Dune

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Libro segundo: Muad’Dib » Capítulo 31

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Profecía y presciencia: ¿cómo pueden ser puestas a prueba ante preguntas que no tienen respuesta? Consideremos: ¿En qué medida la «ola» (como llama Muad’Dib su visión-imagen) es auténtica profecía, y en qué medida el profeta contribuye a plasmar el futuro para que se adapte a la profecía? ¿Hay armónicos inherentes en el acto de la profecía? ¿El profeta ve realmente el futuro, o tan sólo una línea de ruptura, una falla, una hendidura que se puede romper con palabras o decisiones como un diamante rompe una gema con un golpe del instrumento?

Reflexiones personales sobre Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN

Toma su agua, había dicho el hombre envuelto en la noche. Y Paul rechazó su miedo y miró a su madre. Sus adiestrados ojos vieron que estaba preparada para la lucha, con los músculos tensos, esperando la señal.

—Sería una lástima que tuviéramos que destruiros con nuestras propias manos —dijo la voz encima de ellos.

Este es el que ha hablado primero, pensó Jessica. Hay al menos dos… uno a nuestra derecha y otro a nuestra izquierda.

¡Cignoro hrobosa sukares hin mange la pchagavas doi me kamavas na beslas lele pal hrobas!

Era el hombre de su derecha llamando a alguien al otro lado de la depresión.

Las palabras eran incomprensibles para Paul, pero Jessica, gracias a su adiestramiento Bene Gesserit, reconoció la lengua. Era chakobsa, una de las antiguas lenguas de los cazadores, y el hombre estaba diciendo que quizá aquellos fueran los extranjeros que estaban buscando.

En el repentino silencio que siguió a aquella llamada, la segunda luna se alzó, un disco azul marfileño que parecía un rostro explorando las rocas, brillante y curioso.

Después sonaron ruidos furtivos entre las rocas, por encima y por todos lados… sombras moviéndose al claro de la luna. Varias figuras surgieron de la oscuridad.

¡Todo un grupo!, pensó Paul, sintiendo que se le encogía el corazón.

Un hombre alto, con un albornoz manchado, se detuvo ante Jessica. Se había quitado el velo para hablar más claramente, revelando a la pálida luz de la luna una barba muy poblada. Pero el rostro y los ojos quedaban ocultos por la capucha.

—¿Qué sois, djinns o humanos? —preguntó.

Jessica captó un tono burlón en su voz, y albergó una débil esperanza. Aquella era una voz de mando, la voz que se había dejado oír primero, interrumpiéndolos en su intrusión nocturna.

—Humanos, imagino —dijo el hombre.

Jessica percibió sin verlo el cuchillo oculto entre las ropas del hombre. Se permitió un amargo lamento por su falta de escudos.

—¿También habláis? —preguntó el hombre.

Jessica apeló a toda la arrogancia ducal que aún quedaba en su voz y en su actitud. Era urgente responder, pero aún no lo había oído lo suficiente como para tener un registro de su cultura y de sus debilidades.

—¿Quién cae sobre nosotros como un criminal en medio de la noche? —preguntó.

La cabeza envuelta en la capucha del albornoz se sobresaltó, revelando tensión, y luego se relajó lentamente. El hombre sabía controlarse.

Paul se alejó de su madre a fin de separar los blancos y disponer de un mayor espacio para actuar.

La encapuchada cabeza siguió el movimiento de Paul, revelando una parte de su rostro a la luz de la luna. Jessica vio una nariz aguileña, un ojo brillante (y sin embargo oscuro, tan oscuro, sin el menor rastro de blanco), una ceja espesa y un bigote hacia arriba.

—Un hábil cachorro —dijo el hombre—. Si huís de los Harkonnen, puede que seáis bienvenidos entre nosotros. ¿Qué dices, muchacho?

Todas las posibilidades cruzaron la mente de Paul: ¿Una trampa? ¿Un hecho? Había que decidir de inmediato.

—¿Por qué deberíais acoger a unos fugitivos? —preguntó.

—Un niño que piensa y habla como un hombre —dijo el hombre alto—. Bien, ahora, respondiendo a tu pregunta, mi joven wali, soy uno de los que no pagan el fai, el tributo de agua, a los Harkonnen. Por ello puedo dar la bienvenida a los fugitivos.

Sabe quiénes somos, pensó Paul. Aunque intente ocultarlo, lo noto en su voz.

—Soy Stilgar, el Fremen —dijo el hombre alto—. ¿Puede esto soltar tu lengua, muchacho?

Es la misma voz, pensó Paul. Y recordó el Consejo, con aquel hombre acudiendo a reclamar el cuerpo de un amigo matado por los Harkonnen.

—Te conozco, Stilgar —dijo Paul—. Yo estaba con mi padre en el Consejo cuando viniste a por el agua de tu amigo. Te llevaste contigo al hombre de mi padre, Duncan Idaho… un intercambio de amigos.

—E Idaho nos abandonó para regresar con su Duque —dijo Stilgar.

Jessica percibió el disgusto en su voz, y se preparó para el ataque.

—Estamos perdiendo el tiempo, Stil —gritó la voz entre las rocas, sobre ellos.

—Es el hijo del Duque —respondió Stilgar—. Es realmente el que nos ordenó Liet que buscáramos.

—Pero… un niño, Stil.

—El Duque era un hombre, y este muchacho se ha servido de un martilleador —dijo Stilgar—. Ha sido valiente atravesando así la senda del Shai-Hulud.

Y Jessica comprendió que el hombre la había excluido de sus pensamientos. ¿Significa aquello una sentencia?

—No tenemos tiempo para la prueba —protestó la voz encima de ellos.

—Pero podría ser el Lisan al-Gaib —dijo Stilgar.

¡Está buscando un signo!, pensó Jessica.

—Pero la mujer… —dijo la voz encima de ellos.

Jessica se preparó. Aquella voz sonaba a muerte.

—Sí, la mujer —dijo Stilgar—. Y su agua.

—Conoces la ley —dijo la voz de entre las rocas—. Quienes no pueden vivir en el desierto…

—Silencio —dijo Stilgar—. Los tiempos cambian.

—¿Liet ordenó esto? —preguntó la voz de entre las rocas.

—Has oído la voz del ciélago, Jamis —dijo Stilgar—. ¿Por qué insistes?

Y Jessica pensó: ¡Ciélago! El indicio de la lengua abrió extensos caminos de comprensión: aquella era la lengua de Ilm y Fiqh, y ciélago quería decir murciélago, un pequeño mamífero volador. La voz del ciélago: habían recibido un mensaje distrans con órdenes de buscarlos a Paul y a ella.

—Sólo quería recordarte tus deberes, amigo Stilgar —dijo la voz encima de ellos.

—Mi deber es la fuerza de la tribu —dijo Stilgar—. Este es mi único deber. No necesito que nadie me lo recuerde. El muchacho-hombre me interesa. Su carne está llena. Ha vivido con mucha agua. Ha vivido lejos del padre sol. No tiene los ojos del ibad. Pero no habla ni actúa como los débiles de los pan. Menos que su padre. ¿Cómo es eso posible?

—No podemos quedarnos aquí discutiendo toda la noche —dijo la voz de entre las rocas—. Si una patrulla…

—No te lo volveré a decir más, Jamis: cállate —dijo Stilgar. El hombre encima de ellos permaneció silencioso, pero Jessica oyó sus movimientos cruzando de un salto la garganta y dirigiéndose al fondo de la depresión, a su izquierda.

—La voz de ciélago sugería que sería valioso para nosotros salvarlos a los dos —dijo Stilgar—. Puedo ver posibilidades en tu fuerza, muchacho-hombre: eres joven y puedes aprender. Pero ¿y tú, mujer? —miró a Jessica.

Ahora ya tengo registrada su voz y su esquema, pensó Jessica. Podría controlarlo con una palabra, pero es un hombre fuerte… es mucho más precioso para nosotros así: libre, intacto. Ya veremos.

—Soy la madre de este muchacho —dijo Jessica—. En parte, la fuerza que admiras en él es debida a mi adiestramiento.

—La fuerza de una mujer puede ser limitada —dijo Stilgar—. Así es ciertamente en una Reverenda Madre. ¿Eres tú una Reverenda Madre?

Por el momento, Jessica dejó aparte las implicaciones de la pregunta y contestó:

—No.

—¿Estás adiestrada en los caminos del desierto?

—No, pero muchos consideran valioso mi adiestramiento.

—Nosotros tenemos nuestros propios juicios de valor —dijo Stilgar.

—Cada hombre tiene derecho a sus propios juicios —dijo ella.

—Es bueno que comprendas la razón —dijo Stilgar—. No tenemos tiempo para probarte, mujer. ¿Comprendes? No queremos que tu sombra nos aflija. Tomaremos al muchacho-hombre, tu hijo, y tendrá toda mi protección, un refugio en mi tribu. Pero para ti, mujer… ¿comprendes que no hay nada personal en ello? Es la regla, el Istislah, el interés general. ¿No te es suficiente?

Paul dio un paso hacia adelante.

—¿Qué quieres decir con todo esto?

Stilgar lanzó una ojeada hacia Paul, pero sin desviar su atención de Jessica.

—A menos que hayas sido adiestrada desde pequeña a vivir aquí, podrías causar la destrucción de toda una tribu. Es la ley, no podemos aceptar a los inútiles…

El movimiento de Jessica se inició con un resbalón, un paso en falso y una caída. Algo obvio por parte de una extranjera débil y afligida, y lo obvio retarda las reacciones del oponente. Se necesita un instante para interpretar algo conocido cuando es presentado como algo desconocido. Jessica entró en acción cuando vio descender el hombro derecho del hombre mientras éste empuñaba un arma entre los pliegues de sus ropas para blandirla contra ella. Un giro, un golpe contra su brazo con el canto de su mano, un torbellino de ropas, y se encontró con la espalda apoyada contra las rocas y el hombre indefenso ante ella.

Al primer movimiento de su madre, Paul retrocedió dos pasos. Mientras ella atacaba, él se hundió en las sombras. Un hombre barbudo le cortó el camino, con un arma en una mano. Paul golpeó al hombre bajo el esternón con un golpe seco de su mano, arrebatándole el arma mientras caía.

Se mantuvo en la oscuridad, arrimándose a las rocas, guardando el arma en su cintura. La había reconocido pese a su aspecto poco familiar… un arma a proyectiles, y esto decía muchas cosas acerca de aquel lugar, era otro indicio del porqué allí no se usaban escudos.

Van a concentrarse en mi madre y ese Stilgar. Ella puede neutralizarlo. Debo encontrar una posición que me dé la oportunidad de atacarlos y darle tiempo para escapar.

Hubo en la depresión un coro múltiple de muelles saltando. Numerosos proyectiles crepitaron contra las rocas en torno suyo. Uno de ellos golpeó sus ropas. Se metió tras una protección rocosa deslizándose en una estrecha hendidura vertical, y comenzó a escalarla, centímetro a centímetro… apoyando la espalda en un lado y apuntalando los pies en el otro, despacio, lo más silenciosamente posible.

El rugido de la voz de Stilgar trajo sus ecos hasta él:

—¡Atrás, piojos de la cabeza de un gusano! ¡Me romperá el cuello si os acercáis más!

—El muchacho ha huido, Stil —dijo otra voz fuera de la depresión—. ¿Qué vamos a…?

—Por supuesto que ha huido, sesos de arena… ¡Aughhh…! ¡Basta ya, mujer!

—Diles que dejen de perseguir a mi hijo —dijo Jessica.

—Ya han dejado de hacerlo, mujer. Ha huido como querías. ¡Grandes dioses de las profundidades! ¿Por qué no me has dicho que eras una extraña mujer y una guerrera?

—Diles a tus hombres que se retiren —dijo Jessica—. Que salgan hacia el centro de la depresión para que yo pueda verlos… y es mejor que sepas que conozco su número.

Y pensó: Este es el momento más delicado, pero si este hombre es tan despierto como pienso, tenemos una oportunidad.

Paul continuó subiendo, centímetro a centímetro, encontró un pequeño saliente donde descansar, y miró hacia abajo, hacia la hondonada. La voz de Stilgar llegó hasta él:

—¿Y si me niego? ¿Cómo puedes…? ¡Aughhh…! ¡Ya basta, mujer! No te haremos ningún daño. ¡Grandes dioses! Si puedes hacerle esto al más fuerte de nosotros, vales diez veces tu peso en agua.

Ahora, la prueba de la razón, pensó Jessica. Dijo:

—Estáis buscando al Lisan al-Gaib.

—Podríais ser los de la leyenda —dijo el hombre—, pero no lo creeré hasta que sea probado. Todo lo que sé es que habéis venido aquí con aquel estúpido Duque que… ¡Aaaay! ¡Mujer! ¡No me importa que me mates! ¡Era honorable y valiente, pero fue un estúpido metiéndose así en manos de los Harkonnen!

Silencio.

—No tenía elección —dijo Jessica al cabo de un momento—, pero no vamos a discutir sobre ello. Ahora dile a ese hombre de los tuyos que está allí tras el matorral que deje de apuntar su arma contra mí, o voy a librar al universo de tu presencia antes de entendérmelas con él.

—¡Tú, el de allí! —rugió Stilgar—. ¡Haz lo que dice!

—Pero Stil…

—¡Haz lo que dice, cara de gusano, reptil, sesos de arena, excremento de lagarto! ¡Hazlo o la ayudaré a desmembrarte! ¿Acaso no ves la valía de esta mujer?

El hombre del matorral se puso en pie tras su parcial refugio y bajó su arma.

—Ha obedecido —dijo Stilgar.

—Ahora —dijo Jessica—, explícale claramente a tu gente lo que esperas de mí. No quiero que ningún joven de cascos calientes cometa una tonta locura.

—Cuando nosotros nos deslizamos en los poblados y en las ciudades, debemos ocultar nuestro origen, mezclándonos con las gentes de los pan y de los graben —dijo Stilgar—. No llevamos armas, porque el crys es sagrado. Pero tú, mujer, tú posees el extraño arte del combate. Sólo hemos oído hablar de él y muchos han dudado de que exista, pero uno no puede dudar de lo que ha visto con sus propios ojos. Has dominado a un Fremen armado. Esta es un arma que ningún registro o inspección puede descubrir.

Hubo un confuso agitarse en la depresión a medida que las palabras de Stilgar iban causando su efecto.

—¿Y si yo consintiera en enseñaros este… arte extraño?

—Tendrías mi apoyo al igual que tu hijo.

—¿Cómo podemos estar seguros de la verdad de tu promesa?

La voz de Stilgar perdió algo de su razonabilidad y rozó los umbrales de la amargura.

—Aquí, mujer, no tenemos papeles ni contratos. Nosotros no hacemos promesas al anochecer para olvidarlas con el alba. Cuando un hombre dice algo, es un contrato. Como jefe de mi pueblo, él está ligado a mi palabra. Enséñanos tu extraño arte, y tendrás refugio entre nosotros tanto tiempo como lo desees. Tu agua se mezclará con nuestra agua.

—¿Puedes hablar por todos los Fremen? —preguntó Jessica.

—Con el tiempo, es posible. Pero sólo mi hermano, Liet, habla por todos los Fremen. Aquí, sólo puedo prometerte el secreto. Mi gente no hablará de vosotros a ningún otro sietch. Los Harkonnen han vuelto a Dune por la fuerza, y vuestro Duque está muerto. Se dice que también vosotros habéis muerto en una Madre tormenta. El cazador ya no persigue a su presa muerta.

Hay una protección en eso, pensó Jessica. Pero esta gente tiene buenas comunicaciones, y siempre puede ser enviado un mensaje.

—Imagino que se ha puesto precio a nuestras cabezas —dijo ella.

Stilgar permaneció silencioso, y ella casi pudo ver los pensamientos que giraban en su cabeza, sintiendo cómo los músculos tironeaban en sus manos.

—Lo repito de nuevo —dijo al cabo de un momento—: Os he dado la palabra de la tribu. Mi gente conoce ahora vuestro valor. ¿Qué podrían ofrecernos los Harkonnen? ¿Nuestra libertad? ¡Ja! No, vosotros sois el taqwa, que puede proporcionarnos más cosas que toda la especia que hay en los cofres de los Harkonnen.

—Entonces os enseñaré mi arte de combatir —dijo Jessica, y captó la inconsciente intensidad ritual de sus palabras.

—Ahora, ¿vas a soltarme?

—Así sea —dijo Jessica. Lo liberó y dio un paso hacia un lado, mostrándose a la vista de todo el grupo reunido en la depresión. Esta es la prueba mashad, pensó. Pero Paul debe saber cómo son esa gente, aunque yo tenga que morir para que lo sepa.

En el tenso silencio, Paul se inclinó hacia adelante para ver mejor a su madre. Al moverse, oyó una respiración afanosa, que se cortó bruscamente sobre él, en la vertical de la pared rocosa, y entrevió una sombra que se recortaba contra las estrellas.

—¡Tú, el de ahí arriba! —resonó la voz de Stilgar en la depresión—. Deja de dar caza al muchacho. Va a bajar ahora mismo.

—Pero Stil, no puede estar lejos de… —respondió desde las tinieblas una voz de joven o de muchacha.

—¡He dicho que lo dejes, Chani! ¡Especie de hueva de lagartija!

Hubo una imprecación susurrada sobre Paul, y luego una voz muy baja:

—¡Llamarme a hueva de lagartija! —pero la sombra desapareció.

Paul volvió su atención hacia la depresión, donde Stilgar era una sombra gris al lado de su madre.

—Venid todos —llamó Stilgar. Se volvió hacia Jessica—. Y ahora soy yo quien te pregunta a ti: ¿cómo podemos estar nosotros seguros de que cumplirás tu mitad en nuestro trato? Sois vosotros quienes vivís entre papeles y contratos desprovistos de valor que…

—Nosotras las Bene Gesserit no rompemos tampoco nuestras promesas —dijo Jessica.

Hubo un tenso silencio, lleno de murmullo de voces:

—¡Una bruja Bene Gesserit!

Paul empuñó el arma de la que se había apoderado y la apuntó hacia la oscura silueta de Stilgar, pero el hombre y sus compañeros permanecieron inmóviles, mirando a Jessica.

—Es la leyenda —dijo alguien.

—La Shadout Mapes informó esto de ti —dijo Stilgar—. Pero algo tan importante como lo que dices debe de ser probado. Si tú eres la Bene Gesserit de la leyenda, cuyo hijo nos llevará al paraíso… —se alzó de hombros.

Jessica suspiró, pensando: Así pues, nuestra Missionaria Protectiva ha diseminado sus válvulas religiosas de seguridad incluso en este infierno. Bueno… nos servirán, y esta es precisamente su finalidad.

—La vidente que os ha traído la leyenda —dijo— os la concedió bajo el vínculo del karama y del ijaz, el milagro y la inmutabilidad de la profecía… eso lo sé. ¿Queréis un signo?

Las aletas de la nariz del hombre se dilataron bajo el claro de luna.

—No hay tiempo para ritos —murmuró.

Jessica recordó un mapa que le había mostrado Kynes mientras organizaba la vía de escape de emergencia. Cuánto tiempo parecía haber pasado desde entonces. Había un lugar llamado «Sietch Tabr» en el mapa, y al lado una anotación: «Stilgar».

—Tal vez cuando lleguemos al Sietch Tabr —dijo.

La revelación lo impresionó, y Jessica pensó: ¡Si tan sólo supiera los trucos que usamos! Debía ser hábil esa Bene Gesserit de la Missionaria Protectiva. Estos Fremen están magníficamente preparados para creernos.

Stilgar se agitó, inquieto.

—Tenemos que irnos ya.

Ella asintió, a fin de que él comprendiera que se ponían en marcha con su permiso.

El hombre miró hacia arriba en el macizo, casi directamente hacia la cornisa rocosa donde estaba agazapado Paul.

—Puedes bajar ya, muchacho. —Volvió su atención hacia Jessica, hablando con tono de disculpa—: Tu hijo ha hecho un ruido increíble escalando. Tiene mucho que aprender si no quiere ponernos a todos en peligro… pero es joven.

—No hay duda de que tenemos mucho que enseñarnos los unos a los otros —dijo Jessica—. Ahora deberías ocuparte de tu compañero. Mi ruidoso hijo lo ha desarmado un tanto brutalmente.

Stilgar se volvió bruscamente, haciendo ondear su capucha.

—¿Dónde?

—Tras esos arbustos —indicó ella.

—Id a ver —Stilgar hizo una seña a dos de sus hombres. Miró a los demás, identificándolos—. Falta Jamis. —Miró a Jessica—. También tu cachorro conoce tu extraño arte.

—Y observarás que tampoco se ha movido de donde está, pese a tus órdenes —dijo Jessica.

Los dos hombres que había enviado Stilgar regresaron llevando a un tercero que se tambaleaba y jadeaba. Stilgar le dirigió una breve mirada y luego volvió su atención a Jessica.

—El hijo sólo obedece tus órdenes, ¿eh? Bueno. Conoce la disciplina.

—Paul, puedes bajar ahora —dijo Jessica.

Paul se irguió, emergiendo al claro de luna y deslizando el arma Fremen en su cintura. Al volverse, otra figura apareció de entre las rocas y le hizo frente.

A la luz de la luna y al gris de la piedra, Paul vio una delgada figura con ropas Fremen, un rostro escondido entre las sombras que lo miraba bajo su capucha, y la boca de un arma de proyectiles apuntada hacia él asomando entre las ropas.

—Soy Chani, hija de Liet.

La voz era melodiosa, con una chispa de alegría.

—No te hubiera permitido hacer daño a mis compañeros —dijo.

Paul tragó saliva. La figura ante él se volvió al claro de luna y vio un rostro de elfo, unos ojos negros y profundos. Lo familiar de aquel rostro que había aparecido innumerables veces en sus visiones prescientes sorprendió a Paul, inmovilizándole. Recordó la rabiosa bravata con que en una ocasión había descrito aquel rostro soñado por él a la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam, añadiendo:

—La encontraré.

Y ahora estaba allí, ante él, pero este encuentro no lo había soñado.

—Has sido más ruidoso que un Shai-Hulud enfurecido —dijo ella—.

Y has elegido el camino más difícil para subir. Sígueme: te mostraré el camino para bajar.

Salió de la hendidura ayudándose con manos y pies, y siguió su ondeante ropa entre el paisaje rocoso. Parecía moverse como una gacela, danzando entre las rocas. Paul sintió que la sangre afluía a su rostro y dio las gracias a la oscuridad de la noche.

¡Esa chica! Era como un toque del destino. Se sintió como cogido por una ola, en armonía con un movimiento que parecía exaltar sus pensamientos.

Poco después se encontraba entre los Fremen, al fondo de la depresión.

Jessica dirigió a Paul una pálida sonrisa, pero al hablar lo hizo a Stilgar:

—Creo que será un buen intercambio de enseñanzas. Espero que tú y tu gente no estéis irritados por nuestra violencia. Pareció… necesario. Estabais a punto de… cometer un error.

—Salvar a alguien del error es un regalo del paraíso —dijo Stilgar. Tocó sus labios con su mano izquierda, mientras tomaba el arma de la cintura de Paul con la otra mano y la arrojaba a un compañero—. Tendrás tu propia pistola maula cuando la hayas merecido, muchacho.

Paul estuvo a punto de decir algo, dudó, recordó las enseñanzas de su madre. Los inicios son siempre momentos delicados.

—Mi hijo tiene todas las armas que necesita —dijo Jessica. Miró a Stilgar, forzándolo a recordar cómo se había apoderado Paul del arma.

Stilgar miró al hombre desarmado por Paul, Jamis. Estaba de pie a un lado, con la cabeza baja, la respiración jadeante.

—Eres una mujer difícil —dijo. Alzó su mano izquierda hacia un compañero, haciendo chasquear los dedos—. Kushti bakka te.

Más chakobsa, pensó Jessica.

El hombre puso dos cuadrados de tela en la mano de Stilgar. Este los enrolló entre sus dedos y anudó el primero alrededor del cuello de Jessica, bajo la capucha, anudando el otro alrededor del cuello de Paul de la misma forma.

—Ahora lleváis el pañuelo del bakka —dijo—. Si tuviéramos que separarnos, seréis reconocidos como pertenecientes al sietch de Stilgar. Hablaremos de armas en otra ocasión.

Avanzó entre sus hombres, inspeccionándolos, y le entregó a uno de ellos la Fremochila de Paul para que se la llevara.

Bakka, pensó Jessica, reconociendo el término religioso: Bakka… el que llora. Captó como el simbolismo de los pañuelos les unía. ¿Pero por qué ha de unirnos el llanto?, se preguntó.

Stilgar se acercó a la joven que había turbado a Paul y le dijo:

—Chani, toma al muchacho-hombre bajo tus alas. Vela por él.

Chani tocó el brazo de Paul.

—Vamos, muchacho-hombre.

Paul reprimió la cólera en su voz.

—Mi nombre es Paul —dijo—. Será mejor que tú…

—Nosotros te daremos un nombre, pequeño hombre —dijo Stilgar—, en el tiempo del nihma, en la prueba de aquí.

La prueba de la razón, tradujo Jessica. Y de improviso la necesidad de afirmar la superioridad de Paul barrió toda otra consideración.

—¡Mi hijo ha superado la prueba del gom jabbar! —gritó.

En el profundo silencio que siguió, supo que los había alcanzado muy en el fondo de su corazón.

—Hay muchas cosas que ignoramos los unos de los otros —dijo Stilgar—. Pero nos estamos entreteniendo demasiado. El sol del día no debe encontrarnos al abierto. —Se acercó al hombre al que Paul había golpeado y preguntó—: Jamis, ¿puedes andar?

—Me cogió por sorpresa —dijo éste con un gruñido—. Fue un accidente. Puedo andar.

—No fue un accidente —dijo Stilgar—. Te hago responsable con Chani de la seguridad del muchacho, Jamis. Esta gente está bajo mi protección.

Jessica miró al hombre, Jamis. Era la voz que había discutido con Stilgar en las rocas. Era una voz que hablaba de muerte. Y Stilgar había tenido que imponer toda su autoridad con aquel Jamis.

Stilgar pasó nuevamente revista a su grupo, señalando a dos hombres.

—Larus y Farrukh, iréis detrás y borraréis nuestras huellas. Aseguraos de que no quede ninguna. Prestad mayor atención de lo acostumbrado… llevamos con nosotros a dos personas que no han sido adiestradas. —Se volvió, alzó una mano y señaló al lado opuesto de la depresión—. En formación, con guardias a los dos flancos. Debemos llegar a la Caverna de la Cresta antes del alba.

Jessica se situó al paso con Stilgar, contando las cabezas. Eran cuarenta Fremen… con ella y Paul cuarenta y dos. Y pensó: Marchan como una compañía militar… incluso la chica, Chani.

Paul se situó detrás de Chani. La penosa impresión de haberse dejado coger por la espalda se estaba mitigando. En su mente estaba ahora el recuerdo de las palabras gritadas por su madre: «¡Mi hijo ha superado la prueba del gom jabbar!». La mano empezó a escocerle ante el recuerdo del atroz dolor.

—Fíjate por donde andas —siseó Chani—. No roces ningún arbusto o dejarás una huella de nuestro paso.

Paul tragó saliva, asintiendo.

Jessica prestaba oído al sonido de los pasos, distinguiendo los suyos y los de Paul, maravillándose de la forma como se movían los Fremen. Eran cuarenta atravesando la depresión, pero sólo se oían los sonidos naturales del lugar. Sus ropas, flotando entre las sombras, parecían fantasmales velos. Su destino era el Sietch Tabr… el sietch de Stilgar.

La palabra giró y volvió a girar en su mente: sietch. Era un término chakobsa, inmutable por largos siglos en el antiguo lenguaje de los cazadores. Sietch: un lugar de reunión en los momentos de peligro. Las profundas implicaciones de la palabra y del lenguaje comenzaban apenas a tener un significado para ella después de la tensión de su encuentro.

—Avanzamos aprisa —dijo Stilgar—. Con la ayuda de Shai-Hulud, estaremos en la Caverna de la Cresta antes del alba.

Jessica asintió, reservando sus fuerzas, consciente del tremendo cansancio que sólo conseguía superar gracias a su voluntad… y, tuvo que admitirlo, por la especial embriaguez del momento. Su mente se concentró en el valor de aquella gente, recordando todo lo que le había sido revelado de la cultura Fremen.

Todos ellos, pensó, una cultura entera adiestrada en un orden militar. ¡Qué inestimable potencia para un Duque en el exilio!

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