunció el ceño y retiró la barbilla con brusquedad.

—Por todos los santos, Nicholas, no soy una niña que tiene una rabieta ante la perspectiva de tener que pasar una velada sin nadie que me entretenga… Papá me ha dejado sola en suficientes ocasiones como para que a estas alturas ya esté acostumbrada. Estoy triste porque te voy a echar de menos a ti, tonto.

Nick sintió como si le hubieran dado una patada en el estómago ante la afirmación de Simone, pero ella no le dio la oportunidad de deleitarse en su tierno comentario.

—Pero si es eso lo que piensas de mí… que soy una boba mimada y sin inteligencia —se puso de pie—, entonces no te echaré de menos después de todo. De hecho, me alegro de que te vayas. Buenos días.

Nick vio cómo trataba de contener las lágrimas y una vez más sintió un pellizco en la conciencia. Simone había tenido una mañana difícil, y él la había empeorado. ¿No aprendería nunca a entender la mente de una mujer?

Se puso de pie y tomó la mano de Simone, atrayéndola hacia sí aunque ella trató de zafarse.

—No quise decir que estuvieras mimada, y desde luego no eres ninguna boba —aseguró con solemnidad—. Te pido disculpas. Sólo me preocupaba que te sintieras sola e incómoda en Hartmoore tras haber pasado sólo una noche aquí.

El petulante ceño de Simone se transformó en una expresión de arrepentimiento, y de pronto rodeó con los brazos el cuello de Nick.

—Oh, Nicholas, lo sé. —Lo soltó antes de que él tuviera tiempo de devolverle el abrazo—. No quiero que te preocupes de cómo me adapto a tu casa. Lady Genevieve, lady Haith y yo nos llevaremos de maravilla. Siento que ya quiero a Hartmoore, y voy a estar feliz aquí.

Sus palabras conmovieron a Nick. Sin embargo, se preguntó si sentiría lo mismo si estuviera al tanto de la existencia de la mujer que Nick siempre pensó que ocuparía el lugar de Simone. Sus pensamientos se dirigieron brevemente al pequeño baúl de cuero del que Randall acababa de deshacerse, y se alegró de que ya no quedara ningún recuerdo de la mujer que le había herido. Era mejor que su esposa supiera de Evelyn mucho más tarde, cuando el dolor de Nick hubiera sanado y Evelyn no fuera por fin para él más que una extraña.

—Bien —dijo finalmente—. Se acerca el momento de mi partida. ¿Querrás venir a despedirme?

 

 

 

Simone acompañó a Nick al patio, donde una veintena de soldados esperaba en sus monturas. Tristan estaba allí, con las riendas de

Majesty en la mano, y también se encontraban lady Haith y Genevieve. Muchos de los invitados de la nobleza merodeaban alrededor del grupo que iba a partir. Las damas llevaban puestos sus vestidos de fiesta y conversaban y reían bajo la brillante luz del sol.

Simone se apretó contra el costado de Nick.

¿Se habría acostado Nick con alguna de ellas? ¿Con todas? Aquel pensamiento le heló la sangre, y lo apartó rápidamente de su cabeza mientras se acercaba a la familia de Nick.

—Simone, querida —la llamó Genevieve, balanceando a Isabella, a la que tenía en brazos—. Buenos días.

—Buenos días, milady —respondió Simone. Saludó con una inclinación de cabeza a los que estaban allí reunidos.

Nick soltó el brazo de Simone y se acercó a su montura, comprobando los arreos del caballo.

A su lado, Haith tocó el codo de Simone para llamar su atención. La pelirroja bajó la voz.

—¿Qué tal va todo, lady Simone?

Simone sabía que era algo más que una pregunta educada.

—Supongo que las cosas podrían estar peor —murmuró.

Haith alzó las cejas.

—Sí, tal vez Didier podría haber prendido fuego al gran salón.

Simone suspiró y asintió con la cabeza. Miró hacia Genevieve, contenta al ver que la baronesa viuda estaba ocupada levantando hacia su padre a una Isabella que no paraba de reírse. Simone se inclinó hacia Haith.

—Esa Minerva que ha mencionado Nick… ¿quién es? ¿Y cuándo llegará?

—Es mi tía abuela, una poderosa curandera —respondió Haith—. Espero que llegue dentro de un día, tal vez dos. Estaba atendiendo el postparto de mi hermana, y se pondrá en camino hacia Hartmoore hoy mismo. Es mayor y tiene que viajar despacio.

Simone frunció el ceño. En lugar de despejar sus miedos, aquella información la había dejado preocupada. Sólo Dios sabía el desastre que podía provocar Didier en dos días.

—¿Crees de verdad que ella puede ayudarnos? —preguntó Simone, notando el tono de desesperación de su voz.

—Si alguien puede hacerlo, esa es Minerva. —Haith le dio un apretón al brazo de Simone y ella le dirigió una sonrisa amable—. Mientras tanto, haremos lo que podamos.

Simone tenía sus dudas de que aquellas dos mujeres pudieran hacer algo para poner freno a las travesuras del niño, incluso aunque una de ellas fuera una bruja. Pero entonces Nicholas se giró hacia ella con la palma de la mano extendida. Simone se acercó inmediatamente a él, satisfecha de un modo malicioso por el hecho de que las damas que estaban en el patio los vieran juntos.

—Sólo será una noche —le recordó Nicholas. La brillante luz del sol relucía en su mandíbula, y Simone sintió el deseo de besarle allí.

Pero se limitó a asentir con la cabeza.

—Buen viaje, milord.

La familia de Nick se apartó, y Simone sintió un ligero tirón en la mano. Se acercó más a Nick, aturdida por la emoción de que fuera a besarla.

Él la abrazó brevemente, apoyando la mejilla contra su coronilla. Luego la soltó y dio un paso atrás, dejándole caer la mano. Simone trató de disimular su decepción.

—Lady Haith —le dijo Nick a la pelirroja, que en aquel momento se estaba apartando de su marido tras darle un beso apasionado—, confío en que lady Simone y tu os hagáis…

lleguéis a conoceros mejor durante nuestra breve ausencia. —Miró a Simone, a quien no se le había pasado por alto lo que había querido decir.

—No te preocupes, Nick —aseguró Haith—. Nosotras…

Su respuesta quedó atajada por el revuelo que se formó al otro lado del patio, más allá de la reja levadiza, que estaba levantada. Simone rezó para que Didier no fuera la causa.

—¿Qué ocurre ahora? —murmuró Nick cuando un guarda cruzó la polvorienta explanada en dirección al grupo.

—Milord —gritó el hombre—, hay un visitante a las puertas que pregunta por lady Simone.

—¿Por mí? —La sorpresa en su tono de voz resultaba evidente—. ¿Quién es?

El guarda ya estaba a su lado, y esperó a que Nick asintiera ligeramente con la cabeza antes de continuar.

—Es vuestro padre, milady.

Nick no pudo reprimir la maldición que salió de su boca. Lanzó sus guanteletes al suelo al mismo tiempo que Simone se giraba hacia él. Sus ojos verdes relucían con un brillo infantil.

El muy bastardo.

—¿Mi padre? ¿Lo has llamado tú, Nick?

Nick gruñó.

—No. —Para sus adentros, Nick dio por hecho que aquel miserable tenía la intención de sacarle más dinero. Y sin embargo, le resultaba sorprendente que Armand hubiera recorrido aquel largo camino desde Londres cuando tenía que regresar tan pronto a Francia. Su llegada a Hartmoore no podía significar más que problemas. De hecho, en aquel momento llegaron hasta ellos fragmentos ahogados de los acalorados argumentos del hombre para que le dejaran entrar.

Nick se giró hacia el guarda.

—Niégale la entrada.

—Sí, milord. —El joven soldado comenzó a alejarse.

Simone contuvo el aliento, y Nick la miró, impaciente por terminar de una vez por todas con Armand du Roche y dedicarse a su deber para con Obny. No confiaba en aquel hombre, ni tampoco estaba convencido de que no hubiera tenido algo que ver con las muertes de su esposa y su hijo.

—Si esto te contraría, lo siento, Simone —dijo Nick—. Pero tu padre no cuenta con mis simpatías. Ya se ha llevado el botín que quería, y no lo recibiré en mi casa.

Simone palideció y no dijo nada, pero Genevieve fue más directa en expresar en voz alta su disgusto.

—Nicholas, qué horror —exclamó—. Supongo que no esperarías que el padre de Simone se marchara de Inglaterra sin despedirse… Tal vez no vuelva a verla nunca más.

—De hecho, madre, eso es exactamente lo que esperaba. —Nick miró a Simone y no le sorprendió comprobar que estaba mirando hacia la torre de defensa. Su esposa buscaba desesperadamente el amor de su padre, y sin embargo Armand le arrojaba su cariño a la cara una y otra vez. A pesar del flagrante maltrato, Simone todavía mantenía la esperanza de que Armand se ablandara con ella.

Tristan se acercó a Nick.

—Hermano —comenzó a decir. Pero Nick había vuelto a mirar el rostro entristecido de Simone y estaba maldiciendo una vez más, cortando la reprimenda de Tristan antes de que pudiera empezar a soltarla. No permitiría que su hermano lo regañara en su propio patio.

—¡Thomas! —le gritó Nick al guarda que se alejaba. El hombre se detuvo sobre sus pasos y se dio la vuelta—. Permítele la entrada a lord du Roche.

Simone le sonrió y luego giró el cuello para buscar en la torre alguna señal de la llegada de su padre. Nick hubiera podido jurar que escuchó sus esperanzados pensamientos… deseaba que su padre hubiera ido a Hartmoore porque la echaba de menos, porque la quería. Nicholas no permitiría que Armand volviera a hacerle daño a Simone. Aunque estaba receloso de du Roche, Nick no temía por la seguridad de su esposa en Hartmoore.

—Mujer —gritó Nick, atrayendo la reluctante atención de Simone. A ella le brillaban los ojos.

—¿Sí, milord?

—Sabes muy bien que no deseo que lord du Roche permanezca en Hartmoore mientras yo no esté, pero no puedo retrasar mi viaje. Que se quede para que te despidas de él, pero quiero que se vaya por la mañana.

Simone asintió.

—Por supuesto, milord. Como desees.

Nick vio cómo el hombre entraba a caballo en el patio, y se le revolvió el estómago.

—Y no recibirá ningún regalo mientras esté aquí. De nadie. No sé por qué ha venido, pero conociendo a Armand du Roche como le conozco, sólo puede ser porque quiera algo.

Genevieve se giró hacia Nicholas con los ojos abiertos de par en par.

—¿Quién?

Simone respondió por él con una dulce sonrisa en los labios.

—Armand es mi padre, lady Genevieve. Creí que viajaría directamente a Francia desde Londres, pero… —Se encogió de hombros con gesto feliz.

El rostro de Genevieve palideció.

—¿Armand du Roche es tu padre?

Simone se giró hacia Nicholas. Su mirada reflejaba una gran preocupación.

—Madre, ¿qué ocurre? —preguntó él agarrándola del codo—. Estás haciendo que Simone se sienta incómoda. Te dije que lord du Roche es el padre de Simone.

—No, no. —Los ojos de Genevieve fueron de Nick a Simone, luego a Haith y finalmente a Tristan—. No me dijiste su nombre de pila.

—Lady Genevieve, ¿te encuentras mal? —preguntó Simone tímidamente acercándose más a la madre de Nick.

Pero Genevieve no respondió, sólo pasó rozando a las dos parejas, agitando los dedos contra los labios sin sangre. Nick se giró y vio a su madre detenerse y mirar fijamente hacia la nube de polvo que anunciaba la llegada de Armand a caballo al patio.

El hombre en cuestión los vio y desmontó, dándole las riendas a un muchacho que estaba por ahí cerca antes de acercarse a ellos cojeando con tensión, con el brazo derecho pegado al costado.

Simone tocó el brazo de Nick para llamar su atención. Él observó su rostro preocupado y sacudió la cabeza en respuesta a la pregunta que había en sus ojos.

—No es posible —susurró Genevieve con la vista clavada en el hombre alto que se acercaba.

Armand habló a gritos cuando estuvo más cerca.

—Simone, te rogaría que no me dejaras en compañía de estos peones tan burdos —la reprendió sacudiéndose varias nubes de polvo de la túnica—. Apuesto a que habrían sido capaces de dejarme ahí como a un vulgar vaga… —Armand se detuvo sobre sus pasos y dejó de hablar al mismo tiempo. Estaba a menos de diez pasos de donde se encontraban Nick y su familia. Primero entornó los ojos, y luego los abrió de par en par.

—Genevieve —jadeó.

Nick dio un paso adelante y miró primero a su madre y luego a Armand.

—¿Significa esto que vosotros dos os conocéis?

Genevieve ignoró a su hijo y reculó, primero fue un paso hacia atrás y luego dos más, deslizando y clavando los tacones en el fino cieno.

—No puede ser —susurró. Los ojos se le llenaron de lágrimas y no parpadeó mientras escudriñaba el rostro de Armand. Cuando volvió a hablar, lo hizo apretando los labios, y sus palabras resultaron casi inaudibles.

—Tú… estás muerto.

Nick escuchó cómo Simone contenía el aliento, y él volvió a agarrar al instante a Genevieve del brazo, esta vez con menos gentileza.

—Estás confundida, madre. Fue la madre de Simone la que murió en el accidente… no su padre.

Armand se sacudió su propio estupor y se dirigió lentamente hacia Nick y Genevieve con una extraña media sonrisa en los labios apretados.

—Qué encuentro tan afortunado, lady D'Argent. Lo cierto es que no ha pasado ni un solo día desde que hablamos por última vez en el que no me haya preguntado sobre tu paradero.

Nick frunció el ceño.

—Ahora se llama lady FitzTodd, du Roche. Mi madre es la baronesa viuda de Crane, y exige tu respeto.

Nick vio crecer su furia al ver que Armand se mostraba indiferente a la reprimenda. Ahora estaba delante de Genevieve, y se llevó su mano a los labios sin apartar en ningún momento los ojos de los suyos mientras le besaba las yemas de los dedos.

—No puedes imaginar cuánto me alegra volver a verte de nuevo.

Un extraño sonido fue la única respuesta de Genevieve. Apartó la mano de la de Armand y se la limpió en la túnica.

—Non, non… —Reculó y fue a dar contra el pecho de Nick.

—Madre. —Nick la agarró de los hombros y la giró, y el miedo aterrador que vio en sus ojos le sobresaltó—. ¿Qué diablos está ocurriendo?

Genevieve balbuceó y una única lágrima se le deslizó por la mejilla. Miró a Simone y luego cayó sobre Nicholas, inconsciente.

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