Despertar

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—Con el tiempo y siendo muy fuerte. Su sed de venganza le dio la fuerza que los hombres le habían arrebatado y descubrió su poder dormido. Ella sola mató a todo el ejército de la zona norte de Aquilia y tú también lo superarás —la consoló, posando sus manos en sus hombros—. Ahora vamos con Nathair, he traído medicinas.

El encapuchado tomó los cubos que había cargado la joven y se encaminaron hacia el bosque sin que la niebla que levantaba Dharani les impidiera llegar hasta la cabaña. Naev no tardó en distinguirla, aunque solo él podía verla. Sabía que debía haber advertido a Aileen sobre el peligro de salir de la casa, pues ella nunca la hubiera encontrado estando bajo su hechizo. Pero ahora todas sus preocupaciones estaban en la ninfa Dharani. Esta era mucho más poderosa que la princesa y eso le asustaba. ¿Cómo saldrían del bosque? Aileen estaba débil y solo esperaba que Nathair le devolviera las fuerzas que su hermano le había arrebatado.

Dio paso a la habitación, ocupada por la serpiente guardián del joven, a quien le llevó el agua. Él se removía inquieto en el viejo camastro debido a las mordeduras de los Deppho, entes inmundos que hacían que una persona llegara a convertirse en un ser putrefacto.

Mojó un paño en la fría agua y lo posó sobre su frente. Del interior de su capa extrajo una bolsa negra. La abrió y dejó ante la vista de Aileen varias dosis de medicina, todas ellas en el interior de un tubo alargado y terminadas en una larga aguja. Ella no sabía de qué se trataba, pero sabía que sentaba bien a Nathair.

Naev le inyectó una dosis y esperó unos minutos. La fiebre comenzó a bajarle y su respiración se volvió tranquila, al igual que su sueño. Dejó la bolsa cerrada sobre la mesilla de noche, junto a un pequeño reloj de arena y se giró hacia Aileen.

—Vas a tener que velar por su bienestar, lo que quiere decir que no dormirás durante varios días. Cada vez que la arena baje por completo, gírala; así hasta ocho veces, y entonces le inyectas otra dosis. Hazlo durante tres noches de luna. Aunque esté mejor, no importa, debe terminar el tratamiento, ¿entendido?

—Sí. ¿Cuándo volverás?

—En cuanto me sea posible, mientras tanto no salgas de la cabaña. Dharani no entrará y con el agua que has traído tendrás hasta que yo regrese.

Nerviosa y aterrada, lo vio marcharse. Deseó pedirle que se quedara, que cuidara con ella a Nathair, pero sabía que no podía. Suspiró y deambuló de un lado a otro de la cabaña. Así durante horas, hasta que hastiada se apoyó junto a la ventana y miró a través de esta, sumida en sus pensamientos. Tenía que hacerse fuerte y puede que cuando Nathair se recuperase, le ayudase a ello y a manejar una espada. Esperaba que no se negara, porque quería aprender a defenderse, y lo haría durante sus viajes a los lugares sagrados. Cinco lugares repartidos por las extensas tierras de Serguilia que debían visitar para recordar algo sobre los zainex, una historia que había olvidado debido al fuerte poder del inmortal. Este no quería que recordase nada. Había algo relacionado con la Lanza de la Serenidad, la única que ella podía empuñar y la cual sellaría los poderes del inmortal. Aún veía muy lejano aquel día; hasta le parecía lejano el día que llegaría al Pilar Sagrado, el que representaba a Draguilia, a pesar de la poca distancia que los separaba.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando vio a alguien rondando en las cercanías; sabía que no podían encontrarlos, aun así un grito de horror surgió de su boca al ver quien la buscaba.

***

Nathrach siguió al jorobado por el bosque con su caballo detrás y mirando en todas direcciones. No le gustaba estar fuera del castillo. A pesar de estar solo a unos metros, allí era presa fácil, y muchos ansiaban matarlo. Durante su infancia y adolescencia, pedía que le llevaran al patio de entrenamientos a Deppho, Rocda y Manpai. Allí, impotentes todos ellos con sus manos y pies inmovilizados, les hacía padecer lo indecible. Y ahora se encontraba solo, sin la protección del poder del inmortal. Se detuvo cuando lo hizo Kany. La niebla se fue disipando y observó la entrada a una cueva. Ató las riendas de Fuego a un árbol cercano y siguió al jorobado hasta una caverna donde se oía el leve sonido producido por el agua al caer entre las rocas. Tuvo que agarrarse a las resbaladizas paredes para no caer, debido al moho que cubría el suelo y admitió su torpeza. No comprendía cómo había llegado a decaer tanto. No podía permitirse seguir así. Finalmente sus pensamientos se interrumpieron cuando un destello azul captó su atención.

El jorobado se lanzó al agua y del fondo extrajo una de las esferas, que le lanzó al primogénito de los Ser’hi. Este intentó cogerla, pero resbaló de sus dedos, arrancándole una fuerte carcajada a Kany.

Humillado y con la esfera en sus manos, salió de la caverna, montó en Fuego y se concentró en el preciado objeto. Utilizar una esfera era sumamente difícil, exigía mucha concentración y entrenamiento. Era de mucha utilidad, ya que evitaba el agotamiento en los viajes, aunque estos estaban limitados a zonas concretas, no podían viajar con ella a cientos de lugares de Meira.

Un círculo comenzó a formarse delante de él, que lo llevaría hacia otro bosque, el que recibía el nombre de Serpiente. Aquel lugar había sido el último al que había acompañado a su hermano. Al cruzar el vórtice temporal, supo que había acertado.

No muy lejos de él yacía Thunder. Tomó las riendas de Fuego e indeciso comenzó a caminar por el bosque.

***

El fuerte grito de la princesa despertó a Nathair. Encontró a la chica, pálida y con los ojos muy abiertos, mirando hacia la ventana. ¡Algo la aterraba!

Haciendo un gran esfuerzo por ponerse en pie caminó hacia ella y sorprendido vio que su hermano rondaba el bosque. Dominado por un impulso, rodeó a la chica de la cintura y la alejó de la ventana. Ambos se dejaron caer al suelo, quedando ocultos de la vista del Ser´hi, pero entonces Nathair recordó que allí eran invisibles a los ojos de su hermano.

—Tranquila, Aileen. Él no puede vernos. Estamos a salvo, ¿recuerdas? —preguntó con dulzura—. Cálmate, no te pasará nada.

—No voy a poder con esto. Mira mi cuello, Nathair, míralo —suplicó. El muchacho le apartó los cabellos, observando su piel azulada. Él enseguida reconoció lo que eso significaba—. Me estoy convirtiendo. Voy a ser como una de ellas.

La princesa se liberó de los brazos del muchacho y acabó en un rincón, abrazada a sí misma, pero él la tomó de los hombros y la obligó a mirarle posando una mano bajo su mentón. Su cara mostraba también estragos de transformación, sin embargo, al joven no le importó. Bajo esa fachada se encontraba Aileen, y tenía que volver a traerla con él.

—No puedes rendirte. Nos vengaremos, pero tienes que hacerlo siendo tú misma. Muchas personas dependen de ti, sé fuerte; eres princesa, en tus manos tienes la liberación. Olvida a mi hermano y sigue con tu vida, deja atrás el pasado. En tus manos tienes el poder cambiarlo, solo hazlo, Aileen. No estás atrapada de por vida. Un día le harás frente y cuando te vuelvas a encontrar con él ya no le temerás porque voy a enseñarte a luchar, a defenderte. Nadie podrá tocarte.

Los estragos que mostraban el cuerpo de la ninfa desapareció y ella se lanzó a los brazos de Nathair. Le gustaba estar en contacto con él y disfrutó del momento hasta que recordó que el Ser´hi estaba convaleciente. Miró en dirección a la mesilla y la arena del reloj ya había caído por completo. Tras soltar una maldición regresó a la mesilla, de donde tomó la medicina y se la inyectó a Nathair, quien hizo un gesto de dolor. Tras ayudarle a caminar, le obligó a tumbarse y de inmediato giró el reloj.

—Es posible que nunca salgamos de este bosque —confesó Aileen—. Lo protege Dharani. Una ninfa del bosque, y bastante más poderosa que yo. Siempre ha deseado ser princesa; intentó envenenarme y fue desterrada. Mi padre la echó del bosque. Vive en este lugar y no nos dejará marchar.

—No me da miedo una ninfa, saldremos de aquí. Es más, estoy cansado de estar acostado. Nos vamos.

—Pero Naev dijo que deberías hacer reposo.

—Me da igual, nos vamos de aquí. Estamos perdiendo el tiempo —gruñó Nathair.

Sabiendo que Aileen se negaría, se levantó, tomó sus ropas y se vistió. La habitación le daba vueltas, pero en aquel lugar lo único que conseguiría era perder a Aileen. Recogió todas las pertenencias, cargó con su espada y haciendo oídos sordos a las quejas de la princesa por quedarse allí, la cubrió con su capa y tras apagar el fuego salieron a la fría noche. Las estrellas destellaban tímidamente, dando luminosidad a la noche sin lunas, la cual se veía más sombría debido a la niebla que rodeaba el bosque.

Soltó la mano de la princesa y tomó el mapa. El primer pilar no estaba lejos, solo debían ir en dirección sur y no equivocarse de camino. Tendría que guiarse por el sonido de las olas al romper contra los acantilados, aunque eso le parecía difícil. No oía nada, el silencio era absoluto e imaginó que la princesa tenía razón y aquel paraje estaba dominado por la magia de la ninfa. Guardó el mapa y forzó la vista con la esperanza de descubrir su camino. Casi tirando de Aileen y con un ataque de tos, comenzó a caminar. La niebla humedecía sus ropas y el frío lo consumía, llegando a dificultarle el trayecto. Pero a pesar de las súplicas de la ninfa, se negó a parar, y ambos vagaron por la noche iluminada de estrellas un buen rato, hasta que estas desaparecieron dando paso al oscuro día. Agotados, se dejaron caer sobre el tronco de un árbol y Aileen administró a Nathair el antídoto y posó su mano sobre la frente del muchacho. La encontró perlada en sudor, y a él casi tan distante como días atrás, cuando estuvo a punto de perder la consciencia.

La princesa tomó el aliento; cerró los ojos y cruzó las manos por delante de su pecho. Tenía que poner todo su empeño en salir de allí; en escapar de la magia de la ninfa. Esa noche la Oculta ocuparía los cielos y ahí estaban desprotegidos.

Ella era importante para mucha gente; su pueblo estaba en sus manos y era una pieza fundamental para derrotar al inmortal. Y al instante sintió como su magia la envolvía; una cálida luz azulada que la abrazaba y reavivaba como nada en la vida.

La concentración de su magia se proyectó por el bosque, lanzando varios destellos, destruyendo la magia de Dharani. Al fin la niebla desaparecía y dejaba al descubierto el camino hacia la costa. Ayudó a Nathair a ponerse en pie. Esta vez fue ella la que comenzó a tirar de él. El sonido del océano era cada vez más intenso y pronto escuchó las quejas de Nathair.

—¡No quiero ir a la costa!

—No ocurrirá nada, allí estaremos seguros.

—No, Aileen, sé lo que hay allí. No quiero encontrarme con las sirhad. He leído sobre ellas e incluso Naev me advirtió. Puede que no sea Nathrach, pero soy un hombre y quizá no me resista a sus encantos.

—Son mis amigas, no te harán daño.

El Ser´hi pensaba seguir quejándose, pero desistió; no tenía más remedio que darle la razón, estaba agotado y no había pensado en la noche de Oculta. Además tenía un presentimiento del que no quería hablar con Aileen: su hermano estaba cerca, lo sentía. Estaba en el bosque, quizá porque había descubierto que Aileen era la princesa de las ninfas y viniera a asesinarla por encargo de Juraknar. Pero él le arrebataría la vida antes de dejar que le tocara uno solo de sus cabellos, si es que conseguía salir con vida de la costa. Allí estaban ellas. Su imagen fue apareciendo en el agua y dos melenas cobrizas se abrieron paso poco a poco sobre dos figuras hermosas que enseguida hicieron acto de presencia. Su cola de sirena desapareció para dar paso a largas y esbeltas piernas, cubiertas con una corta falda de hojas, iguales a las que ocultaban sus pechos.

A Nathair le parecieron preciosas, pero se obligó a reaccionar. Aquellas mujeres solo querrían comer su carne, beber su sangre y devorar sus entrañas. Y a pesar de que lo sabía, de que Aileen le aseguraba de que no le dañarían, ellas cantaban exóticamente, atrayéndolo a los brazos de su muerte.

***

Tras un largo caminar entre árboles, Nathrach comenzó a gritar el nombre de su hermano. Lo sentía cerca. La marca que los mantenía unidos palpitaba como si de un corazón se tratase; pero no había ni rastro de él. Y estaba seguro de que lo estaba ignorando y se juró que se lo haría pagar.

Pero sus refunfuños cesaron cuando vio a una mujer a poca distancia. Llevaba un vestido rojo cuyo sugerente color provocaba que se le secase la garganta. Fue ascendiendo y la frustración le golpeó al no poder apreciar nada más tan esbelta figura, que bajo la capa iba prácticamente desnuda.

Dharani desenfundó las dagas que portaba en su cintura y con ellas le amenazó, pero el chico desapareció de repente. Estaba detrás de ella, inmovilizándole las manos. El gesto le hizo reír, pues nadie podía atraparla. Se esfumó de las manos de Nathrach convirtiéndose en marchitas hojas que cayeron al suelo y que la brisa alejó de él. Las hojas se detuvieron a una prudente distancia del Ser’hi, donde volvió a tomar su forma de mujer, y bajando la capucha que cubría su rostro, dejó al descubierto sus rasgos.

Su belleza sorprendió a Nathrach tanto como sus orejas picudas. Nunca había visto nada igual; le parecían preciosas y a la vez extrañas. La joven poseía un gran poder y él no podía atraparla, lo cual le desagradaba. Corrió hacia ella, pero de nuevo se convirtió en hojas marchitas y la vio desaparecer tras un sendero, quedando solo de ella su risa para guiarle por aquellas sendas oscuras.

Los árboles parecían cobrar vida; le impedían caminar, y su caballo se asustó perdiéndose en el bosque. Las raíces se levantaban y le hacían tropezar; algunas hasta se le enredaban en los tobillos. Con su espada las cortó y sorprendido escuchó su penetrante grito.

—¡Si dañas a mi bosque te despedazaré! —susurró Dharani—. Puede que te deje encontrarme, pero solo si no dañas a la naturaleza.

—¿Por qué iba a hacerlo? Ella no es nada e impide mi camino hacia ti.

De pronto las raíces comenzaron a agitarse y aprisionaron a Nathrach contra la tierra mojada, haciéndole gritar de dolor por haber insultado a la dueña de aquellas tierras. El bosque parecía comprender el enfado de Dharani y aumentaba la presión sobre su cuerpo con tal fuerza que sus gritos resonaban en el bosque.

Al notar su arrepentimiento la presión de las raíces cedió, dejándolo libre. Tras andar durante un rato creyendo que el bosque solo le llevaría a algún foso o algo peor, se encontró con una cabaña de madera. Dubitativo, se detuvo ante la puerta. Se disponía a llamar cuando se abrió suavemente, dándole la bienvenida, y en su interior se encontró con la misma joven, que ya no lucía la capa, dejando a la vista su atractiva figura. El vestido rojo se pegaba a su cuerpo como si fuera piel. Sus brazos estaban completamente desnudos y casi podía distinguir sus voluptuosos pechos por debajo del escote de la extraña prenda. Con solo mirarla supo cuán fogosa podía llegar a ser.

—¡Sé quién eres! —exclamó—. Y también conozco el porqué de tus verdaderas intenciones al venir al bosque. A ti te importa muy poco ser un luchador excepcional, lo que te preocupa es la pérdida de facultades, tu torpeza, lentitud y agotamiento. Sí, estás en lo cierto, Nathair está muy enfermo y has venido para arrastrarlo al castillo. Sé que eres el primogénito de los Ser’hi, y con solo mirarte he podido ver en tus ojos tus pensamientos, tus miedos, tus deseos. Incluso sé que ahora mismo ansías privarme de esta ropa y arrojarme al suelo —confesó sin ápice de rubor, algo que levantó aún mucho más el deseo del muchacho—. Nunca me conseguirás, no, a no ser que yo quiera. No podrás hacerme lo mismo que has hecho a tantas chicas, lo que le hiciste a Aileen.

—¿Qué te hace pensar que no puedo atraparte?

Dharani enarcó una ceja e hizo un gesto con la mano para que Nathrach se acercara. Este, a grandes zancadas, cruzó toda la estancia para plantarse frente a ella, que entre carcajadas se convirtió en hojas marchitas, apareciendo de inmediato tras el primogénito de los Ser’hi.

Comenzaba a perder los nervios. No quería más juegos, por lo que dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta. Debía seguir buscando a su hermano, pero allí apareció Dharani, impidiéndole continuar.

—¡Aún no he terminado de hablar!

—Tu hermano está siendo curado por Aileen. No morirá, de momento. Pero puede que ninguno salgáis de este bosque con vida, si yo así no lo deseo. Tengo cuentas pendientes con Aileen y puedes serme de ayuda.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Porque me deseas y no puedes poseerme, ni siquiera contra mi voluntad, ya que nunca me atraparás. Soy diferente a cuantas mujeres hayas conocido. Además, si no me ayudas, jamás saldrás de este bosque. No tienes opción. Quédate conmigo y puede que aprendas algo de magia negra. Te será de ayuda, así nadie podrá vencerte; incluso puedes llegar a superar el poder del inmortal. Serías el señor de todas las tierras que pisas, en lugar de un simple peón, que es lo que eres en realidad, y lo sabes. Tú y tu hermano desapareceréis cuando el inmortal no os necesite. Quédate a mi lado y tu vida cambiará. Tal vez descubras cosas que desconoces.

—¡Me has convencido! Y anhelo conocer la manera de dejar de ser una marioneta a las órdenes de Juraknar y espero que puedas ayudarme —insistió, observando como la ninfa asentía—. Solo quiero saber una cosa: ¿qué tienes en contra de Aileen? Me pareció una chica corriente e insulsa.

—Créeme, ese asunto no es de tu incumbencia. Solo debemos preocuparnos por encontrarlos y una vez estemos con ellos… no nos separaremos. Créeme, Nathrach, serás una gran pieza en el cambio que Serguilia va a vivir.

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Los Dra´hi salieron de la burbuja de protección y utilizaron sus espadas especiales para liberarse de sus enemigos. El primero en actuar fue Xin; que ejecutó varias estacadas provocando enormes brisas, para al instante Kun helar a todo aquel ser que se acercaba a ellos.

Y durante un instante, ambos gritaron victoria, pero vieron que su idea había fracasado al ver más engendros surgir de otros agujeros. Y no les quedó otra opción que retroceder.

Dolorido, Xin se apoyó en la pared.

—¿Qué hacemos? —preguntó Xin—. Es como si estas cosas se multiplicasen. Por más que matemos, otras aparecen.

—Tenemos que salir de aquí. Volver a uno de los agujeros y trepar —explicó, observando la decena de fosos repartido por el lugar. De la gran mayoría de ellos surgían engendros, por lo que era muy difícil saber si esa idea era segura—. Elegiremos uno y mientras yo me quedo a la retaguardia, Xin, tú subirás el primero y te asegurarás de que sea seguro. No sabemos si unos conductos se comunican con otros y deberás dejar el camino limpio para Kirsten. Yo seré el último en subir —ordenó a la vez que envainaba su espada. Ahora estaba listo para utilizar sus manos; en ambas flotaban esferas de hielo, que el muchacho lanzó sin dudar, helando a otros tantos monstruos.

Kirsten había permanecido en silencio, contemplando los esfuerzos de Xin por mantenerse en pie y ahora que miraba a Kun, observaba su pecho subir y bajar con premura.

Ninguno de los dos había contado con ella y era la que tenía menos que perder. Pues aún les quedaban peligros a los que enfrentarse cuando salieran de ahí. Y sin dar ninguna explicación a los hermanos, salió de perímetro de protección con sus manos ya prendidas en fuego. Al extenderlas, los Dra´hi contemplaron como un círculo de fuego rodeaba a la chica y las llamas se extendían por toda la cueva, excepto donde estaban ellos debido a la magia que les protegía.

Los engendros huían de las llamas; volvían a sus cobijos o simplemente retrocedían. Era la oportunidad para salir, pero Kirsten no se conformó con eso; sino que utilizó las llamas en todo su esplendor y una gran llamarada inundó el lugar durante unos segundos, mortales para toda criatura de los fosos, pues cuando el fuego se disipó, solo había restos carbonizados.

Kun, sorprendido por la magnitud del poder de Kirsten, deshizo el hechizo de protección y caminó hacia ella. Al posar sus manos sobre sus hombros, la hizo girar y cuando estuvo cara a cara, contempló su palidez y que su mano estaba en el pecho.

—¡Kirs…! —susurró, pero antes de que pudiera terminar su nombre, la chica se desplomó sobre sus brazos.

—¿Qué le ha pasado? —se interesó Xin, una vez llegó junto a su hermano.

—Lo mismo que a mí cuando utilizo mi poder al máximo. ¡No lo ha resistido! Está agotada.

—¡Eh! —gritó Lizard desde la superficie—. ¿Estáis bien?

—¡Sí! —gritó Kun—. Pero necesitamos ayuda, aquí abajo.

Gracias a los hombres habían conseguido salir mediante el uso de lianas y descansaban a bastante distancia de los fosos. Daksha había vendado la herida de Xin y administrado un extraño brebaje que le había hecho sentirse mucho mejor. Mientras Kun, permanecía alejado, junto a Kirsten, que dormía tras lo sucedido.

—Entonces…—susurró Lizard—. ¿Se ha desmayado al ver los engendros?

—Sí —respondió eludiendo su mirada y alcanzando su odre. En su interior estaba la bebida que Clay y Xinyu le proporcionaban cuando estaban enfermos, por lo que con mucho cuidado, se la dio beber a la chica e hizo creer a Lizard que era agua—. En la Tierra no hay monstruos.

—No me pareció una joven impresionable; si ayer noche vio un dragón, una bestia, las sirhad y parecía bastante serena.

—Se le ha acumulado todo —dijo, cargando con Kirsten a su espalda—. Sigamos. No debemos demorarnos. En días la Oculta reinará en los cielos y deberíamos buscar un lugar de resguardo.

—Estoy de acuerdo contigo —añadió Lizard y caminó a su lado—. Oye, ¿qué ha sido eso del fuego? Sé que tú controlas el agua y el hielo y que tu hermano el aire. ¿Cómo demonios habéis logrado calcinar todo ese lugar?

Kun se encogió de hombros, a la vez que evitaba mirarlo.

—Quizás activamos algo explosivo; algún mineral. Sinceramente, no lo sé. Solo agradezco que los tres estuviéramos protegidos por el hechizo.

Lizard no hizo más preguntas; tanto él como Daksha caminaron por detrás de los Dra´hi. Por supuesto Daksha había ofrecido sus dotes medicinales a la chica, pero Kun lo había rechazado. Sabía que el hombre era un gran curandero y no podía permitir que observase a Kirsten y descubriese su secreto. Él se encargaría de todo y durante horas caminaron dirección sur, hacia el castillo.

Xin y Kun estaban hablando de Niara y en especial la última conversación que la chica había mantenido con el Dra´hi indicándole su ubicación, donde permanecería escondida hasta que ellos fueran. Y entonces fue la primera vez que escucharon a Kirsten hablar de nuevo.

—¿Por qué las llaman damas? —susurró.

En ese instante hicieron un alto y Kun dejó a Kirsten en el suelo y agradecido observó que podía mantenerse en pie, e hizo un gesto a su hermano, Lizard y Daksha para que los dejaran a solas.

Entonces Kun lanzó una larga mirada a la chica que ella ya sabía interpretar.

—¿Ahora es cuando vas a llamar a Clay para enviarme a Draguilia?

—¿Podemos intentar tener una conversación casi de adultos sin que salga de por medio el tema de Draguilia? —refunfuñó con los brazos cruzados—. Te prometí no enviarte de nuevo y a no ser que tú me lo pidas, no lo haré. Y si llega un momento en el que debas dejar de viajar conmigo, me encargaré de que estés donde estés, estarás a salvo. ¿De acuerdo?

—¡Vale! —susurró con la cabeza gacha.

—Ahora, me puedes decir qué es lo que ha pasado en los fosos. Ya es malo que te lanzases a su interior, pero peor fue la manifestación de tu poder. ¡Mírate! Apenas puedes mantenerte en pie.

—¡Perdí el control! Nada más.

—Oh, vamos Kirsten, no me vengas a mí con esas. Yo sí he perdido el control de mi magia en ocasiones, pero lo que vi en los fosos lo manejaste a tu antojo. Y créeme, admiro tu poder, no te estoy reprochando eso, pero no me gusta que lo utilices hasta el punto de perder tu vida. Tú me viste, ¿acaso crees que tú estás exenta de resentirte?

—Yo solo quiero ayudar. Que vosotros os mantengáis a salvo es más importante que lo haga yo. ¡Sois los Dra´hi! Sois héroes y debéis manteneros a salvo.

—Kirsten —susurró deslizando su mano por la nuca de la chica y la atrajo hacia él para protegerla en sus brazos—. Puede que tú pienses que soy un héroe, pero tú lo eres para mí. Enfrentarte a todo lo que has vivido y a lo que has descubierto es admirable, no muchos lo harían, no muchos nadarían contra corriente durante tanto tiempo sin ceder. Tú no lo haces y te admiro. Tú eres mi héroe —confesó besándola—. Y lo que más me importa es mantenerte a salvo. Es lo que más deseo, ¿de acuerdo? —preguntó y Kirsten asintió—. Intenta hacerte menos el héroe a partir de ahora, ¿vale? Debemos aprender a pelear como equipo.

—¡Parejita! —exclamó Xin—. Es hora continuar. ¡Vamos! —les apremió y la pareja volvió con ellos y reanudó la marcha—. Si necesitas ayuda, seré yo quien cargue contigo —dijo mirando a Kirsten—. Mi hermano ya lo ha hecho durante horas, es ejercicio de sobra por hoy.

—¡Que gracioso! —exclamó la chica poniendo los ojos en blanco. Aun así interiormente agradeció cuando el brazo de Xin la rodeo por la cintura, ayudándola a caminar—. Bueno, ¿me vas a explicar porque las llaman damas?

—Porque son toda dulzura —explicó Lizard—. Bien educadas, dulces, gentiles. Se las llaman damas porque son unas señoritas.

—Eso te pone, ¿verdad Xin? —preguntó Kirsten—. Quizás en este mundo encuentras a una chica perfecta para ti. Modosita, dulce, dependiente, que bese tus pies, que cuando llegues a casa se arrodille frente a ti y te descalce.

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