Despertar

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—¡Estás celosa! —exclamó sorprendido.

—Eres tan estúpido que no comprendes nada —gritó molesta. Se puso en pie y comenzó a caminar, dejando atrás a Nathair—. El siguiente pilar no está muy lejos. ¡Date prisa! —ordenó.

—Al parecer, a la princesa le gusta dar órdenes —expresó, molesto por su nueva actitud—. ¿Se te ha subido el poder a la cabeza? —preguntó—. Te recuerdo que no soy uno de tus lacayos. Ya sé que eres inalcanzable, pero no por ello merezco tu rencor.

A Aileen no le gustaban sus palabras. Estaba furiosa.

—Claro que no, ni siquiera sé qué haces aquí, conmigo. ¿Por qué no te vas con Kirsten? Vete con ella y defiéndela de tu hermano; así conseguirás que se lance a tus brazos. ¡Lo estás deseando!

Nathair dio grandes zancadas para alcanzarla y la agarró del brazo, obligándola a que se girara.

—No sé qué mosca te habrá picado, pero solo dices estupideces.

—No respondes a mis preguntas —le acusó—. Te he preguntado por ella.

—No tengo respuesta a esa pregunta —gritó furioso. Siempre, desde un niño, había tenido las cosas claras. Sabía quién era y lo que quería, pero desde que había conocido a Aileen su vida había cambiado drásticamente—. Solo puedo decir que para mí eres inalcanzable, y creo que eso responde todas las preguntas que ronden tu cabeza. El siguiente pilar no está lejos y deberías preocuparte por esas cosas y no por estupideces. Estamos intentando que recuerdes la historia de los zainex y no aportas nada. He comprendido que los zainex eran elegidos con excepcionales poderes, pero no los suficientes para hacer frente al inmortal. Muchas veces las cosas no son como creíamos, y quizá de una humana y un hombre de la raza de los lobos nació una chica lobo, y lo mismo con los lizman, tal vez ellas fueran las elegidas para luchar contra él. Con Kirsten ocurre lo mismo, es posible que tenga la oportunidad de empuñar una de las armas sagradas, que esté destinada a ello, porque es diferente, como lo eran los zainex. Y ahora vamos, me gustaría estar en Phelan antes de la próxima Oculta.

Casi arrastrando a Aileen, comenzó a caminar por el bosque. Pero pronto volvió a sentir que alguien le seguía. Oía con claridad sus pasos y una respiración entrecortada, como de temor, cosa que no comprendía, pues eran ellos quienes estaban siendo seguidos.

Por fin salieron del bosque. Bordearon las murallas de Phelan y caminaron vacilantes por una pradera. Desde la distancia podían ver Dientes de León, los montes que protegían las tierras y el castillo de Juraknar.

Aileen sintió un escalofrío al ver la silueta de los montes. Sus picos estaban nevados y se veían tan negros y tristes como la pradera que cruzaban, aunque lo que más temía era lo que había en su interior, el castillo. Se cogió del brazo de Nathair, escondió la cabeza en él y se dejó guiar hasta que sintió los pies mojados. Cruzaban un arroyo de aguas cristalinas y frías; a pesar de ello, se detuvieron y alzó la vista.

Se oía murmullo de hoscas voces y los gritos de personas torturadas. Venían de Acair; el pueblo de los Rocda. Seres de piedra roja entre cuyas grietas se veía un brillo azul; tenían un solo ojo en su cuadrada cabeza y siempre llevaban una maza.

Nathair sabía que vencer a un Rocda escapaba a sus posibilidades. Eran tan duros como la roca. Había distinguido los gritos de un hombre, un Manpai, de eso no le cabía duda, su raza enemiga, pero no podía acudir a rescatarlo; no era momento de heroísmos. Y quizá mientras estuvieran torturando al Manpai fuera la mejor ocasión para pasar desapercibido.

Acair era una ciudad semidestruida; en el centro del poblado se erguía un castillo habitado por el comandante que lideraba a los Rocda.

Nathair tuvo oportunidad de verlo cuando él y Aileen participaron en una batalla, pero ahora no pensaba tentar a la suerte. La última vez el comandante le dejó salir impune, pero ahora pisaba sus tierras y no pensaba arriesgarse a ser aplastado bajo la fuerte mano de los Rocda.

Las piedras del castillo eran de piedra roja, tan dura como la de los mismos seres de la zona, repartidos por toda la población en ruinas que aún aguantaban. Algunos dormitaban, otros hacían guardia y la mayoría, como podía ver Nathair desde el lugar donde se había situado, rodeaban a lo que supuso sería el hombre que estaban torturando. Tenían que aprovechar la oportunidad y cruzar el pueblo.

Miró en dirección a la playa, pero no le atraía la idea de adentrarse en ellas y ser bocado de las sirhad, cuyo canto ya comenzaba a oír. Meneó la cabeza y decidió arriesgarse a cruzar Acair.

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Kun y Kirsten solo tuvieron que dar un par de pasos en el laberinto antes de ver las figuras de cuatro mujeres. Todas ellas vestían de manera parecida. Dos lucían pantalones muy cortos, botas negras y medias de redecilla; llevaban una especie de kimono de color azul con mangas largas y amplias. Eran jóvenes, con pelo negro y liso; la de la derecha lucía melena hasta los hombros y la de la izquierda, que parecía más joven, hasta la nuca; esta parecía incómoda con las demás. Junto a ella estaba la mayor del grupo, con un kimono rojo estampado de flores de cerezo y el pelo recogido en un complicado moño con varias agujas también rojas; lo único que se podía ver de su pálido cuerpo era un enorme escote que anunciaba unos voluptuosos pechos. Por último, una joven seria con el pelo corto, que vestía pantalones y una camisa en tirantes; entre sus pechos llevaba una piedra verde que producía un incómodo brillo.

—¡Bienvenidos a Cerezo! —dijo la mayor. Su voz sonaba aterciopelada, con cierto toque de erotismo; dejaba arrastrar las palabras por su carnosa boca, pintada en exceso. Sus ojos estaban perfilados por una larga línea negra que le daba un aire peculiar. Kun sabía que no debía fiarse de ella, pues era astuta como un zorro—. Os esperaré a ambos en la pagoda.

A sus palabras, la mujer lanzó un objeto al suelo que creó una nube de humo. Cuando esta desapareció, no había ni rastro de las mujeres.

La pareja comenzó a moverse. Ante ellos se extendía un largo pasillo de arboleda verde; se extendía hasta varios metros de altura y su espesura era intensa. Pero de pronto la maleza comenzó a moverse; algunos matojos surgieron de la vegetación, apresando a Kun y Kirsten. Y aunque intentaron tomar sus armas y cortar sus ataduras; las raíces amarraron sus manos a su espalda.

Forcejearon, pero no sirvió de nada. Cayeron al suelo y ambos fueron tragados por las paredes de vegetación, acabando separados.

***

El trayecto por el sendero norte fue agotador. Caminaron por una cueva que no parecía acabar nunca; para poder subir, tenían que ayudarse con cuerdas colgadas en los laterales de las paredes.

Niara seguía sin hablar y cada día se volvía más taciturna y distante. Sus mejillas habían perdido el color, y el brillo característico de sus ojos verdes había desaparecido. Estaba sumida en una gran tristeza y Xin no podía hacer nada por ayudarla.

Cuando la luz golpeó sus rostros tras abandonar las cuevas de las montañas, el ánimo del grupo se elevó y Daksha siguió guiándolos. Se encontraban en la falda de la montaña y desde su situación podían ver un pabellón y una pequeña población protegida por un fuerte. Daksha decidió pasar la noche en Bixenta.

Dos guardias cargados con arcos apostados en sendas torres de vigilancia les preguntaron por el motivo de su entrada en el poblado. Les dieron sus razones y aun así parecían reacios a dejarles pasar; pero al ver a Niara se disculparon por dudar de ellos.

Avanzaron entre pequeñas cabañas hasta llegar al centro de la población, donde había un pozo alrededor del cual corrían varios niños; distintos árboles crecían por la zona y en algunos se veían manzanas. Aquella imagen alegró a Niara, pues sintió que su sacrificio aislada en el castillo había servido de algo.

***

Tan pronto como fueron separados y enviados a diferentes zonas del laberinto, Kun y Kirsten fueron liberados.

—¡Kirsten! —gritó Kun.

—Por mucho que grites no te escuchará. Este lugar es mágico, creado para proteger lo que el interior de la pagoda esconde y para llegar allí, tendréis que superar unas pruebas. Soy Akane —respondió la mujer de larga cabellera—. Hmm, me alegro de haberme topado contigo —susurró contoneándose hasta él y deslizando sus dedos por el pecho del joven—, pues, sinceramente, si me hubiera topado con la bastarda del inmortal, la habría degollado.

Kun se libró de las manos de la mujer a la vez que le lanzaba una mirada seria.

—No me importa quién seas o qué cargo tengas, pero no consiento que nadie hable así de mi novia.

—¡Eres apasionado! Me gusta. Lo que daría por yacer contigo.

Los sensuales comentarios de la mujer desquiciaron a Kun, que tras recuperar su espada del suelo, comenzó a caminar dirección norte, donde a través de las altas paredes distinguía la punta de la pagoda.

—¡No tan rápido, querido! —murmuró Akane colocándose delante de él—. No podrás continuar a no ser que superes una prueba. Y como me gustas, voy a ponértelo fácil. Deberás descifrar un acertijo, si no es así, tu cabeza rodará, aunque estoy segura de que podremos llegar a un acuerdo con tal de darte otra oportunidad.

Kun se mostró reacio ante sus coqueteos y con los brazos cruzados esperó las palabras de la mujer.

Soy cual gorro de metal con puntas alrededor

y simbolizo al mando del señor emperador.

—¡La corona! —respondió el joven tajantemente—. Y ahora, me dejas avanzar.

La mujer hizo un mohín, pero se apartó. Aunque ella siguió sus pasos de cerca.

***

Tras quedar liberada, Kirsten llamó a Kun en varias ocasiones y al no recibir respuesta, comenzó a caminar. No deberían de estar muy lejos e imaginó que tarde o temprano se encontrarían. Y lo más sensato era dirigirse a la pagoda, ya que era la zona que se distinguía en todo el lugar.

Siguió recto durante unos metros, para después girar a la izquierda y al llegar al final del pasillo contempló una plaza circular con muchos caminos. Pero no estaba sola, una mujer le esperaba. Tenía media melena y era la que más le había llamado la atención de todas ellas, pues parecía a disgusto con las demás.

—Me llamo Soo y estoy aquí para probar tu valía, Kirsten, pues en Cerezo, la pagoda, deberás someterte a una dura prueba. Ambas nos batiremos, como guerreras, lo cual significa que la magia queda prohibida. ¡No podrás utilizar el fuego! Y créeme, a este laberinto le gusta que se cumplan sus normas; no quieras arriesgarte a sus consecuencias si utilizas tu poder, pues lo lamentarás.

La chica observó con detenimiento a la guerrera. Portaba a su espalda dos nunchakus; dos varas unidas entre sí mediante una cadena, pero que Soo había personalizado añadiendo puntas afiladas a los extremos. Kirsten no creía que su espada le fuera a servir de mucha ayuda frente a un arma tan grande, pero pronto tuvo que dejar sus dudas atrás. La pesada arma de Soo cayó delante de ella, a unos centímetros, y sus cabellos se movieron ligeramente debido a la brisa que había provocado el impacto.

Kirsten saltó hacia atrás, tropezó y cayó al suelo. Gritó y reaccionó cuando el arma volvió a ser lanzada sobre ella, evitando el golpe. Se puso en pie y comenzó a correr sorteando a Soo, y esta, cansada, lanzó varias estrellas que se incrustaron en el suelo, a escasos centímetros de sus pies.

Soo alzó sus nunchakus, los agitó con fuerza y se dispuso a lanzarlos contra Kirsten. Ella se tiró al suelo y se arrastró por él. Los nunchakus le rozaron apenas. Giró sobre sí misma, se levantó, tomó una de las estrellas y la lanzó contra Soo, pero fue directa al suelo.

Kirsten gritó cuando el nunchaku rozó su mejilla, pero rápidamente agarró la cadena. Soo hizo lo mismo y ambas tiraron del arma. La cadena cedió y cayeron al suelo.

Kirsten se puso en pie y Soo hizo lo mismo con una voltereta. Ambas lucharían mano a mano. Kirsten estaba segura de que Soo la analizaba intentando anticiparse a sus movimientos, pero ella no era una guerrera y todo cuanto hacía era improvisado. Corrió hacia Soo y a tan solo unos centímetros se agachó e intentó golpearla, pero Soo saltó, evitándola y la golpeó en el hombro, arrancándole un fuerte quejido. Se arrastró por el suelo hasta toparse con dos estrellas y las tomó. Se puso en pie y con todas sus fuerzas las lanzó contra la mujer. Esta vez no cayeron al suelo, sino que volaron en dirección a la guerrera. Soo las sorteó, aunque con mucho esfuerzo. Kirsten se acercó y la golpeó en el rostro, provocando su caída. Se lanzó sobre ella, recogió una de las estrellas y la amenazó.

—Bien hecho —le animó Soo—. Sabía que serías capaz de enfrentarme a mí sin utilizar el fuego. Ahora, vamos, te llevaré a la pagoda. Has de hacer algo más.

—¿Dónde está Kun? —se interesó a la vez que se ponía en pie y tendía la mano a Soo.

—Te encontrarás con él allí, mis compañeras lo guiarán. ¡Prosigamos!

***

Tras una larga caminata, Kun se encontró con otra joven, que según le explicó Akane, era su hermana Ryoko. La joven vestía de forma diferente a las demás, en cuyo pecho había una enorme piedra verde.

—En realidad, esto no es una prueba, sino una compensación por tus valientes, actos, joven Dra´hi. Permitiré que veas cualquier hecho del pasado.

—Quiero ver a mis padres, cómo fue parte de su vida, todo lo que puedas mostrarme, excepto su muerte.

Ryoko hizo realidad su deseo. Una luz verde salió de su pecho y se situó por encima de su cabeza y allí fueron apareciendo imágenes.

Una mujer joven y menuda caminaba por los alrededores de la Aldea de la Luz. Los cerezos estaban en flor a pesar de que no reinaban los dos soles en Draguilia y la mujer recogía pétalos. Kun supuso que sería para hacer mermelada. Pero una bestia irrumpió en el bosque. El pelo de su lomo estaba encrespado y la mujer, aterrada, cayó hacia atrás. La cesta rodó por el suelo y los pétalos se derramaron. Su grito resultó aterrador y Kun quiso apartar la mirada, pero sabía que su madre sobreviviría al ataque, pues de lo contrario él no hubiera nacido.

De repente un hombre salió de entre los cerezos y le clavó a la bestia un cuchillo en la yugular. Esta cayó pesadamente a los pies de Xiao Mei. La pareja intercambió miradas. Kun supo interpretar muy bien lo que vio en la de su padre. Según la imagen, rondaría su edad y su parecido con él era excepcional. Los mismos rasgos finos, la misma palidez, la forma de sus ojos bajo unas finas cejas. Su madre era una mujer menuda y de excepcional belleza. Pálida, con grandes ojos color avellana y una sonrisa sincera que trasmitía felicidad a pesar del lugar en el que se encontraban.

La imagen desapareció y los vio contraer matrimonio en una ceremonia tranquila. Su padre guiaba a su madre por las calles de Aldea de la Luz con los ojos vendados y en su vientre ya se podía ver su estado. Le esperaba. Ambos se detuvieron ante una pequeña casa algo destartalada, pero a ellos se les veía bien.

La escena cambió y finalmente se vio a sí mismo recién nacido en el regazo de su madre. Su padre estaba sentado a su derecha y lo mirada con orgullo: su primogénito. Se les veían tan felices, a pesar de las circunstancias, que el corazón le dio un vuelco. Vio cómo fueron pasando los años: su padre enseñándole a caminar, aprendiendo a practicar artes marciales... Y la imagen desapareció cuando vio a su madre embarazada de su hermano.

—¡Gracias! —dijo a Ryoko, y esta hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Es hora de continuar, joven guerrero. Kaede aguarda en la pagoda. Nosotras te guiaremos por este laberintico lugar.

Y así, acompañado de las mujeres, Kun prosiguió su camino en dirección a la estructura, esperando encontrar allí a Kirsten.

***

Niara estaba sentada en el alféizar de la ventana, abrazada a las rodillas y con la mirada perdida en el pueblo. Los niños correteaban felices y le gustaba observar la vida cotidiana de aquellas humildes personas, aunque en realidad también buscaba entre todos a Niarlia, cuya apariencia había tomado Axel.

Suspiró y ocultó el rostro entre las piernas. Pronunciar su nombre le provocaba escalofríos y se preguntaba cómo le explicaría a Xin la verdad. No podía hacerlo; si lo hiciera descubriría quién era en verdad y temía lo que podía sucederle entonces, por lo que volvió a suspirar y lágrimas resbalaron por sus mejillas.

Sintió de pronto los suaves y cálidos dedos de Xin acariciando su rostro. Le sonreía y no comprendía cómo podía hacerlo. Hacía días que ella no hablaba y aún no le había explicado quién la había abofeteado. Él no había insistido y se lo agradecía enormemente.

Xin se sentó a su lado y sobre sus manos dejó un cuenco de sopa caliente. Esperó hasta que se la terminó, aunque para ello tuvo que insistir. No comprendía qué le ocurría, pero desde que había vuelto a sumergirse en su mutismo anterior, había dejado de comer, y él no pensaba tolerar tal cosa.

—Te he traído algo de fruta y te la comerás —ordenó con el ceño fruncido—. No quiero que enfermes —dijo, y suspiró cuando Niara dejó de mirarlo—. Dime qué te ocurre —preguntó pacientemente—. Yo te ayudaré en lo que sea, lo sabes. Es raro que dos personas contacten como lo hicimos nosotros, yo creo que eso significa algo. Por favor, Niara, confía en mí. Te rescaté de aquel lugar, no dejé que los ocultos te tocaran. Siempre te he protegido y creo que me merezco un voto de confianza.

Niara apartó la mirada de la ventana, entrelazó su mano con la de Xin y le miró con tristeza. Movió los labios, iba a hablarle, pero desistió. Le soltó la mano y comenzó a hablarle por señas. Durante años se había comunicado así con su hermana y las demás damas, y ahora volvía a usar ese sistema con él, aunque no sabía si la comprendería.

—Sí, puedo entenderte —respondió a su pregunta—. A Shen, el monje que siempre está en la pagoda, le cortaron la lengua y para comunicarse con nosotros lo hacía así. Continúa.

Niara movió con agilidad sus manos y Xin siguió su conversación. No le decía qué le ocurría porque que la acabaría odiando y la dejaría encerrada en cualquier lugar; era lo que se merecía.

—No comprendo por qué dices eso, Niara. Si es por lo que les ocurrió a tus padres, sabes que tú no tienes la culpa de nada, el hombre te engañó. Eres inocente. ¿O es otra cosa?

Niara asintió, ocultó su rostro entre las rodillas y se abrazó con fuerza a ellas, meciéndose levemente.

Xin se mordió el labio impaciente, pero se obligó a tranquilizarse. Su hermano a veces le decía que siempre se precipitaba, y presionando a Niara no conseguiría nada.

—Desde que llegamos a Bixenta has estado encerrada en este lugar. Vamos a dar una vuelta por el pueblo, la gente pregunta por ti. Todos quieren conocer a la dama de tierra.

Un sollozo irrumpió en la garganta de Niara y Xin se preguntaba qué habría dicho mal. Suspiró y dio por hecho que por las buenas no conseguiría nada. Tomó en brazos a Niara y la sacó de la habitación. Una vez en el pasillo, la dejó en el suelo y tiró de ella hasta salir de allí.

Niara no dejaba de gruñir, pero a Xin no le importaba, y siguió tirando de ella por el pueblo, explicándole todo cuanto sabía.

Bixenta había resistido a los ataques de Juraknar. El fuerte no serviría de nada contra el inmortal, pero sí contra Deppho y bestias y la guío hasta la entrada. A su derecha había un huerto donde trabajaban la tierra un hombre y una mujer; a su izquierda, varios manzanos. El rostro de Niara se iluminó al verlos y Xin la llevó hacia ellos. Recogió una manzana, la limpió y se la ofreció a Niara; esta sonrió, le dio un mordisco y volvió a sonreír.

—¡Xin! —lo llamó Daksha.

Estaba con Lizard, muy cerca del huerto, a una distancia suficiente como para que Niara no los escuchara.

—¡No tardaré!

Niara asintió y recogió otra manzana más, sin perder de vista a Xin, que hablaba con Lizard y Daksha.

—¿Cómo está? —se interesó Lizard.

Xin se encogió de hombros y volvió a mirarla. Varios niños la tenían rodeada y estos la hacían reír.

—No sé qué le ocurre. Le he sacado algo. Insiste en que la acabaré odiando y la encerraré en algún lugar porque es lo que se merece. Pensé que quizá aún se sintiera culpable por lo ocurrido a sus padres, pero me da a entender que es otra cosa.

Los tres hombres suspiraron y miraron a la chica. Había cogido de la mano a dos niñas que llevaban vestidos remendados y el pelo sucio. Ella reía con los pequeños, y en especial con lo que le contaban los dos niños que tenía delante de ella.

—Vosotros sabéis más sobre las damas que yo. Sé que habíais visitado el castillo en varias ocasiones y estoy seguro de que conocíais a Niara.

—Nunca hablamos con ella —respondió Daksha—. Pero sí con su hermana, y la actitud de esta con ella era muy protectora, además de lejana. Es posible que oculte algo que nosotros ignoremos. ¿Cuáles fueron sus últimas palabras antes de dejar de hablar?

—«Soy dama de tierra.»

—Todo tiene que estar relacionado —intervino Lizard.

El suelo comenzó a temblar y el pueblo, asustado, comenzó a protegerse bajo los marcos de las puertas. La sacudida fue tan intensa que los tres cayeron al suelo. Las casas comenzaban a desmoronarse y los hombres que hacían guardia en las torres cayeron a tierra. Las cadenas que sujetaban la puerta de entrada del fuerte cedieron y esta se desplomó, dejando acceso libre a Deppho y bestias, aunque el temblor era tan brusco que ni siquiera los seres inmundos se atrevían a salir de sus escondites.

Xin miró a Niara y comprendió que era ella quien provocaba el terremoto. Había perdido el control.

***

El interior de la pagoda Cerezo no era muy diferente a la que Kirsten había visitado en Draguilia. En esta también abundaban los tapices, aunque destacaba especialmente el árbol del cerezo.

Soo la guío por el interior de la estructura hasta llegar a la última planta. Mamparas blancas eran utilizadas como puertas y en todas ellas estaba dibujada la imagen de un cerezo en pleno florecimiento, cuando la flor de Sakura estaba más bella.

Soo las abrió muy lentamente, la hizo pasar y las volvió a cerrar tras ellos. La habitación estaba prácticamente a oscuras, salvo por un pequeño haz azul que iluminaba un rincón, aunque la figura de una persona lo cubría ligeramente. Era Kaede, la líder de la Orden del Cerezo.

La mujer se giró y a Kirsten le pareció impresionante. Vestía un yukata rojo con varias flores de cerezo repartidas por él. Su expresión era seria y fría y llevaba el cabello, recogido en un complicado moño por el que asomaban varias agujas rojas.

Kaede se apartó y dejó al descubierto un pilar de un brillante rojo con dos sais suspendidos encima y rodeados del fuego azul.

—Estas armas están destinadas a ti, hija del inmortal, pero no te será fácil hacerte con ellas. Esto no es como cuando recuperaste las espadas de los Dra´hi. Aquí el fuego azul es más potente e intenso, pues han de probar tu valía para ver si mereces empuñarla. Ahora ven, guerrera y toma las sais.

Kirsten lanzó un suspiro. Cautelosa avanzó hacia el pilar y se detuvo ante el fuego azul. No veía nada extraño; sus llamas se contoneaban juguetonas y cuando introdujo sus manos en él, un cosquilleo la recorrió de pies a cabeza. Pero fue tocar las armas para sacarlas de allí y las llamas aumentaron, envolviéndola a ella en una bola de fuego azul. Este no quemaba, pero lanzaba sendas descargas a la chica. Tras unos segundos interminables, Kirsten cayó al suelo, convulsionada por el dolor.

—Sabía que no serías merecedora de ellas —confesó, caminando alrededor de la chica. Se agachó junto a ella y tomó la espada que llevaba; Kirsten quiso evitarlo, pero Kaede fue mucho más rápida y siguió dando vueltas alrededor de la chica, sin dejar de hablar—. Ignoro porque el destino dejó caer sobre ti unas armas tan especiales, pero mi función es entregarlas y tendré que prepararte para ello.

Kirsten se había levantado y lanzaba una mirada llena de rabia a la mujer. Entonces esta actuó con tanta rapidez que arrancó otro grito a la chica. La había golpeado con la espada en el brazo y un latigazo recorrió todo su cuerpo al sentir el acero.

—¿Quién eres? —bramó Kaede.

—Kirsten, me llamo Kirsten.

—¡Respuesta errónea!

Kaede asestó otro golpe en los riñones de la muchacha, quien cayó de rodillas debido al dolor que recorría cada fibra de su ser. Y mientras recuperaba el aliento, la mujer hizo la misma pregunta. Kirsten aún no tenía fuerzas para responderla; su cuerpo se estaba recuperando del dolor y al no hablar recibió otro golpe, esta vez en la espalda, como si de un latigazo se tratara.

En ese instante llegó Kun, alarmado y con la cara descompuesta por el dolor. Había escuchado los gritos de Kirsten cuando iba por la segunda planta, y a pesar de cuanto hizo Akane por retrasar su camino, la acabó apartando y con horror observaba lo que sucedía.

Quiso intervenir de inmediato. Detener esa tortura; pero entonces sintió a Akane a su espalda y de inmediato cayó al suelo paralizado. La mujer había incrustado agujas en puntos estratégicos de su cuerpo inmovilizándolo; no podía hacer nada, tan solo mirar.

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