Despertar

Despertar


Portada

Página 36 de 44

Nathrach desató la bola que llevaba colgada a su cintura y esperó, pero no ocurrió nada, no se abrió ningún vórtice. Furioso, volvió a atarla a su cintura y decidió probar con otra cosa. Usaría su poder de Ser’hi para salir de aquel lugar, y para ello invocaría a su serpiente. Pero nada apareció bajo sus pies y, extrañado, miró al encapuchado.

—Podemos viajar contigo —sugirió Dharani—. A ti no te afecta esta magia, vas y vienes cuando quieres.

—Si esa opción fuera posible, créeme, ya la habría utilizado, pero no puede ser. Mis métodos de viajes son… diferentes y podríais no sobrevivir. Créeme, no me importaría probar contigo y con Nathrach si mi magia os mata o no, pero es un riesgo que no voy a correr con Nathair y Aileen —confesó ganándose sendas miradas de reproche por parte de la ninfa y Nathrach—. Encontraré la solución, hasta entonces no hagáis locuras.

Naev volvió a desaparecer tan rápido como había aparecido y dejó a todo el grupo sumido en un tenso silencio. El sonido de las cadenas retumbaba por la torre, igual que los gritos de desesperación. Aileen, incapaz de resistirlo, se tiró a la cama y se cubrió la cabeza con la almohada, donde ahogó sus sollozos.

Nathair se sentó junto a ella y le pasó la mano por la espalda dándole ánimos.

—¿Qué propones? —preguntó a Dharani.

—Vosotros los distraeréis para que nosotros podamos salir y, ya fuera, intentaremos atraer su atención para que salgáis vosotros. No quiero matarte, si lo hiciera tu hermano sería un chico normal y ninguno queremos eso, solo deseamos salir de este infierno.

—Aileen irá con vosotros. Los distraeré, pero quiero que Aileen salga la primera.

—Está bien —aceptó Dharani—. Te esperamos en la última planta, desde allí podremos elegir la mejor zona para escapar.

—Enseguida voy.

Los dejaron solos. Apartó la almohada que cubría la cabeza de Aileen y le limpió las lágrimas. En las últimas semanas había mejorado mucho; el cuarzo que representaba su vida se había vuelto rosa y no quería que su ánimo volviera a decaer por estar encerrada en aquel lugar.

—¡No me dejes con tu hermano, por favor!

—No ocurrirá nada, créeme; quiero que salgas de aquí.

—No me iré sin ti.

—Solo estaremos separados un momento, te lo prometo. No será mucho, pero debemos salir y lo sabes.

—Nathair... Quería preguntarte algo... ¿Amas a Kirsten?

Su pregunta le sorprendió, no se la esperaba. Acarició su rostro y deslizó los dedos por sus labios, sintiendo su calidez y suavidad.

—Mi hermano se impacientará si le hago esperar y lo último que quiero es recibir otra de sus palizas.

Se puso en pie y le dio la espalda a Aileen, que lloró en silencio, mientras caminaba detrás de Nathair hasta llegar al último piso. Era circular, de suelo negro y rodeado de cristales. Desde allí miraron en dirección sur. La torre estaba muy próxima a una de las paredes de la muralla, el espacio que los separaba era mínimo, pero tendrían que rodearla para poder llegar hasta allí. A pesar de la altura podían ver una pequeña grieta en el muro. Eso no les garantizaba nada, pero habían decidido intentarlo.

Bajaron y desde la entrada observaron a los habitantes de la ciudad vagando como almas en pena.

Nathair avanzó hacia la multitud para captar su atención, mientras que los demás pudieron huir para rodear la torre.

Nathrach tiró de Aileen hasta llegar a la parte de atrás. Allí Dharani posó sus manos en la tierra; sus ojos se volvieron rojos y dijo unas palabras que Nathrach no entendió. Enormes raíces surgieron del suelo y se dirigieron hacia la grieta del muro y comenzaron a agrandarla poco a poco.

Aileen se libró de la presión que ejercía Nathrach sobre su brazo y volvió a rodear la torre.

***

Nathair alzó las manos y surgió una corriente de aire a su alrededor formando un escudo protector e impidiendo que le atacaran. Los malditos lo rodeaban y Nathair tuvo miedo. Podía ser un Ser’hi, el más fuerte de los dos, según el consejero de Juraknar, pero no le veía mucha utilidad a su poder. El de su hermano podía haber congelado a todos aquellos seres y ganar así tiempo, pero él solo podía lanzarlos lejos.

Clavó su puño en el suelo y un fuerte viento lanzó a la multitud hacia atrás. Corrió por encima de los cuerpos y se detuvo ante la entrada de la torre. Estaba retrocediendo y con ello no ganaba tiempo, sino al contrario, acercaba a la multitud furiosa hacia él.

Volvió a crear la barrera, pero no era tan fuerte como la anterior y aquellos seres comenzaron a lanzarle objetos. Una cadena le dio en la cabeza y cayó al suelo dolorido. La protección desapareció.

Se lanzaron contra él y quedó sepultado bajo un montón de cuerpos que desprendían un hedor insoportable. Gritó y la multitud salió despedida. Logró ponerse en pie, pero alguien le esperaba, un hombre corpulento; su piel azulada se caía a trozos y un ojo le colgaba fuera de su cavidad. Portaba un enorme martillo y con él golpeó a Nathair, empotrándolo contra la pared.

De pronto apareció Aileen y se situó entre Nathair y el hombre. Este iba a golpear en la cabeza al chico y, desesperada, posó los dedos sobre la frente del engendro y susurró:

—¡Aqileissi!

Una luz azul salió del pecho de Aileen y se adentró en el hombre. Enseguida el martillo cayó con un sonido sordo al suelo y su figura cambió. Su tez se volvió tersa y blanca, su ojo volvió a su cavidad y el desagradable olor a putrefacción desapareció. El hombre recuperó su aspecto normal, con su bella melena cobriza, y se miraba extrañado, como si no entendiera lo que ocurría.

En Phelan reinó el silencio. Aileen dio un paso, decidida, y la multitud la rodeó, dejándola oculta a la mirada de Nathair. Pero este sí pudo escuchar sus palabras, que parecían un canto dulce y hacían que el dolor desapareciera.

—¡Aqileissi! El sueclee enarclaac a reod ad li, ¡Aqileissi! Iyd as suan di tad amlld Jurk. Aqileissi, sueclee taidas si mag niam.

—¡Aqileissi! ¡Aqileissi! —repitió todo el pueblo, y una luz azul brotó del interior de Aileen; bañó a todo el poblado y parte del cielo de Serguilia.

***

En un lugar muy cercano a Phelan, Sanice, contemplaba en medio de un ataque de furia el poder de la princesa ninfa. Soltó un enorme grito que hizo incluso que los Deppho que pensaban atacarla y alimentarse de su carne huyeran despavoridos. Observó el haz azul; este se mantuvo durante un rato, para desaparecer poco a poco. Llena de ira, se fue abriendo paso entre los árboles hasta llegar a los alrededores de Phelan.

***

Cuando la luz desapareció, el poblado entero había recuperado su antiguo ser; hombres y mujeres habían vuelto a la vida, sanos. A Nathair le parecía sorprendente.

Todos y cada uno de los habitantes de Phelan se agachaban frente a la princesa ninfa, besaban su mano y repetía la misma palabra: Aqileissi.

Una vez que el pueblo mostró su respeto a la princesa, esta se agachó junto a Nathair, posó las manos sobre sus costillas y volvió a murmurar la misma palabra. Entonces él sintió que el dolor remitía.

—Aqileissi es mi apellido —explicó; se sentó junto a él y le cogió de la mano—. Significa «pureza». He librado de su maldición al pueblo. Cuando Naev nos dijo que estaban malditos, pensé en la opción de purificarlos. No sabía si sería capaz de hacerlo, pero lo he conseguido. Según decía mi padre, algunas ninfas tienen el don de sanar. Yo no lo poseo, pero sí puedo aliviar tu dolor durante un rato; cuando el hechizo pierda su función volverás a encontrarte dolorido.

—Me has aliviado —susurró.

—Lo sé, pero no he sanado tus heridas; por lo que sería sensato y lógico que reposaras.

—Me has aliviado y te lo agradezco —insistió.

Aileen sonrió y observó el poblado. Todos se habían movilizado e intentaban reconstruir la ciudad que fue en su día.

—El inmortal enviará sus ejércitos para volver a hacer caer la población —murmuró—. Estaría bien ayudarle a reconstruirla.

—¿Nos vamos o qué? —interrumpió Nathrach, que apareció de pronto junto a la ninfa.

—Nos quedamos. Vamos a ayudar a reconstruir el pueblo —respondió Nathair.

—¡No voy a hacer nada de eso! —replicó Nathrach.

Nathair se puso en pie, sin dejar de agarrarse el costado, y con su mano libre tiró de su hermano hacia detrás la torre; no quería que las chicas escucharan lo que quería decirle.

—¡Escucha atentamente y no me interrumpas! Sé que no quieres seguir siendo la mano derecha de Juraknar de por vida, ansías el poder y escapar de su control. ¿No crees que sería bueno tener un lugar en el que esconderte por si no fueras capaz de vencer a Juraknar?

—¿Y qué me dices de ti?

—No soy tan estúpido como para hacerte frente. Si algún día reinaras en Serguilia, me conformo con marcharme de este lugar e ir a uno donde sienta el sol sobre mi rostro. Por favor, utiliza un poco la cabeza. Este lugar sería ideal para escondernos; contamos con el apoyo del pueblo y si les ayudamos nos tratarán aún mejor.

Nathrach meditó las palabras de su hermano; por mucho que le doliese, admitió que tenía razón.

Volvieron con las ninfas y allí comunicaron su decisión: ayudarían en la reconstrucción de la ciudad.

***

Sanice anduvo por el bosque hasta que vio Phelan. El ruido de golpes le había guiado hasta aquella población que se estaba reconstruyendo. Las murallas estaban siendo reformadas, se tapaban las grietas y se volvía a levantar lo destruido. El portón de madera de la entrada estaba abierto y en su interior encontró a Aileen, la princesa. Podía entrar, sorprenderla y estrangularla, llevar su cuerpo sin vida ante Juraknar y recuperar su apariencia normal, algo que deseaba desde hacía mucho tiempo.

Salió de las sombras para entrar en el pueblo, pero todo su cuerpo tembló de miedo al ver a una persona no muy lejos de allí.

***

Nathair apareció junto a Aileen y le quitó el cubo de agua que llevaba. El Ser´hi dejó el cubo cerca de los hombres para que se refrescaran, y él se dispuso también a hacerlo. Llevaba parte del pecho vendado y comenzó a echarse agua por la espalda. Observó que Aileen le miraba extrañada. Al sentirse sorprendida, su rostro se tiñó de rojo, y eso le hizo sonreír.

A solo unos metros, Nathrach, rodeado de tres jóvenes que le ofrecían comida, no dejaba de mirar a Aileen. Nathair pudo ver el deseo que brillaba en sus ojos y la forma de examinar su cuerpo bajo el vestido azul que llevaba.

—¡Aileen!

La princesa se sorprendió por el tono frío de Nathair, intentó disimular su rubor y le miró.

—A partir de ahora quiero que el guardián vaya contigo en todo momento.

—Pero la gente se asustará.

—No me importa. Haz que salga —ordenó, y Aileen obedeció—. Mientras yo no esté contigo, él te acompañará.

La princesa asintió y acarició suavemente la cabeza de su guardián, una serpiente enorme con unos brillantes ojos azules como los de Nathair.

Ninguno de los dos se percató de que estaban siendo observados por alguien más. Sanice lo había visto todo, la marca, la serpiente... y su cuerpo se estremeció. Arrastrándose, se ocultó en las sombras del bosque, donde comenzó a mecerse como si fuera una niña indefensa, y así la encontraron tres adolescentes de Phelan, uno de ellos una chica, quienes se rieron al ver a un ser tan grande temblando como si se tratara de un niño indefenso.

Las burlas despertaron la furia de Sanice. Se puso en pie y los tres huyeron despavoridos; pero la bestia se cruzó en su camino y el grito de los jóvenes llegó a oírse hasta en el poblado.

Algunos quisieron adentrarse en la espesura para ayudarlos, pero no lo hicieron. Advirtieron a los chicos del peligro de salir de la protección de Phelan, ya que sabían que por los alrededores había Deppho; además, no estaba lejos Acair, la ciudad de los Rocda, bestias capitaneados por un hombre. La advertencia estaba hecha, quien saliera del poblado se arriesgaba a no volver nunca.

***

La reconstrucción del poblado siguió con la ayuda de los Ser’hi y las ninfas, todo ello bajo la mirada de Sanice, que estudiaba los movimientos de la princesa, aprovechando la menor oportunidad para lanzarse sobre ella, aunque la aterraba la serpiente que siempre la acompañaba.

Los habitantes de Phelan estaban muy agradecidos con los Ser’hi y les ofrecieron su protección siempre que la solicitasen. Cuando terminaron la reconstrucción del poblado el grupo partió. Atravesaron las murallas y se dirigieron al sur, hacia Canto de Ángel, el segundo de los pilares y representante de Lucilia.

El silencio reinaba en el bosque y solo el ruido de sus pasos lo rompía. El suyo y el de algo más que no se sabía qué era. Alguien les seguía, o algo, ya que los pasos sonaban muy pesados. Quizá un Rocda en busca de presas.

Nathair apremió al grupo y retrocedió él para escudriñar entre la niebla y los árboles. Estos eran bastante grandes, lo suficiente para que una persona gruesa se escondiera en ellos.

Con su espada desenvainada caminó detrás de los demás mientras su hermano lideraba el grupo. Temía que se traía algo entre manos, pero no sabía qué. Nathrach estaba siendo demasiado complaciente con él y eso no era propio de su hermano. Pero pronto se olvidó de sus inquietudes al ver la torre representante de Lucilia.

Era roja y brillaba como las mismísimas llamas del fuego, aunque antes había que cruzar una ciénaga con miles de insectos y un olor muy desagradable que llegaba a aturdirlos.

Nathair cortó un trozo de su capa y lo repartió entre los demás para que se cubriesen la boca y la nariz.

Aileen resbaló y su pie fue a dar al cieno. Emitió un grito de asco y sacó rápidamente el pie y cuando lo hacía creyó distinguir algo entre aquellas aguas pantanosas, así que se fijó mejor y descubrió con horror el cuerpo putrefacto de un Deppho. Sintió náuseas y sensación de mareo, y sin poder evitarlo, se cayó al suelo y vomitó lo poco que había comido antes de salir de Phelan.

No tardó en sentir a Nathair junto a ella y oír la risa de Dharani por su supuesta debilidad. Nathair ordenó a la ninfa que se callara, sin éxito, y le entregó a Aileen un poco de agua. Al ver él la imagen putrefacta del Deppho en la ciénaga sintió también que la cabeza le daba vueltas, pero enseguida se sobrepuso y, cogiendo de la mano a la ninfa, siguieron adelante hasta la torre.

La gravilla crujía bajo sus pies y nada de vegetación crecía en los alrededores de la torre. Era más impresionante que la anterior. Se erguía hasta bastante altura y constaba de cinco pisos, todos en forma de flor: una estructura recta durante unos metros, y a continuación varios pétalos, y así hasta la cima, redondeada. Tres escalones daban acceso al recinto, que como el que habían visitado anteriormente, carecía de puerta.

Nathrach y Dharani se adelantaron y subieron, pero una barrera blanca apareció en la entrada impidiéndoles pisar suelo sagrado. Ninguno comprendía qué ocurría. Nathrach dio varios pasos hacia atrás, arrastrando con él a Dharani, y cada uno invocó su poder. Enormes raíces surgieron del suelo delante de la ninfa y se dirigieron hacia el edificio. Nathrach se puso las manos en el pecho y comenzaron a aparecer cristales de hielo, que lanzó contra la entrada. Pero su ataque no sirvió de nada, la barrera seguía allí. Impotentes, corrieron hacia ella y fueron lanzados varios metros hacia atrás contra la dura gravilla.

Dharani se incorporó y ayudó a Nathrach. Entones lo comprendió: ella nunca podría pisar suelo sagrado a no ser que acabara con la princesa y fuera la última de las ninfas sobre la faz de Serguilia.

—Tenemos prohibido el acceso —le dijo al Ser’hi.

—Nosotros debemos continuar —intervino Nathair—. El pilar no nos prohíbe la entrada.

—¿Por qué? —preguntó Nathrach. Una vena comenzaba a hinchársele en el cuello y sus ojos expresaban tanta rabia como hacía mucho que Nathair no veía en él. Desde que habían empezado el viaje su hermano estaba mucho más tranquilo y había dejado de utilizarlo como si fuera un saco de patatas al que golpear—. ¿Por qué ibas tú a poder pisar suelo sagrado y yo no? —preguntó. Dio varios pasos hacia Nathair, lo agarró del cuello y lo levantó del suelo—. Soy el mayor, el primogénito, el primero de los Ser’hi. Tú no eres más que un niño.

—¡Suéltale! —intervino Aileen.

Nathair agitó las piernas y logró darle un rodillazo en la entrepierna. El rostro de su hermano se convulsionó debido al dolor y dejó caerle. Entonces la rabia dominó a Nathair; estaba más que cansado de recibir los golpes de su hermano, de ser humillado constantemente y dejándose dominar por sus impulsos abatió a Nathrach. Los dos acabaron en el suelo; Nathair logró ponerse encima de su hermano y le golpeó en la cara.

Tras la impresión, Nathrach se recompuso y golpeó con ambas manos en el pecho al joven; este cayó hacia atrás y una vez Nathrach se puso en pie le pegó una fuerte patada. El menor de los Ser´hi recibió el golpe, pero tomó la pierna de su hermano y le hizo caer. Volvió a colocarse encima de él y le asestó un puño tras otro en el estómago, como tantas otras veces Nathrach había hecho.

Aileen no dejaba de gritar que cesaran. Mientras, Dharani le advertía una y otra vez a Nathrach sobre la consecuencia de los enfrentamientos y le decía que debía pensar en la marca.

Finalmente la pelea se detuvo cuando un gesto de dolor congestionó los rostros de los hermanos.

Nathair cayó hacia un lado, quitándose de encima de su hermano y se llevó su mano al pecho. Lo mismo hacía Nathrach. La ninfa se agachó junto a este último y le ayudó a ponerse en pie; cargando con él.

—¡Él es el verdadero hijo de la serpiente! —intervino Dharani, tranquilizando a Nathrach—. Tu hermano nació en el año de la serpiente, tú no. Lo hiciste tres años antes, y parte de su poder se destinó a ti... creo que para protegerle.

Dharani comenzó a caminar con el joven.

—¡Os esperaremos en Phelan! —añadió—. Pensaremos en la forma de viajar a las restantes islas.

Aileen se agachó frente a Nathair. Estaba en posición fetal, jadeante, pálido y cubierto en sudor. La princesa tomó su mano izquierda, intentando darle ánimo. Sabía que estaba sufriendo por su enfrentamiento contra su hermano; las marcas se resentían, se separaban, aunque imaginaba que los Ser´hi ya habían pasado antes por eso. Solo tenían que volver a fingir indiferencia el uno hacia el otro y todo volvería como antes.

Tras un largo rato, la respiración de Nathair se volvió más pausada y el dolor comenzaba a remitir. Mientras se recomponía no podía evitar sorprender por el control de la ninfa sobre su hermano. Le había dicho la verdad, lo que el consejero de Juraknar le había comunicado, que él era el verdadero Ser’hi. Tenía acceso a algunos lugares a los que Nathrach no. Sin embargo, no le parecía que fuera más fuerte que su hermano, sino todo lo contrario.

Gracias a la princesa se puso en pie y sortearon los escalones. El interior de la torre era de un blanco inmaculado, con enormes columnas que se erguían hasta donde la vista alcanzaba, todas ellas de un azul marino que brillaba con intensidad.

Nada interrumpía el silencio que allí reinaba, tan solo sus pisadas. Caminaron hasta el fondo. La sala se extendía hasta formar un círculo. En el centro se pararon. Entonces las paredes desaparecieron y se encontraron en un espacio blanco; ante ellos apareció una imagen con los mismos personajes que había en el primer pilar, los zainex. Los cinco, tres mujeres y dos hombres, estaban reunidos alrededor de una mesa circular examinando los mapas de los cincos mundos de la galaxia de Meira.

Enseguida imagen cambió y solo vieron fuego, un enorme torrencial de fuego, y en las llamas, las cinco armas. Las dos espadas de los Dra’hi; las sais, dagas que pertenecían al Tig’hi y por último, un arco y otra espada. Las armas brillaron de una forma especial y la imagen de las cinco desaparecieron dejando paso a la de la Lanza de la Serenidad, la única capaz de serenar el poder del inmortal.

Esta pronto desapareció también y volvieron a encontrarse en el centro de la torre.

Nathair ayudó a Aileen a sentarse en el suelo y se sentó con ella. Parecía desorientada otra vez y no dejaba de tocarse la cabeza.

—Los zainex —comenzó—. Cinco personas, cinco elegidos diferentes a cuantos les rodeaban. Poseían gran poder y cualidades innatas, pero esto no era suficiente para vencer al inmortal y por ello crearon las armas sagradas.

***

En Phelan, Nathrach y Dharani fueron bien recibidos y les acomodaron en una de las habitaciones de la torre, la que estaba mejor acondicionada y limpia. Allí los trataron como si fueran reyes, pero aun así la inquietud invadía a Nathrach. Lo que le había dicho la ninfa era cierto. Durante mucho tiempo se había negado a creerlo, pero al escucharlo de los labios de Dharani no tenía más remedio que aceptarlo. Pero aunque su hermano fuese el nacido en el año de la serpiente, él era más fuerte y acabaría por dominar todas las razas de Serguilia. Con esta idea salió de la torre y se dirigió a las afueras de Phelan.

Mientras, Dharani, paseando por el poblado vio aparecer junto a la torre un vórtice y tras este a Naev.

Ella no era tan estúpida como Nathrach y no se había tragado la historia de Nathair, y mucho menos conociendo su verdadera identidad. Decidida a sacar provecho de ello, rodeó la torre y apareció a espaldas del hechicero

—¿Sorprendido por lo que ves?

—He de admitir que sí —confesó—. ¿Qué ha ocurrido aquí?

—La princesa los purificó —explicó—. Aunque estoy segura de que eso es lo que venías a comunicarnos. Has descubierto que la princesa podía curar al pueblo y por eso has venido, aunque llegas tarde. Aileen encontró la solución antes que tú y yo averigüé quién eres en realidad.

Naev sonrió con serenidad y un poco de burla, como si no creyera las palabras de la ninfa y eso la enfurecía.

—¡Sé quién eres de verdad! —gritó ofendida—. Y puede que la princesa y el Ser’hi estén muy interesados en conocer tu paradero.

—¡No harás eso! —gritó Naev. Alzó su mano y al instante Dharani sintió que la agarraban del cuello impidiéndole respirar—. No dirás nada porque sabes quién soy. Cuando te conocí pensé que eras algo estúpida, pero es evidente que me equivoqué.

—¡No puedes matarme! —dijo, y en el lugar donde estaba solo quedaron hojas marchitas, que se esparcieron por Phelan. A ratos volvía a materializarse. Naev la siguió hasta que ambos volvieron a encontrarse en las afueras—. Huiré de ti siempre que quiera. Soy muy poderosa.

—Eres escurridiza —corrigió—. Pero ¿podrás huir de tus miedos?

La señaló y al momento Dharani sintió una punzada que recorría sus brazos y muñecas. Se miró y descubrió que su piel se volvía azulada y arrugada. Se estaba convirtiendo en una sirhad por deseo del encapuchado.

***

Las armas sagradas. Ahora Nathair comprendía algunas cosas. Como hizo en la anterior ocasión, observó cada rincón sin encontrar nada. Salió con Aileen para sentarse en los escalones mientras se recuperaba. Nada más salir, comenzó a formarse una esfera que quedó suspendida al fondo de la estancia.

—Creo que comprendo algo —dijo ella rompiendo el silencio—. Sabemos de la existencia de la Lanza de la Serenidad, y yo creo que fue creada por ellos, los zainex, pero debe de haber algo más. Las armas sagradas. Todos portan armas especiales; he visto las de los Dra’hi, y una de ellas era la que empuñaba el elegido de Draguilia. No son armas normales, tienen el mismo poder que ellos. Y las otras armas son...

—¡Extrañas! —interrumpió—. Incluso la espada lo es. Pero quizá hay algo en lo que no hayas reparado. Todos son de razas diferentes. Hay un humano de Draguilia, un ninfa de Serguilia y tres mujeres: una es tigresa, de Crysalia, otra pertenece a la raza de los lobos y otra a los Lizman. La de los lobos es raza solo de hombres y respecto a los lizman, en muy pocas ocasiones se ha conocido la existencia de una mujer en dicha raza. Para que un lizman fuese puro, la humana elegida para llevar en su vientre su simiente debía beber una gran cantidad de sangre de ellos. Lo que quiero decirte es que ambas razas son de hombres.

***

El grito de Dharani se escuchó en los alrededores y Nathrach, que tenía inmovilizado bajo sus pies a un Deppho, corrió en su ayuda. El cuerpo de la ninfa se había vuelto azulado y sus piernas comenzaban a desaparecer para unirse en una cola de pez.

—¡Espero que con esto aprendas la lección! —dijo Naev. Agitó la mano y Dharani recuperó su estado normal—. Niña, no juegues conmigo o acabarás perdiendo. No voy a arrebatarte la vida, a pesar de que lo estoy deseando, porque eso es cosa de Aileen. Ambas volveréis a enfrentaros. Pero si dices algo a la princesa y al chico lo sabré, y despídete de tu bonito cuerpo, porque yacerás en las oscuras aguas negras de Serguilia con las de tu especie —la amenazó—. Dile a Nathair que pronto me pondré en contacto con él.

Dharani no contestó, tan solo permaneció agazapada con la espalda pegada a un árbol, temblando como una hoja y llorando en silencio. Así la encontró Nathrach, quien, extrañado por su actitud, se agachó junto a ella y la obligó a mirarlo.

—¿Qué te ha pasado?

Dharani no dijo nada. Apartó la mirada, se limpió rápidamente las lágrimas y respiró hondo intentando tranquilizarse. Luego miró a Nathrach. Para ella él únicamente era un juguete al que manipular a su antojo y con el que conseguir que Aileen se convirtiera en sirhad. Alzó sus manos y las introdujo bajo sus ropas, y todo cuanto había vivido quedó olvidado al sentir su contacto.

***

—Siempre hay una excepción —añadió Nathair—. El ejemplo lo tienes en Kirsten. Juraknar tiene incontables bastardos, cientos de hijos varones, y ninguno de ellos nace con su marca, y luego llega una chica y nace con ella.

—¡Ya! —exclamó—. ¡Kirsten! —dijo con el ceño fruncido.

—¿Qué ocurre con ella?

—Nada, qué va ocurrir con ella. Ni siquiera la conozco.

—Pareces resentida con ella.

—Quizá no le tenga tanto aprecio como tú.

Ir a la siguiente página

Report Page