Despertar

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Niara apoyó la cabeza en sus rodillas, miró a Kirsten y le relató todo lo vivido. La muerte de las damas, el asesinato de su hermana y su larga y desesperada huida del oculto que la persiguió por los restos del castillo.

—Lo siento mucho, Niara —le dijo la chica tomando su mano—. Ninguna palabra que te pueda decir te ayudará a aliviar el dolor que sientes. Pero si te sirve de consuelo, estoy aquí, para lo que quieras. Estar en silencio mirando el fuego o si necesitas un hombro sobre el que llorar.

A Niara le conmocionaron las palabras de Kirsten y la abrazó, pillando de sorpresa a la chica, que le devolvió el gesto.

—Aún me cuesta creer que mi hermana no esté conmigo —confesó entre sollozos—. Ella siempre me ha apoyado, ha estado junto a mí y de una manera u otra, cuando me metía en líos, siempre encontraba la forma de ayudarme, serenarme… porque a veces no controlo mi poder y daño a la gente.

Kirsten posó sus manos sobre los hombros de la dama obligando a separarla de ella, para a continuación tomar las manos de la chica entre las suyas.

—Podemos aprender juntas, si quieres. Yo soy inexperta también y me horroriza pensar en quemar a alguien, pero el maestro de Kun y Xin me mostró la técnica para controlarla. Solo tenemos que ponerla en uso. Lo conseguiremos.

Niara asintió y se limpió el rastro de lágrimas.

—¿Por qué te quieren llevar de vuelta con tu padre? —se interesó Niara y en esta ocasión fue ella la que escuchó la historia de Kirsten y el destino que le esperaba junto a los Ser´hi—. Pero…¡eso es horrible!

—Lo sé, ¿pero qué esperabas de alguien como mi padre? Aun así, podría ser peor. Al menos me quiere entregar a los Ser´hi y no ser él quien… en fin, siga conmigo su macabra progenie.

—¡Acabaremos con él, Kirsten! Te lo aseguro. Los chicos de la profecía ya están aquí y en ella se dice que todo mal desaparecerá y yo, yo, creo en esa palabras. ¡Seremos libres!

A Kirsten le agradó las palabras de Niara. Pensó que sería muy difícil que congeniaran y fueran amigas, pero al parecer estaba equivocaba. Y juntas durmieron en la cama.

Cuando Kun y Xin regresaron tras una larga conversación con Lizard donde el hombre les aseguró una y otra vez que no se preocupasen, regresaron a la cabaña, donde encontraron a las chicas dormidas.

A ambos les agradó tal gesto, pues al parecer una amistad se estaba labrando entre ellas. Finalmente los hermanos durmieron frente al fuego.

***

Al día siguiente el grupo se repartió. Kun y Xin seguían intranquilos tras el ataque de la noche anterior, y en compañía de Lobo y otros hombres comenzaron a inspeccionar los alrededores, incluidas las cuevas cercanas, buscando alguna señal que les diese alguna pista de Axel o su paradero.

Los Dra´hi se interesaron por Daksha, y Lizard les dijo que asuntos del poblado lo tenían ocupado, aunque la realidad era muy diferente, pues Daksha estaba enfermo. Y en ese instante su amigo le hacía una visita. Encontró al hombre tumbado en la cama, terriblemente pálido y con aspecto de agotado.

—Sé que ahora mismo no tienes ganas de hablar —dijo Lizard—. Pero no molestaría tu descanso si no fuera para decirte que una de las chicas ha caído en nuestras manos. ¡Me he ganado su confianza!

—Niara…—susurró Daksha.

—No, mejor aún, Kirsten.

Daksha dibujó una amplia sonrisa y escuchó lo ocurrido la noche anterior. Y tras poner al día a su amigo, salió de la cabaña pues había prometido a Kirsten seguir con las clases de espada mientras los Dra´hi rondaban el poblado.

Encontró a las chicas en un llano oculto entre rocas; un espacio circular, utilizado por los hombres para entrenar.

Niara y Kirsten estaban en el centro, frente a una hoguera. La chica le explicaba a la dama las técnicas que el maestro de los Dra´hi le había enseñado. Y atento observó la manifestación del poder de las muchachas.

Niara tenía las palmas de la mano hacia arriba y entre ellas flotaban algunas piedras, que tras el gesto de la chica volaron hacia las rocas con tan rapidez que parecían flechas.

Entonces fue el turno de Kirsten e hizo lo mismo que Niara. En sus palmas comenzó a danzar algunas llamas, que tras unos segundos tomaron la forma de un fénix que alzó el vuelo y giró varias veces por encima de ellas para al momento desaparecer.

—Últimamente aparece el fénix en lugar del dragón —explicó Kirsten encogiéndose de hombros—. El ave es mucho más bello.

—El fénix también es muy importante en Meira, o lo fue. Al menos es recordado como señal de rebelión contra tu padre —dijo Niara—. En su momento hubo un grupo llamado los zainex, que significa fénix y créeme, hicieron frente al inmortal. Aunque no conozco toda la historia al completo, un día, sin más el libro desapareció de la biblioteca del castillo.

A Kirsten le agradó la conversación y la sabiduría de Niara, pero Lizard les interrumpió y apremio para empezar las prácticas. Junto al hombre, Kirsten comenzó a manejarse con la espada y llegó a acostumbrarse al peso del arma. No cabía duda de que la muchacha había subestimado al lizman, pues era un excepcional guerrero, además de estricto, quien no lo permitió descansar hasta que ya llevaban dos horas con la espada.

—Oye, Niara, ¿no te gustaría aprender a luchar? —se interesó Kirsten mientras alcanzaba el odre.

—Por favor, nena, ¿cómo se te ocurre hacer ese tipo de preguntas? —la reprendió Lizard—. Es una dama. No se espera de ella que aprenda a manejarse con los puños o que blanda un arma.

—Yo soy una mujer y estoy aprendiendo a defenderme, no veo por qué ella no puede hacerlo. ¿Acaso quieres seguir sintiéndote indefensa todas las noches de Oculta? —preguntó en dirección a la dama—. Solo es una sugerencia. Desde que estoy aprendiendo a luchar me siento mejor y creo que si alguna vez vuelvo a encontrarme con Nathrach no me quedaré quieta, sino que le patearé hasta que agonice y después quemaré sus entrañas.

—Dejemos el tema de las muertes para otro momento —interrumpió Lizard tomando asiento frente a la hoguera—. Niara, si quieres aprender a defenderte, créeme, te enseñaré, aunque creo que debes centrar todas tus energías en controlar tu elemento.

—Quizás aprender algo de defensa no estarás de más —susurró la dama—. Lo pensaré, pero antes, Kirsten, ¿qué te pasó? ¿Cómo te atraparon en la Tierra y te enviaron a los Ser´hi?

La chica suspiró y con la mirada en las llamas comenzó a relatar su historia. Como empezó a controlar el fuego, la manifestación de la marca y como Kun y Xin llegaron a formar parte de su vida. También llegó a la parte más cruda; cuando fue enviada a Serguilia, donde dio por terminada la historia.

—¿Ellos te enviaron? —preguntó Lizard con los ojos muy abiertos—. ¿Los Dra´hi fueron los culpables de tu agresión?

—¿No me has escuchado? —refunfuñó con los brazos cruzados—. No es una historia grata de recordar y mucho menos tener que repetirla. El maestro y el tutor de Kun y Xin pensaron que era una secuaz del inmortal enviada para destruirlos. Clay me llevó a Draguilia y allí fue el monje el que me envío a Serguilia.

—Da igual como cuentes la historia —protestó Lizard poniéndose en pie—. Ellos fueron los culpables de lo que te pasó.

El hombre salió del lugar y a grandes zancadas marchó al poblado. No tardó en encontrar a los Dra´hi. Caminaban por el centro del poblado, hablando distraídamente y al parecer disgustados. Sin duda no habrían encontrado nada de Axel; pero eso a él no le importaba. Los alcanzó con un par de pasos, tomó a Kun de la camisa y le asestó un fuerte puñetazo, para a continuación volver a asestarle otro golpe más que lo lanzó al suelo. Entonces se interpuso Xin, posando la mano sobre Lizard a quien proyectó su magia, lanzándolo por los aires varios metros. A pesar de la caída, el hombre se puso en pie con rapidez y avanzó hacia Kun, aún en el suelo, siendo Xin el que se interpuso entre los dos.

—Dices que la amas, que darías todo por ella y fuiste el culpable de lo que le pasó. La enviasteis a Serguilia; ni siquiera escuchasteis sus palabras o esperasteis alguna explicación por su parte.

Tales palabras sentaron como una puñalada a Kun, que desanimado quedó tendido en el suelo. A Kirsten se le rompió el corazón al ver al Dra´hi destrozado; no podía permitir que Lizard lo siguiera machacando. Tomó al hombre del brazo e intentó sacarlo de allí.

—¡Lizard! —gritó un furioso y agotado Daksha—. ¿Qué significa todo esto? ¡Son nuestros invitados!

—Ya sé porque la hija del inmortal acabó en una habitación a manos de los Ser´hi. ¡Gracias a ellos! —gritó en dirección a los Dra´hi—. La enviaron ellos.

—¡Basta ya! —protesto Kirsten consiguiendo llevarse a Lizard de allí, lanzando una mirada angustiosa a Kun—. Ahora vuelvo.

Mientras los cuchicheos reinaban en el poblado, Xin ayudó a su hermano a ponerse en pie y Niara acudió junto a él para ayudarlo.

—Por favor, entrad en mi cabaña —les pidió Daksha y los Dra´hi asintieron. La estancia no era muy amplia; nada más entrar había una sala utilizada como salón y cocina, decorados con una amplia mesa y cuatro sillas, además de una chimenea a la izquierda. Mientras que al fondo había una puerta que daba acceso al dormitorio, que a su vez se comunicaba con el baño—. Siéntate, me encargaré de tu ojo —dijo en dirección a Kun, quien se cubría el ojo izquierdo, sobre el que su amigo se había ensañado bien—. Te daré unos puntos y prepararé un ungüento que te bajaré la hinchazón.

—¿Crees que eso arregla las cosas? —preguntó Xin mal humorado—. Sabía que nunca debíamos haber confiado en vosotros y muchas gracias por tu hospitalidad en tu pueblo, pero mañana nos marchamos. No necesitamos a nadie que nos reproche nuestros errores.

—De verdad siento mucho lo ocurrido, ha sido un shock descubrir la manera en la que Kirsten llegó hasta los Ser´hi. Para nosotros siempre fue un enigma y nunca pensamos que vosotros estuvierais involucrados.

—¡Fue un error! —añadió Niara en defensa de los chicos—. Y estaban asustados; sus vidas siempre han estado en peligro. Ni siquiera sabemos cómo hubiéramos actuado nosotros en las mismas circunstancias. Y es evidente que están muy avergonzados —susurró mirando el gesto triste de Kun.

—Lo sé, dama, lo sé. Por favor, disculpad a Lizard. Hay algunos temas que para él son muy difíciles de tratar y pierde los nervios con facilidad. Sé que ahora estáis dolidos y lo entiendo, pero recapacitad, descansar antes de tomar decisiones. Y no salgáis del poblado hasta que el ciclo de la Oculta haya concluido.

Ninguno de los Dra´hi pronunció palabra alguna; ambos regresaron a la cabaña donde habían pasado la noche juntas y mientras los hermanos hablaban sobre qué hacer, Niara fue en busca de Kirsten.

***

Lizard se liberó del brazo de Kirsten cuando la muchacha lo llevó al lugar donde habían estado entrenando. Allí, el hombre, en un intento por liberar su rabia golpeo las paredes.

—¿Vas a dejar de comportarte como un niño y mirarme a la cara para hablar? —preguntó Kirsten enfadada y con los brazos cruzados—. No te necesito para que hagas sentir mal a Kun por lo que pasó; no hay día que no se lamente por lo sucedido y eso no me facilita las cosas.

—Se lo tiene merecido. Él y los demás culpables de tu agresión deberían vivir el resto de sus días lamentándose, sufriendo.

—¡Basta ya! —gritó—. No toleraré que insultes o desees algún mal a las personas que son lo más cercano a una familia que he tenido, ni que dañes al hombre que quiero. ¿Acaso piensas que fue fácil para Clay y Xinyu cuidar a los Dra´hi? ¿O conoces todas las veces que han estado a punto de perder la vida de los chicos, a quienes criaron como hijos propios? ¡Estaban asustados! Yo aparecí de repente en sus vidas sembrándolas de caos y fuego. ¡Tenían miedo! ¿Cómo no iban a tenerlo? Descubrieron que era la hija de su enemigo, ¿qué podían esperar de mí? Nada bueno, pero se dieron cuenta de su error y gracias a ellos y a Nathair, el Ser´hi, Nathrach no me violó y pude regresar a casa.

—¡Nena! —susurró Lizard tendiendo la mano hacia la chica, pero ella lo abofeteo con rabia.

—Basta, no me toques, no me toques —protestó mientras caminaba de un lado a otro—. ¿Sabes lo difícil que me está resultando intentar mantener una relación con Kun? ¿Sabes durante cuánto tiempo lo he amado? Y si antes de mi encuentro con el Ser´hi mi opinión sobre los hombres ya era penosa, no te puedes ni hacer ni idea del daño que me ha hecho Nathrach —confesó. Se detuvo y con lágrimas contenidas le miró a los ojos—. Me estoy esforzando por ser una chica normal y no sé, no sé si lo lograré. ¿Hay algo más triste que temblar de miedo cuando la persona que amas te toca?

—¡Ven, vamos! —le animó Lizard, volviendo a tenderle la mano y estrechándola entre sus brazos—. Lo siento mucho, no quería hacerte daño y créeme, saldrás adelante.

—No lo haré hasta que no mate a Nathrach.

Tras sus palabras, Lizard guío a la chica hasta la hoguera y ambos tomaron asiento.

—Matarlo no te devolverá la paz. Lo sé por experiencia —confesó con la mirada en las llamas—. Si alguna vez me escuchas oír hablar de mi pueblo, ya casi extinto, pues solo quedamos con vida Axel y yo, solo escucharás palabras de odio y rabia hacia ellos. Verás, los lizman, eran muy salvajes. Si te asusta estar en este poblado, en mis tierras no hubieras sobrevivido, pues a pesar de todo, los lobos azules son hombres con honor, respeto, todo lo contrario a mi pueblo. ¡Eran escoria! Y muy salvajes —repitió, mirando a la chica—. Tenía diez años cuando una de esas ratas se encaprichó de mí…

—¿Te…te…? —intentó preguntar Kirsten, aunque no hizo falta, pues Lizard asintió.

El hombre hizo una pausa y extrajo una pipa. En rara ocasión fumaba, pero hoy más que nunca lo necesitaba. Y tras encenderla, dio una larga calada.

—¡Varias veces! Yo era un crío endeble y él muy fuerte. A diferencia de ti, yo si me cobré mi venganza. Lo maté con un cuchillo, pero sabes Kirsten, la muerte no me trajo paz. Es cierto que me sentía libre; había asesinado a quien tanto daño me había causado, pero la inseguridad, la incertidumbre y el miedo a sentirme un niño endeble, perduró —Hizo una pausa y tras dar varias caladas, prosiguió—. Mancharte las manos con la sangre de ese hijo de perra no te devolverá la paz, pero ¿sabes qué te quitará el miedo? Enfrentarte a él y salir victoriosa, nena, esa es la solución y por eso te convertiré en la mejor guerrera que Meira habrá visto jamás.

Kirsten no dijo nada. ¿Qué podía decir? Nada de lo que dijera aliviaría el dolor del hombre y sabía que sus palabras eran muy acertadas. Quitar una vida no le devolverá la paz arrebatada. Tenía que enfrentarse a sus miedos cara a cara y sabía que tarde o temprano debía enfrentarse a Nathrach y en esta ocasión, ella saldría victoriosa.

La mirada de ambos fue a la entrada del lugar cuando escucharon unos pasos y observaron a Niara, que torpemente habían intentado retroceder sin ser descubierta. Por la palidez de su rostro la pareja interpretó que había escuchado suficiente.

Lizard hizo un gesto para que tomara asiento frente a él y la dama obedeció. Con la cabeza gacha permaneció junto a ellos, hasta que se atrevió a hablar.

—Siento mucho haberos escuchado. No debí hacerlo.

—Nada se puede hacer al respecto, pero confió en vuestra discreción para que este asunto no sea divulgado. Excepto Daksha, nadie más lo conoce y no es un grato momento de mi vida que deseo difundir —confesó poniéndose en pie.

—¡Yo maté a mis padres! —se sinceró Niara, con la cabeza gacha—. Me he odiado durante estos años y me he ahogado en mi silencio, en la culpa, por lo que hice. Sé que mi hermana me detestaba por ello.

La pareja guardó silencio y dejó que la dama hablase. Confesó que sus padres ocultaron a todo habitante de Lucilia que ella y su hermana eran damas de flor de loto. No querían desprenderse de ellas, que fueran enviadas al castillo y expuestas a la guerra contra Juraknar. Aunque los secretos no pueden guardarse eternamente y fueron descubiertas. Les relató el encuentro del Manpai con sus padres; la discusión que mantuvieron y los forcejeos de la mujer contra el hombre con tal de salvaguardar la vida de sus hijas, hasta que ella provocó que la casa se partiera en dos y sus padres cayeron al vacío.

Una vez terminó, Kirsten fue junto a ella y la abrazó para consolarla.

—¡Tus padres ya estaban condenados! —le hizo saber Lizard—. Hubieran muerto de todas maneras y créeme, no quieras saber las crueldades que cometen los Manpai con sus víctimas. Que tus padres cayeran por la grieta que creaste, es lo mejor que pudo pasarles. Sé que mis palabras no te sirven de consuelo, pero dices que el Manpai forcejeo con tu madre, ¿cierto? —preguntó y Niara asintió—. Sé que eras una niña y habrás intentado borrar todos los recuerdos, pero aun así intenta recordar. ¿Acaso viste como tu madre, quizás, pudo ser empujada desde el vientre?

Niara asintió a la vez que hacía memoria. Las manos de su progenitora estaban aferradas a la chaqueta del hombre; le gritaba y golpeaba y entonces el cuerpo de la mujer hizo un gesto extraño, quedándose ligeramente encorvada y su boca dibujaba una horrible expresión de dolor.

—Tu madre fue apuñalada antes de caer por la grieta y de tu padre, ¿qué me dices? ¿Qué recuerdas del forcejeo?

—No hizo nada, se quedó mirando con sorpresa, sin saber cómo actuar. El Manpai se giró hacia él; era tan grande que casi lo ocultó con su cuerpo, aun así, vi como su boca dibujaba el mismo gesto de dolor que el de mi madre —rememoró y ahora que estaba frente a un experto guerrero, sabía lo que eso significaba. También fue apuñalado—. Durante todos estos años ese engendro me hizo creer que yo era una asesina y él… él fue quien empuñó el arma que arrebató la vida a mis padres.

Lizard asintió y se puso en pie.

—¿Por qué no os quedáis aquí practicando vuestros dones? He de disculparme con los Dra´hi.

El hombre dejó a las chicas a solas y él se dirigió a la cabaña de los Dra´hi ante la atenta mirada de otros hombres del pueblo. E incluso Daksha, que permanecía en la puerta de su hogar, le lanzaba una mirada de desaprobación y se prometió que una vez se disculpase con los chicos, hablaría con él y sobre todo le obligaría a descansar. No podía ni imaginarse el esfuerzo que estaba haciendo para mantenerse en pie.

Finalmente entró en las estancias de los muchachos y no le sorprendió encontrarlos preparando los zurrones: se marchaban.

—Sé que la actitud de hace un instante no tiene perdón y lamento mucho haberte golpeado —añadió disculpándose en dirección a Kun.

—De acuerdo, ya has venido y te has disculpado. Ahora déjanos —protestó Kun.

—Hay asuntos, que por motivos personales, me afectan demasiado y no actúo con cautela. Le tengo cariño a Kirsten, lo admito, es buena chica y siento lástima por ella. Y todo lo que esté relacionado con agresiones como la que ella sufrió, como las que desgraciadamente parecen muchas personas, me hacen perder los nervios. Y lo siento; todos cometemos errores y yo soy el primero en admitirlos —Hizo una pausa observando como los chicos habían dejado de guardar sus pertenencias—. Y entiendo que no queráis mi compañía y deseéis iniciar ya vuestro viaje, pero al menos dejad que termine la Oculta. Recordad que Niara tiene un gran miedo a la luna y puede hacer que corráis riesgos innecesarios durante vuestro viaje por las grutas de la montaña.

Tras sus palabras, Lizard se marchó. Kun y Xin intercambiaron miradas y el pequeño de los Dra´hi, enfadado, lanzó el zurrón al suelo. Por mucho que les pesara, tenían que esperar hasta que la luna pasara.

***

Con sorpresa, Niara y Kirsten observaron cómo cada vez le era más fácil controlar a su antojo sus dones.

La dama había pasado de controlar pequeñas piedras, a mover grandes rocas, amontonándolas unas con otras llegando a formar un gran engendro de rocas, mientras que Kirsten manejaba las llamas a su antojo; lanzaba esferas de fuego y controlaba las llamas hasta tal punto que estas hacían todo lo que ella quería.

De esa manera las encontraron los Dra´hi; relajadas y divirtiéndose con el poder del elemento que controlaban. Y en aquel recodo apartado del poblado, pasaron el resto del día, hasta que de nuevo durante la noche, los gritos de los ocultos llenaron cada rincón de Lucilia, advirtiendo de la llegada de esos terribles engendros que se alimentaban de almas.

10

Duelo de ninfas (Aileen)

Aileen se sintió desfallecer cuando los ojos de Nathrach se fijaron en ella. Pensó que nunca más lo vería, que solo sería un mal recuerdo en su mente, pero se equivocó. Estaba frente a ella, acompañado de una de las personas que más miedo le infundía, la ninfa que controlaba aquellos bosques: Dharani.

Respiró hondo intentando calmarse y dio un paso hacia delante mirando fijamente a Dharani.

—¡Es el momento de acabar con nuestra rivalidad! —añadió la princesa con tono firme—. Llevaré a cabo lo que se tuvo que hacer hace años: matarte en lugar de exiliarte.

—¡No hace mucho que estuviste a punto de convertirte en una sirhad! —gritó furiosa—. No mereces el título. No cruzarás mi bosque y tu sangre bañará y alimentará mis tierras.

—Enseguida estaré lista y ambas nos batiremos a muerte.

Cogió de la mano a Nathair y lo llevó hasta detrás de un árbol. Allí sacó de su bolsa el vestido azul regalo de las hadas y lo dejó deslizar por su cuerpo, mientras Nathair le daba la espalda.

—¡Esto es una locura! —dijo Nathair—. Además, mi hermano está con ella. ¿Acaso crees que no he notado como temblabas al verlo? No estás centrada, Aileen, y aprovechará esa ventaja

—He entrenado duramente con Naev. Puede que no sea tan experimentada como tú en la lucha, pero sabré enfrentarme a Dharani. Y no me preocupa tu hermano; él prometió que no me volverá a tocar.

—Solo han sido unos días, y yo te he observado. Es cierto que eres buena, pero ambos sabemos que estás muy débil. Deja que yo me enfrente a ella y sobre la palabra de Nathrach… no has de creer en ella. ¡No vale nada!

—Nathair —susurró—. Tengo que empezar a librar mis propias batallas. Y sé que tu hermano no tiene honor, pero que tú estés aquí me da fuerzas.

Se anudó las zapatillas y avisó a Nathair de que ya podía darse la vuelta.

—Tienes que aprender a confiar en mí. Lo haré bien, no dejaré que él me afecte en nada.

Ambos sabían que mentía; aún temblaba ante la imagen de Nathrach, y eso sabiendo que con él nunca tendría que preocuparse por nada, pues no dejaría que su hermano volviera a tocarla.

Aileen le sonrió y cogidos de la mano se encaminaron hacia el sendero, donde le esperaba Dharani ya con la capa tirada a los pies y empuñando unas curvadas dagas.

Respiró hondo y desenfundó las suyas, regalo de Naev. Le parecían tan bonitas... Su empuñadura era plateada, en forma de cabeza de águila. Un ave libre, tal como ella deseaba serlo.

Vio a Nathair mirándola. Si fallaba, él seguiría bajo las garras de Juraknar, y por nada le gustaría que eso fuera así. Detrás de Dharani estaba Nathrach. Su figura siempre le pareció impresionante, e incluso en aquel momento conseguía estremecerla, pero se obligó a tranquilizarse. No quería ser una sirhad, no podía rendirse y tomar el camino fácil, era el momento de enfrentarse a sus miedos.

Dio un paso hacia adelante y quedó frente a Dharani. Esta hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

Ambas ninfas desaparecieron ante la atenta mirada de los hermanos, quienes solo vieron dos torbellinos, uno de agua y otro de hojas secas, chocando. Comenzaba su enfrentamiento y se separaron de los Ser’hi para adentrarse en el bosque. Ambos las siguieron hasta otro rellano, donde los remolinos cesaron y las ninfas recuperaron su aspecto. Sus trajes tenían varios rasguños y sus armas estaban manchadas de sangre, pero no parecían satisfechas

Aileen corrió hacia Dharani empuñando sus dagas, pero esta desapareció. Conocía ese milenario arte, el de desaparecer y aparecer a su antojo, que ella no dominaba a la perfección. Corrió hacia el lugar donde comenzaban a formarse las hojas secas, esperó hasta que se materializaron y empuñó el arma hacia delante, clavándosela en el hombro.

Nathrach quiso intervenir en la pelea, pero Nathair lo detuvo con su espada y le miró haciendo un gesto negativo.

—¡No detendrás la pelea! Esto no es cosa nuestra. Además, ¿qué haces aquí?

—Me aburría en el castillo y la marca estaba desapareciendo. Si mi hermano pequeño está en peligro, debería hacer algo al respecto.

—Tu falsa preocupación por mí no me engaña. Si no estuviéramos unidos por las marcas, hace tiempo que me hubieras matado con tal de no considerarme un rival frente a las atenciones de Juraknar.

El Ser´hi no dijo, pues sin duda no había nadie lo conocía tan bien como su hermano. Es cierto que si no fuera por la serpiente, hace mucho que Nathair hubiera dejado de respirar.

Por enésima vez Dharani había vuelto a desaparecer, y eso inquietaba a Aileen. Al principio había conseguido convertirse en un remolino de agua, pero aún seguía muy cansada y no podía volver a intentarlo. Aquella batalla no le parecía justa. No le plantaba cara y estaba furiosa. Se volvió a lanzar contra las hojas marchitas justo cuando se trasformaba, y ambas rodaron por el suelo, donde Aileen inmovilizó a Dharani amenazándola con su daga en la garganta.

—¡Quiero un duelo limpio! —exigió la princesa.

—¿Qué te parece si nos retamos con nuestros verdaderos poderes? Nada de armas, nada de enfrentamientos con las manos, solo nuestra magia. Quien tenga más control sobre la naturaleza será la nueva princesa. Perecerás bajo mi mano.

—Lo único que quiero es salir de este bosque, y te demostraré a ti y a los demás que merezco mi rango.

La risa de Dharani la enfureció y pronto se escurrió bajo sus piernas, apareciendo instantes después detrás de ella. Ambas se miraron, lanzaron sus armas lejos y tomaron asiento en el suelo con las piernas cruzadas.

Las ninfas respiraron profundamente y cerraron los ojos. Con su mano derecha trazaron un círculo a su alrededor y posaron las manos sobre su regazo, sumergiéndose en un sepulcral silencio.

La niebla que rodeaba el bosque comenzó a desaparecer, distinguiéndose ahora con detalle el lúgubre lugar. Un aura de diferentes colores comenzó a rodear a las ninfas, azul para Aileen y roja para Dharani. Comenzó a crecer e iluminó el oscuro cielo de destellos azules y rojos, y por un momento la oscuridad del mundo de Serguilia desapareció.

***

A Juraknar le extrañó la ráfaga de luz que penetró en la sala del trono y con grandes zancadas cruzó la estancia para acercarse a una de las ventanas. Allí pudo ver los dos haces de luz iluminando sus tierras. Alguien estaba osando mancillarlas y amenazarlo con aquella fuerza que apenas lograba producirle un molesto cosquilleo.

Solo conocía a una persona que podía usar tal poder: la princesa ninfa.

No hacía mucho había enviado a tres hechiceros, que aún no habían regresado, con lo cual los daba por muertos. Tal vez había subestimado a la princesa, fuera quien fuera. Tendría que utilizar una de sus armas secretas.

Abandonó la sala para salir al largo pasillo. Asegurándose de que nadie lo observaba, golpeó una de las paredes y se abrió una compuerta, que se cerró tras su paso, confundiéndose de nuevo con el resto de las paredes.

Débiles antorchas iluminaban un estrecho camino en espiral. Se guío por el resplandor de las luces y pronto comenzó a oír un fuerte estruendo acompañado de un alarido. Su pequeña cobaya se encargaría de la princesa.

La prisión ocupaba toda la planta superior y tan solo unos pasos lo separaban de la entrada. Unas manos rojas salieron entre los barrotes intentando agarrar al inmortal, que dio varios pasos hacia atrás para evitar ser desgarrado por quien se ocultaba allí.

Tomó una antorcha y la acercó hacia la jaula, provocando que la bestia retrocediera despavorida. La luz permitió ver a un ser rojizo, enorme, con joroba, encorvado en su interior. Algunos cabellos rubios caían en greñas y unos inconfundibles ojos azules le miraban lleno de rabia. Aquel ser en su día fue una humana bella, pero los hechizos habían convertido a aquel ser débil, en un engendro fuerte y sediento de sangre. Incluso Juraknar mismo, su creador, se veía muchas veces incapaz de dominarla. Solo había una cosa que la sublevaba.

El inmortal sonrió y posó sus manos en los barrotes sin en ningún momento soltar la antorcha. Odiaba el fuego debido a los innumerables hechizos que habían quemado su cuerpo. Aun así, había algo más que temía: las serpientes, quizá porque eran las culpables de que estuviera allí y de que su bonita belleza hubiera desaparecido.

Los ojos violetas del inmortal cambiaron al negro. Un aura oscura comenzó a rodearlo y una puerta que daba al bosque se abrió a su espalda. Pronto el lugar se llenó de un siseo generalizado, que hizo que la bestia se arrinconará aún más en su jaula, inmovilizada por el terror.

—Hmm... ¿Quieres que te libre de ellas?

La bestia gimió a la vez que afirmaba con la cabeza.

—No debes desobedecer mis órdenes. Voy a encargarte una gran misión; si la cumples devolveré a tu enfermizo cuerpo la imagen de antes. Volverás a lucir una esbelta figura y un rostro blanco y firme, y podrás volver a ver tu belleza reflejada en un espejo. Quieres eso, ¿verdad?

Volvió a afirmar con un alarido.

—Sabía que no te negarías. Voy a dejarte libre. Podrás vagar por los terrenos de Serguilia y tu misión es encontrar a la princesa de las ninfas. Busca a todas las chicas jóvenes que tengan las orejas puntiagudas y mátalas. Vuelve con su cuerpo y serás libre.

La bestia se puso en pie. La celda no era lo suficientemente grande para ella y tenía que quedarse encorvada.

Con paso firme, caminó hacia el inmortal. Se agarró a los barrotes, acercó el rostro hasta quedar a unos centímetros de Juraknar y le miró fijamente. Su cara era un amasijo de carne enrojecida y arrugada debido a los infinitos hechizos que el inmortal había probado en aquel ser. De ella, el único rasgo humano que se apreciaba eran los ojos, brillantes y azules, llenos de lágrimas.

—Si me desobedeces te haré retorcerte como si fueras un gusano.

La bestia asintió y el inmortal quitó las cadenas. La puerta se abrió con un largo chirrido. El monstruo salió y caminó hacia la única ventana que había en toda la planta.

—Una cosa más, Sanice —añadió. La bestia se giró al escuchar su olvidado nombre, ya con una pierna apoyada en el alféizar. Hacía mucho tiempo que nadie la llamaba por su nombre; había llegado a olvidar que fue una persona, y madre de dos hijos, los Ser’hi—. No hagas daño a los Ser´hi, tus hijos. Puedes que los encuentres durante tu búsqueda; si te atreves a hacerles el más mínimo daño, te arrepentirás. Sé que los culpas de tu aspecto, de tu sufrimiento, pero harías bien en descargar tu ira sobre la princesa ninfa. Cumple con tu misión y serás la mujer que fuiste.

Sanice saltó al vacío, cayendo al suelo desde una gran altura sin llegar a dañarse, y con un grito se perdió en dirección a los destellos de luz, ante la atenta mirada de Juraknar, que sonrió orgulloso por lo que sus artes oscuras habían hecho en el cuerpo de la madre de los Ser´hi. La devolvió a la vida, aunque ahora era un monstruo.

***

Los haces de luz eran tan potentes que cegaban a los hermanos, que intentaban sin éxito ver algo.

Las dos ninfas abrieron los ojos y se miraron fijamente. Los de Aileen se habían teñido de un eléctrico azul y los de Dharani de un flameante rojo. Sus pupilas e iris habían desaparecido. Ambas se pusieron en pie, y sin abandonar en ningún momento el círculo en el que se encontraban, comenzó la batalla. Las raíces del bosque salieron de la tierra y con rapidez se fueron arrastrando hasta situarse ante ellas.

Aileen señaló con la mano derecha en dirección a Dharani y las raíces obedecieron. Pero un escudo protegió a su rival y se quemaron, provocándole un fuerte dolor a la princesa. Alzó entonces las manos y más raíces avanzaron hasta el escudo, mas sin poder continuar a partir de él, pues la barrera roja las quemaba.

Dharani levantó las manos hacia la princesa y el bosque siguió su dirección, y cuando solo les quedaba unos centímetros, las raíces se paralizaron, evitando ser dañados. Debía de haber supuesto que la princesa no osaría hacer daño al bosque, todo lo contrario a lo que ella había hecho. Gritó y con su furia los árboles que la obedecían parecieron cobrar vida, incluso se agitaron con energía, y varias raíces volaron en dirección a Aileen; estas a diferencia de lo que había ocurrido con las demás, no se paralizaron. El poder tranquilizador de la princesa no les hizo nada y varias hirieron su cuerpo, haciendo que perdiera la concentración y cayera al suelo. Sus ojos habían vuelto a la normalidad y el haz azul que la rodeaba había desaparecido. El cielo de Serguilia solo mostraba luz roja: la fuerza de Dharani, ganadora del duelo.

—¡Maldita sea, Aileen! —gritó Nathair—. ¡Contraataca!

—¡Los quema! —dijo. Y señaló en dirección a las cenizas que se encontraban a sus pies.

—Se llevará tu vida y tu cargo. Y nadie que trate así a la naturaleza se merece serlo. ¡Reacciona!

Las palabras de Nathair le hicieron entrar en razón y se puso en pie con renovadas fuerzas. Pronto el haz azul volvió a aparecer, ahora con más intensidad, cubriendo en el cielo las luces rojas. La furia de Aileen atemorizó a Dharani, que volvió a dar órdenes al bosque. Las raíces se agitaron con más fuerza y fueron hacia la princesa, pero esta alzó su mano derecha y cayeron inertes al suelo como ramas sin vida.

Decidida, abandonó el círculo, y Dharani sonrió por ello. Fuera de él era mucho más débil. La princesa había firmado su sentencia de muerte. Con un grito de victoria, alzó los brazos y más raíces intentaron atacar a Aileen, pero se detuvieron al llegar a ella.

La princesa había hecho otro gesto con la mano y la obedecieron a ella: retrocedieron y se volvieron contra Dharani. Aterrada, volvió a levantar su defensa, pero no le sirvió de nada, las raíces la atravesaron y la inmovilizaron. Intentó cortar algunas con su arma, pero una rama le golpeó la muñeca provocándole un agudo dolor. La ninfa quedó aprisionada en el suelo por las raíces y los haces de luz desaparecieron.

Nathair agradeció que el combate hubiera cesado y corrió hacia Aileen, pasando por delante del lugar donde estaba atrapada Dharani, lanzándole una mirada de desprecio.

—Aileen ha ganado el reto. Agradece que aún vivas para contarlo.

Dharani, avergonzada, apartó la vista del joven de los Ser’hi y miró a Nathrach, quien no tardó en acudir junto a ella para liberarla.

Nathair apartó a Aileen del centro de batalla y la llevó junto a un árbol. La obligó a sentarse y rasgó un trozo de tela del bajo de su capa para cubrirle las heridas. Luego tomó su zurrón y vertió todo su contenido en el suelo.

—¡Lo has hecho muy bien! Estoy orgulloso de ti.

—Pensabas que porque fuera princesa sería débil.

—Sinceramente, sí. Voy a coser tus heridas y seguiremos adelante. Tenemos que encontrar un lugar en que resguardarnos. Hoy será segunda noche de Oculta.

Aileen asintió. Se apoyó en el hombro de Nathair y con su ayuda se puso en pie. Pasaron junto a Nathrach y Dharani sin mirarlos. La furia de la ninfa no tenía límite, por lo que la niebla pronto comenzó a aparecer, cerrando el paso del bosque y atrayendo la atención del menor de los Ser’hi.

—Aileen te ha derrotado. Has perdido, debes dejarnos pasar —gruñó Nathair.

—Estos son mis dominios y no me ha arrebatado la vida.

—Pues lo haré yo.

Dejó a Aileen y con la espada desenvainada corrió hacia Dharani, que, como de costumbre, se convirtió en hojas marchitas y apareció a su espalda.

—Conmigo eso no te servirá de mucho. Te he observado, solo puedes aparecer a dos metros de distancia y tardas un momento en materializarte —dijo. Se giró y miró fijamente a la ninfa—. Vuelve a hacerlo y te estaré esperando en el lugar en que vayas a aparecer y allí te degollaré.

El rostro confiado de Dharani desapareció, dando paso a una expresión de terror. La niebla desapareció, dejando al descubierto un sendero.

Nathair volvió a guardar el arma y se dirigió hacia Aileen, la rodeó por la cintura y se encaminaron hacia la salida del bosque. Pero la voz de la ninfa le hizo volverse.

—¡Me uno a vosotros!

—¡Nada de eso! —exclamó ligeramente enfadado—. Aileen y yo viajamos solos.

—Ahora eso se acabó —intervino Nathrach—. Viajaremos juntos.

***

A Naev aún le impresionaba el primero de los lugares sagrados. El Pilar Sagrado, el representante de Draguilia. Sabía que el Ser’hi y la princesa ya habían pisado suelo sagrado, pero habían dejado algo inconcluso.

Vacilante, dio varios pasos, subió los escalones y se detuvo ante la entrada. Allí alzó su mano y una barrera blanca apareció, prohibiéndole el paso a lugar sagrado. Él no tenía permitido entrar y sabía que si volvía a pedírselo a su alumno haría demasiadas preguntas, que no él deseaba responder. Impotente, se dio la vuelta y un fuerte destello captó su atención, unas luces rojas y azules que iluminaron el cielo de Serguilia.

Maldijo y esperó pacientemente sentado en el suelo a que cesaran. Debía haber advertido a la princesa sobre hacer manifestaciones de su poder. Con eso solo conseguirá atraer a los hechiceros que rondaban los alrededores del bosque en busca de su paradero. Mal humorado se adentró en el bosque en busca de su inconsciente alumno y de la temeraria princesa.

***

—¡No! —gimió Aileen al escuchar las palabras de Nathrach.

Nathair ocultó tras él a Aileen y le agarró la mano con fuerza intentando calmar sus temblores.

—¡Nada de eso! Vuelve al castillo, Nathrach, este viaje es solo mío. Soy yo quien necesita mejorar, tú eres un experto guerrero en el arte de la lucha. Exceptuando a Juraknar, eres el hombre más fuerte del castillo, y lo sabes.

Nathair esperaba que sus palabras cegaran tanto a su hermano que retrocediera al castillo, satisfecho con el reconocimiento de sus palabras, y al parecer así era. En su rostro podía ver dibujada una expresión de orgullo y satisfacción; su plan había funcionado, se marcharía. Solo tendría que librarse de la ninfa.

—Hmm... Yo quiero ir. Quiero dejar este lugar y si os negáis puede que nunca salgáis de este bosque —dijo ella.

—¡Te mataré! —le amenazó Nathair

—Es cierto, pero puede que a cierta persona le interese el conocer vuestras verdaderas intenciones, alguien que no tardaría en ir a hablar con el inmortal sobre lo que haces en este lugar, en realidad.

Un escalofrío recorrió la espalda de Nathair. Ella lo sabía todo, aunque desconocía cómo lo había averiguado. Sabía que era un traidor, que estaba trabajando en el bando de los Dra’hi, y seguramente no dudaría en contárselo a su hermano y entonces sería su fin.

Miró a este, pero era tan estúpido que ni siquiera había escuchado las palabras de la ninfa. Algo detrás de él había captado su atención, una prenda roja, y la garganta se le secó ante tal vestimenta. Exceptuando a Dharani, solo recordaba haber visto el rojo en una prenda, las túnicas de los hechiceros. Solo cinco trabajaban para Juraknar, seres que, estaba seguro, eran más poderosos que él mismo.

Escudriñó entre las sombras del bosque, pero había desaparecido, por lo que miró a Dharani, que aún esperaba sus palabras.

—¡Déjalo! —interrumpió Nathrach—. Me vuelvo al castillo.

Tomó la esfera que tenía atada a su cintura, pero Dharani le dio un manotazo haciendo que rodara por el suelo y lo apartó con brusquedad hacia detrás de un árbol, ajeno a las miradas de la princesa y el chico.

—¡Eres idiota! —exclamó—. Te has dejado convencer por las palabras halagadoras de tu hermano y no has visto nada. Nathair lucha por hacerse con los terrenos de Serguilia; es más listo que tú y no quiere estar toda su vida bajo el poder del inmortal. Trabaja para algún día derrotarlo, un puesto que debiera ser tuyo.

La ninfa se mordió el labio esperando que sus palabras hubieran convencido a Nathrach para seguir con ella el viaje. Sabía que no sería capaz de derrotar a la princesa, había aprendido la lección, pero podría intentar que se convirtiera en sirhad y entonces ella tomaría su puesto. Por su expresión de terror sabía que quien le había hecho mucho daño había sido el primogénito de los Ser’hi. Alguien que no era muy listo y a quien esperaba manipular a su antojo.

—¡Yo soy el verdadero hijo de la serpiente! —gritó furioso—. A mí es a quien me corresponde todo el poder.

Lleno de rabia se encaminó hacia el sendero, pero la ninfa lo detuvo y le obligó a que la mirara.

—¡Usa la cabeza, por favor! —exclamó a punto de perder la paciencia—. Si tu hermano descubre que conoces sus intenciones, ambos os pelearéis, y sé lo que ocurre con eso. Os convertiréis en chicos normales. Primero debes sublevar a los Manpai, a los Rocda y a los Deppho. Deberás actuar con cautela, sin que tu hermano sospeche, y cuando todos te obedezcan, entonces será el momento de matarlo. Y el siguiente paso será el inmortal.

Al parecer sus palabras habían convencido al Ser’hi. Respiró hondo y miró en dirección al rellano. Aileen y Nathair hablaban en susurros. Ella conocía la historia de la Lanza de la Serenidad y sabía que para derrotar al inmortal tendría que recuperar el arma. Aun así, desconocía por qué tenían que visitar los lugares sagrados, pero supuso que encontraría las respuestas junto a la princesa.

—¡Lo sabe! —exclamó Nathair nervioso—. La muy arpía lo sabe, no sé cómo pero sabe que soy un traidor.

—Por favor, Nathair, tranquilízate. Me asustas.

Sus palabras le volvieron a la realidad y la miró. Su cabello lacio caía enmarcado su pálido rostro, aunque quizá lo que más le dolió fue ver sus tristes ojos grises inundados en lágrimas.

—Lo siento, por favor, perdóname.

Aileen asintió y entrelazó sus manos con las suyas.

—No dejes que se acerque a mí, por favor.

—Te prometí que no volvería a hacerte daño.

—Solo quiero que me ayudes. No dejes que se acerque a mí... Además... dijiste que no dejarías que me convirtiera en una sirhad.

—Te prometo que eso no ocurrirá.

—No quiero que mueras, y si para ello tu hermano debe acompañarnos, no me importa.

—Si osa ponerte una mano encima lo mataré, aunque eso me convierta en un joven indefenso.

Se giró al escuchar pasos. Nathrach y Dharani volvían. Dejó sola a Aileen y tomó del brazo a su hermano, arrastrándolo detrás de unos árboles. Lo lanzó contra uno, desenvainó su espada y le amenazó con ella en la entrepierna.

—¡Ponle una mano encima y despídete de ya sabes!

Nathrach tragó saliva con dificultad, respiró hondo y no fue hasta que dejó de sentir el arma cuando por fin hizo frente a su hermano pequeño.

—Nunca has sido capaz de derrotarme, no podrás hacerme el más mínimo daño.

—Las cosas han cambiado mucho. Puede que sea tu hermano pequeño, pero eso no me convierte en un niño. Si la tocas, te mato, aunque eso me convierta en una persona indefensa.

Tras su amenaza, regresó en busca de la princesa.

***

A Aileen le parecía que hacía demasiado tiempo que se había marchado Nathair. Tambaleándose caminó hacia un árbol, donde apoyó su espalda y dejó caer todo su peso. Le dolía la pierna y el hombro, aunque lo que más le incordiaba era Dharani, quien no dejaba de caminar frente a ella.

—Puede que no tenga el poder suficiente para derrotarte, pero escúchame, princesa. Pronto dejarás de ser una ninfa, tu piel tersa y blanca se volverá azulada y tus piernas se unirán en una cola de pez. Y todo eso porque lo sé —reveló complacida. Miró a la princesa, que parecía no inmutarse por sus palabras—. Sé que Nathrach te forzó. Al oír su nombre te echas a temblar. Princesa, pronto nadarás en oscuras aguas con tus amigas.

—Lo creo poco probable. El bosque me quiere a mí, no a ti, y no me rendiré. Además, hay algo por lo que debo luchar.

Su mirada fue en busca de Nathair, que volvía seguido de su hermano.

—Princesa, eres muy estúpida si crees que una ninfa, una de nuestra raza, puede amar o tener sentimientos humanos. Eso solo son cuentos.

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