Dsex

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Capítulo 20

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Capítulo 20

 

Al día siguiente, cuando Eve llegó al departamento, yo ya había tomado una decisión: volvería a ser el de antes y no me rendiría hasta no haber dejado atrás la maldita silla.

Sería de nuevo, el hombre risueño, autosuficiente y tozudo que nunca se rinde. Lo haría por Eve, por los niños, pero también lo haría por mí. 

 

Me quebré tan pronto la vi, a pesar que la conocía desde hacía aproximadamente un año, nunca la había visto tan decidida, tan fuerte, tan resuelta. Era como una tigresa herida que quería proteger a sus cachorros de la inclemente realidad, de mi realidad. Así que hablé con ella como nunca lo hice con nadie, le dejé ver mis miedos, mis angustias, cada una de mis preocupaciones y le juré a ella, a mí y a mis chicos que aún estaban en el hospital, que me levantaría de la silla antes de que ellos pudieran dar sus primeros pasos. Por unos segundos experimenté una nueva ola de terror, ya no era el fracaso, ya no era la silla, era perderla, perderlos, no tener más a mi familia.

Y a pesar de que tenía todo en contra, ella dijo que sí se quedaría a mi lado y sentí, que con esa pequeña redención empezaba mi camino a ser mejor persona.

 

Pasó un mes completo antes que pudiéramos traer los trillizos a casa, durante ese tiempo estuvimos conociéndonos de nuevo, adaptándonos, Eve pasaba casi todo el día en el hospital con ellos, me traía fotografías y videos. Yo retomé la terapia y trabajaba tan duro, que mi cuerpo pedía clemencia cada vez que terminaba, Erick me ayudaba mucho, ya que Rommy estaba fuera de la ciudad. Cada día cuando Eve y yo nos acurrucábamos en la cama ella me pedía lo mismo.

—Acompáñame mañana… —Quería hacerlo, pero no estaba listo, no para ser padre, ansiaba convertirme en el padre de Adonis, Eros y de mi hermosa diosa Afrodita, sin embargo, no quería que mis hijos me viesen en una silla de ruedas, no quería que mis hijos me conocieran dependiente a todo. Esa era una de las razones por las que me esforzaba el doble para moverme pronto. Así que, a pesar de mi deseo y los suyos, le pedí tiempo, tiempo para sanar y recuperarme y Eve, tan bondadosa y paciente que era, esperó.

 

Pero aun cuando los chicos estaban en casa me aterraba la idea de no poder ayudarla como ella lo merecía y estaba agotado la mayoría del tiempo, trabajaba con Rommy y Erick, ya había dado un par de pasos aunque no lograba mantenerme de pie sin apoyo. Necesitaba más tiempo, más horas en el día.

Un par de semanas después de la llegada de los niños, me desperté en medio de una pesadilla, mis hijos se iban, Eve se iba, todos me abandonaban mientras me quedaba solo la silla de ruedas.

Estaba solo en la cama, había sentido a Eve recostarse incluso antes de caer en la inconsciencia. Ella me había dicho que la enfermera del turno de la noche había tenido un percance que no le permitió llegar, la silla de ruedas estaba al lado de la cama. Odiaba esa silla más que nada en el mundo, me hacía sentir frustrado, lisiado, imposibilitado, sin embargo bajé mis piernas de la cama y estiré los brazos sosteniéndome como Erick me había instruido hasta sentarme en la silla. Salí de la habitación y Eve estaba frente a la ventana, tenía a uno de los bebés en sus brazos, por la mantita rosa supe que era mi niñita. Al parecer tenía la situación controlada y no quería interrumpir el momento por lo que intenté regresar, con tan mala suerte que la jodida silla se atascó.

—¡Joder, maldita silla!

—Max. —Ella se giró rápidamente y yo me quede completamente quieto. La bebé en sus brazos se removió y ella la arrulló. La observé con anhelo, quería hacer eso, despertarme en la noche y correr a ellos si me necesitaban, quería ayudar a Eve, quería tantas cosas… —¿Qué haces despierto?                         

—Dulzura, desperté y no te vi.

—Afrodita y yo recorremos la casa. Estás usando la silla. —En su voz había alegría pues fueron muy pocas las veces que había usado el cacharro, extrañaba mi auto, mi motocicleta.

—Bueno, no estabas, yo pensé que algo pasaba. —Mi voz fue baja. «Estúpido, si no estaba en la cama estaría con los bebés», me recriminé.

Maldito mal sueño.

—Teníamos nuestro momento de chicas y ya que estamos despiertas, creo que es un buen momento para las presentaciones. —La vi caminar hacia mí y mi primer intento fue mover la silla hacia atrás, pero estaba atascada con la alfombra—. Princesa Afrodita, te presento a tu papá.

—Dulzura… —Desvié el rostro, no quería que ella me conociera, no así…

—No sé por qué te resistes cuando sé que te mueres de ganas —dijo con ternura.

—No puedo, me siento tan indigno. —Bajé la mirada a mis inútiles piernas.

—¡No lo eres! —Ella levantó mi mentón, pero yo no permití que nuestras miradas se cruzaran, me negaba a ver al pequeño bebé que había salido de los dos—. Solo mírala.

—No quiero que su impresión de mí sea la de un padre inútil. —Inútil esa era la descripción gráfica de mí.

—¿Inútil? Te estás esforzando mucho, Rommy dice que lo estás haciendo bien, Erick está complacido, estás dando lo mejor de ti y esa es la impresión que va a quedar en tus hijos. —Se sentó sobre mis piernas, podía sentir su peso, sentía que no eran ideas mías, hacía días que había empezado el cosquilleo y luego podía sentir cuando me tocaban, pensé que eran ideas mías pero no, podía sentir su peso — ¡Solo mírala! —alzó de nuevo mi rostro y esta vez me permití mirarla antes de posar mi mirada en la pequeña más hermosa que había visto, mi diosa, mi hija, la mezcla perfecta entre la mujer que amaba y yo.

—¡Demonios, eres la cosita más bonita que he visto! —Mi respiración se quedó atascada porque no mentía—. Mi Afrodita preciosa —susurré, llevando mi mano a la mejilla regordeta.

—¡Nuestra! —dijo Eve en forma jocosa. Y la pequeña tomó mi dedo con fuerza.

—¡Maldic…! —Miles de sensaciones me asaltaron, el corazón me latía como en una carrera de la fórmula uno—. ¡Ay, Dios, mi corazón va a explotar!            

—Ten, sostenla. —Ella se levantó dejando el bulto rosado en mis brazos, temí pues no estaba listo para alzarla, apenas había podido mirarla y mi corazón estaba rebosante de felicidad, felicidad que no sentía desde hacía mucho tiempo. Ella era nuestra, nuestra pequeña niña.

—Eve, yo… —El miedo de lastimarla me asaltó con la misma fuerza ¿y si la dejaba caer si no la cargaba bien? ¿Cómo sabría si estaba cómoda?

—Se está llevando la mano a la boca, si no le doy de comer pronto empezará a llorar, tengo que preparar su biberón o se pondrá histérica. Créeme, no le gusta que la hagan esperar.

Estaba aterrado, asustado y todos los sinónimos que podía imaginar, la pegué a mi pecho y ella balbuceó. Antes de acomodarse abrió los ojos y un amago de sonrisa cubrió sus facciones, lo perdí, mis ojos se anegaron en lágrimas y tuve que respirar muy fuerte para no dejarlas salir, miré a la pequeña cosita entre mis brazos. Tenía que levantarme, tenía que mejorar por Eve, por ella…

 

Duerme pequeña no tengas temor,

papá te va a buscar un ruiseñor.

Si su canto no te suena placentero,

mamá te comprará un sonajero.

Y si el sonajero no suena bien,

papá te mecerá en un vaivén.

Y si te cansas del achuchón,

papá te va a buscar un acordeón.

 

Estaba tan encismado con ella, con su carita redonda y sus mejillas coloradas, con sus ojos tan grises como los míos, que no sentí a Eve acercarse.

—¿Quieres darle de comer? —me preguntó dándome el biberón, nunca había alimentado un bebé, los bebés no estaban en mi lista de deseos de Santa Claus—. Solo déjala que succione. —Eve guio el chupón a la pequeña boquita y ella empezó a succionarlo ávidamente—. No produzco lo suficiente para alimentarlos, pero estamos bien. ¿Cierto Afrodita?

Sonreí al escuchar el nombre, era hermoso poder ponerle un rostro al nombre, a pesar de que había visto fotografías ninguna le hacía justicia. Una vez se quedó dormida, Eve me enseñó a sacarle los gases y después de dos grandes eructos, ella descansaba pacifica en mis brazos y yo quería que este momento fuese eterno.

—Es hora de acostarla, no queremos una niña mimada —murmuró Evangeline, después de unos minutos.

A pesar de no gustarme la idea ella la llevó a la habitación de los chicos, la seguí hasta la entrada observando como Eve le cambiaba su pañal y luego la recostaba en la cuna.

—Acércate, los chicos también deben conocer a su padre, aunque ahora duermen —me indicó.

Me acerqué indeciso y ella me presentó a Eros y Adonis. ellos eran tan hermosos como la bebé que dormía en medio de ellos. Bajé la cabeza un momento e intenté controlarme pero no pude, lloré por todo lo que estuve a punto de perder por imbécil… por…

—Max…

—¿Crees que me demandarán por sus nombres?

—Siendo hijos de quien son… No lo creo. —Volvió a sentarse sobre mis piernas y el peso de su cuerpo me brindó confort—. Serán un poco arrogantes y creerán que son los reyes del mundo —comentó, al tiempo que pasó la mano por mi pelo—. Te amarán, serán buenos chicos, los haremos buenos chicos.

Asentí y luego le conté sobre cómo me había podido sostener por unos segundos, después de un beso que me llenó de vida volvimos a la cama, durante la noche la sentí levantarse varias veces cada vez que el monitor de bebé emitía algún sonido, me mataba no poder ir con ella, no poder pedirle que se quedara en la cama, mientras yo los alimentaba o les cambiaba el pañal, pero me juré a mí mismo que lo haría pronto, una vez pudiera mantenerme en pie lo haría.

 

Después de esa primera vez pude estar más activo con los pequeños, cada semana que pasaba me esforzaba más y más en la única meta de mi futuro más cercano: deshacerme de la silla de ruedas. Durante el día Eve los traía después de mis largas jornadas de terapia, a pesar de tener una enfermera quería ayudar a Eve con todo lo que podía, desafortunadamente la enfermera del turno nocturno había renunciado por lo que Brit y Eve se hacían cargo durante la noche.

Sin embargo, era demasiado trabajo y mi chica estaba agotada, estábamos hablando de las sospechas de Eve sobre David y Brithanny, pero ella se había quedado dormida a mitad de plática. Iba a apagar el televisor cuando escuché un gimoteo suave, miré Eve dormida a mi lado, el gimoteo se escuchó de nuevo por lo que tomé el pequeño parlante en la mesa de noche, ella no escuchó nada a pesar que este había sido más fuerte. Se la veía agotada, grandes círculos oscuros podían verse debajo de sus parpados. Eve me había demostrado lo fuerte y valiente que se había convertido en el último año, ya nada quedaba de la mujer insegura de sí misma que conocí cuando nuestro trato había comenzado.

Sostuve el aparato unos segundos más antes de mirar la silla de ruedas a un lado de mi cama. Al final me subí en la silla y salí de la habitación intentando hacer el menor ruido posible.

Me detuve frente a las tres pequeñas cunas, la cuna de Afrodita estaba en medio de sus dos hermanos y dormía plácidamente, mientras que, el chico que flanqueaba a su izquierda era el de los gimoteos.

Dirigí la silla hacia él.

—Ey… —Acaricié el vientre del bebé y sonreí al ver su nombre en la parte superior de la cuna. Eros se calmó un poco, pero luego su llanto empezó a ser más fuerte.

Temía que despertara a los otros dos que ya empezaban a inquietarse en sus cunas, bajé el barandal frente a mí y lo tomé en brazos.

El llanto aumentó al tiempo que un hedor desagradable salía del pequeño cuerpo. Busqué con la mirada el cambiador. Nunca había cambiado un pañal a un bebé, sin embargo, este no era un bebé cualquiera: era mi bebé.

El cambiador era muy alto para la silla, el pequeño tenía la cara roja del llanto contenido y, en esos momentos, quería llorar junto con él.

—Calma, Eros, papá está aquí. Vamos a solucionar esto —murmuré con voz suave, al tiempo que colocaba al pequeño en mis piernas. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo solo quería que Eve durmiera un poco más; la había sentido despertarse noche tras noche para venir aquí, mientras yo me quedaba impotente en la cama, por primera vez desde que desperté del coma quería sentirme útil.

Desabroché cada uno de los botones del pijama de Eros y quité las cintas elásticas del pañal. El hedor hizo que me dieran arcadas. ¿Cómo un cuerpo tan pequeñito podía defecar tan asqueroso?

Tomé los paños húmedos y limpié lo más que pude el trasero de mi hijo, luego coloqué un nuevo pañal.

No había sido tan difícil, después de todo.

Acuné el cuerpito de Eros contra mi pecho y empecé a tararear la nana que había cantado a Afrodita días atrás, la que mamá me cantaba de pequeño.

El bebé de la cuna derecha empezó a gimotear, conduje mi silla con cuidado para dejar a Eros en su cuna y luego me trasladé hasta donde se encontraba Adonis, quien empezaba a llorar.

Revisé su pañal como lo había hecho con Eros, pero solo estaba mojado, así que fue mucho más fácil, lo llevé a mi pecho e inhalé su aroma a bebé unos segundos.

—Papá no va a dejarte, Adonis, ustedes son mi familia. Las circunstancias me llevaron a ser un completo idiota, pero estoy aquí y no voy a irme, voy a luchar con todas mis fuerzas para ser el padre que ustedes necesitan, para volver a ser el de antes.

Besé el tope de su cabeza, mientras veía los ojos azules de Eve en mi hijo.

Evangeline, si fuese un hombre de plegarias estaría aún de rodillas, estaba seguro que no habría una cantidad suficiente de tiempo para agradecer que ella se hubiese mantenido junto a mí todos estos meses. Ella era mi sostén, mi apoyo y mi razón de vivir junto mis pequeños.

Llevé a Adonis a su cuna y observé su pequeño pecho subir y bajar tranquilo. Cuando iba a subir la baranda, su pequeña mano agarró mi dedo con una fuerza que no creía capaz en un bebé de unas cuantas semanas de nacido, acaricié con ternura la suave piel de mi bebé. Iba a salir de la habitación, cuando un gemido llamó mi atención.

—¿Tienes el pañal sucio, pequeña? —dije, mientras bajaba el barandal.

Afrodita tenía una pelusa de cabello negro a diferencia de los niños que tenían su cabeza libre de cabello, además que sus ojos tenían una tonalidad entre azules y grises, tal como hice con Eros y Adonis, revisé su pañal encontrándolo limpio así que la llevé a mis brazos. Al parecer no estaba entre sus planes volver a dormir así que, encendí la silla para salir de la habitación, no quería que despertara a sus hermanos y Eve me había dicho que ella era especial.

—Eres mi niña especial —le susurré, llegando al pie de la ventana. No sabía qué tan perjudicial sería salir al balcón, por lo que me mantuve dentro con Afrodita envuelta en una manta rosa, mientras sus ojos me observaban con detenimiento.

—¿Sabes? Nunca le presté atención a Jeremmy cuando me hablaba sobre las estrellas, así que no puedo sentarme aquí a hablar contigo sobre las constelaciones, tampoco creo que quieras una charla sexual conmigo, ya llegará el día que nos toque hablar de ese tema, pero ahora es pronto. —Ella abrió su boquita en un bostezo—. Eres la cosita más bonita que he visto, Afrodita… Espero no quieras demandarme por tu nombre cuando crezcas, pero ¡demonios, eres mi hija! Vas a ser jodidamente hermosa de mayor, y sé que serás tan tierna como tu madre… sin contar que volverás loco de deseo a los chicos; así que no hay mejor nombre para ti que ese Afrodita, mi diosa.

»Quizá algún día, les cuente lo que ocurrió en esta casa mientras que estaban seguros en el vientre de mamá, sé que no he sido el mejor padre hasta ahora, pero intentaré ser mejor de ahora en adelante pequeña, por ti, por mamá y por tus hermanos. —Se llevó su mano a su boca antes de empezar a succionar—. ¡Joder! No sé preparar un jodido biberón.

Como si supiera lo que había dicho, ella empezó a gimotear. Intenté arrullarla, pero lo que empezó como un gimoteo terminó transformándose en llanto.

—Creo que es hora de la segunda toma. —La voz adormilada de Eve me hizo levantar el rostro hacia ella.

—Lo siento, quería dejarte dormir, pero… Lo hice bien con los chicos, no sé preparar un biberón. —Ella caminó hacia mí, cuando llegó a mi lado me dio un beso en los labios.

—Te enseñaré a prepararlo —afirmó.

Quitó la bebé de mis brazos sentándose sobre mis rodillas, desabotonó su pijama y ubicó la boca de la bebé cerca de su pezón derecho.

Deslicé mis brazos, rodeando el cuerpo de la mujer que amaba, mientras recostaba mi cabeza en su brazo, observando a mi hija alimentarse.

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