El protector

El protector


Capítulo 14

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SIMONE esperó en el fastuoso gran salón el regreso de su esposo, con el estómago hecho un nudo. Su primer día como señora de Hartmoore había ido bastante bien hasta el momento en que llegó Armand.

Qué típico.

Simone se sentó en la silla tapizada. Tenía los músculos como hierro frío, y observaba a su padre mientras este se movía por la espaciosa estancia, examinando los ornamentales tapices y las armas expuestas como decoración en los muros. Su mente recordó la parte del diario que había leído aquella mañana… ¿qué secreto había descubierto su padre? ¿Se lo contaría si se lo preguntaba? Simone se rió para sus adentros. Por supuesto que no lo haría. Se sintió como una estúpida por haber pensado aunque sólo fuera durante un instante que su padre había ido a Hartmoore a reconciliarse con ella. Su actitud hacia Simone no se había suavizado en lo más mínimo.

Pues que así fuera. Hartmoore era ahora su hogar, Nicholas su esposo, y Genevieve su familia. Armand no lo echaría a perder. No lo haría.

Exhalando un suspiro profundo y silencioso, Simone se levantó de la silla y cruzó el salón para colocarse al lado de su padre. Armand estaba de pie con la cabeza ladeada, admirando un escudo repujado con el emblema de los FitzTodd. Un arañazo irregular estropeaba ahora la superficie, gracias a Didier.

—Papá —se aventuró a preguntar ella—, lady Genevieve parecía de lo más consternada por tu llegada. ¿Cómo es que la conoces?

Los músculos de la mandíbula de Armand se estremecieron bajo su papada colgante, y pareció como si todo él temblara.

—Ah, nos conocimos hace mucho tiempo. En París. Hubo un tiempo en el que estuve algo enamorado de ella.

Ahora fue Simone la que se estremeció.

—¿Sabía

maman de su existencia?

—Non. Genevieve D'Argent había huido de Francia antes de que yo conociera a Portia.

—¿Sabías que había huido de Francia? —preguntó Simone, incapaz de disimular la sorpresa en su tono de voz.

—Por supuesto, todo el mundo lo sabía. De hecho, esa mujer asesinó a un miembro de la nobleza en su misma noche de bodas. —Armand bajó la voz, como si estuviera seleccionando los recuerdos en medio de una espesa niebla—. Aquello fue el escándalo de la década en la corte.

Simone tragó saliva y reunió el poco coraje que tenía.

—¿Estabas enamorado de ella?

Armand resopló.

—Piensas demasiado en ese sentimiento tan fantasioso, Simone. El amor no es más que el encuentro entre el deseo y la oportunidad. No tiene cabida en la realidad, porque cuanto más lo busques, más te elude. El amor… el amor es un mito. Un tesoro quimérico.

Simone se estremeció, y la carne se le puso de gallina como si la hubiera atravesado un viento helado.

—Yo no pienso eso —le espetó.

Armand se limitó a encogerse de hombros.

—Aprenderás.

La bravuconería de Simone se había agotado casi del todo, pero no pudo evitar seguir presionando.

—Entonces, ¿tampoco amabas a

maman?

Armand se giró para mirar a su hija. Una sonrisa de perplejidad le cruzaba los labios.

—Por supuesto que no.

A Simone se le formó un nudo en la garganta, e hizo un esfuerzo para pasarlo tragando con fuerza. No podía dejar de lado las implicaciones de la confesión de Armand: ninguno de sus hijos habían sido concebidos por amor. Estaba infinitamente agradecida de que Didier no estuviera presente para escuchar aquella despreocupada afirmación… En caso contrario, sin duda todo Hartmoore estaría ahora cubierto de hielo.

Pero no era el momento de derramar lágrimas por el matrimonio sin amor de Portia, ahora que el futuro de Simone dependía de la reaparición de lady Genevieve. La actitud de la madre de Nick marcaría seguramente el tono de la vida de Simone en Hartmoore, y sólo podía confiar en que, pasara lo que pasara entre la baronesa viuda y Armand, eso no ensuciara la relación entre Simone y Nick.

Y era incapaz de seguir esperando la llegada de su esposo. Simone estiró la espina dorsal y compuso la expresión de su rostro.

—Si me disculpas, papá, voy a ir a buscar a lord Nicholas —se giró para marcharse, pero Armand sacó la mano, impidiéndoselo.

—Non. Esperarás aquí conmigo y escucharemos juntos la explicación de lady Genevieve.

Simone soltó el brazo de sus garras y reculó para ponerse lejos de su alcance.

—No lo haré. Estoy preocupada por la dama y deseo hablar con mi esposo

a solas.

El rostro de Armand se ensombreció, y la piel se le puso tensa desde los ojos hasta la barbilla.

—No me amenaces, Simone. Harás lo que te digo, y no permitiré que me discutas.

—¿Ocurre algo?

Simone estuvo a punto de llorar de alivio cuando la fuerte voz de Nick llenó el salón. Se giró para verlo cruzando el ancho de la estancia. Entre Tristan y él iba una palidísima Genevieve.

—Milord —jadeó Simone. Dio un paso hacia ellos, pero entonces vaciló mientras miraba a la madre de Nick.

Genevieve debió leer la incertidumbre en los ojos de Simone, porque en aquel momento sonrió y le hizo un gesto para que se acercara.

—Ven, querida. Todo está bien.

Simone alcanzó a la madre y a sus hijos con una veintena de pasos.

—Milady, ¿cómo te encuentras?

—Ya estoy mucho mejor. —Genevieve alzó la vista para mirar a Nicholas—. Al parecer, me ha causado demasiada excitación la inesperada llegada de… un viejo conocido. —Soltó los brazos de sus hijos y Simone creyó ver cómo una mirada de determinación endurecía los ojos de la mujer.

¿A quién había tratado de convencer Genevieve con aquella simple explicación, a Simone o a Nicholas? Simone no lo tenía claro.

La baronesa viuda atrajo a Simone hacia ella y la colocó al lado de su esposo. Con una sonrisa radiante y extraña, se giró luego hacia Armand.

—Lord du Roche, confío en que aceptes mis disculpas por mi comportamiento anterior.

Simone se puso de puntillas y ladeó el cuello para acercarse a Nick.

—¿Qué es esto? —susurró.

Nick frunció el ceño y sacudió la cabeza, señalando hacia Armand, que se acercaba.

—Espera y verás.

—Por favor —dijo Armand inclinándose al llegar a la altura de Genevieve—. Imagino el impacto que ha debido causarte.

Las fosas nasales de Genevieve se abrieron.

—Eres muy amable. Sin duda para ti ha debido ser también toda una sorpresa.

Armand se encogió de hombros.

—Siempre supe que volveríamos a vernos. Pero lo que ahora importa es que nuestros hijos están felizmente unidos en matrimonio. Qué suerte para nosotros no tener que vernos relegados a tener por familia a unos desconocidos, ¿verdad?

—Es una suerte. Por supuesto.

Nadie en el salón se movió, y Simone sintió la tensión estrujándolos a todos como el puño de un gigante. Si alguien no decía algo para interrumpir aquel terrible silencio, Simone pensó que iba a gritar.

Nicholas se aclaró la garganta.

—Bien, entonces. Debemos ponernos en marcha, ¿Tristan?

El hombre alto y rubio que estaba a la izquierda de Simone asintió sin apartar en ningún momento los ojos de Armand.

—Sí. Madre, ¿necesitas ayuda para acomodar a… nuestro invitado?

Genevieve no se giró para responder a su hijo mayor, sino que continuó mirando fijamente a Armand.

—Marchaos los dos y despediros de vuestras esposas. Yo me ocuparé personalmente de lord du Roche.

Simone miró a Nick, pidiéndole con los ojos que interviniera. Por razones que desconocía, no le gustaban las implicaciones que había tras las palabras de lady Genevieve, ni la manera en que su padre permanecía delante de la mujer, como si fuera a saltar sobre ella a la menor oportunidad que tuviera. De pronto, Simone deseó más que nada en el mundo haber accedido de buena gana a la orden inicial de su esposo de impedirle a Armand la entrada en Hartmoore.

Nick frunció el ceño.

—¿Estás segura, madre?

—Por supuesto —respondió Genevieve con aire distraído—. Lord du Roche y yo tenemos mucho de que hablar después de tantos años. No os aburriremos a los jóvenes con nuestros recuerdos.

 

 

 

Haith llevó a la inquieta Isabella de regreso al salón para que tomara su comida de la tarde, dejando a Simone sola con una punzada de dolor mientras veía a Nicholas atravesar las puertas de Hartmoore con su hermano y un grupo reducido de hombres.

También estaba preocupada. ¿Qué iba a hacer ahora ella, sola y con Armand en Hartmoore?

Simone estiró la espalda y aspiró con fuerza el aire. Nick regresaría al día siguiente, y para entonces, su padre se habría ido.

—Non!

El grito resonó directamente en su oído, y Simone no pudo evitar chillar. Se dio la vuelta y vio a Didier varios metros detrás de ella en el polvoriento patio. Su rostro fantasmal y pálido tenía una expresión de auténtico horror mientras veía cómo partía el grupo del señor y se alejaba de la villa.

Simone se acercó a toda prisa hacia donde él estaba, escudriñando con la mirada el abarrotado recinto en busca de curiosos. Algunos invitados y varios aldeanos la miraban con expectación.

—Didier, ¿qué pasa? —susurró con los labios apretados cuando estuvo cerca de él—. Lord Nicholas regresará muy pronto. No tengas miedo.

—Non! —volvió a gritar de nuevo con una angustia que rompía el corazón. El niño giró bruscamente alrededor de Simone y corrió hacia las puertas con su extraña manera de conducirse, flotando y saltando. A su paso fue dejando pequeños círculos giratorios.

Simone vio cómo su hermano caía de rodillas, como si se hubiera tropezado de frente con un muro de piedra. El sollozo que emitió fue un sonido agudo y taladrante que no sólo acabó con la compostura de Simone, sino que también provocó que los pájaros que estaban posados en las almenas echaran a volar. En el interior de la aldea, los perros sumaron sus lastimeros aullidos al grito de Didier. Los aldeanos que estaban por allí cerca se detuvieron e inclinaron la cabeza para escuchar antes de encogerse de hombros y continuar con sus quehaceres.

Simone no sabía qué hacer. Los hombros huesudos de Didier se estremecían con sus sollozos sin lágrimas, y ella quería consolarle. Pero había muchísima gente alrededor… no podía dejarse ver hablando con el aire, sobre todo con tantos invitados procedentes de Londres y después de haber conseguido librarse hacía tan poco del estigma de la locura.

Pero Didier la necesitaba.

Se dirigió con naturalidad hacia la puerta, muerta de vergüenza al darse cuenta de que aquella era la segunda vez que cruzaba el patio sola y sin ningún propósito aparente. Cuando se acercó al niño, los sollozos de Didier disminuyeron en cierta forma, pero seguía mirando fijamente el camino ahora desierto que serpenteaba por encima del puente y se alejaba de Hartmoore.

—Didier —susurró Simone—, entra conmigo. No debes llamar la atención de esta manera.

Su hermano no dijo nada en un principio, se limitó a quedarse mirando fijamente el horizonte cubierto de colinas y sollozando. Cuando se giró hacia Simone, el dolor que reflejaban sus ojos hizo que a ella se le quedara retenida la respiración en el pecho.

—Vamos —volvió a susurrar Simone indicándole el castillo con un movimiento de ojos.

Didier negó con la cabeza y estiró las piernas por delante, apoyándose en la parte posterior de la ancha torre de defensa.

—No me moveré hasta que regrese lord Nicholas.

Simone gruñó con frustración y miró de reojo a su alrededor.

—Didier, por favor. No puedo quedarme aquí todo el día. Lord Nicholas regresará mañana…

—No lo hará.

Simone parpadeó. La solemnidad y la terrible certeza de las palabras de su hermano hicieron caer el miedo sobre ella como un río caudaloso y oscuro. Se olvidó de que estaba en una zona común, donde cualquiera podría verla caer de rodillas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó. El miedo teñía sus palabras—. Claro que volverá. El pueblo al que se dirige está sólo a medio día de camino. Pasará la noche en Obny y regresará por la mañana.

Pero Didier volvió a sacudir la cabeza.

—C'est mal. El sitio al que se dirige está mal.

Al escuchar aquellas escalofriantes palabras, la inquietud se apoderó del corazón de Simone, apretándoselo. Pero no pudo seguir hablando, porque los alaridos de un caballo llamaron su atención.

Un aldeano que conducía un carro tirado por un caballo repleto de barriles de vino redondos y grandes esperaba justo al otro lado de las puertas. El viejo y huesudo jamelgo se había detenido y ahora reculaba y daba coces al aire, luchando contra sus arneses. El cochero se había puesto de pie, y su rostro rubicundo mostraba claramente su disgusto ante el mal comportamiento del caballo.

—¡Cálmate ahora mismo, bestia infernal! —bramó alzando un fino látigo. El sonido silbante de la fusta golpeando la carne provocó que Simone se acercara de un salto—. Quítate de aquí, muchacha… ¡No tengo todo el maldito día!

El cochero volvió a azotar al caballo.

—Didier, por favor —suplicó Simone pasándose la lengua por los labios agrietados—. El caballo no pasará por las puertas mientras tú estés bloqueando la entrada. ¿De verdad quieres ser el causante del dolor de este animal aterrorizado?

Su razonamiento debió conmoverle, porque se giró hacia ella, mirándola con cautela.

—Tienes que moverte. Si ningún caballo puede entrar, tampoco podrá salir ninguno. Ha venido papá, y lord Nicholas ha ordenado que se marche en cuanto amanezca. —Al ver que el niño se limitaba a mirarla fijamente, Simone cerró los ojos y alzó el rostro hacia el cielo—. Por favor, Didier.

Cuando volvió a abrirlos, Didier se había levantado y estaba andando por un lado del ancho camino. Simone se puso de pie a duras penas cuando el aterrorizado caballo soltó un último chillido desgarrador y se lanzó hacia delante, tirando al cochero del pescante con un grito estrangulado. Simone sintió que estaba clavada al suelo mientras la bestia y el carro lleno de barriles se precipitaban hacia ella.

Se echó a un lado del camino en el último instante, las chirriantes ruedas pasaron susurrando contra las suelas de sus sandalias, rodándola con los guijarros que salieron disparados. El desbocado carro traqueteó a través del patio en dirección al refugio protegido de los establos, obligando a los aldeanos a salir corriendo en busca de cobijo antes de que su eco disminuyera.

Simone no fue capaz de obligar a sus pulmones a llenarse de aire mientras observaba a Didier a través del polvo que comenzaba a posarse. El niño respondió a su escrutinio con una expresión neutra, sus ojos verdes, normalmente alegres, no reflejaban nada. Unos puntos negros y borrosos bailaban en la visión periférica de Simone, que sintió cómo la tierra que había bajo sus pies se inclinaba peligrosamente. Finalmente consiguió respirar con fuerza, lo que mitigó la tensión de los pulmones, pero no hizo nada a favor de su mareo.

Simone se puso de pie con cuidado, quitándose el polvo y despidiendo con un gesto de la mano a dos invitados que quisieron acercarse, con la curiosidad y la preocupación reflejadas en el rostro.

—Estoy bien, de verdad. Gracias.

Sus ojos encontraron una vez más los de Didier. El niño ya no la miraba, sino que tenía la vista clavada en las colinas que se dibujaban en la distancia. No estaba segura de que fuera a funcionar, pero, como estaba desesperada, Simone llamó a su hermano con la mente.

Entra conmigo, Didier. Tenemos que hablar de esto.

El niño se quedó quieto durante unos segundos, por lo que Simone pensó que no había conseguido convencerle. Entonces giró el rostro hacia ella, un brillo parpadeante y amarillo relucía como un fuego enfermizo en sus ojos verdes. La voz que Simone escuchó en su cabeza era profunda, gutural y muy diferente al tono de Didier.

Lord Nicholas no va a regresar mañana. Papá no se marchará de Hartmoore. Te está esperando en tu habitación.

Simone sintió como si el cuerpo se le transformara en piedra bajo la húmeda piel. ¿Qué quería decir Didier? ¿Que Nicholas nunca volvería? ¿Que tendría que cargar con Armand para siempre? ¿Y por qué esperaría su padre por ella en su habitación, que también era la de Nick?

¡Los diarios!

Simone se giró sobre los talones y corrió a toda prisa hacia el salón.

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