Despertar

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—Mmm..., como has dicho, ya iba siendo hora de que alguien le plantase cara —respondió sonriendo—.Tengo que irme, gracias por la ayuda.

La vio marcharse corriendo con agilidad, incapaz de apartar la vista de sus ajustados pantalones.

—¿Qué haces? —preguntó una voz a su espalda. Se giró y vio a su hermano.

Era unos centímetros más bajo que él y quizás no tan pálido, su tez era más morena; llevaba el pelo corto y le caía hasta la nuca, adornado con varias mechas rubias. Eran muy parecidos; ambos habían sufrido en sus propias carnes los duros entrenamientos de Xinyu, eran los hijos del dragón y tenían que estar preparados para su dura misión.

—¡Esperándote! ¿Por qué has tardado?

—Porque estuve viendo un pequeño enfrentamiento entre Kirsty y Julian. Lo ha dejado en ridículo delante de todo el instituto.

—Podías haberla ayudado —interrumpió—. La han seguido hasta aquí y la han acorralado.

—¡Es una bocazas!

—Por ser chica y el último capricho de Julian no tiene por qué aceptar salir con él si no quiere.

—Solo se buscará problemas, más le valdría haber aceptado, haberse enrollado un par de veces con él y se acabó. Se habría olvidado de ella y sería una más. Pero con su terrible lengua se ha ganado su desprecio y se convertirá en el centro de sus rumores.

—Quizás no quiera liarse con alguien a quien aborrece.

—Si todas lo hacen.

—¿Qué te ha hecho para que la desprecies? —quiso saber Kun.

—¡Nada! —respondió bruscamente dando por acabado el incómodo tema de Kirsten y su incorregible actitud rebelde.

Ambos hermanos caminaron en silencio durante minutos hasta que llegaron al restaurante regentado por Xinyu y Clay. Ambos le repetían que ser hijos del dragón no les daba derecho a vivir sin obligaciones, debían ayudar y aportar algo a la casa. Frustrados, se dirigieron a la cocina, donde permanecieron hasta la tarde.

***

Kirsten se decía que era una estupidez lo que iba a hacer. Ya le había dado las gracias cuando la ayudó, no entendía por qué lo iba a hacer de nuevo, pero aun así quería hacerlo. Sabía que era el hermano mayor de Xin y ambos vivían en la casa que había en el bosque, frente al lago. Ya que se había molestado en ir hasta un lugar tan apartado, bien podía darle las gracias, si es que estaba en casa. Se detuvo ante la enorme casa de tres plantas pintada en ocre y tras subir los escalones se detuvo frente a la puerta. Respiró hondo, levantó la mano y llamó. Un hombre alto, de pelo castaño y ondulado, con una fina barba rodeándole el mentón, le abrió la puerta. Sabía que era el tutor legal de ambos hermanos, aunque desconocía su nombre.

—Buenas tardes... ¿Está Kun?

—Sí, pasa.

Entró en un pequeño vestíbulo en el que se veían unas escaleras de madera que subían al piso de arriba. Miró hacia ellas cuando oyó voces y vio a los hermanos bajando. Vestían pantalones oscuros y camiseta de tirantes, y llevaban una toalla blanca en los hombros.

—¡Estás distraído! —reprochó Xin a su hermano—. Te he derrotado. ¿Cuántas veces ha ocurrido eso?

Ambos se callaron cuando vieron a la chica en la entrada del vestíbulo junto a Clay.

—Kun, han venido a verte. ¿Te llamas...?

—¡Kirsten!

—¿Por qué no pasas y tomas algo?

—Gracias, pero llego tarde a trabajar, quizás otro día.

—Otro día —insistió el hombre, y miró al joven, que permanecía inmóvil en lo alto de las escaleras—. Chico, baja, tiene prisa.

Las palabras de Clay le hicieron reaccionar y bajó de inmediato hasta ella, ante la mirada curiosa de su hermano, que no se movía de las escaleras. Kun carraspeó, pero su hermano se encogió de hombros y permaneció en el mismo lugar. Molesto por su actitud y por no entender que quería hablar con ella a solas, cogió de la mano a Kirsten y la llevó al exterior de la casa.

—¡Tendrás frío! —dijo ella refiriéndose a su camiseta de tirantes.

—¡Estoy bien! ¿Ocurre algo?

—Bueno..., verás, venía a darte las gracias otra vez y, bueno, a decirte que mañana, cuando el director me llame para pedirme explicaciones, no diré nada de ti; su mujer es profesora en tu facultad y no quiero que tengas problemas por mi culpa.

—¿Me cubrirás?

—Así es, no quiero causarte problemas por haberme ayudado. Yo asumiré toda la culpa. En muchas ocasiones, la gran mayoría, no pienso en lo que digo hasta que ya no hay más remedio.

Rió divertido ante su sinceridad sobre su incorregible manera de decir las cosas y la miró fijamente. Estaba nerviosa por encontrarse con él y entre sus manos enroscaba la parte baja de la sudadera rosa que llevaba puesta bajo la cazadora.

—No me importaría ir contigo a la oficina del director y explicar lo sucedido. No me intimida que su hijo te haya asustado y no me importa dejarla claro a ese hombre que clase de persona es su Julian.

—No, no hagas nada. Solo me complicarán las cosas. Al fin y al cabo aún me quedan unos años de clase en el centro —lanzó un amargo suspiro—. De nuevo, muchas gracias. He de irme.

Como al parecer era normal en ella, echó a correr después de despedirse. Kun entró de nuevo en casa y, tras girar a la izquierda, pasó a la enorme cocina amueblada en madera de pino. En una isla que decoraba el centro de la cocina, estaban Clay, que le miró divertido, y su hermano, que parecía de mal humor.

—¿A ti no te interesaba una tal Verónica? —preguntó Clay—. Según tenía entendido gracias a tu hermano, habías tenido algo…

—Ya, bueno, pero las cosas no salieron como esperaba —respondió el joven dirigiéndose al frigorífico de donde tomó un botellín de agua—. No te montes películas Clay, la chica ha venido para darme las gracias por tres chicos que la arrinconaron.

—¡Vaya! —exclamó Clay—¿Por qué? ¿En qué tipo de problemas anda metido?

—Nunca piensa antes de hablar —intervino Xin molesto—. Es una borde, además de soltar toda clase de disparates sin pensar en las consecuencias que eso pueda causar.

—Algunos que todos pensamos —añadió Kun.

—Ella misma acabará por meterse en un lío.

—¿Y a ti qué te dijo? —preguntó Clay intrigado observando la cara de estupor de Xin—. ¿Qué te dijo cuándo le pediste que saliera contigo?

Soltó un gruñido y, malhumorado, se fue hacia el frigorífico, de donde extrajo una botella de agua. No le había contado a nadie lo que la chica le había dicho; se preguntaba cómo con una edad tan corta podía tener la lengua tan larga y no pensar en los demás a la hora de hablar, ni en sus sentimientos.

Tres semanas atrás se había armado de valor y se dirigió a ella. La encontró en la terraza del instituto, sola. Tomó asiento junto a ella y ambos estuvieron unos minutos en silencio, sintiendo cómo la fría brisa de una mañana de noviembre mojaba sus rostros. Por fin se lanzó y le dijo que le gustaba, que le parecía preciosa y era incapaz de borrar su imagen de la cabeza desde que eran amigos. Su rostro era lo último que veía antes de quedarse dormido y lo primero por la mañana; siempre le había gustado y esperaba que quisiera salir con él, a pesar de saber cuántos chicos lo habían intentado y habían sido rechazados. Tras su corta confesión, llegó el rechazo. Sus palabras aún le dolían, aunque no habían sido tan duras como las recitadas a Julian.

—Lo siento Xin, no quiero herirte, pero no me gustas.

—¿Por qué? —preguntó.

—¿No puedes conformarte con un simple no? —preguntó desilusionada—. Eres mi amigo, Xin, mi mejor amigo. Piénsalo bien. Podemos hacer como que tu confesión no la hubiera escuchado. ¿Estás seguro de que te has enamorada de mí? —preguntó con el ceño fruncido—. Puede que solo me tengas cariño. Hemos pasado mucho tiempo juntos.

—Sé muy bien lo que siento —expresó mal humorado y con los brazos en jarra—. ¿Por qué no te gusto? Me gustaría saberlo. ¿Es por qué no soy un deportista? ¿Por qué no soy popular? ¿Por qué no vengo de una familia convencional?

—No recordaba lo inmaduro que eres la mayor parte del tiempo —refunfuñó a la vez que se ponía en pie y se alejaba de él—. Es evidente que te gusta alguien a quien ni conoces para juzgarme de esa manera.

—No te creas que tú eres muy diferente a mí. ¡Eres una cría! —gritó Xin—. Miras a todos por encima del hombro y no eres nadie, solo una niñata.

—Ya que solo soy una niñata no sé para qué quieres mi compañía —se defendió molesta.

Tanto Kun como Clay rieron al escuchar la breve explicación de Xin sobre la bochornosa experiencia que había tenido con Kirsten.

—¡A mí no me hace gracia!

—La chica estuvo muy acertada —bromeó Clay, aunque tratando de controlarse—. No te ofendas, pero eres un inmaduro. Deberías haber aceptado su proposición y ver el esfuerzo que estaba haciendo por no perder tu amistad.

—¡Basta ya! —exclamó molesto ante la risa de su hermano—. ¡No quiero que te rías de mí! Me he pasado meses intentado caerle bien, ser amable con ella, y ahora llegas tú con tus dos años más que yo, con tu sonrisa, haces un simple gesto amable y se enamora locamente de ti —gruñó en dirección a Kun.

—No creo que esté enamorada de mí —le dijo Kun seriamente—. Solo la he ayudado, y eso es lo que deberías haber hecho tú en lugar de dejar que tu rencor hacia ella te influyera, dejándola frente a tres chicos que le podrían haber hecho mucho daño.

—Xin, lo que has hecho no está bien —reprochó Clay—. Deberías haberla ayudado.

—¡Cállate, no eres mi padre! —enseguida se arrepintió, al ver que sus palabras habían herido profundamente al hombre que lo había cuidado toda su vida.

—Es cierto, no soy tu padre, pero hasta que seas mayor de edad estás bajo mi cargo, lo que quiere decir que escucharás mis consejos y acatarás mis órdenes. Cuando tengas edad para irte de esta casa podrás hacer lo que te venga en gana.

En silencio, Clay salió de la cocina. Kun caminó hacia Xin y le dio una colleja por la estupidez que había cometido. Sin dirigirle la palabra subió al piso de arriba, a su habitación, que estaba situada a la izquierda en la cuarta puerta del pasillo. El centro de la estancia estaba decorado con una cama junto a una pequeña mesilla. Había dos grandes ventanales cubiertos por ligeras cortinas blancas y junto a estas un escritorio.

Se dejó caer sobre la cama y de debajo de su ropa extrajo el colgante del que nunca se desprendía. Conocía la historia, la profecía, todo sobre Meira, Juraknar y los dos hermanos, Nathair y Nathrach, ambos sus enemigos. Últimamente las cosas se habían complicado. Los ataques se intensificaban; hechos extraños sucedían durante la noche en la ciudad. El periódico hablaba de dos encapuchados armados con espadas, que atacaban bien entrada la medianoche. Desde que eso sucediera los asesinatos habían aumentado en la ciudad y también los casos de violación denunciados por muchas jóvenes.

Además había destrozos provocados por tormentas a los que nadie encontraba explicación. Pero ellos sí: los hijos de la serpiente atacaban e intentaban atraerlos, y lo habían conseguido. No había día en el que no se armaran y, tanto él como su hermano, fueran a hacerles frente, aunque no salían bien parados.

Ellos aún tenían sus poderes sellados y no poseían ningún arma extraordinaria. Querían recuperar sus poderes, con los cuales él, a la edad de dos años, había matado a una serpiente. El débil sonido del pomo de la puerta girándose le hizo mirar en su dirección y vio a su hermano, serio y cabizbajo.

—Si quieres sentirte mejor, ve a pedirle perdón antes de que se vaya al restaurante. Xin, es a esto a lo que nos referimos cuando decimos que eres inmaduro. No niego que yo también lo sea, pero admito mis errores e intento enmendarlos.

Asintió resignado y caminó por el largo pasillo. Clay y Xinyu dormían en el ala contraria para tener más intimidad y algo más de libertad. Se detuvo ante la última puerta y cuando se disponía a llamar, se abrió de golpe y se encontró a un hombre que le miraba con tanta frialdad que le dolió.

—¡Lo siento mucho! —se disculpó—. No debía haberte dicho nada de eso, eres el único hombre al que puedo querer o tratar como un padre. Siento lo que te dije.

—Vale ya —le interrumpió—. No hace falta que te disculpes más, sé que para ti es un gran esfuerzo, y yo también tuve tu edad y decía tantos disparates como tú. Pero quiero que sepas que...

—Sí, lo que hice no está bien, lo sé —admitió—. Pero estoy herido y pensé que debían darle una lección. Tampoco me imaginé que le fuera a ocurrir nada malo.

—¿Vais a salir?

—Sí, estoy seguro de que los Ser’hi atacarán esta noche. Tendremos cuidado.

—Llamadnos si surgen problemas.

—Así lo haremos.

Pasadas las diez, los hermanos se cubrieron con capas y, tras coger finas y ligeras espadas, salieron de la seguridad de su casa para adentrarse en el bosque. Últimamente los Ser’hi, el nombre que utilizaban para llamar a los hijos de la serpiente, siempre aparecían por aquella zona. Quizás sospecharan que vivían por los alrededores y evitaban la ciudad, cosa que ellos preferían. No era una población muy grande y se preguntaban qué diría la gente si viera a los excéntricos hermanos cubiertos con capas y armados con espadas y puñales bajo sus ropas.

Caminaban en silencio, escuchando de fondo el crujir de las hojas al ser pisadas. No había señal de los Ser’hi, aunque quizás se retrasasen. Siguieron horas caminando por los alrededores sin encontrar rastro de ellos; pero de pronto unos leves pasos irrumpieron en la noche y, sin dudarlo, llevaron las manos a sus espadas. A través de la niebla vislumbraron la figura de una persona que venía caminando hacia ellos. Fue tomando forma y descubrieron que se trataba de Kirsten. Se quitaron las capuchas y dejaron sus rostros al descubierto. Ella llevaba el cabello mojado y parecía muerta de frío, además de asustada por encontrarlos allí. De repente dos figuras aparecieron como caídas del cielo a su espalda.

Kirsten se giró al sentir un gélido aliento en su nuca. Hacía un buen rato que creía que la seguían y ahora supo que estaba en lo cierto: dos encapuchados habían aparecido tras ella. Temerosa, caminó hacia atrás, hasta que alguien tiró con fuerza de su cintura y la hizo caer el suelo. Entonces vio a Kun adelantarse a ella y enfrentarse a sus atacantes con una afilada espada. Estos, a su vez, sacaron sus espadas, mucho más pesadas que las de Kun, que se adelantó y con ferocidad golpeó el arma del más bajo. Lo hizo con tal fuerza y rapidez que la espada cayó al suelo, lo cual aprovechó para golpearle en el pecho, haciéndole caer y dejando la capucha al descubierto su joven rostro. Su cabello era corto y ligeramente ondulado; algunos mechones caían por debajo de su nuca; sus rasgos eran finos e incluso infantiles. Él no le preocupaba, era inexperto e impulsivo, todo lo contrario a su hermano. Se giró y detuvo con fiereza el golpe de espada lanzado por Nathrach. La capucha que cubría su rostro cayó dejando al descubierto su pálido rostro. Poseía rasgos severos: fríos ojos verdes llenos de ira y un prominente mentón. Su cabello rubio era ondulado y le llegaba por encima de los hombros. Era fuerte, mucho más que él, y sin poder evitarlo cedió al golpe y cayó al suelo.

Xin intentó alejar a Kirsten de todo aquello, pero era demasiado tarde. Nathrach alzó las manos y unas lanzas de hielo comenzaron a formarse en ellas.

Kun, atemorizado ante el poder de su enemigo, comenzó a retroceder y corrió. Entonces vio cómo lanzaba contra él aquellas nuevas armas. Una de las lanzas le hirió en la pierna y cayó al suelo. El frío que le provocó era estremecedor y le costaba trabajo moverse. Impotente, observó a su enemigo, que caminaba muy lentamente hacia él.

Xin se apartó de Kirsten y se lanzó contra Nathrach; este ya esperaba el ataque y cuando lo tuvo a escasos centímetros, posó la mano sobre el pecho del chico. A continuación cayó al suelo con parte de la camisa helada y hacía grandes esfuerzos por respirar.

Kirsten no salía de su asombro. No sabía si lo que estaba viendo era real o no. Si todo formaba parte de un videojuego o una broma pesada. Pero lo único que sabía era que Kun y Xin parecían sufrir de verdad. Decidida tomó una rama y se dirigió a los chicos.

—¡Apártate de ellos! —gritó.

Nathrach se giró y recibió de lleno el golpe de la rama, cayendo al suelo inconsciente. Entonces corrió hacia Kun, pero algo de un tamaño impresionante se le cruzó. Miró al chico que yacía en el suelo y vio que de un colgante en forma de serpiente salía una enorme serpiente de varios metros de longitud. Nunca en su vida había visto un reptil tan grande. Era imposible que algo así existiera y tampoco entendía por qué salía de un amuleto.

—¡Corre! —gritó Kun.

Kirsten le dio la espalda a la criatura y obedeció, oyendo de fondo su siseo y el ruido que producía al arrastrarse. Su enorme cuerpo se le cruzó y cayó. Volvió a ponerse en pie y de pronto la luz de la luna se extinguió, desapareció, y todo se volvió oscuro. Temerosa, miró hacia arriba y vio unos fríos ojos verdes con pequeñas llamas amarillas mirándola. Se protegió con los brazos cuando la vio abalanzarse contra ella. Los fieros colmillos de la serpiente se cerraron sobre su brazo derecho, llegando a atravesarlo. Gritó de dolor; era insoportable, aunque enseguida desapareció. Sintió pesado su cuerpo y cayó al suelo sin sentir nada a su alrededor.

La serpiente volvió al colgante de su dueño y se introdujo en el interior, una vez que había defendido a su protector.

Kun se puso en pie y se arrastró hasta Kirsten. De cerca vio las marcas de los colmillos de la serpiente en su brazo derecho. El veneno ya había actuado y respiraba con dificultad.

—¡Sal! —gritó.

Su protector, un dragón de enorme longitud, salió de su amuleto y lo rodeó a él y a Kirsten. Sus ojos redondos y verdes brillaban con intensidad; la suave melena de un brillante verde, se agitaba con suavidad debido a la brisa, y Kun se preguntó de dónde provendría tanto aire. Además, su dragón parecía furioso por segundos. Miró en la misma dirección que él y observó un círculo azul que poco a poco se iba expandiendo, hasta que una persona cayó de él: Juraknar, el inmortal, quien tras tomar a Nathrach, volvió a desaparecer.

Aguardó aterrado y buscó por los alrededores y no encontró a su hermano, lo que le produjo una gran angustia que amenazaba con asfixiarlo. Con un gran esfuerzo se puso en pie, tomó a la chica en brazos y comenzó a buscar a Xin.

***

Para Xin no había pasado desapercibido como Nathair corría tras la llegada de Juraknar. No sabía qué pretendía, pero debía evitarlo, por lo que corrió en su busca. Cuando se lo encontró cara a cara, ambos se enfrentaron. Rodaron por el suelo hasta ir a parar a las profundidades del agua y allí comenzaron a asestarse golpes. Sin embargo, una presencia detuvo la lucha. No era nada más ni menos que Juraknar; quien sin dudarlo un segundo tomó a Nathair del brazo y tanto él como el inmortal y Nathrach se vieron envueltos en un aura azul que los hizo desaparecer.

Xin salió del agua y comenzó a buscar a su hermano. Le dolía todo el cuerpo, pero en especial el pecho; Nathrach casi se lo había congelado y le dolía enormemente, además de que el hecho de respirar era toda una tortura. Fue apoyándose de árbol en árbol hasta que se encontró con Kun, que llevaba a la chica en brazos.

Casi arrastrándose llegaron a casa y haciendo un gran esfuerzo subieron al tercer piso, que constaba solo de dos salas: la de entrenamientos y la de descanso que además contaba con una gran biblioteca. El suelo era de mármol blanco roto y grandes alfombras rojas lo cubrían casi por completo; frente a la chimenea, al fondo de la habitación, donde crepitaba el fuego, había dos mullidos sofás de un rojo intenso, ambos unidos formando una L. Allí se dejaron caer pesadamente.

Kun rodeó entre sus brazos a Kirsten y, nervioso, escuchó su respiración entrecortada. Se puso en pie y caminó hacia un escritorio de roble situado a unos metros de la chimenea y del último cajón extrajo un estuche de terciopelo negro. Con él en la mano caminó hacia Kirsten y se dejó caer pesadamente de nuevo junto a ella; tomó su brazo sano y, después de sacar del estuche una vacuna ya preparada, se lo agarró con firmeza y se la administró. La puerta se abrió bruscamente y en ella apareció un pálido Clay. Al ver su expresión, Kun supuso que las marcas de sangre que habían dejado por las escaleras debieron de alarmarlo.

Corrió hacia ellos y los fue examinando. Se quedó sin habla al ver a la chica. Prestó atención a la enorme herida que atravesaba su brazo y siguió con los cuidados de Kun. La herida era profunda y estaría unos días dolorido, pero no le habían dañado ningún músculo. Por último, a Xin le ofreció una sopa caliente para que consiguiera entrar en calor. Con mucha atención escuchó el relato de los chicos y se prometió hablar con Xinyu. La situación era cada vez más difícil. Debían viajar a Draguilia, adentrarse en la caverna y recuperar los poderes sellados de los chicos.

Clay prestó atención a la chica cuando la oyó quejarse. Sus labios estaban resecos y no dejaba de sudar. Le habían administrado el antídoto, pero aun así algunos efectos seguían en ella. Clay pidió a los muchachos que se alejaran, ya que quería mantener una conversación a solas con ella.

—¿Te acuerdas de mí? —preguntó posando una mano sobre su frente.

Kirsten asintió, incapaz de hablar. Tenía la boca reseca y todo su cuerpo se estremecía debido al agudo dolor que sufría.

—¿Qué recuerdas?

—Una serpiente —dijo en susurros—. Una muy grande, y hielo... Todo era muy raro.

La chica había visto demasiado y por alguna razón que desconocía le seguían los Ser’hi y el inmortal, lo que le preocupaba mucho más. Rara vez Juraknar abandonaba sus terrenos en Serguilia para buscar a los Dra’hi, y mucho menos a una chica común y corriente. Clay sabía que debía darle una explicación, pero ¿cómo se lo tomaría?

—Escúchame, nada de lo que has visto hoy debe salir de esta habitación, ¿entiendes? —preguntó y observó como asentía. —No estás loca —confirmó—. Lo que has visto es real, tan real como el dolor que ahora mismo atraviesa tu brazo. Kirsten, hay cosas que creemos que no pueden ser y que de repente, de la noche a la mañana, descubres que sí, que todo cuanto creías, todo cuanto conocías no es cierto y hay cosas que sí existen, a pesar de no creerlas.

—¿Magia? —susurró. Las palabras de Clay no le impresionaban mucho y después de todo lo que había visto y de lo que últimamente había vivido no le costaba mucho creer en ello.

—Eso es, magia. ¡Te lo has tomado muy bien! —admitió ante su serenidad.

Sonrió débilmente, cerró los ojos, y comprendió que lo que últimamente vivía podía tener una explicación. Algo frío caía por sus labios y agradeció beber agua. Lentamente abrió los ojos y miró a Clay.

—¡Tengo que irme a casa! —exclamó. Pesadamente comenzó a incorporarse, pero Clay se lo impidió—. Te agradezco tu atención, pero tengo que marcharme.

—Prefiero que estés en observación toda la noche —le explicó Clay—. El veneno del protector de los Ser’hi en parte es desconocido para mí; aún no sabemos qué efecto puede causar en una persona. Quizás deba administraste otra dosis.

—¿Qué es Ser’hi?

—Hijos de serpiente —respondió Xin—. Los que te seguían, los dos chicos, ellos son Ser’hi.

—¿Han nacido de una serpiente? —preguntó sorprendida. Después de lo vivido en una sola noche y lo que últimamente le ocurría, nada le sorprendía.

—¡No! —contestó Kun divertido—. Uno de ellos, el menor, nació en el año de la serpiente. ¿Sabes lo que es?

Asintió prestando toda la atención posible que su dolorido cuerpo le dejaba.

—Un niño diferente a los demás. Con él nació una marca en su piel y entonces también apareció en su hermano mayor. Son diferentes, los has visto; uno de ellos puede controlar el hielo y el agua, mientras que el otro el aire. ¿Desde cuándo te siguen?

—Unas tres semanas creo, pero nunca me habían atacado.

—¿De dónde venías a estas horas? —preguntó Clay.

—De la piscina climatizada que está en lo alto de la colina. Trabajo allí. Ordeno las instalaciones una vez todos se han marchado.

—Eres demasiado joven para trabajar —añadió el hombre poniéndose en pie—. Y teniendo en cuenta las noticias que se leen últimamente en el periódico, no debes andar sola a altas horas.

—Créeme, se defenderme y pronto cumpliré dieciséis años y sé que Xin tiene esa edad y os echa una mano en el restaurante —habló aprisa, a la defensiva—. Además, no hay día que no agradezco tener trabajo. Mi abuela es demasiado mayor…

Clay suspiró. Sabía que la situación de muchas familias no era la idónea y muchos eran los que debían sacrificarse.

—¿Cómo te has hecho esto? —preguntó Clay deslizando sus dedos por una marca negra que se encontraba por encima de su pecho y llegaba a ocuparle parte del hombro.

—¡Me caí! —confesó mientras se cubría.

—¿Te duele mucho?

—Un poco, pero me duele más el brazo.

—¿Por qué no llamas a tu abuela y le dices que pasarás aquí la noche? ¿O prefieres que lo haga yo?

—¡No! —exclamó alarmada—. Quiero decir… yo lo haré.

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