Despertar

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Comenzó a buscar por la habitación hasta que bajo la cama encontró sus zapatillas de deporte. Siguió rebuscando y dio con un chándal y una camiseta negra de manga corta. Se cambió y en segundos se hallaba corriendo por el bosque. Vivía aislado frente al lago, rodeado de árboles enormes de los que caían hojas secas debido a la cercanía del otoño. La noche era fría y una pequeña niebla comenzaba a formarse en el suelo. Una luz, no muy lejos de él, le hizo detenerse; su corazón se aceleró y no podía dejar de preguntarse si lo que veía era cierto.

Algo parecido a una cesta caía suavemente del cielo, hasta que débilmente se posó sobre el suelo. Se acercó y vio a dos niños durmiendo en su interior. Miró hacia arriba y el círculo de luz se fue cerrando hasta que no quedó nada de él. Cogió la carta que descansaba sobre el regazo del niño mayor y la observó. No entendía nada, pero le pareció escritura china y volvió a mirar a los niños. No podía dejarlos solos en el bosque, se morirían helados o devorados por algún animal.

Tomó la cesta y comenzó a correr en dirección a la ciudad. Conocía un restaurante chino y quizás allí supieran traducirle aquel escrito y saber así qué hacer con los niños. Pensaba que lo mejor era llevarlos a la policía, pero admitía que se moría de ganas por saber qué decía aquel texto. Los había visto caer del cielo, de un círculo azul que se había abierto de la nada: se preguntaba si de verdad lo había visto o en realidad se estaba volviendo loco. Pero eso no le importaba; últimamente su vida había sido una completa locura y ya nada tenía sentido para él. Quizás años atrás ver a dos niños caer del cielo le hubiera alarmado, pero no ahora, donde todo aquello en lo que creía se desmoronaba como un castillo de naipes.

Agradeció que fuera medianoche y que no hubiera nadie en las calles. Caminó en silencio. Atravesó una urbanización de casas blancas con cancelas negras en la entrada, giró a la izquierda y salió a una larga calle de mismas características.

Siguió recto durante un rato hasta llegar a una plaza de baldosas rojas y amarillas. Se adentró en ella y no muy lejos divisó el restaurante. El rótulo estaba encendido, por lo que supuso que aún no habían cerrado. Corrió hacia él y se detuvo. El restaurante se llamaba El Dragón, y un enorme y alargado dragón de piedra roja lucía debajo del nombre. Empujó la puerta y entró. Estaban cerrando; las sillas estaban colocadas encima de las mesas y un chico vestido con pantalones oscuros, camisa blanca y un pequeño delantal blanco que caía bajo sus caderas barría con firmeza el tosco suelo.

—¡Estamos cerrando! —confirmó el chico. Con aspecto cansado se quitó el delantal y miró con gesto serio al joven—. Venga mañana, por favor.

—Tienen que ayudarme, he encontrado a estos niños.

—Quizás sería mejor que los llevara a la policía —gruñó molesto el muchacho. Estaba agotado y lo último que quería era que la hora del cierre se alargara debido a la llegada de un desconocido. Era un chico alto y delgado, de quince años, con una espesa cabellera negra y ojos marrones—. No creo que aquí te podamos ayudar.

—Hay una carta —interrumpió Clay con rapidez—. Creo que es chino.

El chico se acercó a Clay y observó la cesta, donde vio a los dos niños durmiendo, ambos de rasgos orientales y vestidos de manera extraña. Tomó la carta cerrada con sello de cera y observó la escritura. No la había visto en su vida y no entendía nada. Rompió el sello y lo ojeó. Volvió a doblarla y la dejó encima de los niños.

—Lo siento, no puedo ayudarte. Es chino, pero creo que bastante antiguo, no lo entiendo.

—¡Xinyu! —dijo una anciana voz desde la lejanía.

—Abuelo, estoy hablando con este chico, espera un momento.

—Trae la carta —exigió.

Xinyu suspiró y, tras hacer un gesto al joven, tomó a los niños y ambos se dirigieron a la parte trasera del restaurante. Tras abrir una puerta se encontraron con un anciano de pelo canoso sentado frente a un televisor, atusándose su blanca barba. Tomó la carta con malos modales y comenzó a leerla.

—¡Deja a los niños en el diván! —ordenó.

Xinyu obedeció a su abuelo.

—Perdona los modales de mi abuelo —se disculpó Xinyu—. Y los míos propios. Me llamo Xinyu Zhang y él es mi abuelo Hong.

—Clayton Wood, pero llamadme Clay.

—Siento lo de tu familia.

Clay asintió en silencio. Toda la ciudad sabía de la muerte de su familia ya que no era muy grande y vivían aislados entre montes. Casi nada salía o entraba de la pequeña ciudad llamada El Valle.

—¡Han nacido! —exclamó el anciano—. Hijos del dragón, han nacido —gritó poniéndose en pie.

—Abuelo, por favor, tranquilízate. Eso que dices no tiene sentido, es un cuento que me contabas de niño. Por favor, no confundas la realidad con la ficción.

—¡Estúpido ignorante! —escupió molesto el anciano—. No estoy confundiendo nada. Ellos son los hijos del dragón y Juraknar los está siguiendo. ¡Hay que protegerlos!

—Abuelo, ese tal Juraknar solo está vivo en tu imaginación. No existen los inmortales, ni la magia. ¿Te has tomado la medicación?

—¡No! Eres un insolente; he cuidado toda la vida de ti y así me lo pagas, ¡insultándome! Os lo demostraré. Es más, ahora mismo a los dos os voy a dar respuesta sobre vosotros mismos. Estoy seguro de que en los últimos años habéis notado cosas extrañas en vosotros mismos, y no me refiero hormonales, sino que hacéis cosas que no podéis controlar. Tú —señaló a su nieto—, sé que puedes manipular la mente de la gente, hacer que hagan lo que quieras. Lo sé porque es lo mismo que hago yo, pero aún tienes mucho que aprender. Y ni te atrevas a negarlo, porque sé cuándo mientes.

Xinyu refunfuñó molestó y tomó asiento junto a los niños. Durante su vida había oído cuentos de toda clase, en especial el de los hijos del dragón, uno sobre dos niños que nacerían y llevarían sobre su hombro y pecho la marca de un dragón. Ellos serían los elegidos para hacer frente a Juraknar, inmortal controlador de bestias, demonios y horribles y deformadas criaturas. Este ser, según la leyenda, tenía bajo su control y miseria cuatro planetas diferentes y cuando estos se alinearan los niños nacerían. Poseerían grandes poderes y excelentes habilidades para luchar por su destino y la liberación de Meira. Se acercó al mayor de los niños; le desabrochó algunos botones y vio su pecho envuelto en vendas. Con sumo cuidado las retiró y apreció una marca de varios colores. La voz de su abuelo le hizo apartarse de Kun y prestar atención.

—¿Qué has notado en los últimos años? —preguntó Hong a Clay.

—¡Nada! —contestó con rapidez.

—Chico, mientes fatal. O confiesas por ti mismo o me veré obligado a adentrarme en tu mente y averiguar qué escondes.

—Perdóneme, pero no le creo.

—Muy bien, tú mismo. Te lo advierto, no resulta nada agradable cuando una persona se interna en la mente de los demás, pero ya que no hablas por las buenas, lo harás por las malas.

El anciano se puso en pie. Con paso lento y apoyándose con su mano derecha en un bastón de madera, caminó hacia Clay. Vestía de una manera extraña: un enorme kimono rojo que le llegaba hasta sus ancianos y debilitados pies y se cerraba en la cintura con un fajín dorado. Se detuvo ante el joven y miró fijamente a sus ojos negros.

Un pinchazo le atravesó. Era insoportable. Se tocó la frente y se apartó de Hong, pero aun así el pinchazo persistía y sintió como si alguien hurgase en el interior de su cabeza. No le gustó la sensación. Tenía muchas cosas que ocultar: que era un asesino, que había matado a su propia familia y su incontrolable y maldito poder. Se alejó del anciano hasta tropezar con la pared, pero aun así la invasión a su intimidad seguía. De pronto cesó y la voz del hombre interrumpió sus pensamientos.

—Haces explotar las cosas y apareces donde quieres —confirmó el anciano—. Gran poder, mucho poder, aunque deberás aprender a controlarlo. Antes de seguir con la explicación y designar vuestros cargos, os diré que sois los elegidos —dijo eufórico—. Sellaremos los poderes de los pequeños y activaremos sus guardianes.

Tanto Clay como Xinyu se miraron sin entender nada y observaron los movimientos del anciano. Se dirigió hacia los niños y de la cesta tomó los dos colgantes en forma de dragón. Apartó las vendas del mayor y en el cuello le colocó el colgante que tenía la piedra verde; a continuación dejó el otro amuleto sobre el bebé. Posó las manos sobre el pecho de los niños y un pequeño torbellino se fue creando alrededor de Hong hasta alcanzar una gran altura y encerrar a los niños y a él. Sus ojos se volvieron blancos. Del pecho de cada niño fue saliendo una esfera: una verde en el mayor y otra azul en el bebé. El torbellino desapareció y el anciano caminó hacia los dos estupefactos jóvenes aún con los ojos en blanco. Se detuvo ante ellos con una esfera de cada color en sus manos y esperó pacientemente. Una puerta circular azul se fue formando sobre la cabeza del hombre; este lanzó las dos esferas a su interior y todo volvió a la normalidad, como si no hubiera sucedido nada extraño. El anciano se giró hacia los niños y tomó al mayor en brazos.

—¡Xinyu, ven un momento!

Su nieto lo hizo, aterrado y nervioso, sin saber qué esperar, y se detuvo ante su abuelo.

—¡Toma el colgante! —explicó y esperó hasta que Xinyu lo hizo—. Ponlo en dirección al niño y aléjate unos pasos.

Lo hizo sin decir palabra. Sorprendido, vio a su abuelo despertar al niño, que rompió a llorar.

—¡Aparece! —gritó Hong.

Una luz verde salió del interior del colgante y fue a parar al suelo, donde empezó a surgir un dragón. Su tamaño no era muy grande, mediría poco más del metro y medio, una larga melena verde recorría su alargado cuerpo y en su fiera boca se deslizaba una escurridiza lengua.

Clay se frotó los ojos sin poder creer lo que veía.

—¡Es tu protegido! —dijo el anciano mirando a los ojos al animal—. Debes cuidarle —dijo sin apartar su mirada de él y tomó del mentón a Kun obligándole a que lo mirase fijamente.

El dragón se irguió y voló hasta el techo de la habitación; allí se enroscó sobre sí mismo y se lanzó con fuerza contra el amuleto, donde desapareció.

Xinyu, con manos temblorosas, le ofreció a su abuelo la joya y lo dejó caer sobre el pecho del niño. Se dirigió hacia Clay y le obligó a tomarlo en brazos mientras él se ocupaba de Xin. Hizo lo mismo que con el anterior: le desvió el vendaje e hizo llamar al dragón. Este apareció. Era idéntico al otro, aunque de menor tamaño y su pelaje era azul.

Hong volvió a posar a los niños en el cestillo y obligó a los jóvenes a tomar asiento. Estaban pálidos y temblorosos, por lo que les sirvió una taza de té caliente con la esperanza de que eso les tranquilizara.

Clay y Xinyu bebieron y miraron al anciano, esperando recibir respuestas sobre lo qué había pasado. Todo cuanto ellos creían había sido destrozado. En unos minutos habían visto un dragón aparecer de un amuleto, un anciano haciendo cosas extrañas y aún tenían que saber qué pasaría con los niños.

—El universo está formado por muchísimos sistemas solares —explicó Hong—. Y en uno de estos, con dos soles y cuatro lunas, está Meira que además cuenta con cinco planetas. Los niños han nacido en Draguilia, pero otros más componen Meira: Lucilia, Aquilia, Crysalia y, por último, Serguilia, morada de monstruos y hogar de Juraknar.

»Hace ciento cuarenta años, en Serguilia nació un niño. Su nacimiento fue extraño: su madre, una bruja, mató a un dragón y se bañó en su sangre y poco después dio a luz a un niño. Sobre su hombro izquierdo se ve con claridad el dibujo de un fiero dragón negro dispuesto a lanzar bocanadas de fuego. Él es inmortal y por eso es poseedor de ojos violeta. No os podéis imaginar lo elevado que es su poder; todos, incluso yo mismo, tememos nombrarlo. Juraknar ha sumido en la miseria a todos los planetas. Hasta hace horas solo Draguilia tenía una existencia normal. Busca algún secreto que él conoce y nosotros no, pero el caso es que ha destruido todos los planetas y ha matado a sus respectivos elegidos. Hace veinte años yo emigré de Draguilia, de la pagoda amurallada, para cuidar a mis nietos —dijo. Miró fijamente a Xinyu, quien poco a poco iba recuperando el color en su rostro—. Incluso entonces sabíamos que nuestra existencia estaba condenada, y por ello cada doce años, con el año del dragón, implorábamos para que el animal bendijera a dos niños, hacíamos ofrendas, nos comportábamos de la mejor forma posible... Mas con la entrada del año nuevo todas nuestras esperanzas se esfumaban. Pero ahora han nacido y han sido enviados a quien los cuidará —dijo dando por finalizado su historia. Tomó un sorbo de su té humeante y ceñudo miró hacia Clay.

—¿Yo? —preguntó alarmado—. Es imposible, no sé nada de niños. Además, no dejarán que un hombre soltero cuide a dos niños hallados en el bosque.

—No es problema, manipularé la mente de todos. Los niños estarán bajo tu cargo. Cayeron ante ti porque eres el más fuerte de nosotros. Deberás velar por los chicos incluso con tu vida.

—¡Es imposible! —replicó—. No sé qué hacer, solo tengo dieciocho años, no sé cuidar a dos niños, y mucho menos a dos especiales, diferentes.

—Ahora son normales. He sellado sus poderes, pues ahora, con su corta edad, solo causarían daños y pesares a las personas cercanas. Cuando estén listos los recuperarán. Los he enviado a Draguilia, a la Caverna de Hielo. Juraknar no entrará allí.

—¡Abuelo, ahora están en peligro! Los has vuelto vulnerables.

—Tienen a sus protectores. Si alguien osa hacerle el más mínimo daño, el dragón aparecerá. Además, mientras lleven los amuletos, Juraknar no los encontrará, están a salvo. No te preocupes por los niños —dijo a Clay—. Nosotros te ayudaremos todo lo posible.

—El dinero no es problema —añadió Clay—. Mi padre me ha dejado una fortuna con la que podré vivir el resto de mi vida.

—Xinyu te ayudara, no te angusties.

—¡No voy a cuidar a dos mocosos! —replicó Xinyu indignado.

—¡Oh, sí, sí lo harás! —dijo su abuelo—. Te irás a vivir con Clay, donde le ayudarás con el cuidado de los niños y desde su más corta edad les irás enseñando todas las artes de lucha que conoces.

—¡Pero abuelo!

—Nada de peros, haberte pensado mejor el haberme considerado loco.

Clay rió ante la discusión de abuelo y nieto y se sorprendió al sentir alivio porque los niños estuvieran a su cargo. Con ellos llenaría su silenciosa casa y además tendría la ayuda de Xinyu; quizás el no estar tan solo podría hacer que por unos segundos olvidara el terrible crimen que había cometido.

Tomó asiento junto a Kun y Xin y suspiró. Esperaba que no le dieran mucho trabajo y poderlos cuidar bien, aunque algo le decía que la tarea iba a ser muy dura.

***

El portal que había creado Juraknar se abrió y cayó en un bosque. Sentía el poder de los Dra´hi cerca, era inmenso, y la ansiedad comenzaba a apoderarse de él. Ahora se arrepentía de no haber escuchado a sus consejeros. Pero su imprudencia tenía solución. Eran unos críos, no sería difícil arrebatarles la vida. Se guío por su poder hasta que salió del bosque y fue a parar a una silenciosa ciudad. Nadie caminaba por las calles, todo estaba en silencio y la niebla comenzaba a dificultarle la visión.

Un fuerte tirón le atravesó el pecho. Había dejado de sentir a uno de los niños. No sabía qué podía significar aquello, quizás hubiera muerto, quizás a ambos los habían matado. Necesitaba la ayuda de su consejero y él no estaba allí. Al instante sintió otra punzada y dejó de sentir al bebé. Frustrado y sin entender lo que ocurría gritó histérico y observó cuanto le rodeaba. Odiaba el planeta al que había ido a parar. Era extraño y bastante iluminado, lo cual no soportaba por lo que hizo explotar todas las bombillas. Entonces escuchó débiles e inseguros pasos y pensó que podía divertirse en ese planeta antes de volver a su hogar.

Poco después regresaba a su hogar en Serguilia. Caminó por largos pasillos iluminados por antorchas, por fuego, elemento odiado por los hijos del dragón y con brusquedad abrió la puerta que daba paso a la sala del trono. Este tenía la forma de una fiera y despiadada boca de dragón; a su derecha se encontraba una pequeña mesa con una jarra de plata llena de vino. Caminó hacia el trono y bruscamente se dejó caer en él. Se sirvió una copa e hizo llamar a su consejero, quien no tardó en acudir a su llamada, tembloroso y muerto de miedo.

—Seguí a los niños hasta la Tierra y dejé de sentirlos. ¿Qué significa?

—Sus protectores los amparan —comunicó—. Hacen que no sientas nada de ellos, pero están con vida: dos pequeños dragones que irán creciendo conforme vayan pasando los años los protegen en un amuleto.

—¿Han encontrado a la mujer? —preguntó hoscamente.

—Sí.

—Hacedla pasar —ordenó.

En la sala irrumpieron dos guardias vestidos con armaduras negras escoltando a una bella y joven mujer de cabellera rubia y brillantes ojos azules. De su mano iba un niño de tres años con brillante y ondulado pelo rubio y fríos ojos azules. El estado de embarazo de la muchacha era evidente y no le gustó nada la postura del niño. No quería que sus discípulos fueran unos críos dependientes de su madre; no tendría más remedio que esperar pacientemente a que naciera el segundo y si entonces fueran bendecidos con la marca, tendría que solucionar el problema de la madre.

—Mi señor, es la única mujer que hemos encontrado encinta con un hijo mayor, todas o bien tienen más a su cargo o esperan su primer hijo. Habréis de tener en cuenta, mi señor, que prácticamente habéis acabado con la humanidad del en Meira.

—¿Dónde la habéis encontrado?

—Aquí mismo, mi señor, en Serguilia. Fue una de las pocas que os prometió fidelidad. Su marido era uno de nuestros guardias.

—¿Era?

—Opuso resistencia al llevarnos a su mujer —susurró—. A la joven le hemos hecho creer que lo mató una de las bestias y que ella ocupará el castillo en pago por los fieles servicios de su fallecido marido. El hijo mayor se llama Nathrach. Extraño nombre, pero denota fuerza.

—Gracias, ya me ocuparé yo. ¿Cuándo dará a luz?

—A finales del segundo mes del nuevo año, según las cuentas.

—Muy bien, esperaremos pacientemente hasta entonces y si no aparecen las marcas, nos desharemos de ellos.

El consejero asintió nervioso. Hacía años que no veía a su señor tan fuera de sí; a cualquiera que lo viera podía parecerle tranquilo y sereno, pero él lo conocía bien: aquellos ojos violetas llameaban en furia contenida y aún quedaba un tema por aclarar.

—Mi señor, tenéis que decidir qué hacer con el joven que habéis hecho traer de la pagoda.

—¡Oh, ese! Lo olvidé por completo. Cortadle la lengua por la traición a su propio pueblo y llevadlo a una de las mazmorras, ya pensaré qué hacer con él. Quizás me sirva para algo, necesito saberlo todo sobre los hijos del dragón.

***

Los meses transcurrieron con normalidad. Cada día visitaba el lugar al que habían enviado a los niños, pero nunca sentía nada y se olvidó de aquel planeta; no le gustaba visitarlo, a pesar de lo que se había divertido en él. Cuando los hijos de la serpiente fueran mayores, ellos se encargarían de buscarlos y darles muerte. Según la historia, serían tan fuertes como los otros dos críos y podrían llegar a sentirlos con facilidad.

En el segundo mes nació el segundo niño esperado, que recibió el nombre Nathair. Era tres años menor que su hermano y con el nacimiento de Nathair las marcas de una serpiente se fueron dibujando en parte de su pecho y brazo.

Durante días el inmortal soportó el llanto de los críos, hasta que su consejero dio con un ungüento que les tranquilizaría mientras las marcas se formaban en su piel.

En una pequeña torre de Serguilia dio con dos amuletos de serpientes. Dicha torre llevaba años abandonada y de la noche a la mañana se iluminó y allí los encontraron. Dos serpientes plateadas enroscadas entre sí que llevaban en el interior de la boca, abierta y con sus afilados colmillos envenenados, sendas piedras: una verde y otra azul.

Un colgante para cada hermano con un poder diferente: el agua para el mayor, el aire para el menor.

***

En la Tierra, el tiempo también pasó. Y a Clay el cuidado de Kun y Xin se le fue haciendo menos duro. Gracias a los poderes del abuelo de Xinyu se le había permitido que cuidara a los niños sin ninguna objeción. Y estaba encantado con la idea. Ahora las risas de Kun y Xin llenaban el vacío que había quedado en la casa después de la muerte de su familia.

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Dieciséis años después.

Habían transcurrido dieciséis años desde que los hijos del dragón nacieran en Draguilia y fueran enviados a la Tierra. Clay y Xinyu, los elegidos que estaban a su cargo, habían viajado varias veces a Draguilia. Durante sus primeras visitas descubrieron que estaba ocupado por las fuerzas de Juraknar y no podían creer que lo que vieron fuera real: seres de piedra, enormes perros y hasta una serpiente gigante en el océano.

Por fin comprendían que todo lo que Hong les había contado era verdad. En su lecho de muerte les entregó el secreto para poder viajar a Draguilia. El anciano hubiera querido vivir para ver la liberación de su querida Draguilia, pero su anciano cuerpo no pudo más; con todo su pesar, nunca vería a los niños luchar. A los elegidos les entregó una esfera azul brillante que les llevaría a Draguilia, un pequeño objeto que abría un portal durante unos segundos, aunque el mero hecho de cruzarla agotaba, por lo que no solían utilizarla con frecuencia.

Con el tiempo, Draguilia se fue liberando de los seres, ya que al parecer Juraknar perdió interés e hizo que sus ejércitos se retiraran. Ambos se sorprendieron mucho al encontrar un superviviente después del fuerte ataque de Juraknar en antaño: Shen, un sabio monje de la pagoda que había sido torturado y que, tras escapar milagrosamente de la prisión del inmortal, ocupaba la pagoda esperando el regreso de los niños. Le habían cortado la lengua y se comunicaba con ellos por gestos. Gracias a él conocieron la existencia de los hijos de las serpientes y supieron que, al contrario que Kun y Xin, estos sí tenían sus poderes, no se los habían sellado como hicieron con ellos.

El destino de los Dra´hi estaba cerca, pero los chicos aún no estaban preparados, a pesar de que habían oído hablar de él a lo largo de su vida.

***

Kun se encontraba en la parte trasera del instituto esperando a su hermano Xin, el cual, como era habitual, se retrasaba. Suspiró resignado y caminó de arriba a abajo junto a las paredes de ladrillos rojos. Vestía pantalones vaqueros y una sudadera azul oscura; era muy alto para su edad —dieciocho años— y muy fuerte debido los duros entrenamientos a los que Xinyu le había sometido desde que era un niño. Su cabello era espeso y moreno, con ligeras mechas rojas; su lacio flequillo llegaba a caer por su frente hasta cubrir en ocasiones parte del verde de sus brillantes ojos.

Frustrado, se dejó caer sobre la piedra y cerró los ojos. Estaban en diciembre, a unos días de las Navidades, y habían prometido a Xinyu ayudarle en el restaurante y ya llevaba casi media hora esperando a Xin. Entonces un dulce y ligero aroma a frutas le hizo abrir los ojos. Una chica pasó a toda prisa delante de él. Sabía que iba al instituto en el que él había estudiado, aunque era unos años menor. Tras ella iban tres chicos: el hijo del director y dos más. Los tres la arrinconaron contra la pared. Julian la tomó del brazo y la lanzó al suelo.

Se dirigió hacia ellos y tocó en el hombro a un chico alto y rubio de fuertes brazos y bastante corpulento, Julian, el hijo de director.

—¡Piérdete! —dijo bruscamente—. Estamos ocupados.

—O la dejáis u os la veréis conmigo.

Los tres chicos se giraron. Casi le doblaban en peso y eran más altos que él, lo cual no le intimidaba, pero al parecer a ellos les hacía mucha gracia. Molestos por la interrupción, acometieron contra Kun. Este saltó atrás, provocando que los chicos perdieran el equilibrio y cayeran al suelo. Humillados se pusieron en pie y se lanzaron otra vez contra él. Al primero de ellos le golpeó en el estómago e hizo que cayera al suelo. Al segundo le dio en la pierna y se alejó cojeando, y al último, Julian, le golpeó en el pecho, provocando que cayera. Pacientemente esperó a que se pusieran en pie y los vio correr, no sin antes amenazar a la chica. Se dirigió hacia ella. Seguía en el suelo, asustada y sorprendida a la vez.

Kun se agachó y le ayudó a recoger sus cosas y a ponerse en pie. Era mucho más baja que él y bastante menuda; su cabello castaño brillaba, a pesar de la niebla que cubría el día, y lo llevaba peinado de una forma extraña: algunos mechones más largos caían por delante de su rostro, mientras que por detrás caían unos centímetros por encima de los hombros. Varias ondas se formaban en él y caían por su rostro, llegando a cubrir parte de sus ojos, que eran extraños, color avellana, con ligeras pinceladas rojizas.

—¡Gracias! —le agradeció consiguiendo que dejara de mirar sus labios—. Me has librado de una buena. Soy Kirsten.

—¡Kun! ¿Por qué te seguían esos?

—Debería mantenerme callada —confesó—. Nunca rechaces una petición a salir de Julian, es lo que decían todas, y yo lo he hecho, y no de una manera muy amable.

—Al parecer hay una chica con el suficiente valor de plantarle cara a ese impresentable. ¿Qué le has dicho?

—Que antes de salir con él preferiría encerrarme en una jaula de leones. Cualquier cosa antes que liarme con un crío inmaduro e impresentable que corre a los brazos de su padre cuando algo sale mal.

—¡Vaya! ¿No te has pasado un poco?

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