Dsex

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Capítulo 19

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Capítulo 19

 

Con el pasar de los días la frustración había dado paso al enojo y este, a un abismo del que no tenía ningún interés en salir.

Sí, yo, Maximiliano Evan Farell, el hombre que hacía un par de años se comía el mundo, ahora quería que el mundo me devorara entero.

Me fui por el camino fácil, en vez de luchar, de aferrarme a la vida…, seguí pensando que hubiese sido mejor para todos que yo hubiese muerto…

 

Todo empeoró el día que llegué a mi nueva casa, un departamento que Dereck había adquirido, mucho más grande que el anterior, con una gran habitación en el primer piso para el maldito lisiado... O sea yo.

Pensé que Eve se iría, las cosas entre los dos no estaban bien, odiaba verla y lo hacía porque la amaba, tan malditamente contradictorio, pero real. Odiaba que ella no tuviera al Max que se merecía y, odiaba el hecho que ella siguiera aquí a pesar de que intuía que no la quería cerca.

Lo primero que hice fue instalarme en la habitación, solo. Tenía un enfermero que cuidaba de mi, que me daba de comer y me limpiaba el puto trasero. Y aun así se suponía que debía estar feliz.

No señores, mi amor era una jodida montaña rusa, las terapias eran dolorosas, ineficientes. Comía poco, dormía menos que antes, incluso a Jeremmy se le ocurrió la jodida idea de que comprarme una silla de ruedas aliviaría mi humor.

No pasó.

Verla ahí, a un lado de mi habitación, me hacía sentir más patético de lo que me sentía desde que me enteré que había recuperado mi cabeza, perdiendo mis piernas.

Me enclaustré en la habitación y cada día que pasaba me volvía más huraño, amargado, lloraba todas las noches cuando Eve a mi lado en la cama dormía, lloraba por sentirme poco digno, lloraba porque era una carga más para ella, justo eso en lo que no deseaba convertirme.

Me daba asco ver la persona en la que me había convertido, me sentía asqueado de la paciencia y la resignación de Evangeline. Harto de que Lilly me mirara con dolor, Cassedee y Alanna con lástima. Podía ver la pena en los ojos de Dereck y Jeremmy y eso, me hastiaba.

Mis músculos se fueron, mi deseo de vivir murió. Empecé a sacar mis frustraciones con Evangeline, la quería lejos de mí, lejos, porque yo era un lastre y ella ya tenía las manos llenas con tres bebés, no necesitaba que además tuviera que limpiar el trasero de un hombre adulto. Ella soportaba cada envite como una campeona, aguantaba ataque tras ataque sin decir ni una sola palabra, pero la observaba apagarse conmigo, y me hacía odiarme aún más por ello, porque la amaba. Evangeline era la representación de todo lo que había esperado, de todo lo que ya no podría ser así que la atacaba y ella aguantaba cada uno de mis golpes, como la mujer que siempre supe que era: fuerte, valiente y segura.

Y quería que siempre fuera así. Ponía al fuego sus límites, su paciencia y yo seguía vociferando mi amargura, presionando donde sabía le dolía porque en mi interior tenía la esperanza que ella estallara, que me dejara y que no se pudriera conmigo.

Tres meses después de salir del coma mandé la terapia a la mierda, porque cada día que pasaba sin resultados me hacía sentir hastiado, deprimido... melancólico.

Un día, después de una discusión con Eve, me quebré en sus brazos, le expresé mis miedos y ella aceptó… Lo hizo una vez más porque me amaba; no obstante, yo tenía la cabeza enterrada en mi trasero y no tenía deseos de sacarla de ahí.

Mi miedo más grande se levantaba frente a mí como la ola de un tsunami. El miedo al fracaso, el miedo de seguir viendo la mirada de lástima en sus rostros… Quería morir, no me importaban ni mi mujer ni mis hijos. Egoístamente pensaba que solo yo estaba sufriendo.

Era un cobarde.

Pedí no tener más visitas después de una discusión con Jeremmy. No me importó la voz rota de Lilianne mientras hablaba conmigo por teléfono, solo recibía a Angelique, la psicóloga que había tomado mis pacientes en la fundación, mientras yo me recuperaba. Era novata, pero tenía muchos deseos de aprender, en ocasiones podía ver al antiguo Max reflejado en sus ojos verdes.

Observaba el vientre de Evangeline crecer cada vez que ella entraba a la habitación, en ocasiones quería poder sentir lo que ella estaba viviendo, sentía que había robado la etapa del embarazo de la mujer que amaba, si no estaba preocupada por mí, estaba aguantando mi jodido mal humor y no era justo, ni para ella ni para mí, ni para esos tres niños que no merecían tenerme como padre.

Presioné y presioné, hasta que un día...

Ella entró a la habitación sonriente, como siempre lo hacía, yo había intentado levantarme de la cama y me había caído como las últimas veces. Mi frustración, mi ira y mi amargura batallaban en mi interior en un ring que solo podía sentir, la escuchaba parlotear, parlotear y parlotear con una ecografía, pero estaba tan muerto en mi interior, tan preso en mi propia cárcel de pensamientos y sentimientos tóxicos, que no me importaba... no me importaba nada, lo único que quería era que cerrara la boca y me dejara ver la maldita televisión.

—En fin, el embrión I es el que está solo y estaba chupándose el dedo tan acurrucado en sí mismo, que lo único que podemos ver es su trasero. —Ese era mi hijo, una especie de sonrisa tiró de mi rostro—. Los embriones II y III estaban espalda contra espalda, durmiendo, uno de ellos tenía un dedo en su boca. Max, voy a necesitar ayuda cuando los bebés nazcan —comentó Evangeline.

Ayuda que yo no podría darle.

—Pues, no cuentes conmigo, soy un maldito lisiado. ¡No quiero comer más! —Aparté la bandeja con la comida que había traído—. Puedes irte.

—¿Eh? —Ella me miró como si me hubiese salido otra cabeza.

—¿Eres tonta o te lo haces? ¡Qué te vayas, Eve! —le grité huraño.

—¿Se puede saber qué diablos te sucede? —Bien, estaba molesta, solo necesitaba tirar, tan solo un poco más Dulzura y te librarás de mí.

—Intenté levantarme hoy —dije con una sonrisa irónica.

—No pudiste sostenerte —replicó ella.

—¡Bingo! Denle un premio a la escritora del año —satiricé.

—Max, no seas cruel. —¿Crueldad nena? Ni siquiera sabes qué es la crueldad...

—¿Cruel? ¡Joder! ¿Me estás pidiendo a mí, ¡a mí!, que no sea cruel? ¡Mira dónde estoy, por un demonio! No puedo ir ni al maldito baño si Erick no está aquí para sentarme en esa jodida cosa —bufé y señalé la silla de los infiernos.

—¿Sabes, Max?, no te entiendo y estoy agotada, todo contigo es una lucha: una lucha para que comas, una lucha para que te recuperes, una lucha… ¡No te reconozco! ¿Dónde está el Max que yo conocí? ¿Ese que no paraba hasta conseguir lo que quería?

—¡Ese Max se murió en el maldito quirófano y esto es lo que queda! Si no te gusta, si estás tan cansada como dices… la puerta es grande y nadie te está impidiendo que te vayas. —Ese sin duda fue el primer golpe.

—¡Eres un maldito cerdo egoísta! —Esperaba que se fuera, quizás lágrimas, aunque me hicieran sentir más maldito, aunque no ira—. ¡Estás enfocado en tu dolor, en tu necesidad, pero no haces nada para levantarte de ahí! ¡Debería darte vergüenza culpar a otros por tu cobardía, por tu falta de voluntad! O, ¿acaso crees que tu vida ya no tiene sentido porque no puedes follar como antes? —inquirió con las manos en la cintura.

Sonreí, ni siquiera había pensado en el sexo

—El sexo…

—¡No! ¡El sexo no! O sí, pero no es lo fundamental ahora. Yo hablo del hombre que eres ahora. —La vi sostener su vientre, los bebés estaban pateando, últimamente lo hacían más seguido—. El de antes no está y me pareció que fue solo una fachada, una mentira. ¿Cómo es posible que un hombre como tú tan inteligente, culto y demás, solo se mida bajo el hedonismo, y sin embargo, en la prueba más importante de tu vida, la decisiva, no estés a la altura?

Cada palabra cayó delante de mí como una gruesa loza de concreto. Todas y cada una de sus palabras eran un monstruo, la fea realidad que se escondía bajo mi cama por las noches y me susurraba que era un maldito cobarde.

—¿Quieres callarte? —vociferé enojado.

—¿Por qué? ¿Por que te digo la verdad? Eres un hombre superficial que se mide por cuántas erecciones tiene, por cuántas frases ingeniosas puedes decir, o por cuántos orgasmos puedes lograr en una mujer. —Lágrimas, no llores Dulzura, no merezco las lágrimas, solo vete, vete y sé feliz, déjame solo con la amargura que se ha extendido por mi cuerpo y ya no es mío—. Eso nunca te hizo un hombre, te hizo un tipo gracioso, un buen seductor, alguien para llevar a la cama, pero nunca un compañero con quien formar una familia.

¡No quería una familia cuando no podía mantenerla!

—¿Entonces, qué demonios haces aquí? ¡No necesito tu maldita lástima!

—Nadie te tiene compasión, Maximiliano, ¡solo tú te tienes lástima ti mismo! ¿Sabes por qué estoy aquí? Porque te vi, yo te vi más allá del sexo. Vi al hombre cariñoso detrás del seductor; al niño con temor detrás del arrogante, fui capaz de ver más allá del imbécil con complejo de Adonis, y me enamoré. Aún tengo esperanzas de que ese hombre que yo vi vuelva de un momento a otro —afirmó Eve.

—¡No las tengas y vete de mi vida! —grité, con los ojos repletos de lágrimas que no derramaría—. ¡No quería esto para mí! Ni para ti ¡joder!

—Max —intentó cortarme.

—Quiero que te vayas de mi casa y de mi vida, Evangeline, a mis hijos no les faltará nada, pero a ti no quiero volver a verte. —Fui cruel, porque necesitaba que ella me creyera—. Fuiste una alumna muy buena, me deslumbraste con tu ternura y la noticia del embarazo en un momento crítico de mi vida me hizo creer que te amaba.

—¿Qué estás diciendo? —me interrogó con la voz temblorosa, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.

—Que en este tiempo juntos me he dado cuenta que yo nunca te amé.

Dije las palabras sin la más mínima delicadeza, estaba lleno de rabia y de dolor, deseando que ella solo saliera de la habitación y no regresara jamás.

En cambio, vi cómo su rostro se contrajo, sus piernas colapsaron, mientras agarraba su vientre y gemía de dolor.

Y la ola que había mantenido en la costa se impulsó con fuerza y arrasó con todo a su paso, cuando me vi incapaz sin poderle ayudar, intenté arrastrarme hasta donde ella estaba. La escuchaba llorar y gemir fuerte y no podía hacer nada. ¡Nada!

La impotencia se apoderó de mí cuando dejé de escucharla, me bajé de la cama sin importar el dolor, me arrastré hacia donde ella se había desplomado. Le grité que estaba aterrado que todo era falso. Le supliqué que despertara…

Escuché murmullos provenientes desde la sala y grité. Grité tan fuerte como pude porque ella estaba inconsciente, porque no podía hacer nada, porque era un inútil.

David me llevó hasta mi cama mientras Brithanny se iba con Eve, Jeremmy llegó después y David se fue dándome la mirada de odio que había estado dándome desde que ellos llegaron.

Me la merecía.

No dormí en toda la noche, me senté en la jodida silla y esperé a que alguien trajera noticias, al día siguiente me sentía más cansado que de costumbre. Erick me convenció de volver a la cama, pero estuve alerta cuando escuché la puerta cerrarse y unos minutos más tarde Dereck entró en la habitación.

—¿Cómo está? —le pregunté ansioso.

—Estable, los niños bien, dos varones y una niña. —Sonreí, la primera sonrisa genuina desde que había salido del hospital—. ¿Quieres que te llevé a verla? —Quería, sin embargo me negué—. Le dan de alta mañana a ella, los niños deberán quedarse un poco más.

—Me has dicho que están bien, ¿por qué tienen que quedarse más tiempo?

—Son prematuros Max, necesitan un par de días en el hospital, ¿no crees que deberías ir a verla?

—No.

—Max.

—No puedo verla a la cara, he sido… —Apreté mis manos en puños y bajé mi rostro al libro en mi regazo—. No sabes las cosas que le dije —murmuré cabizbajo. Me sentía como un completo cabrón, decirle que no la amaba había sido mi último intento por alejarla de mi fracaso, de mi mal humor, de aquello en lo que me había convertido.

La cama se hundió a mi lado y luego sentí la mano de mi padre en mi hombro.

—Eve es una mujer fuerte, pero todo tiene un límite hijo, puedes seguir aquí maldiciendo la vida que tienes ahora o puedes levantar el rostro y seguir luchando; sinceramente, Max, puedo entender por lo que estás pasando, aunque te desconozco hijo, el Maximiliano que fue ante mí con documentos de emancipación a los dieciséis años no es el mismo que está sentado en esta cama. La familia extraña y necesita al antiguo Max.

—El antiguo Max no existe.

Derek chasqueó su lengua.

—El antiguo Max está aquí —replicó y golpeo mi pecho—, solo está asustado, cree que está solo, se deja cegar por el rostro del terror hasta el punto que no te deja ver que no estás solo... Tienes una familia que te adora, una mujer que te ama y tres hermosos hijos.

Tragué el nudo de mi garganta antes de contestar.

—¿Por qué no me desconectaron? —Mi voz se quebró—. ¿Por qué luchaste, papá?

Derek me atrajo hacia su pecho. El nudo en mi garganta se desató, las lágrimas corrieron libres después de cuatro meses de amargura, de autoflagelación, de odio comprimido, se desataron como un dique destruido en segundos.

—¿Por qué íbamos a dejarte morir, cuando tenías oportunidad de vivir? Max, fue Eve quien luchó contra todos. Fue Eve quien estuvo junto a ti cada día. Tu padre decía algo que era muy cierto, “Cuando el amor llega golpea con todo lo que tiene”; lo supe cuando conocí a la madre de Casse. Volví a vivirlo cuando vi por primera vez a Lilly y sé que en tus planes no estaba enamorarte y mucho menos ser padre, pero el destino juega con nuestros actos. La primera vez que te vi con Evangeline, supe que ella era especial; era la forma en cómo la tocabas, cómo la mirabas, te he visto con infinidad de mujeres, sin embargo, nunca como te vi con ella. Tú la amas, ella te ama, ¿qué te impide ser feliz, Max? —manifestó Dereck.

—¡No quiero que se sienta atada a mí! —clamé.

—¡Estás así porque es tu decisión! —Derek se separó de mí—. ¡Tú decidiste no seguir con la terapia! ¡Tú decidiste no luchar por tu recuperación! ¡Tú decidiste que la mujer que amas se fuese! Max, cierra los ojos por un segundo e imagina tu vida sin ella. ¿Puedes vivir en un mundo donde ella no este? —Negué— . Entonces haz lo correcto Maximiliano, porque son tus decisiones y, tú y solo tú, vivirás con ellas por el resto de tu vida. Haz que todo por lo que ha pasado Evangeline para mantenerse a tu lado valga la pena. Demuéstrale que tú eres mucho más valiente que esto, Max, deja de sentir lástima de ti mismo y compórtate como el hombre que sé que eres —argumentó enfático.

Sin decir más nada, Derek se fue, dejándome solo con mis pensamientos y frustraciones. No quería imaginar una vida sin ella, a pesar de que hasta hacía unos meses vivía perfectamente solo. Pero tampoco quería que ella cargara conmigo.

 

Horas más tarde escuché la puerta de mi habitación abrirse, pensé que era Erick, por lo que me sorprendí al ver a David frente a mí.

—Te dije que iba a partirte la cara si la veía llorar por ti. —Su declaración fue un golpe bajo—, pero supongo que en tu situación no sería justo, así que he venido a hablar contigo: primero porque adoro a Evangeline Runner, segundo porque aún te considero mi amigo, imbécil.

—David…

—No, voy a hablar yo, Maximiliano, déjame decirte que te ves como la mierda, hermano, te ves exactamente igual como te sientes, ¿no? —comentó.

—Yo…

David se levantó de la cama colocando las manos a ambos lados de sus caderas.

—Tienes una mujer increíble a tu lado; sin embargo, estás tan egoístamente metido en tu miseria, que no te das cuenta que ella te necesita, que ha estado esperándote ¡joder!

Me sentía como un niño cuando su padre lo pilla en una travesura.

—Ella te dio una oportunidad única y no, no fue la de follarla, te dejó entrar en su jodido corazón. Cuando conocí a Eve era una chica rota que volcaba cada una de sus emociones en la escritura, con el tiempo superó a Trevor pero… ¿y a ti, Max? ¿Cuánto tardará Eve en superarte a ti? —Negó con su cabeza—. ¿Cuánto te llevará ti superarla a ella, a tus hijos…? Conozco a Eve, cuando llega al límite y toma una decisión nada la hace cambiar de opinión, es obstinada, terca y tú la estás llevando al extremo de lo que puede soportar en nombre de lo que siente por ti… —David se sentó a mi lado otra vez—. La estás perdiendo, Max, y la estás perdiendo por tu obstinación y hace unos meses quizá yo hasta la apoyaría a ella y no a ti como ahora… Maldición, te vi cuando estabas en el hospital…

»Evangeline es lo mejor que te puede pasar en la puta vida, así que deja de actuar como un niño pendejo y compórtate como un hombre. —Sacó su celular de su chaqueta y buscó entre las aplicaciones antes de tirarlo a mis pies—. Tus hijos, imbécil. —Tomé el celular con las manos temblorosas viendo la fotografía de un bebé en una incubadora—. Míralas todas, las tomé el primer día para que Eve las viera.

Deslicé mi dedo por la pantalla táctil observando las diferentes fotos, me tomó todo de mí no ponerme a llorar de nuevo.

—Vivimos sin un padre, sin una familia “tradicional”, a pesar de eso, fuimos afortunados, Max. Tienes tres hijos hermosos; una mujer que te ama y estás en esa maldita cama autocompadeciéndote por decisión propia. Hace unos meses, tenías una bomba de tiempo en tu cabeza que amenazaba con quitarte la vida, hace dos días esa misma vida te dio tres razones para sacar fuerzas de donde no las tenías. —Me quitó el celular de las manos—. Tengo que irme, espero que tomes una decisión pronto… —Empezó a alejarse, pero antes de irse me advirtió—. Max, siempre estaré de parte de ella.

 

David se fue y yo me quedé solo con mis pensamientos, con mi frustración, con mi rabia hacia mí mismo por no poder soportar quién ahora era.

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